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Dice el señor de la Revilla que no se explica lo que él juzga acritud mía, porque no se acuerda de haberme ofendido nunca. Así es, en efecto; pero yo, que jamás vengaré ofensas propias, gasto poca tolerancia con los desafueros al sentido común y a la patria.

 

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El cual escribió por mandado de Felipe II, gran protector de estas investigaciones, su asombrosa Rerum Medicarum novœ Hispaniœ Thesaurus, seu Plantarum, seu Animalium, sue Mineralium, Mixicanorum Historia.

 

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Autor del Commentarium in Astrolabium, quod «Planisferium» vocant (1551). Alfonso de Córdova publicó las Tablas Astronómicas en 1517, y Juan de Aguilera sus Canones Astrolabii Universales en 1527. Entre los matemáticos españoles del gran siglo merece recuerdo muy honroso Pedro Juan Monzó por su elegante tratado De locis apud Aristotelem mathematicis (Valencia, 1556). Consideraba, al modo de los antiguos, el estudio de la Aritmética y el de la Geometría como preliminares al de la Lógica. (Vid sus Elem. Arithm. Valen. 1559).

 

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Otra de las pruebas más señaladas de la gran difusión e influencia de la cultura española, y de lo enlazada que estaba con el movimiento general de Europa es el gran número de profesores de todas materias y enseñanzas que tuvimos en aulas extranjeras. En París leyeron filosofía, teología y matemáticas Álvaro Tomás, Gaspar Lax, los hermanos Coronel, Pedro de Lerma, Juan de Celaya, Juan Dolz de Castellar, Jerónimo Pardo, Pedro Ciruelo, Juan Martínez Siliceo, Mariana, Juan Maldonado y otros innumerables. En Burdeos fue rector Juan Gélida. En Tolosa enseñó leyes Antonio Gouvea, y medicina Luis de Lucena y el escéptico Francisco Sánchez. En Dilingen e Ingolstat Pedro de Soto, Martín de Olave, Alfonso de Pisa, Gregorio de Valencia. En Polonia Pedro Ruiz de Moros y Alfonso Salmerón. En Lituania Manuel de Vega. En Bohemia Rodrigo de Arriaga. En Oxford Vives y Pedro de Soto. En Cambridge Francisco de Encinas. En Lovaina Vives, el jurisconsulto Antonio Pérez y muchos jesuitas. En Padua Juan Montes de Oca. En Roma Francisco de Toledo, Mariana, Benito Pererio y otros innumerables. Basta decir que hasta el siglo pasado el catedrático de Filosofía en el Colegio Romano fue siempre un español. Todo esto prueba lo atrasada que estaba entonces nuestra ciencia, y lo adelantada que está ahora en que nadie se acuerda de nosotros, ni para un remedio. Hace poco vimos que a un famoso orador de nuestro parlamento se le iba a hacer doctor por la Universidad de Oxford, pero luego se averiguó que no era por las condiciones científicas des susodicho, sino... por haber protegido los intereses de la Alianza Evangélica en España!

 

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Luliano acérrimo (aunque lo niegue su moderno biógrafo el abate Reulei) como que si la manera del solitario mallorquín se propone demostrar por razones naturales los dogmas de la fe. Sobre su patria española véase una nota al fin de este tomo.

 

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En su Historia generis humanis sigue a Lulio en lo de explicar racionalmente el proceso de las personas de la Santísima Trinidad. Por cierto que este racionalismo pugna con otras frases de sabor crudamente tradicionalista que hay ena el mismo tratado y que colocan a nuestro grande escriturario entre los predecesores de Bonald.

 

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No es esto decir que sea pequeño entre nosotros el número de escritores lulianos. De 65 mallorquines da noticia Bover en su excelente Biblioteca.

 

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Así llamaba el Boletín-Revista de la Universidad de Madrid al señor de la Revilla en aquellos bienaventurados tiempos en que éste era krausista.

 

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Tomo las citas de Vives de la edición príncipe de Basilea, 1555, apud Episcopium.

 

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A esta escuela pertenecen Monzó, Monllor, Serverá, etc., etc.

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