Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —[32]→     —[33]→  

ArribaAbajo- II -

Moradores de la montaña


  —[34]→     —35→  


ArribaAbajoZorros plateados


A Roque González Salazar


ArribaAbajo Preguntaba a menudo la extranjera:
-¿Ha visto usted los zorros plateados?
La vecina muy vieja cuyos ojos
verdes serían en sus verdes años.

-No -respondía yo. -De la montaña  5
bajan liebres, conejos y lagartos;
bajan también coyotes que no he visto,
y los topos que ahuecan nuestros patios.-

-¿Pero no ha visto usted los zorros? -insistía.
Y yo, alzando la vista hacia los pájaros  10
que en parvadas oscuras acudían
a estremecer la paz de nuestro barrio,

respondía: -Esos zorros existen en su mente.
Usted los sueña. Siga usted soñándolos.
Nadie los vio jamás en las laderas  15
ni en las cumbres. Acaso algún sonámbulo

de los que suben por torcidas sendas
en la noche, hacia picos escarpados,
creyó atisbarlos en los matorrales
y sólo vio visiones de borracho... -  20
—36→

La extranjera mirábame a los ojos:
yo advertía en los suyos un chispazo
de su lejana juventud, un brillo
entre irónico, alegre y apenado.

Y aconteció que una mañana, un día  25
de inolvidable luz de sol temprano,
miré hacia el sitio donde se alza el pino
junto al muro encendido de geranios,

y de pronto los vi, pareja mágica:
él, delante, ella atrás, ágiles, rápidos,  30
pasar todo a lo largo, sobre el muro,
con su lujoso traje plateado:

ambos lumbre y amor, visión furtiva
de la montaña, en albas de verano...

Noviembre, 1983.

  —37→  


ArribaAbajoLa virgen de oro o el regreso de Atalanta


(A renowed and swift-footed huntress...)


ArribaAbajo Es fama que son sus pies
más veloces que dos alas;
al correr se hace invisible
como una flecha que pasa.

«Es más que mujer la virgen»  5
-se asegura en la montaña-.
«Todo es áureo en su figura:
todo, el brillo de su cara,
el esplendor de sus pechos,
sus fugaces piernas largas,  10
sus castos brazos de virgen
y la lumbre de alborada

que incendia su cabellera
llameante a sus espaldas».
Reina de toda la selva  15
que enverdece la montaña,

ella, la gran cazadora,
que lleva flechas de plata
ansiosas de dispararse,
resonantes en la aljaba.  20
—38→

No hay fieras que le hagan frente;
todas huyen espantadas
si la ven, vertiginosa,
en correrías de caza.

Cuando se quita la túnica  25
para bañarse en las aguas
de su fuente, su belleza
resplandece como un ascua
que pone el agua de oro
de puro maravillada.  30

Han venido pretendientes
de muy remotas comarcas
y a todos ha desdeñado
su virginidad huraña.

El jabalí sanguinario  35
trajo el pánico a la selva.
Muchos valientes murieron
aplastados por la fiera.
Entonces la virgen de oro
con un solo par de flechas  40
hizo del monstruo un cadáver
bañado en su sangre negra.

Julio, 1995.

  —39→  


ArribaAbajoEsperando a los zorros plateados


Cheveux et gorge au vent...


Baudelaire.                



ArribaAbajo Antes de la amanecida
los esperaba en el patio.
Los dos vendrían, lucientes,
con ágil y mudo paso.

La primavera en el cielo,  5
floración de lirios blancos,
resplandecía, latiendo
mansamente, en los espacios.
Los mundos no estaban quietos.
Giraban como soñando:  10
tarareaban muy quedo
su casi inaudible canto.
Y mientras así giraban,
el rebaño de los astros,
pestañeaba soñoliento  15
con diamantes en los párpados.

Al primer rayo del alba
hubo inquietud aquí abajo:
¿fue que ya de la montaña
bajaban los plateados?  20
—40→

No. No eran los que venían
zorros, ni ciervos ni gamos.
Eran... ¿Quién iba a creerlo?
eran dos seres alados
sin alas, pero que vuelan  25
como flechas de sus arcos,
como esos trazos de fuego
punzante que son sus dardos.

Eran dos vírgenes rubias
y de un color de alabastro,  30
desnudo el pecho y desnudos
sus firmes, temidos brazos,
y echando luz todo el cuerpo
con reflejos nacarados.

Me vieron junto al rosal  35
próximo al linde del patio,
Y yo las vi de repente:
-¡Diosas! -grité estupefacto.
Me pareció, vanidoso,
que ellas también se asustaron.  40
¡Iluso! Las fieras vírgenes
sonrieron con sarcasmo:
-¿Qué quiere usted con los zorros?-
dijeron y se marcharon.

Enero, 1996.

  —41→  


ArribaAbajoMañanas de la llanura, mañanas de la montaña


A Beatriz Eugenia


ArribaAbajo Las mañanas de mi pueblo
eran plácidas mañanas,
no como estas imponentes
mañanas de la montaña.

Las mañanas de mi pueblo  5
-cielo azul y nubes blancas-
no eran mañanas solemnes
para telones de dramas.

Las mañanas de mi pueblo
eran modestas y mansas,  10
con su llanura muy verde
y cerros en lontananza.
Las mañanas de mi pueblo
tenían algo de santas:
rezaban con un susurro  15
si repicaban campanas.

Nunca había allá coyotes,
garduñas ni musarañas,
ni feroces animales
ni apariciones paganas.  20
—42→

Aquí hay duendes y hay visiones
que temen las mismas águilas.
Y cuando rondan los duendes
vuelan de espanto las garzas,

enmudecen las palomas  25
con las alas congeladas.
Pero aquí también, a veces,
hay gloriosas madrugadas,

cuando zorros plateados
de empinadas cumbres bajan,  30
uno tras otro, muy próximos,
hocicos y colas largas,
y apenas tocando el suelo
el peluche de sus patas...

1965.

  —43→  


ArribaAbajoAmores en la montaña


ArribaAbajo Una fuente habitaban
de rumorosas linfas:
altos chorros de plata,
incesante armonía.

No lejos de la fuente  5
una caverna umbría
servía de refugio
a ambas mozas divinas
cuando el zigzag del rayo
la montaña encendía.  10

Su amoroso estertor,
sus jadeos de ninfa
suspendían a cuantos
al alba las oían:
a aves, ciervos y fieras  15
y hasta a traidoras víboras.

Aquellas dos deidades
ardientes y mellizas,
eran en la montaña
un deslumbrante enigma.  20
—44→

Las visitaban siempre
pero nunca de día,
un par de extraños seres
que vivían dos vidas:

cabeza y torso de hombre  25
con gravedad erguían:
lo demás era equino,
recia caballería.

Los brazos de las diosas
el tórax les ceñían,  30
y los hombres-caballos
piafaban de delicia.

Bajo la luna llena
causaban maravilla
el galope relámpago  35
de corceles sin brida
y las diosas desnudas
que llevaban encima...

1995.

  —45→  


ArribaAbajoApostasía en la montaña


A Miguel


ArribaAbajo Ella, veinte años en flor
no era divina, era humana,
aunque inmortal parecía
si subía a la montaña.

La montaña bien sabía.  5
La montaña adivinaba
lo dichosa que era ella
en noches en que hasta el alba

ella miraba los astros
en las cumbres escarpadas,  10
cuando las lunas de estío
su perfil transfiguraban.

Muy negra su cabellera
para que fuera más blanca
la blancura de su cuerpo  15
en ella dos veces casta.

En vano en noches de luna
cuando ella se desnudaba
para bañarse en la fuente
que decían de Las Hadas,  20
—46→

en vano zorros y ciervos
en la sombra la espiaban:
nunca vieron los tesoros
que había visto la montaña.

Era hermosa sin saberlo  25
en su inocencia cristiana:
en roja Biblia de herejes
su misticismo exaltaba.

Pero un día esta inocente
volviose -dicen- pagana.  30
Dicen que un duende en el bosque...
¿Un duende? Un duende con alas

le disparó una saeta
invisible por lo mágica.
Y esta saeta invisible  35
penetró su carne blanca

y entre dos pechos dulcísimos
le entró hasta el fondo del alma.
Transformada entonces, ella,
loca ya, desmemoriada,  40

ella, la tan inocente
y piadosa si no santa,
olvidó su religión
y Amor la volvió pagana.

1996.

  —47→  


ArribaAbajoLa musa terrible


ArribaAbajo Protege su carne rosa
relumbrosa piel de fiera:
puma o jaguar que ella misma
hirió de muerte en la selva.

(Toda flecha que dispara  5
pone a sus pies una pieza).
Recelosa, nadie sabe
dónde ha elegido su cueva:

hay muchas en la montaña
pero ninguna es de ella.  10
Rara vez la ven sus ciervos
tendida sobre la hierba,

dormida, resplandeciente,
en el sopor de la siesta.
Revolotean palomas  15
sobre su rubia belleza:
palomas que la acompañan
y la sirven dondequiera.
—48→

Cuando más veloz que el viento,
llameante la cabellera,  20
tensado el arco de plata,
los fieros ojos alerta,

cruza el bosque donde tigres,
pumas y linces acechan,
todos huyen con espanto,  25
temiendo dardos o flechas
o el brillo de una mirada
que puede hacerlos de piedra.

Junio, 1995.

  —49→  


ArribaAbajoLas dos gigantas


J'euse a viure auprés d'une jeune géante...


Ch. Baudelaire.                



ArribaAbajo Idénticas son las dos
y de estatura muy alta.
Rara vez se dejan ver
por gente de la montaña.

Y huyen si alguien las acecha  5
no se sabe si asustadas.
Pero ¿a quién pueden temer
si son un par de gigantas?

Se ponderan su hermosura
y su titánica gracia,  10
pero quienes las ponderan
jamás les vieron la cara

y mucho menos sus formas
entre divinas y humanas.
Se cree que son parientas  15
de la virgen Atalanta.
—50→

Con áureo nudo en la nuca
sus largos cabellos atan.
Por la selva sin caminos
andan, se dice, descalzas.  20
Pero tanto aquí se miente
entre las cumbres y escarpas,
que entre tantos vanos díceres
es mejor no creer nada.
«¡Amazonas, Amazonas!»  25
-un montañés las retrata-
«Son dos mujeres brutales
armadas de arcos y lanzas,
que gozan vertiendo sangre
y que con sangre se bañan».  30

Pura leyenda. Hoy sabemos
que ellas son en la montaña
las nodrizas de esos zorros
que lucen pieles de plata.

Julio, 1995.