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«La cautiva» de Echeverría, el trágico señuelo de la frontera

Fernando Operé





La cultura en la Argentina se ha construido históricamente de espaldas a la frontera, como si volverle la espalda bastara para ignorarla. Sabemos que el rechazo, la voluntad de olvido, el desdén como defensa, son, en el fondo, pobres mecanismos que ni borran, ni extinguen. El olvido vuelve sobre sus pasos con la constancia de la herida que supura y el clamor de los muertos. La cultura hispanoamericana, en general, y en particular la Argentina, no ha sabido sacar partido de la energía creativa de la frontera. Es más, ha desperdiciado algunas de sus más preciosas energías en el afán de transformarla, despojándola en el proceso de sus potenciales más significativos. Me propongo trazar, a grandes rasgos, las implicaciones que para la cultura argentina ha tenido la articulación teórica de la frontera como línea divisoria y como argumento sobre el que se han asentado propuestas de construcción nacional. Para ello me centraré en una obra fundamental, La cautiva de Esteban Echeverría, en la que se hallan propuestas teóricas fundamentales que fueron adoptadas por numerosos escritores de su generación, y que han influido notablemente en la valoración que en la Argentina se hizo de la malparada frontera.

No podemos eludir la comparación con el modelo norteamericano en donde, por muchas y complejas razones, la frontera ha funcionado como un elemento positivo y dinamizador de su cultura y experiencia histórica. Ciertamente la historiografía hispana no contó con un historiador visionario del perfil de Frederick Jackson Turner que realizase la labor de recoger teóricamente lo que el pueblo norteamericano sentía sobre su propia experiencia expansiva en la frontera. En 1893, Turner articuló magistralmente el sentido del dinamismo colonizador norteamericano mediante una idea central sólidamente cimentada a lo largo de años de incesante expansionismo, y que adquirió carácter de mito1. El mito de la frontera norteamericana esta construido sobre las infinitas posibilidades de una supuesta frontera libre, asequible a la asimilación, territorio de nadie en donde se materializarían, a través del genio anglo, todas las expectativas acumuladas y soñadas durante el período de colonización. Las ideas de Turner y sus múltiples discípulos fueron fundamentales para la elaboración teórica de una identidad norteamericana en la cual el espíritu individualista creciese sin barreras, dando forma a modos de vida dinámicos y progresistas. La frontera de Turner es un inmenso territorio de grandes riquezas que aguardan ser apropiadas por aquéllos capaces de usarlas y expandirlas hasta el límite de sus posibilidades. El hecho de que, en la práctica, los territorios del oeste, tierra fronteriza por antonomasia, estuviesen habitados por pobladores originarios, y que en el suroeste la experiencia hispánica hubiera moldeado hacía tiempo un tipo alternativo de frontera, no pareció entorpecer sus propuestas teóricas. Su fórmula funcionó y el mito norteamericano de la frontera le debe la hazaña de su invención.

En la América hispana no puede hablarse de frontera como una experiencia uniforme. Hubo muchas fronteras y éstas tuvieron distinto significado, aunque ninguna llegó a expresar el carácter dinámico y emprendedor de la frontera norteamericana. La excepción podría ser la primigenia frontera atlántica, originada por el rápido expansionismo europeo del siglo XVI. En ese siglo se produjo la mayor mutación jamás experimentada del espacio geográfico y cultural en la historia de occidente. Para España y Europa significó la creación de una nueva frontera espacial cuya dinámica ejercería una notable influencia transformadora a los dos lados del espacio fronterizo. Si han permanecido en la cultura hispanoamericana residuos de un impulso emprendedor, son los que provienen de otra frontera mítica, El Dorado o los Dorados, que animaron tantos viajes imposibles en el siglo XVI. No debemos olvidar, sin embargo, que las ciudades fantásticas buscadas por esas expediciones, al tiempo que inyectaban energía al descubrimiento, empujaban al conquistador hispano a los trasteros del medievalismo, encerrándolo en una cápsula que le impediría reconocer las posibilidades reales del nuevo mundo. Muchas de las tierras exploradas y atravesadas, una y otra vez, por expediciones al interior, no llegaron a convertirse en fronteras porque sus conquistadores buscaban ciudades míticas y no tierras para colonizar. La frontera, pues, se asoció a partir de finales del siglo XVI con una vaga idea de aventura y peligro, salvajismo y viaje a los infiernos.

Los primeros teóricos de la frontera, si así se les puede llamar, divagaron sobre los derechos legales de los conquistadores a poseer las tierras descubiertas, debatieron sobre la legalidad de la encomienda y otras formas de vasallaje, disertaron sobre la condición humana de los nativos, todo ello mientras enviaban misioneros y soldados a las zonas más alejadas de las ciudades fundacionales. En el siglo XVIII, el vocablo civilización vino al rescate del decadente idealismo cristiano, mudando el sentido cristiano de perfección última por la creencia en la razón como su único substituto posible. Paralelamente surgieron otros teóricos que articularon nociones impregnadas de pesimismo y ambigüedad, aunque en general, como argumentan David J. Weber y Jane M. Rausch, «Latin American intellectuals have seldom considered their frontiers central to the formation of national identities or of national institutions»2. En las repúblicas donde el territorio fronterizo, debido a conflictos intestinos, demandaba soluciones a la expansión inevitable, no hubo más remedio que articular un ideario que elaborase el significado presente y futuro de las tierras en disputa. Éste fue el caso de las Repúblicas del Río de la Plata. Domingo Faustino Sarmiento fue uno de los teóricos que se enfrentaron a esta necesidad y sin duda el más estudiado y ampliamente citado teórico de la frontera. Sus ideas tomaron la forma en una metáfora apologética con numerosas ramificaciones: Facundo, civilización y barbarie (1845), un texto de y sobre la frontera. Sus postulados e intuiciones tomaron forma desde la perspectiva de un testigo que mira la frontera desde un puesto de observación exterior, mientras sus ojos se pierden impotentes en la inmensidad de lo desconocido:

El mal que aqueja a la República Argentina es su extensión; el desierto la rodea por todas partes, se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin habitación humana, son por lo general los límites incuestionables entre unas y otras provincias... Al Sur y al Norte acéchanla los salvajes que aguardan la noche de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y en las indefensas poblaciones3.


La frontera de Sarmiento es un mal inevitable cuya perniciosa influencia sólo podrá ser aminorada con la creación de una línea de ciudades gestoras del sueño civilizador. Sus postulados teóricos se concentraron en el paradigma civilización y barbarie que tantas interpretaciones ha generado siendo posiblemente el tema más recurrente del pensamiento latinoamericano. En la Argentina, el conflicto entre civilización y barbarie (podría considerarse que los presupuestos del paradigma ni son válidos ni jamás lo fueron) se resolvió a favor del primero, enturbiando la evaluación histórica. Principios fundamentales sobre la inaccesibilidad de la frontera, el concepto de tierra adentro como viaje a un mundo inescrutable y amenazante, los fallidos planes de colonización del interior chaqueño, patagónico y andino, parecen haber dado la razón a los postulantes de una frontera que más que unir, separa. Los intelectuales decimonónicos contemplaron las fronteras como zonas generadoras de violencia más que de riqueza, de despotismo más que democracia, de caudillos y dictadores más que de hombres libres. Los ejemplos son múltiples, aunque el propósito de este ensayo es argumentar cómo estas ideas fueron anticipadas en La cautiva de Echeverría, cuya influencia intelectual ejerció un magisterio entre los escritores de su generación, los llamados Nation Builders. Muchos de los contenidos teóricos de Sarmiento están sugeridos en La cautiva, especialmente la perniciosa evaluación de la frontera4. La cautiva es un poema de claro corte romántico cuyo trama se basa en un fenómeno social considerado tabú para la literatura del continente, el cautiverio de mujeres por tribus indígenas. Los contantes malones que asolaban los poblados fronterizos suponían un problema para la sociedad rioplatense de carácter epidémico, sin embargo nunca fue utilizado como fuente temática por la ficción más preocupada con temas religiosos o moralizantes. Publicado en 1837 he incluido en la edición de Rimas, La cautiva representa la primera incursión en un tema claramente controvertido y espinoso para la intelectualidad argentina5.

El poema La cautiva es un texto programático cuya argumentación funciona en doble dirección. Por una parte, expresa con tono tendenciosos e intransigentes la discutida polémica en torno a la llamada «cuestión del indio», y por otra, mitifica a través de su poetización el destino universal reservado a la nación argentina. Con respecto al primer aspecto, Echeverría dramatiza un supuesto antagonismo maniqueo entre dos sociedades en lucha por su supervivencia. Cabe preguntarse, ¿luchaban realmente por su supervivencia? ¿Eran irreconciliables las vías de negociación? Sabemos que tribus de la pampa ofrecieron sus servicios a la administración colonial y participaron, de hecho, en la defensa del territorio bonaerense durante la invasión inglesa de 18066. Conocemos que tanto unitarios como federales emplearon guerreros indígenas en sus dilatadas y destructoras guerras civiles7. Es, pues, discutible que las tribus indígenas estuvieran, o quisieran estar, al margen del proceso de construcción nacional. La María de Echeverría podría ser una de las miles de mujeres cautivas que se incorporaban al engranaje de relaciones comerciales entre los indios de la pampa y los más alejados grupos patagónicos y tribus mapuches, involucrados en un intercambio transandino constante8. La María de Echeverría podría ser también una de las muchas mujeres cautivas cuya oscura acción en los toldos iba transformando paulatinamente las sociedades indígenas fronterizas9. Sin embargo, la carga ideológica del poema caracteriza a María como un ser sublime en una gesta de tonos epopéyicos cuyo fin mediato es salvar al amante y salvarse a sí misma de los horrores de una posible mutación o mestizaje, que en la perspectiva romántica podría interpretarse como pérdida de la pureza racial y cultural. En el desarrollo de la trama, Echeverría deja cabos sueltos de una importancia vital que acaban traicionando, en cierta medida, la propuesta ideológica original.

Una primera lectura del poema nos enfrenta a una serie de ambigüedades, tanto en el tratamiento del medio físico, la frontera, como de sus personajes, los indios, Brian y María principalmente. No se escamotean las sugerencias a una heroína romántica propia del género, de «belleza peregrina», «delicada flor», «tímida doncella» de la que, aparte de estos apelativos, sabemos poco, lo cual favorece la introducción del drama. Sus orígenes, composición social, lugar de nacimiento, residencia y ocupación, son eludidos. Conocemos que está casada con un militar destinado a la defensa de la frontera, quizás un oficial blandengue. Sabemos que tiene un hijo, y que junto con el marido ha sido tomados cautivos en un malón. El marido es caracterizado en el canto II como héroe épico en una serie de estrofas anacrónicamente instaladas que insinúan lejanas resonancias de La araucana. Brian ha prestado férrea defensa al malón. En la lucha ha caído herido y, maniatado, espera impotente el final fatal. Los pormenores del malón caen dentro de una cierta norma en las acciones de los indios fronterizos, aunque las tintas están recargadas con acentos funestos que hacen constante alusión a la más terrible escenografía infernal. La noche se ha echado sobre los toldos indígenas tras una «sabática fiesta» en la que el poeta no ha economizado en lóbregas descripciones. Entre las penumbras de la noche hace su aparición María, la equívoca heroína, cuyo inesperado protagonismo, orígenes y propósitos, interesa rastrear.

¿Quién es esta «delicada flor», «tímida doncella» que parece por momentos sufrir la misma suerte atroz de las otras cautivas? «Al tumulto y la matanza / sigue el llorar de las hembras / por sus maridos y deudos» (II, 243). Sin embargo, María no llora. Desde su inicial aparición en el poema parece estar guiada por una energía emprendedora. Es más, en los primeros versos se mueve con la eficacia de un felino más que una delicada doncella. «Ella va. Toda es oídos; / sobre salvajes dormidos / va pasando, escucha, mira, / se para, apenas respira, / y vuelve de nuevo a andar» (III, 41). Ciertamente se ha producido una alteración del canon romántico puesto que María en vez de aguardar la fatal conclusión, se rebela contra las circunstancias y haciendo alarde de fuerza e iniciativa no propias de su sexo, rescata al amado de una muerte segura y emprende la huida a través del amenazador desierto. ¿Cómo es posible tan fulminante cambio? ¿Qué razones lo propelen? La transformación ocurre entre los cantos tercero y noveno. La acción se produce en la noche. Los indios esparcidos por los toldos duermen tras la orgiástica fiesta. María siente entonces «un instinto poderoso / un afecto generoso / la impele y guía segura, / como la luz de estrella pura, / por aquella obscuridad» (III, 66). Cualquiera que sea el origen de ese instinto poderoso, la metamorfosis se opera. María se adueña de la escena y apenas duda en clavar un cuchillo en el pecho de uno de los indios que ha despertado al sentir sus pasos. «Un cuerpo gruñe y resuella, / y se revuelve, mas ella / cobra espíritu y coraje, y en el pecho del salvaje / clava el agudo puñal» (III, 56). Busca entonces a Brian, lo libera de las ataduras e inicia la fuga a través del desierto. María está poseída por las fuerzas que la rodean y de las que intenta huir. Su energía es la del esposo al que carga en sus espaldas, su intuición y agudeza la del indio capaz de abrirse camino en el inmenso desierto, su coraje el de la fiera, a la que se enfrenta y hace huir en la escena con el tigre. Los largos pasajes de la traumática huida, aunque sorprendentes, mantienen cierta coherencia. Parece no existir fuerza alguna capaz de detener a María. Su determinación y las renovadas energías con las que se enfrenta al destino anticipan un final feliz. Por un proceso de simbiosis, la heroína del poema parece estar alimentándose de las fuerzas incontrolables de la naturaleza que, a su vez la amenazan. Con esa inusitada «varonil fortaleza» María protege a Brian de los salvajes, de la quemazón que se cierne sobre ellos, del río que les arrastra, y del león que les acecha. Sin embargo, tras superar con una fortaleza ajena los múltiples trabajos y pruebas a que es sometida durante su cautiverio y huida, María sucumbe ante la noticia de la muerte de su hijo, con lo que reasume su papel tradicional como objeto cosificado, atrapado en su corsé literario. Esto ocurre en el epílogo y tras haber cruzado de regreso la línea fronteriza camino de la civilización. Es decir, la María emprendedora, decidida, fuerte y varonil, tiene expresión dentro del ambiente natural, en tierra adentro, en el medio salvaje. Al retornar a las dulzuras y comodidades de la civilización sus fuerzas le abandonan y cae víctima del proceso de ficcionalización. ¿A qué se deben estos cambios bruscos?

Podría pensarse que María está diseñada con características que la aproximan a un personaje andrógeno, mitad hombre mitad mujer, mitad civilizado mitad salvaje, de extraordinaria versatilidad literaria. De hecho, el epílogo, que debiera funcionar a manera de conclusión, sugiere esta dualidad. Comienza, «Oh María! Tu heroísmo, / tu varonil fortaleza, / tu juventud y belleza» (1), versos que sugieren una coincidencia con el carácter dual del personaje. Ciertamente que las figuras andrógenas cobraron vigencia en la Europa romántica, especialmente en los años treinta de la centuria. Kari Weil mantiene que esta atracción por los personajes andrógenos proviene de ser «a figure of primordial totality and oneness, created out of a union of opposed forces»10. Los ejemplos son numerosos tanto en la literatura francesa (La Comédie Humaine de Balzac), como la inglesa (Coleridge) y representan seres ideales liberados de la servidumbre del sexo y, por tanto, más próximos a dios. La María de Echeverría se mueve muy bien en esta frontera genérica.

También podría pensarse que, mientras Echeverría trató un problema acuciante en la Argentina durante los años de la independencia (me refiero a la «cuestión del indio» que afectaba a las comunidades fronterizas con constantes y traumáticos malones), fue también muy consciente de su labor literaria e intelectual. En ese sentido, el cautiverio de María es doble. Por una parte, es un cautiverio material que la ha arrancado del lado de Brian y su hijo empujada por un destino superior a sus fuerzas. Por otra, está cautiva del texto romántico, que a pesar de las transgresiones narradas en los actos mencionados, acabará sometiéndola. La prisión ideológica a la que María está sometida no ofrece muchas alternativas y su transgresión la pagará con la muerte. Las múltiples amenazas que la acechan y los mecanismos narrativos empleados para superar estas pruebas, distraen al lector y complican la lectura, tergiversando el doble cautiverio. La María de La cautiva simboliza la Argentina criolla, la nueva y soberbia nación a la que Echeverría aspira en puja por resurgir liberada de las amenazas del mestizaje y la hibridez cultural. María muere en la llanura al cruzar de regreso la línea fronteriza. Se ha liberado de las amenazas del indio y de una posible hibridación. Es blanca, cristiana y pura. Su muerte es un sacrificio que fecundará. Este aspecto queda claro en la alabanza del epílogo.


Pero, no triunfa el olvido,
de amor, ¡oh bella María!
que la virgen poesía
corona te forma ya
de ciprés entretejido
con flores que nunca mueren;
y que admiren y veneren
tu nombre y su nombre hará.


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Ahora bien, en el poema aparecen otros caracteres que deben ser considerados. No es sólo María quien cuenta, sino Brian, las tribus de la pampa, que nunca son citadas por este nombre sino por «chusma», «abominables fieras», «tribu impía», «salvaje turba», y especialmente la frontera. Es aquí donde se hallan las claves de mi propuesta. Francine Masiello ha destacado, con acierto, la tendencia en la producción literaria de los unitarios y románticos argentinos al cultivo de los sentimientos y emociones, aproximándose a una cierta «feminización» metafórica de los personajes masculinos con el propósito de distinguirse de los federales, identificados con la figura paternalista y violenta de Juan Manuel de Rosas, el gobernador bonaerense. Por otra parte, señala Masiello, se representa a las mujeres como agentes de la resistencia al dictador. «This reception of woman was… part of a feminization of discourse, a liberal, bourgeois way of pacifying the barbarism of Rosas»11. Aceptar esta cierta feminización era afirmarse en un nuevo espacio donde fuese posible la expansión de las sutilezas de la civilización occidental. Las reglas estaban impuestas por el referente negativo, la barbarie y todas sus secuelas, sus hijos y herederos. En ese sentido, puede decirse que se quería civilizar el país a golpes de barbarie. Sin embargo, y aún pareciéndome válida la propuesta de Masiello, las ambigüedades del poema siguen sin resolverse. Lo que se produce en La cautiva no es exclusivamente la feminización de Brian, sino una masculinización o barbarización de María, como ya hemos indicado. Al cruzar la frontera, María queda ubicada en un espacio donde desaparecen las reglas de la civilización y en cuyas soledades se produce la ruptura liberalizadora que le permite integrarse a otros mundos, al masculino, al indígena, e incluso al natural, en una simbiosis integradora. Si en la sociedad patriarcal a la que María pertenece, el espacio de la acción (abierto) corresponde al hombre, y a la mujer el del hogar (cerrado), en el desierto estos límites se borran temporalmente. En el nuevo espacio, María puede matar a otro ser humano, realizar hazañas no propias de su sexo, como cargar al esposo a la espalda y emprender la huida en la amenazadora pampa, enfrentase al fuego y a las fieras que la acechan, y tomar la iniciativa en acciones que desbordan las barreras de su caracterización. En la frontera, María es toda acción. «Pero a cada golpe injusto / retoñece más robusto / de su noble alma el valor; / y otra vez, con paso fuerte, / holla el fango, do la muerte / disputa un resto de vida / a indefensos animales» (V, 97).

Sabemos que la transformación se opera justo en el entorno fronterizo, cuando María está cautiva de los indios y expuesta a la influencia del medio natural. Es el espacio que Echeverría asocia con desierto inconmensurable y misterioso, soledades, silencio pavoroso, indios salvajes, tolderías, construyendo una rosario que acompaña al poema hasta el final. Este conjunto de elementos están asociados entre sí e imprimen carácter al escenario fronterizo. El mal original de las Provincias del Río de la Plata, articulado una y otra vez por sus escritores, es el aislamiento y soledad del territorio interior. Las tribus que lo habitan son tan víctimas del medio autodestructor como el resto de sus habitantes, puesto que el interior es «inhospitable morada», refractaria a las influencias de la civilización. De aquí que en el ideario de los intelectuales se asocie el viaje al interior con un viaje a los infiernos. Cualquiera puede caer víctima de su influencia destructora. Las sociedades indígenas también están expuestas al mismo maleficio. Si el hombre es bueno y nace bueno, como quisiera Rousseau, éste se embrutece y degenera ante el implacable estigma del desierto y la soledad. Las descripciones de los indios están también plagadas de ambigüedades, ya que son víctimas a su vez del hábitat. ¿Quién se atreve, entonces, a cruzar el maléfico espacio? María lo hace en contra de su voluntad. Es llevada a la pampa cautiva y se incorpora a un viaje que, en su desarrollo, adquiere las características de jornada infernal. «¿Qué humana planta orgullosa / se atreve a hollar el desierto / cuando todo en él reposa?» (I, 126).

Una vez en el desierto, superada la prueba a la que es sometida, María cae víctima, como el resto de sus habitantes, de los tentáculos asfixiantes del medio físico. Aquí están expuestos dos principios generales de sustancia histórica sobre los que Echeverría organiza su aparato discursivo, el aislamiento cultural y el aislamiento social del hombre de la pampa. La soledad coloca al individuo en una situación límite entre un nuevo Génesis y un previsible final apocalíptico. En ese medio solitario y amenazante se realiza la transformación de nuestro personaje, primero física, de «flor hermosa y delicada» a «bestia salvaje» y luego espiritual, hasta el punto que la transgresión de estas barreras la pagará con la muerte. Es aquí, precisamente, donde reside la función degeneradora.

La naturaleza en la cultura del continente y en particular en la Argentina, ha sido concebida como una fuerza superior y destructiva cuyas secuelas arrastran al individuo y los grupos humanos a un estado de degeneración animal de irreparables consecuencias. En la advertencia que anticipa el poema, Echeverría sugiere ciertas claves interpretativas: «El verdadero poeta idealiza. Idealizar es sustituir a la tosca e imperfecta realidad de la naturaleza» (118). Es decir, para vencer a la naturaleza hay que inventarla. María no viaja al desierto, como lo hicieran las heroínas extraídas de la hagiografía cristiana, en busca de santidad. No es el suyo un viaje expiatorio y podría serlo. Su drama tiene antecedentes históricos, cientos de ellos. El cautiverio era un fenómeno constante y diario en el sur, tanto en el siglo XVIII como en el XIX, a partir del proceso conocido como la araucanización de las pampas12. María es una de esas miles de mujeres que fueron arrancadas de sus hogares por la fuerza. Muchas de ellas no quisieron volver y los recientes estudios sobre el tema refrendan tal afirmación13. La corta experiencia del cautiverio de María tiene efectos transformadores en su personalidad. Esa radical metamorfosis se produce en el desierto, la frontera en constante disputa, la tierra adentro de los textos fundadores.

El eventual desalojo de sus originales habitantes enturbió más la noción de frontera forzando a la sociedad argentina a contemplar las ciudades como focos de paz y progreso, confuso eslogan del positivismo. Algo, quizás, permaneció de la frontera mítica: el silencio, las extensiones indomables, los pastos y yuyos, la indomesticabilidad de una Patagonia relegada para consumo de viajeros y mitos. Los muchos viajeros que en el siglo XIX recorrieron estos vastos territorios con propósitos científicos y cartográficos no pudieron desnivelar las prejuiciosas y poderosas influencias de la ficción. Paradójicamente, el gran colector de libros de viajeros y diarios científicos, fue Pedro de Angelis, italiano contratado por el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, para dirigir la Gaceta Mercantil de Buenos Aires. De Angelis mantuvo furibundos debates con Echeverría cuya animosidad continuó hasta la muerte de ambos14.

Una vez desaparecidos los indios de las tolderías y arrojados sus descendientes a las faldas remotas de la cadena andina en territorio patagónico, se pudo nivelar el pernicioso antagonismo y comenzar la labor de recuperar la frontera para la historia del país. Fue una labor penosa y casi imposible pues se luchaba contra décadas de infame propaganda. En ese sentido la importancia de Esteban Echeverría, introductor del romanticismo en el país e ideólogo de su generación, es fundamental.

En la mítica articulación de la frontera de Frederick Turner el énfasis reside en los individuos y su capacidad para superar obstáculos físicos y vencer las fuerzas negativas que impidan su paso. Es decir, la fuente original del mito de la frontera norteamericana reside en la caracterización de sus hombres. En el caso de la Argentina, el hombre de la frontera es un gaucho desplumado y paupérrimo que, aún en la poetización de José Hernández en Martín Fierro, es incapaz de vencer la presión deshumanizadora de la frontera violentamente expresada en las secuencias en que Fierro decide huir al interior y buscar refugio en los toldos. La cultura argentina no supo liberarse de la influencia de estos textos fundadores. Basta leer a Sarmiento, Alberdi, Hernández, Cambaceres, Martínez Estrada y otros, para corroborar esta afirmación. Son los teóricos de una frontera que permanece problematizada, incapaces de transformar y capturar la imaginación popular como lo hicieran sus homónimos del norte.





 
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