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La buenaventura

Concepción Gimeno de Flaquer





Llámase quiromancia la adivinación supersticiosa hecha por las rayas de la mano, a la cual apellidan los gitanos buenaventura.

En los siglos XV y XVI las gitanas explotaron muchísimo la inocencia de los crédulos, pues el desarrollo de la superstición les hizo adquirir a ellas notable importancia. Todos acataban los pronósticos de las gitanas y los guardaban en el archivo de la memoria, con gran respeto, siendo para ellos tan sagrados como los libros sibilinos para los romanos.

Los gitanos son una raza originaria de Egipto; raza nómada, cosmopolita, que existe en España desde la dominación de los árabes, habiéndose extendido después por todos los países de Europa, en los cuales ha recibido diferentes nombres: dicha raza tiene en su fisonomía algo del tipo árabe, lo mismo que en sus costumbres.

Hoy no se cree en la gitana, pues la antorcha de la civilización ha esparcido sus vívidos rayos por todas partes, rasgando las oscuras brumas de la ignorancia; mas a pesar de esto, la gitana es, a nuestra vista, un tipo interesante, por el misterio que rodea su ser y su existencia. La gitana es una mujer poco vulgar, y todo lo extraordinario seduce nuestra fantasía. La gitana es un ser sin patria ni hogar; ni tuvo cuna ni sabe dónde hallará una modesta sepultura. Vaga errante por este mundo sin ningún derrotero; es una eterna peregrina que jamás llega a su Jerusalén.

La gitana posee una imaginación ardiente, que tiene siempre en actividad, porque vive de ella. Observad sus abrasadoras pupilas que arrojan ígneo resplandor; contemplad su marchita tez calcinada por su fogosa inteligencia, y os inspirará tierna compasión ese desgraciado ser de mirada profunda y sombría como el abismo; ese desgraciado ser en cuyos labios palpita constantemente la más glacial ironía, sin asomar a ellos jamás una dulce sonrisa. La gitana tiene una juventud tan breve como precoz, pues pasa de la niñez a la edad provecta: la existencia de la gitana no tiene primavera.

La gitana ha sido joven y hermosa; pero no ha conocido los homenajes que se tributan a la belleza y la juventud, porque no es respetada cual las demás mujeres.

La gitana inspira desprecio, antipatía, repulsión.

Si alguna vez habéis visto a la gitana rodeada de aristocráticas damas que la contemplan con entusiasmo, cual sucede en la ilustración de la página 72, es porque en aquellos momentos se halla adulando el amor maternal. Aunque hoy nadie cree en la gitana, no hay madre que deje de escucharla con arrobamiento cuando le predice que su hija se casará con un rey. ¡Es tan sensible la vanidad maternal! La gitana es atendida mientras profetiza dichas superiores a nuestra ambición; pero cuando agota los lisonjeros recursos que constituyen su mercancía, cuando el exiguo repertorio de las alabanzas se acaba, todos la abandonan. ¡Pobre gitana! ¡Seamos caritativos con ella! No ha sido la gitana únicamente quien se ha valido de la farsa para realizar sus intentos, pues en diferentes épocas se ha cultivado la adivinación, aplicada a distintos fines.

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En Babilonia, los magos o adivinos tuvieron gran preponderancia; en Caldea los astrólogos querían leer el destino de las criaturas en las estrellas; los etruscos fueron muy aficionados a la adivinación, como los druidas o sacerdotes galos, y los griegos y los romanos dedicaron muchos templos a la Fortuna, diosa ante la cual se prosternaban con fervor para que les inspirase la ciencia de adivinar lo porvenir.

Los romanos representaron la Fortuna con un pié en una rueda y otro en el aire, simbolizando su instabilidad; y los griegos la representaban con un limón en la mano, un globo celeste, o un cuerno de la abundancia. En el primer caso, era emblema del destino; en el segundo del azar, y en el tercero de la dicha.

Todos los pueblos necesitan creer, porque la fe es más necesaria al alma que el oxígeno a nuestros pulmones. Cuando la ignorancia o la estúpida soberbia aleja a los hombres de Dios; cuando los despreocupados se proclaman ateos, por no creer en las verdades divinas, se convierten en juguetes de sus supersticiones, y creen lo más absurdo, sin observar en su insensatez el ridículo que les circunda al erigir pedestales a los anyfes, las pitonisas, los agoreros, los nigromantes y los augures.





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