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Por ejemplo: «Libro del Mundo», «Espejo e imagen de toda la tierra», de Sebastián Franck, en 1534; «Descrizione de tutta la Terra», de Francesco Philopono, en 1557; «Meditaciones de fabrica mundi», de Mercator, en 1595.

 

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H. Weule. «Die Erforschung des Erdoberfläche», Leipzig, Berlín.

No solamente se transformó de raíz la idea que el hombre tenía de sus coetáneos -dice este especialista- sino que el nuevo material conquistado para la antropología y la etnografía hizo cambiar nuestras ideas sobre el hombre prehistórico, surgiendo la idea del hombre terciario, que hizo retroceder el origen de las diferencias raciales.

Agreguemos que fue su viaje a América el que afirmó a Darwin en su concepción transformista de las especies.

Sobre razas americanas, y su origen, véanse en nuestra lengua los enjundiosos estudios de Imbelloni, Márquez Miranda y Palavecino.

 

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El citado caballero Pigafetta se cuidó de anotar estas semejanzas y fue el primer autor de diccionarios de lenguas americanas, los cuales avaloran su dramático relato del «primer viaje en torno del globo».

 

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Véanse las etapas en el estudio del magnetismo terrestre en el capítulo final: Notas y complementos.

 

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Después de todo, aunque fuese cierta la interpretación citada, corriente entre los historiadores, no debe calificarse de absurda para la época.

 

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Así dice Becker, «Los estudios geográficos en España». Madrid, 1917, pág. 64, y más rotundamente lo afirman otros autores.

 

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Aunque la crítica histórica no ha dicho su última palabra, parece ser que Enrique el Navegante mantuvo en secreto las expediciones enviadas hacia occidente, y que el descubrimiento del Labrador, en 1472, por los daneses, fue de acuerdo y por instigación de Portugal, ya muerto el infante don Enrique.

 

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«Ni los mismos franceses estaban entonces más adelantados en el arte de navegar, como lo prueba el viaje que hizo Juan de Bethencourt, caballero francés, saliendo de la Rochela con un envío para la conquista de las Canarias a 19 de mayo de 1492. De resultas de un viento contrario que experimentó al montar la isla de Rhe, se vio obligado a entrar en el puerto de Vivero, y desde allí, haciendo escala en la Coruña, en Cádiz y en el puerto de la isla Graciosa, entró por fin en el de Rubicón a principios de julio. Los gastos que hizo Bethencourt para armar este navío, las dificultades con que tuvo que luchar para conseguirlo, la escasez de víveres de que sin embargo se quejaba su gente, navegando siempre por la costa, y con tan frecuentes escalas, y la considerable deserción que tuvo de más de las cuatro quintas partes de la tripulación, que miraban a las Canarias como tierras incógnitas a donde los llevaban a morir oscura y miserablemente: todo esto prueba el atraso en la construcción naval, la falta de capacidad y fortaleza de los bajeles, la rutina e ignorancia en el pilotaje y en la geografía, y cuán poco acostumbrados estaban los franceses del océano a semejantes expediciones marítimas.» (Navarrete, Historia de la Náutica, p. 71.)

También se había perdido en Francia, podemos agregar, la tradición de los marinos de Dieppe que en 1365 exploraron las costas africanas.

 

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En contra de esta opinión, el profesor Diego Molinari considera bien documentados en fuente genovesa, los viajes de Valdino, y Ugolino Vivaldi en 1291. La bandera genovesa habría ondeado hacia 1312 en la isla Lanzarote, así llamada por su descubridor Lanzarotto Malocello, y así figura en los portulanos posteriores de la escuela mallorquina, como dice Soldevilla en su estudio publicado en Barcelona en 1929; pero ¿llegó más al Sur?

 

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Figura esta declaración en la forma entonces usual: frente al paraje donde desemboca el río, que llama de Oro, y que parece ser el Gambia, más al sur que las islas de Cabo Verde, hay dibujado un barco con una leyenda, que traducida del lemosín al castellano dice así: «... el bajel de Jaime Ferrer para ir al Río de Oro el día de San Lorenzo, que es el 10 de agosto y fue el año 1346», suponiéndose que la palabra inicial ilegible debe ser partió, pues así dice en el mapa-mundi catalán de 1375.

En nota incoherente del volumen póstumo de su Panorama, que en breve aparecerá, Aldo Mieli dice que adonde Ferrer se proponía ir es a la Costa de Oro (esto es, mucho más al sur) y de esa supuesta intención deduce que las pruebas 2ª y 3ª «no prueban nada». (?)