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La casa típica en la comarca de Las Hurdes.

DOMINGUEZ MORENO, José María

Para hacer un estudio de la vivienda típica de Las Hurdes, independiente o no del sentido diacrónico que se le pretenda dar, es necesario un pequeño esbozo geográfico e histórico de la comarca, incidiendo sobre todo en su poblamiento.

Tienen Las Hurdes una extensión de 470,98 km.(2) y una población de 9.500 habitantes que se reparte entre cinco municipios y 37 alquerías (núcleos menores). Sus límites naturales los determinan la Sierra de Gata, al O.; la Sierra de Francia, al N.; y los ríos Alagón y Los Angeles, al E. y al S. respectivamente. Ocupa, por tanto, esta comarca la parte más septentrional de la provincia de Cáceres. En tres profundos valles por los que corren, en dirección O.-E., los ríos Ladrillar, Jurdano y Los Angeles, así como en los del Esperabán y Malvellido, se asientan, casi colgados, minúsculos pueblos que algunas veces no alcanzan los cien habitantes.

Una línea imaginaria que de N.E.-S.O. siguiera en su mayor parte el recorrido del llamado "Caminomorisco" o carretera Coria a Salamanca divide la comarca en dos zonas con unas características muy peculiares: Hurdes Altas y Hurdes Bajas. En la primera estarían comprendidos los ayuntamientos de Muñomoral, Ladrillar, Casares de Hurdes y parte de Pinofranqueado. Las enormes pendientes hacen que los suelos sean pobres y escasos, encontrándose generalmente al descubierto la pizarra, que aquí constituye la roca madre. El pastoreo de unas pocas cabras enanas y el laboreo de los minúsculos huertos "fabricados" en las barranqueras han ocupado siempre la mayor parte de la vida de los hurdanos. Aunque la densidad de Las Hurdes Altas no alcanza los 35 habitantes por kilómetro cuadrado, su densidad de 280 habitantes por kilómetro cuadrado cultivable nos da una idea de la penuria en que ha estado sumida esta comarca y sobre todo si nos percatamos de la poca rentabilidad de los terrenos que aquí se consideran productivos. Actualmente una serie de trabajos remunerados, así como la emigración, casi siempre temporal, han paliado bastante la triste situación que tanta fama dio a Las Hurdes.

Por lo que respecta a Las Hurdes Bajas, formada por los ayuntamientos de Caminomorisco y Pinofranqueado (excepto sus límites noroccidentales), la situación es diferente. Aquí no existen los rasgos característicos de la otra zona. La menor densidad de población, la mayor abundancia de suelo productivo y la disminución del aislamiento hacen que encontremos características similares a las de otras regiones o comarcas cacereñas, aunque hallemos algunos aspectos que nos hablan de un pasado en el que condicionamientos de índole diversa jugaron un importante papel, como más tarde veremos. La influencia en esta zona, que es la más meridional de los pueblos circunvecinos del sur del río de Los Angeles, ha hecho cambiar el modo de vida al aceptar los nuevos planteamientos culturales, notándose en las viviendas, que han adaptado formas que son propias de pueblos como Casar de Palomero, Marchagaz, Ahigal y otros. Esto último, aunque minimizado, ha ocurrido en el valle del Ladrillar, donde la influencia cultural de los pueblos de la Sierra de Francia ha sido muy clara. En la alquería de Cabezo, por ejemplo, se notan elementos típicos de la casa albercana, como son el "sequero", la distribución, etc., mezclados con otros elementos que podríamos calificar de indígenas.

La historia es un buen auxiliar para el estudio de las construcciones populares en Las Hurdes. Esta comarca se puede considerar habitada desde la Edad del Bronce y su población formaba una sociedad jerarquizada y dedicada a la caza, al pastoreo y a la extracción de minerales. Vestigios del primer milenio a. C. muestran muy a las claras una habitabilidad de todos los valles hurdanos en ese período, sin que sea posible determinar la densidad de los pobladores. Distintos hallazgos arqueológicos indican una romanización y colonización del actual territorio de Las Hurdes en los primeros siglos de nuestra era. La presencia romana pudo estar motivada por la explotación de algunos yacimientos de estaño que ya habían sido trabajados con anterioridad. La ausencia de todo tipo de restos posteriores parece indicar un despoblamiento de la comarca en la Alta Edad Media. Los musulmanes, a pesar de las opiniones en contra y de alguna otra leyenda erudita, no tomaron en cuenta esta zona de bajos rendimientos agrícolas y se asentaron en otras tierras más productivas o más útiles para sus objetivos militares, como son la región de Granadilla y la Sierra de Gata.

Pero Las Hurdes se llenaron de significado con la acción repobladora de Alfonso IX. Diversos documentos de este reinado mencionan con exactitud distintos lugares de la comarca hurdana: Mestas, Río Malo, Batuecas, etc. Sin embargo, lo sorprendente es que el mismo nombre de Las Hurdes, sobre el que se han hecho las más increíbles conjeturas, se halla citado en un documento real de 1227, cuando el propio monarca leonés señala "illas zafurdas" con motivo de hacer un deslinde para esta región. Es Julio González quien, al referirse a ello y anotar la evolución de esos vocablos hasta formar Hurdes o Jurdes, apunta que el cambio de a por e pudo darse porque cerca de estos lugares hubiera repobladores asturianos. En este sentido, el profesor Cortés Vázquez señala que en El Payo, de la comarca salmantina del Rebollar, próxima a Las Hurdes y con rasgos muy comunes a la comarca cacereña, se presenta un habla con la peculiaridad de los plurales femeninos terminados en 'es', lo que lo emparenta con el bable asturiano. Y es posible que estos repobladores asturianos o asturiano-leoneses estuviesen dentro de Las Hurdes repartiendo sus tierras y pastos, como se desprende de la toponimia, con castellano-leoneses y con francos y ultrapirenaicos. No tendría mayor importancia el estudio del origen de los repobladores si ello no sirviera de base a un análisis de la cultura material que estos repobladores traen de sus lugares de procedencia, explicando así algunos usos y formas populares que permanecen aislados en diferentes regiones y que sólo puede ser explicado convenientemente por medio de una transculturización en la Edad Media.

Partiendo de la hipótesis del despoblamiento altomedieval que he señalado para Las Hurdes, es fácil percatarse de la poca importancia que adquiere la vivienda en la comarca en un período anterior al siglo XII. No me refiero a la importancia material de la vivienda en sí, sino a la nula relación de las casas primitivas con las de los períodos posteriores, ya que la despoblación que he indicado impidió un proceso de continuidad de las construcciones dentro de una evolución autóctona en la región.

El poblamiento estable, permanente y definitivo en Las Hurdes tuvo su origen en el siglo XII. Algunos documentos del siglo XIII confirman cuanto decimos. El hecho, ya señalado, de que en una escritura real de 1227 aparezca "illas zafurdas" denota un tipo de construcción en la comarca con unas características determinadas. Sin embargo, esta palabra ("zafurda") fuera de su contexto nos haría caer en varios errores. No hay que suponer de ninguna manera que dicho vocablo tuviera como único significado el de albergue para los animales, puesto que en las acepciones de zahurda, zafurda o zajurda encontramos, junto al significado de corte de cerdo, el no menos elocuente de casa con ínfimas condiciones de habitabilidad. Así tenemos que el corresponsal de Ponz emplea la palabra zahurda, señalando que "tales son generalmente las casas de los moradores de las Jurdes". Modernamente el articulista Juan Hidalgo designaba con el mismo término las viviendas que, en 1927, él vio, amén de en otros muchos lugares, en las alquerías de Martilandrán y Fragosa. Con anterioridad Madoz emplea un elocuente sinónimo, como es "pocilga", para incidir sobre las moradas hurdanas. Tanto Ponz como Hidalgo se fijan en el estado material de las casas de Las Hurdes, mientras que Madoz apunta directamente a un concepto más amplio y la acerca al significado primitivo que le dieron quienes designaron a la comarca como "illas zafurdas": albergue común para hombres y animales. Es indudable que cualquier construcción unicelular, independiente de sus condiciones, hubiera recibido tal designación por el simple hecho de servir de habitáculo para animales sin importar lo más mínimo que estuviese promiscuamente compartida por el hombre y sin importar tampoco que su estado exterior o interior la asimilase o no al concepto formal de pocilga o zahurda. Es por tanto la función y no el aspecto la que determina su nombre, aunque en el caso de Las Hurdes se haya dado una conjunción de ambos.

Resulta lógico pensar que, cuando en el siglo XVI, se construyeron las primeras viviendas sólidas en Las Hurdes ,éstas se hicieron siguiendo las técnicas y las formas que traían consigo los repobladores de la comarca, técnicas y formas que habrían de adaptarse a un nuevo marco geográfico. Ya indiqué anteriormente una repoblación, junto con otras posibles etnias, de asturiano-leoneses y es indudable la aportación de este pueblo al espacio que habían escogido para habitar. El antropólogo Hoyos Sainz, basándose en una observación personal, también se hizo eco en este sentido al señalar la concomitancia de la casa hurdana con las viviendas gallegas y asturianas, concomitancia que se extendía a la construcción, a los materiales, a la tipología y al reparto. Pero la observación de Hoyos Sainz no iba a ser interpretada correctamente por quienes se sirvieron posteriormente de su trabajo y, por consiguiente, no se le dio la debida importancia. Para Legendre, por ejemplo, el antropólogo Hoyos Sainz lo único que pretende es demostrar una hipótesis sobre el posible origen céltico de los hurdanos, hipótesis ésta con la que no está muy de acuerdo el escritor francés. Y resulta que el propio Legendre, obsesionado por la idea de que un poblamiento en Las Hurdes sólo es posible por la afluencia de refugiados, vencidos o perseguidos, busca en la vivienda la prueba que corrobore su opinión. Supone que tras la expulsión de los moriscos, muchos de ellos, de paso hacia Portugal, quedaron escondidos en los valles hurdanos y considera como rasgos árabes diversos aspectos de cultivos, vestidos, construcciones, etc., derivados del asentamiento de moriscos en la región. E idéntico planteamiento se hace en cuanto a un posible refugio de judíos en Las Hurdes. Queda claro que Legedre, desde un principio, quiere dar de lado a toda relación de la vivienda hurdana con otras peninsulares y acude a buscar su similitud e influencia nada menos que en algunas casas del Norte de Africa, intentando con ello confirmar su teoría de un poblamiento de la comarca cacereña de origen árabo-bereber. En esta apreciación le influyó considerablemente su amigo André París, quien, tras haber permanecido largo tiempo en Marruecos, se dio cuenta del gran parecido de las casas hurdanas con las de algunos poblados del Atlas y del Anti-Atlas. Es cierto que hay pueblos en Marruecos, como Aghbar, Assa o Amassin, que presentan buen número de similitudes con muchas de las alquerías de Las Hurdes Altas, pero eso, en mi opinión, solamente se debe a unos parecidos comportamientos humanos ante condicionamientos geográficos semejantes y no, como pretende Legendre, a idénticos planteamientos ideológicos o religiosos de hurdanos y marroquíes. Estas mismas opiniones las hará suyas Torres Balbás en su artículo titulado "Las chozas Jurdanas" y , aunque no profundizara ni añadiese nada nuevo, su fallo está en haber utilizado trabajos con planteamientos erróneos. Sin embargo, esta teoría no podría mantenerse largo tiempo por más que aún hoy haya quien intenta sostenerla con la única base de un desconocimiento total acerca del tema.

Actualmente, lo que enunciase Hoyos Sáinz, la relación estrecha entre las casas hurdanas y las del área noroccidental de la Península, está conduciendo a una visión más profunda sobre el particular. En este sentido van encaminados los metódicos estudios de Wilhelm Giese y de Antonio García y Bellido.

Giese incluye a las casas hurdanas dentro del tipo de casa rectangular de un solo piso que, al igual que algunas de Asturias, presentan un estado unicelular, lo que hace considerarlas como viviendas muy primitivas. En estas edificaciones no existe una división clara entre el establo y la habitación humana. Es en lo referente a la distribución donde Giese halla una relación entre la pallaza (casa rectangular o elíptica) y la casa hurdana. La elementalidad de ambas evolucionará hacia formas más complejas cuando un posterior tabique, que normalmente no llega al techo, divida el único habitáculo en dos estancias, con lo que la promiscuidad existente entre personas y animales se reducirá, ya que una parte será utilizada como establo y la otra como vivienda. Está claro que en ambas edificaciones, así lo afirma Giese, se da una posposición de los menesteres de vivir a las necesidades económicas (acomodo y abastecimiento del ganado). Aparte de las relaciones distributivas y funcionales, fue una pena que Wilhelm Giese no viera entre las pallazas y las casas hurdanas unas relaciones que hiciesen referencia a la construcción, tipología, técnicas, orígenes comunes, etc.

García y Bellido, por Su parte, al estudiar la extensión de la casa redonda en la Península, observa que ésta es mayor a la que en un principio se le suponía. Sus límites, pensados comúnmente en el Duero, los hace bajar hasta Cádiz y señala a la provincia cacereña como un enclave importante en el mapa de este tipo de vivienda. García y Bellido no duda en señalar a la pallaza como el ejemplo más característico de la casa de planta circular y señala la similitud con las casas redondas cacereñas ("muros" y "bohíos") y con la llamada "choza hurdana". La observación de García y Bellido en este sentido tiene gran importancia. No solamente enuncia una relación distributiva entre la pallaza y la casa de Las Hurdes, sino que, al igual que a la primera, señala a ésta como un estado evolucionado de la vivienda castreña. Se fija en que si la mayoría de las viviendas hurdanas presentan paredes rectilíneas, no por ello son escasos los ejemplos, como ocurre en las alquerías de Martilandrán, Cerezal, Asegur, etc., de viviendas levantadas con ángulos curvos y tejados en forma redondeada. Por eso, aceptando la teoría del prehistoriador sueco Montelius, la casa de Las Hurdes ocuparía el último eslabón en el proceso evolutivo de la casa circular a la rectangular, en el que se terminaría suprimiendo todo lo que significase ángulo curvo o testero ovalado.

Aun aceptando una evolución "in situ" de la casa redonda castreña en la provincia de Cáceres, nos en encontraríamos en la imposibilidad de que esto sucediera en Las Hurdes, ya que la señalada despoblación altomedieval en la comarca, rompería todo hipotético contacto entre períodos anteriores y posteriores, dentro de su espacio geográfico. Esta pervivencia castreña, por tanto, sólo puede ser vista por un proceso de transculturación a causa de los avatares de la reconquista. Fue en esta época cuando una población originaria del área de los castros vino a repoblar esta comarca, trayendo sus formas tradicionales de vida y fue esta población la que construyó sus viviendas según unos presupuestos mentales y siguiendo unas pautas muy definidas. El sistema de la pallaza trataba de ser implantado en un suelo en el que los condicionamientos geográficos y económicos (si económico puede llamarse al sistema de aprovechamiento) presentaban grandes diferencias al de su lugar de origen. En la Sierra de Ancares, por ejemplo, la construcción de esta clase de vivienda resultaba más fácil que en cualquiera de los valles hurdanos donde las pronunciadas pendientes, sobre todo en los cursos alto y medio de los ríos, imposibilitaba hacer una casa con las mínimas capacidades para resolver todas las necesidades. La pallaza y la choza hurdana empezarán con unos planteamientos similares (planta circular, paredes bajas, aprovechamiento de los declives del terreno, etc.), que en la última caminarán hacia concepciones más simplistas y regresivas en la escala de conocimientos.

Si problemático ha resultado descubrir el origen de la casa hurdana, más difícil aún me parece señalar el proceso seguido para llegar de la casa originaria de los repobladores, los astur-leoneses, donde el sentido de la vivienda se presenta bastante claro, al estado actual de la casa de Las Hurdes, que, en opinión de Polo Benito, es el último escalón de la habitación humana. No hay duda de que condicionamientos de tipos diversos, que nunca vinieron aisladamente, tuvieron gran incidencia en la nueva forma de plantear soluciones constructivas que emanarían, como es de suponer, de los originarios conocimientos. Estos condicionamientos son los que necesariamente hay que ver para después pasar a un análisis de la vivienda, tanto en el aspecto intrínseco como en sus directrices geográficas.

A los ya mencionados condicionamientos geográficos y económicos hay que señalar, entre otros, los no menos importantes culturales y jurídicos. Se afirma que los condicionamientos geográficos no tienen la importancia que Ratzel pretendió darle, pero, por lo que respecta a Las Hurdes, nada condiciona más al hombre que los factores físicos, geológicos, etc., hasta el extremo de ser tanta la dependencia de la vivienda respecto del suelo, que podría decirse que es ésta un producto de la propia naturaleza. No es necesario recalcar en este punto por cuanto ya se ha dicho con anterioridad y por las referencias que habrá que hacer al tratar sobre otros aspectos.

Al hablar de los condicionamientos económicos no me refiero tanto a un sistema de propiedad o de relaciones de mercado cuanto a todo un sistema de aprovechamiento de los recursos naturales del suelo.
La vivienda de Las Hurdes se compone de cuerpo de planta única y cubierta, lo que requiere la búsqueda de materiales constructivos para cada una de sus partes. La pizarra y la madera eran los únicos materiales en estado natural capaces de ser utilizados en los muros, pero condicionamientos culturales redujeron el uso del último elemento. Por tanto, la pizarra quedaba constituida prácticamente como el único elemento o material factible, pero al ser utilizada toscamente desbastada, sin argamasa ni barro, hacía que el aparejo careciese de condiciones mínimas para soportar gran peso, lo que hacía aumentar el grosor de las paredes y disminuir el número de vanos.

Pero lo que realmente tiene importancia es lo referente a la cubierta. La pallaza tenía cubierta de centeno, pero su adaptación al suelo hurdano requería un planteamiento diferente, lo que iba a ocasionar un cambio de techumbre, con el lógico abandono de cualquier tipo de vegetal. Esto, que también sucede en otros lugares, se da en Las Hurdes por razones distintas. En la comarca de Sanabria, que muy bien estudió Krüger, se constató un cambio económico y de mentalidad que trajo consigo un comportamiento diferente ante los recursos potenciales que ofrecía el ecosistema. Yo pude estudiar en San Ciprián, de la mencionada comarca zamorana, la evolución de un tipo de vivienda con unas características parecidas a Las Hurdanas. En este pueblo se utilizaban los haces entrelazados de centeno para la cubierta de las edificaciones, lo que obligaba a una total renovación de la misma cada ocho años. Con posterioridad, una serie de causas facilitaron el cambio de la cubierta de paja por la de pizarra, material muy abundante en el terreno paleozoico sobre el que se asienta el pueblo. Esta menor demanda de centeno redujo su cultivo en beneficio de la patata, de la hortaliza, etc. Por una parte se daban cuenta de la mayor estabilidad y duración de la cubierta de pizarra y, por otro lado, veían que este uso traía consigo un auge económico por la extensión, a falta de centeno, de otros cultivos más favorables. En el caso de San Ciprián, que para mí representa un estado evolucionado de la cultura de las pallazas, se ha dado un acto electivo entre las distintas posibilidades que se ofrecían para la construcción de una cubierta: paja, pizarra y "tapines" (musgos).

En Las Hurdes, aunque los resultados finales fuesen los mismos, las circunstancias que movieron a la construcción de techos con lajas de pizarra son muy distintas, ya que la falta de terreno laborable imposibilitaba el cultivo de centeno en una cantidad que pudiera satisfacer la demanda. La escasez de este material y la ausencia de otros tipos de vegetales que ofreciesen garantías de impermeabilidad llevaron forzosamente al empleo de losas de pizarra en la cubierta de las edificaciones. El empleo de una cubierta de pizarra no suponía aquí un avance técnico que condujera a una selección entre los materiales de posible utilización, sino que se debía a una adaptación a los condicionamientos geográficos y económicos que exigían el aprovechamiento del único recurso natural que se presentaba. El peso de un tejado de pizarra acarreaba algunas consecuencias. Hacía necesario, como se dijo, aumentar el grosor de los muros y reducir el número y la superficie de los vanos. Al mismo tiempo exigía una sola vertiente poco pronunciada, asunto éste que guarda relación con las precipitaciones poco frecuentes.

Todos estos problemas señalados se habrían vencido si un sistema de comercio hubiera sido capaz de traer a la comarca materiales constructivos necesarios, pero este mecanismo estaba fuertemente supeditado al medio físico ya las posibilidades económicas familiares. El aislamiento de Las Hurdes hacía imposible cualquier tipo de relación con el exterior. Pero, incluso, aunque esto se hubiera logrado en los primeros momentos de la repoblación, al aumentar el número de habitantes y, como consecuencia, disminuir los recursos económicos por la incapacidad de una mayor producción del suelo, este comercio, en caso de existir, se hubiera orientado a solucionar las necesidades más inmediatas (alimento y vestido).

El factor cultural hay que mirarlo, por lo que se refiere a la vivienda en Las Hurdes, desde varios puntos de vista: la evolución de los conocimientos técnicos que poseen sus constructores y la adquisición de nuevos conocimientos por influencias exógenas. Uno y otro están fuertemente supeditados al aprovechamiento de los recursos naturales que presenta el medio físico. Está claro que las innovaciones no suelen darse en una sociedad cerrada como la hurdana y, por tanto, la mayor parte de los conocimientos son herencia de anteriores generaciones, necesitándose un sistema de relaciones con el exterior para la adaptación de nuevos conocimientos. Hay que partir de la base de que el aislamiento ha negado siempre al hurdano todo contacto con el exterior y su conocimiento del mundo queda reducido prácticamente al conocimiento de su entorno físico.

Sin embargo, los habitantes de Las Hurdes Altas, formadas durante siglos por pordioseros de oficio ("pidioris"), recorrían durante épocas del año las comarcas vecinas de Cáceres y de Salamanca, y volvían a sus casas cargados de harapos y de mendrugos. En sus andanzas es indudable que verían nuevas formas constructivas, pero ello no influía en sus edificaciones porque el medio físico y la situación económica les negaba esta posibilidad y porque la propia psicología del hurdano se muestra reacia a aceptar cambios y nuevas concepciones culturales.

En Las Hurdes Bajas y en otras partes donde la agresividad del medio físico es menos fuerte, como en Las Mestas y Cabezo, del valle del Ladrillar, se le opuso una menor resistencia a las influencias constructivas del exterior, por lo que nuevas formas se fueron introduciendo paulatinamente a lo largo de seis o siete siglos.

La mayor parte de las casas de Las Hurdes, por lo que hemos visto anteriormente, se hicieron siguiendo unos planteamientos ancestrales que hubo que adaptar a un medio físico hostil y que, por consiguiente, hubo que modificar en algunos aspectos. Ya se indicó que los condicionamientos económicos que impedían la utilización de recursos vegetales para la cubierta de las casas obligaban a la modificación de otras partes de la vivienda. Las paredes tenían que reforzarse con un aumento de grosor, mientras que la forma circular de éstas, que en buena lógica hubiera perdido su sentido práctico, seguía conservándose al estar sujeta a unos principios tradicionales que perviven en la fuerza de la costumbre. Sin embargo, no hay que ignorar que los testeros ovalados y los ángulos semirredondos de algunas casas sobre gran pendiente dan a éstas una fuerte consistencia al adaptarse mejor que las paredes lisas a la escabrosidad del terreno. Su concepción uniformista se halla tan arraigada que muchas veces que en el exterior de las viviendas se ven ángulos rectos, estos mismos ángulos son curvos por su parte interna, lo que viene a confirmar cuanto se dijo, o sea, que al aumentar el grosor se aumenta también la resistencia de estas partes de los muros que son más fácil de agrietarse. Esto sirve, por ejemplo, para ver una modificación de los planteamientos técnicos que motivan unos condicionamientos geográficos y económicos y para apreciar cómo el hurdano sigue usando algunas formas propias de los antiguos planteamientos constructivos de la casa circular .

Analizar las posibles influencias jurídicas sobre la vivienda de Las Hurdes sería algo muy largo y llevaría a resucitar una vieja polémica entre "hurdanófilos" y albercanos, que empleó mucho tiempo y tinta.

Exageraron Barrantes Moreno y Bide, como anteriormente lo hiciera Larruga, al culpar a La Alberca (Salamanca) de todos los males hurdanos, pero, por lo que respecta a la vivienda, la exageración es aún mayor. En las Ordenanzas del Concejo de la Alberca, que eran también las ordenanzas de todas Las Hurdes a excepción de Pinofranqueado (la mayor parte de Las Hurdes dependía de La Alberca), y que datan posiblemente del siglo XIV, no he encontrado ninguna cláusula que impida, como los citados autores afirman, el uso de la madera en la construcción de las casas. Solamente la Ordenanza CLVII prohíbe talas en Las Batuecas, indicando que la madera de este valle únicamente podrá utilizarse en la reparación de sus puentes. Quienes afirmaron que los hurdanos, de no haber sufrido el "feudalismo concejil" regulado por las Ordenanzas, hubieran podido construir viviendas entramadas como las albercanas, desconocen estas mismas ordenanzas, el medio físico de Las Hurdes, los condicionamientos culturales de sus habitantes, etc. Y, como es de suponer, desconocen que otras alquerías del ayuntamiento de Pinofranqueado, como Aldehuela, Horcajo, Avellanar etc., no estuvieron sujetos a aquellas ordenanzas y sus viviendas presentan los mismos aspectos que las de los concejos de Nuñomoral o Casares de Hurdes. Por otro lado, hay que señalar que una vez cesadas las ordenanzas en el siglo XIX la situación de la casa hurdana no varió lo más mínimo, habiéndose notado solamente el cambio en el presente siglo, en su segunda mitad, a causa de una disminución del aislamiento de Las Hurdes y por un aumento del nivel de vida.

Donde realmente tendrá importancia el factor jurídico será en el sistema de propiedad que, como tal, va a tener repercusión en la vivienda. El régimen patriarcal de los primeros momentos influyó para que las distintas familias buscaran lugares comunes para edificar sus casas, importando menos la dificultad técnica que esto entrañaba que la seguridad y cohexión del grupo que vivía junto. Con la disolución de este régimen y la distribución de la propiedad, cada familia llegó a ser poseedora de una parte que antes había sido patrimonio de la comunidad y esta parte se irá dividiendo en lotes cada vez más pequeños de generación en generación a causa del sistema imperante de la herencia entre todos los hijos. Pero la cohesión del grupo seguía existiendo y la relación mutua de los distintos miembros hacía que las viviendas se construyeran próximas, aunque las nuevas edificaciones estuvieran sujetas ahora a la compra de un solar, asunto éste bastante problemático. Muchas veces el hurdano carece de los medios económicos para la adquisición de un terreno, y otras veces el propietario, también por razones económicas, sentimentales e incluso tabúes, se niega a su traspaso. Esto resulta muy grave en las alquerías de Las Hurdes Altas (El Gasco, Asegur, Carabusino, Fragosa, Río Malo de Arriba...), donde si el hurdano se encuentra incapaz de conseguir un solar, entonces ha de buscar una tierra de nadie para construir su vivienda razón ésta por la que en algunos lugares se ven casas materialmente colgadas sobre los ríos o construidas tras haberle robado la superficie "necesaria" a la empinada ladera del valle. Y, como es de suponer, ninguna de estas edificaciones suele tener las condiciones mínimas de habitabilidad.

Fue Madoz quien primero hizo una descripción de la vivienda de Las Hurdes. Tras él vinieron Martín Santibáñez, Barrantes Moreno, Bide, Polo Benito, Legendre, García Mercadal, Torres Balbás... Todos ellos, de una u otra manera, incidieron sobre los mismos aspectos, aunque entre estos últimos no faltasen críticas contra el autor del "Diccionario Histórico-Geográfico", acusándole de excederse en sus apreciaciones, cosa que no es absolutamente cierta. En los trabajos de estos escritores se aprecia una dedicación al estudio de la vivienda en sí misma, lo que me obliga a no puntualizar gran cosa en este sentido, a no ser para aportar algo nuevo.

La construcción de una casa en Las Hurdes no hay que verla como un hecho aislado, sino que se Hace necesario analizarla dentro de un contexto más amplio. Hay, en primer lugar, que hacer una distinción entre la casa construida "ex profeso" para ser habitada por un matrimonio recién casado y aquella otra casa que construye una familia y a la que se traslada después de haber residido en otra anteriormente. La construcción de esta segunda vivienda es un hecho individual y, como tal, solamente atañe a la familia implicada en el traslado. Por consiguiente, es la familia quien ha de edificarla, aunque normalmente se da una colaboración por parte de algunos vecinos o parientes, pero sin que exista una obligación de hecho. Por lo que se refiere a la primera vivienda, aquella que se hace para ser morada de un matrimonio recién constituido, pierde su carácter individual para convertirse en algo que atañe a toda la comunidad: es un hecho social. Esto, que a simple vista parece problemático, es fácil de entender. No todos los individuos que componen cualquiera de los pueblos de Las Hurdes poseen los mismos derechos o están sujetos a la misma clase de deberes. Se observan con claridad distintos estadios, que coinciden generalmente con etapas de la vida o categorías (muchachos, mozos, casados), siendo necesario para ascender de unas a otras, además de la edad, una serie de ritos de pasaje que muchas veces se encuentran difusos y una aceptación por parte de la sociedad a la que se pertenece. De muchacho y de mozo se carece de unos derechos comunitarios que sólo se adquieren con el matrimonio. Pero no siempre el matrimonio trae implícita la adquisición de unos derechos. Para que ello se dé hace falta que se presente una sanción previa por parte de la sociedad de ese matrimonio que se va a realizar y esta sanción se concreta en un acto social que conlleva la integración de esos individuos a unos derechos que ya tiene parte de esa comunidad. Este acto social consiste en la entrega al nuevo matrimonio de una casa que los miembros de la comunidad han hecho para ellos. Puede darse el hecho de la celebración de un matrimonio sin que sea del beneplácito de la comunidad; entonces esa comunidad no le construye la casa y, aunque los contrayentes la hagan por su cuenta, el nuevo matrimonio carecerá de los derechos comunitarios propios de su estado.

El novio, al tiempo de la boda y dentro de sus posibilidades económicas, elige un lugar determinado donde se levantará su vivienda. Tres días antes de realizarse el casorio se reúnen los hombres del pueblo para proceder a la construcción de la casa. Todos unidos acarrean los materiales necesarios, allanan el suelo siempre que ello sea posible y disponen hasta los mínimos detalles. La nueva casa se hará siguiendo el modelo común a todas las que se hacen en Las Hurdes. Constan de un solo piso que se levanta sobre un suelo de roca dura, que se allana cavando en la ladera. Sus paredes, en las que suelen faltar cimientos, son de pizarras, sin argamasa ni mortero, que se encajan unas sobre otras como mejor "cuadran". El muro de la fachada, que es el más alto, tiene de dos a tres metros y en él se abre la única entrada, baja y estrecha, cuyo dintel o "carguero" lo constituye una piedra larga sin desbastar o un tronco grueso de encina. La cubierta la forma una larga serie de vigas o cumbreras perpendiculares a la fachada y que, con una ligera inclinación, van de este frente a la parte trasera, donde los muros no superan los dos metros de altura. Sobre las cumbreras se fijan los cabrios, bastante más delgados que las vigas, atados con tiras de corteza verde de algunos arbustos o enganchados mediante muescas practicadas en la misma madera. Los cabríos se recubren con una capa muy tupida de ramajes, simplemente superpuestos o trenzados, y encima de ella se dispone la cubierta propiamente dicha, formada por lajas de pizarra seleccionadas, montadas unas sobre otras, que se sujetan por su propio peso o porque sobre algunas se ponen otras piedras más gruesas que presionan a las lanchas e impiden que se deslicen. Las pizarras de la cubierta presentan un saliente tanto en el muro anterior como en el posterior, formando una especie de alero o tejadillo que protege las paredes del agua de lluvia.

En estas casas no hay ventanas. La luz penetra únicamente por la puerta, lo mismo que el aire, aunque éste también se cuela por entre los intersicios de los muros.

El aspecto interior no es mejor que el de la parte externa. Un medio tabique que no llega al techo hace que el hogar se divida en dos o tres departamentos. Algunas veces en vez de tabique las divisiones las hacen los propios altibajos del terreno. Los departamentos de las casa se distribuyen, según el uso, de la siguiente manera: en la habitación más cercana a la puerta se alojan los animales o hacienda: cabras enanas, gallinas, algún cerdo y, cuando se tiene, el burro. Entre todos se reparten una cama de helecho y el único utensilio existente es un pesebre común a ras del suelo. Esta es la dependencia más grande y a través de ella se pasa a la segunda estancia, más pequeña y oscura, conocida como zaguán o patio, que es al mismo tiempo cocina, comedor y dormitorio. La cocina o fogón se sitúa en uno de los rincones, en el suelo, formada por unas piedras. Al carecerse de chimenea, el humo sale por entre las piedras de los muros, por la puerta de la casa o por el humero, que consiste en una losa del tejado que se mueve hacia un lado y que vuelve a encajarse cuando llueve, hace frío, etc. Hasta hace unos años en estas casas no había mesa para comer, ni sillas, y para sentarse empleaban algunas piedras o escabeles de madera. El menaje doméstico se reducía a una sartén, un plato grande y hondo, algunas escudillas de corcho y cucharas de madera. El aceite, el agua y el vino se guardaban en vasijas de barro. Por lo que respecta al dormitorio, que estaba en esta misma estancia, lo formaba una camada de helechos secos o jelechus sobre la que descansaba promiscuamente toda la familia. A veces se ve, en algunas casas, solamente una cama constituida por el batán (pilón de madera de reducidas dimensiones, en el que se fabrica el vino y el aceite), que se rellena de hojas secas o de vainas de judías y es utilizado para dormir en él algún miembro de la familia, concediéndosele ese privilegio a los enfermos y a los más ancianos. Cuando fermentan los helechos, lo que sucede a causa de la podredumbre, son sacados al exterior hasta que se curten y posteriormente se utilizan como vicio para abonar los huertos. Cuando una casa se compone de tres departamentos, el primero sirve de cuadra y, de los otros dos, uno se utiliza como cocina y dormitorio de los hijos y el otro como despensa y dormitorio de los padres. No es corriente en ninguno de los casos una división por sexo o edad entre los hermanos.

¿Cuál es la extensión actual de la casa típica de Las Hurdes? Para comprender su verdadero alcance es necesario señalar los límites de esta casa en distintos períodos o etapas. Sobre el plano de la comarca se pueden marcar algunos trazados que reducen la extensión de esta vivienda hasta dejarla encuadrada dentro de una pequeña zona de Las Hurdes Altas.

Hacia 1844 sus límites eran superiores a los de la comarca hurdana. Por el sur, bajaban más allá del río de Los Angeles, alcanzando a Las Corzas, Pedro Muñoz y Azabal. De igual manera, por el N.E. y E., estas casas se encontraban en Martinebrón, Cabaloría y Rebollosa, las tres alquerías de la provincia de Salamanca que constituyen las mal llamadas "Hurdes salmantinas". Por su parte N.O. llegaban a la comarca del Rebollar, también de Salamanca, donde aún hoy, como ha observado García Zarza, se aprecian grandes similitudes con las construcciones hurdanas. El límite septentrional de este tipo de casas coincidía con el natural de Las Hurdes.

Hacia 1928 estas viviendas habían reducido su espacio geográfico. Por el Sur quedaba excluido el concejo de Pinofranqueado, a excepción de sus alquerías situadas en Las Hurdes Altas, menos Ovejuela. También quedaba excluida una parte más pequeña del municipio de Caminomorisco. No variaban sus límites E. y N., coincidiendo los límites restantes con los de la comarca.

Actualmente el estudio de la extensión de la casa típica hurdana es un trabajo que entraña enormes dificultades. Desde mediados de siglo ya no se construyen viviendas con las características señaladas, pero eso no quita para que todavía muchas de ellas continúen sirviendo de habitación para personas y para personas y animales. Otras ya no tienen la función para la que fueron edificadas y bastantes de ellas están siendo reparadas o son reemplazadas por casas fabricadas por nuevos procedimientos y con materiales constructivos importados. Rara es la alquería en la que no se encuentre al lado de una nueva vivienda aquella otra arcaica y condenada a desaparecer en un futuro inmediato. Hoy los límites de la casa hurdana son muy reducidos. Quedan inscritas estas viviendas en algunas alquerías del ayuntamiento de Nuñomoral (Fragosa, Martilandrán, Aceitunilla, Batuequillas y Horcajá) y del de Casares de Hurdes (Asegur, Robledo, Huetre y Carabusino). Aisladamente puede encontrarse algún ejemplar de estas edificaciones en pequeños núcleos de Caminomorisco y Pinofranqueado, así como en el valle del Ladrillar .

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