Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Acto tercero



Habitación humilde en una casa de campo. Puerta en el foro; otras a la izquierda, en primero y segundo términos.
ESCENA PRIMERA
PEDRO y JUANA.
PEDRO. Juana, Juanilla, ¿será
verdad que al fin te recobro?
JUANA. Verdad es: ¿qué ha de hacer una?
Tengo yo un alma...
PEDRO.                                       De corcho.
No me hicieras penar tantos
días a no ser un monstruo;
que ya de angustia y coraje
bramaba yo como un toro.
Y mira, Juana, ¡por éstas!,
(Juntando las manos en cruz y besándolas.)
si hoy no te ablandas, me ahorco.
JUANA. Pues lo pasado, pasado,
y vida nueva, pimpollo.
PEDRO. ¡Jesucristo! No me digas
requiebros, que me acongojo.
Niña mía, resalada,
cara de cielo, tesoro
de mi corazón.
JUANA.                         Pero oye:
se acabó el estar celoso.
Que no has de alzarme la mano,
que no has de armar alboroto
porque me miren.
PEDRO.                             Corriente.
JUANA. Ni porque me echen piropos.
PEDRO. Bueno.
JUANA.              Ni porque me abracen.
PEDRO. ¡Mujer!...
JUANA.                Ni porque...
PEDRO.                                   ¡Un demonio!
JUANA. Lo dicho, dicho; si no
lárgate, y punto redondo.
PEDRO. Callaré aunque vea...
JUANA.                                     ¿Qué
podrás ver que sea impropio
de una mujer tan honrada
como yo? No hagas el tonto,
y habrá paz.
PEDRO.                     Bueno: descuida;
ya verás cómo me porto.
Ahora es preciso que juntos
busquemos un acomodo.
JUANA. Ya sé que también te fuiste,
de allá.
PEDRO.                     Estaba tan furioso,
que al instante hice mi hatillo
y me planté en el arroyo.
JUANA. Lo que es yo me quedo aquí,
marido; yo no abandono
a mi señorita; y eso
que estoy..., ¡caramba!, hasta el moño,
de vivir en campo raso.
Para ocultar su bochorno
y su pena, a esta casita
que le buscó don Antonio,
se vino la pobre, y sola
con ella, sin más holgorio
que verla llorar, me aburro
de veras. Cierto es que como
y apenas trabajo; pero
yo perdonaría el bollo
por el coscorrón.
PEDRO.                             Pues deja
que allá se las hayan solos.
Que la consuele el querido.
JUANA. ¿Qué querido?
PEDRO.                          Si es notorio
lo que pasa. Ya lo cuentan
en Granada hasta los loros.
¡Qué alhaja salió la niña!
¿Quién lo pensara de un mozo
como don Fernando, siempre,
al parecer, tan juicioso?
JUANA. Más mata una mala lengua
que la mano del verdugo,
que el verdugo mata a un hombre
y ella mata a todo el mundo.
Bien dice la copla. ¿Cuándo
se venderán en manojos
las malas lenguas? ¡Qué pisto
haría yo tan sabroso
con ellas! Pues me ha gustado
que creas tales embrollos
también tú.
PEDRO.                    Yo digo...
JUANA.                                     Calla.
PEDRO. Mujer...
JUANA. (Amenazándole.)
               Calla o te acogoto.
ESCENA II
DICHOS y MARÍA.
MARÍA. (Sale por la puerta de la izquierda de segundo término.)
¿Qué es eso?
PEDRO.                        Nada...Que estamos
haciendo las paces...
JUANA.                                    Poco
durarán. ¡Ay, señorita!
Sepa usted que este galopo
es también de los que creen
que usted...
PEDRO. (Bajo a JUANA.)
                   ¡Por San Pedro apóstol!
JUANA. Y el señorito Fernando...
PEDRO. (Se empeñó.)
JUANA.                      Pues...
MARÍA.                               (¡Qué sonrojo!
¡Qué humillación!)
JUANA.                                Dios me libre
de un hombre tan malicioso
PEDRO. Como uno dice lo que oye
decir... Pero no es lo propio
decir que creer las cosas;
y a mí me sobra meollo
para conocer que usted
no es capaz... Y que un antojo
cualquiera lo tiene; el diablo
nos tienta... y el...
JUANA.                             ¡Me sofoco!
MARÍA. Dejadme.
JUANA.                    Vente.
PEDRO.                              ¿Qué dije
de malo?
JUANA.                ¡Si ya estás chocho!
Alguien sube la escalera.
MARÍA. (Con anhelo.)
Mira quién es.
JUANA.                       Lo supongo.
PEDRO. (Pues el galán.)
(Vanse por el foro PEDRO y JUANA.)
ESCENA III
MARÍA, y a poco ANTONIO.
MARÍA.                         Ya era tiempo.
No habrá para mí reposo
hasta haberle dicho... Mal
tan rudos golpes soporto.
ANTONIO. A los pies de usted.
MARÍA.                                 ¿No viene
Fernando?
ANTONIO.                  Rato muy corto
debe tardar.
MARÍA.                    Ya hace días
que no le veo.
ANTONIO.                        ¿Exigiolo
usted misma y le sorprende
que no venga?
MARÍA.                        Ya es forzoso
que nos veamos.
ANTONIO.                           (Y aún juran
que... ¿Si me tendrán por bobo?)
MARÍA. ¿Vendrá hoy?
ANTONIO.                        Por fuerza. Usted
aquí y en Granada el novio,
mal pudiera el casamiento
celebrarse.
MARÍA.                   ¿Qué? ¡Tan pronto!
No puede ser... No es creíble...
ANTONIO. ¿Sabe usted lo que nosotros
hemos corrido estos días?
Hoy por fin no queda estorbo
que allanar; todo se ha hecho
a escape y con el más hondo
sigilo. Quizá Fernando
me siga ya presuroso,
y poco después el cura,
nuestro amigo don Jerónimo,
vendrá a casarlos a ustedes
aquí mismo.
MARÍA.                      ¡Oh, no! Que todo
se suspenda. Corra usted.
¡Yo su esposa!
ANTONIO.                          Estoy absorto.
MARÍA. ¡Imposible!
ANTONIO.                    Usted al fin
consintió...
MARÍA.                    Mas ya deploro
haber cedido a sus ruegos.
ANTONIO. ¿No es digna acaso de encomio
su intención?
MARÍA.                       ¡Ay, Dios! No cabe
proceder más generoso.
ANTONIO. ¿Por qué quiere usted entonces
evitar?... No hay otro modo
de salvarla a usted. Así
no mas se pondría coto
a viles murmuraciones.
MARÍA. ¡Oh! Que arrastren por el lodo
mi fama; nada me importa.
Corra usted.
ANTONIO.                     Si ya es ocioso...
Ya nada puede tardar...
MARÍA. Corra usted, por Dios.
ANTONIO. (Vase por el foro.)      Bien, corro.
ESCENA IV
MARÍA. ¿Cómo a sus instancias pude
ceder al fin? ¿Qué trastorno
padeció mi mente cuando
estimé tal matrimonio
posible? ¿Fue todo en mí
ansia de evitar mi oprobio,
de vengarme al mismo tiempo
de Luis, y hallar el apoyo
que he menester en Fernando,
o además tuvo algún otro
móvil mi condescendencia?
No: sin duda me equivoco.
Gratitud es lo que siento
por él; gratitud tan sólo.
ESCENA V
MARÍA y CLARA. CLARA entra por el foro cubierto el rostro con velo o mantilla. Detiénese a alguna distancia de MARÍA y descúbrese.
MARÍA. ¿Quién es? ¿Qué veo? ¡Tú aquí!
CLARA. Yo, María; yo que pongo
mi necio orgullo en olvido,
yo, que tu favor imploro.
MARÍA. Mas ¿qué significa?
CLARA.                                  Sola,
exponiéndome al enojo
de Luis, causando a mi madre
nuevo dolor, abandono
mi casa y vengoa la tuya.
¿Por qué? Contempla mi rostro;
mira cuánto he padecido,
y si tu perdón no logro...
MARÍA. Me pasma oírte.
CLARA.                           He cambiado
mucho.
MARÍA.              ¿Sí?
CLARA.                       No me conozco
yo a mí misma. Fue indiscreto
mi proceder, fue horroroso,
amaras o no a Fernando.
MARÍA. ¿Luego lo dudas?
CLARA.                             Tu asombro
es natural. Hoy lo dudo,
y antes... Pero hoy reflexiono
con más calma. Bien pudimos
engañarnos, que no somos
infalibles. A eso vengo
también: habla sin rebozo;
dime la verdad.
MARÍA.                         ¿Y acaso
me darás crédito?
CLARA.                             ¿Cómo
no? Se acabaron mis celos:
de veras.
MARÍA.                Pues te respondo
de que él no me quiso nunca,
ni yo le quise tampoco.
CLARA. ¿No me engañas?
MARÍA.                             No.
CLARA.                                   ¡Qué dicha
tan grande! ¡Cuánto le adoro!
¡Fernando mío! Sin él
me muriera.
MARÍA.                      (¡Dios piadoso,
qué iba yo a hacer!)
CLARA.                                Quiero hablarle,
pedirle perdón.
MARÍA.                         Muy pronto
le verás.
CLARA.               ¿Dónde?
MARÍA.                                 Aquí misino.
CLARA. ¿Vendrá?
MARÍA.                 De fijo.
CLARA.                              ¿Incomodo,
quizá?
MARÍA.             ¡Clara! ¡y me decías!...
CLARA. Afirmas con tanto aplomo
que vendrá de fijo.
MARÍA.                               ¿Y qué?
CLARA. Cierto...Nada...Si no ignoro
que viene.
MARÍA.                  Sabe además
que pretende ser mi esposo.
CLARA. ¿Qué escucho? ¿Y pude creerte?
MARÍA. ¿Otra vez?
CLARA.                   Leo en el fondo
de tu corazón: comprendo
que os amáis. Sacia tu encono,
tu rencor; véngate ahora
burlándote de mi lloro,
de mi desdicha. Casaos. (Dirigiéndose al foro.)
MARÍA. No, Clara.
CLARA.                      ¿No? (Volviendo al lado de MARÍA.)
MARÍA.                                  Yo me opongo...
CLARA. ¿Mas Fernando?...
MARÍA.                                 Caballero,
honrado y pundonoroso,
a costa de un sacrificio
quiere evitar mi desdoro,
salvar mi fama, que habéis
comprometido vosotros.
Pero te ama. Quede yo
sin honra; sea él dichoso,
y tú con él.
CLARA.                   Ni siquiera
merezco besar el polvo
que tú pisas. ¡Oh, qué injusta
soy contigo!
MARÍA.                      Te perdono;
ya lo dije.
CLARA.                  Mas ahora
no condenes mi alborozo.
Luis... En vano supliqué,
en vano me vio en el colmo
del dolor... Hoy con Fernando
quiere batirse.
MARÍA.                         ¿Qué oigo?
CLARA. ¿Verdad, María, verdad
que esto sería espantoso?
MARÍA. Sí, Clara.
CLARA.                 El uno mi sangre,
alma de mi alma el otro.
Sólo de pensarlo, creo
que, falta de aire, me ahogo.
¡Qué fortuna haber venido,
cediendo al grito imperioso
de mi corazón! Fernando
no te ama; ni por asomo
le quieres tú; le hablaremos
las dos, y luego entre todos
convenceremos a Luis.
Ni temas que tu decoro
quede manchado. Si el pobre
está muerto por tus ojos.
Y ¿qué ha de hacer cuando sepa
la verdad? Volverse loco
de alegría; darte al punto
su nombre.
MARÍA.                     No le ambiciono:
jamás le aceptara.
CLARA.                              Deja
que te abrace en testimonio
de amor fraternal: tu pecho
no puede ser rencoroso.
(Abrazando y besando a MARÍA.)
MARÍA. Si esa noble confianza
se desvaneciera al soplo
más leve...
CLARA. Nunca. ¿No oíste? (Asomándose a la puerta del foro.)
¿Será él?
MARÍA.                 Sin duda.
CLARA.                                  ¡Oh gozo!
(Como asaltada de una idea repentina.)
Si me ofrecieses callarle.
mi venida.
(Sin dejar de mirar al fondo en todo lo que resta de esta escena.)
MARÍA.                   ¿A qué propósito?
CLARA. Para oírle oculta.
MARÍA.                             ¡Clara,
Clara!... Mas sí, me conformo;
ocúltate.
CLARA. (Aléjase y vuelve.)
                ¿No le harás
gesto ni seña?...
MARÍA.                            ¡Qué odioso
recelar!
CLARA.               Júralo.
MARÍA.                           Bien,
lo juro, y al cielo tomo
por testigo. A ver si al fin
te convences.
CLARA.                       Es chistoso
que creas... Bien convencida
estoy; pero... (Como si sintiese llegar a FERNANDO)
                      Aquí me escondo.
(Yéndose precipitadamente por la izquierda.)
MARÍA. Mucho me cuesta, no importa.
ESCENA VI
FERNANDO y MARÍA.
FERNANDO. ¿Es cierto, María, es cierto
lo que me han dicho? Pues ¿cómo
ha cambiado usted tan presto
de resolución?
MARÍA.                         Si un día
acepté el ofrecimiento
que se me hace, fue, sin duda,
porque no estaba en mi acuerdo.
Ya usted cumplió sus deberes
de amigo y de caballero:
no quiera Dios que yo abuse
de tal bondad. Mo avergüenzo
de mi egoísmo.
FERNANDO.                         Señora,
ése es un vano pretexto.
Usted por ellos pretende
sacrificarse de nuevo.
¿Lo merecen? Aunque fuera
posible un avenimiento,
¿deberíamos nosotros
condenarnos a perpetuo
martirio? Ni hay quien se exponga
al público menosprecio
casándose con usted,
después del grave suceso
que nadie ignora y produce
tanto escándalo.
MARÍA.                            Yo tengo.
por dicha, muy bien sentada
mi reputación.
FERNANDO.                        Por eso
mismo; que siempre causó
mucho gozo en este infierno
ver la caída de un ángel.
Luis dice que nos queremos;
lo dice Clara, y también
la Marquesa; en un momento
de irreflexión, de su casa
juntos salimos; con menos
basta para que una joven
quede perdida.
MARÍA.                        Yo creo
que usted exagera.
FERNANDO.                                No,
por desgracia, no exagero.
Si usted no se une conmigo,
perdida está sin remedio.
Ceda usted, por Dios, María;
ya todo se halla dispuesto;
y aquí mismo un sacerdote,
que debe llegar muy luego...
MARÍA. Fernando, nunca; imposible.
FERNANDO. Pues sépalo usted: hoy debo
batirme con Luis.
MARÍA.                             No ignoro
ese bárbaro proyecto,
que no ha de llevarse a cabo.
FERNANDO. Hoy mismo. Sobrado tiempo,
porque usted lo quiso, humilde
soporté mi vilipendio;
y si hoy no me bato, Luis,
lo que ayer juró cumpliendo,
pondrá su mano en mi rostro.
Yo no debo, yo no quiero
atentar contra su vida;
él, de mi sangre sediento,
seguro es que ha de matarme.
Déjeme usted que a cubierto
ponga su decoro; así
después moriré contento.
Y usted con otro enlazada
más feliz, logre el afecto
de esposa gozar y el santo
amor de madre. Y si puedo,
haré que Luis su injusticia
conozca al fin, porque veo
que usted le quiere, a pesar
de todo. Cuando, vertiendo
mi sangre, sacie su furia,
yo por mi descanso eterno
juraré que no es culpada
su María. En tal momento
de mis palabras acaso
no dude, y, viéndome muerto,
tal vez a usted volverá
curado de infames celos.
MARÍA. (¡Qué corazón! ¡Dios benigno,
protégeme!)
FERNANDO.                      ¿No merezco
que usted me responda? Es fuerza
que al instante nos casemos.
No bien esté celebrada
la unión, yo marcho, me alejo
de usted, y voy a morir.
¿No es puro y noble mi intento?
MARÍA. Usted delira, usted lleva
su abnegación a un extremo...
FERNANDO. La vi a usted desamparada,
la amparé; la vi de acerbos
dolores presa, fue justa
mi piedad: la vi sufriendo
todo linaje de insultos,
la indignación y el deseo
de evitar tales desmanes
mi pecho agitaron; viendo
la prudencia, la sublime
resignación, el aliento
sobrehumano con que un día
y otro soportaba el peso
de sus males, en usted
admiré sin par modelo
de nobles mujeres; hoy
que en duda su honor se ha puesto.
quiero restaurarle, cifro
toda mi ventura en ello;
este natural conato
de dar al triste consuelo,
de amparar al débil; esta
piedad debida, este aprecio,
esta admiración que usted
merece, este sentimiento
de justicia que me inflama
en ansia de poner freno
a vil calumnia; la voz
de mi deber..., todo esto;
y lueglo el vivo contraste
que ofrece el trato halagüeño
de usted, su candor sencillo,
su amable virtud, sus tiernos
sentimientos, comparados
con los vicios y defectos
de Clara, altiva, soberbia,
suspicaz, taimada; y luego
aquel recelar continuo,
aquel padecer eterno,
aquel vivir insufrible
a que por error ajeno
me vi condenado siempre;
y luego el maldito empeño
de ambos hermanos, que hacían
aún más tenaz, más tremendo
singulares circunstancias,
hijas de acaso funesto;
y luego quizá, el destino,
el cielo, quizá, el infierno
tal vez... En profundo mar
de conjeturas me pierdo,
contra mí mismo batallo,
a mí propio no me entiendo;
no sé qué extraña influencia
Clara y su hermano ejercieron
sobre mí; sólo una cosa
ya por indudable tengo,
por indudable, y a gritos
ahora me la está diciendo
mi corazón, y es, María,
que la adoro a usted con ciego
frenesí; tanto, que en vano
querrá explicarlo mi acento.
MARÍA. (Con íntimo gozo.)
(¡Cielos, me ama!) ¡Qué digo!...(Viendo moverse la puerta por donde antes entró CLARA.)
¡Y Clara nos está oyendo!
FERNANDO. ¿Qué me indica esa zozobra.
esa ansiedad?...
MARÍA.                         ¡Oh, silencio,
silencio!
FERNANDO.               Mil y mil veces
lo diré.
MARÍA.              Sí; bien comprendo
que usted con mentiras trata
de hacer que yo más pequeño
juzgue el sacrificio...
FERNANDO.                                  Usted
lo que sabe es que no miento.
MARÍA. ¿Luego entonces miento yo?
FERNANDO. Una palabra. Ni aun sueño
que usted me pueda querer;
pero si un bien tan supremo
lograra, si tanta fuese
mi dicha...
MARÍA.                ¿Hay tal fingimiento?
FERNANDO. ¡Se burla de mí!
MARÍA.                           Fernando,
a usted le ciega el despecho,
porque aún idolatra a Clara.
Renuncie usted a ese duelo
y únase con ella.
FERNANDO.                            Nunca.
MARÍA. Acceda usted a mis ruegos.
FERNANDO. Mil muertes antes.
MARÍA.                               ¡Dios mío!
Es que Clara...
FERNANDO.                        Odio, desprecio
me inspira, y usted amor
puro, inextinguible, inmenso
MARÍA. Perdónela usted.
FERNANDO.                            Jamás.
Ya lo dije: la detesto.
MARÍA. (Arrodillándose)
Míreme usted a sus plantas.
FERNANDO. No; jamás.
ESCENA VII
DICHOS y CLARA.
CLARA.

(Sale, coge de un brazo a MARÍA y la levanta con violencia. FERNANDO, al salir CLARA, da un grito de sorpresa; MARÍA, de dolor; aquél después inclina la cabeza, y ésta se oculta el rostro entre las manos.)

                     ¡Alza del suelo!
¿Por qué me quieres hacer
limosna que no pedí?
Responde. ¡Que esta mujer
tenga lástima de mí!
Si cuando miente es ahora;
si él a ti nunca te amó;
si él, no hay duda, a mí me adora,
sólo a mí; pues no que no.
A ti sola, a ti te amaba
y en callártelo hizo mal,
que no por callar dejaba
de ser falso y desleal.
Y ya que, al fin, lo revela,
todo hecho azúcar y miel.
fuera escrúpulos, tontuela;
cásate al punto con él.
Yo soy joven todavía;
honrada y noble nací;
y quizá encuentre algún día
esposo digno de mí.
Mas cuenta que yo en la boda
os tengo de apadrinar:
ésta es mi exigencia toda,
yo os conduciré al altar.
Y sin más, mil parabienes
recibid, y hasta después.
(¡Oh! Se me saltan las sienes:
ni acierto a mover los pies.)
(Dirígese al foro y tropieza con un mueble.)
FERNANDO. (Yendo hacia ella como para prestarle auxilio.)
y MARÍA. ¡Oh!
CLARA.         Quietos... Gracias... Repito...
(Felices serán los dos,
y yo en tanto... ) Adiós, primito.
Quietos dije... (Con ira, al ver que insisten en seguirla.)
                        Adiós, adiós.
ESCENA VIII
DICHOS, ANTONIO y después LUIS.
ANTONIO. (Saliendo azorado por la puerta del foro.)
Chico, chico.
FERNANDO.                       ¿Qué hay, Antonio?
ANTONIO. Luis viene detrás de mí.
MARÍA. ¿Luis?
ANTONIO.            El mismo; hecho un demonio
porque su hermana está aquí.
CLARA. A tiempo llega.
MARÍA.                         No agraves
el mal; compasión.
CLARA.                                Descuida.
LUIS. (Al aparecer en la puerta del foro.)
Te hallo al fin.
CLARA. (Señalando a FERNANDO.)
                       Sí; ven. ¿No sabes?
Le he estado oyendo escondida.
LUIS. Sal de esta casa.
CLARA.                          Es su amante;
ya lo sabemos de fijo.
LUIS. Sal de aquí.
CLARA.                   Me iré al instante.
Y le dijo...
LUIS. (Sin poder dominarse, y acercándose a su hermana con vivísimo interés.)
¿Qué le dijo?
CLARA. Que ya no me quiere a mí,
que no me quiso jamás,
que a ella la adora, y así...
no sé cuántas cosas más.
LUIS. ¿Y eso te sorprende acaso?
MARÍA. ¡Clara!...
ANTONIO.                (Bien me lo temía.)
CLARA. ¡Bah! Si lo mejor del caso
no te he dicho todavía.
LUIS. Dilo.
MARÍA.          Clara, estás abriendo
a nuestros pies un abismo.
LUIS. ¿Qué hay? Acaba.
CLARA. (A MARÍA, irónicamente.)
                             Ya te entiendo.
Que quieren casarse hoy mismo. (A su hermano.)
LUIS. ¿Eso quieren?
FERNANDO.                        No es verdad.
que ella lo quiera también.
CLARA. Hoy se casan.
MARÍA.                       Por piedad.
LUIS. Sígueme, Fernando; ven.
MARÍA. ¿Qué pretendes, desdichado?
LUIS. Dar castigo a este traidor.
CLARA. (A LUIS.) ¡Y yo que había olvidado!...
Calma, calma tu furor.
LUIS. ¿No me sigues?
FERNANDO.                           No.
LUIS.                                  ¿Por qué?
FERNANDO. Aún, según nuestro convenio,
no es hora.
LUIS.                   ¡Me gusta! A fe
que el hombre es vivo de genio.
Armas en mi coche traje;
fuera estamos de poblado;
haz un poco de coraje,
y el cuento es cuento acabado.
FERNANDO. Hasta la hora convenida...
LUIS. Tratas de huir: lo presiento.
FERNANDO. (Avanzando hacia LUIS.)
¡Oh!
MARÍA. (Deteniéndole.)
          Respete usted su vida.
ANTONIO. (A LUIS.) Renuncia a tu loco intento.
LUIS. ¿Que yo renuncie...? A mi hermana
condenando a eterno lloro,
hace su esperanza vana,
pone en riesgo su decoro;
mal pariente y mal amigo
la mujer me roba a mí;
a quien tanto quiero.... digo,
a quien necio amar creí,
mi madre por él está,
de tal manera afligida,
que muy en breve quizá
le quite el dolor la vida.
Y cuando en mi justa furia,
tan lleno ya de razón,
de una y otra y otra injuria,
le pido satisfacción;
porque él en tono muy grave
responda sólo: «no puedo,
no debo», que es, ya se sabe,
como decir, «tengo miedo»,
¿yo no he de vengarme, yo
por contento me he de dar,
y todo aquí se acabó,
y pelillos a la mar?
¡Vive Dios! Eres tan necio
como infame.
FERNANDO. (Procurando contenerse.)
                      ¡Luis!
ANTONIO. (A LUIS.)                  Repara...
LUIS. (Acercándose a FERNANDO, a pesar de que ANTONIO trata de detenerle.)
Si digo que te desprecio.
FERNANDO. (Más irritado.)
¡Luis!
LUIS. (Frenético de ira.)
           Y te escupo a la cara.
CLARA. Advierte...
LUIS.                   Cobarde.
FERNANDO.                                   Cesa.
LUIS. Cobarde, sí; lo repito.
FERNANDO. (Dirigiéndose al foro.)
Ven, pues.
LUIS.                   ¡Al fin! Ya es empresa
enfadar a este amiguito.
ANTONIO. Sí, castiga su insolencia,
puesto que así te provoca.
MARÍA. ¿También usted?
ANTONIO.                             La paciencia
de un santo sería poca.
MARÍA. Ruégale tú.
CLARA.                    ¡Ni merece
que le castigue tu mano!
Déjale.
LUIS. (A MARÍA.)
           Más me enfurece
tu súplica.
MARÍA.                   ¡Todo en vano!
FERNANDO. La muerte de Luis sería
causa de dolor tremendo:
ya lo sabe usted, María;
yo a nadie aflijo muriendo.
MARÍA. Noble eres, Luis; ya has oído
que tu muerte no desea,
que va a morir decidido.
LUIS. Después cambiará de idea.
MARÍA. ¡Por tu madre, por el cielo!
LUIS. Por nada.
MARÍA.                 Pues bien; Fernando
va a renunciar a ese duelo.
LUIS. (Irónicamente.)
¿Tú lo exiges?
MARÍA.                          Yo lo mando.
¡Usted morir! ¿Quién reclama (A FERNANDO.)
tal sacrificio? Cruel (A LUIS.),
óyelo bien. Él me ama
y yo.... yo le adoro a él.
CLARA
y LUIS. ¡Oh!
FERNANDO.         ¿Qué escucho?
CLARA.                                   Al fin se vende.
FERNANDO. ¿Será cierto?
ANTONIO.                       (¡Bueno va!)
CLARA y LUIS. ¡Le ama!
MARÍA.                 ¿Qué os sorprende?
Pues ¿no lo sabíais ya?
Le amo, sí.
FERNANDO.                  Gracias, señora.
MARÍA. Aún hay quien llanto derrame
por usted.
LUIS. (A MARÍA.)
                  Calla, traidora.
FERNANDO. ¡Oh qué dicha!
CLARA. (A FERNANDO.) Calla, infame.
LUIS. Vamos, o en nada reparo.
FERNANDO. (A ANTONIO.) Tú de ambos serás testigo.
ANTONIO. ¿Qué he de hacer?
MARÍA.                              ¿Mi amor declaro,
y nada en cambio consigo?
FERNANDO. ¿Cómo evitar este lance?
Y si usted me tiene amor,
¿no debo yo a todo trance
guardar intacto mi honor?
MARÍA. Hoy me llama usted su esposa
si consiente en no reñir.
LUIS. ¿El tu marido?
CLARA.                         ¡Si es cosa
de no poderlos oír!
FERNANDO. ¿Aceptará usted mi nombre?
MARÍA. Con orgullo y con placer.
CLARA. ¡Y yo he querido a este hombre!
LUIS. ¡Y yo quise a esta mujer!
FERNANDO. Amor el tuyo funesto:
ya no hay nada entre los dos;
y ojalá nunca...
CLARA.                         ¿Oyes esto?
Ea, mátale, por Dios.
MARÍA. ¡Qué horror! ¡Piedad!
LUIS.                                    No la esperes.
MARÍA. Matadme primero a mi.
LUIS. ¿Ahora detenernos quieres?
MARÍA. (Colocándose delante de la puerta del foro.)
No saldrás.
LUIS. (Asiendo a MARÍA de un brazo, y trayéndola hasta cerca del proscenio.)
                    Quita de ahí.
FERNANDO. Partamos. (Saliendo con ANTONIO por la puerta del foro.)
MARÍA. (Por FERNANDO.)
                  ¿Y en su alma cabe
tal rigor?
LUIS. Nadie te ampara. (Vase y cierra la puerta.)
MARÍA. (Corriendo hacia el foro.)
Y cierra..., y quita la llave.
FERNANDO. (Dentro.) Adiós, María.
LUIS. (Dentro.)                       Adiós, Clara.
ESCENA IX
CLARA y MARÍA.
MARÍA. Por ti corren dos hermanos
a matarse, alma de fiera.
¡Ay de ti! Muera el que muera,
ese habrá muerto a tus manos.
¿Y aún tu maldad te envanece?
¿Y aún tu crimen no te espanta?
CLARA. Si muere Luis... ¡Virgen santa!
Pues si Fernando perece...
Por mí se van a matar;
no hay duda, por culpa mía...
¡A matarse! ¿Y tú, María,
los has dejado marchar?
MARÍA. ¿Lo ves? Al fin, desdichada,
cesó tu insensato alarde.
¡Ya es tarde! (Con profundo dolor.)
CLARA.                       ¿Para qué es tarde?
Dímelo. No digas nada.
¿Esas puertas?...
MARÍA.                            Todas dan
a aposentos interiores.
CLARA. Aún debieron ser mayores
tus ruegos, mayor tu afán.
MARÍA. Harto vieron mi aflicción,
harto he gemido y rogado.
CLARA. ¿Y qué? ¿Nada? ¿Se han marchado?
¡Si no tienen corazón!
MARÍA. Infeliz, ¿ahora te aflige
lo que hace poco anhelabas?
CLARA. ¿A qué decir que le amabas?
MARÍA. No mentí cuando lo dije.
CLARA. Ese es castigo bastante
para mi culpa.
                       Además,
hoy la muerte llorarás
de tu hermano o de tu amante.
CLARA. ¡Salva a mi hermano, gran Dios!
¿Qué digo? ¡Salva a Fernando!
Dios mío, estoy blasfemando.
¡A los dos, salva a los dos!
MARÍA. Mucho vas a padecer.
CLARA. ¡Socorro, favor! Gritemos.
MARÍA. ¿Y a qué gritar?
CLARA.                             Pues ¿qué haremos?
hagamos algo, mujer.
MARÍA. Esperar en Dios.
CLARA.                             Jamás
la esperanza en Dios perdí.
Esperar en Dios, sí, sí;
pero algo más, algo más.
¡Favor! Cerraron la puerta.
¡No me oyen! Y Luis, sin duda,
la cerró. Ven; dame ayuda.
Pronto la verás abierta.
MARÍA. No es posible.
CLARA.                        ¿Por qué no?
Ven; mis esfuerzos imita.
No; nada... ¡Puerta maldita!
¿Y ha de poder más que yo?
MARÍA. No hay remedio. ¡Ay, infelices
de nosotros!
CLARA. ¡Qué tormento!
MARÍA. ¡Tal vez en este momento!...
CLARA. Mira, por Dios, lo que dices.
¿Supones que ya?... Mal haces;
ni lo imagines siquiera.
Crimen espantoso fuera,
de que ellos no son capaces;
que si la furia los hizo
olvidarse aquí de todo,
luego... ¿Aún tiemblas de ese modo?
Pues yo bien me tranquilizo.
Segura tienen la vida:
con que tu ansiedad reprime
y no calles; habla, dime
que te das por convencida.
Cualquiera de ellos que osare
hacer al otro algún daño...
verás cómo no me engaño,
¡Verás!...
MARÍA y
CLARA.                   ¡Oh!
(Suenan fuertes golpes en la puerta del foro.)
ESCENA X
DICHAS y PEDRO y JUANA, dentro.
JUANA.                   ¡Dios nos ampare!
PEDRO. ¡Señora!
MARÍA.               Abrid.
JUANA.                         Han quitado
la llave.
CLARA.              ¿Qué hay?
MARÍA.                                 ¿Qué tenéis?
JUANA. ¡Ay, señorita!
CLARA.                        ¿Hablaréis?
MARÍA. ¿Qué pasa?
PEDRO.                    Que le han matado.
CLARA y
MARÍA. ¡Jesús!
PEDRO.             Y le traen en peso.
JUANA. ¡Que venga usted, señorita!
MARÍA. ¿Mas quién a quién?...
CLARA. ¡Quita, quita!
(Apartándola de la puerta y tapándola la boca con una mano.)
¿Vas a preguntarles eso?
MARÍA. ¡Así estaremos penando
por los dos!
CLARA.                     ¡Silencio!
MARÍA.                                     Sí; (Prestando atención.)
Alguien más viene hacia aquí.
CLARA. ¿Será Luis? ¿Será Fernando?
MARÍA. ¿Oyes?
CLARA.             La puerta han abierto.
MARÍA. ¡Dios piadoso, en ti confío!
CLARA. ¡Oh!
(LUIS aparece en la puerta del foro pálido y desencajado.)
MARÍA.          ¡Qué veo!
(Saliendo precipitadamente por la puerta del foro.)
CLARA. (Arrojándose en sus brazos con expresión de alegría.)
                           ¡Hermano mío!
¡Fernando, Fernando ha muerto!
(Con el más profundo dolor, y dejándose caer en una silla. LUIS se queda inmóvil y profundamente abstraído. Pausa.)
ESCENA XI
CLARA y LUIS.
CLARA. ¿Morir él? ¿Y no ha cesado
mi corazón de latir?
Pues qué, ¿puedo yo vivir
sin mi dueño idolatrado?
¿Por qué estás pálido y yerto?
(Asiéndole de una mano.)
¿Qué te pasa?... Escucha... Mira...
¿Que le has matado? ¡Mentira!
Tú sí que pareces muerto.
Habla: ¿qué debo temer?
Di: ¿qué has hecho de tu hermano?
¿Será verdad que esta mano?
(Soltando con horror la mano que le tiene asida.)
¡Si no lo puedo creer!
LUIS. Era la ofensa evidente.
Cegaba yo de coraje;
estábamos en paraje
para el duelo conveniente;
disparé; caer le vi;
toda mi sangre se heló;
le llamé; no respondió;
trémulo de espanto huí.
CLARA. Pero ¿es verdad?
LUIS.                              Sólo el llanto
puede consolarte ahora.
Llora, desdichada, llora...
¡Los dos lloraremos tanto!
Quien por odio a su enemigo
a empresas tales se lanza,
donde piensa hallar venganza
halla su propio castigo.
Clara, Clara, ¡amor fatal!
CLARA. Hermano, ¡malditos celos!
LUIS. ¡Haced un milagro, cielos,
y que viva mi rival!
CLARA. Si aún vive... Si por ventura
no fuese el riesgo tan grave
LUIS. ¡Vana esperanza!
CLARA.                            ¿Quién sabe?
LUIS. ¡Ay, no! Su muerte es segura.
CLARA. ¿Y tú, Luis? ¡Qué horrible hazaña!
¿Tú correr su sangre has hecho?
¿Tan duro tienes el pecho?
¿Tan implacable es tu saña?
¿Quién no te ha de aborrecer,
malvado, cruel, impío?
LUIS. Pero ¿hay paciencia, Dios mío,
para oír a esta mujer?
¿Cuando mi mano homicida
maldigo yo propio; cuando
por la vida de Fernando
diera contento mi vida;
cuando está mi corazón
condenado a eterno duelo,
tú, en vez de darme consuelo,
acrecientas mi aflicción?
Tú sin tregua has avivado
mi celoso frenesí;
tú hiciste que ardiera en mi
el furor que me ha cegado;
tú me exigiste que en él
nuestras ofensas vengara;
¿y tú me llamas, tú, Clara,
malvado, impío y cruel?
Sé que a darme tales nombres
derecho tiene cualquiera;
sé que cambiarme pudiera
por el más vil de los hombres;
mas tú, ciega como yo,
como yo cruel, impía,
tú no aumentes mi agonía,
tú no me culpes, tú no.
CLARA. Quiero verle.
LUIS.                       Aguarda.
CLARA.                                        Ven.
LUIS. Advierte.
CLARA.                 Ya nada advierto.
LUIS. ¿Y si le encontrarnos muerto?
CLARA. ¡Muera yo entonces también!
(Van a salir por el foro, y entra ANTONIO. Al verle, ambos lanzan un grito.)
ESCENA XII
DICHOS y ANTONIO.
ANTONIO. Os buscaba.
LUIS.                     Habla.
CLARA.                                ¿Qué ha sido
de Fernando?
LUIS.                       Dilo.
CLARA.                                 Sí:
Vamos.
LUIS.              Habla.
CLARA.                         Pronto.
LUIS.                                        Di.
ANTONIO. Como estoy tan conmovido...
CLARA. ¿Por qué?
LUIS.                   La nueva es funesta,
¿verdad?
CLARA.                 ¿Por qué?
ANTONIO.                                  Lo diré,
si ustedes callan.
CLARA.                            ¿Por qué?
LUIS. ¿No hablas? Responde; contesta.
ANTONIO. Pero...
CLARA.            Acabe mi ansiedad.
LUIS. Mitiga nuestro tormento.
CLARA. Usted venía contento.
LUIS. Tú llorabas.
CLARA.                     La verdad.
LUIS. ¿Ese llanto?
ANTONIO.                     Es de alegría.
CLARA. ¿Vive aún?
ANTONIO.                    ¡Pues no que no!
¿Para qué he estudiado yo
Medicina y Cirugía?
CLARA. ¿Oyes, Luis?
LUIS.                       Sí... Mal hicieras
en mentir.
ANTONIO. (Queriendo llevarle hacia el foro.)
                  ¡Oh! Ven conmigo.
LUIS. ¿Vive... eh? ¿Vive?
ANTONIO.                                 Que sí digo.
LUIS. ¿Con que sí? ¿Vive? ¿De veras?...
ANTONIO. ¡Dale!
CLARA.             No dudes.
LUIS.                              Bien; ya
sabemos que vive.
ANTONIO.                               Y qué,
¿no te alegras?
LUIS.                         Aún no sé.
Aún no sé si vivirá.
CLARA. ¿Pues no?
ANTONIO.                  Por Dios que me creas.
LUIS. ¿Vivirá?
ANTONIO.                Yo te lo fío.
LUIS. (Estrechándole repetidas veces contra su corazón.)
¡Ay, Antonio, Antonio mío,
bendito, bendito seas!
ANTONIO. ¡Bendito Dios!
CLARA.                        ¡Qué ventura!
ESCENA XIII
DICHOS y PEDRO.
PEDRO. (Desde la puerta del foro.)
Ya ha venido ese sujeto.
ANTONIO. Fuera excusado el secreto.
Ese sujeto es el cura.
LUIS. ¡Un cura!
ANTONIO.                   Avisado estaba...
LUIS. Sigue.
CLARA.            ¿Y qué?
ANTONIO.                           Que aprovechando
la ocasión... Como Fernando
teme por su vida...
LUIS.                                Acaba.
ANTONIO. Quiere que a salvo ante todo
quede la reputación
de María; que la unión
se verifique del modo
que ahora permita su estado.
LUIS. ¡Clara!
ANTONIO.            ¿Y ella?
LUIS.                         Ha consentido.
CLARA. ¡Luis!
ANTONIO. (Vase con PEDRO.)
           Ustedes lo han querido:
Ustedes los han casado.
ESCENA ÚLTIMA
CLARA y LUIS.
CLARA. ¿Qué es esto?¡Válgame el cielo!
LUIS. ¡No sé qué pasa por mí!
CLARA. Pues entonces, necio, di,
¿de qué ha servido ese duelo?
LUIS. ¡Ella ajena!
CLARA.                    ¡Él de otra esposo!
LUIS. ¡Corramos! (Van hacia el foro.)
CLARA.                    ¡Oh!
LUIS. (Deteniéndose los dos.)
                           ¡Fuera, impío!
CLARA. (Cayendo de rodillas.)
¡Hazla dichosa, Dios mío!
LUIS. (Levantandolas manos al cielo.)
¡Dios eterno, hazle dichoso!
FIN DEL DRAMA



Arriba