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La colección «Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX» en el marco de la pedagogía social orteguiana1

Jessica Cáliz Montes


Universidad de Barcelona



Dada la delimitación cronológica de este coloquio, de 1868 a 1929, fechas simbolizadas respectivamente con la Revolución de La Gloriosa y con el ensayo de La rebelión de las masas, publicado en su totalidad en 1930, es inevitable referirse a Ortega y Gasset. El filósofo es una de las figuras capitales de las reflexiones en torno al problema de España y al conflicto sociopolítico entre 1902 y 1933, año en el que deja de escribir sus artículos periodísticos ya que la radicalidad política le priva de tribuna pública (López Frías, 1985: XX). Ortega toma el relevo regeneracionista de los noventayochistas para, por primera vez desde hacía siglos, fundar un sistema filosófico propio, adaptado a la idiosincrasia española, a fin de alcanzar la anhelada europeización que paliara la distancia con el resto de países europeos.

Son muchos los ensayos y artículos en torno a la figura de Ortega antes y después de la guerra civil. Por ello, el propósito de este trabajo es demostrar la coherencia del «proyecto vital» orteguiano a partir de una de sus empresas menos estudiadas: la colección de biografías noveladas «Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX». Para tal objetivo, será preciso trazar un breve recorrido por los artículos y las conferencias de Ortega y Gasset que suponen un hito para la cuestión, partiendo de su defensa de la pedagogía social expuesta en la conferencia «La pedagogía social como programa político», pronunciada en «El Sitio», de Bilbao, en 1910. La serie de biografías, publicada por Espasa-Calpe entre 1929 y 1942, estuvo concebida por el filósofo madrileño, que eligió como director editorial al crítico granadino Melchor Fernández Almagro. El proyecto, que comprendió un total de cincuenta y nueve vidas, empezó a alumbrarse en 1928, por lo que sirve de broche final al periodo aquí tratado. Aunque hasta el momento no ha sido objeto de un exhaustivo análisis, esta colección biográfica es un ejemplo más del europeísmo propugnado por Ortega y del magisterio intelectual ejercido desde sus diferentes ámbitos de actuación. Asimismo, como se expone en el presente artículo, las «Vidas» son uno de esos medios mediante los cuales las élites transformadoras, en este caso los discípulos orteguianos que firmaron un buen número de esas biografías, debían promover la educación nacional, extender esa pedagogía social.

Es evidente que a lo largo de su trayectoria Ortega y Gasset focalizó en unos temas u otros según el momento y formuló con mayor o menor precisión los aspectos claves de su pensamiento: circunstancia, perspectiva y razón vital. Las etapas que los diferentes críticos han intentado establecer, sin embargo, no se superponen a la trayectoria vital presente en esas obras que constituyen la «melodía de mi destino personal», tal como él mismo manifestó en el prólogo de 1932 «A una edición de sus obras», antes de iniciar su «segunda navegación». Esto es, todas y cada una de las diferentes empresas orteguianas están al servicio de lo que se conoce como su magisterio intelectual; en otras palabras, del «imperativo de la modernidad» al que se refería su biógrafo Rockwell Gray. Ortega ejerció su magisterio desde la ortodoxia universitaria, pero las instituciones educativas no eran suficiente plataforma para paliar las necesidades de regeneración social del país, por lo que debió servirse también de la tarima periodística. En el prólogo mencionado manifestaba que las circunstancias de España hacían que ni la cátedra ni el libro tuviesen suficiente eficiencia social, por lo que era necesario bajar a la «plazuela intelectual que es el periódico» (Ortega y Gasset, 1983e: 353). Aseguraba, tras más de treinta años escribiendo artículos, que su vocación y toda su obra estaba puesta al servicio de España, del «afán de claridad sobre las cosas», para «poner el espíritu de España al nivel de la Historia».

Los artículos publicados por Ortega antes de la aparición de su primera obra -Meditaciones del Quijote (1914)- constituyen una etapa de formación que coincide con sus estudios en Marburgo y el acercamiento al sistema filosófico alemán. Surge, además, como continuador de los hombres del 98 en tanto que comparte la preocupación por el tema de España. A diferencia de ellos, como indicó Julián Marías, Ortega no tiene una actitud meramente contemplativa, puesto que la teoría no es una copia de los modelos europeos, sino que emerge de la circunstancia española (Marías, 1973: 204). Esta actitud puede entenderse mejor a partir del artículo de 1908 «Asamblea para el progreso de las ciencias». En él, poniendo como ejemplo a Joaquín Costa, se hace eco de la necesidad de europeización como única fórmula posible para el problema de España. Pero encontraba «un olvido, probablemente involuntario, impuesto tal vez por la falta de precisión y de método, única herencia que nos han dejado nuestros mayores» (Ortega y Gasset, 1983a: 99); método que, por otra parte, él se encargaría de paliar. Ese olvido al que hace referencia Ortega consiste en una reflexión acerca de qué es Europa. Según él, el continente no está formado por la suma de individualidades, de hombres históricos, sino que lo que lo diferencia de los países orientales es la ciencia. De esta manera, formulará: «Europa = ciencia; todo lo demás le es común al resto del planeta» (1983a: 102). Ortega reconoce las carencias educativas de España, pero considera que es necesario incidir primero en una pedagogía que solvente las lagunas científicas:

El problema español es, ciertamente, un problema pedagógico; pero lo genuino, lo característico de nuestro problema pedagógico, es que necesitamos primero educar unos pocos hombres de ciencia, suscitar siquiera una sombra de preocupaciones científicas y que sin esta previa obra el resto de la acción será en vano, imposible, sin sentido. Creo que una cosa análoga a lo que voy diciendo podría ser la fórmula precisa de europeización


(1983a: 103).                


Dos años más tarde, en marzo de 1910, pronunciará en la Sociedad «El Sitio», de Bilbao, la conferencia «La pedagogía social como programa político»2. Ese programa parte de la obligación de reconocer la verdad: que la realidad española es un problema. De nada sirve el patriotismo inactivo que se deleita en la condensación del pasado y en los aspectos complacientes del presente. Hay que postular un patriotismo dinámico, que, al modo nietzscheano, entienda la patria como tierra de los hijos. Por lo tanto, el patriotismo de Ortega es el de la acción para lograr la mejora. Encaminado a tal fin, parte de la base de que el español primero necesita ser político: «Este problema es, como digo, el de transformar la realidad social circundante. Al instrumento para producir esa transformación llamamos política. El español necesita, pues, ser antes que nada político» (1983c: 507). Sin embargo, el filósofo matiza qué significa política y distingue entre el arte de gobernar -es decir, la política ideal- y el arte de conseguir el Gobierno y conservarlo -la política de acción-. En su opinión, la historia contemporánea de España ha creado «una política exenta de ideal político», motivo por el cual «Necesitamos transformar a España: hacer de ella otra cosa distinta de lo que hoy es» (1983c: 507).

Dicha transformación sólo puede ser llevada a cabo mediante la educación, en el sentido etimológico latino, eductio, educatio; esto es, la «acción de sacar una cosa de otra, de convertir una cosa menos buena en otra mejor» (1983c: 508). Pese a que normalmente se entiende que la educación o pedagogía es algo individual, Ortega, influido por la Pedagogía social de Natorp3, uno de sus maestros en Marburgo, y por Platón, se propone invertir esa concepción individualista. Si la pedagogía es la ciencia de «modificar el carácter integral del hombre», primero debe fijar su ideal educativo, o, en otras palabras, qué hombre quiere, y después hallar los medios para lograrlo. Sin embargo, el hombre no es un individuo biológico, sino social, ya que, como demostraba Natorp, no existe el individuo humano separado de la sociedad. El hombre no puede ser una abstracción y, como dirá en las Meditaciones del Quijote, es él y sus circunstancias; se circunscribe a una realidad. Ortega utiliza en esta ocasión la metáfora del átomo social, exponiendo que el átomo y el individuo sólo existen en unión con otros congéneres.

El filósofo de la razón vital recoge la idea de que lo inmanente en el individuo es contribuir a la realidad social, que a su vez lo condiciona. Dada esta idea de comunidad, sólo cabe la pedagogía social defendida también por Platón: educar al individuo en casa pero también en la «plaza pública», o «plazuela intelectual», en el caso del siglo XX. Por consiguiente, Ortega sintetiza su postura en las siguientes líneas:

Si educación es transformación de una realidad en el sentido de cierta idea mejor que poseemos y la educación no ha de ser sino social, tendremos que la pedagogía es la ciencia de transformar las sociedades. Antes llamamos a esto política: he aquí, pues, que la política se ha hecho para nosotros pedagogía social y el problema español un problema pedagógico


(1983c: 515).                


Lo social es presentado como una combinación de esfuerzos individuales para alcanzar una obra común. Pero Ortega puntualiza que los españoles habían perdido la tradición cultural que permitía producir cosas humanas -entendidas estas como progresos en la ciencia, la moral o el arte-. La cultura para él lo abarca todo, desde la labor del campesino hasta la del poeta, por lo que es necesario socializar al hombre para que trabaje en esa cultura. De este modo, y dejando a un lado los vínculos con el socialismo y los matices que realiza Ortega al respecto, la pedagogía adquiere un valor ético: «si todo individuo social ha de ser trabajador en la cultura, todo trabajador tiene derecho a que se le dote de la conciencia cultural» (1983c: 518). Esta socialización de la cultura, no obstante, debe ser laica, puesto que, para el filósofo, la Iglesia, al tener un carácter particularista, es antisocial: no recoge todas las realidades.

La propugna de una pedagogía social no sólo da prioridad a la cultura sobre la religión, sino que además sirve para lograr la comunidad y es que: «La España futura, señores, ha de ser esto: comunidad, o no será» (1983c: 521). A lo largo de su obra, Ortega intentará armonizar las dos Españas de la Restauración y poner de manifiesto los errores de la antigua política. Por otra parte, la conclusión de su ensayo no es otra que la de encuadrar la política de la pedagogía social en el programa de la regeneración y la europeización4:

Regeneración es inseparable de europeización; por eso apenas se sintió la emoción reconstructiva, la angustia, la vergüenza y el anhelo, se pensó la idea europeizadora. Regeneración es el deseo; europeización es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vio claro desde un principio que España era el problema y Europa la solución


(1983c: 520).                


La dimensión moral que adquiere esta reforma política, la preocupación por la situación social y la necesidad de establecer ideales ha sido relacionada con un planteamiento de ascendencia neokantiana (Vilanou, 1997: 51). En 1914, Ortega funda la Liga de Educación Política, en nombre de la cual habla en la conferencia «Nueva y vieja política». La política que defiende es la política ideal anteriormente mencionada, por lo que para la asociación «lo único importante es el aumento y fomento de la vitalidad de España» (Ortega y Gasset, 1983b: 275). Y es que «no se trata de derribar un Estado tanto como de reconstruir una nación» (López Frías, 1985: 23). Ortega propone liberalismo y nacionalización, conseguir «una España vertebrada y en pie», tarea para la que pide «la colaboración principalmente a las gentes jóvenes de mi país» (1983b: 299). Por consiguiente, retoma la idea de «Asamblea para el progreso de las ciencias», ya que la tarea educativa recae en unas minorías:

La Liga de Educación Política se propone mover un poco de guerra a esas políticas tejidas exclusivamente de alaridos, y por eso, aun cuando cree que sólo hay política donde intervienen las grandes masas sociales, que sólo para ellas, con ellas y por ellas existe toda política, comienza dirigiéndose primero a aquellas minorías que gozan en la actual organización de la sociedad del privilegio de ser más cultas, más reflexivas, más responsables, y a éstas pide su colaboración para inmediatamente transmitir su entusiasmo, sus pensamientos, su solicitud, su coraje, sobre esas pobres grandes muchedumbres dolientes


(1983b: 268).                


Se ha visto en esta característica de la Liga de Educación Política, formada en su mayoría por hombres relacionados con la Institución Libre de Enseñanza, una superación del socialismo neokantiano para acercarse a soluciones de carácter elitista y a la fenomenología husserliana; una evolución hacia una filosofía propia que enfatiza la dimensión vital de la existencia humana (Vilanou, 1997: 63). A esta aparente dicotomía respondía Francisco López Frías del siguiente modo:

Es claro que no se está ante la obra de un pensador individualista si se tiene en cuenta que la mayor parte de sus manifestaciones en periódicos, revistas, folletos, conferencias, etc., tienen un marcado carácter social.

¿Cómo es posible esta dicotomía? No parece lícito afirmar la prioridad de la vida humana individual sobre la vida social ni tampoco lo contrario. Pero es que en la obra de Ortega no existe tal división en tanto que la vida humana individual y la social no son cosas distintas sino dimensiones complementarias de una misma realidad


(López Frías, 1985: 4).                


La educación de unas minorías, la pedagogía y la europeización referidas entroncan directamente con la colección de las «Vidas Españolas e Hispanoamericanas del Siglo XIX». Es preciso tener presente la relación que la filosofía orteguiana mantiene con la biografía. A lo largo de sus ensayos, Ortega considera la vida como un quehacer, un problema, una tensión del yo entre él mismo y las circunstancias externas, entre la vocación y el destino, para realizar el proyecto vital. Ortega reiterará que el significado radical de la vida humana no es biológico, sino biográfico. Así lo consideró Ferrater Mora, en su estudio sobre el madrileño: «Aprehendemos el significado de la vida cuando procedemos, en efecto a narrarla, es decir, cuando intentamos describir la serie de acontecimientos y de situaciones con las cuales se ha enfrentado y el programa vital que subyace en ellas» (Ferrater Mora, 1973: 107). Tal como formula en «Adán en el Paraíso» (1910), Ortega considera que la biografía, al dar cuenta de la individualidad, es un género poético5.

Entre 1920 y 1940, el género biográfico vivió un momento de esplendor en Europa que también tuvo acogida en la Península. Se produjo una renovación genérica bajo los marbetes de «nueva biografía» y «biografía novelada»; una revitalización en la que destacaron Lytton Strachey, André Maurois, Emil Ludwig y Stephan Zweig, entre otros. Además de jugar con los límites entre la biografía y los géneros más cercanos como la novela, el principal objetivo era conferir una mayor entidad al género biográfico, al objeto de que éste dejara de ser un género menor. En España, el auge coincide con las exigencias del mercado, que demandaba una alternativa a las novelas realistas, modernistas y deshumanizadas. Entre las diferentes iniciativas, la empresa de mayor envergadura fue la colección de Espasa-Calpe.

La europeización del proyecto editorial, por lo tanto, respondía tanto a la voluntad de introducir en España la fecunda renovación literaria patente en Inglaterra, Francia, Alemania y Austria, como al hecho de que la biografía era uno de los géneros menos practicado en la historia cultural española. Así lo hace constar en «Sobre unas "memorias"» (1927), donde compara la producción biográfica española con la francesa y aduce a explicaciones intrínsecas al carácter autóctono6. Ortega cree que el vitalismo, la consagración a la vida, estaba más extendido en otros países. En «A una edición de sus obras», cuando la colección ya era una realidad, volvió a este tema:

¿Puede esperar el español que algún compatriota sienta interés por el secreto de lo que fue su vida? Porque, no se dude, toda vida es secreto y es jeroglífico. De aquí que la biografía sea siempre albur de la intuición. No hay método seguro para acertar con la clave arcana de una existencia ajena. Por lo mismo, el hombre generoso, cuya vida vive de raíces profundas, siente el afán de penetrar en otras vidas, bien en lo hondo de ellas, en su verdad oculta -de entenderlas y no de juzgarlas. El que juzga no entiende


(1983e: 343).                


Ortega se reiteraba en su misión de fomentar la porosidad del español hacia el prójimo y, mediante la voluntad de comprensión que conllevan las biografías, de experimentar esa «sacudida frenética de la vitalidad». Su razón vital perseguía encaminar la actitud de sus coetáneos hacia la comprensión de las circunstancias y el enriquecimiento de la perspectiva. Es un modo de nutrición, de aprendizaje, de magisterio; de asumir la importancia de los modelos vitales, como retoma en «Sobre las carreras» (1934). Todos estos factores son expuestos con mayor hondura en «Pidiendo un Goethe desde dentro» (1932). En él postula una óptica inversa para acercarse a vidas pretéritas: ofrecerlo desde dentro para poder comprender su proyecto vital -circunstancia, vocación y destino-. La biografía se sirve de la psicología y de la fisiología como mera información, puesto que lo realmente relevante es la sumersión del hombre en lo que no es él, su circunstancia: el «dinamismo dramático entre ambos elementos -yo y mundo- es la vida» (1932:10). Las pautas para las biografías serán, por consiguiente, determinar cuál era la vocación vital del biografiado y aquilatar la fidelidad a su destino (1932: 12).

En un principio, la colección recibió el nombre de «Vidas Españolas del Siglo XIX», pero, a partir del undécimo número, incorporó biografiados hispanoamericanos. Según una carta de Melchor Fernández Almagro a Guillermo de Torre en noviembre de 1928 (Viñes Millet, 2008: 185), él había defendido esta posibilidad y Ortega se convenció de ello a raíz de su segundo viaje a Argentina (1928)7. La delimitación de esas vidas al periodo decimonónico responde también a una voluntad pedagógica: Ortega no sólo pretendía acercarse al prójimo, sino recuperar las vidas individuales de ese siglo «social», como había expuesto en las Meditaciones del Quijote, y aprender de los errores del pasado. Las memorias muestran el «reverso del tapiz histórico», las vidas privadas subyugadas a la vida pública. El siglo XIX desarrolló un marcado carácter político y, por ello, Ortega quería mostrar las estructuras vitales que conformaron esa historia política para así poder comprender bien todos aquellos acontecimientos. Esto explicaría por qué un gran número de biografiados de las «Vidas» son políticos. Su postura no es otra que superar la lucha bipartidista entre liberales y reaccionarios, como algo que formaba parte de la vocación decimonónica, pero no de la pulsión del siglo XX, que debía reorientar esa historia, comprenderla para con ello saber guiar los hechos futuros. Se observa, por tanto, que este propósito vuelve a ser el de conformar una comunidad sin divisiones8.

La colección reunió a un heterogéneo y amplio elenco de biógrafos que agrupaba a escritores del «Nova Novorum» y ensayistas en la órbita orteguiana -como Benjamín Jarnés, Antonio Espina, Juan Chabás, Antonio Marichalar, Manuel Cigés Aparicio, etc.-, políticos e historiadores de la tendencia historiográfica liberal, escritores ya consagrados como Pío Baroja o José María Salaverría, y políticos y militares que se dedicaron a la tarea puntualmente. En este punto es preciso centrarse exclusivamente en los discípulos de Ortega, conocidos como novelistas de la tendencia deshumanizada y como colaboradores de la Revista de Occidente. Ellos eran los encargados de novelar esas vidas para que resultasen más atrayentes para los lectores. Pero, al mismo tiempo, la pedagogía era bidireccional: debido a la escasa repercusión de la novela deshumanizada en el mercado editorial, la apuesta de Ortega por la biografía permitía a esos jóvenes descubrir y ahondar en la psicología de personajes históricos y practicar su prosa.

El testimonio de Rosa Chacel sigue siendo primordial para precisar el encargo del filósofo9. En «Respuesta a Ortega, la novela no escrita» (1956), la autora de Teresa señala que para ellos la colección suponía una reconciliación con la realidad, una valoración del presente que tenía que desembocar en la biografía, y glosaba en las siguientes palabras la actuación del filósofo:

Ortega, como el maestro que hace una señal con lápiz en el libro y ordena a los párvulos rebeldes; «¡Mañana, desde aquí hasta aquí!», nos dio de tarea a cada uno un alma. Algunas resultaron espléndidas: la de El duque de Osuna, de Antonio Marichalar, la de Luis Candelas, de Antonio Espina, por ejemplo. No puedo detenerme aquí a demostrar cómo esos tipos legendarios entraban en la actualidad de las letras españolas, cómo el ejercicio impuesto por Ortega iba creando la habituación del ojo a la visión del subterráneo. Si aquello hubiera seguido, el español se habría acostumbrado a mirar en la oscuridad más profunda, la propia. Habría pasado de los grandes tipos monumentales a los héroes íntimos -infancia, adolescencia- a los ambientes próximos, pequeños, provincianos


(Chacel, 1956: 117-118).                


En otro artículo, «Revisión de un largo camino» (1983), Chacel encamina el proyecto hacia la humanización que paliara la deshumanización, «con la esperanza de que entre los jóvenes prosistas surgiera un rehumanizador que la rehumanizase» (1993: 416). También Benjamín Jarnés, en «Nueva quimera del oro» (1929), da cuenta de que la biografía puede ser una «disciplina» mediante la cual pulir el arte de narrar.

En definitiva, la colección de Espasa-Calpe es uno más de los proyectos pedagógicos de Ortega, como demuestra su bajo precio de mercado (5 pesetas). Constituye, además, un ejemplo de cómo las ideas, en este caso las de Ortega y Gasset, se convierten en literatura; su ética social se hace estética. Una vez más, se constata que su impulso pedagógico estaba al servicio del problema de España, sin que la vinculación a la razón vital difiriera de la proyección social, puesto que, como él mismo argumentaba, todo circula en torno a la vida, aprehendiendo la realidad, ligando las cosas y todo a nosotros.






Bibliografía

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  • JARNÉS, Benjamín, «Nueva quimera de oro», Revista de Occidente, 23.67 (1929), pp. 118-122.
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  • ——, «Vieja y nueva política», Obras Completas, tomo I, Madrid, Alianza Editorial/Revista de Occidente, (1983b), pp. 265-307.
  • ——, «La pedagogía social como programa político», Obras Completas, tomo I, Madrid, Alianza Editorial/Revista de Occidente, (1983c), pp. 503-521.
  • ——, «Sobre unas "memorias"», Obras Completas, tomo III, Madrid, Alianza Editorial/Revista de Occidente, (1983d), pp. 563-567.
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