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La bella Helena: la parodia de Offenbach

Ferran Corbella



  • Título: La bella Helena.
  • Autor: Jacques Offenbach.
  • Libreto: Meilhac y Halévy.
  • Versión: Joan L. Bozzo.
  • Escenografía: Montse Ammenós.
  • Vestuario: Pep Durán.
  • Coreografía: Natalia Viñas.
  • Dirección musical: Lluís Vidal.
  • Dirección escénica: Josep María Mestres.
  • Intérpretes: Anna Argemí, Xavi Mira, Pep-Anton Muñoz, Xavier Riera-Vall, Jaume Giró, Xavi Sabata, Isabel Soriano, Carlos Gramaje, Eles Alavedra, Miquel Cobos, Lola Bou, Francesca Masclans, Toni Viñals, Jordi Llordella, Ira Prat, Esther Lozano, Elisabet Paz.
  • Estreno en Barcelona: Teatre Victória, 17-1-01.




Jacques Offenbach (1819-1880) tal vez sea uno de los compositores alemanes más genuinamente francés, y sin duda el músico más representativo del período que va del reinado de Luis-Felipe hasta la III República, con partituras tan célebres como BarbeBlue, La vie parisienne, o Les contes d'Hoffmann, producción entre las que destaca, como la más recordada y modernamente repuesta, ésta La bella Helena. Obra representada con éxito tanto en Londres como en París, todavía refulge en nuestra memoria la versión que el Teatre Lliure presentó en el año 1978, con un decisivo vestuario y diseño escénico ideados por el malogrado Fabià Puigserver. Es inevitable establecer una comparación de la que sale privilegiado aquel montaje, que no sólo utilizó el tratamiento textual del dramaturgo alemán Peter Hacks, que puso el acento en la lucha de Calcas contra las tentaciones de Venus -es decir, la lucha entre una moral mezquina y la Diosa del amor y los placeres vitales-, sino que poseía una fuerza estética y visual, fruto del talento de Puigserver, de la que carece la versión dirigida por Josep María Mestres, con escenografía y vestuario, respectivamente, de Montse Amenós y Pep Durán.

Para comenzar, La bella Helena viene a representar la cumbre del punto medio entre la música culta, orquestal, la gran ópera del siglo francés, y los cuplés, la música popular y desenfrenada del París llamado de la Belle Epoque. A través de esta y otras óperas bufas H. Meilhac y L. Halévy, los libretistas, no pretendieron otra cosa que hilvanar un argumento ridiculizador de la sociedad que lo acogía, caricaturizando de paso la moral puritana de la época mediante la apelación al lirismo del amor sensual. Se trata así de una farsa, en el fondo tenue y superficial, que recurre para ello a una Grecia antigua y mítica, poblada por héroes homéricos como Menelao, Agamenón o Aquiles, vehiculada en una trama de trazo grueso, grotesco, que parodia la alta sociedad francesa de la segunda mitad del XIX, contraponiendo los personajes ridículos y absurdos, «conservadores» y retrógrados de la corte de Calcas y Agamenón al «liberalismo» libre y emancipador, incluso subversivo que representan los amantes Paris y Helena, ambos enfrentados por amor a las conveniencias y los convencionalismos de clase. Todo ello no impide que la trama sea en cierto modo como un cómic de línea blanda, y es tal vez esa concepción nacida de un material leve, menor en el más noble sentido del término, la que ha inspirado un espacio escénico y unos figurines presididos por un sentido de la distorsión y la caricatura demasiado matizados, con demasiado sentido de la medida, donde dominan los colores básicos y elementales de tono pastel, los esquemas sencillos de corte y patronaje, la más estricta sencillez coreográfica, una opción global de estrategia cartesiana, racionalista, que remite a una línea blanca e insípida que desluce así todo el posible mordiente, el sentido corrosivamente crítico que pudiera haber en el original.

Si el capítulo coreográfico, escenográfico y de vestuario traslucen una concepción vamos a llamar «para todos los públicos», una visión demasiado amable y destruecanada de la célebre opereta, no puede decirse lo mismo del capítulo musical, en el que todas las voces, desde el dueto amoroso entre Paris y Helena del segundo acto, hasta la imprecación a Venus del comienzo de la obra, vehiculan a la perfección toda la vitalidad del libreto. Se advierte aquí que se ha optado con verdadero rigor más por el cantante-actor, el cantante que sabe actuar, antes que al revés. Decisión capital en este sentido ha sido encomendar a la joven cantante lírica Anna Argemí el papel de Helena, en su debut en un papel dramático. Su fuerte personalidad y su dominio de la emisión lírica otorgan todo el virtuosismo que reclama su personaje. Lo mismo puede decirse de Xavi Mira o de Pep-Anton Muñoz, Calcas y Paris, respectivamente, en este caso actores-actores que, no obstante, no desmerecen en un conjunto donde dominan las proezas y piruetas líricas de los cantantes-actores. Las coreografías, que encabalgan la obra, son obra de Natalia Viñas, la dirección musical corresponde a Lluís Vidal, el capítulo escenográfico y de vestuario es, como vimos, ajeno a Mestres. A Mestres sólo le ha restado conducir una acción trepidante, llena de cambios de situación, enfatizar aquí y allá el humor y el exceso grotesco, e intenta dotar a las interpretaciones del mínimo sentido bufo y caricaturesco. Su tarea no es excesivamente brillante, pero cumple correctamente, con la finalidad del proyecto: provocar las risas o el silencio cómplice, admirarnos con el sentimentalismo maravilloso de la música de Offenbach. En conclusión, un proyecto tal vez en exceso comercial, donde la gran fiesta de los sentidos que pudiera haber sido La bella Helena queda en los mínimos de un producto exento de verdadera inspiración.





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