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Se explicarían así las esperanzas que concibieron los navegantes de Magallanes de haber encontrado el deseado paso cuando llegaron al estuario del río de la Plata, muchísimo más cercano de los 40º que no el verdadero estrecho.

 

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Así dice D. Martín Fernández de Navarrete en su ya citada Disertación sobre la Historia de la Náutica y de las Ciencias Matemáticas, que han contribuido a sus progresos entre los españoles. Obra póstuma. Madrid, 1846, pág. 106.

Es esta obra la fuente de donde Vallín y otros historiadores han tomado casi todos sus juicios y hasta largos párrafos enteros, olvidando con frecuencia el uso de las comillas.

 

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Fue el primero que hizo observaciones y experiencias para medir la extensión del grado terrestre, hallando que tenía 62 ½ millas o 62.500 pasos geométricos; como lo había hecho Oroncio Fineo caminando de París a Tolosa, corrigiendo así la extensión que hasta entonces se señalaba. Para hacer esta medida con mayor exactitud, trabajó con mucha inteligencia en fijar el tamaño o valor del pie español, midiendo el circo y naumaquia de Mérida, y después las distancias entre los mármoles puestos en el camino de la plata, desde aquella ciudad de Salamanca.

Compuso e imprimió una tabla muy curiosa de la diversidad de los días; y las horas y minutos que tenían de aumento y disminución, en varios pueblos de España y de Europa, según sus paralelos y altitudes respectivas: rebatiendo algunos errores populares sobre este asunto, definiendo los vocablos cosmográficos de que se vale, dando reglas para el uso de las tablas y aclarándolo e ilustrándolo todo con ejemplos, y con aplicaciones al arreglo de los relojes. (MUÑOZ, Elogio de Nebrija, p. 24 MEXÍA, Silva de varia, lecc. Part. 3ª. MORALES, Antigüedades de España, f. 33; NAVARRETE, loc. cit., p. 106).

 

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Si el paso geométrico era el de 5 pies, o sea 1.393 m., la longitud calculada para el grado terrestre sería de 87 Km., excesivamente errónea, aunque no tanto como la de Alfragano.

 

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Algunos historiadores (Della Rosa, H. Vignaud, R. Carbia) han impugnado la autenticidad de los documentos atribuidos a Toscanelli.

 

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Lo que afirmó a ambos en su cifra fue la coincidencia con las mediciones geodésicas de Alfragano, que daba 56 2/3 millas por grado (o sea 84 km. en vez de 111 km.). Véase nota siguiente

 

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Ignoramos si Colón conoció el proyecto del primero de estos geógrafos españoles, pero sí conoció el del segundo, como resulta de la nómina de obras consultadas: Marco Polo, Pedro Mártir de Anglería. Eneas Silvio, cardenal d’Ailly, Séneca...

Lo que sí conocían Toscanelli y Colón eran las medidas geodésicas árabes que asignaban a la circunferencia 5.100 leguas, errónea medición que confirmaba la errónea cifra de Tolomeo.

 

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«...Y así me afirmo quel mundo no es esphérico, salvo qué tiene esta diferencia que ya dije, la cual es en este hemisferio a donde caen las Indias, é la mar Océana, y el extremo dello es debajo de la linea equinoccial». (Diario Mss. de Colón en su tercer viaje. Citado por MUÑOZ, Hist. del Nuevo Mundo, Lib. 6, § 25).

 

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«Siendo lo más probable que el paraíso estuvo en el oriente, Paria, en su concepto, era el principio de esa región, que por la bondad de temple, frondosidad y hermosura en la tierra, igualdad en días y noches, uniformidad de los tiempos, y sitio encumbrado para gozar de una atmósfera más pura y menos cargada de vapores y exhalaciones, reunía las circunstancias con que varios santos y doctores describen aquel lugar delicioso, en que colocó Dios a nuestros primeros padres.» (Cit. NAVARRETE, loc. cit. p. 117.)

 

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Jaime Ferrer, el famoso cosmógrafo catalán encargado de trazar la línea divisoria entre las posesiones españolas y portuguesas, de acuerdo con el tratado de 1494, sometía todos sus proyectos al juicio de Cristóbal Colón, porque «en el tiempo actual en esta materia más que otro sabe, porque es gran teórico y mirablemente práctico como sus memorables obras manifiestan; y creo que la divina Providencia le tenía por electo, por su grande misterio y servicio en este negocio, el cual pienso es disposición y preparación del que para adelante la misma divina Providencia mostrará a su gran gloria, salud y bien del mundo». (De situ Orbis, cap. 5.)