Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Acto tercero



                                          
La misma decoración del acto primero. Luz en la escena.
      
Escena primera
DOÑA ESPERANZA, MATEO.
ESPER. ¿Y ahora hablaréis?
MATEO                                   Sí, señora;
porque ahora nos encontramos
en lugar seguro, y yo
he cumplido con mi encargo.
ESPER. En el nombre de Quevedo,
me juraron vuestros labios
que peligraba mi honra
si no os seguía: bajamos,
y conducisme en mi silla
aquí, en donde os reclamo
la palabra que me disteis
de hacer a mis ojos claro
el negro plan encubierto,
que hacía a mi honor agravios.
MATEO Empiezo, pues. Yo, señora,
me llamo Mateo Cano,
y fui soldado en Italia
con el de Alva, tres años.
Con justicia o sin justicia
gané fama de bizarro,
y por esta cualidad,
me estimaban los hidalgos.
Sobre todos don Francisco,
que es de valientes dechado.
Una vez por una moza,
las mozas eran mi flaco,
me trabé con un sargento
de palabras, y villano
me da un bofeton: entonces,
ciego de coraje, parto
y le hiero, y a no hallarse
muy a punto un cirujano,
que le curó muy a punto,
me paga el bofetón caro.
Me Prenden y me sentencian
a ser arcabuceado;
pero don Francisco, que era
del duque, no amigo, hermano
logró mi perdón del duque,
a fuerza de suplicarlo.
A no ser por él hubiera,
muerto, sin darme un abrazo
mi madre, una pobre vieja,
que rezaba más que un santo,
y que he hecho llorar más agua
que vino he bebido en jarro.
¡Pobre madre! Murió a poco
tiempo que me licenciaron,
y al darme el último beso,
apretándome la mano,
dijo: «A Quevedo le debo
la última dicha que alcanzo.»
Yo lloraba como un chico,
y aun hoy lloro al recordarlo.
¿Pero vos también, señora?
ESPER. Proseguid.
MATEO                    Pasaron años:
mi oficio de tejedor
no me bastaba a mi gasto,
y siguiendo unos consejos,
no sé si buenos o malos,
contando con mi bravura
y unido con unos cuantos,
me dediqué honradamente
a ser defensor de hidalgos.
Me encomiendan sus negocios;
siempre cara a cara ataco;
según la causa y el precio,
pego de corte o de plano;
si pierdo, callo y me curo,
y si gano, bebo y callo.
Don Andrés de Barrizales,
y que es muy buen parroquiano,
me encargó que os diera un susto,
a cuchilladas entrando
para que la gente os viera
desmayada y en sus brazos
esta noche.
ESPER.                      Tal infamia...
MATEO Me habéis dicho que hable claro.
Allá fui; pero no bien
abrimos la puerta, cuando
un hombre contra nosotros
a mandobles se abre paso.
¡Alzo mi acero, y por Dios,
que si a soltar llego el tajo,
me arranco después yo mismo
el corazón a pedazos!
Es Quevedo; me conoce,
y al camarín señalando
en que estabais vos, señora,
«sálvala», dice; «yo parto
a impedir que don Andrés
y don Marcial hagan daño.
Aquí no se halla segura;
en mi casa ponla en salvo.»
Yo no sé si sois su deuda,
o si otro afecto más santo
a defenderos le guía,
yo obedecí su mandato.
Ahora permitid que os deje.
Ese, señora, es el cuarto:
tal vez en este momento
necesite de mi amparo.
Adiós, señora. (Vase.)
ESPER.                          Él os guíe.
¡Qué es lo que me está pasando!
      
Escena II
DOÑA ESPERANZA Mujer y sola a la corte
venir, fue imprudente paso:
harto en mi niñez un día
me lo dijo un desengaño;
le olvido, y vuelve, y me asedian
dos mancebos, confiados
en hallarme sin marido,
deudo, valedor ni hermano;
pero ¿cómo don Francisco
supo sus intentos bajos?
¿Por qué no me dio un aviso?
¿Por qué medio tan extraño
para librarme escogí?
Es misterio que no alcanzo
a penetrar... Y el billete
hoy por el duque firmado
tiene una intención tan doble...
Tiene un sentido tan vago...
«Ya conocéis a Quevedo, (Leyendo.)
quien con sus escritos sabios
os asombró; le habéis visto;
es bueno y es desgraciado:
si a la soledad y al tedio
se consiguiera arrancarlo,
si una dulce compañera
con su tiernísimo halago
de la injusticia del mundo
le compensara los daños,
tal vez diera fruto opimo,
en vez de secarse el árbol.
A ser así, con qué gozo
firmaría yo el contrato
entre una noble señora
y entre un varón tan preclaro.
Don Luis Lacerda.» Él la casa
me buscó, y al propietario
dijo que viera, y Quevedo
al verme estaba turbado...
Acaso amor... ¡Imposible!
No se ama en un día tanto,
y él es la primera vez
que me ha visto; sin embargo,
a pesar mío, yo siento
que pienso en él demasiado.
Recuerdo como en un sueño
sus facciones. ¡Cielos santos!
Sería... ¡Imposible! ¡No!
¡Es locura imaginarlo!
Esperaré a que él aclare
el misterio... Siento pasos...
Hay llave por dentro... ¡Sí!
¡En seguridad aguardo!
(Se entra en el cuarto de la derecha, cerrando la puerta, hasta que indique que debe volver a la escena.)
      
Escena III
ADÁN y DOÑA ESPERANZA.
ADÁN Cierra la puerta... Quevedo,
abrid: soy yo, vuestro hermano...
Adán de la Parra. ¿Fuisteis
a ver al rey a palacio?...
Mirad que el riesgo se aumenta,
pues jugáis la vida... ¡Vamos!
¡¡Abridme!!...
ESPER.                          ¿Qué estáis diciendo?
Quevedo...
ADÁN                    ¡Jesús!
ESPER.                                  Calmaos.
Sé que vuestras almas une
la amistad con tierno lazo,
y de algún riesgo sin duda
te preveníais... Fiaros
podéis de mí, que deudora
le soy del favor más alto.
ADÁN El rostro es del alma espejo,
señora, dice el adagio,
y vos la tenéis hermosa;
no puede a tan puros labios
asomar una mentira,
que perdiera a un hombre honrado.
(Tengo que ir al Tribunal;
ya me estarán aguardando.)
Si a Quevedo veis, decidle
que no pierda tiempo en vano,
que suceda lo que quiera
en mi casa he de ocultarlo.
Aunque yo pierda la vida,
¿qué me importa, si le salvo?
Yo mi libertad lo debo,
y en esto una deuda pago.
ESPER. ¿Vos también? Adonde quiera
que ese hombre lleva sus pasos,
siembra el bien... ¡Oh! Si pudiese
a mi vez servirle en algo...
ADÁN ¿Sois casada?...
ESPER.                            Esa pregunta...
ADÁN Esa pregunta es del caso,
pues si no lo sois, podéis
salvarle.
ESPER.               ¿Cómo?
ADÁN                              Casándoos
con él.
ESPER.              ¿Qué peligro corre
de no hacerlo?
ADÁN                        Ser tostado
o no ver la luz del sol,
al menos por muchos años.
ESPER. ¡Él! ¿Y por qué?
ADÁN                              En una sátira
que a escribir le tentó el diablo,
el matrimonio pintó
con los colores mas malos.
En una comedia luego
vino a remachar el clavo:
hablose mucho en la corte;
y cierta noche, en su cuarto,
cierta condesa-duquesa
propuso, en chanza, casarlo
o achicharrarle soltero,
si desoía el mandato.
A Quevedo en un billete
se lo indicó: él no hizo caso,
y, en chanza, envió sus escritos,
al Santo Oficio, encargando
que se examinase bien,
si eran para el dogma un cáustico.
Y como por complacer
a la esposa del privado,
aun en chanza, se quemara,
no, digo a Quevedo, a un santo,
no se admite otro mentís
a sus escritos que el lazo,
de himeneo. De prenderlo
estoy ya mismo encargado:
si no es marido a las tres,
es prisionero a las cuatro.
Ya veis su apuro, señora;
dadle, por Dios, vuestra mano:
sois hemosa, ya lo veo;
él es feo, pero en cambio
debajo de la ropilla
tiene un corazón muy guapo.
Le sois de un favor deudora,
me dijisteis, pues pagádselo,
tiene regular hacienda...
¿Qué sentís?
ESPER.                       Un desengaño.
ADÁN Quevedo es un sabio...
ESPER.                                         Sí,
un sabio, y no más que un sabio.
ADÁN Pero, vos...
ESPER.                     Yo le diré
puntualmente vuestro encargo.
ADÁN Pero...
              En el tribunal
ESPER. os estarán aguardando.
ADÁN Pero...
ESPER.              Callad ya: ¿no veis
que me estáis haciendo daño?
ADÁN Yo, señora, si...
ESPER.                           Id con Dios.
ADÁN (¡Si habré hecho mal, cielo santo!)
      
Escena IV
DOÑA ESPERANZA Quien su mano conducía
no era el amor, era el miedo:
¡apenas creerlo puedo,
yo, que tan alto veía
a don Francisco Quevedo!
El que de su inspiración
soltando el rico raudal
enaltece el corazón,
tiene miedo al tribunal
de la Santa Inquisición.
Y en vez de amante, advertida
en mí fija la mirada
porque peligra su vida,
y me busca agradecida
para encontrarme obligada.
Todo era ficción, ficción,
y yo inmutarse le vi,
y escuché la conmoción
de aquella voz... ¡Ay de mí!,
¡que llegaba al corazón!
¡El corazón... desvarío!
Esa fuente de pasión
pronto la seca el estío.
¿Dónde hallar un corazón
como este corazón mío?
Aunque tristezas me das,
decir con orgullo puedo,
sintiendo que entero estás:
-Corazón, tú vales más
que el corazón de Quevedo.
      
Escena V
DOÑA ESPERANZA, DOÑA GAITANA.
ESPER. ¡Quevedo!
GAITANA                    Quevedo es
el hombre más ruin...
ESPER.                                   ¡Gaitana!,
tú aquí.
GAITANA                  Buscándoos.
ESPER.                                        ¿Sabias
en dónde encontrarme?
GAITANA                                      ¡Vaya!
¿No os trajo aquí don Marcial
libertándoos de las garras
de don Andrés?
ESPER.                           ¿Eso sabes?
(¿Me habrá vendido?)
GAITANA                                     Y venganza
vengo a buscar de Quevedo.
ESPER. (¡Siempre ese nombre!)
GAITANA                                        Canalla
como Quevedo...
ESPER.                                   (¡Otra vez!...
¿Hizo alguna acción liviana?
GAITANA Liviano es él y asadura,
y también la desollada
que le echó al mundo. ¡Dios mío!,
perdonadme si... Ave gratia...
plena...
ESPER.                 Pero en fin, ¡qué es ello?
GAITANA ¿Qué es ello? Menos que nada.
Os lo voy a referir
con todas sus circunstancias
agravantes. El bandido
(que así le fría la santa
Inquisición, con manteca
de ahorcado, antes de la pascua),
sin saber cómo o por dónde
estaba dentro de casa.
Le pregunto, me contesta
con muy melosas palabras;
pero de pronto catad
que me arremete a puñadas,
vis aut metus, como dicen
en la Instituta Romana;
y con sus dedos sacrílegos
la toca me desencaja,
y me despoja del manto,
y en fin, virgo predicanda,
iba a dejarme lo mismo
que la primera mañana
en que por parir mi madre
vine a este valle de lágrimas.
Ítem pellizcando el hombro
¡ay Dios!, que desnudo estaba,
«chilla, bruja,» me decía,
hija de una salamandra.»
A una ilustre señora
de tan ilustre prosapia.
Y delante de mí, ¡oh témpora!,
se mete dentro mi saya,
se reboza con mi manto,
por la escalera se escapa,
y me deja en el pasillo
con pudor y con enaguas.
ESPER. ¿Y después?
GAITANA                       Todo en silencio,
yo recorriendo la casa,
sólo encontré al rodrigón
escondido en una cámara.
Me visto y vengo a buscaros,
que aquí don Marcial se halla,
y protegerá a la dueña
como ha protegido al ama.
Y aquí ha de volver Quevedo,
y me ha de volver intacta
toda mi honra.
MARCIAL (Dentro.) ¡Mil tajos!...
GAITANA Ya está ahí don Marcial. ¡Venganza!
ESPER. Yo sé lo que hacer me toca:
venid conmigo a esa estancia.
GAITANA Pero... señora...
ESPER.                             Venid.
GAITANA Pero...
ESPER.                 Yo soy quien lo manda.
      
Escena VI
DON MARCIAL y DON ANDRÉS, conduciendo la silla.
MARCIAL Huyendo las rondas, tardo
en llegar una hora entera,
y además en la escalera
a poco vuelca Leonardo.
Signos son de mal agüero;
pero ya una vez aquí...
Vuelve a ese cuarto... Así...
Voy a darte tu dinero.
(Entran la silla en el cuarto de la izquierda, y DON MARCIAL se guarda la llave.)
MARCIAL Pues en asunto tan grave
me has servido, te lo aprecio
de este modo.
ANDRÉS                         Es corto el precio.
MARCIAL ¿Qué precio pones?
ANDRÉS                                   La llave.
MARCIAL ¿La llave, dices?
ANDRÉS                             Sí tal.
MARCIAL ¿Sabes con quién hablas?
ANDRÉS                                          Pues;
pero vos no.
MARCIAL                        ¡Don Andrés!
ANDRÉS ¿Qué os sorprende, don Marcial?
La guerra era nuestra enseña,
y ambos de ella hemos usado.
MARCIAL ¿Me ganasteis el criado?
ANDRÉS Lo mismo que vos la dueña;
y pues estáis obstinado,
juguemos en la partida
por esa llave la vida;
prosiga el lance empezado.
MARCIAL Jamás un Pacheco cede.
Desenvainad sin demora.
(Aparece QUEVEDO en la ventana de la izquierda.)
ANDRÉS Aquí no, que a esa señora
comprometérsela puede.
MARCIAL Mirado sois.
ANDRÉS                       Ya lo veis.
La noche en sus sombras crece;
bueno el Prado me parece
a esta hora.
MARCIAL                    Como gustéis.
ANDRÉS (Allí está Mateo, y basta.)
(Vanse, cerrando la puerta del foro.)
      
Escena VII
QUEVEDO (En la ventana.)
Norabuena: si se baten,
aunque ambos a dos se maten,
no se ha de acabar la casta.
Sáqueme el Señor al fin
mejor en esta jornada
que al galán de la posada
y al galán de San Martín.
Desciendo: Dios sea conmigo.
      
Escena VIII
Mientras QUEVEDO baja, aparecen en la puerta derecha DOÑA ESPERANZA y DOÑA GAITANA.
ESPER. Para obtener mi perdón
Ya sabes la condición. (Vase.)
GAITANA Sí, ya... (Soberbio castigo.
Él es.)
QUEVEDO              Si en vez de reproches
(Acabando de bajar.)
ese ángel me da consuelo,
si yo en sus ojos de cielo
logro leer... (DOÑA GAITANA mata la luz.)
                     Buenas noches.
GAITANA (Estando a oscuras es fácil
que se le pueda engañar
fingiendo la voz.)
QUEVEDO                              (¡Qué es esto!
Tal vez un lazo...) ¡Quién va!
GAITANA Quien os ama, y por vos teme
con la más tierna ansiedad.
QUEVEDO ¿Quién me ama?
GAITANA                             (Si por marido
logro pescar al galán,
al Santo Cristo de Burgos
ofrezco un cirio pascual.)
QUEVEDO ¿Y quién es la que a buscarme
viene así en la oscuridad?
¿Eres Silfa, que en mis sueños
formó mi bello ideal,
o Bruja, que en una escoba
montada al sábado va?
GAITANA Soy, Quevedo, una señora,
que arriesga su honestidad
para venir a deciros,
que os quieren vivo tostar
por herético a las tres,
si a las cuatro no os casáis.
QUEVEDO Atrasada es la noticia:
mas ¿con quién me he de casar?
GAITANA Nuestro corazón, Quevedo,
es bueno, noble...
QUEVEDO                               Si tal
una mujer me dijera...
GAITANA ¿Pues no os lo digo yo?
QUEVEDO                                     ¡Ya!
Pero no hay luz... Vuestra mano...
(Tomándola.)
¡Vade retro! ¡Satanás!
Te conocí, vieja bruja,
hija del mismo Belial.
GAITANA Yo soy, que os vengo mi fe
a ofrecer...
QUEVEDO                      Mujer falaz,
si es tu cara de estameña
lo mismo que tu sayal,
si tienes los ojos verdes
como las lechuzas...
GAITANA                                  ¡Bah!
si yo os ofrezco mi fe.
QUEVEDO Y también tu fe-aldad.
GAITANA La Inquisición, don Francisco,
mañana me vengará.
QUEVEDO ¡Que me tuesten! Lo prefiero
a no casarme con tal
harpía, que con azufre
rebozada ha tiempo está,
y la emplumaron diez veces
por zurcidora...
GAITANA                            Callad,
lengua de escorpión.
      
Escena IX
DICHOS y DOÑA ESPERANZA, con luz.
ESPER.                                     ¡Qué es esto!
¿Qué son tales voces?...
QUEVEDO                                     ¡Ah!
¿Qué han de ser, señora mía?
Un diablo descomunal,
que armado de saya en tocas,
se vino el alma a llevar.
¿Quién te contó mi desdicha?
ESPER. Yo.
QUEVEDO            ¡Vos, señora!
ESPER. (A GAITANA.) Marchad.
      
Escena X
DOÑA ESPERANZA, QUEVEDO.
QUEVEDO Cómo sabéis, señora...
ESPER.                                       Vuestro amigo
Juan Adán de la Parra, hace un momento
se confió conmigo.
¡Una proposición con que me ha honrado
de casarme con vos!... No es admisible;
casarme sin amor nunca he pensado.
QUEVEDO Más que un amigo tonto, es preferible,
señora, un enemigo encarnizado.
ESPER. Pero yo agradecida
al que por defenderme así se empeña,
busco la dueña, ofrézcole la vida...
QUEVEDO ¡Y me ofrecéis la vida... con la dueña!
ESPER. ¿No la admitís?
QUEVEDO                           No a fe: no tiene encanto
para el que en triste soledad vejeta
esa vida, que todos aman tanto...
No es este mundo el mundo del poeta.
Yo nada soy, señora; nada puedo
por mi suerte funesta.
Al perderos a vos nada me resta.
ESPER. ¿Nada es la gloria para vos, Quevedo?...
QUEVEDO ¿Qué es esa pobre gloria tan nombrada
al que tras su laurel no ve, señora,
ni el beso de la boca enamorada,
ni la luz de los ojos en que adora?
Triste trofeo de la triste historia
de un triste, a quien viviendo hicieron trizas.
Y cuando el infeliz alcanza gloria,
no quedan de su cuerpo ni aun cenizas.
No me cuido por cierto
de mis dichas aquí... después de muerto.
Yo solamente en vuestro amor vivía.
ESPER. Tal me amáis desde hoy... ¿Quién lo diría?
¿Tanto el amor de pronto os enajena?
QUEVEDO ¡Os burláis!... ¡Feliz vos!... Solo el que quiere
con toda el alma, sabe la honda pena
de un pobre corazón, que amando muere.
ESPER. Basta de fingimiento: me es notoria
la historia de ese amor... tan verdadero,
y al duque le diríais otra historia.
QUEVEDO Al duque...
ESPER.                       Ved su carta, caballero.
QUEVEDO (Después de leer rápidamente la carta.)
No consiento que así manchéis su gloria.
Oid ahora lo que sólo un día,
que nunca llegará (vos lo habéis dicho),
salir debiera de la boca mía.
Una niña gentil, rosa temprana,
que apenas entreabría
su casto broche al sol de la mañana,
con su aromada esencia
supo embriagar el alma enamorada:
desde que vi la luz de su mirada,
hace años, es la luz de mi existencia.
Única flor con que bordó el destino
el ardiente arenal de mi camino...
ahora que veis que lloro,
decidme si es que miento o que la adoro.
Una vez en el templo, un hombre osado,
por un error que le costó la vida,
tocó aquel bello rostro tan preciado
con su mano atrevida.
Al sacrílego ultraje
del templo le saqué: cruza el acero,
y ciego de coraje
junto a la casa del Señor le hiero.
ESPER. ¡Eráis vos!
QUEVEDO                     Emigré: pasaron años,
años, sin ver la lui por quien existo.
No me importa: bien vale haberla visto
el sufrir tan amargos desengaños.
ESPER. Pero ahora la encontráis...
QUEVEDO                                         Es cierto. Ahora
no consiento que el duque nada pierda
en vuestra estimación: don Luis la Cerda,
es mi amigo y no más. Adiós, señora.
ESPER. Quevedo, detened: el alma mía
se negaba a creer que en vos pudiera
caber miedo o falsía.
Yo también en mis sueños me forjaba
un sublime ideal, y hoy decir puedo,
que antes de conoceros os amaba.
QUEVEDO Vos, Esperanza, vos...
ESPER.                                      Si..., yo..,. Quevedo.
QUEVEDO Háblame, ilusión mía,
mírame, que te quiero estar mirando:
mírame más aun... más todavía:
si este es un sueño, oh Dios muera soñando.
El despertar después... me mataría.
ESPER. No es sueño.
QUEVEDO                       ¿Es realidad? ¿O es desvarío?
Para ser tan feliz, Señor, ¿qué he hecho?
Se quiere el corazón saltar del pecho.
¡Me va el gozo a matar!... ¡Llanto! ¡Dios mío!
      
Escena última
DICHOS, DON ANDRÉS, DON MARCIAL, CORCHETES, DOÑA GAITANA, ADÁN, dentro.
ADÁN Abrid.
MARCIAL            A hacerlo voy yo,
que tengo llave.
GAITANA                            ¡Qué ruido!...
(Se abre la puerta.)
ADÁN Quevedo, sabed que...
ESPER.                                       No
prosigáis; es mi marido.
ADÁN ¿Si? Quitaos de delante. (A los CORCHETES que
se van.)
ESPER.                 Si me ama...
QUEVEDO                                       ¡Oh, dicha completa!
ESPER. La que le admiró poeta,
lo sabrá adorar amante.
QUEVEDO Ángel de luz, tú verás
si basta a pagarte hoy
toda el alma que te doy,
la ventura que me das.
ANDRÉS ¡Marido!
QUEVEDO                     Ya es ocasión
que pongáis la carantoña,
porque me caso con doña
Esperanza de Aragón.
MARCIAL Nos veníamos aquí
sin trabar la lucha fiera,
para que ella eligiera...
QUEVEDO Justo: y me ha elegido a mí.
ADÁN Pero no cerrasteis. (A D. MARCIAL.)
MARCIAL                                  Pues.
ANDRÉS ¡Si será brujo!
QUEVEDO                         ¡Tal cual!
ANDRÉS ¡Lucido estáis, don Marcial!
MARCIAL Igual que vos, don Andrés.
QUEVEDO Al cabo logré mi afán.
ADÁN Pues todo este beneficio
le debéis al Santo Oficio.
QUEVEDO De estas habrá pocas, Juan.
Y pues que de mi boda
se acerca el día,
canto a los matrimonios
en seguidillas,
metro de baile,
que pueden castañuelas
acompañarle.
En el mar de la vida
náufrago el hombre,
es la mujer la barca
donde se acoge,
y allí reposa
durmiendo al son del ruido
que hacen las olas.
Y unas veces le lleva
a puerto amigo,
y otras veces navega
sin rumbo fijo;
y aún otras varias,
si la barca no es buena,
suele hacer agua.
El que lo advierta a tiempo
ponga reparos,
el que sea inadvertido
que deje el casco.
Y el que no quiera
correr riesgo en el agua,
que ande por tierra.
Y yo que en Esperanza
pongo la mía,
de mi Esperanza espero
lograr la dicha.
Por sus luceros
modelo de maridos
será Quevedo.
FIN DE LA COMEDIA.

Arriba