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Acto segundo



Sala decorosamente amueblada; a la derecha, un sofá; a la izquierda, un velador, y a su lado una butaca. Puerta en el foro y otras laterales.
ESCENA PRIMERA
PEDRO. ¡Buen susto el de anoche! Gracias
a Dios que fueron soñados
los ladrones. El ladrón
que me da a mí más cuidado
si que es verdadero, y nadie
sabe lo que estoy pasando
por culpa suya. ¡Qué nene
el tal Luisito! ¡Canario
con el señor! ¿Engañarme?
¡Que si quieres!... No me mamo
yo el dedo; sé yo muy bien
dónde me aprieta el zapato.
Pero, señor, ¿es posible
que esto se haga, entre cristianos?
Y ella, al verse cortejada
por un señorito, claro,
estará tan hueca. Y puede
suceder... ¡Ay, si la atrapo
en un renuncio!... Con él
no me atrevo, que es muy largo
de manos; pero con ella,...
Pues ¿no tiene el condenado
en casa la novia?...
ESCENA II
PEDRO y FERNANDO.
FERNANDO. (Sale por la puerta de la derecha, dando indicios de mal humor.)
             ¡Pedro!
PEDRO. ¡Estos mocitos de hogaño
que necesitan un par!... (Sin oír a FERNANDO absorto en sus cavilaciones.)
FERNANDO. Eh, Pedro. ¿En qué estás pensando? (Acercándose a él y con tono áspero.)
PEDRO. ¡Oh!... Señorito. ¿Qué manda
usted?
FERNANDO.           Ya sabes que aguardo
a don Antonio.
PEDRO.                         Sí; ya
lo sabía... (Bien mirado,
lo mejor es una tranca.)
FERNANDO. ¿Qué dices?
PEDRO.                     ¿Yo?... Nada...
FERNANDO.                                             En cuanto
llegue, me avisas. (Sentándose en el sofá.)
PEDRO.                                      Bien.
(Retirándose hacia el foro.)
                                           ¡Ah! (Volviendo.)
Dése usted por avisado;
ahí viene.
FERNANDO.                Déjanos solos.
PEDRO. (Es lo mejor: ¡palo, palo!)
(Vase por el foro a tiempo que sale ANTONIO.)
ESCENA III
FERNANDO y ANTONIO.
FERNANDO. (Saludándole.) Antonio.
ANTONIO. (Sentándose en el sofá, al lado de FERNANDO.)
                                    Estaba en la cama
aún, cuando tu recado
me dieron. Aquí me tienes:
¿qué ocurre?
FERNANDO.                       Ya es necesario
llamarte para que vengas.
ANTONIO. No, no vengo, ¿a. qué ocultarlo?
porque tu señora prima
con sus guiños y arrumacos
me tiene frito. Si quiere
darte celos, busque un sandio
(muchos hay) que no conozca
su fin y caiga en el lazo,
que lo que es yo...
FERNANDO.                          ¡Pobre Antonio!
¿Piensas que no lo he notado?
Pero ¿que te importa?
ANTONIO.                                   Nada,
nada me importa. Es muy grato
ver que le toman a uno
por monigote. ¿Y el zángano
de Luis? Sin dejarme a sol
ni a sombra... Venga un abrazo,
Antoñillo. Ahí va ese puro,
que es de la Vuelta de Abajo.
¿Te gusta mi yegua? Pues
tómala, te la regalo.
y todo con el objeto
de sonsacarme, empeñado
en que tú nada me ocultas,
en que yo sé... Por milagro
me contengo y no le doy
un pescozón. Pero vamos;
di tú: ¿qué me quieres? ¡Calla!
Ahora noto... Estás muy pálido.
A ver el pulso. ¡Si tienes
calentura!
FERNANDO.                  No he pegado
un solo instante los ojos
en toda la noche.
ANTONIO.                              Estamos
frescos. Habla; sepa yo
por qué me llamas.
FERNANDO.                                Te llamo
porque necesito ayuda,
porque de cólera estallo,
y en el seno de un amigo
quiero desahogarme...
ANTONIO.                                       ¿Acaso
los dos hermanitos siguen
con la misma tema?
FERNANDO.                                Esclavos
de una idea fija, nada
puede ya desengañarlos.
Lo que en un principio cosa
de poca entidad juzgamos,
fue como bola de nieve,
que crece y crece rodando;
oyeras a Clara hablarme
de María, sin dejarlo
ni un momento. Si es muy bella,
me dice; si es un dechado
de modestia y de candor;
si es natural, y yo aplaudo
que ella te ame y que la quieras
tú; si parecéis formados
uno para otro; y así
todo el día, terminando
siempre estas escenas, como
ya supondrás, con relámpagos
y truenos. Luis, no sé cuántas
veces me ha desafiado
a estas horas: su canción
es la misma para el caso
que la de Clara, y el nombre
de María está zumbando
continuamente en mi oído,
sin que yo pueda evitarlo.
Huérfana, sola en el mundo
la infeliz, sin más amparo
que el de esta casa, padece
dolor doblemente amargo;
pero todo lo soporta
resignada; de sus labios
no sale una queja, y tiene
un corazón tan hidalgo,
que siendo yo de sus males
causa, aunque inocente, alcanzo
la dicha de merecer
su piedad. Mi tía, cuando
rabian sus hijos, la pega
con nosotros. No le ha dado
mucho de aquí la divina
Providencia; ni es tan raro
que por amor a sus hijos
la pegue con los extraños.
y no hay más; sabrá el origen
de estos disturbios temprano
o tarde, y entonces... Vaya.
Dios nos coja confesados.
ANTONIO. Picaros celos.
FERNANDO.                     Parece
que se goza en fomentarlos
el misino infierno. Por vía
de distracción he pintado
un paisaje; en él hay una
pastora con su rebaño...
Y ¡ay, chico; ay, Antonio!...
ANTONIO.                                             Dime;
eso, ¿qué tiene de malo?
FERNANDO. ¿Qué tiene? Que, según ellos,
la pastora es un retrato
de María.
ANTONIO.                  Y se parecen
como una alcachofa a un rábano.
¿verdad, eh?
FERNANDO.                     No; lo terrible,
lo inaguantable del caso,
es que se parecen; sí,
se parecen, no te engaño;
se parecen, que, sin duda,
movió mi pincel el diablo.
ANTONIO. Diabólica es la ocurrencia.
FERNANDO. ¡Y anoche! Jesús, ¡qué rato
tan cruel!; nunca le tuve
peor. Habían logrado
mis dos enemigos íntimos,
aburriéndome a destajo,
darme un dolor de cabeza
que ya, ya; voyme a mi cuarto
al fin; acuéstome; crece
el dolor; procuro en vano
conciliar el sueño; ansioso
de encontrar alivio, salto
de la cama, a la ligera
me visto, y al huerto bajo,
creyendo que al aire libre
me iría mejor. ¡Aciago
pensamiento! Ya serían
las dos muy dadas: el caño
de la fuente y un cuchillo
con su monótono canto
turbaban sólo el silencio;
poco trecho había andado,
cuando de pronto percibo
como un lamento lejano.
Párome absorto. La noche,
la soledad, el estado
en que yo me hallaba... Chico,
tuve miedo... Sin embargo,
seguí adelante; más cerca,
más distinto, suena al cabo
otro suspiro; la vista
dirijo hacia todos lados,
y, al resplandor de la luna,
reclinada sobre un árbol,
una mujer me parece
distinguir: sigo avanzando
cautelosamente, y era
María anegada en llanto.
Tampoco habría podido
la cuitada hallar descanso,
y en aquel sitio, a lo menos,
sus ayes acongojados
exhalaba con entera
libertad. No sé qué extraños
sentimientos, cuando así
la vi, mi pecho agitaron.
¡María!, al reconocerla,
exclamé; y ella, ¡Fernando!,
exclamó asustada. ¡Aquí
fue Troya! Clara sus pasos
había seguido, oculta
allí, la estaba acechando;
viéndonos juntos, estalla
su furor, cae como un rayo
entre nosotros, nos da
cien injuriosos dictados;
llora, maldice, patea;
para que huir no podamos
pónese delante; a voz
en grito llama a su hermano:
échase a sus pies María;
yo ruego, exijo, amenazo;
ruego y amenaza, más
la enfurecen; desalado
llega Luis; de lo ocurrido
se entera; crece el escándalo;
despierta mi tía, y hunde
la casa a campanillazos;
y en medio de esta algazara
levántanse los criados
gritando, ¡ladrones! unos,
y otros ¡fuego! A sosegarlos
corro yo; para su madre
no sé qué excusa inventaron
Clara y Luis, y aquí nos tienes,
a ellos, como nunca airados,
como nunca ciegos, prontos
a jurar, puestas las manos
en un altar, que María
y yo nos idolatramos;
a esa desdichada joven
(pues el lance es serio, y llano
que ha de saberse), perdida
deshonrada; a mí, trinando,
loco, decidido a hacer
una de pópulo bárbaro,
o a levantarme la tapa
de los sesos de un balazo.
ANTONIO. ¿Matarte tú? ¡Pues sería
chistoso el lance! Matarlos
a ellos, vaya. Ten un poco
de paciencia, desdichado,
y siendo Clara tu esposa,
te afirmo que antes de un año
habrás sucumbido, Y ¡cómo
vas a morar! Como el santo
de las parrillas.
FERNANDO.                        Te engañas,
Antonio; ya no me caso.
ANTONIO. ¿No?
FERNANDO.          No.
ANTONIO.                Me alegro. De veras
que me tenía asustado
el tal casorio. Valor,
valor, y dame los brazos. (Abrazándole.)
FERNANDO. Ya sabes que las dispensas
de Roma para el pactado
casamiento a cada instante
se aguardan. Pues yo no aguardo
a que lleguen.
ANTONIO.                      Bien harás.
FERNANDO. (Asustado.)
Calla.(Mirando hacia la izquierda)
          ¡Oh!
(Yéndose precipitadamente por la derecha.)
               Ven.
ANTONIO.                        Chico...Fernando...
(Mirando también hacia la izquierda.)
¡Ah! Comprendo.... pues le sigo.
(Dirigiéndose al mismo sitio que FERNANDO.)
ESCENA IV
ANTONIO, LUIS y CLARA.
LUIS. (Dentro.)
Antonio.
ANTONIO. (Deteniéndose.)
Me vio; ya es tarde.
(Saludando con fingida cordialidad a CLARA y LUIS, que salen por la puerta de la izquierda.)
¡Oh, Clarita!... Dios te guarde.
LUIS. Que ligero huyó el amigo.
ANTONIO. ¿Huir? No tal. Casualmente...
CLARA. (Con ironía.)
¿Quien lo contrario imagina?
LUIS. ¡Y hablabais?...
ANTONIO.                        De medicina.
CLARA. ¡Qué discreto confidente!
ANTONIO. (¡Oh!)
LUIS. Por más que lo sigile,
Bien se ve que le habrá dado
para la otra algún recado.
ANTONIO. ¿Soy yo algún correveidile?
LUIS. Mientras dure tu porfía,
mi suposición no puedes
condenar,
ANTONIO.                 ¿Quieren ustedes
saber?...
LUIS.              ¿Pues no?
CLARA.                              ¿Qué decía?
(Acercándose ambos a ANTONIO con vivo interés.)
ANTONIO. (A CLARA.)
Decía, hablando hace poco
de usted, con dolor profundo:
no la hay más bella en el mundo;
peor criada, tampoco,
CLARA. Sí, bien; pero...
ANTONIO.                         (¡Es mucho afán!)
Y de ti...
LUIS.                 Di sin temor.
ANTONIO. Decía: ¿No es un dolor
que para Luis se haga pan?
LUIS. Si..., eso sí...Pero además...
ANTONIO. (Nada: no les escarmiento.)
CLARA. Con que...
ANTONIO.                   Voy a su aposento,
y otra vez diré algo más,
(Con intención, y vase por la derecha.)
ESCENA V
LUIS y CLARA.
LUIS. ¡Vano afán!
CLARA.                    Y ya, ¿qué ignoras?
¿Qué nueva duda te asalta?
¿A qué preguntar? ¿Qué falta
que descubrir a estas horas?
LUIS. Aunque lo miro y lo toco,
si hiere el mal de improviso,
duda el alma, y es preciso
convencerla poco a poco.
Tú no sabes cuál se ve
quien pierde lo que adoró
con toda el alma.
CLARA.                             ¿Pues no
me dice que no lo sé?
¿Qué otras penas, cuáles otras
como éstas que yo ahora paso?
¿Sentís vosotros acaso
como sentimos nosotras?
Y, además, di: ¿fuera cuerdo
que, tú, al perder a esa necia,
sintieses pena tan recia
cual yo, que a Fernando pierdo?
LUIS. Mira que estás delirando:
ni aun sufro que se le iguale
con María.
CLARA.                  Pues qué, ¿vale
María?...
LUIS.            Más que Fernando.
CLARA. ¿Tal piensas?
LUIS.                       Vuelve al infiel.
CLARA. Vuelve tú a la fementida.
LUIS. Pero ella fue seducida.
CLARA. Ella le sedujo a él.
LUIS. Y es lo cierto, ¡vive Dios!...
CLARA. Que los dos se entienden ya.
LUIS. Si yo no sé cuál será
más infame de los dos.
CLARA. ¿Lo dudas? Él.
LUIS.                         No, por cierto;
ella, que tiene la audacia,
la impudencia...
CLARA.                            Sí que es gracia
verle a deshora en el huerto.
LUIS. Ni fue su cita primera
la de anoche.
CLARA.                      Claro está:
ni la primera, ni la
segunda, ni la tercera...
LUIS. ¡Qué horror! ¡Cuánta ingratitud!
¡Qué ruin conducta! ¡Y pensaba
todo el mundo que pecaba
por exceso de virtud!
Preciso es ya tomar una
resolución.
CLARA.                    Sí; discurre.
¿Qué haremos?
LUIS.                         No se me ocurre,
por más que pienso, ninguna.
Sólo una manera encuentro
de remediar lo que pasa,
y es pegar fuego a la casa
y que ardamos todos dentro.
CLARA. Sirviérales de irrisión
tu enojo; por el contrario,
yo opino que es necesario
ocultar nuestra aflicción.
LUIS. Sólo desdén insultante
verán en mí; sólo el tedio
más profundo.
CLARA.                       No hay remedio;
yo necesito un amante.
De Antonio nada consigo
por más que hago. En todo el globo
no hay bobo como este bobo:
digno amigo de su amigo.
LUIS. Yo, aunque la ficción deploro,
porque a ella le perjudica,
he de fingir que la chica
me adora, y que yo la adoro.
CLARA. Cierto que estaré sobre ascuas
y que me ahogará la pena;
mas han de verme serena
y alegre como unas pascuas.
LUIS. También a mí, que no en vano
tu heroico ejemplo...
CLARA.                                        Yo soy
muy valiente. Verás... Voy
a darme una de piano...
LUIS. Yo, de flauta. Conceptúo
que esto ha de hacerles rabiar.
CLARA. Y también pienso cantar.
LUIS. Bien; cantaremos un dúo.
No he de meterme yo fraile
porque esa infiel... Ya no lucho;
vencí.
CLARA.           Si me apuras mucho
hasta hemos de armar un baile.
LUIS. Por mí...
CLARA.               ¿Los hemos perdido?
A olvidarlos.
LUIS.                      Así sea.
CLARA. A gozar. ¡Feliz ideal
(Va corriendo al foro y tira fuertemente del cordón de la campanilla.)
Voy a estrenar un vestido.
(Vase por la izquierda.)
ESCENA VI
LUIS. ¡Oh!, seguiré su consejo,
ya que es práctica constante,
que sirva al alma el semblante
de careta y no de espejo.
ESCENA VII
LUIS y JUANA
JUANA. ¡Pues vaya un campanillazo!
¡Pues no está una sorda!
LUIS. (Con aspereza.) Fue
mi hermana. Ven.
JUANA. (Recelosa.)          ¿Para qué?
LUIS. Para que te dé un abrazo.
JUANA. ¿Quiere usted que armemos gresca
también hoy?
LUIS.                       Cede a mi ruego...
                                (Tratando de abrazarla.)
JUANA. ¡Caramba!
LUIS.                  Si siento un fuego
tan grande, tan...
JUANA.                            Agua fresca.
LUIS. ¡Qué zafia!
JUANA.                   Y usted, ¡qué plomo!
LUIS. Si ha de ser.
JUANA.                     Si no ha de ser.
LUIS. Debieras agradecer
la molestia que me tomo.
Vamos, que espera mi hermana.
JUANA. Mil gracias por la molestia.
LUIS. Deja que te abrace, bestia.
JUANA. Dale, no me da la gana.
LUIS. Por fuerza.
JUANA.                   Basta de broma,
o chillo, y la señorita
sabrá que usted...
LUIS.                             ¿Si? Pues grita,
mujer. Toma, toma, toma.
(Abrazándola bruscamente repetidas veces.)
JUANA. ¿No más? Si yo no me asusto.
                                        (Con gran calma.)
por tan poco.
LUIS.                        Y antes tanto
repulgo... ¡Chilla! (Con ira.)
JUANA.                               ¿A qué santo?
Ya ha cumplido usted su gusto.
LUIS. ¡Como siempre! Esta farota,
cuando la quiero abrazar,
dice que va a alborotar,
y la abrazo, y no alborota. (Vase.)
ESCENA VIII
JUANA y PEDRO.
PEDRO. Estaba aquí el señorito.
JUANA. ¿Y qué tenemos con eso?
PEDRO. Tú nada: yo tengo un peso
en el alma. Yo estoy frito.
JUANA. Nene, no me hagas el bu,
que me repudres. Si no
quisiera guardarme yo,
¿podrías guardarme tú?
PEDRO. ¡Con lo que he visto!...
JUANA.                                          ¿Qué has visto?
PEDRO. De sobra.
JUANA.                Nada, mentira.
PEDRO. Mira que te acecho, mira
que habrá la de Dios es Cristo.
JUANA. ¿Qué harás?
PEDRO.                    Sacarte el pellejo
a tiras.
JUANA.            ¡Si ya me duele!
Cara de gato, pelele.
PEDRO. ¡Oh!
JUANA.         Moscón, borracho, viejo.
(Vase corriendo por la puerta de la izquierda.)
ESCENA IX
PEDRO, FERNANDO y ANTONIO.
PEDRO. Pues si me quito un zapato...
¡Yo viejo! ¡Dios poderoso!
FERNANDO. ¿Qué tienes (Acercándose a él.)
PEDRO.                      Que estoy celoso.
FERNANDO. ¿Celoso? Corre o te mato.
PEDRO. Pero, señor...
FERNANDO.                       No me hables;
vete.
PEDRO.          Me voy. (Vase por el foro.)
ESCENA X
FERNANDO y ANTONIO.
ANTONIO.                        Ya son tres
los enfermos. Esto es
un hospital de incurables.
Vamos, vamos; no consiento
que pases el día aquí.
FERNANDO. Antes quisiera...
ANTONIO.                             ¿Qué? Di.
FERNANDO. Ver a María un momento,
Con lo ocurrido, imagina
cómo la pobre estará.
ANTONIO. Chico, chico; ya me da
tanto interés mala espina.
FERNANDO. ¡Cómo! ¿Piensas?...
ANTONIO.                                ¡Vaya un gesto!
FERNANDO. Al ver tu desconfianza,
¿no he de alarmarme?
ANTONIO.                                     Fue chanza.
FERNANDO. ¿Chanza ha sido?
ANTONIO.                           Por supuesto.
FERNANDO. Ella es. Vete.
ANTONIO.                    Con tu tía
me encontrarás.
(Vase por la puerta de primer término de la izquierda.)
ESCENA XI
FERNANDO y MARÍA.
FERNANDO.                  (Tiemblo al verla.)
María.
MARÍA.            ¡Fernando aquí!
(Retrocediendo con susto.)
FERNANDO. ¿Se va usted?
MARÍA.                       Temo que vengan
y nos hallen juntos.
FERNANDO.                                    Ya,
¿qué importa? Nada.
MARÍA.                                    ¡Funesta
casualidad la de anoche,
Fernando!
FERNANDO.                   Y ¡cuál me atormenta
el ver que por culpa mía
usted padece sin tregua!
MARÍA. Diré yo entonces que tengo
la culpa de que usted sea
desgraciado.
FERNANDO.                     Pero en mí
hay bastante resistencia
para soportar los males:
los de usted hacen más negra,
más terrible su orfandad.
MARÍA. Por eso es mayor mi pena.
La que se queda sin padres,
¡ay, Dios, qué sola se queda!
FERNANDO. Aún tiene usted quien la estime,
quien la ampare y la defienda:
aún tiene usted un amigo,
un hermano.
MARÍA.                   Pues, ¿qué fuera
de mí sin usted? ¿Quién hace
que en algo aquí se me atienda
todavía? ¿Quién con noble
generosidad me presta
favor contra todos? ¿Quién
me infunde valor y seca
mis lágrimas ¡Nunca, nunca
olvida tales finezas
una mujer! En mi pecho
será inextinguible, eterna
la gratitud.
FERNANDO.                  ¿Qué hice yo
sino cumplir lo que ordena
santa ley que al hombre impuso
la misma Naturaleza?
Mérito el de usted, que, siendo
débil, al fuerte consuela.
En fin, ya tengo pensado
lo que he de hacer: la prudencia
pide que deje a Granada
por algún tiempo.
MARÍA.                           Esa idea
no ha de realizarse.
FERNANDO.                                    En breve;
lo he resuelto; con mi ausencia
usted recobra el sosiego;
Luis verá que sus sospechas
son injustas; y, casada
con él...
MARÍA.                Nunca. Dios no quiera
que sea yo guardadora
del honor de quien... (me cuesta
rubor decirlo) de quien
duda del mío.
FERNANDO.                     ¡Vileza
sin igual!
MARÍA.                Yo soy, Fernando,
quien salir de aquí debiera.
FERNANDO. ¿Usted? ¡Qué locura!
MARÍA.                                       A todos
enoja ya mi presencia
en esta casa: el favor
que me hicieron ya les pesa.
¿Debo seguir admitiendo
limosna que me avergüenza?
Para vivir en honrosa
medianía, con mis rentas
me basta; para guardar
mi virtud, con mi conciencia,
FERNANDO. María, es usted un ángel.
MARÍA. Sólo una mujer que espera
en Dios. Usted ama a Clara;
sea usted feliz con ella.
FERNANDO. Fuera en mí grave delito
arrostrar las consecuencias
de tal enlace.
MARÍA.                       Es forzoso:
cásese usted; se lo ruega
su hermana.
FERNANDO.                     Viéndolo estoy,
y puedo creerlo apenas.
¿Usted por ella intercede?
¡Alma generosa y tierna!
MARÍA. ¡Fernando!
FERNANDO.                   ¿Y Luis desconoce
tal tesoro de pureza,
de incomparables virtudes?...
MARÍA. ¡Oh, calle usted! Si le oyeran...
FERNANDO. Oiganme en buen hora. Dicen
que la quiero a usted; se empeñan
en que por fuerza he de amarla...
María, ¡ojalá pudiera!
MARÍA. Cálmese usted; quizá al fin
curarán de su demencia.
FERNANDO. Ya ni lo deseo.
CLARA.                        Mira:
juntitos.
(Apareciendo con su hermano en la puerta del foro.)
FERNANDO.                Sufran la pena
que han merecido por necios,
no ha sido la culpa nuestra.
No es fácil amar a quien
nos humilla y desespera.
ESCENA XII
FERNANDO, MARÍA, CLARA y LUIS.
CLARA. ¿Con que con nuestra idiotez
vuestro amor hemos perdido?
LUIS. ¿Con que nos habéis querido
vosotros alguna vez?
CLARA. Yo confieso, y es notorio,
que con razón me ha olvidado;
el pobre pasó a mi lado
las penas del purgatorio.
LUIS. Quien por culpa mía llora,
dicha y libertad recobre;
ya hizo bastante la pobre
en aguantarme hasta ahora.
Mas antes con el perdón
sosegad nuestra conciencia.
CLARA. Previa alguna penitencia,
echadnosla absolución.
FERNANDO. ¿Ve usted esto?
LUIS.                           Vamos; sé
clemente.
CLARA. (En tono de súplica, a FERNANDO.)
¡Piedad!
FERNANDO.               Eh, quita.
LUIS. ¡Perdón, perdón, Mariquita!
CLARA. (Dándose golpes de pecho.)
¡Pequé, Fernando, pequé!
MARÍA. (Siéntase en el sofá.)
Déjame.
FERNANDO. (Siéntase en la butaca.)
Si más te escucho...
CLARA. Ay, Luis, nuestro ruego es vano.
LUIS. (Sentándose al lado de FERNANDO y asiéndole una mano.)
¡Qué diablos! Ahí va mi mano.
CLARA. (Sentándose al lado de MARÍA y besándola en la cara.)
Pues si yo te quiero mucho.
LUIS. (Hablando con FERNANDO.)
¿Qué tal la niña?
CLARA. (Hablando con MARÍA.)
                          ¿Qué tal
el novio?
(FERNANDO dará señales de impaciencia y reprimido enojo: MARÍA, de vivísimo dolor.)
LUIS.                  ¿Con que dio al traste
con tu juicio? Y qué, ¿soltaste
promesa alguna formal?
CLARA. Te habrá jurado...
LUIS.                             Es muy bella...
CLARA. Que aspira a ser tu marido.
LUIS. Y pues la has comprometido
debes casarte con ella.
CLARA. Éste es, sin duda, su fin.
LUIS. Otras más pobres se casan.
CLARA. Te envidio.
LUIS.                    Y ¿cómo se pasan
las noches en el jardín?
CLARA. Si el amor os subyugó,
sólo en fingir hay maldad.
LUIS. Si dijeseis la verdad
yo no os culpara.
CLARA.                              Ni yo.
LUIS. Mas, ¿cómo llevarlo a bien,
si engañarnos se pretende?
CLARA. (Sin poder ya contenerse y levantándose.)
Esto es lo que a mí me enciende
la sangre.
LUIS. (Lo mismo.) Y a mí también.
FERNANDO. (Lo mismo.)
Yo la tengo achicharrada
cual plomo hirviendo; y a fe
que si pierdo el tino haré
una que sea sonada.
LUIS. No quisiera aguar la fiesta;
pero si en cólera monto...
FERNANDO. ¡Oh! La cólera de un tonto
sin duda es cosa funesta.
LUIS. (Con tono provocativo.)
Pues bien...
FERNANDO.                   Modera tu saña:
veo que estoy en peligro
de contagiarme, y emigro
con toda urgencia de España.
LUIS. ¿Te vas?
FERNANDO.               ¿No lo oyes?
CLARA.                                   ¿Te vas?
FERNANDO. Mañana; resuelto estoy.
CLARA. ¿Que te vas?
FERNANDO.                      Sí, que me voy
para no volver jamás.
CLARA. (A MARÍA.)
¡Pobre de ti! Las ausencias,
cuando mucho se dilatan...
LUIS. Valor entendido: tratan
de cubrir las apariencias.
MARÍA. Sois implacables; el cielo
benigno me amparará.
FERNANDO. Cálmese usted.
LUIS.                         Por acá
aún hay quien te dé consuelo.
FERNANDO. Contra su fatal destino
yo a ampararla me consagro;
bien dices.
CLARA. (A su hermano.) (Será milagro que no haga yo un desatino.)
Vente.
(Llegan ambos a la puerta del foro, y allí se detienen.)
LUIS. (Sí, que mi coraje en vano aplacar deseo.)
CLARA. (Volviendo al lado de FERNANDO.)
¡Ah!... Por si ya no te veo,
que lleves feliz viaje.
(Aléjase de nuevo y otra vez se detiene.)
LUIS. (Por MARÍA.)
(Ni aun vuelve el rostro, ¡oh furor!)
CLARA. (Por FERNANDO.)
(¡Ni aun detenerme procura!)
LUIS. (Volviendo al lado de MARÍA precipitadamente.)
Aleve, falsa, perjura.
CLARA. (Corriendo hacia FERNANDO.)
Infame, inicuo, traidor.
¡Bien me has hecho padecer!
LUIS. ¡Bien me has burlado, a fe mía!
CLARA. ¡Ay de la que en hombres fía!
LUIS. ¡Ay del que fía en mujer!
CLARA. Vana ficción fue tu halago;
tus juramentos, blasfemias.
LUIS. ¿Así mi ternura premias?
CLARA. ¿Mereció mi amor tal pago?
LUIS. ¡Y en vano quiero evitar
que mi pena al rostro salga!
CLARA. ¡Bueno fuera, Dios me valga,
que ahora me echase a llorar!
LUIS. Indigna, torpe flaqueza
que aún hace mayor mi enojo.
mi despecho. ¿A que me arrojo
por un balcón de cabeza?
¡Oh inicua! Según costumbre,
gozas al ver mi tormento;
pues te engañas: ya no siento
ni la menor pesadumbre.
¿Que has desdeñado mi amor?
Mejor. ¿Que Fernando te ama?
Mejor. ¿Que arriesgas tu fama
por él? Mejor que mejor.
¡Por él!... ¿Y qué?... Cuando digo
que me alegro... ¿Quién pensara,
quién?... A ver; vuelve esa cara,
que estoy yo hablando contigo.
CLARA. Hoy que llegué a conocerte,
hoy que el juicio he recobrado,
no se me oculta, malvado,
cuanto gano por perderte.
Y al verme libre de un mal
que, ilusa, yo apetecía.
ofrezco al santo del día
devoción muy especial.
Tú, hijita, aunque mucho vales
(Acercándose a MARÍA.)
y aunque mucho le recluyas,
temo que haga de las suyas
y a las dos nos deje iguales.
Y si al fin a ti te agravia,
como a mi me agravia ahora
Suspira, quéjate, llora,
sufre entonces, sufre y rabia.
FERNANDO. (Asiendo a cada cual de un brazo y trayéndolos así.)
Yo estallo. Ven acá, Luis;
ven tú, Clara; ven acá.
¿Odio os inspiramos ya?
¿Esto habéis dicho? ¿Decís
que hoy se rompe la ominosa
cadena que nos unía?
Pues eso quiere María;
pues no quiero yo otra cosa:
que nos odiéis: por favor
lo debemos pretender.
¿Qué odio haría padecer
tanto como vuestro amor?
Decidme otra vez, jurad
que sólo por ella existo,
decídmelo, ¡vive Cristo,
que ya me suena a verdad!
CLARA ¿Pues no?
FERNANDO                 Jurad que por mi
ella, en cambio, pierde el seso.
Me adora, sí; lo confieso.
(A MARÍA.)
Dígales usted que si.
LUIS. Y aunque lo niegue...
FERNANDO. (Rechazándolos.)       Jamás
esperéis volverme a ver.
¡Oh qué feliz voy a ser
con no veros nunca más!
ESCENA XIII
DICHOS, ANTONIO y la MARQUESA, con una carta en la mano.
MARQUESA. Hijos, ¡qué gozo, qué dicha!...
¿No sabéis?
LUIS.                    ¿Qué?
MARQUESA.                              Que ya están
aquí las dispensas...
LUIS.                                ¡Cómo!...
MARÍA. (¡Cielos!)
CLARA.                 ¿Qué dispensas?
                                          ¡Bah!
las del Papa.
CLARA.                    ¿Y qué?
MARQUESA.                                 ¡Me gusta!
Que ya te puedes casar
con tu primo.
CLARA.                       Sí, a buen tiempo
se acuerda Su Santidad...
MARQUESA. Dentro de muy pocos días
aquí se celebrarán
las dos bodas.
LUIS.                         ¿Qué dos bodas?
MARQUESA. Toma, las vuestras.
LUIS y
CLARA.                                   Jamás.
MARQUESA. ¡Válganme todos los santos
de la corte celestial!
¡Siempre lo mismo!
FERNANDO. (Acercándose.)         Mi boda
con Clara imposible es ya.
MARQUESA. ¡Fernando!
CLARA.                  Mañana sale
de Granada.
MARQUESA.                    ¿Os chanceáis?
FERNANDO. No: me ausento.
MARQUESA.                              Y ¿qué motivo?...
MARÍA. (Bajo, a FERNANDO.)
(¡Por Dios!...)
FERNANDO. (Bajo, a MARÍA.)
                              (No hay remedio.)
LUIS.                          Hablad
alto: que se oiga.
MARQUESA.                           ¿Qué tienes,
Luis? ¿Qué te ha dado?
CLARA.                                     ¡Ay, mamá!
(Llorando a lágrima viva y abrazando a su madre.)
MARQUESA. Clarita... ¿Qué les habéis
(A FERNANDO y MARÍA.)
hecho? Pronto: contestad,
picaronazos. ¡Ay, hijos
de mi alma!
CLARA.                      ¿Si creerán
que esto ha de quedar así?
Vaya, justito, cabal.
Harto he callado; ya no
quiero, quiero hablar,
quiero decirlo.
LUIS.                         Ya es hora;
ya el silencio está de más.
CLARA. Fernando me engaña.
LUIS.                                      A mí
me engaña María.
MARQUESA.                             ¡Hay tal!
¡Qué rayo de luz! ¿Acaso
Antoñito?...
ANTONIO.                     ¡Voto a san!...
¿Yo?
MARQUESA. (A LUIS.)
               ¿No es él?
LUIS.                                 No. Quien la quiere....
CLARA. A quien ella ama...
MARQUESA.                                  Acabad.
CLARA. Es Fernando.
MARQUESA.                      ¡Jesucristo!
LUIS. Sí: Fernando es mi rival.
ANTONIO. (¡Se están luciendo!)
MARÍA.                                   Imposible
que usted me crea capaz...
(Acercándose a la MARQUESA.)
LUIS. (A su hermana.)
¿Ves que insolencia?
FERNANDO.                                   Son locos,
señora, locos de atar.
CLARA. ¿Locos? ¿Y te atreves?...Mira
(A su hermano.)
que es mucho... Si miente más
que habla..., y así con ese
aire de formalidad...
Falso, hipócrita,... (Yendo hacia FERNANDO.)
ANTONIO. (Interponiéndose.) Clarita...
CLARA. ¡Que me deje usted en paz!
ANTONIO. Oh! (¡Qué víbora!)
LUIS.                                Éste anda,
(A su madre.)
a fuer de amigo leal,
en esos teje maneje.
ANTONIO. ¡Luis! (Paciencia y barajar.) (Conteniéndose.)
MARQUESA. Pero, ¿estáis seguros?
CLARA.                                    Como
de que ésa es luz.
MARÍA.                            ¡Por piedad!
MARQUESA. ¡Qué picardía!
FERNANDO.                        Señora...
ANTONIO. Eh, calla. (Sujetándole.)
LUIS.                                      Otro en mi lugar
nunca pensara en casarse
con quien no fuera su igual.
Yo a esa pérfida, mi nombre,
mis bienes quería dar.
Lo que me sucede es justo
castigo a mi necedad.
MARÍA. ¡Oh!
FERNANDO.        ¿Qué has dicho?
MARÍA.                                 ¿A una mujer
tal injurla? Hace usted mal,
FERNANDO. ¿Y te llamas noble? Necio,
¿valen más que su beldad
tus riquezas? ¿Más tu nombre
que su virtud? ¿Lo que da
mérito y fama tan sólo
en esta vida fugaz,
que lo que Dios en el cielo
premia con lauro inmortal?
Bien dices; razón te sobra;
la unión era desigual:
no mereces tú una dicha
que ni aun sabes apreciar.
CLARA. (A su madre.)
¿Lo estás viendo?
MARQUESA.                             ¡Qué insolencia,
qué!...
CLARA.            Y anoche... no hubo tal
ladrón...
MARQUESA.               Pues ¿qué hubo?
LUIS.                                             Una infamia.
FERNANDO. La vuestra.
CLARA.                        Una iniquidad.
MARQUESA. Di.
FERNANDO.      Mi encuentro con María
en el huerto fue casual.
MARQUESA. ¿Con que en el huerto?
CLARA.                                      A las dos
de la madrugada, allá
los encontré yo, solitos.
LUIS. También yo.
MARQUESA.                        ¿Será verdad?
¡Tal escándalo en mi casa!
MARÍA. ¡Me está clavando un puñal!
FERNANDO. Por favor.
MARQUESA.                  Aparta. Así
paga la hospitalidad
que le hemos dado. ¡Qué ejemplo
para mi hija!
MARÍA.                     ¡Esto más!
ANTONIO. (¡Por vida!...)
FERNANDO. (A la MARQUESA.)
                                 Mayor cordura
piden en usted su edad,
sus deberes...
LUIS.                        ¿A mi madre
osas por ella insultar?
¡Fernando!
FERNANDO.                  ¡Luis!
MARQUESA.                           ¡Ay! ¿Qué intentan?
ANTONIO. (¡La bola de nieve!)
MARQUESA. (A FERNANDO.)    Sal,
sal de aquí.
(A MARÍA) Tú...
MARÍA                             Quien a Clara
tan malos ejemplos da,
debe marcharse también.
MARQUESA. ¿Con que te quieres marchar?
CLARA. Pues; para amar a Fernando
con entera libertad.
MARÍA. Me voy, porque aquí padece
mi decoro.
MARQUESA.                  Entonces, haz
lo que gustes, hija; dueña
eres de tu voluntad.
MARÍA. Falso es lo que hoy se me imputa;
pero otros yerros quizá
cometí. Perdón: lo imploro
(Arrodillándose a los pies de la MARQUESA.)
de rodillas, y en señal
de respeto y de cariño,
permítame usted regar
con lágrimas esta mano,
amparo de mi orfandad. (Besándole una mano.)
MARQUESA. (Enternecida.)
Mas... ¿Qué... de veras?...
MARÍA. (Levantándose.)
                         ¡Dios mío!
¿Usted llora?
MARQUESA.                       Es natural.
Que una..., porque al fin...
MARÍA. (Besándole de nuevo las manos.)
                                         ¡Oh, gracias;
gracias! ¡Qué felicidad!
CLARA. (Con despecho.)
No sabe la niña. Con
cuatro mimos...
MARQUESA. (Enojada.)
                        ¿Callarás?
CLARA. (Sollozando amargamente.)
¡Bueno!... Ya nadie me quiere:
ni mi madre...
MARQUESA. (Va hacia ella como para consolarla.)
                       ¡Oh! Ven acá,
tontuela.
FERNANDO. (A Antonio.)
               ¿Ves qué mujer?
Si la inspira Satanás.
LUIS. No hables así de mi hermana.
Mira que...
ANTONIO.                  ¡Por San Froilán
bendito!
MARQUESA.               ¡Luis!¿Otra vez?...
¡Mal hijo! A matarme vais
entre todos.
CLARA.                   Eso; riñe,
riñe a mi hermano, que es gran
delito ampararme. Sigue
tú, Fernando, que a mamá
le agrada oírte. Coloca
a María en un altar,
como es justo; y para mí
después no haya caridad.
¡Me muero, me muero!...
MARQUESA.                                         ¡Ay, Dios!
Clarita... ¡Algo le va a dar!...
Vea usted... (A ANTONIO con gran ansiedad.)
ANTONIO. (Retrocediendo.)
                            No; yo no puedo
curar esa enfermedad.
LUIS. ¡Ojalá que se muriese!
¡Más le valdría! ¡Ojalá
que yo me cayese aquí
redondo!
MARQUESA.               ¡Qué atrocidad!
¡Ay, Virgen de las Angustias!
JUANA. (Dentro.)
Tunante.
PEDRO. (Dentro.)
              Aguarda.
JUANA.                              Animal,
borracho.
MARQUESA.                 ¿No oís?
JUANA. (Sale corriendo por el foro.)
                              ¡Señora,
señora!
PEDRO. (Persiguiéndola.)
        Te he de matar.
ESCENA XIV
DICHOS, JUANA y PEDRO.
MARQUESA. No hay más; todos están locos,
(MARÍA se va por la izquierda, y vuelve a poco con una mantilla puesta.)
todos.¿Por qué así venís?
¿Qué hay?
JUANA.                  Que el señorito Luis
me andahaciendo zorroclocos.
MARQUESA. ¿Qué... dice?
JUANA.                      Y aunque yo oculto
lo tuve..., pues, mi marido,
que es muy galgo, se lo ha olido,
y quiere zurrarme el bulto.
MARQUESA. Pero ¿es cierto?...
PEDRO.                              He de acabar
con ella. Y usted... (Encarándose con LUIS.)
MARQUESA.                               ¡Qué horror!
LUIS. Di.
PEDRO.      Usted es un seductor.
MARQUESA. ¡Jesús!
LUIS. (Yendo a él.)
             Te voy a estrellar.
PEDRO. (Corriendo.)
¡Socorro!
LUIS.                 Aguarda, maldito.
pues en mejor ocasión...
PEDRO. (Poniéndose detrás de la MARQUESA.)
¡Señora, por compasión!
JUANA. Mátele usted, señorito.
MARQUESA. (A LUIS, deteniéndole.)
Sepamos, ¿qué es esto?
LUIS.                                      Celos
quise dar a esa traidora,
a esa infame. (Viendo salir a MARÍA.)
MARÍA.                       Adiós, señora.
MARQUESA. (Con pena.)
Conque al fin...
MARÍA.                         Saben los cielos...
LUIS. (Interrumpiéndola.)
Saben tu culpa.
MARÍA. (Sin decidirse a marcharse.)
                        ¡Qué horrible
ceguedad!
LUIS.                 ¡Cuánta doblez!,
digo yo.
CLARA.               Se irá otra vez;
lo que es hoy...
MARÍA. (Alejándose. FERNANDO la detiene.)
                          Basta.
FERNANDO.                                    ¿Es posible
que el corazón no os taladre
mirarla en trance tan duro?
Es inocente: lo juro
por la gloria de mi padre,
Vuelva usted a la razón,
señora. Tú, Luis, repara
lo que vas a hacer. Tú, Clara,
no tienes mal corazón.
LUIS. ¡Cómo en el dolor se abisma;
cómo por ella desmaya
su altivez!
CLARA.                 ¡Oh!, que se vaya,
o he de arrojarla yo misma.
(FERNANDO da un grito de indignación. ANTONIO expresa con sus ademanes el horror que le causa la conducta de CLARA. La MARQUESA trata de apaciguarla.)
MARÍA. ¡Gran Dios!
JUANA. (Llorando.)
                    Vámonos de aquí,
señorita.
MARÍA. (Apoyándose en ella.)
              Ven conmigo,
sí.
LUIS.           La execro.
CLARA.                              La maldigo.
FERNANDO. Apóyese usted en mí.
(Asiendo un brazo a MARÍA y haciéndola que lo apoye en el suyo.)
MARÍA. ¡Oh!
CLARA.          ¿Cómo?
FERNANDO. (A todos.)
                      Firme sostén
prestarla tranquilo puedo.
(A MARÍA.)
Apóyese usted sin miedo:
la ampara un hombre de bien.
MARQUESA. Salid, pues.
CLARA.                    ¿Juntos los dos?
LUIS. Salid.
FERNANDO.          Estéril encono.
MARÍA. (A LUIS.)
Te desprecio.
(A CLARA.)
                    Te perdono.
ANTONIO. ¡Bien, Fernando!
MARÍA.                            Adiós.
FERNANDO.                                        Adiós.
(Vanse MARÍA, FERNANDO, ANTONIO. JUANA y PEDRO por la puerta del foro.)
ESCENA XV
CLARA, LUIS, la MARQUESA, y después PEDRO.
CLARA. (¡Juntos!)
MARQUESA.                  ¡Qué día!
CLARA.                                 ¡Y se irán!
LUIS. (Aparentando tranquilidad.)
Sin duda.
                 (¿Y yo me contengo?)
CLARA. ¡Se van!
LUIS.               ¡Valor!
CLARA.                            Si lo tengo;
Pero ¿no ves que se van?
LUIS. (Riéndose.)
Pues ríete... como yo...
CLARA. Sí..., ya me río..., me río...
(Riendo con expresión angustiosa.)
Míralo...
LUIS.                 ¡Clara!
MARQUESA.                              ¡Dios mío!
CLARA. ¡No se irán!, ¡mil veces no!
(Corriendo hacia el foro; LUIS y la MARQUESA la detienen.)
LUIS y
MARQUESA. ¡Oh!
CLARA. Soltad. ¡Aleve, ingrato!
(Luchando por desprenderse de los brazos de su hermano y su madre.)
Soltad. ¡Fernando! ¡María!
(Corriendo otra vez hacia el foro y llamándolos a gritos.)
PEDRO. (Presentándose en la puerta del foro cuando CLARA va a salir por ella.)
¡Se fueron!
CLARA.                     ¡Madre!
(Arrojándose en sus brazos.)
MARQUESA.                                    ¡Hija mía!
(Estrechándola contra su seno.)
LUIS. (O él me mata, o yo le mato.)
FIN DEL ACTO SEGUNDO

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