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«La casa de muñecas» de Rosario de Acuña. Introducción

Ana María Díaz Marcos





«Nosotros vamos hacia el paraíso, ellos vienen del caos»


(Rosario de Acuña)                


Susan Gubert y Sandra Gilbert en su ensayo sobre las mujeres escritoras del siglo XIX La loca del desván han subrayado que la historia literaria occidental es abrumadoramente masculina (61). Laura Freixas, por su parte, destaca la visibilidad incluso exagerada -por lo excepcional- de algunas mujeres escritoras a lo largo de su vida y su desaparición de la historia literaria y de la lista de obras canonizadas posteriormente por la crítica y la cultura. Para Freixas el principal problema al que se enfrenta todavía hoy la literatura escrita por mujeres sigue siendo el «vendaval de olvido» -afortunada expresión de Anna Caballé- que barre sus obras de la historia y del discurso oficial.

Estas afirmaciones resultan especialmente aplicables a un buen número de escritoras del siglo XIX. Ese es precisamente el caso de Rosario de Acuña (1851-1923), la primera mujer que leyó en una velada poética en el Ateneo de Madrid, librepensadora, masona, dramaturga, poeta y articulista que gozó de una fama considerable a lo largo su vida, despertando a la vez todo tipo de controversias. Su obra de teatro Rienzi el tribuno, fue estrenada en 1876 con gran éxito; otra pieza suya, El padre Juan, ambientada en Asturias y poderosamente anticlerical, se estrenó el 3 de abril de 1891 con idéntico éxito pero sólo conoció esa representación en vida de la autora al ser prohibida por una orden verbal del gobernador la misma noche del estreno (Simón-Palmer 32).

Además de las obras de teatro mencionadas, Rosario de Acuña publicó al menos otras tres, Amor a la patria (1877), Tribunales de venganza (1880) y La voz de la patria (1893) y poemarios como La vuelta de una golondrina (1875) y Ecos del alma (1876), colecciones de artículos como La siesta (1882) y Cosas mías (1917) y numerosos cuentos, artículos, panfletos, discursos y «lecturas instructivas». A excepción de la edición de sus dos dramas más conocidos y de algunas antologías o misceláneas que recogen selecciones y fragmentos de su obra (Bolado, Sánchez Llama, Correa) es preciso admitir que la figura de Rosario de Acuña ejemplifica perfectamente la transitoriedad de la fama literaria femenina y el «vendaval de olvido» que barrió su figura y su obra del discurso oficial. Afortunadamente su figura ha empezado a recuperarse gracias al trabajo de José Bolado -el mayor especialista en la obra de Acuña- y al interés de investigadores como Marta Fernández Morales que este mismo año ha publicado un libro dedicado a esta autora. No obstante, su obra sigue siendo todavía desconocida e inaccesible por no existir prácticamente reediciones. Los textos de Acuña pueden ser consultados únicamente a través de primeras ediciones difíciles de localizar en las bibliotecas y exentas de préstamo en la mayoría de los casos.

Es preciso apuntar también el conflictivo panorama histórico en que vive y publica esta escritora. En el último tercio del siglo XIX se produce una crisis dinástica, la revolución burguesa del 68 («La Gloriosa»), el breve reinado de Amadeo de Saboya, guerras carlistas, restauración borbónica, inicios del movimientos obrero, guerra con Cuba, proclamación de la primera república, crisis del 98. La discrepancia ideológica, el cambio constante de gobierno y la fricción entre clases son elementos clave a la hora de entender la ebullición política y social de este período. El panorama literario parece ir en consonancia con ese momento y diferentes estilos o tendencias se hacen presentes en obras donde predomina una estética de lo híbrido que puede relacionarse con el «eclecticismo» subrayado por Allison Peers quien, en su estudio clásico sobre el movimiento romántico, destaca ese rasgo de lo ecléctico que habría empezado a formarse en el último tercio del siglo XVIII y que «arrastró todo lo que encontró a su paso» (19) a finales del siglo XIX. Este es también un periodo en el que «predomina la rentabilidad social de las creaciones» (Menéndez Onrubia 41) propia de la mentalidad burguesa y sus ideas de consumo y beneficio, por lo que «las creaciones se cargan de contenidos utilitarios, bien en el sentido pedagógico o como expresión de la psicología personal, reflejo de una sociedad más o menos problemática» (ibid., 33). En ese contexto de complejidad histórica y en consonancia con el eclecticismo reinante, se escribe La casa de muñecas (1888) texto que constituye, como se verá, un perfecto ejemplo de obra con fronteras difusas, una narración que se establece a medio camino entre el ensayo, al cuento, la alegoría y la lectura didáctica.





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