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La boda de Quevedo

Comedia en tres actos y en verso



Narciso Serra



     Al eminente actos D. Julián Romea, dedica esta comedia, como una débil prueba del más sincero cariño, su leal amigo.

El Autor.

Personajes Actores
DOÑA ESPERANZA DE ARAGÓN, señora de Cetina DOÑA CARMEN CARRASCO
DOÑA GAITANA, dueña DOÑA CONC. SAMPELAYO
D. FRANCISCO DE QUEVEDO VILLEGAS D. JULIÁN ROMEA
D. MARCIAL DE PACHECO D. ANTONIO PIZARROSO
D. JUAN ADÁN DE LA PARRA, Inquisidor ordinario D. ANTONIO DE GUZMÁN
D. ANDRÉS DE BARRIZALES D. ELÍAS AGUIRRE
MATEO, valiente D. LÁZARO PÉREZ
LEONARDO, criado D. JOSÉ SINEO
GINÉS, criado D. FERNANDO GUERBA
UN ESCUDERO D. GERÓNIMO GONZÁLEZ
Esbirros

La acción es en Madrid, año de 1634. Comienza de día y concluye a las tres de la madrugada.

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Acto primero

                                          
Sala de paso en una casa de posada: a la derecha, en primer término, el cuarto de QUEVEDO: a la izquierda el de D. MARCIAL: sobre esta última puerta habrá una ventana; puerta al foro.
       
Escena primera
QUEVEDO y DON MARCIAL.
QUEVEDO va a entrar en su cuarto. DON MARCIAL sale del suyo.
MARCIAL Tal vez irá a San Gerónimo. (Ap.)
¡Don Francisco! (Viéndole)
QUEVEDO                          ¡Don Marcial!
¿Pues desde cuándo en la corte?
MARCIAL Muy pocas horas hará.
QUEVEDO ¿Vivís aquí?
MARCIAL                   Sí.
QUEVEDO                         Me honra
vecino tan principal.
MARCIAL Yo bendigo de encontraros
la feliz casualidad,
pues tal vez vuestros consejos
me libren de algún azar.
QUEVEDO ¡Pues qué! ¿Jugáis a las pintas?
MARCIAL Arriesgo mi capital
al juego mas peligroso
de todos los juegos que hay;
juego con amor...
QUEVEDO                              Bien hecho,
si no hacéis más que jugar;
pero si pasa de juego,
¡pobre de vos!
MARCIAL                         Escuchad.
Al señor don Luis Pacheco
Narváez, mi tío carnal,
plugo mandarme a Cetina
para ir a representar
su persona, en unas bodas
de un deudo que casó allá.
Hubo, motes, danzas, músicas,
e hizo la fatalidad
que entre otros varios festejos
quisieran también probar
a presencia de las damas,
con armas su habilidad
los galanes: ya veis, yo
no me podía excusar;
sobrino y a más discípulo
del tirador sin igual
don Luis Pacheco.
QUEVEDO                               Está claro.
MARCIAL En una ancha sala, ya
entarimada al efeto,
con gradas donde mirar,
y cuajadas todas ellas
de la gente principal,
esgrimieron unos diestros,
harto torpes en verdad.
Yo también cogí un estoque,
y me coloqué en mitad
de la sala, no creyendo
que hubiese nadie capaz
de disputar a un Pacheco
la ventaja en pelear,
cuando un hidalguillo bizco,
más feo que un alacrán,
saluda, y se pone en guardia,
cubriendo la diagonal:
yo dije, «aquí de mi tío,
tercera y quinta, cis, zas
Domeño el último tercio,
apoyando el gavilán;
pero el hidalgo maldito,
(confúndale Satanás)
cuando esto estaba pensando
sin saber cómo, me da
una estocada tan recia,
que hubiera sido mortal,
a no tener zapatilla
el arma: salí de allá
renegando del descuido,
y me decidí a tornar
a Madrid: en la posada,
y en llora avanzada ya,
oigo pronunciar mi nombre
y hablar del lance fatal.
Era el hidalgo: mi sangre
hervía como un volcán;
lanceme del aposento
diciendo: «Sálgase acá:
y haciendo juego de puntas
veremos si es tan locuaz,
como esgrimiendo de burlas,
esgrimiendo de verdad.»
Salimos todos al patio,
y hace la casualidad
que tenga el mismo descuido,
y el mismo golpe me da.
Sin doctor y sin botica
lo hubiera pasado mal,
a no llegar a la venta
una dama... una deidad,
que dolida de mi estado
humana y traidora al par,
bálsamo aplicó a la herida
y al alma dardo mortal.
Curé; pero con mirarla,
perdida mi libertad,
vanos fueron para ella
mi gemir, mi suplicar:
anoche llegué a la corte,
y a nadie he visto en mi afán:
me instalé en esta posada
por huir de visitar;
no sé si he perdido el juicio,
o si le tengo cabal...
QUEVEDO Es decir, que fue el remedio
peor que la enfermedad.
Don Marcial, no lo extrañéis;
no lo extrañéis, don Marcial,
que la hembra que es mejor hembra
es una calamidad:
por ellas todo lo malo,
por Eva perdiose Adán,
cuando por ella hincó el diente
al prohibido vegetal.
Dalila esquiló a Sansón
el pelo y la dignidad,
y por ella despechado,
cuando tornó a pelechar,
desquició una sinagoga
mayor que una catedral.
Por los ojuelos de Iole
Hércules se puso a hilar,
trocada la maza en rueca
y en mujercilla el jayán.
Anduvo con cola y cuernos
Júpiter, la alta deidad,
porque el amor por Europa
le estaba haciendo bramar.
Y si una hembra hace de un Dios
un toro, sin más ni más,
pensando piadosamente,
con el que no es Dios, ¿qué hará?
La Cava, por poco acaba
con toda la cristiandad.
Por tentar a San Antón
(que no se dejó tentar)
tomó cuerpo de hembra el diablo,
y es cosa muy natural;
pues todas las hembras tienen
en el cuerpo a Satanás.
Ellas hacen al que es célibe
combatir y trasnochar;
ellas hacen al casado,
aunque sea viejo ya,
en la estatura crecer,
en las haciendas menguar.
Y frailes y mercaderes
se pierden por ellas más,
que necedades han dicho,
queriéndome censurar,
Alarcón, Pacheco, Góngora
y Pérez de Montalván.
MARCIAL Mordaz como siempre...
QUEVEDO                                         Y gracias
que he sabido ser mordaz,
que a no ser porque mordía,
me hubieran comido ya.
Veintidós pleitos me cuesta
mi torre de Juan Abad,
y pago más en derechos
que de derecho me da.
Siendo propietario, no
puedo en mi casa habitar,
porque dicen que conspiro
contra el ministro, y jamás
me han visitado personas
de descompuesto genial,
a no ser las nueve musas,
y esas son gente de paz.
No tengo hermana que ver
ni privanza que prestar;
de un desengaño del mundo
me consuela un madrigal;
y aun así tengo enemigos
que me han hecho transformar
en agresivo lo afable,
lo pichón en gavilán.
MARCIAL Aunque con don Luis, mi tío,
sustentáis enemistad,
yo nunca os ofendí.
QUEVEDO                               Cierto.
MARCIAL Y os quisiera demandar
un favor.
QUEVEDO                 Decid cuál es.
MARCIAL Me convencen por demás
vuestros ejemplos, Quevedo;
pero la fatalidad
hacia esa mujer me arrastra,
sin poderlo remediar;
y es...
QUEVEDO              Porque a los hijos de Eva
gustan las hijas de Adán.
MARCIAL Porque estoy enamorado,
Quevedo, a no poder más.
Esa mujer o morir...
Conozco mi natural;
soy de fuego.
QUEVEDO                        Pues debéis
iros a un puerto de mar.
MARCIAL Dadme un medio, si algo os mueve
a hacer mi felicidad,
para que pueda el amor
de esa mujer conquistar.
QUEVEDO Dádivas quebrantan peñas,
dice un antiguo refrán:
dadla joyas.
MARCIAL                      La ofendéis.
QUEVEDO Dadla doble.
MARCIAL                       La injuriáis.
QUEVEDO Libradla de un gran peligro.
MARCIAL Y ese peligro...
QUEVEDO                         Escuchad.
¿No habéis visto en las comedias
que cuando la dama va
a paseo, sale un toro,
y tras el toro un galán,
que a fuer de toreador
consigue matrimoniar?
MARCIAL Sí, luego...
QUEVEDO                    Inventado el riesgo
os es fácil lo demás.
La gratitud es la puerta
por donde amor suele entrar.
MARCIAL ¡Oh! Gracias, gracias, Quevedo.
      
Escena II
QUEVEDO, DON MARCIAL, DON ANDRÉS.
ANDRÉS ¡Don Francisco! (Entrando.)
QUEVEDO                          ¡Oh! Que aquí está
el galán más atildado
de los galanes. Pasad.
MARCIAL Con él os dejo. Salud. (A DON ANDRÉS.)
QUEVEDO Infeliz! Se casará. (Ap.)
      
Escena III
QUEVEDO, DON ANDRÉS.
ANDRÉS Huélgome a solas hallaros,
don Francisco, porque vengo
del grave dolor que tengo
el remedio a consultaros.
QUEVEDO ¿Qué dolor es?
ANDRÉS.                           Honda pena
en el alma.
QUEVEDO                   Calma, calma;
no curan males del alma
Hipócrates ni Avicena,
cuanto más yo.
ANDRÉS                          Vos podéis
alumbrar mi entendimiento,
que se halla en este momento
sin luz.
QUEVEDO              ¿Si?... ¿Pues qué tenéis?
ANDRÉS Don Francisco amigo, oid.
Todos por galán me aclaman,
y por apodo me llaman
el burlador de Madrid.
Pues cuentan que en esta villa
más mujeres burlé infiel
que el don Juan de fray Gabriel,
el burlador de Sevilla.
Es lo cierto que mi talle,
(sin alabarme...)
QUEVEDO                          Se entiende.
ANDRÉS Muchas hermosuras prende
en el paseo y la calle.
Que al mirarme los maridos
con barras su puerta aferran,
y las mujeres no cierran
los ojos ni los oídos.
Pero de cuanto pequé
en el mundo estoy purgado,
porque estoy enamorado,
Quevedo, de buena fe.
Y tan triste y abatido
me encontráis en este punto,
que he de ser presto difunto,
si no soy presto marido.
Alma que a tantas rindió
tiene una mujer cautiva,
y es para mí tan esquiva
como esquivo he sido yo.
Dando, de piedad ejemplo
la hallé en el templo, ay de mí,
que mi corazón perdí
desde que la vi en el templo.
Seguila: no reparaba
en mí, y ya cansado en suma,
quise fiar a la pluma
lo que en el alma pasaba.
Gané la dueña, y la di
un billete asaz discreto,
por lo moral del conceto
y lo breve. Dice así:
«Hijo de amor verdadero,
señora, santo es mi fin:
haceros mi esposa quiero,
que por vos de amores muero
desde que os vi en San Martín.»
QUEVEDO ¿Contestó al billete?
ANDRÉS                                  Sí.
QUEVEDO ¿No acepta el bodorrio?
ANDRÉS                                      No.
Adivinad...
QUEVEDO                     Qué, sé yo.
ANDRÉS Se trata de vos.
QUEVEDO                           ¿De mí?...
¡Por Cristo, que es singular!
ANDRÉS Quevedo, como os lo digo.
QUEVEDO Si supo que sois mi amigo,
os diría, a no dudar:
Don Francisco es basilisco,
con las hembras descortés
y los ministros arisco:
no he de ser yo de quien es
amigo de don Francisco.
¿Me equivoco?
ANDRÉS                        ¡Sí, por Dios!
Bien su carta me embaraza;
nos emplaza.
QUEVEDO                      ¿A mí me emplaza?
ANDRÉS A ella y a nosotros dos.
Hoy mismo en la iglesia vi
a la dueña: hízome seña;
la respuesta que la dueña
me entregó, miradla aquí.
«Tanto amor como me envía (Leyendo.)
estimo en cortesanía,
aunque pagarle no puedo;
yo no me caso hasta el día
en que se case Quevedo,»
QUEVEDO Ingeniosa traza urdió
para calabacear,
si no promete casar
hasta que me case yo.
ANDRÉS Que se ha vuelto loca infiero,
o quiere volverme loco.
Si no os casáis, yo tampoco.
QUEVEDO Pues os moriréis soltero.
ANDRÉS ¡Eso decís!
QUEVEDO                   ¡Por Dios santo!
¿Queréis que otra cosa diga?
Mucho la amistad obliga,
don Andrés, pero no tanto.
Bueno es que el amor yo deje
por no sufrir sus afanes,
y que vengan los galanes
a que yo los aconseje.
Yo, que la dulce poesía
sólo cultivo con gozo,
y que ya paso de mozo,
y no soy dueña ni tía.
ANDRÉS Aun sois joven.
QUEVEDO                           Ojalá;
mas no me convenzo de ello.
ANDRÉS Tiñéndoos algo el cabello...
QUEVEDO Bien sin teñirse se está.
«El viejo que con destreza
se ilumina, tiñe y pinta,
echa borrones de tinta
al papel de su cabeza» (1).
Ir de Caribdis a Scila
es el tal remojo infiero.
«No es buen Jordán el tintero
al que envejece la pila» (2).
ANDRÉS Es que no os mueve el afán...
QUEVEDO Es que el empeño me arredra.
ANDRÉS Tenéis corazón de piedra.
QUEVEDO Y cara de cordobán.
Y en amores, don Andrés,
nunca hiciera una conquista
quien es tan corto de vista,
siendo tan largo de pies.
Devaneos, a fe mía
que tuve mil, se comprende;
pero el amor que se vende,
no es amor, es mercancía.
Al mirarme en el espejo
en tan feo desaliño,
sin amores desde niño
he ido llegando hasta viejo;
con fealdad y poca hacienda
fuera loca presunción
el buscar un corazón
que este corazón comprenda.
Por eso cejé en mi empeño.
ANDRÉS ¿Y no amasteis nunca?
QUEVEDO                                    Sí.
Una vez pienso que vi,
un serafín en un sueño.
Mas porque la realidad
no deshiciera el encanto,
o diese a correr de espanto
al mirar mi fealdad,
esfuerzo, estudio y ausencia,
y guerras y desengaños,
lograron, a fuerza de años,
mitigarme la dolencia.
ANDRÉS Pudiéndole contener
no fue grande amor, señor
QUEVEDO Es que yo amo al amor,
pero temo a la mujer.
Aunque soy de vista corto,
os aseguro, por Cristo,
que tales casos he visto,
que verlos me dejó absorto.
Vi casadas con afán
arriesgar vida y reposo
por un amante giboso,
siendo el marido galán.
Damas de muy noble porte
he visto, ya más de tres,
prendarse de un ginovés,
pastelero de la corte.
He visto en amargos duelos
a una mujer, que gemía
porque no la sacudía
su galán, teniendo celos.
Y he visto (será quizás
que mis ojos no son buenos)
que todas tienen en menos
a aquel que las tiene en más.
¿Quién da reglas al amor?
Muchos se hicieron querer
porque se hicieron temer.
ANDRÉS Brava idea es el temor.
Si eso mi triunfo asegura,
discurriré... Adiós, Quevedo.
Me ha de tener tanto miedo,
que me ha de amar con locura.
QUEVEDO Un buen medio discurrid...
ANDRÉS Muy pronto os vendré a contar,
que no hay quien pueda burlar
al burlador de Madrid.
      
Escena IV
QUEVEDO Si los matrimonios son
para los hombres funestos,
siendo los hombres como estos,
las hembras tienen razón.
En justa compensación
del malo y del iracundo,
Dios, en su saber profundo,
mandó a esos entes piadoso
hacer papel de gracioso
en la comedia del mundo.
Don Marcial sólo ha querido
hacerme su consejero,
pero el otro majadero
pretende hacerme marido,
¡a mí! que nunca he tenido
duda para un galanteo;
porque siendo cojo y feo,
claro está, que en el asunto
cualquiera mujer, al punto,
sabe del pie que cojeo.
El mal es, que por su empeño
de relatarme su historia,
me han traído a la memoria
el serafín de mi sueño.
Ya no puedo estar risueño
por más que lo quiero estar:
el recuerdo de un pesar
que el corazon supo herir,
tarda en volverse a dormir
si se llega a despertar.
Pensamiento, déjame...
¿No quieres? Pues en castigo,
a puro tontos me obligo
que el buen humor te daré:
ireme a palacio a pie;
y caminando despacio
ya los habrá en este espacio;
y aunque bastantes no halle,
los que no encuentre en la calle
me sobrarán en palacio.
(Va a salir y le detiene DON JUAN ADÁN DE LA PARRA, embozado.)
      
Escena V
QUEVEDO, ADÁN.
ADÁN Deteneos.
QUEVEDO                   ¿Quién me agarra?
¿Si será otro don Andrés? (Ap.)
ADÁN Soy yo, Quevedo.
QUEVEDO                                ¡¡Si es
don Juan Adán de la Parra!!
Pase el buen inquisidor.
ADÁN Hablad mas bajo, Quevedo.
Me estoy muriendo de miedo.
QUEVEDO Pues es la muerte peor:
tenedlo por cosa cierta.
Tiempo ha no os cuidáis de mí.
¿Qué buen viento os trae aquí?
Decidme.
ADÁN                 Cerrad la puerta.
QUEVEDO Asustado estáis, por Dios,
y haréis que me ponga serio:
aclarad, pues, el misterio.
¿Corréis algún riesgo?
ADÁN                                    Vos.
QUEVEDO ¿Que yo corro riesgo?
ADÁN                                     Sí.
QUEVEDO ¿Es cosa de pleito?
ADÁN                                No.
QUEVEDO ¿Quién me lo asegura?
ADÁN                                    Yo.
QUEVEDO ¿Dónde he de saberlo?
ADÁN                                      Aquí.
Mas cerrad y sed prudente,
que a mí, según la pavura
que traigo, se me figura
cada losa una serpiente.
QUEVEDO Pues mal andáis si os agarra,
y hace que se dé la mano
con el Adán del manzano
el buen Adán de la Parra.
ADÁN Dejad las burlas y alerta,
que os mira la Inquisición.
QUEVEDO Con la Inquisición chitón.
Vamos a cerrar la puerta. (Lo hace.)
Nada con la Inquisición;
que hasta vos, ved lo que os digo,
que sois mi mejor amigo,
me estáis oliendo a tostón.
¿Qué es lo que ocurre?
ADÁN                                   Escuchad,
y apreciad en su valer
el que hoy falte a mi deber
por un deber de amistad.
Cuando sin razón ninguna,
y solo esperando en Dios,
presos nos vimos los dos
por nuestra mala fortuna,
hallándome enfermo y viejo
acorristeis mi miseria,
dando vida a la materia
y al espíritu consejo.
Cuando salir libre os vi,
libertarme prometisteis,
y a poco que vos salisteis
yo también libre salí.
Por cuidado tan prolijo,
con gloria decirlo puedo,
os quiero yo... como a un hijo...
¡Dadme un abrazo, Quevedo!
Que no sabiendo expresar
con palabras mi cariño,
estoy... vamos, como un niño,
reventando por llorar.
QUEVEDO ¡Buen viejo, razón tenéis!
¡Apretad, por vida mía!
Dios os pagará algun día
todo el bien que ahora me hacéis.
ADÁN Yo... soy... así...
QUEVEDO                           Sin razón
os humilláis, y lo siento:
el mas claro entendimiento
no es nada sin corazón.
Serenaos y decid.
ADÁN En grave peligro estáis;
tal vez hoy mismo tengáis
que fugaros de Madrid.
Cuando en prisiones crueles
nos hallábamos, un día
me dijisteis, se os había
confiscado los papeles.
En cierta vez el demonio
tentó vuestra pluma airada
a escribir la malhadada
Sátira del Matrimonio;
y hoy, por haceros perjuicio
alguno que os quiere mal,
ha puesto el original
en poder del Santo Oficio.
Aun la corte se alboroza
con los chistes que vertisteis
en la comedia, que hicisteis
con don Antonio Mendoza,
Quien más miente medra más,
que chocó a la corte toda,
por no acabarse con boda
como todas las demás.
También en la Inquisición
ese manuscrito está,
y hoy a discutirse va
sobre ambos grave cuestión.
Con todos no estáis bien quisto:
ved al rey, que así os conviene...
Aquel que enemigos tiene,
Quevedo, debe andar listo.
QUEVEDO ¡El rey! ¿Y pensáis quizás
que sea leal conmigo?
ADÁN ¿No es vuestro amigo?
QUEVEDO                                    ¡Mi amigo!
Le divierto, y nada más.
Como hace octavas, y tales,
que analizadas en suma,
por salir de su real pluma
son solo octavas reales,
tiene de poeta el vicio
cuando de rey deja el mando,
me mira de cuando en cuando
así... como del oficio.
ADÁN Pedidle su protección:
mirad que mucho os conviene,
porque, tal vez os condene
hoy mismo la Inquisición.
Yo os avisaré, al salir
de la junta, el resultado:
y si por fin, obligado
os hallaseis a partir,
cuanto tengo, sin dudar...
¡Adiós! De la junta es hora.
Ved al duque...a su señora...
QUEVEDO ¡Ah! Tú me haces recordar
que aver con harta intención
dijo al darme este papel:
«Quevedo, escribid en él
en verso vuestra opinión.»
(Leyendo.) «Si a peligro de muerte se expusiera
por no casarse al punto,
entre boda y responsos ¿qué eligiera,
Quevedo, ser marido o ser difunto?»
ADÁN Malo es que llegue a entender
la duquesa en el negocio.
QUEVEDO Por entretener el ocio
es capaz de hacerme arder.
ADÁN No andéis reacio, por Dios.
¿Prometéisme hacerlo?
QUEVEDO                                     Sí.
ADÁN Ya que no por vos, por mí.
¿Qué fuera de mí sin vos?
QUEVEDO Voy a escribir.
ADÁN                         Oigo ruido.
Alguien sube la escalera...
Adiós, Quevedo... (¡Ay! Dios quiera
que no me hayan conocido.)
      
Escena VI
QUEVEDO ¡Tendrá razón! ¡Serán tales
los rigores de mi estrella,
que de su olvido cansada
torne a perseguirme adversa!
¡O será que al pobre Adán
su loca amistad le ciega,
haciéndole ver un monte
lo que es un grano de arena!
Mi Sátira al Matrimonio
no creo que nada tenga
que ver con la Inquisición,
ni Olivares, ni la Reina.
Quien más miente medra más.
Con Mendoza esta comedia
escribí: cualquier castigo
no es grande, sufrido a medias.
Ir a la corte, mezclarme
con la turba palaciega,
pedir perdón, sin saber
antes si se me condena,
es más declararme reo
que proclamar mi inocencia.
Y si la comedia fue
ocasión de la tormenta,
como Mendoza es mi cómplice...
hará jugar su influencia,
y por salvarse a sí mismo
me salvará. Es cosa hecha.
Quieto hasta que Adán me avise,
si acaso el peligro arrecia.
Procuraré escribir coplas
a la Condesa-Duquesa.
Tal vez llamándola hermosa,
(galantería estupenda)
si algo trama contra mí,
ceje en su enojo y me absuelva. (Vase.)
      
Escena VII
DOÑA GAITANA y DON MARCIAL.
MARCIAL Escuche la dueña.
GAITANA                              Déjeme.
Mire que soy noble.
MARCIAL                                 Atienda,
doña Gaitana.
GAITANA                        Mi nombre...
MARCIAL ¡Mil tajos! ¿Pues no se acuerda
la ilustre doña Gaitana
del herido de la venta?
GAITANA ¡Vos en Madrid!
MARCIAL                           A caballo
me puse, no más las vendas
desfajé de aquella herida,
porque otra mayor, más fiera,
vuestra dueña hizo en el alma
del alma haciéndose dueña.
¿Se halla bien en Madrid?
GAITANA                                         Sí.
Yo soy la que no estoy buena
aquí.
MARCIAL           ¡Qué hermosa estará!
GAITANA Me ha entrado una tos tan seca.
MARCIAL ¿Haréis que la vea?
GAITANA                               Y luego
una hinchazón en las piernas...
MARCIAL ¿Haréis que la vea?
GAITANA                              Ítem.
En la paletilla izquierda...
MARCIAL ¿Haréis que la vea?
GAITANA                               Ayer
le prometí unas candelas
al Santo Cristo de Rivas.
Pero...
MARCIAL              ¿Haréis que la vea?
GAITANA No lo he podido cumplir...
La soldada es tan pequeña...
MARCIAL ¡Oh! Tomad.
GAITANA                     Bien se os conoce
que sois hidalgo en la muestra.
MARCIAL ¿Dónde vivís?
GAITANA                      Nos mudamos
hoy mismo.
MARCIAL                     ¿Dónde?
GAITANA                                    Muy cerca
de aquí. A la calle del Niño,
número cuatro.
MARCIAL                           ¿Certeza
tienes de no ir a otra casa?
GAITANA Sí, porque don Luis la Cerda,
duque de Medinaceli,
de quien mi señora es deuda
a lo lejos, se ha empeñado
en que tiene que ser esa
nuestra morada.
MARCIAL                           ¿Y por qué?
GAITANA Como es ya viejo, chochea.
MARCIAL El propietario es mi amigo.
GAITANA Para hablarle en la meseta
está esperando mi ama.
MARCIAL Aunque no la hable, he de verla. (Vase.)
GAITANA Buena es la bolsa: el hidalgo
es hombre de buenas prendas.
Si logro juntar un dote,
con las tocas no me entierran.
      
Escena VIII
DOÑA GAITANA y QUEVEDO, rasgando un papel.
QUEVEDO Está visto, estoy sin musa;
no puedo hacer una décima.
Ese imbécil don Andrés
con traerme esas ideas,
de mi sueño, me ha llenado
el corazón de tristeza.
¡Qué loco soy! Yo, filósofo
casi escéptico, poeta,
triste estar, como un alférez
cuando no ve una mozuela.
No, yo quiero estar alegre,
si a todo el infierno pesa.
GAITANA ¡Jesús!
QUEVEDO            María y José.
GAITANA Pater noster.
QUEVEDO                        Gratia plena.
GAITANA Mucho reniega el hidalgo.
QUEVEDO Mucho se espanta la dueña.
GAITANA Soy cristiana vieja.
QUEVEDO                                Y tanto,
que no negarais lo vieja,
aunque por bula del Papa
os confirmase la iglesia.
GAITANA No crea que son los años
los que de aquesta manera
me han puesto, sino el ayuno,
el cilicio, la leyenda...
QUEVEDO El ayuno, sobre todo,
os puso como la cera.
GAITANA Dejad las burlas. Sois el
dueño de una casa nueva,
calle del Niño... que allí,
no el nombre y sí la vivienda
supimos del propietario.
QUEVEDO Yo soy.
GAITANA                Hablaros desea
la señora de Cetina,
doña Esperanza, mi dueña.
Licencia de veros pide.
QUEVEDO Llevadla, pues, la licencia.
GAITANA Qué antojos. (Fisgándole los anteojos.)
QUEVEDO                       Como los vuestros
se me antojaron, morena.
GAITANA ¡Gran Dios qué pie! ¿Quién os calza?
(Viéndole el pie.)
QUEVEDO El barbero que os afeita,
GAITANA No me injurie, que soy noble.
QUEVEDO Bienes raíces dan nobleza,
y bueno es que tenga barbas
noble que no tiene muelas.
GAITANA ¿Y él qué sabe?
QUEVEDO                           Lo supongo
sin entrar en la caverna.
GAITANA Pues al adonis, jurara,
que no ha encontrado en la tierra
una mujer que prendar
teniendo tan buenas prendas.
QUEVEDO Es verdad; hasta las momias
en decírmelo se empeñan...
Peores que las mujeres
son todavía las viejas.
      
Escena IX
DOÑA ESPERANZA, DOÑA GAITANA, QUEVEDO.
ESPERANZA ¿Es aquel?
GAITANA                   Sí, allí está
aguardándoos: más os fío
que muy caro os pedirá,
pues tiene más de judío
que no de casero. (Vase.)
      
Escena X
DOÑA ESPERANZA, QUEVEDO.
QUEVEDO (Conteniendo un grito al verla.) ¡Ah!
Es que la finge mi estrella! (Ap.)
ESPER. La casa número cuatro,
calle del Niño...
QUEVEDO                            Qué bella. (Ap.)
ESPER. Es vuestra...
QUEVEDO                      ¡Dios mío! ¡Es ella! (Ap.)
¡Es ella, la que idolatro!
ESPER. Vivo en casa de posada,
la primera que encontré
a Madrid recién llegada:
me disgusta: aposentada
en la vuestra quedaré,
si el precio...
QUEVEDO                       Haced mas aprecio
de mí, y calculad, por Dios,
que fuera al fijarle necio;
pagáisla a muy alto precio
con solo habítarla vos.
Siempre hallareis, noche y día,
casa y dueño a vuestros pies.
ESPER. ¡Extremada cortesía!
QUEVEDO No quita, señora mía,
lo casero a lo cortés.
Aunque vocinglera fama
me señala con el dedo
y por descortés me aclama,
siempre honrar supo a una dama
don Francisco de Quevedo.
ESPER. ¡Vos Quevedo!
QUEVEDO                         ¿Qué os extraña,
señora mía?
ESPER.                     Me daña
después de haberos hablado,
el no haber adivinado
a la lumbrera de España.
QUEVEDO Amabilidad...
ESPER.                       Justicia.
QUEVEDO Pues no dice eso la gente:
la malicia me desquicia.
ESPER. ¿Y quién cree a la malicia,
si todos saben que miente?
Vuestras poesías, llenas
de filosofía y galas,
dan al que censura penas;
y aunque diga,que son malas,
harto siente que son buenas.
A ese enjambre, que se aleja
si a luchar se le provoca,
compadecerle vos toca.
QUEVEDO ¡Qué bueno es Dios, que oír me deja (Ap.)
las palabras de su boca!
ESPER. Niña a la corte llegué
y al pueblo donde nací
adolescente torné;
por lo que de vos leí
adivinaros pensé.
Vuestras obras celebradas
a mi retiro llegaron,
deleitando mis veladas;
a las vuestras apegadas
mis ideas se quedaron.
Pienso lo que vos pensáis,
quiero lo que vos queréis,
odio lo que vos odiáis,
y casi orgullo me dais
por lo mucho que valéis.
Y hoy que conozco al poeta
que alcanza gloriosa fama,
alcanzo dicha completa.
QUEVEDO Yo más, mirando una dama
tan hermosa y tan discreta.
ESPER. Quevedo, por compasión,
aunque por galán convenio
me concedais discreción,
¿qué fuera, junto al ingenio
de tan preclaro varón?
Feliz tan solo sería
quien vuestro saber tuviera.
QUEVEDO Ojalá, señora mía,
trocar mi saber pudiera
por ser feliz sólo un día.
ESPER. ¿Jamás lo fuisteis?
QUEVEDO                               ¡Jamás!
La dicha de los demás
viendo, sin dicha he vivido,
o mi mayor dicha ha sido
la indiferencia quizás.
En la soledad nutrí
el corazón...
ESPER. ¡Oh! ¡Me espanto!
¿Y no habéis llorado?
QUEVEDO                                    Sí;
pero aunque he llorado tanto,
¿quién ha de ver llanto en mí?
Lágrimas de eterno duelo,
que vierte el alma sin calma
en su amargo desconsuelo;
como son hijas del alma,
solo las comprende el cielo.
Y encontrándome enojoso
con mi eterno heraclitismo,
para mi propio reposo
me propuse ser chistoso
y divertirme a mí mismo.
Con mi humor siempre chancero,
engaño mi mal vivir:
que si pienso un día entero
en mis tristezas, me muero,
y no me quiero morir.
Mas recurso no me queda
que embriagarme en mi alegría,
y hasta que me llegue el día
pensar lo que menos pueda.
Ésta es mi filosofía.
ESPER. Nunca de ella os sacarán,
y de las dichas en pos
mitigaréis ese afán.
¿Tuvisteis amigos?
QUEVEDO                              Dos.
Miguel Cervantes y Adán.
De entrambos he sido hermano;
del uno no hay mauseolo
do lleve una flor mi mano:
el otro es ya muy anciano:
pronto me quedaré solo.
ESPER. Tenéis fama...
QUEVEDO                          No me esponja.
ESPER. Y valor...
QUEVEDO                    No es prenda rara.
ESPER. Y admiraciones...
QUEVEDO                               Lisonja.
ESPER. Tenéis una hermana...
QUEVEDO                                      Es monja.
ESPER. Y tal vez...
QUEVEDO                     Vedme la cara. (Pausa.)
¿Calláis?... ¡Mejor es callar!
ESPER. Ofendile sin querer... (Ap.)
Mi yerro sabré enmendar.
QUEVEDO Aunque no me pueda amar, (Ap.)
yo al menos la podré ver.
ESPER. Huérfana y mayor de edad,
dueña de mi casa soy:
si algo vale mi amistad,
os la ofrezco desde hoy.
QUEVEDO ¡Oh! ¡Quanta felicidad! (Ap.)
Siempre en mí la de Cetina (Alto.)
verá un amigo sincero.
ESPER. Sois quien sois, y se adivina. (Saludando)
Extremado es el casero. (Ap.)
QUEVEDO Me enloquece la inquilina. (Ap.)
      
Escena XI
QUEVEDO Vamos a cuentas, Quevedo,
ahora que te encuentras solo:
¿es que el cielo te sonríe,
o que tienta el demonio?
¡La he visto! ¡He sido feliz
mirando su bello rostro!
Pero enseñándola el mío
habrela causado enojos...
Es un ángel... mas el ángel
¿no pudiera como otros
en el arenal del mundo
manchar las alas de polvo?...
¿No me han de dar todos celos,
siendo más galanes todos?
Dejar de verla, imposible...
Verla mucho peligroso...
¡Qué hacer!...¿Qué hacer? No pensar,
que voy a volverme loco.
      
Escena XII
QUEVEDO, GINÉS con una carta.
QUEVEDO ¿Qué ocurre, Ginés?
                                Señor,
un hombre con el embozo
recatando el rostro, diome
esto para vos, y próximo
a la esquina, dio a correr. (Vase.)
      
Escena XIII
QUEVEDO Es de Adán... El lema rompo.
«Estáis perdido, Quevedo. (Leyendo.)
Por pluralidad de votos
se opina que es contra el dogma
la Sátira al Matrimonio;
de la comedia se dice
que es herética en el fondo,
y a vos os echan la culpa,
pues dicen que don Antonio
Mendoza, como es casado,
no escribiera de ese modo.
Él por marido se libra:
haced, Quevedo, lo propio;
huiros será imposible,
porque os vigilan cien ojos.
Casaos, que no hay mas medio
de librar que el que os propongo.
Me he encargado de prenderos;
con mi persona respondo
de la vuestra; iré a las tres:
o sed marido, o sed prófugo.»
¿Será esto providencial? (Declamando.)
Cuando me creía solo,
se aparece en mi camino...
Un grave peligro corro,
según Adán... ¡Oh! Si ella...
¡Deliro!
      
Escena XIV
QUEVEDO, DON ANDRÉS.
ANDRÉS                 ¡Soy venturoso!
Va a vivir a vuestra casa
la mujer a quien adoro...
según me ha dicho la dueña
en esta calle hace poco.
De la habitación estaba
dándole señas a un mozo.
Porque me quiera, a su ama
esta noche un susto gordo
la he de dar. Gracias, Quevedo. (Vase.)
QUEVEDO ¡Está visto, soy un topo!
Pero ella, ¿cómo es posible
que se enamore de un tonto?
      
Escena XV
QUEVEDO, DON MARCIAL.
MARCIAL Don Francisco, soy feliz;
soy muy feliz...
QUEVEDO                         Este es otro. (Ap.)
MARCIAL La que amo es vuestra inquilina...
¡Ya veréis cómo me porto!
Ya tengo inventado el riesgo,
y la salvación, y todo...
Si no me quiere esta noche,
por la mañana me ahorco. (Vase.)
      
Escena XVI
QUEVEDO ¿Y qué haces tú aquí, Quevedo?
Cobra tus brios de mozo,
pues lo pide el Santo Oficio,
y Adán de la Parra, y todos...
y tu corazón también,
¡que la adora, pobre loco!
¡Oh! Si mi ingenio pudiera
hacer olvidar mi rostro.
¿No se atreven esos necios?
¿Por qué yo he de ser tan corto?
¡Sí! Lucharé, lucharé.
Los tontos no son mis prójimos.
Ellos son hombres al agua;
pero yo soy hombre al horno,
si antes de las tres no cierro
con el santo matrimonio.
¡Maridos! Con mi atrición
todas mis letrillas borro...
«Muchachas, todo me caso.
Niñas, todo me desposo» (3)
FIN DEL ACTO PRIMERO.

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