La carta apócrifa de Miguel de los Santos Álvarez en «La estafeta romántica» de Pérez Galdós1
Marisa Sotelo Vázquez
La estafeta romántica es una de las novelas más originales de la tercera serie de los Episodios Nacionales, escrita toda ella por Galdós en forma epistolar con una cronología muy precisa, la primera carta está fechada el 21 de febrero de 1837 y la última en octubre del mismo año, es decir, el tiempo de la historia novelada transcurre en plena época romántica. Sin embargo, en ella Galdós, como ya he señalado en otros trabajos2, proporciona una visión del romanticismo un tanto irónica y caricaturesca, sobre todo, a través de las voces femeninas de la novela, cuando en determinados momentos de la trama se refieren a los excesos de la nueva estética, eso que se llama romanticismo y que ha venido del extranjero trastocándolo todo:
(Pérez Galdós 2007: 747) |
Esta caricatura del romanticismo -en palabras de una de las corresponsales, María Tirgo- se debe, más allá de la relectura finisecular de la estética romántica llevada a cabo por Galdós en 1899, a unos precedentes, que con toda probabilidad el autor de Fortunata y Jacinta conocía bien, me refiero al artículo de Mesonero Romanos «El romanticismo y los románticos»3 de la segunda serie de Escenas matritenses, dónde a propósito de la polisemia de la voz romanticismo, escribe:
(Mesonero Romanos 1993: 295) |
A esta más que posible fuente, teniendo en cuenta la estrecha relación personal de Galdós con el «Curioso Parlante»4, en la que se subrayan las diferentes lecturas de la estética romántica, la amalgama de géneros y la ausencia de reglas, habrá sin duda que añadir los Recuerdos del tiempo viejo de Zorrilla. Libro de memorias publicado en 1881 y que muy bien pudo servir a Galdós para la redacción de la carta apócrifa de Miguel de los Santos Álvarez5, verdadera crónica de la muerte de Larra, motivo luctuoso que se menciona de pasada ya en la primera carta de las treinta y nueve que componen la novela. El profesor García Castañeda en Miguel de los Santos Álvarez (1818-1892) hace referencia a dicha carta y señala «la simpatía que tuvo Galdós por Álvarez, quien murió en 1892, justo cuando el autor de los Episodios daba fin en Santander a De Oñate a la Granja... Don Benito debió sonsacarle no pocos detalles de aquella historia española que el viejo Álvarez había visto pasar»
6, por tanto una vez más, como en el caso de Mesoneros, Galdós pudo servirse, además de los testimonios escritos, de testimonios orales de primera mano.
El tratamiento que da Galdós a la figura de Miguel de los Santos Álvarez, autor romántico, buen amigo de Espronceda y de Zorrilla y personaje habitual de los cenáculos y tertulias madrileñas de la época, es un claro ejemplo de su habilidad para la sociología literaria. La carta apócrifa, como señaló Montesinos7, no deja de tener su gracia y recuerda cosas que son auténticamente de Santos Álvarez y la parodia resulta en muchos aspectos profética. Por su parte el profesor García Castañeda en el mencionado estudio se refiere a ella con estas palabras:
(García Castañeda 1979: 29) |
Pero veamos en primer lugar la función que cumple la falsa carta dentro de una novela totalmente epistolar. La carta dirigida a Fernando Calpena, el romántico protagonista de la novela, aparece en un momento crucial de la trama argumental y va acompañando una importantísima carta de Pedro Hillo, capellán y preceptor de Fernando apodado Telémaco. Cabe preguntarse por qué es tan importante la carta de Hillo a Calpena, precisamente en una novela en la que toda la trama discurre a través de la forma epistolar que propicia un relato abierto en el que las cartas son la novela en sí misma, pues en ellas está contenida toda la materia narrativa y su disposición argumental gradualmente dispuesta para mantener siempre mediante una polifonía de voces narrativas y una muy bien dosificada intriga, la tensión y el interés del lector.
En la carta de Pedro Hillo, que sirve de preámbulo y marco a la apócrifa de Santos Álvarez8, fechada en Madrid en el mes de abril, se ridiculiza abiertamente la actitud un tanto trasnochada de galán romántico despechado y sediento de venganza que adopta Fernando Calpena, tras el abandono de su amada Aura. Asunto que a Hillo le parece de lo más trillado y vulgar, y, por tanto, ya ni siquiera apto para la poesía o el teatro románticos: «Esto lo vemos un día y otro. Por tonto y vulgar, el caso ni aún merece que se le ponga en verso y en escenas parladas para salir al teatro»
(Galdós 2007: 776). En consecuencia, desde una actitud realista y razonable, el capellán exhorta a Calpena a que se olvide de quiméricas venganzas por el abandono de su amada, «armadura habitual de tragedias y dramas»
y cosas «que se leen, se admiran, pero no se imitan, porque acabaríamos por volvernos locos»
(Galdós 2007: 776), a la vez que critica y ridiculiza abiertamente el romanticismo quijotesco y anacrónico del protagonista: «Es como si ahora salieras tú en la vida real con la tecla de hablar en verso. Desde la gran señora a la cocinera, todos y todas se reirían de ti. Una cosa es declamar, querido Fernando, y otra es vivir»
(Galdós 2007: 776), para cerrar su argumentación con estos elocuentes consejos:
(Galdós 2007: 776) |
Y a renglón seguido, después de esta abierta burla de las actitudes románticas, en la misma carta le anuncia que le incluye otra epístola de su amigo Miguel de los Santos, a quien califica de «ingenioso y sutil holgazán»
(Pérez Galdós, 2007: 775), aspecto de la personalidad del autor vallisoletano en el que coinciden todos sus contemporáneos, pues Valera en su Florilegio traza una semblanza abonando los mismos términos:
(Valera 1947: 1219) |
Por su parte Emilia Pardo Bazán, en un inteligente artículo necrológico, aunque no exento de cierta severidad crítica para con el autor de María, escribe citando al propio Galdós:
(Pardo Bazán 1892: 63) |
La carta dentro de la carta, como si se tratara de una matrioska, contiene esencialmente dos motivos, el primero y fundamental una auténtica crónica-reportaje de la muerte de Larra, y el segundo, más secundario, de orden personal y subjetivo, consolar al amigo por sus desventuras amorosas, a las que se han ido refiriendo otros corresponsales en diferentes momentos de la trama.
Desde el punto de vista estructural «la falsa presencia de un escritor de oficio sirve de inmejorable "alter-ego" a Galdós para diluir en su carta consideraciones importantísimas para la justa valoración de la forma epistolar»
9, tales como las reflexiones a propósito de la interpolación de la historia real en las historias noveladas o fingidas:
(Galdós 2007: 777) |
La cita demuestra que Galdós era muy consciente de la materia narrativa que estaba utilizando en la que una vez más mezcla cervantinamente realidad y ficción. En la minuciosa crónica de la muerte de Larra se evoca el valor intelectual del joven autor romántico trágicamente desaparecido. Tampoco ahorra el fingido narrador hasta los detalles macabros más nimios sobre el cadáver de Fígaro. La descripción hiper realista es, sin embargo, muy del gusto romántico, probablemente proceda de una atenta lectura y recreación de Los recuerdos del tiempo viejo:
(Galdós 2007: 778) |
El autor de Recuerdos del tiempo viejo por su parte evoca como recién llegado a Madrid, con la ayuda de su amigo Santos Álvarez, se entera «a la mañana siguiente»
(Zorrilla 2001: 42) de la trágica muerte de Larra y cómo fue invitado por Álvarez a acompañarle a visitar «el cadáver, depositado en la bóveda de la iglesia de Santiago»
(Zorrilla 2001: 40)
(Zorrilla 2001: 40) |
Para finalizar comentando cómo ya se hallaban allí todos los escritores de Madrid, dato en el que también se detiene Galdós en la carta apócrifa y ambos coinciden en señalar la ausencia de Espronceda, cuyo «estado de ánimo no era el más a propósito para emociones muy vivas, pues a más de la dolencia que le postraba, había sufrido el cruel desengaño que acibaró lo restante de su vida. Ignoro si sabes que Teresa le abandonó hace dos meses»
(Galdós 2007: 778).
Y si hasta aquí Galdós ha puesto en boca de Santos Álvarez una serie de observaciones que si no son reales como mínimo son muy verosímiles, las extraordinarias cualidades del Galdós cronista sobresalen en la descripción del entierro de Larra y en la escena del cementerio teñida de sutil ironía. En ella enumera la presencia de un buen número de escritores románticos y establece una clasificación en función del traje de luto que han podido agenciarse para el acontecimiento:
(Galdós 2007: 779) |
También Zorrilla en sus memorias se extiende en comentar los detalles de su atuendo en el entierro, resultado de varios préstamos de amigos y familiares:
(Zorrilla 2001: 43) |
En su carta-crónica Galdós hábilmente alterna estos comentarios irónicos con los sentimentales, fruto de la emoción del momento descrito:
(Galdós 2007: 779) |
Y aunque es evidente que las memorias de autor del Don Juan Tenorio funcionan como un verdadero hipotexto de la apócrifa carta, la crónica galdosiana es mucho más extensa, pues, además de la enumeración de los poetas y autores dramáticos asistentes al sepelio, subraya precisamente la importancia de Zorrilla. Esta parte cuadra perfectamente con el rasgo más característico de la personalidad de Santos Álvarez, en el que incide Pardo Bazán cuando señala que su importancia radicaba en haberse codeado con los mejores escritores de su tiempo, singularmente con Espronceda y Zorrilla, y en que era un buen conocedor de los ambientes literarios de su época, tal como se evidencia en el siguiente fragmento, en que Galdós por boca de Santos Álvarez lleva a cabo un magnífico retrato del autor de los Recuerdos de un tiempo viejo, recreando el detalle de la emotiva lectura de los versos por parte de Zorrilla en el cementerio:
(Galdós 2007: 780) |
El final del fragmento transcrito se refiere a unos hechos de la biografía de Santos Álvarez que son totalmente ciertos, pues ambos poetas procedían de Valladolid y habían iniciado la carrera de Derecho para abandonarla y dedicarse a la literatura influenciados por la admiración a los grandes modelos del romanticismo europeo. Pero, incluso el dato concreto de que Zorrilla se había escapado de Valladolid para venir a Madrid procede de los Recuerdos del tiempo viejo:
(Zorrilla 2001: 39) |
Volviendo a la carta-crónica de La estafeta romántica, los tintes más lúgubres tiñen la descripción de la sepultura del cadáver para acabar subrayando como el cetro del romanticismo, ocupado por Larra hasta ese momento, iba ahora a ostentarlo Zorrilla, de quien Santos Álvarez se declara perpetúo discípulo:
(Galdós 2007: 780) |
El tono de la descripción manifiestamente hiperbólico revela en muchos detalles una vez más la atenta lectura por parte de Galdós de las Recuerdos del tiempo viejo:
(Zorrilla 2001: 44) |
El único aspecto al que no aluden las memorias de Zorrilla es a la nómina detallada de los asistentes al sepelio, irónicamente jerarquizados según su vestimenta, y reunidos en la tertulia del café del Príncipe, donde corría el jerez y el champagne:
(Galdós 2007: 780) |
Con estos datos se cierra la crónica galdosiana y a partir de ahí el tono de la carta se torna mucho más subjetivo e íntimo al recalar de nuevo en los desventurados amores de Calpena, aunque sin abandonar nunca la retórica romántica, teñida de sutil ironía:
(Galdós 2007: 781) |
Todo lo dicho hasta aquí y otros muchos detalles de matiz en los que no podemos entrar revelan no solo la visión irónica e incluso paródica que tiene Galdós del romanticismo a la altura del fin de siglo, sino sobre todo su conocimiento libresco, oral o intuitivo de los ambientes y autores románticos, a la vez que evidencian su extraordinaria capacidad para mezclar vida y ficción, historia real e historias fingidas. En este último aspecto la carta de Santos Álvarez cobra un incalculable valor, ya que Galdós, suplantando la personalidad de un autor real, nos suministra una crónica verosímil de un hecho histórico -la muerte de Larra- convenientemente recreado, es decir novelado. Además la suplantación es coherente con la personalidad del autor romántico, aquel byroniano rezagado, como le llama el padre Blanco García.
Para concluir, quizás, como tantas veces ocurre en la crítica literaria del siglo XIX, sea preciso recurrir al dictamen de Emilia Pardo Bazán, quien con su buen olfato crítico, supo, sin restarle méritos, situar al autor de María donde en justicia le correspondía, procediendo para ello con el criterio, que Clarín reconocía en toda crítica literaria que se precie, que no es otro que el de establecer necesariamente jerarquías:
(Pardo Bazán 1892: 61) |
Y dicho esto, Pardo Bazán prosigue su argumentación crítica parafraseando y corrigiendo al padre Blanco García, y califica a Santos Álvarez de esproncediano rezagado a la vez que enfatiza su valor como exponente de un estado de alma colectivo:
(Pardo Bazán 1892: 75) |
Para terminar su dictamen con una lapidaria sentencia:
Miguel de los Santos Álvarez es y será perpetuamente el autor de una octava famosa del poema María, puesta por Espronceda al frente del desgarrador Canto a Teresa. Ni más ni menos. Y basta. |
(Pardo Bazán 1892: 77) |
Sin entrar en lo acertado de la sentencia que el paso del tiempo ha venido a confirmar, precisamente el hecho de que Santos Álvarez, fuera un buen representante de un «estado del alma colectiva» creo que fue el motivo por el que Galdós lo eligió como vocero de su peculiar visión del romanticismo, cuyo original juego de perspectivas narrativas es, como siempre en don Benito, deudor de Cervantes. Estas estrategias narrativas se nutren de la literatura romántica, en este caso singularmente de los Recuerdos del tiempo viejo y sin duda también de otras fuentes orales, que Galdós era capaz de asimilar gracias a su extraordinaria intuición, tal como subraya con entusiasmo Mesoneros:
(Ortega 1964: 24-25) |
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