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Así lo dijo un viajero francés que en 1667 fue a Guinea, y así lo transcribe Humboldt en su «Historia de la Geografía»; Navarrete da en cambio la fecha de 1375.

También admite Humboldt en su «Cosmos» (t. II cap. VI) el viaje «de don Jaime Ferrer, que arribó en 1346 al río de Ouro». Tal afirmación es excesiva, pues nunca se supo la suerte de tal expedición.

 

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¿Conocía el príncipe lusitano las mentadas expediciones mallorquinas por alguna carta o quizá solamente por noticias recibidas del famoso Jaime de Mallorca a quien contrató en 1412 para organizar la oficina de Sagres? Parece ser que este famoso cosmógrafo balear era homónimo del Jaime Ferrer de la expedición de 1346 al Río de Oro, y no falta quien los identifica, hipótesis improbable que lo haría nonagenario al iniciar sus trabajos; pero aun siendo otro Ferrer, de los que tanto abundan en el Levante español, con ser balear, hay bastante para hacer verosímil tal hipótesis, la cual explicaría la insistencia con que el príncipe ordenaba a Gil Eanes, una vez tras otra, avanzar hacia el sur, sin temor al mar tenebroso, en el que ya no creía.

 

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Por esta causa, y por los estrechos límites de espacio disponible para el resumen histórico que hicimos en la Historia de la Nación Argentina dirigida por Ricardo Levene, no tocábamos en él este punto discutido.

Es en cambio extraño que silencie tales expediciones del S. XIV Fontoura da Costa en su documentada conferencia del Congreso de Historia de las Ciencias celebrado en Portugal en 1934.

Aun regateando valor probatorio a los documentos de expediciones anteriores, no es admisible la rotunda negación de los historiadores portugueses y alguno extranjero, recogida por Reparaz en esta declaración absoluta: «Los portugueses son los primeros descubridores (sólo mucho después que ellos y siguiendo sus huellas, mandaron los españoles navíos por el Océano adelante); y entre ellos hay que estudiar también la prehistoria de los descubrimientos».

 

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De la copiosa y conocida bibliografía sobre el tema, sólo recordemos trabajos recientes del historiador de la geografía Roberto Almagià y algunos interesantes artículos de Gregorio Marañón.

 

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En esto se fundó el eminente Nordenskjöld para suponer que «the normal portulano is a Catalan work». Otros eruditos explican que los cartógrafos italianos se servían de las noticias recibidas de los españoles y portugueses respecto de las medidas de las costas del Atlántico o bien de sus portulanos (aunque no se conocen anteriores a 1339), y de ahí procede la mezcla de unidades que produjo la deformación ya citada en los portulanos; de estas y otras explicaciones sobre la compleja cuestión, nada concreto y bien justificado ha podido deducirse hasta ahora. Es éste uno de los varios problemas pendientes planteados por los portulanos. No parece absurda la afirmación de Ramasio de que los primeros fueran las copias de la «antigua y bella carta de marear, que habían traído del Catay Marco Polo y su padre»; en tal hipótesis no sería auténtica la fecha de 1270, supuesta para la carta pisana.

 

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Conviene aclarar que los numerosos cartógrafos mallorquines de la época de oro para la cultura balear son designados como catalanes por los historiadores extranjeros.

 

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Los historiadores portugueses siguen atribuyendo al Infante Don Enrique la graduación de las cartas, pero sin aportar pruebas.

En sus alegatos, como en los de muchos cartógrafos españoles hay notable confusión entre cartas planas y portulanos, claramente distinguidas en la monumental obra de Cortesâo.

 

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... «faltaba establecer el punto o situación de la nave en cualquier día y hora que se necesitase y en medio de los mares, donde no hay objetos que puedan prestar este conocimiento como a vista de las costas; eran precisos a este fin instrumentos para observar los astros, y tablas de sus declinaciones y movimientos, para determinar la latitud y encontrar medio de hacer aplicable en la mar el uso del astrolabio; pues que en los continuos balances y movimientos de un bajel no podían tener las observaciones la exactitud que en tierra; y era asimismo indispensable la formación de cartas hidrográficas para conocer por ellas la situación o punto deducido de aquellas observaciones, y poder seguir desde él la derrota con acierto y mayor seguridad.» (BARROS, Decad. 1ª, Lib. 4; NAVARRETE, loc. cit., pág. 83).

 

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Aunque algunos dicen que Tolomeo inventó ciertas tablas y un instrumento con que se determinaba la latitud en alta mar, lo que antes de él se hacía sólo en tierra, midiendo la longitud o extensión de la sombra meridiana en el solsticio del verano, sin embargo es muy cierto que cuando Bartolomé Díaz, siguiendo los descubrimientos de la costa de África, tomó tierra en la bahía de Santa Elena, antes de montar el cabo de Buena Esperanza, a los cinco meses de su salida de Lisboa, fue con el objeto de hacer agua y de tomar la altura del sol; porque como hacía poco tiempo que los marinos portugueses (según dice Juan de Barros) se aprovechaban del uso del astrolabio para esta manera de navegar y los navíos eran pequeños, no confiaba aquel descubridor poder tomar la latitud dentro de ellos, a causa de su arfar o cabecear, que es el movimiento que hacen levantando y sumergiendo alternativamente la proa y la popa; principalmente con un astrolabio de palo de tres palmos de diámetro que armaban en tres barrotes a manera de cabria, para asegurar y conocer mejor la línea solar y saber con más exactitud la verdadera altura de aquel lugar, puesto que llevasen otros astrolabios más pequeños de latón: tan rústicamente comenzó este arte que tanto fruto ha dado después a la navegación. Y porque en este reino de Portugal (continúa Barros) se halló el primer uso del astrolabio en la navegación, será bien decir en este lugar cuándo y por quién fue hallado (loc. cit., pág. 81).

 

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También se llamaba cruz geométrica, rayo astronómico, ballestilla, etc. Cada aparato tenía una flecha o varilla axial y un juego de tres o cuatro cruces correderas o martillos de diversas longitudes, a los que correspondían diversas graduaciones grabadas en las diversas caras del eje. Según dice Fournier: «Il n’y a instrument dont les Nautoniers se servent plus volontiers, soit de jour soit de nuit, lorsqu’on voit l’Horizon, pour prendre l’elevation de quelque astre».