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Acto II

 
El teatro representa el panteón de la familia MOROSINI: vense a entrambos lados varios sepulcros, con estatuas y emblemas fúnebres; en el fondo se descubre una pequeña capilla cerrada con una verja de hierro y alumbrada con una lámpara; habrá varias puertas y ventanas.

 

Escena I

 
PEDRO MOROSINI, dos Espías (con caretas y dominó negro)

 
 
Ábrese una puerta en el fondo y entran con el mayor silencio.

 

MOROSINI.-  Aquí no tendremos más testigos que los restos de mis mayores... Ellos me enseñaron a velar noche y día por la salud de la República.

ESPÍA 1º.-   (Descúbrense ambos.)  Hoy hemos seguido también los pasos de Rugiero; mas no mostraba inquietud ni recelo y se ha encaminado en derechura a la boda del senador Barozzi.

MOROSINI.-  ¿Mas estáis ciertos de que fuese él, y no otro, quien entró anoche en el palacio de Génova?

ESPÍA 2º.-  No nos queda ni la más leve duda: apenas le dejamos allí, dimos por cien partes el aviso oportuno; y no se le perdió de vista a la vuelta, hasta que entró en su casa.

MOROSINI.-  ¿Con qué personas ha hablado estos últimos días?

ESPÍA 2º.-  Dos veces ha ido disfrazado al palacio Querini...

MOROSINI.-  ¡Al palacio Querini!...

ESPÍA 1º.-  También ha recibido hoy en su casa al aya de vuestra sobrina, que después de permanecer con él unos cortos momentos, se volvió aquí en la góndola de vuestro hermano.

MOROSINI.-   (Después de una pausa)  ¿Con quién vive Rugiero?

ESPÍA 1º.-  Desde que llegó a Venecia vive solo, sin más que uno de los extranjeros que siguen sus banderas.

MOROSINI.-  ¿No habéis hallado medio de ganarle?

ESPÍA 1º.-  Ninguno.

MOROSINI.-   (Con tono severo.)  Yo buscaré quien cumpla mejor con su obligación.

ESPÍA 2º.-  Sólo hemos podido sonsacarle algunas expresiones sueltas, en medio de la embriaguez y valiéndonos de su manceba.

MOROSINI.-  ¿Y qué es lo que habéis inferido?

ESPÍA 1º.-  Que se trama algún atentado contra la República, y que Rugiero cuenta con los suyos.

MOROSINI.-  ¿Cuántos salieron con él del palacio del embajador?

ESPÍA 1º.-  Salió solo, con precaución y recato; mas serían unos doce los que allí se reunieron.

MOROSINI.-  ¿Estáis seguros de que iba también Thiépolo con ambos Querinis?...

ESPÍA 2º.-  Por lo menos, una persona que se le asemejaba mucho entró con ellos en el palacio; y a los pocos instantes, vimos el reflejo de una luz en la galería que conduce a su habitación.

MOROSINI.-  ¿Qué ha avisado hoy el proscripto, que se halla refugiado en el palacio del embajador?...

ESPÍA 1º.-  Sólo ha confirmado lo que ya sabíamos; pero ofrece revelar hasta lo más mínimo, para ganar su indulto.

MOROSINI.-  ¿Se ha mudado ya Gritti a la casa contigua?

ESPÍA 1º.-  Y de día y de noche está siempre en acecho.

MOROSINI.-  Ignora sin duda que hay otros que tienen también ese encargo...

ESPÍA 1º.-  Está muy ufano, creyendo ser él solo; y no sabe que lo observan a él mismo en su propia casa.

MOROSINI.-   (Dándole un papel.)  Bien está. Llevad esta orden mía al alcaide de los subterráneos, y que deje entrar a uno de vosotros hasta el calabozo de Beccario, cual si fuese enviado por el tribunal para asistirle en sus dolencias... Conviene mostrarle compasión y ganar su confianza, a fin de averiguar cuanto sepa acerca de la conjuración... Tal vez sería oportuno darle por supuesto que está ya descubierta y presos entrambos Querini... que a uno de los cómplices, por haber confesado la verdad, se le ha conmutado en destierro la pena de muerte; que él puede esperar igual gracia, si se anticipa a otros; ¡pero que mañana tal vez será ya tarde!

ESPÍA 1º.-  No se omitirá medio alguno, para sondearle hasta el fondo del corazón.

Al clarear el día, me daréis parte de las resultas, a la entrada del tribunal... lo que no haya logrado la persuasión, lo arrancará el tormento.

 
(Óyese el ruido de una llave, como queriendo abrir con secreto una de las puertas; y quédanse suspensos, en ademán de escuchar.)

 

MOROSINI.-  ¿Qué ruido es ése?...

ESPÍA 2º.-  Parece como que intentan abrir la puerta inmediata.

MOROSINI.-  ¡Quién puede ser a estas horas y en este sitio!... Mas ocultémonos, antes que entren, detrás de este sepulcro.

 
(Se ocultan los tres: ábrese la puerta; y aparece LAURA vestida de blanco, suelto el cabello y con una lámpara antigua en la mano.)

 


Escena II

LAURA.-  ¡Qué silencio, Dios mío!... hasta el ruido de mis pasos me infunde pavor... ¡Mucho tienes que agradecerme, Rugiero, mucho!... ¿Por quién en el mundo haría yo otro tanto? ¡Yo, tan tímida, tan cobarde, que ni siquiera osaba antes bajar sola al jardín, atravieso ahora a media noche las galerías y salones, y oso penetrar en este sitio... donde todo anuncia la muerte!  (Coloca la lámpara sobre el sepulcro en que están ocultos, y mira a todas partes con asombro.) 

La vista de estos sepulcros me intimida aún más que otras veces: me parece que hasta las estatuas fijan en mí los ojos, me reprenden y me amenazan... ¡Laura, infeliz Laura!...  (Óyese hacia el fondo un débil eco, que repite ¡Laura!)  

¡Válgame Dios!... creí que repetían mi nombre, y es sin duda el eco de estas bóvedas... La sangre toda se me ha helado en las venas y el cabello se ha erizado en mi frente... Infeliz Laura, ¿qué será de ti?... Un presentimiento fatal me estrecha el corazón y ni me deja respirar siquiera... ¡Ven, esposo mío, ven; cerca de ti nada temo en el mundo!...  (Abre una ventana y asómase.) 

No descubro ningún objeto... ¡está la noche tan oscura!... Ni una estrella se divisa en el cielo; y sólo se oye el murmullo del viento en este canal solitario... ¡Si no vendrá!... ¡Si le habrá sucedido alguna desgracia!... ¡No, Dios mío, no; harto infeliz es ya!  (Dirígese con el mayor abatimiento hacia la capilla y se arrodilla delante de la verja.) 

Tú eres mi solo consuelo, protectora de los desdichados; tú ves con piedad estás lágrimas que corren de mis ojos, y no me negarás tu amparo... ¡no, Virgen santa, no; yo no tengo mas madre que tú!... Pero si hemos merecido, por nuestra triste unión, el castigo del cielo; si somos los únicos en la tierra que no alcancen con el llanto su perdón y misericordia... caigan sobre mí, sobre mí sola, cuantos males puedan amenazarnos... ¡Yo me resignaré a mi suerte, sin quejarme siquiera; y te bendeciré, Virgen santa, hasta mi última hora!...  (Levántase después de unos instantes.) 

Siento más desahogado mi corazón y mi pecho late más tranquilo...  (Volviendo el rostro a la capilla.) 

¡Hasta las lágrimas son dulces, Madre mía, cuando se derraman en tu seno!...  (Encamínase hada la ventana.) 

No puede tardar... quizá en este instante me estará ya esperando; y yo no habré oído el canto que me da la vida...  (Asómase y escucha atentamente.) 

Me parece que oigo a lo lejos como ruido de remos... ¿Si será ilusión?... No, no hay duda; los latidos de mi corazón me anuncian ya mi dicha y el temblor se apodera de todos mis miembros... ¡Él es!... ¡él es!... voy a verle, a oírle, a estrecharle en mis brazos... ¿qué mujer en la tierra más dichosa que yo?...

 
(Cantan a lo lejos los versos que siguen, acercándose cada vez más la voz:)

 


   En hora fatal Leandro
cruzaba una noche el mar,
diciendo a las recias olas:
dejadme llegar allá,
que la prenda de mí alma
esperándome estará;
¡si queréis mi triste vida,
a la vuelta la tomad!...
 
(Va apagándose el canto.)

 
    Dejadme llegar...
dejadme...
verla y expirar...

LAURA.-   (Con la mayor alegría.) Es la voz de su barquero... ya llegan.  (Hace una seña con un pañuelo blanco y arrojan desde afuera una escala de cuerda, que ella ata a la ventana.)  ¡Cuidado, Rugiero, cuidado... más despacio, mi vida... dame ya la mano!



Escena III

 
LAURA, RUGIERO

 
 
Entra RUGIERO por la ventana, descubriendo bajo la capa un vestido lujoso de baile: arrójase en los brazos de LAURA.

 

RUGIERO.-  ¡Laura mía!... ¿Por qué lloras?...

LAURA.-  No lloro, Rugiero, no lloro... estas lágrimas que ves son de ternura... de alegría... ¡tanta dicha no cabe en mi alma!

RUGIERO.-  Serénate, amor mío... ¿Hace mucho que me aguardabas?...

LAURA.-  No; ¡pero cada instante me parecía un siglo!... ¿Quieres que te confiese también mi flaqueza?... hasta tenía miedo.

RUGIERO.-  ¿De veras?

LAURA.-  Es este panteón tan triste... tan sumamente triste... que me parece de mal agüero sólo el pisar sus losas.

RUGIERO.-  Desecha esos vanos temores; ¡a mí me parece a tu lado la mansión de los cielos!

LAURA.-  A mí también, Rugiero; pero cuando me veo sola, se apodera de mí una tristeza, una angustia, que ni soy dueña de mí misma... Estos días, no sé por qué, me siento también más abatida... ¡me cuesta tanto mostrarme alegre y ocultar lo que pasa en mi corazón!... Habrá apenas dos horas, me acariciaba mi padre con una bondad, con una ternura, que hasta el alma se me partía... Si le hubieras oído, todo lo que me decía para alegrarme, sus proyectos, sus esperanzas... no tiene en su vejez más apoyo, más consuelo que yo; ¡y voy a hacerle infeliz en los últimos años de su vida!

RUGIERO.-  ¿A qué te afliges ahora?... ¿Quieres amargar estos instantes, los únicos que gozamos de dicha?...

LAURA.-  No, Rugiero... ya me ves; estoy más alegre... ¡A tu lado olvido hasta mis propios remordimientos!

RUGIERO.-  ¡Remordimientos!... ¿y de qué? ¿Te pesa el amar a tu esposo?...

LAURA.-  ¡Pesarme!... Yo no vivo sino por ti; yo no pienso sino en ti; ¡yo no pudiera existir ni un solo día, si llegara a perderte!... ¡Pero engañar a un padre tan bueno; recibir de sus labios mil elogios, que estoy tan lejos de merecer; haber dispuesto de mi mano sin su voluntad, exponiéndome a su enojo, y tal vez a su maldición... antes morir, Dios mío!

RUGIERO.-  ¿Ves, Laura, lo que haces?... ¡Estás toda trémula, demudada, tan pálida!... Ven aquí, bien mío... Descansarás unos instantes, reclinada tu cabeza contra mi pecho.

 
(La acerca a un sepulcro, situado hacia el promedio del teatro, poco levantado del suelo, con dos figuras esculpidas groseramente en el mármol, ya carcomido por los años.)

 

LAURA.-  ¡Ahí!... No, Rugiero, no, por nada del mundo.

RUGIERO.-  ¿Y por qué?

LAURA.-  ¡Los que yacen en ese sepulcro fueron muy desgraciados; y nosotros lo somos también!

RUGIERO.-  Tú no perdonas medio alguno de atormentarte...

LAURA.-  ¡Si supieras la historia de esos esposos!... Se amaron muchos años, llenos de desdichas; el mismo día de sus bodas los separó la suerte; y sólo lograron reunirse en ese sepulcro... ¿Mas por qué me miras así?...

RUGIERO.-  Yo no; te estaba meramente escuchando.

LAURA.-  ¡Fijabas en mí los ojos con una mirada tan triste!...

RUGIERO.-  Es aprensión tuya, Laura mía; yo nunca estoy triste a tu lado. Ven, yo te lo ruego, ven; aquí estarás mejor... ¿no quieres darme ese gusto?...

LAURA.-  Yo no tengo más voluntad que la tuya.  (Siéntanse a los pies del sepulcro.) 

RUGIERO.-  Así, Laura, a mi lado...  (Cógele la mano y la besa con la mayor ternura.) 

¿Quién podrá separarnos, quién?

LAURA.-  Nadie en el mundo.

RUGIERO.-  Ni la misma muerte.

LAURA.-  Razón tenías, Rugiero; cerca de ti estoy más tranquila.

RUGIERO.-  ¿Lo ves?

LAURA.-  Pero se me representó tan al vivo la historia de esos esposos... ¡la he oído contar tantas veces, desde que era niña!...

RUGIERO.-  Aleja de tu alma tan tristes pensamientos... no siempre hemos de ser desgraciados.

LAURA.-  Tú mismo no lo esperas; y sólo me lo dices por consolarme.

RUGIERO.-  No, Laura, no; mi corazón me anuncia que van a cesar nuestras penas.

LAURA.-  ¿Lo crees así, Rugiero?

RUGIERO.-  Sí.

LAURA.-  Y yo te llamaré mi esposo, y no nos separaremos ni un instante, y todas las mujeres me tendrán envidia...

RUGIERO.-  Laura mía... ¡si vieras esta noche lo que me he acordado de ti!... He asistido a la boda del senador Barozzi; y estaban todos tan contentos, que su misma alegría me lastimaba el alma... Cuando oí los acentos de la música... cuando vi a Leonor dar la mano a su esposo, ante un ministro de Dios, rodeada de toda su familia... ¿Te enterneces, Laura?

LAURA.-  Y su madre la bendijo... ¿no es verdad?... la bendijo mil veces, y ella lloró en sus brazos, y no podían separarlas...

RUGIERO.-  Cálmate, amor mío... ¿por qué te afliges hasta ese punto?...

LAURA.-  Mi madre..., mi pobre madre... ¡qué diría la infeliz, si viviese!

RUGIERO.-  Tendría lástima de nosotros y nos perdonaría... Tú por lo menos tienes el consuelo de haberla conocido, de haber pasado tu niñez a su sombra; tú recuerdas su rostro, su acento, sus caricias... a la hora de su muerte, te dejó en los brazos de un padre... ¡pero yo, yo, infeliz de mí, desde que abrí los ojos, no he tenido en el mundo a quien volverlos!

LAURA.-  ¡Cómo queman tus lágrimas, Rugiero! Deja, déjame; yo las enjugaré con mi mano...

RUGIERO.-  Solo, huérfano, sin amparo ni abrigo... sin saber a quiénes debo el ser, ni siquiera la tierra en que nací... ¿Por qué me amas, Laura, por qué me amas?... ¡Basta que seas mía, para que seas desgraciada!

LAURA.-  Más quiero contigo todas las desdichas juntas que lejos de ti todos los bienes de la tierra... Mira, Rugiero, con toda mi alma te lo digo: quizá no te amaría tanto, si fueras feliz... pero cuando oía referir tus desgracias y escuchaba los elogios que de ti hacían, tu valor en los combates y tu clemencia con los vencidos... yo no sé lo que sentía; ¡pero antes de conocerte ya te amaba!... Yo nací para ti, Rugiero, para consolarte en tus penas, para hacerte olvidar tu orfandad y llenar el vacío de tu corazón... ¿qué te falta, di, adorándote yo?  (Le echa los brazos al cuello.)  

RUGIERO.-  Tú no eres una mujer, eres un ángel; ¡el cielo te ha enviado para hacerme sobrellevar la vida!

 
(Quédanse unos instantes en silencio, con las manos entrelazadas.)

 

LAURA.-  Cuando estemos así delante de mi padre... y nos llame a los dos hijos míos... y nos contemple enternecido, con las lágrimas en los ojos... ¿crees tú que llegará ese momento?

RUGIERO.-  Sí, Laura, y antes que imaginas.

LAURA.-  Yo conozco su mucha bondad y el cariño que me tiene; hasta su vida daría por mí... pero temo que nos engañemos, Rugiero: vivimos en Venecia, y mi padre anhela como el que más el lustre de su familia... Quizá por sí propio haría en favor nuestro el mayor sacrificio; pero temerá el desaire de los otros nobles, el menoscabo de su influjo, las reconvenciones de su hermano... Tú no conoces a éste, y yo sí: justo y virtuoso, pero mirando hasta la piedad como una flaqueza, trata a los demás hombres con la misma severidad que a sí propio... No amó nunca, Rugiero; ¿cómo quieres que nos mire con indulgencia y lástima?

RUGIERO.-  Pues cabalmente en él tengo mi mayor confianza...

LAURA.-  ¡En él!

RUGIERO.-  Sí, Laura, en él; quizá mañana mismo me deba hasta la vida.

LAURA.-   (Con sorpresa y pasmo.) ¡Qué me dices, Rugiero!...

RUGIERO.-  ¿Y por qué tiemblas tú?... No tienes por qué azorarte, sosiégate, no voy a correr ningún riesgo...

LAURA.-  ¡Ninguno!... Pues bien, Rugiero, estoy pronta a creerte; pero sólo exijo una cosa.

RUGIERO.-  Todo cuanto tú quieras.

LAURA.-  Ven, y júramelo por mi vida, ante aquella divina imagen...  (Le mira de hito en hito.)  No bajes los ojos, no los bajes; en tu cara estoy leyendo lo que pasa en tu corazón.

RUGIERO.-  Laura mía...

LAURA.-  Deja, déjame...

RUGIERO.-  No quisiera, ni una sola vez, mentirte y engañarte; pero temo que diciéndote la verdad, te aflijas sin motivo.

LAURA.-  ¿Y prefieres dejarme en esta incertidumbre?... ¡Haz lo que quieras; yo sé ya cuál va a ser mi suerte!...

RUGIERO.-  No llores, Laura, no llores y escúchame... voy a darte una prueba de lo que te amo; ¡pero por Dios te pido que me creas y no te hagas más infeliz!... Yo no voy a correr ningún riesgo; te lo repito una y mil veces... Todo está previsto; y el éxito es seguro: en un solo momento va a cambiarse la suerte de Venecia, ¡y pasado mañana eres mía a la faz del mundo!... ¿No te alegras de oírlo?... Alza la frente, Laura... ¡tienes la mano helada, con un sudor tan frío!...

LAURA.-  Y me decía que me amaba tanto... y que nunca más expondría su vida... y que sería siempre mi apoyo y mi consuelo... Padre mío, ¡qué va a ser, en faltándole tú, qué va a ser de tu hija!...

RUGIERO.-  ¡Por Dios, Laura, por Dios... cada palabra tuya se me clava en el alma!

 
(Quédanse un momento silenciosos; y empieza a oírse el susurro del viento.)

 

LAURA.-  Un solo favor quisiera pedirte...

RUGIERO.-  ¿Qué quieres?

LAURA.-  El primero... y el último que te pediré ya en mi vida.

RUGIERO.-  ¿Qué quieres, Laura?... Dilo.

LAURA.-  Tú vas a perderte... a perderte... tú no conoces la tierra que pisas; y hasta la pasión que me tienes contribuye a cegarte...

RUGIERO.-  No, Laura, no lo creas: los hombres de más cuenta, los patricios más graves, se hallan decididos, prontos a salvar a Venecia... Todo está calculado para evitar el derramamiento de sangre; y hasta el mismo Dux, sorprendido en su palacio, no recibirá daño ni insulto en su persona... Yo temí... ¿cómo podía olvidarte?... temí que en medio de la confusión, intentase alguno vengar en tu tío la muerte de propios o de extraños... ¡es tan aborrecido!... Por eso me he encargado de cerrar con mis tropas las avenidas del tribunal, y de velar en guarda de los jueces... ¿Qué tienes que temer?... Yo estaré a la vista de tu propia casa; yo defenderé a tu familia; yo tendré la satisfacción de que me deban algo los que tienen tu misma sangre... ¿no los oirás con gusto manifestarme su agradecimiento?... No me respondes, Laura; y ni aun parece que me escuchas... ¿Qué tienes, mi vida?... ¡Llora si quieres, llora en los brazos de tu esposo, que te ama más que a su corazón!...  (Reclínase LAURA en el hombro de RUGIERO.)  Así, Laura, así, no te reprimas...

LAURA.-  Rugiero... Rugiero...

RUGIERO.-  No puedes ni aun hablar... los sollozos te ahogan...

LAURA.-  ¡No me abandones... ten lástima de esta infeliz!

RUGIERO.-  ¡Abandonarte yo!... ¿Puedes imaginarlo?

LAURA.-  Si te sobreviniese algún daño en medio del tumulto... si cayeras en las garras de ese tribunal, que ni olvida ni perdona... ¡Rugiero, Rugiero mío, no te apartes de mí!

RUGIERO.-  Serénate, Laura, serénate...

LAURA.-  Por Dios te lo pido, Rugiero... no me dejes en este estado, si me amas todavía... ¡El día que te suceda una desgracia, será el último de mi vida!... ¡Qué es eso!... ¿Por qué vuelves el rostro?

RUGIERO.-  No es nada, Laura...

LAURA.-  Me pareció que había oído como un murmullo...

RUGIERO.-  Es el viento, que zumba en estas bóvedas... ¿no ves cómo ha arreciado?...

 
(Suena más fuerte el viento.)

 

LAURA.-  Sí, ya lo oigo... y hasta ese ruido tan triste aumenta mi terror... La noche en que estuve a la muerte, sonaba así también... ¡No me dejes, por Dios, no me dejes; si te vas me muero!

RUGIERO.-  ¿Por qué tiemblas ahora?... ¿No estoy yo a tu lado?...

 
(Uno de los espías apaga de pronto la lámpara, y vuelve a esconderse.)

 

LAURA.-   (Levantándose despavorida.)  ¡Dios mío!...

RUGIERO.-  El viento la ha apagado sin duda... voy a encenderla en la capilla y vuelvo al instante...

LAURA.-  Yo iré también contigo... yo no me quedo sola.

RUGIERO.-  ¿Tienes miedo, mi vida?

LAURA.-  No sé, Rugiero, no sé lo que pasa por mí... pero temo apartarme de ti ni siquiera un momento... ¡me parece mentira que he de volver a verte!...

 
(RUGIERO se encamina a tomar la lámpara, y LAURA le acompaña: al llegar junto al sepulcro, salen de improviso los dos espías enmascarados, se arrojan sobre RUGIERO y le asen cada uno de un brazo.)

 


Escena IV

 
LAURA, RUGIERO, los dos espías

 

RUGIERO.-  ¡Perdidos somos!

LAURA.-   (Da un grito y cae desvanecida junto a la puerta por donde entró.)  ¡Ay!...

RUGIERO.-  ¡Laura!...

ESPÍA 1º.-   (Presentándole una daga al pecho.)  Si despegas los labios, aquí mismo mueres.

RUGIERO.-  ¡Laura!...

ESPÍA 2º.-   (Poniéndole un pañuelo en la boca.) Ya acabaste de hablar en tu vida.

 
(Le conducen con violencia hacia la puerta por donde entraron; y sale MOROSINI de detrás del sepulcro.)

 


Escena V

 
LAURA, PEDRO MOROSINI

 

MOROSINI.-   (Se acerca a su sobrina, la levanta y la contempla unos instantes en silencio:) ¡Imprudente... cuántas lágrimas va acostarte tu loca pasión!


 
 
Fin del acto segundo
 
 

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