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La bola de nieve

Manuel Tamayo y Baus



Drama en tres actos

     Pepa y Andrés queridísimos: Al colocar vuestros nombres al frente de esta obra, doy prueba, aunque pequeña, del grande amor que os tiene mi corazón, porque sois mis hermanos y porque sois buenos. Recibidla pidiendo a Dios por el eterno descanso de nuestra virtuosa madre.

MANUEL.



REPARTO
en el estreno de la obra, representada el 12 de mayo de 1856, en el teatro del Príncipe, a beneficio de D. Joaquín Arjona.
PERSONAJES ACTORES
CLARA Doña Teodora Lamadrid.
MARÍA Doña María Rodríguez.
LA MARQUESA Doña Lorenza Campos.
JUANA Doña Cristina Ossorio.
FERNANDO Don Joaquín Arjona.
LUIS Don Julián Romea.
ANTONIO Don Victorino Tamayo.
PEDRO Don Fernando Ossorio.


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Acto primero



Comedor decorosamente amueblado en el carmen de la Marquesa. Mesa grande de comer en el centro. Otra mesa de té a la izquierda con algunos libros encima. Sillas, etc., etc. Puerta en el foro y otras dos a cada lado de la escena.
ESCENA PRIMERA
JUANA y PEDRO.
JUANA aparece poniendo la mesa para el almuerzo; PEDRO sale poco después por la puerta del foro con platos, copas, etc., etc.
JUANA. (Cantando.)
Cruzando el aire subía
un serafín a los cielos,
y al mirar a España, dijo:
«No subo, que aquí me quedo.»
PEDRO. Bendiga el cielo tu boca
bendiga el cielo tu sal.
JUANA. ¡Qué fino amanece el día!
PEDRO. Si me derrito al mirar
esos ojillos; si vales
más plata...
JUANA.                    ¿Y cuando te da
Por armar camorra?
PEDRO.                                  Son
los celos pícaros mal.
JUANA. Pues deja para los amos
tan graciosa enfermedad,
que a ti maldita la falta
que te hace.
PEDRO.                     Es natural
que uno cuide...
JUANA.                           Pues si ahora
ni aun tengo con quien hablar
metida aquí.
PEDRO.                      ¿No te gusta
vivir en el carmen?
JUANA.                                   ¡Ca!
A mí me gusta ver gente.
PEDRO. Por eso a Granada vas
todos los domingos y
demás fiestas de guardar.
JUANA. ¿Y qué?...
PEDRO.                  Nada.
JUANA.                            Pues confía
en tu mujer, y hazte más
favor a ti.
PEDRO.                  Ciertamente
que ya no soy un chaval;
pero aún tengo mucho aquel
y mucha gracia...
JUANA.                             Es verdad,
monono mío.
PEDRO.                      ¡Ay, Juanilla
de mis entrañas, qué par!
JUANA. Pues mira, ya que conoces
tu mérito personal
y mi virtud, no más celos,
o me las has de pagar.
PEDRO. ¿Cómo se entiende?...
JUANA.                                     Lo dicho.
PEDRO. (En tono de amenaza.)
Tengamos la fiesta en paz.
JUANA. (Burlándose.)
¡Qué miedo!
PEDRO.                     ¿Qué va que cojo
un buen garrote?...
JUANA.                                ¡Pues ya!
PEDRO. ¿Y sin más ni más te arrimo
una paliza?
JUANA.                    Cabal. (Cantando.)
Debajo de nuestra cama
hay unos zapatos blancos;
ni son tuyos ni son míos:
¿De quién son estos zapatos?
PEDRO. (Queriendo interrumpirla mientras canta.)
Vamos, calla... Bien sé yo
que mi Juana no es capaz
¡Eh, que aún duerme el señorito!
¡Eh, que a despertarle vas!
JUANA. Que se despierte; ya es hora.
PEDRO. Cierto; le voy a llamar,
que si no luego me riñe,
y hoy de fijo reñirá;
pero como anoche vino
tan tarde, era crueldad
quitarle el sueño tan pronto
como otros días.
JUANA. (Concluyendo de poner la mesa.)
                          Ya esta
puesta la mesa; por mí
cuando les dé la real...
PEDRO. Sí, ni en dos horas...
JUANA.                                 Entonces
de ellos la culpa será,
o de la Pepa, que guisa
con mucha solemnidad,
y si la pegan conmigo,
como por lo regular
sucede, vaya, ¡pues no
que no!, los sordos me oirán.
Sí, que la chica se muerde
la lengua... Y si estoy de más,
que lo digan. A mí nadie
me sitia por hambre; y no hay
aquí ninguna escritura
de por medio, y cada cual
es rey en su casa; y mientras
a una no le falte el pan...
PEDRO. Pero. mujer. ¿quién te ha dicho
que te vayas?
JUANA.                       Es igual;
por si lo dicen. Ya estoy
hasta los pelos.
PEDRO.                         ¡Qué afán!
JUANA. La señorita.
PEDRO.                     Y el otro
durmiendo. Vamos allá.
(Entrase por la puerta de la derecha.)
 
ESCENA II
JUANA Y CLARA. Esta sale por la puerta de la izquierda de primer término.
CLARA. Hola, Juana; buenos días.
JUANA. Muy buenos los tenga usted,
señorita.
CLARA.               ¿A qué hora vino
por fin?
JUANA.               Serían las tres.
CLARA. Le oí llamar. Y qué, ¿duerme
aún?
JUANA.         A cuerpo de rey.
CLARA. ¿Y Luis?
JUANA.                Hoy se ha levantado
con las gallinas. No sé
qué tiene: ello es que no cesa
de entrar y salir, y hacer
gestos, y hablar solo. A mí
me preguntó no sé qué,
respecto a la señorita
María; que ya es moler
tanto preguntar, y tanta
cosa, y tanto que si fue,
que si vino, y dale bola
que le darás, y otra vez
vuelta a lo mismo. Yo -claro-,
como quien oye llover
le oigo siempre, que ni soy
alguacil, ni me está bien
meterme en líos, ni quiero
rifar con la otra por él;
y que yo con mi marido
tengo bastante belén.
CLARA. ¡Oh!, calla.
JUANA.                    No sabe una
cómo se ha de componer.
Si no dice nada, malo;
si dice, malo también.
(Parece que le ha escocido:
que se rasque.)
CLARA.                          (¡Y no sabré!...)
 
ESCENA III
DICHAS y PEDRO. Este trae algunas prendas de vestir.
CLARA. ¿Qué llevas ahí?
PEDRO.                           La ropa
del señorito.
CLARA                      ¿De quién?
¿De Fernando?
PEDRO.                           Justo.
CLARA.                                     Dame.
PEDRO. Iba a limpiarla.
CLARA.                         Después
vuelve por ella.
PEDRO.                         Es que ahora...
CLARA. Idos.
PEDRO.         Pero...
CLARA.                    Obedeced.
JUANA. Ni que fuéramos esclavos.
CLARA. ¿Qué es eso?
PEDRO.                     Vamos, mujer.
(Vanse por la puerta de la izquierda de segundo término.)
ESCENA IV
CLARA, y a poco MARÍA.
CLARA. ¡Qué bueno que en los bolsillos
(Registrando los de la ropa.)
le encontrase algún papel,
alguna prenda!... No; nada:
lo que es en el frac... A ver
si en el pantalón...
MARÍA.                              ¿Clarita?
CLARA. (Me pilló. ¿Qué le diré?)
MARÍA. No me haces caso; algún día
te pese, Clara, tal vez
CLARA. (¡Qué gravedad!) ¿Y qué quieres
darme con eso a entender?
Explícate.
MARÍA.                   Fuera indigno
de ti tratar con doblez
a quien es casi tu hermana.
CLARA. ¿Fuera mejor darte pie
para que otro sermoncito
me encajes como el de ayer,
como el de todos los días?
No es tanta mi candidez.
MARÍA. Cuando ha dos años el cielo
con su invencible poder
me privó de aquella madre
que era mi único sostén,
la tuya me abrió las puertas
de su casa, donde hallé
nueva familia. Tu hermano
conmigo va a contraer
matrimonio, siendo él rico
y yo pobre. Como ves,
conozco mi deuda. En tanto
que mayor pago no os dé
aun a riesgo de enojarte
he de procurar tu bien.
Fernando te quiere.
CLARA.                                Sí;
como tú a Luis.
MARÍA.                           Pues a fe
que te quiere mucho entonces.
CLARA. Mi amor sí que es grande y fiel;
Luis sí que a ti te idolatra;
pero vosotros tenéis
un modo de amar tan raro
MARÍA. ¿Cómo te convenceré?
¡Qué ceguedad! Pues, que, ¿sólo
desconfiar es querer?
¿Qué logra tu hermano? Darme,
sin motivo alguno, cien
y cien pesadumbres, como
tú a Fernando. Bien se ve
que una misma sangre corre
por vuestras venas; y a ser
menos constantes nosotros,
pudiera tanta sandez.
llegar a cansarnos. Mira
que parece que queréis
en vez de haceros amar
haceros aborrecer.
CLARA. Eso; predica, predica.
MARÍA. Tu madre llama.
(Oyese una campanilla.)
CLARA.                           Pues ven:
Sin duda querrá vestirse,
que es tarde.
(Dirígense ambas hacia la puerta de la izquierda de primer término.)
ESCENA V
DICHAS y LUIS; éste sale por la puerta del foro.
LUIS.                        ¿Adónde corréis?
CLARA. Mamá está llamando.
MARÍA.                                     Luis...
(Acercándose a él cariñosamente.)
LUIS. ¿Qué se te ofrece? (Con sequedad.)
MARÍA.                              ¿Hoy también
sopla mal aire?
LUIS.                         (Chancitas...)
CLARA. ¿Vienes?
MARÍA.               (¿Qué podrá tener?)
(Vanse ambas por la puerta antes indicada.)
ESCENA VI
LUIS. ¡Válgame el cielo, qué noche!
Y no hay más; bien lo escuché.
Pero esto,¿qué significa?
¿No es una ridiculez
dar importancia a tal cosa?
Sin embargo, hacía un mes
lo menos que yo abrigaba
una duda tan cruel,
y lo de anoche, ¡qué diablos!,
por fuerza me ha de escocer.
De la criada ni jota
saqué en limpio. ¡Qué soez,
qué torpe! Y ella, si hay algo,
debe saberlo... Es mujer,
y quizá poniendo a prueba
su vanidad, lograré
que cante de plano, y luego
cargue con ella Luzbel.
ESCENA VII
LUIS y JUANA.
LUIS. ¿Eres tú?
JUANA.                Yo, que he venido
por esto. (Cogiendo la ropa de Fernando.)
LUIS. Escúchame.
JUANA.                    Escucho. (Acercándose a Luis.)
LUIS. ¿Sabes que me gustas mucho?
JUANA. Más le gusto a mi marido.
LUIS. Puedes estar engreída
con tu elección.
JUANA.                         Ya se ve:
para marido, el que dé
menos señales de vida.
Y que el pobre no sosiega
por mí; sólo que de pronto
le da por hacer el tonto.
Al fin, lo malo se pega. (Con intención.)
Y,¡pues!, con tal vecindad,
le cogió también la racha,
y tiene celos...
LUIS.                        ¡Muchacha!
JUANA. Toma. claro, la verdad.
Pero yo, aunque él se sofoque,
canto y río.
LUIS.                   ¡Ah, picaruela!
(Queriendo darle un abrazo.)
JUANA. (Retirándose bruscamente.)
Quieto, que no soy vihuela
para que nadie me toque.
LUIS. Vamos; no la eches de huraña.
JUANA. ¡Me gusta! ¿Y la señorita?
LUIS. Ya sólo verla me irrita:
bien sabes tú que me engaña.
JUANA. ¿Yo?...
LUIS.               Y callándolo has querido
evitarme un desconsuelo,
sin presumir... (Abrazándola.)
ANTONIO. (Presentándose en la puerta del foro.)
                        Yo me cuelo.
JUANA. (Rechazándole.)
¡Dale!
PEDRO. (Dentro.) Juana.
JUANA.                            ¡Mi marido!
(Despréndese de los brazos de LUIS y vase por la puerta del foro, dejando caer al suelo la ropa que antes había cogido.)
ANTONIO. ¡Hola!
LUIS. ¡          Animal!
(Empujando violentamente a PEDRO, que sale por la puerta de izquierda de segundo término.)
ESCENA VIII
ANTONIO y PEDRO.
PEDRO. (Llevándose las manos a la cabeza.)
                        ¡Qué empellón!
Por poco me hace caer.
ANTONIO. (Un abrazo a la mujer,
y al marido un coscorrón.)
PEDRO. Podía estarme esperando
la ropa. (Recogiéndola del suelo.)
ANTONIO.               ¡Calla! Luis era,
sí.
(Dirigiéndose hacia el sitio por donde se marchó Luis.)
PEDRO. ¿Qué se ofrece?
(Deteniéndole. Deja la ropa sobre la silla.)
ANTONIO.                           Quisiera
ver al punto a don Fernando.
PEDRO. Iré al momento a pasar
recado.
ANTONIO.             Bien.
PEDRO.                      (¡Que dolor!)
(Dirigiéndose hacia la puerta de la derecha de primer término.)
ANTONIO. Anuncie usted al doctor
don Antonio de Aguilar.
(Viendo que se detiene.)
PEDRO. Doctor, ¿eh?...(Yo estoy convulso.)
ANTONIO. ¿No va usted? (Impacientándose.)
PEDRO.                         Ya voy.
(Dirigiéndose de nuevo a la puerta indicada)
ANTONIO.                                     Creí... (Siéntase.)
PEDRO. Señor doctor...
(Después de haberse acercado a ANTONIO con algún empacho.)
ANTONIO.                              ¿Aún aquí?
PEDRO. ¿Quiere usted tomarme el pulso?
Contra esa maldita puerta...
ANTONIO. (¡Pobre hombre!)
PEDRO.                              Un golpe me he dado.
ANTONIO. Póngase usted, y es probado,
un emplasto de ojo alerta.
PEDRO. ¿Cómo? ¿Ojo qué?...
ANTONIO.                                  Por escrito
daré la receta; pero
anúncieme usted primero.
PEDRO. Aquí sale el señorito.
(Toma la ropa y vase por la puerta del foro.)
ESCENA IX
ANTONIO y FERNANDO, que sale por la puerta de la derecha.
ANTONIO. ¡Fernandillo!
(Yendo hacia él, y arrojándose en sus brazos.)
FERNANDO. ¡Antonio! (Abrazándole)
ANTONIO.                   Así;
aprieta, aprieta.
FERNANDO.                       ¿Qué tal?
ANTONIO. Ya me ves. ¿Y tú?
FERNANDO.                             Tal cual.
ANTONIO. ¡Qué gozo!
(Tendiéndole de nuevo los brazos.)
FERNANDO.                   Siéntate aquí. (Siéntanse ambos.)
ANTONIO. ¡Ay, chico, horrendo viaje!
FERNANDO. ¿Y hace mucho que has llegado?
ANTONIO. No más que lo que he tardado
tan sólo en cambiar de traje.
Pensé que aquí te hallaría,
y no me engañó mi anhelo.
FERNANDO. Pasar los veranos suelo
con la marquesa, mi tía.
ANTONIO. Juntos, por fortuna, os hallo.
¿Y Clara? ¿Y Luis?
FERNANDO.                                  Buenos.
ANTONIO.                                              ¡Oh!,
curáralos yo si no
en menos que canta un gallo.
FERNANDO. Que eres hombre de provecho
sé, y te doy mil parabienes.
ANTONIO. Sí, amigo mío; aquí tienes
un doctor hecho y derecho.
Y ya verás cuál me ufano,
y que no como ni duermo
por enterrar al enfermo
y hacer enfermar al sano.
Y tú, ¿te diviertes?
FERNANDO.                                  Sí...
ANTONIO. ¡Lo dices de un modo!
FERNANDO.                                     Lucho
contra un mal...
ANTONIO.                          Me alegro mucho:
prefiero ensayarme en ti.
FERNANDO. ¿Ensayarte -¡que imprudencia!-
en mí, que tu amigo soy?
ANTONIO. Yo siempre al amigo doy
en todo la preferencia.
Obraré con juicio y calma;
y si no te pongo bueno
antes de un mes...
FERNANDO.                              No hay galeno
que cure males del alma.
Y a curarme no te obligo,
porque ya comprenderás...
ANTONIO. Si el médico está de más,
podrá curarte el amigo.
FERNANDO. Ya sabes que fue pactada
con Clara ha tiempo mi unión:
Y hoy, que sus hechizos son
maravilla de Granada,
la dicha sin par me espera
de poder llamarla esposa.
ANTONIO. Pues dígote que es la cosa
para afligir a cualquiera.
¡Ah, ya caigo! Es en el día
tan coqueta la mujer,
y hay tanto... ¿Tendrás que hacer
a algún pollo una sangría?
FERNANDO. No; mi prima es virtuosa.
ANTONIO. Entonces yo no me explico
por qué te lamentas.
FERNANDO.                               Chico,
mi prima...
ANTONIO.                   Acaba.
FERNANDO.                                ¡Es celosa!
(Con mucho énfasis, levantándose.)
ANTONIO. De eso, que te ama se infiere.
FERNANDO. Me quiere de tal manera,
que ojalá no me quisiera
tanto. ¡Ay Dios, cómo me quiere'
ANTONIO. Pues no te enojes si toco
(Levantándose también)
la llaga: cuando has notado
que te quiere demasiado,
tú debes quererla poco.
FERNANDO. Te engañas. Saben los cielos
que sólo para ella existo;
mas tú nunca, por lo visto,
has sido amado con celos.
Ni este mal en Clara es como
el que a otras niñas desvela;
no: los celos de mi Otela
son celos de tomo y lomo.
Son terrible frenesí,
que acabará con los dos
si antes no se apiada Dios
de la celosa o de mí.
¡Qué dicha, si al fin la viera
prudente, afable, capaz
de vivir conmigo en paz,
trocada en mujer de fiera!
Pero no: al mal que padece
no hay remedio , y más se inflama
con mi cariño cual llama
que más con el viento crece.
Distinto amor cada día
me atribuye: si hoy por Juana
o Luisa o Petra, mañana
por Inés, Concha o Lucía.
No hay mujer, bonita o fea,
moza o vieja, fina o ruda,
doncella, casada o viuda
de que galán no me crea.
En continua actividad
todo lo observa, y de todo
indicio saca a su modo
de nueva infidelidad.
Cualquiera nonada irrita
su vil pasión; no me es dado,
sin que haya algún altercado,
ni estrenar una levita.
Cuando mucho se dilata
mí sueño. a mi bella plugo
tratarme bien; si madrugo
es porque bien no me trata.
Y firme en su empeño loco
de hallar en todo misterio,
no le gusta verme serio,
ni verme alegre tampoco.
Preso en tan estrechos grillos,
dejo con santa paciencia
que abra mi correspondencia,
que registre mis bolsillos.
¿No sale? Pues, con efecto,
yo aquí me quedo encerrado.
Que sale, pues yo a su lado
muy rígido y circunspecto.
Sin que su furor estalle,
no puedo en casa chistar;
no puedo hablar, ni mirar,
ni respirar en la calle.
Si por fin su venia obtengo
y suelto algún paso doy,
ella sabe adónde voy,
dónde estoy, de dónde vengo;
a ella nada se le escapa,
porque, a la menor sospecha,
por orden suya me acecha
toda una ronda de capa.
Hay para darse al demonio;
es cosa de no poder
vivir; es cosa de hacer
un disparate. ¡Ay. Antonio!
Cásate con la que sea
más pobre y más gastadora,
más necia y más habladora,
más presumida Y más fea;
con una dama de pro,
a quien cerque el mundo entero,
y que juegue y fume; pero.
¿con mujer celosa? No.
ANTONIO. Cierto que Clara es muy bella,
pero si tanto te oprime
y te martiriza, dime:
¿por qué te casas con ella?
FERNANDO. ¿No ves que así lo reclama
antiguo y solemne pacto;
que si ahora yo me retracto
en riesgo pongo su fama?
Ni exigen sólo esta unión
el interés y el decoro;
me caso porque la adoro
con todo mi corazón
ESCENA X
DICHOS y LUIS.
LUIS. Señor don Antonio,¡bravo!
ANTONIO. Luis...
LUIS.           Me gusta la, cachaza.
Ni te has dignado siquiera
darme aviso...
ANTONIO.                      Éste me estaba
contando cosas, y...
FERNANDO.                                 Cierto;
yo le he entretenido.
ANTONIO.                                  Vaya,
dame los brazos.
LUIS.                            No pienses
que así mi enojo desarmas.
ANTONIO. ¡Eh, ven acá, buena pieza! (Abrazándole.)
LUIS. Tú sí que eres linda alhaja.
¿Y qué diablos te decía
Fernando?
ANTONIO.                  Me noticiaba
su próximo casamiento
con tu bellísima hermana,
LUIS. (Si yo averiguase...)
ANTONIO.                                 ¿Y tú?
FERNANDO. Toma; también él se casa.
ANTONIO. ¿También?
LUIS.                  (Según y conforme.)
ANTONIO. ¿Quién es la ninfa que alcanza?...
FERNANDO. Una hermosa huerfanita
a mi tía encomendada.
ANTONIO. ¿Y tiene?...
FERNANDO.                     Ruin patrimonio,
pero es opulenta en gracias
y en virtud.
LUIS.                   (¡Cuando yo digo!...)
ANTONIO. A bien que a Luis no le falta...
¿Y cuándo, cuándo tendremos
boda?
FERNANDO.           A un tiempo celebradas
serán las dos, no bien lleguen
las dispensas necesarias
para la mía.
ANTONIO.                     A ver quién
sirve mejora la patria.
¿Está visible tu madre?
LUIS. Sí.
ANTONIO.        Pues voy a saludarla,
y me ausento.
FERNANDO.                       ¡Bah!...
LUIS.                                  ¿Tan pronto?
ANTONIO. Sí: desde esta madrugada
no ha entrado en mí cuerpo más
que una pócima nefanda
que en el parador dijeron
ser chocolate.
FERNANDO.                     ¿Y te marchas
por eso?
ANTONIO.               Pues digo...
FERNANDO.                                  A fe
que estás oportuno.
LUIS.                                 Aguarda
y almorzarás con nosotros.
FERNANDO. Mal que te pese,
LUIS.                             A la trágala.
ANTONIO. Bien, corriente. Y ¿a qué hora
se acostumbra en esta casa?...
FERNANDO. Temprano.
ANTONIO.                  Sí, cuanto antes,
que yo traigo hambre atrasada.
LUIS. ¿Ves? Ya está puesta la mesa.
ANTONIO. Ya lo veo. Lindas trazas
tiene esta quinta.
FERNANDO.                           Es un carmen
precioso.
ANTONIO.               Mucho me agrada.
Pero, ¿no vamos a ver
a tu madre?
LUIS.                     Vamos. Pasa.
(Empujando a ANTONIO para que pase primero. Ambos entran por la puerta de la izquierda de segundo término. Cuando FERNANDO va a entrar también, sale CLARA por la puerta del foro y le llama.)
ESCENA XI
FERNANDO y CLARA.
CLARA. ¡Eh, Fernando!
FERNANDO.                         ¡Clara mía!
CLARA. ¡Qué visita tan pesada!
FERNANDO. Si es Antonio.
CLARA.                        ¿Antonio?
FERNANDO.                                          El mismo:
ha llegado esta mañana.
CLARA. Ya sabes que no me gustan
los amiguitos. Son plaga
insoportable.
FERNANDO.                       ¿No quieres
que bese tu mano?
CLARA.                               Aparta.
FERNANDO. ¡Clara, por piedad!
CLARA.                                  No hay beso.
FERNANDO. (Pues está menos airada
de lo que yo me temía.)
Clarita...
CLARA.              En balde te cansas.
Sí, sí; contenta me tienes.
FERNANDO. ¿Volvemos a las andadas?
CLARA. Pues qué, cuando tú me olvidas,
cuando, inconstante, me agravias,
¿yo he de mostrarme contigo
afable, halagüeña? Nada
de eso. Tus desdenes pago
con desdenes. No es tan blanda
mi condición.
FERNANDO.                        ¡Cuán injusta!...
CLARA. Cierto que sí.
FERNANDO.                     ¡Cuán ingrata!
CLARA. Muy ingrata, mucho.
FERNANDO.                                    Dime
de tus enojos la causa.
(Harto la sé.)
CLARA.                     ¡Bah!, no finjas.
¿Cómo puedes ignorarla?
¿En dónde se estuvo anoche
su merced hasta las tantas?
FERNANDO. Sosiegate.
CLARA.                      ¿Adónde fuiste?
Quiero saberlo: ¿qué tardas
en responder?
FERNANDO.                       Doña Antonia
me invitó al baile que daba
con motivo...
CLARA.                       ¿Y fuiste?
FERNANDO.                                        Hacía
por lo menos tres semanas
que no iba a verla, y creí
deber reparar mi falta.
CLARA. ¿Y había muchas señoras
en el baile?
FERNANDO.                   Muchas.
CLARA.                               ¿Guapas?
FERNANDO. Guapas.
CLARA.               ¿Y estaba Clotilde?
FERNANDO. Y Rosa, y Carmen y Paca.
CLARA. ¿Y hablaste con ellas?
FERNANDO.                                     Sí.
CLARA. ¿De qué?
FERNANDO.                De modas, de galas,
de teatros.
CLARA.                  ¿Nada más?
FERNANDO. Nada más.
CLARA.                  ¿Y te miraban?
FERNANDO. En tanto que hablé con ellas
no se volvieron de espaldas.
CLARA. Con que ¿se pasó el ratillo?
FERNANDO. Así, así.
CLARA.               Y tú, que valsas
tan bien, bailarías
FERNANDO.                             Mucho
fatiga en junio la danza;
con todo, bailé una polca.
CLARA. Yo lo celebro.
FERNANDO.                         ¿Sí? Gracias.
CLARA. Y allá, sin duda, estarías...
¿qué tiempo?
FERNANDO.                        Tres horas largas.
CLARA. Largas, ¿eh?
FERNANDO.                     Largas
CLARA.                                ¿Y luego?
FERNANDO. El coche me trajo a casa.
CLARA. Vamos, que algo más habría
por allá.
FERNANDO.               Sí, me olvidaba...
Hubo té, dulces, helados,
golosinas...
CLARA.                   Calla, calla.
¡Pues no se burla el inicuo
de los males que acibaran
mi vida por culpa suya!
Esto sólo nos faltaba.
FERNANDO. ¿Y qué he de hacer? Tu locura
mofa merece, no lástima.
Desecha los torpes celos
de que ahora gimes esclava,
y verás entonces, libre
de injusta desconfianza,
que por ti, mi bien, tan sólo
de amor mi pecho se abrasa;
que en ti mi ventura cifro,
que eres alma de mi alma.
CLARA. Falso, hipócrita. embustero.
FERNANDO. ¡Por vida!...
CLARA.                     Si no me engañas.
Tú quieres a otra: lo sé.
Te lo conozco en la cara.
FERNANDO. ¡Ay Dios!
CLARA.                 En vano lo niegas.
FERNANDO. Pero...
CLARA.            No hay pero que valga.
Di que sí: dilo.
FERNANDO.                        Pues bien,
Sí.
CLARA.      ¿Si?
FERNANDO.         Lo que oyes.
CLARA.                            No me hagas
rabiar. ¡Infame! ¿Te gozas
en verme desesperada?
¿Quieres a otra?
FERNANDO.                             ¡Sí!
CLARA.                                    Mentira.
Di que es mentira.
FERNANDO.                              Ya basta:
Déjame en paz.
(Siéntase cerca de la mesa de té y empieza a hojear un libro.)
CLARA.                           (Se ha enfadado...
y de veras...¡Quién pensara!...)
Fernando...
FERNANDO.                    (Ni en cuatro meses
ha de oír una palabra
de mis labios.)
CLARA.                        ¿No querías
besarme la mano? Vaya,
Fernandito... Mira... Escucha...
(Con zalamería.)
FERNANDO. (No hay más: ya soy hombre al agua.)
CLARA. Hagamos las paces.
FERNANDO.                                   No.
CLARA. Te ofrezco ser una malva:
No tener celos de nadie.
¿Qué estampa es ésa? (Quitándole el libro.)
FERNANDO.                                     Repara...
CLARA. ¡Pues! ¡Una mujer! ¡Malditos
libros, malditas estampas!
(Tirando el libro, que va a caer a los pies de Luis, que en este momento se presenta en la puerta de la izquierda de primer término.)
LUIS. ¿Qué es esto?
FERNANDO.                          Que no hay paciencia
para sufrir a tu hermana.
(Vase por la puerta de la derecha.)
ESCENA XII
CLARA y LUIS.
LUIS. ¿Habéis reñido?
CLARA.                            Y quizá.
para siempre.
LUIS.                       ¿Por qué causa?
CLARA. ¿Por qué? Porque sí. No hay duda;
Fernando ya no me ama.
En vano quiero a mí misma
engañarme. Son tan claras
las pruebas de su desvío
LUIS. ¿Con que eso hay?
CLARA.                                 Eso; y jurara
que otra cautiva su pecho.
LUIS. ¡Y yo, necio, que aún dudaba!
CLARA. ¡Cómo! ¿Sabes?...
LUIS.                                Mucho.
CLARA.                                             Di.
cuanto sepas.
LUIS.                       Por desgracia,
nada sé de fijo.
CLARA.                           Pero
¿sospechas?...
LUIS.                        Sospecho.
CLARA.                                        ¡Ay, habla!
LUIS. Antes deja... (Va y se asoma a las puertas.)
CLARA.                   ¡Qué misterio!
LUIS. ¡La cosa es grave!
CLARA.                              Me alarmas.
LUIS. Anoche vino Fernando
muy tarde.
CLARA.                    No lo ignoraba.
LUIS. Como están en una misma
habitación nuestras camas...
CLARA. ¡Noticia fresca!
LUIS.                         Te advierto.
que callo si tú no callas.
Como él se durmió en seguida...
CLARA. Bien. ¿Y qué?
LUIS.                        Como yo estaba
desvelado...
CLARA.                     ¿Y eso?
LUIS.                                   Escucha.
Fernando sueña en voz alta.
CLARA. ¿Y soñaba con alguna
mujer?
LUIS.             Sí.
CLARA.                  ¡Vaya una gracia!
¡Ah pérfido! ¿Y qué decía?
LUIS. No; decir, no dijo nada.
CLARA. ¿Nada?
LUIS.              Esto es, dijo sólo,
y no una vez, sino varias,
el nombre de una mujer.
CLARA. Ya; el de Pepa.
LUIS.                               No.
CLARA.                                 ¿El de Amalia?
LUIS. Tampoco.
CLARA.                 El de Amparo.
LUIS.                                        Menos
CLARA. Ya caigo; el de la cuñada.
del brigadier.
LUIS.                      No.
CLARA.                          Quizá
sería el de mi tocaya.
¿Quizá el de aquella señora,
ya machucha, que en Granada
vive cerca de nosotros
y está siempre en la ventana?
¿Quizá el de aquella viudita
que en el teatro le echaba
los lentes?
LUIS.                  Finges o estás
muy torpe.
CLARA.                   ¿No fue el de Paca,
ni el de Carmen, ni el de Lola,
ni el de...? ¿No? Pues ¿a qué aguardas?
LUIS. Oyelo al punto.
CLARA.                         Di, ¿cuál?
LUIS. Yo tenía ya fundadas
sospechas, y al cabo...
CLARA.                                     Mira
que de impaciencia me matas.
LUIS. El nombre que dijo en sueños...
Vamos, yo estallo de rabia
si lo que me temo sale
verdad.
CLARA.              ¡Oh! ¿Qué nombre? Acaba.
LUIS. ¡Ay! El nombre de María.
CLARA. ¿El de María?
LUIS.                        Sí, Clara;
el de la mujer que debe
ser mi esposa, el de mi amada
María.
CLARA.            ¿Qué escucho?
LUIS.                                   A veces
las apariencias engañan,
y aún dudo...
CLARA.                      Pues. necio, ¿todo
no está más claro que el agua?
LUIS. ¿Eh?
CLARA.          Que Fernando por otra
me olvida, es cosa probada.
LUIS. Con efecto.
CLARA.                    Que María
a ti no te quiere, salta
a los ojos. Tú, sin tregua,
culpas su desdén.
LUIS.                              Con harta
razón.
CLARA.            De día y de noche
él se está metido en casa,
y no es por mí.
LUIS.                        Ya te he dicho
que mis recelos no datan
de ayer; pero como soy
propenso a la confianza...
CLARA. Yo también. Eso nos pierde,
eso.
LUIS.        Como no me agrada
pensar mal de nadie...
CLARA.                                    Ahora
me explico ciertas miradas,
ciertos guiños; ahora entiendo
por qué esta misma mañana
evitó que yo la ropa
de Fernando registrara.
Sin duda temió que hallase
prenda o papel que sus tramas
pusiese en claro. Y ¿no ves
cómo sin cesar se alaban
el uno al otro? Es lo cierto
que yo también sospechaba,
sino que hasta hoy no me había
dado cuenta...
LUIS.                       ¡Ah, inicua! ¡Ah, falsa!
CLARA. ¡Ah, traidor! ¡Ah!...
LUIS.                                Si no fuera
mi primo...
CLARA.                ¡Qué bien nos tratan!
LUIS. Lo mejor será matarle.
CLARA. ¡Oh Luis; matarle!
LUIS.                                O matarla.
CLARA. ¡Jesús!
LUIS.            O matarme yo.
CLARA. Por Dios, modera tu saña,
y cálmate, que estas cosas...
LUIS. Sí, estas cosas
CLARA.                        Piden calma.
LUIS. Mas ¿qué haremos?
CLARA.                                  confundirlos
con las pruebas de su infamia.
LUIS. Y romper con ellos.
CLARA.                                 Justo,
y hacerles ver que no falta
quien nos ame.
LUIS.                         Yo enamoro
desde hoy mismo... a la criada,
para que la afrenta sea
mayor.
CLARA.              Antes me miraba
Antoñito: la fortuna
nos le trae; si se declara
y mamá consiente en ello,
con él me caso mañana
a más tardar.
LUIS.                     Bien pensado;
venguémonos.
CLARA.                        ¡Oh venganza!
Ahora, vete.
LUIS.                   ¿Por qué?
CLARA.                                    A solas
quiero que entre los dos haya
una explicación.
LUIS.                            Pues firme
en él.
CLARA.          Yo le diré cuántas
son cinco.
LUIS.                  No hay que ablandarse.
(Hace que se va y vuelve.)
CLARA. No; descuida.
LUIS.                       Háblale al alma.
CLARA. Y tan al alma.
LUIS.                       ¿Y si niega?
CLARA. ¡Oh! Que niegue.
LUIS.                             ¿Y si se enfada?
CLARA. Que se enfade.
LUIS.                         ¿Y si recurre
a suspiritos y lágrimas?
CLARA. A mí, que suspire y llore.
LUIS. ¿Y si...?
CLARA.               Por Dios, que te vayas.
(Hace como que ve venir a FERNANDO.)
LUIS. Luego me dirás...
CLARA.                             Sí, todo.
LUIS. ¡Ay, primo, buena te aguarda!
(Vase por la puerta de la izquierda de primer término.)
CLARA. Valor y serenidad,
que es lo que más me hace falta.
ESCENA XIII
CLARA y FERNANDO.
FERNANDO. ¿Aún andas tú por aquí?
CLARA. Quiero que hablemos, Fernando.
¿Lo sientes?
FERNANDO.                           Lo siento, sí.
CLARA. (¡Qué bien que se va explicando)
¿Dura el enojo?
FERNANDO.                          La pena,
que no el enojo, me dura.
CLARA. Pues dame la enhorabuena:
ya se acabó mi locura.
FERNANDO. Conozco tu veleidad.
CLARA. Es que estoy muy convencida
de que dices la verdad
cuando juras por tu vida,
que una mujer solamente
tu pecho de amor abrasa,
y que ésa no vive ausente,
sino dentro de esta casa.
Necia yo, que en otra parte
pensé que ibas a buscar
lauros que, sin molestarte,
aquí puedes alcanzar.
FERNANDO. Con harta razón infieres
que es infundada manía...
CLARA. Me consta que sólo quieres...
FERNANDO. Sólo a ti.
CLARA.                       Sólo a María.
FERNANDO. ¿Qué?
CLARA.            La traición es palmaria.
FERNANDO. ¿Habrá mayor desvarío?
CLARA. ¡Si era yo muy visionaria!
¿Verdad que sí, dueño mío?
FERNANDO. Déjame, aparta. No hay hombre
más infeliz. ¿Quién pensó
nunca en María?
CLARA.                         Su nombre
pronuncias en sueños.
FERNANDO.                                      ¿Yo?
CLARA. Anoche, Luis, desvelado,
te oyó soñar con tu bella.
FERNANDO. Pues no hay más; Luis ha soñado
que yo soñaba con ella.
CLARA. ¡Oh, no finjas! Hasta ahora
que la amabas ignoré,
pero que ella a ti te adora
ya hace tiempo que lo sé.
FERNANDO. ¿Pues no ama a Luis?
CLARA.                                  Le desprecia;
sólo a ti te rinde culto;
y su amor, como es tan necia,
no sabe tener oculto.
FERNANDO. ¡Oh!
CLARA.         No cesa de alabarte.
FERNANDO. ¿Que me alaba?
CLARA.                        ¡Y cuál te mira!
FERNANDO. ¿Que me mira?
CLARA.                           Y al mirarte
se turba, tiembla y suspira.
FERNANDO. Quisiera olvidarlo todo;
mas me llena de amargura
que calumnies de tal modo
a esa pobre criatura.
CLARA. No hay calumnia en lo que digo;
y antes pienso que es favor
el prestarme a ser contigo
medianera de su amor.
FERNANDO. ¡Por vida!...¡Tan ruines celos
en doncella tan amada!
Si esto es cuando novia, cielos,
¿Qué será cuando casada?
Sin duda que Job mostró
paciencia maravillosa;
mas quisiera verle yo
lidiar con mujer celosa.
CLARA. Aun cuando ella es mi enemiga,
veo que vale...
FERNANDO.                         Un tesoro.
CLARA. Y ¿qué quieres que le diga
de tu parte?
FERNANDO.                   Que la adoro.
CLARA. Lo haré así.
FERNANDO.                     Yo te lo ruego.
CLARA. En ella piensa entre tanto.
FERNANDO. ¿Cómo no?
CLARA.                     Pues hasta luego.
FERNANDO. ¡Oh, qué mujer!
CLARA.                          ¡Oh, qué santo!
FERNANDO. ¿Qué aguardas?
CLARA.                             Será preciso
que Luis sepa...
FERNANDO.                           Sí.
CLARA.                               No es justo...
FERNANDO. Cierto.
CLARA.             Y nuestro compromiso
dio fin.
FERNANDO.             ¡Que gozo!
CLARA.                               ¡Qué gusto!
FERNANDO. Cien hay que tu amor desean.
CLARA. A otra el tuyo vendrá bien.
FERNANDO. Malditos los celos sean,
por siempre jamás...
CLARA.                                  Amén
ESCENA XIV
DICHOS, MARÍA y a poco LUIS. Ambos salen por la puerta de la izquierda de término.
MARÍA. Madre te llama.
CLARA.                        ¿Y aquí
vienes a darme el recado?
LUIS. (Bajo a CLARA.)
¿Qué hay?
CLARA. (Bajo a LUIS.)
                  Que se quieren.
LUIS.                                             ¿Sí?
CLARA.                                                      Sí.
El mismo lo ha confesado.
LUIS. (Alto, sin poderse reprimir.)
¡Oh!
MARÍA.         ¿Qué pasa?
CLARA. (Violentamente y luego reprimiéndose.)
                           ¿Qué?... No quiero
hacer una...
(Vase precipitadamente por la puerta de la izquierda de primer término.)
FERNANDO.                  Yo la sigo...
LUIS. (Deteniéndole.)
Oiga usted.
FERNANDO. (Rechazándole.)
                  Eh, majadero,
el diablo cargue contigo.
(Vase por donde CLARA.)
ESCENA XV
MARÍA y LUIS.
MARÍA. Explícame...
LUIS.                      Falsa,
Perjura.
MARÍA.             ¿Qué es esto?
LUIS. Y yo, ¡qué menguado,
qué torpe, qué ciego!
confiésalo: inútil
es ya el fingimiento.
MARÍA. ¡Ay, qué hombre!
LUIS.                            ¡Muy malo!
MARÍA. Sin pizca de seso.
LUIS. ¡Qué audacia!
MARÍA.                      La tuya.
LUIS. ¿Y aún niegas?
MARÍA.                        ¿Qué niego?
LUIS. Tu culpa.
MARÍA.                 ¡Dios mío!
LUIS. Tu crimen horrendo.
MARÍA. Pues ¿qué hay?
LUIS.                         Que me engañas.
MARÍA. ¿Yo a ti?
LUIS.                 Sí, por cierto.
MARÍA. ¿Y en qué?
LUIS.                    ¿No lo sabes?
MARÍA. Lo ignoro.
LUIS.                   Comprendo
que vas a decirme,
cual sueles hacerlo,
que son insensatas
mis dudas; que veo
visiones; que unidas
las almas tenemos,
por mutuo cariño,
con vínculo eterno.
Verdad es que teme
quien ama; confieso
que, a veces, de injusto
pequé en mis recelos;
pero hoy tengo pruebas,
MARÍA. Jesús, ¡que me alegro!
LUIS. Pues di, fementida,
¿viste algo en mis hechos
que no fuese digno
de loa y de premio?
¿No estaba mi enlace
contigo resuelto?
¿Qué amor tan humilde,
tan fiel, tan intenso,
tan puro, cual éste
que aún arde en mi pecho?
¡Mujeres, qué pronto
pensé conoceros!
¡Qué dicha si logro
los males acerbos
causados por una
vengar sobre ciento!
MARÍA. Resuelve el enigma;
explícate al menos.
LUIS. Repito que le amas,
que te ama sostengo;
y así se comprende
por qué nunca vemos
al nuevo Tenorio
con rostro halagüeño;
por qué a mí me trata
con mucho despego,
y es Clara a sus ojos
un puro defecto.
En tanto que, simple.
mostrando su fuego,
de ti no se aparta
ni un solo momento,
y en todo procura
cumplir tus deseos;
y ufano te cita
cual raro modelo
de gracia, belleza,
virtud y talento;
Y sueña contigo.
MARÍA. ¿Quién hace todo eso?
LUIS. El mismo Fernando
confiesa que es cierto.
MARÍA. ¿Fernando mi amante?
LUIS. Permitan los cielos
que pronto le mires
en brazos ajenos,
y exhales en vano
suspiros al viento;
Que nadie en la vida
pretenda tu afecto
que nombre de esposa
ya nunca te demos.
Y el cielo permita,
si yo con el tiempo
sintiese por otra
amor verdadero,
que instante no goce
de paz ni contento;
que llore perfidias;
que rabie de celos;
que el diablo me lleve...
ESCENA XVI
DICHOS, ANTONIO, y a poco PEDRO y JUANA.
ANTONIO. Y ¿qué hay de ese almuerzo...?
LUIS. ¿Qué almuerzo?
ANTONIO.                           ¡Me gusta!
LUIS. Ah, si; ya me acuerdo.
ANTONIO. Pues bien...Señorita.
(Reparando en María y saludándola.)
LUIS. (Tirando del cordón de la campanilla.)
¡Muchacha!
ANTONIO. (Mirando el reloj.)
                             Yo tengo
las doce.
LUIS. (Impacientándose, y tirando con más fuerza de la campanilla.)
                ¡Muchacha!
ANTONIO. Y ya desfallezco.
LUIS. ¡Por vida!
ANTONIO.                  Tú siempre
tan vivo de genio.
LUIS. ¡Me irritan los sordos!
¡Muchacha! ¡Hola! ¡Pedro!
PEDRO. (Saliendo por la puerta de la izquierda de segundo término.)
Señor.
JUANA. (Saliendo por la del foro.)
¿Qué se ofrece?
LUIS. (Cogiendo una silla y amenazando a Pedro.)
¿No oíais?
MARÍA. (Acercándose a detenerle.)
                  ¡Oh!
ANTONIO. (Sujetándole por un brazo.)
                          Quieto.
PEDRO. ¡Qué manos tan largas!
JUANA. Sino me contengo...
LUIS. A ver si almorzamos...
JUANA. ¡Malhaya!
PEDRO.                Corriendo. (Vanse por el foro.)
ESCENA XVII
MARÍA, LUIS y ANTONIO.
LUIS. ¡Qué gente, Dios mío!
Felices aquellos
que no necesitan
servicios ajenos.
Mas yo indemnizarte
de todo prometo.
Verás como al punto
(Bajo, a MARÍA, que está a su lado y se muestra afligida.)
(No mires al suelo.)
Logramos...(Si mientes.)
Que al fin...(No te creo.)
ANTONIO. ¿Qué dices?
LUIS.                      Sí, chico;
Veras que al momento...
(Me engañas.) nos sirven...
(No hay duda.) el almuerzo.
Según mis noticias,
si no muy selectos...
(¡Infame!) los platos
serán suculentos.
ANTONIO. ¡Ay, Luis. juraría
que loco te has vuelto!
LUIS. Y ¿a quién no enloquece?
(Dejándose llevar del afecto que le domina; MARÍA le tira del faldón de la americana para hacerle callar.)
ANTONIO. (Sin duda, riñeron.)
LUIS. (Rechazándola.) (Que no me hagas señas.)
MARÍA. (Pues calla.)
LUIS. (Con mucha aspereza.)
                     (No quiero.)
ANTONIO. (Reprendiéndole.)
Pero, hombre...
LUIS.                         En el carmen
bodega tenemos.
Si quieres... (¡Qué vanos
son ya tus esfuerzos!)
Saquemos del polvo
con mutuo consejo,
algunas botellas
de vinos diversos;
y obtengan las mismas
señales de aprecio
el blanco y el tinto,
el dulce y el seco.
ANTONIO. Sí, vamos; conviene
que tomes el fresco.
LUIS. Si estoy muy tranquilo,
si estoy muy contento.
(Porque hoy para siempre
de ti mi liberto.)
ANTONIO. Que es tarde.
LUIS.                       Corramos.
(Yendo hacia la puerta del foro. ANTONIO le sigue.)
MARÍA. (No tiene remedio.)
LUIS. (Volviendo al lado de MARÍA.)
Tan sólo un instante.
Perdona.
ANTONIO. (Deteniéndose cerca de la puerta del foro.)
                (¡Qué necio!)
LUIS. Lo dicho, María:
formal rompimiento,
y libre te quedas
y libre me quedo.
MARÍA. Bien, sí; pero calla.
LUIS. ¡Ah, inicua!
ANTONIO.                    ¿Me siento?
LUIS. Ya estamos andando.
¡Perjura!
MARÍA.               Acabemos.
LUIS. ¡Traidora!
ANTONIO.                 ¿No vienes?
LUIS. Que voy. (Te aborrezco.)
(ANTONIO y LUIS se van por la puerta del foro.)
ESCENA XVIII
MARÍA, y a poco FERNANDO.
MARÍA. ¡Jesús, Jesús, qué aprensión!
¡Dios mío, y que yo le quiera!
FERNANDO. Ca, imposible: no hay manera
de hacerla entrar en razón.
MARÍA. Fernando...
FERNANDO.                    Esto es por demás.
MARÍA. ¿Ve usted qué nueva salida?
Yo estoy absorta..., aturdida...
FERNANDO. Yo estoy dado a Barrabás.
MARÍA. Mas ¿qué motivo?... No infiero
cuál pueden haber tenido,
que usted...
FERNANDO.                    Si yo siempre he sido
con usted hasta grosero.
MARÍA. Lo cierto es que ambos con penas
y esclavos de amor constante,
viéndonos a cada instante,
nos hemos tratado apenas.
FERNANDO. Pues el nuevo sinsabor
les perdono de buen grado,
si hoy ocasión nos han dado
de conocernos mejor.
MARÍA. Pero ¿hay aprensión más rara?
FERNANDO. ¿Más necia?
MARÍA.                     Buenos estamos.
FERNANDO. ¿Y qué dice Luis?; sepamos.
MARÍA. Sepamos: ¿qué dice Clara?
FERNANDO. En su ciego frenesí,
que usted me adora asegura.
MARÍA. Pues el otro afirma y jura
que usted se muere por mí.
FERNANDO. Hay para ahorcarse.
MARÍA.                                Yo opino.
que reírse es más prudente.
FERNANDO. Cierto; mofa solamente
merece tal desatino.
Pero si yo, ¡vive Dios!,
pero si yo, por mi mal,
la quiero aún.
MARÍA.                        Suerte igual
nos ha cabido a los dos.
FERNANDO. Y esto es vivir en un potro.
MARÍA. Haga usted por convencer
a Clara.
FERNANDO.               Imposible. A ver
si convence usted al otro.
MARÍA. Será vana tentativa.
FERNANDO. Pues ¿qué hacemos?
MARÍA.                                 Sí; ¿qué hacemos?
FERNANDO. Hoy, ante todo, formemos
alianza defensiva.
Y ya que a eterna ansiedad
condenarnos quiso el cielo,
busquemos ambos consuelo
en nuestra mutua amistad.
MARÍA. Necia yo si tal merced
con júbilo no aceptara.
FERNANDO. ¡Si como usted fuese Clara!
MARÍA. ¡Si fuese Luis como usted!
ESCENA XIX
DICHOS, LUIS, ANTONIO, CLARA, la MARQUESA, JUANA Y PEDRO. Éste pone en la mesa varias botellas, que traerá en una cesta.
LUIS. (¡Que siempre juntos estén!)
CLARA. ¡Solos!
MARQUESA.             ¡Eh!
CLARA.                     Nada.
MARQUESA.                             Creí...
PEDRO. ¿Se trae el almuerzo?
MARQUESA.                                    Sí.
(Vanse por el foro PEDRO Y JUANA.)
ANTONIO. (¡Gracias a Dios!)
CLARA. (Bajo a FERNANDO.) Bien.
LUIS. (Bajo a MARÍA.) Muy bien.
MARQUESA. Sentémonos. (Siéntanse todos a la mesa.)
ANTONIO.                      (¡Oh sabrosas
viandas, cómo os espero!)
CLARA. (Bajo a FERNANDO.)
¿Con que la quieres?
FERNANDO. (Bajo a CLARA.) La quiero.
LUIS. (Bajo a MARÍA.)
¿Qué os decíais?
MARÍA. (Bajo a Luis.) ¡Tantas cosas!
MARQUESA. (A ANTONIO.)
¿Habrá ganillas?
ANTONIO.                            No...(Hay hambre.)
CLARA. ¿No la miras?
FERNANDO. (Fijando sus ojos en MARÍA.)
                        Si te empeñas...
CLARA. ¡Fernando!
(MARÍA hace señas a FERNANDO para que no la mire.)
LUIS.                    Que no hagas señas...
CLARA. Ten.
(Saltándosele las lágrimas y pellizcando en un brazo a FERNANDO para hacerle apartar los ojos de MARÍA.)
FERNANDO. ¡Oh!
MARQUESA.         ¿Qué es eso?
FERNANDO.                               Un calambre.
ANTONIO. ¿Se pasa?
CLARA.                  ¡Cruel, impío!
FERNANDO. Ya pasó.
LUIS.                (Llora mi hermana.)
Lo que es yo no tengo gana. (Levantándose)
Hablaremos, señor mío.
(Bajo a FERNANDO, en tono amenazador.)
MARQUESA. Pero...
LUIS. Dispensa. (A ANTONIO.)
ANTONIO.                  ¿Estás loco?
MARQUESA. Hijo. (Levantándose para detener a LUIS.)
LUIS.          ¡Malditas mujeres!
(Vase por el foro izquierda.)
CLARA. Mamá.
MARQUESA. (Siguiéndole.)
           Luis.
CLARA. (Levántandose también.)
                   María.
MARQUESA. (Volviéndose hacia ella, enojada.)
                            ¿Qué quieres?
CLARA. Que yo no almuerzo tampoco.
(Llorando, y vase corriendo también por el foro.)
MARQUESA. ¡Niña!... Usted, señor sobrino, (Encarándose con FERNANDO.)
le habrá dado alguna pena.
FERNANDO. (Levantándose indignado.)
¡Señora!
ANTONIO.                (Pues ésta es buena.)
MARQUESA. (A MARÍA.)
Y tú a Luis.
MARÍA. (Levantándose igualmente muy afligida.)
                     (¡Cielo divino!)
MARQUESA. ¡Ay, Antoñito!, yo siento... (A MARÍA.)
¿Qué hay?
MARÍA.                   (Suframos.)
MARQUESA. (A FERNANDO, esforzando la voz.)
                                     ¿Qué hay?
FERNANDO.                                                      (Templanza.)
MARQUESA. (A ANTONIO, como disculpándose.)
Usted es de confianza.
ANTONIO. (¡Quién fuera de cumplimiento!)
MARQUESA. (Llamándolos.) Hijo... Clara...
ANTONIO.                                                  (No hay de qué.)
MARQUESA. Nada; no responden.
ANTONIO.                                  (Fijo;
me quedo en ayunas.)
MARQUESA.                                      Hijo...
Clara... Clarita...
(Vase por donde antes CLARA y LUIS.)
ANTONIO.                           ¡Y se fue!
FERNANDO. Pronto volverá mi tía;
con ella almuerza. ¡Qué suerte!
MARÍA. (¡Pobre Fernando!) (Vase por la izquierda.)
ANTONIO. (Tratando de detenerle.)
                            Oye, advierte...
FERNANDO. Déjame. (¡Pobre María!) (Vase por la derecha.)
ESCENA XX
ANTONIO, y en seguida PEDRO Y JUANA, que salen por la derecha del foro.
ANTONIO. Bien a un huésped se distingue
aquí. Pues yo no me presto...
(Cogiendo arrebatadamente el sombrero, y dirigiéndose hacia la puerta del foro.)
¡Oh!
PEDRO. ¡          Jesús!
(Tropiezan ambos, y cae sobre ANTONIO la fuente con vianda que trae PEDRO. JUANA, al ver esto, se echa a reír.)
ANTONIO.             ¡Bueno me ha puesto!
(Acercándose a la nariz las solapas de la levita.)
¡Delicioso olor a pringue!
JUANA. ¡Ja..., ja!...
ANTONIO.                 ¡Y se ríe!
PEDRO.                                  No vi...
ANTONIO. (Levantando el puño sobre PEDRO.)
No sé cómo no...
JUANA. (Interponiéndose.)
                           ¡Arre allá!
ANTONIO. Yo no he comido, mas ya
me pueden comer a mí.
FIN DEL ACTO PRIMERO

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