Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


ArribaAbajo

La constante cordobesa


Gonzalo de Céspedes y Meneses


[Nota preliminar: edición digital a partir de Primera parte. Historias peregrinas y ejemplares. Con el origen, fundamentos y excelencias de España y ciudades adonde sucedieron, Zaragoza, Juan de Larumbe, 1623, y cotejada con la edición crítica de Yves-René Fonquerne, Madrid, Castalia, 1969, pp. 163-222, cuya consulta recomendamos.]




ArribaAbajo

Capítulo I

Dáse principio a la ofrecida historia; dícese quien es el principal personaje de ella y algunas hazañas de sus progenitores


En los años pasados de 520, gobernando estos reinos, por el ausencia de la católica y cesárea majestad de Carlos V, el cardenal de Tortosa, su maestro, que después, con el nombre de Adriano, fue Pontífice máximo, vivía en esta ciudad don Diego Fernández de Córdoba y Montemayor, nobilísimo mancebo, en sangre esclarecido, poderoso en hacienda y por sus buenas partes amable entre sus ciudadanos y una de sus mayores cabezas.

A este caballero, habiéndose primero servido dél en sus primeros años, casó la majestad de Carlos con una ilustrísima señora llamada doña Aldonza Ossorio, tanto a fin de aquistar algunas diferencias, cuando por hacerle con mujer tan poderosa (que lo era mucho esta dama) una grande y señalada merced. Reconocíalo así don Diego y, deseando se conociese en sus obras, convocó a sus casamientos la nobleza mayor del Andalucía, a quien con esplendor, magnificencia y gastos festejó, siendo asimismo las fiestas, los torneos y máscaras tan grandes, tan continuos y varios, que dejó su nombre conocido en España, aunque no lo es poco el de su antigua estirpe, el de progenitores valerosos, cuya originaria valentía y magnanimidad parece que, de padres a hijos heredada, es tan perdurable y excelente, ya en la famosa casa de Aguilar, ya en la de los condes de Alcaudete, Sésar, Feria, Guadalcázar y otras innumerables que, como ramas de su firme tronco, se han extendido por lo mejor de Europa, mientras durare en ella la memoria de los hombres.

Y así, no pienso yo que debe aquella generosa ciudad a ningún hijo suyo más honrosas hazañas en su provecho ni mayores servicios en su defensa que a los de aquestas casas referidas, de quien si me fuera lícito contarlas fácilmente desempeñara mi verdad su crédito. Pero aunque se alargue algo el suceso, ya que no las mayores, diré, entre tantas, dos, en que, supuesto que voy a realzar y engrandecer más convenientemente el héroe principal de esta historia habrá de suplírseme su breve dilación; fuera de que también apetecerá el curioso saber con gusto, con la antigüedad y excelencia de sus claros ascendientes de don Diego, la causa original y tan decantada en España de haberse llamado Campo de la Verdad aquel llano extendido que tiene su ciudad pasado el puente; y aun antes desto, el hecho memorable y de pocos sabido que comprendió Martín Alonso de Montemayor en el cerco y socorro de Castro el Río.

Y así, con esta salva, digo que Alonso Fernández de Córdoba, hijo de don Fernán Núñez de Temez y Donora, señora de Dos Hermanas, que fue Adelantado del Andalucía y dueño del lugar y Torres de Cañete, tuvo dos hijos, Martín Alonso, que heredó a Dos Hermanas, y Hernando Alonso, que sucedió en Cañete. Martín casó con doña Aldonza de Haro. hija de don Lope, el que llamaron el Chico, mayordomo mayor del rey don Alonso, y a quien, porque se vea cuán grande estimación se hacía entonces de esta familia, diré lo que en el tal casamiento acaeció.

Parece ser que se dispuso éste sin sabiduría del rey, de lo cual, muy sentido, reprendiendo a don Lope, le dijo que cómo sin su orden se había atrevido a casar con ningún su vasallo a su hija. A que cuentan haber respondido don Lope con despejo y valor que no lo había hecho, según debía, temiendo que Su Alteza lo había de impedir y estorbair para casar su yerno con la infanta su hija. Que ciertamente fue gallarda satisfacción y estimable salida al enfado y enojo de su rey.

Mas dejando esto aparte, después de algunos días, viniendo moros contra Castro el Río (lugar entonces de estimación e importancia notable), fue cercado con innumerable gentío, para cuyo remedio, siendo el dárselo a cargo de la ciudad, se juntó en ella lo mejor de la provincia; pero no conviniéndose en el modo y creciendo con la dilación el peligro, Martín Alonso, como verdadero hijo de su patria, dijo que si le prometiesen socorro, él se aventuraría a meter en la villa, por medio de sus enemigos, gente y bastimento que entretuviese su ayuda. Ofreciéronlo así, y juraron de acudirle con mayor prevención; con lo cual, sin detenerse un punto, partió a Montemayor, castillo inexpugnable y a quien él había fundado, en donde y en Espejo, juntando alguna gente, al romper del alba, con ánimo audacísimo, rompió él juntamente, y no así como quiera por diez o doce mil hombres, sino por un espantoso e innumerable ejército de doscientos mil moros; por el cual, en un instante, acaudillando sus buenos soldados, llegó a la fortaleza. Y bien se deja entender si en tan grande peligro mostraría necesariamente su valentía y esfuerzo, y si en el que ahora, pasados los reales, le sobrevino, sería preciso conformarlo; porque es de saber que cuando más acosado, pensó tener su ánimo atrevido algún reparo, el que halló fue tapiadas las puertas del castillo, y encima de su poca gente el numeroso y contrario ejército, de quien rodeado, sin defensa o murallas, comenzó nuevamente a verse compelido; y ciertamente que parece increíble que tan poco número pudiese sustentarse un solo instante. Mas era león fuerte el capitán, y así, aunque sus soldados fueran mansos corderos, hicieran aún mayores efectos; y vióse claramente esta verdad, pues sin turbarle el temeroso riesgo, volviendo a romper por desiguales tropas y peleando a veces con valor invencible, a pesar de tan grande morisca, rodeó la fuerza, y por un pequeño postigo descargó el bastimento, metió su compañía y socorrió el lugar casi perdido, granjeando la mayor fama, opinión y nombre que tuvo capitán de su tiempo; y tanto, que en oyendo el rey moro el dueño del suceso, desconfió del suyo y alzó el real, volviéndose afrentado. De suerte que podemos decir que el valor admirable de este hombre atropelló un príncipe tan poderoso y a un ejército tan desproporcionado.




ArribaAbajo

Capítulo II

Prosíguese este asunto y escríbese el memorable origen del Campo de la Verdad


No fue esta hazaña el servicio menor que de tan buenos hijos recibió su ciudad; pues no mucho después don Alonso Fernández, hijo de este caballero, emprendió el hecho memorable de quien al campo referido le quedó el nombre de la Verdad, el cual pasó de esta manera:

Parece ser que como el justiciero rey don Pedro fácilmente se dejase engañar de algunos mal intencionados y quisiere, por ciertas sospechas, hacer matar a nuestro don Alonso y a don Gonzalo Fernández de Córdoba, su primo y señor de Aguilar, porque aun por chismes y consejas solas no era menor el castigo de este príncipe, envió a este efecto al maestre de Calatrava, don Martín López de Córdoba, que mejor informado y cierto de la falsa relación que al rey se le había hecho, sobreseyó en su voluntad, de lo cual fue tanto el coraje y sentimiento que recibió su sangriento ánimo, que, sin más suspenderlo, bramando por venganza, se avino con el rey de Granada, y al fin de disponerla con su poder, le prometió a Córdoba, y con tal conveniencia sacaron los dos el mayor ejército que jamás se vio en aquellos contornos. Y dando vista a la ciudad y mayor temor a sus moradores desapercibidos, porque nunca creyeron de su príncipe y señor natural semejante resolución, fue tan notable su fidelidad y su lealtad tan maravillosa, que aun viendo entrar por el Alcázar Viejo los contrarios, no hubo hombre que se les opusiese, respetando la presencia de su rey, queriendo antes perderse que tomar las armas en su contra. Y pasara adelante este ademán si, advirtiéndolo algunas principales señoras, no salieran por las calles y con ruegos tristes y tiernas lágrimas les quitaran de tan necia perseverancia; y con tan buen efecto, que no sólo los obligaron a compeler a los que entraban, retirándolos con muchas muertes, sino que nombrando por su capitán al noble don Alonso, se dispusieron a mayores empresas. Y así hecha su elección, y junta buena parte de gente, envió al rey un mensajero pidiéndole se sirviese de aquella ciudad, y como su príncipe y señor, entrase en ella y dispusiese de sus vidas y haciendas como mejor le pareciese; mas que esto fuese sin semejante compañía, de quien, respecto de ser enemigos de Dios, estaban resueltos a defender su religión y fe. A lo cual, como la indignación de don Pedro no admitía ruegos ni intermisiones, la respuesta que dio fue más llena de amenazas, pues juró de castigar de tal manera la ciudad que sólo de los pechos de las mujeres se llenase el Pilar de la Corredera, y bebiesen los vivos sangre en vez del agua que entonces corría.

Esta fiera y cruel resolución cubrió las gentes de lágrimas y miedo, digo al vulgo y común que, como novelero sin atender a más, viendo a su valiente capitán que salía a pelear, se persuadió a que se iba a concertar con los moros, y creció de suerte su infame presunción que llegó a los oídos de doña Aldonza de Haro, madre del dicho don Alonso y de don Lope Gutiérrez de Córdoba, alcalde mayor de la ciudad y señor de Montilla, de quien descienden los de Guadalcázar, la cual, saliendo al paso de sus hijos y encontrándolos debajo de los arquillos de la iglesia, sin mayor advertencia, a grandes voces les dijo:

-¡Ah don Alonso! Advertid que estas gentes me han dicho que váis a entregarnos a los moros; y si esto ha de ser así, permita el cielo quitarme antes la vida que ninguno me llame la madre del traidor.

Mas no dejándola proseguir su noble hijo, arrojándose del caballo y besándola la mano, la satisfizo respondiéndola:

-Cuando yo no tuviera sangre vuestra aún se pudiera dudar mal de mi lealtad, cuanto y más siendo vuestro hijo. Y tomando el caballo con más cólera, levantando la voz, discurrió diciendo: «Quedáos a Dios, madre y señora mía, que al campo salgo, donde se sabrá la verdad.»

Esta es la causa y el origen famoso de su nombre, mayormente con lo que luego sucedió; porque saliendo con gallardo denuedo, en pasando la Puente, mandó echarla por el suelo, licenciando primero, intrépido y feroz, a cuantos de los suyos se quisieron volver; y con semejante hazaña, resueltos a morir él y los que le acompañaban, no sólo, ayudados del cielo, rompieron los dos reyes, sino que, siguiéndoles hasta Castro del Río, dejaron hecho de su sangriento estrago lloroso y memorable acuerdo para sus enemigos, y a sus descendientes y hijos eterno y perdurable renombre, dándosele asimismo a aquel campo extendido teatro de sus grandes hazañas.

Tales han sido y fueron los troncos nobilísimos de adonde, entre otros ramos, procedió el principal héroe de esta historia: si bien es justo disculpemos primero lo que en ella pareciere degenerable a su sangre; pues la amorosa causa que obligó sus muchos desacuerdos bastantemente disculpara mayores yerros.

Cortarnos, pues, el hilo del discurso, dejándole casado y entretenido en los regocijos y fiestas de sus bodas. En medio de las cuales nació el asunto de sus desvelos y mayor ocasión de sus disgustos; porque no fueran ellos contentos y alegrías de la tierra si no trujeran tras de sí fracasos tristes y desastres lastimosos.




ArribaAbajo

Capítulo III

Últimas fiestas en las bodas de don Diego, y el trágico suceso que tuvieron


Hacíanse, por remate y fin de tantas fiestas en una de estas noches, ciertos torneos y máscaras; para cuyo efecto, atajando lo suficiente de la plaza y calle de don Diego, igualaron con ventanajes y andamios de madera los cercanos edificios. Y siendo mantenedor él hubo tanto que admirar y tantas galas, cifras, invenciones y letras que ver que, a pretender particularizarlo todo, creciera sin propósito este volumen. Y así, por escribir solamente lo importante al intento, diré el fin que tuvieron pues no fue menos lastimoso y terrible que venirse con estrépito y rumor espantoso uno de aquellos artificiosos ventanajes al suelo, que, oprimido de la innumerable gente que le ocupaba, fue el estrago que hizo no poco miserable y sangriento.

No quedó a tan impensada ruina hombre en ventana, plaza ni tablado que no acudiese al remedio de ella, y hasta los caballeros del palenque, arrojando las armas, las plumas y libreas, fueron de los primeros. Con esto, el rumor fue aumentándose; y así la temerosa confusión, al paso que los tristes gemidos, llantos y voces, parece que crecía; y mayormente no oyéndose, ni viéndose otra cosa que miembros desgarrados, cuerpos partidos, golpes y terribles heridas y, sobre todo, arroyos de sangre que, envueltos con los tristes gemidos y quejas de los que la derramaban, formaba junto un horrible y lloroso espectáculo.

En este concurso de desdichas, y en medio de miserias tan grandes, no fue, pues, quien menos asistió a su remedio don Diego de Córdoba; antes juzgándose por el más obligado con noble y generoso espíritu, acompañado de criados y luces, atajó muchos males. Y así, sacando casi ahogados a los que ya anhelaban con la muerte, y haciendo abrigar y recoger en su misma casa a los que, con más cierto peligro. necesitaban de sacramentos y otras medicinas forzosas, sin parar, discurría a unas partes y a otras, hasta que no habiendo más que hacer, cansado, aunque no satisfecho en sus piadosas obras, al volverse a su casa, como para salir a lo ancho, quisiese saltar unos andamios, yendo a poner los pies en los maderos rotos de sus últimas ruinas, parece que se le enmollecieron; y sintiendo blandura, no sin particular providencia del cielo, sospechando algún daño, muy a prisa mandó quitar las tablas y maderos; debajo de las cuales, no sin grande lástima, halló que en medio de un tapete de estrado y casi en él amortajada y revuelta estaba una mujer, cuyo adorno precioso, pocos años y hermosísimo rostro, si bien matizado de reciente sangre, acrecentó no sólo el sentimiento, mas el cuidado de su remedio, pareciéndole persona de suerte. Y así, con nueva compasión, tomándola en sus brazos, aunque siempre juzgó que estaba muerta, con todo no paró hasta ponerla en los de su esposa, que en este ínterin, no con menos piedad, había mostrado con los muchos heridos que se acogieron a su amparo la nobleza y ternura de su pecho; con que pocas palabras fueron bastantes a que al daño presente tratasen de remedio, ya previniendo cirujanos y médicos, ya, como en tan grandiosa casa, albergue y hospedaje conveniente. Todo lo cual aún se aventajó con más extremo luego que, conocida de unos y otros, se advirtió su calidad.

Era, pues, esta señora herida, o por mejor decir medio difunta, una doncella, aunque pobre, hija de padres nobilísimos y caballeros no poco conocidos en aquella ciudad; no obstante que, a esta sazón, viuda su madre, vivía en su poder y compañía, de adonde sacándola, a su pesar, para el torneo unas parientas suyas, ocasionaron su desgracia, y aun participaron de iguales daños. Y así entendido esto, sin mayor dilación mandó avisar don Diego a su afligida madre, la cual, aunque al momento vino cubierta de tiernas lágrimas e insistió en llevársela, todavía no le fue permitido; antes los piadosos huéspedes la obligaron a que también se quedase acompañándola. Fuera lo demás poner la dama en notoria contingencia por su mortal peligro. Con que le fue preciso obviarle y asistir a los muchos y eficaces remedios que para volverla en su acuerdo se le hacían, como, en efecto, el más esencial punto y consistencia de su vida, la cual, fomentada con tantas medicinas como buenos deseos, al cabo de dos días, volviendo algún tanto en sí, mejoró su esperanza y consoló a los presentes. Y yendo poco a poco recobrando el espíritu, al mismo paso que se morigeraron los tumores, los golpes cárdenos y la sangre esparcida, fue descubriendo en su rostro un portento admirable, un retrato del cielo; tan bello era el sujeto que pudiera, en su efigie, no sólo ponderarse lo más hermoso de la tierra, mas conocerse juntamente la suma perfección de su Criador.




ArribaAbajo

Capítulo IV

Convalece esta dama y su salud causa diferentes efectos en sus ilustres huéspedes


Dejó esta impensada y peregrina vista, cuando llegó al punto y perfección que he referido, tan asombrada y suspendida la familia de don Diego que no se hablaba en otra materia, y aunque todos, en general, contentos, no así igualmente doña Aldonza y su esposo (digo, no a un mismo fin), porque si ella con piadosas entrañas juzgaba alegre el haber, hecho el cielo segunda causa y instrumento en la vida de aquel ángel hermoso, don Diego, arrepentido y triste de haber traído a su casa el incendio de ella, no sólo blandeaba en la debida fe a su nuevo estado, mas, compelido de una secreta y poderosa fuerza, temía y aun lloraba su perdición; si bien, como discreto, procurando en los principios atajar su fuego cuanto podía, retiraba la vista de su hermoso huésped, divertiendo el alma y pensamiento entre los amorosos y tiernos lazos de su mujer, pues no sólo por la virtud de su alma, mas aún por las partes graciosas de su cuerpo, por su nobleza grande y riquezas sin número, era digna de correspondencia y voluntad perseverante.

Pudiera yo, considerando tantas razones, admirarme y no poco, de la fragilidad de este caballero, la cual, advertida en lo superficial, muestra gran mengua, indigno proceder, corta afición y menos voluntad con tal persona. Porque ni en su excusa militan, ni aun podemos juzgar en su favor las disculpas del lecho cotidiano. de la mesa común, del ordinario hastío y, finalmente, de una posesión continuada y prolija, porque aunque todas son razones impías y de malos casados y peores cristianos, no podía don Diego valerse de ninguna, pues apenas mudó estado, tomó la posesión de su esposa, cuando mudó también de pensamiento, prevaricando sus honrados propósitos.

Empero, ahondando más este particular, no obstante que parece imposible hallarle causas que disculpen su yerro, todavía no con pequeño esfuerzo lo obscurece y deshace el haberse casado don Diego, según ya queda dicho, más por conveniencias de estado y materias iguales, que por confrontación de estrellas (hablo más claro), que por inclinación dulce de amor, y así, no sin razón bastante, pensó bien el que dijo ser infeliz el hombre que se casaba sin enamorarse primero de su mujer.

En efecto; insistiendo por ahora cuerdamente en huir la ocasión, no sólo el tierno mozo se esforzaba atrevido, mas juntamente solicitaba la cura y convalecencia de la enferma, pareciéndole que siendo así preciso el volverla a su casa, quitada la causa principal cesarían los efectos de su operación. Mas engañóse en esto notoriamente, porque apenas doña Elvira en salud, rindiendo con su madre humildes gracias y ofrecimientos, dejó su casa, cuando en la privación de su vista creció el fuego mayor de sus deseos, de quien dejándose vencer, precipitadamente cayó en un inmenso piélago de amor, y no obstante la cuerda resistencia, sometió la cerviz al fiero yugo, y la voluntad, libre y exenta, a una injusta tiranía que dominó en su alma, en sus potencias y sentidos; de suerte que, aun después de largos días y prolijos disgustos, fue necesario, para sacarle de tan duras cadenas, medios y fuerzas sobrenaturales y portentosas.

Llevó, pues, con tal solución la correspondencia adelante, visitando a doña Elvira y su madre, y ellas diversas veces a doña Aldonza.




ArribaAbajo

Capítulo V

Presume el ciego amante contrastar a la honesta doña Elvira, valiéndose para ello de diferentes medios y caminos


Halló don Diego pobrísimo el menaje de su casa, las paredes desnudas, la sala sin estrados y, en conclusión, un grande y antiguo solar lleno de arneses viejos, de adargas rotas, de lanzas y banderas, trofeos honrosos del padre de su dama; pero en cuanto a lo demás, vacía de lo forzoso y necesario y aun de sillas en que poder sentarse; con lo cual, pareciéndole camino para obligarla, trató de que secretamente se remediase con larga mano tanta incomodidad.

Mas ya la hermosa doncella, cuando intentó estos medios, había penetrado por sus ojos lo interior de su pecho; porque, aunque era niña y de corta experiencia, es tal la enfermedad de amor, que aun deja conocerse de los más incapaces; y así, con discreción y blandura, rechazó el recibir lo que otro día trajese tras de sí la paga o una aparejada ejecución en su honra. Ejemplar puede ser éste en las muchas ocasiones de nuestros tiempos, en quien no hay firme roca, no hay castillo inexpugnable que el interés no venza y avasalle; siendo esta dama (aunque noble) pobrísima y, por el consiguiente, cargada de mayor pundonor y obligaciones. ninguna fue parte a torcer su propósito antes, viendo que picado don Diego continuaba las visitas y que de ellas ni sus entradas ni salidas podía resultarle mejor crédito, por no perder el granjeado. trató de parecer primero descortés, y así, con tal intento, o se negaba declaradamente, o si alguna vez la cogía descuidada, con desabridos ojos daba a entender su poco gusto.

De esta manera vino a saber su amante el ruin efecto de sus cuidados y la mala acogida de su voluntad; con que perdiendo el alegría y aun la conversación de sus amigos, estuvo en poco de perder la paciencia. Había hasta aquel punto conservado el secreto; mas viéndose irremediable y falto de consejo para tornarle y consolarse mejor en tan ciega pasión, dio cuenta de ella a su mayor amigo, a un caballero de su misma sangre y con quien solía comunicar sus más arduos negocios. Y aunque don García (era este su nombre) procuró desvanecérsela en los principios, ya afeándosela con la obligación de su nuevo estado, y ya dificultándole la empresa, viéndole firme en ella. hubo de ponerle los hombros y, de común acuerdo. juzgando por remedio el declararse y que esto fuese mediante otra mujer y con algún billete, sin mayor dilación lo dispusieron, Porque don García buscó un valiente tercio, y tal que ni la famosa Celestina o Claudina igualaron sus obras, ni Tulio ni Demóstenes su perversa elocuencia; y así, don Diego, habiendo escrito según su motivo el siguiente papel, se le entregó en sus manos.

Papel a doña Elvira

«Nunca entendí, señora, que el haber piadosamente reducido a mi casa el fuego abrasador de vuestros ojos, y deseado con tantas veras vuestra vida y salud, hubiera redundado todo mi daño y perdición; pues es cierto que de uno y otro no sólo nacerá el incendio y ruina de mis cosas, mas juntamente, al peso de vuestra ingratitud, mis mayores desacuerdos y penas. Yo estoy, reconociéndolas tan impaciente, o por mejor decir, falto de discurso, viendo cuán mal estimáis esta vida, que temo y muy en breve, si no mudáis estilo, hallarme arrepentido y pesaroso de haber (con la que os restauró mi propio brazo) dádoos armas y avilantez para tantos desprecios; porque aunque (como quien soy) confieso no merecer vuestros favores, por otra parte alcanzo que pudiérades moderar el desdén y conocer que me debéis la vida; y cuando esto no queráis entender, a lo menos, por fin de este papel, os ruego que siquiera creáis no ser buen camino reprimir el raudal de mi furioso amor con el mayor incentivo de despreciarle. Respondedme resucita y no de suerte que experimentéis el triste estado en que me reconozco; el cual es tal, que juzgo mil desdichas en mi crédito e irreparables daños en mi salud.»




ArribaAbajo

Capítulo VI

Resolución de doña Elvira, su respuesta y ausencia


Por cierto maravillosa muestra de un ciego, loco y desatinado deseo; y bien hace don Diego en llamarlo furioso amor, porque semejante papel, tal discurso y palabras, ¿quién las escribiera menos que arrebatado de frenesí de su voluntad? Mas disculpémosla en alguna manera; no afeemos del todo la opinión de aqueste caballero; sírvale, pues, la excusa lo mismo que le sirvió de objeto y culpa: la furia de su amor, el incendio de su alma, las llamas vivas de sus deseos crueles y finalmente, la yesca, el incentivo poderoso de los desprecios y desdenes de su dama, la ingratitud de sus buenas obras, el olvido de tan grandes beneficios y mal conocimiento que, a su parecer, mostraba a la restauración de su vida y ser.

Y si alguno dijere que estas mismas razones militan mejor en alabanzas de doña Elvira, pues sin reparar las atropella a todas por conservarse honesta, a esto responderé que no por otro inconveniente pintaron ciego al poderoso amor, y que así, ciegamente, nuestro perdido amante pudo mal conocer semejante verdad, mal tan ajustadas y bien digeridas causas, con que faltándole un sentido tan esencial, fuerza es que había de dar en mil tropiezos y barrancos mayores. En fin, el papel se le dio a su dama por mano de la mujer que he dicho, en que no menos se mostró la ceguedad del que la envió; pues llano era que el valerse de sujeto tan vil había de llorar afrentosamente doña Elvira. Mas, con todo, la cauta Celestina, con achaque a propósito llegó a su presencia, y proponiéndola primero la fuerza con que temerosa y compelida de un mozo poderoso y arrebatado venía a tal diligencia, juntamente la propuso en su idioma el miserable estado en que se hallaba, las obligaciones que ella le debía y la facilidad y secreto con que podía hallarse brevemente riquísima y fuera de necesidades tan largas; y en conclusión, abrevió su plática pidiéndola leyese el billete y la resolución de su respuesta.

Había doña Elvira, desde que atendió a su razón primera, determinado en sí el dársela a la vieja tan áspera y terrible que quedase por memoria de su atrevimiento sepultada en una asquerosa sima. Mas cuando llegó a leer el billete y en él a conocer tan ásperos discursos, tan nuevo estilo de enamorar y pretender, con mejor acuerdo reprimió su enojo, y advirtiendo en el caso y aun en el mensajero, miró por sí y por las asechanzas y encantos suyos, y no hizo poco en esto; antes presumo que consistió en su recato su contento y salud; porque otra fuerza totalmente la niego a los hechizos; turban éstos el juicio, ahogan y ofuscan los espíritus, y como realmente, todos, a la larga o a la corta, son venenos, quitan la vida; pero pensar que tocan en la voluntad libre, en el racional albedrío, es disparate indigno de escribirse, cuanto y más de creerse.

A este último fin, a ésta, pues, desesperada medicina de sus deseos había ofrecídose la diabólica vieja y así, por esta causa, más que por otra, y con el pretexto del billete que he dicho, se valieron de ella los dos amigos. Mas la virtuosa doncella, advertidamente dejó en vacío su intención depravada, no permitiendo la tocasen sus manos y despachándola en un punto con decir que don Diego viniese el siguiente día por la tarde y tendría su resolución y última voluntad por respuesta.

Y sin más esperarse, quedó aguardando a su madre. con la cual, enterada del caso, y previniendo este aviso, la dejaremos, volviendo a su abrasado amante que habiendo oído de la tercera el despidiente, y creído por él que sus designios tomaban mejor rumbo. aunque alegre, siglos eternos juzgó los átomos de la hora asignada; en quien con nuevas galas y mayor bizarría, se fue a la posada de doña Elvira, adonde, en vez de hallarla más amorosa y menos intratable, lo que halló fue la casa desembarazada, yermos los aposentos, o al menos con su humilde pobreza, y en lugar de su dama, un escudero viejo por guardián; del cual. absorto y suspendido, recibiendo un papel con intrínseca pena de su alma, acabó de salir de su engaño y confusión leyendo en él estas razones:

«Si entendiera que por haber recibido de vuestras nobles manos la vida que reconozco por su hechura. se me había de pedir tan desigual recompensa, creed. señor don Diego. que primero me dejara morir mil veces que admitir semejante beneficio; fuera de que ni aun parece compatible querer por él vuestro generoso ánimo tan incomparable y mayor interés. Yo confieso que, como vos decís, sois juntamente el acreedor de mi vida; mas no por esto podréis negar ahora que, en pedirme por ella la misma honra, usáis conmigo de cruel tiranía; pues es llano que cuanto más participa aquélla de perecedera y mortal, tiene ésta de inmortalidad y estimación. Además, que ¿a qué mayor desdicha pudo reducirme mi suerte si es indubitable y certísimo que es afrentoso y desgraciado el día que se sustenta sin honor? Resuelta, pues, a perseverar en él y deseosa de satisfacer las buenas obras que me babéis hecho, he querido dejar mi tierra y desamparar mi casa, para que, quitada con mi ausencia la ocasión de vuestras inquietudes, aunque tan a costa de mi sosiego, vos le tengáis, en tanto que peregrinando pobre y miserablemente llora mi alma esta malograda hermosura que a vos, por mí, tanto os ha divertido, y a mí, por vos, tanto mal hecho.»

¿Quién, pues, en este punto, supiera ponderar la locura y furor que se apoderó de este perdido mozo? ¿Quién el sangriento ánimo con que se puso en términos de quitarse la vida? ¿Quién la opresión y enajenamiento de su espíritu? De mí puedo afirmar que no me atrevo; y así sólo diré que fue no poca suerte el haber escapado sin lesión de sus manos el anciano escudero, al cual, ya algo divertido el raudal de su cólera, haciéndole intrincadas preguntas, y conocido de ellas y sus respuestas que así mesmo su dama había dél recatado sus intentos y que no sabía de ella, de su madre y una criada que las acompañaba, volviendo las, espaldas y buscando a don García le contó el suceso; y lleno de pasión reventó en mujeriles lágrimas parte del fuego que le abrasaba el pecho; mas no el llorar, en casos de tan irremediable amor, es injuria o afrenta de los hombres.




ArribaAbajo

Capítulo VII

Hace don Diego diligencia por saber de su dama, mientras ella procura huir de su presencia


No se halló el discreto amigo poco indeterminable y ofuscado; y, mayormente por la corta y dificultosa noticia de doña Elvira, dudó el remedio conveniente a don Diego; mas viendo que su valor y sentimiento le había de reducir a alguna mortal desventura, deseando atajarla, o por lo menos entretenerla, consoló sus cuidados, divirtiéndolos con esperanzas de salir presto de ellos; y así brevemente, por caminos y atajos, despachó a todas partes diferentes personas, diferentes espías y centinelas, que, habiendo gastado muchos días sin fruto, se volvieron ayunos y sin saber particularidad o circunstancia de aquello que buscaban, cosa que en los, dos caballeros y aun en otro cualquiera pareciera imposible. Y no así creedero que tres mujeres, y de la calidad que he referido, se hubiesen ocultado y encubierto de suerte, y con tan grande brevedad y priesa que, como si se las hubiere tragado la tierra, así dejaron el rastro y la noticia; y así no sirvió de más la diligencia del buscarlas que dejar el secreto amor del infeliz don Diego al albedrío y gusto de semejantes hombres.

Y como su dolor impaciente crecía al paso que se le imposibilitaban, sin dilatarlo más, previniendo para su noble e ignorante esposa causa de obligación y achaques más forzosos, acompañado de algunos criados de su caro amigo, dio vuelta, en pocos días, a toda el Andalucía, gran parte de Castilla y Extremadura y corriendo la sierra, sin haber antes dejado ciudad, villa ni aldea sin inquirir, se volvió a Córdoba con no mejor noticia, pero tan sin esfuerzo y esperanza, que sin poderse ir a la mano cayó en una melancolía profundísima, y de suerte mortal y peligrosa, que se dudó en su buen juicio y se temió muy mucho su locura y perdición.

Porque no a menos desdichados términos trujo su ciega voluntad a este caballero; y dóyle tan tristes atributos por parecerme que no pudo hombre humano llegar a estado semejante, a desesperación tan terrible, a enfermedad tan incurable; sin que para excusarle de ella le valiesen su calidad, su sangre, sus riquezas, sus amigos y aun, sobre todo, el ser persona de claro entendimiento y discurso, que es la más eficiente causa para reprimir tales afectos. Por donde mejor conoceremos nuestra frágil y vil naturaleza y cuán breves y limitadas son las fuerzas y trazas de los hombres.

Un año y más se le pasó a don Diego en tan amarga vida, y aun sospecho que toda se la pasara así si el cielo no le abriera, y quizá para su mayor castigo, el camino y luz que tanto había deseado y con tantas costas y trabajos buscado. Pero antes que a él le demos esta alegre nueva y que el lector se despene en ella, quiero yo dar también cuenta bastante de su hermosa dama, del lugar de su existencia y juntamente de los sucesos de su ausencia larga.

Y así bien os acordaréis que, según queda dicho, en recibiendo doña Elvira aquel billete, la dejamos dispuesta a tratar con su madre la última resolución de sus intentos. Dióla, pues, cuerdamente noticia de la pretensión de don Diego, de sus ofrecimientos, y últimamente del papel, cuyas razones libres y arrojadas les dieron bien claro a presumir en que estaban y el detrimento que corría su honor; con lo cual, juzgando por forzoso el prevenirse, y ayudando a su miedo la sospecha cruel en que además la puso la hechicera, justamente resueltas por fin de sus consejos, eligieron remedio que sin duda hubiera sido suficiente, si la fortuna o suerte de su amante no rodeara las cosas en su favor, y tan a tiempo crudo que, a tardarse más días el saberse de ellas, por lo menos el hallar a doña Elvira fuera en diferente estado, y con tales arrimos y respetos que tuviera don Diego por preciso llorar su desengaño eternamente.




ArribaAbajo

Capítulo VIII

Ampárase la honesta Cordobesa de un antiguo criado de sus padres, y allí impensadamente halla nueva inquietud y desasosiego


Habían, en este tiempo, las afligidas damas, antes de salirse de Córdoba, vendido una posesión que solamente les había quedado, con propósito de trazar con su precio algún empleo que las adelantase el provecho; y así, hallándose en la ocasión presente con el dinero, que sería mil ducados, facilitando su jornada, la dispusieron la noche de aquel día, y comenzada con secreto inviolable y en tres mulas o cuatro forasteras que por ventura estaban en un mesón, cerraron por todas partes las puertas a la noticia y rastro de su viaje. Y de esta suerte, caminando las noches, al alba del tercero día llegaron al fin de él a un lugar apacible de hasta quinientas casas, en quien al levante de la sierra vivía en razonable puesto un antiguo criado de su casa, el cual, admirado de su venida y lastimado de la causa de ella, se resolvió a ampararlas con su misma familia, y haciendo por su mano empleos del dinero y facilitándolos con su solicitud, pasaban las pobres señoras, aunque incómodamente, aquel honroso y voluntario destierro, con menos zozobras y temores; y esto con tan grande recato y advertencia, que pudieron, en breve, no sólo granjear la estimación del pueblo, sino hacerse invisibles a cuantos ojos las buscaron.

Seis meses pasarían en estos intermedios, cuando, sin pensar en tal acaecimiento, se vio en no pequeña inquietud ni menor desasosiego la honesta dama; y mayormente siendo en la misma parte que ella había elegido para su receptáculo y custodia; pues, por lo menos, fue hallar debajo de las propias almohadas de su cama un billete amoroso. Suceso que no tan solamente la dejó turbada, mas aumentó su pena y disgusto; tanto por el cuidado de otro peligro semejante al pasado, cuanto por presumir de las razones del papel y de la ignorancia de su dueño, que de su casa misma, o al menos de algún criado de ella, nacía la tercería de aquel atrevimiento. Y así, estimando esta sospecha en más que su pesar, sin esperar mayores lances, trató de mudar casa, y con excusa honesta, dejar la de su criado. Efectuóse todo, y pareciéndola que aún no estaba segura, no volvió en muchos días a salir a misa, ni la vieron en puerta ni en ventana.

Olvidábaseme escribir la continencia del billete, sus razones discretas y el propósito y fin a que se enderezaba. El cual, si leyó doña Elvira, no fue tanto curiosa cuanto cuerda y prudente, juzgando convenir a sus cosas el entender y prevenir cualquiera inconveniente, y así, con semejante pensamiento, abriéndole en aquella sazón, vio que decía las palabras siguientes:

Papel a doña Elvira.

«Mi buena suerte, o mi mayor desdicha, porque uno y otro pongo en vuestras manos, me trujeron habrá cuarenta días a pasar mis estudios a esta aldea, seguro de que en el sosiego de sus soledades pudiera hallar ocasión que inquietara mi alma y divirtiera mis sentidos; de suerte que adonde presumí salir aprovechado en la facultad que profeso, he aprendido otra nueva doctrina, otros documentos de amor; y en vez de repasar leyes del reino, paso en la tiranía de las suyas amargas horas y desconsuelos sin medida. Esta suma aflicción y barruntos bastantes de vuestra nobleza y honestidad incomparable, animaron este atrevimiento; si bien de lo primero no pretendo remedio contra vuestra honra; y de lo segundo, aunque soy caballero, puedo decir que aún me juzgo por indigno de vuestra sombra. Y de suerte reconozco esta verdad, que ni por noble sangre, ni por generosa humildad siento sujeto que os merezca; con que yo mismo vengo a ser el castigo de mis libres ojos y un abrasado estío de mi corta esperanza. Pero, no obstante, estará a todos vientos perdurable mi fe, o ya haciéndome el cielo dichoso en vuestra gracia y respuesta, o ya dejándome consumir en vuestro olvido e indignación.

DON JUAN DE ZÚÑIGA.»




ArribaAbajo

Capítulo IX

Impensada mudanza en doña Elvira, y las causas que más la originaron


Este discurso breve y amoroso y aun igualmente cortesano y humilde, con la segura oferta, hicieron en el honesto acuerdo de la darna tan ruin efecto que antes, puedo afirmar, sintió la traza de su arrojamiento como si se le hubiera hecho una afrenta, y así, atribuyendo a algún descuido de sus ojos o a alguna mengua de su recato aquella libertad, reprimió sus salidas. acortó sus pasos y cerró sus ventanas, hasta que después de cuatro meses, pareciendo que ya el incógnito amante habría vuelto a sus estudios, se dejó ver del mundo. dando más luz sus ojos desde aquel pobre albergue que los rayos del sol desde su esfera.

Salió a misa el disanto, llevando tras de sí las almas y dos mil bendiciones de aquellos rústicos; y, finalmente, sin pensar, en la iglesia (porque muy de pensada se le había puesto enfrente) vio de repente un mozo tan gallardo y bien hecho que pudiera hacer ruido en la mayor ciudad, cuanto y más en una aldea; en quien no sólo el hábito, mas el rostro agradable, hacía la misma diferencia que el lucero a las demás estrellas. Arrebatóle un espacio la vista su presencia, y tanto, que cuando cayó en su desmán, de empacho y de vergüenza cubrió el rostro de nácar y el manto hasta los pechos, pero aunque de su parte dio cárcel al deseo, la novedad solicitaba a los ojos, y éstos a la voluntad; y no sé si también anduvo inquieta el alma y aun deseosa de que fuese el dueño del papel referido semejante sujeto.

Mas con aquestas dudas y su acostumbrado encogimiento se volvió a su casa, no obstante que, tomándola primero la vuelta de la callo, antes de entrar en ella, se le volvió a ofrecer la misma persona, y haciendo con la gorra y el pecho humildes cortesías, de que aún más bien pagada, doña Elvira en recompensa levantó un poco el manto, y el galán prosiguió su camino, dejando aquel pecho de mármol con unos calofríos, que si no procedieron de amor, al menos creo que se inclinaron algo de su parte; porque, lo que hasta entonces no le había sucedido, comió poco gustosa y durmió sin sosiego, y no sólo aquel día, sino otros quince, que, forzando animosa a sus propios deseos, quiso con remedios tan graves morigerarlos y rendirlos. si bien al cabo, ella se halló vencida honestamente y, sobre todo, ignorante en la causa.

¡Oh, cuántos razonables discursos propuso en este tiempo; cuántos protestos castos; cuántos honrosos medios, y con cuánta facilidad, tomando unos y tripulando otros, cuando quiso valerse de consejo, se halló imposibilitada de él! Porque aunque más deseó reprimir sus ojos, volviendo otro disanto al mismo sacrificio, no sólo la fue casi imposible, más aún, dio avilantez a aquel mancebo para que, al volverse a su casa, la arrojase disimuladamente en sus umbrales un billete; el cual, alcanzado de ella, si en conociendo que era la propia letra del pasado le pidieran albricias, diera su corazón, aunque no sé si ya se le hallaran en el pecho, porque los efectos presentes tiranizaban y oprimían lo mejor de él.

Holgóse sumamente doña Elvira coligiendo que el cielo tan a su honra y condición honesta abría la puerta a su remedio; pues siendo tal la calidad del sujeto, y según lo ponderado en el papel de ahora y el pasado, no podía codiciar su limpio intento cosa más a propósito, dueño más a medida de su deseo; y así, aun antes de darle el menor favor ni de imaginar la respuesta, llamando aquel su criado antiguo y consultando el caso con su madre, propuso al uno y otro la pretensión de don Juan de Zúñiga; y advirtiéndoles en su perseverancia, en sus dilatados desdenes, enseñó los billetes y el fin de su demanda, que era su casamiento. Con lo cual, dejándose informar del criado, que muy bien conocía al caballero, sabiendo que lo era y natural de Ubeda, hermano de cierto mayorazgo, alimentado razonablemente, y las grandes esperanzas de sus estudios, con más sano consejo que hasta entonces acordó por buen medio el que para remate de sus trabajos la ofrecía su ventura; y así, con semejante presupuesto, se dispuso a escribirle, digo a responderle, estos breves renglones:

Doña Elvira a don Juan de Zúñiga.

«La primera vez que para escribir a hombre humano he tomado con voluntad la pluma, quisiera mucho (señor don Juan) que creyérades es la presente y juntamente que, según tan exquisita novedad, estimárades el servicio que os hago; si bien antes de ahora no ha sido pequeño, en conformidad de mi encogimiento y recato, el haber leído muchas veces vuestros papeles, y aun el crédito que he dado a sus razones. Y así, pues ya sabéis estas verdades de mi pecho, y no ignoráis que soy tan rica de calidad y buena fama como pobre de bienes de fortuna, agradándoos tal dote, madre tengo, y vos deudos y hermanos que dispongan lo demás. Encomendadlo a ellos, pues ni mi estado pide otra cosa, ni a vos os está a cuento querer más que saber lo intentáis con mi gusto.»




ArribaAbajo

Capítulo X

Háblanse estos amantes, dispónense sus bodas, y suspéndelas, avisado con un acaecimiento peregrino, don Diego de Córdoba


El papel referido tuvo don Juan la misma tarde; porque poco cuidado bastó a ponérsele delante, valiéndose al pasear la calle de su propia lición; con que, fuera de sí, en leyéndole estuvo para hacer extremos locos; y, en conclusión, para abreviar con ello, tales réplicas, demandas y respuestas hubo de por medio, que doña Elvira se dispuso a hablarle; y con tan gran favor, si a don Juan le suspendían algunos inconvenientes (porque realmente quisiera que el casarse y las nuevas llevaran a su hermano a un mismo tiempo), fácilmente quedaron atropellados, haciendo al punto que dos criados suyos, huyendo el cuerpo a Ubeda, se partiesen a Córdoba, y en ella previniesen las galas, preseas y joyas más precisas al caso; de adonde resultó todo su daño y el saberle el afligido y enamorado don Diego. Porque quiso su suerte que el oficial a quien lo encomendaron acertase a ser, no sólo el mismo sastre de su casa y persona, sino uno de aquellos que por orden de don García salieron en busca de doña Elvira; y así, apenas oyó ahora de los necios criados el nombre, señas y casamiento, cuando, como la mejor noticia del lugar, dio aquella nueva alegre a quien se le pagó tan bien que quedó rico.

Bien pienso que se podrá creer, según lo referido, que si a tan impensado suceso no acabó el tierno amante de perder los sentidos, o sería ayuda milagrosa, o hallar templado su gusto y alegría con el desconsuelo de las futuras bodas; aunque este esencial punto más le irritó el espíritu que le acrecentó la voluntad; porque ésta no podía subir a mayor altura, ni su celosa rabia levantarla de punto. Y así, desde aquel mismo en que tuvo el aviso, llamando a don García y doce hombres para cualquiera afrenta, arrancó por la posta, llevando ya resuelto no dejarse morir como amante cortés, sino quitársela por fuerza a quien se le opusiese.

En este ínterin, como en negocio hecho y por excusarse de mayor nota, las más noches entraba a verse con su dama don Juan; si bien nunca estas visitas pasaron los límites honestos, ni aunque él lo pretendiera, ni aun tomarla una mano sirviera de otra cosa que perder a doña Elvira y caer para siempre en su indignación; con lo cual, en conversación amorosa, dulcemente entretenían las horas que sus criados dilataban la vuelta, valiéndose para estas entradas y visitas de medios que excusasen escándalos y que, sin intervención de terceros, guardasen mejor que ellos el secreto.

Llegó, pues, en esta coyuntura don Diego y su compañía, que, a tardarse algo más, hallara hechas las bodas; de quien, apenas se apeó en una posada, cuando, creyendo el huésped que venían convidados, les dijo, aun sin preguntárselo, la casa de su dama. Cenaron luego con tan cierta noticia, porque aunque era bien cerrada la noche, no tenían la hora por conveniente; mas como el corazón de don Diego no sosegaba, aun con el bocado en la boca, dejó a su gente prosiguiendo la cena, y bien ajenos de imaginar lo que hizo, que fue tomar las señas, y sin más compañía hacerse explorador de la aventura, y no con otro intento que de hartar sus deseos y aun sus ojos, viendo y tocando los umbrales que pisaba su empleo y las paredes altas que ocultaban su luz. Y así, discurriendo a tiento de unas partes a otras, al volver de una esquina, sin pensar, le tocó en el rostro y parte de la vista una cinta que colgaba de una ventana de reja, a la cual, movido tanto más de su propio enfado que de lo que resultó, apenas dándola con la mano, tiró de ella, cuando se asomó una mujer que, en baja voz, le dijo que esperase a la puerta; de cuya novedad, admirado y confuso, juzgando que no sólo en las grandes ciudades se hallaban semejantes sucesos, suspendiendo el que más le importaba, sin más acuerdo, se acercó a la puerta que ya estaban abriendo. Y aunque de la parte de adentro se divisaba una pequeña luz, atropellando por todo se arrojó al zaguán, en quien no dio tres pasos cuando se halló casi en los dulces brazos de su dama, en la deseada y hermosa presencia de doña Elvira, la cual, conociéndole asimismo, no tuvo esfuerzo ni ánimo para moverse; si bien, aunque turbada y ciega, dio voces, a que despertando don Diego como de un pesado sueño, conociendo ser ciertas sus sospechas y celos, quedó más desmayado que la ocasión pedía y aun de lo que fuera menester. según el peligro en que se vio. Porque como el uno y el otro, con su impensada vista, olvidaron la puerta, aún no había dado doña Elvira dos gritos cuando se entró por ella un hombre, con tan grande alboroto y inadvertencia que hubiera de dar de ojos con don Diego, al mismo instante que su furor celoso estaba en términos que, a tardarse el socorro, diera de puñaladas a su dama, que conociendo ahora a su esperado dueño digo al galán don Juan, a quien ya respetaba como a esposo, con nuevo aliento se amparó de su lado, tratando él de defenderse y defenderla tan venturosamente, que no sólo retiró hasta la calle a su contrario, mas, en tanto que cerraba doña Elvira las puertas, le dio algunas heridas, tan peligrosas y crueles, que a no llegar entonces don García y su gente que le andaban buscando, dejara el buen don Diego entre sus manos y armas la vida y pensamientos. Y si bien, aunque huyendo don Juan tantas ventajas, se puso en cobro, no fue tan a su salvo, que no llevase juntamente que curar muchos días; no obstante que al volverse los que le habían seguido, hallaron a su dueño tan desmayado y herido, que cargándole a hombros les fue preciso suspender su venganza, y tratar muy aprisa de su vida y su alma.




ArribaAbajo

Capítulo XI

Diligencias de la justicia sobre las heridas de don Diego: múdanle a Córdoba, y juntamente a doña Elvira, a su madre y criada


Corrió, aun a aquellas horas, la voz de este suceso por todo el lugarcillo; y asimismo, sin poderlo excusar, la ocasión y el personaje herido, con que otro día, no sólo no quedó hombre con hombre, pero llegó hasta Córdoba la nueva.

Don Juan, entendiendo la verdad, mal curado y peor prevenido, no se hallando seguro, mudó de tierra. y aunque no los pensamientos amorosos, perseverante en ellos, tanto como satisfecho en la integridad y pureza de su querida prenda, no el atrevido y loco intento de su opuesto bastó a menguar un punto su aflicción ni a desacreditarla en su pecho. Fuera de que, a esta sazón, ya él sabía los infructuosos cuidados de don Diego, y juntamente las peregrinaciones y trabajos de su honrada resistencia. Y así, aunque el peligroso estado de tal suceso le metió en Portugal. y después el saber que allí le buscaban la muerte, le sacó a vagar por el mundo, siempre amartelado; y no pienso que en ausencias tan largas (aunque en su correspondencia hubo deseado y aun olvidos y grande intermisión) fue menos llorado por doña Elvira, a quien, volviendo a nuestra historia, sin respetar su sangre y su decoro, los villanos alcaldes pusieron guardas, y en son de presa la aseguraron en su casa, hasta que respecto de tan gran caballero, aun sin pedirlo él, de oficio envió la Audiencia real a la averiguación de sus heridas; para lo cual, y para la comprobación de otros indicios, llevaron a ella, a su madre y criada, a Córdoba, adonde, sabido por don Diego, a quien primero habían traído en una litera, como ninguno mejor entendía su inocencia, cargando en sí la culpa de todo, no sólo las hizo dar por libres, mas con declaraciones y protestas honrosas volvió por su opinión y buena fama; si bien ésta, aunque faltara semejante diligencia, no padeció nunca detrimento; antes, en medio de tribulaciones tan graves, permaneció intacta y durable, y al peso que las unas crecieron, lució más su verdad y se acrisoló con mayores quilates su constancia y firmeza.

Con la publicidad a que se reducieron tales negocios,, fue forzoso entenderlo,, la noble y generosa doña Aldonza, de quien, no obstante (agasajado y recibido su distraído esposo), mientras con paciencia cristiana trataba de curarle, dispuso también, con gusto y beneplácito de doña Elvira y su madre, su más segura vida y su mayor comodidad y consuelo. Y así, alimentadas con mano liberal y piadosa, se encerraron en un convento, resueltas a esperar el fin de sus infelices bodas, y al dueño que había escogido para esposo, o acabar unas y otras con su clausura, sus persecuciones y vida.

Mas ni tan sano acuerdo fue de importancia, porque ni la prudencia ni sufrimiento de su santa mujer, ni los consejos de sus deudos y amigos, bastaron a que, en convaleciendo don Diego, se excusase de volver a su amoroso tema, y con deseos tan vivos y nuevas fuerzas que parece cobraban más vigor en sus mayores resistencias, y que competían en inmortal pelea dos afectos tan poderosos y contrarios: el desdén y aborrecimiento de su dama, y su incurable amor y voluntad. Y así, entendido el lugar adonde estaba, renovando las pasadas fiestas de sus casamientos, no hubo día en quien la plaza del Convento no sirviese de teatro a sus invenciones, a sus máscaras y regocijos y otros públicos juegos, con que no sólo turbó la paz, quietud y recogimiento de aquellas mujeres, sino que juntamente las obligó a que advirtiendo el descrédito de su religión y el escándalo de la ciudad lo remediasen con sacar de su compañía la ocasión. Con que las afligidas señoras, con lágrimas del alma y pidiendo venganza de sus injurias a los cielos, se hubieron de acoger a su antigua morada, resolviendo en su pecho doña Elvira morir con varonil ánimo en ella antes que volver a más peregrinaciones ni verse por don Diego escarnecida.




ArribaAbajo

Capítulo XII

Persevera constante en sus intentos la honesta doña Elvira, mientras don Diego prosigue los de su loco amor


En este tiempo, habiéndose pasado, después de las heridas, tres años, y habiendo en el primero de ellos aportado don Juan de Zúñiga a Bolonia y tenido diferentes sucesos, de tal suerte, llevando adelante sus estudios, aprovechó en ellos resplandeciendo su ingenio y letras que, sin contradicción, por común voto llegó a ser su concepto el más calificado, y su opinión y jurisprudencia la primera silla de aquella insigne Universidad; y tanto, que yendo en la misma sazón la majestad de Carlos V a celebrar en Bolonia el acto solemnísimo de su coronación, teniendo de tan grande sujeto larga noticia, y queriendo servirse de él, le entretuvo consigo hasta venir a España.

Si bien, antes de aquesto, sucedieron en Córdoba cosas notables; porque, prosiguiendo don Diego en sus locos devaneos, sin un mínimo alivio o esperanza de fruto en tantos años, corría ligero el curso de su vida, engañando sus penas y divirtiendo sus pasiones con pasear la calle, con besar las paredes y rejas de su dama, sin que el erizado y prolijo invierno, ni el abrasado y seco estío, pusiesen límite a tantos desconciertos.

Estaba entonces la ciudad, y aun la resta de España, sumamente afligida y sumamente apretada de una peste mortal que, infeccionando el aire, la circundó con estrago cruel y lastimoso; y así, pocas o ninguna casa se libraron en Córdoba de esta plaga y azote; y no obstante, sin temor, seguía don Diego su carrera; cifraba, como dije, su consuelo mayor en sus paseos, en quien bien de ordinario, ya con la diversión de su plática, ya con el gusto de su compañía, ayudaba su amigo don García, no habiendo día ni hora que no diesen mil vueltas a la casa de la honesta doncella, cuyas puertas, aunque siempre estuvieron con recato y clausura, pareciéndoles que en aquesta sazón casi tres días continuos las hallaban en una misma forma, notando tales muestras, con mayor advertencia. no sólo confirmaron sus dudas, mas de ellas y del silencio grande, y sobre todo del no salir persona, ni oirse ni entenderse indicios o barruntos de que la hubiese dentro, presumieron otra segunda ausencia, otra impensada fuga o semejante determinación a la pasada, con lo cual, como realmente al afligido amante no le había quedado otro alivio otro refrigerio y descanso, viendo perdido aqueste, no hay ingenio que pueda encarecer sus ansias, sus congojas y penas. Habló mil desatinos, dijo mil tristes lástimas, llamó a voces su dama, injurió su fortuna, y finalmente lloró con tiernas lágrimas sus rigores crueles y sus resoluciones ingratas; y tal le vio su amigo, tal le consideró, que movido a lástima o regido de otra superior causa, deseando aplacarle, procuró juntamente, no sólo hacerle creer la presunción por falsa, sino que sin quejarse a los vientos, ni hacer más fundamento en esperanzas, entrasen en casa de doña Elvira y acabasen, hallándola, por fuerza lo que tantos suspiros, congojas y tormentos no habían de grado conseguido. Y así, con tan vivo incentivo, alentado don Diego, en siendo más de noche, con dos linternas fácilmente penetraron la entrada por una puerta falsa que, a pocos golpes, abrumada del tiempo y de su ancianidad, se dejó franquear; y con aquesto rodeando los patios, no hallando tan frágil resistencia en otra que, de ellos, subía a los altos corredores, sirviéndoles de escalas sus pilares, en un punto uno y otro se hallaron allá arriba; mas no oyendo rumor, ni viendo que aun del suyo con ser bien grande resultaba alboroto, perdiendo la esperanza, y volviendo a su tema, se quisieron salir por donde entraron. Y sin duda lo hicieran si entonces la curiosidad y frenesí del amartelado caballero, deseando ver el aposento, o según él decía, el relicario y lecho de su dama, aquel testigo mudo de su más secreta hermosura, no les pasara adelante; hasta que atravesando dos tan despejados como crecidos aposentos, al entrar al tercero, casi les hubiera suspendido largo espacio el aire contagioso y ardiente que salía de él; mas con todo, animados, arrojándose dentro, apenas dio la luz de las linternas alguna claridad, cuando en pobres y diferentes lechos miraron desmayadas o en términos de muertas a la hermosa doña Elvira, a su madre, y en un colchón, algo distante de ellas, a su fiel criada; si bien ésta, como de natural más robusta, con algún acuerdo.




ArribaAbajo

Capítulo XIII

Obliga nuevamente a su dama don Diego, líbrala de la muerte por dos veces; pero ella, más constante, mira más por su honra


No hay duda sino que semejante espectáculo, vista tan lastimosa y nunca de don Diego imaginada, haría en su pecho sangrienta operación; pues es cosa bien cierta que teniendo librados su gusto, su alegría y su mayor riqueza en la vida y salud de esta mujer, aun estando en su desgracia, aun siendo su cuchillo, hoy que a su parecer la hallaba muerta, sin cura, sin regalo y aun sin una mortaja, que había de ser grande su pena y grande su valor, pues pudo resistir golpe tan duro.

En este medio, habiendo don García, más libre de pasión, llegando a doña Elvira y su madre, hallándolas con pulsos y teniendo por cierto que el humor pestilencial las tenía en tal estado y su pobreza y falta de remedios en semejante peligro, advertido a don Diego, dejando el llanto, sin mayor tardanza el uno fue por médicos y lumbre, y el otro por personas que asistiesen a su cura y regalo, dando el amante a todo tan fácil expediente como el caso y su afición pedían. Y con tanto, dejando a la criada cantidad de dineros, sin sabor doña Elvira por entonces quien en tan grave aprieto había sido el restaurador de su vida, se volvieron a sus casas; y ella y su madre, recobrado el sentido con los muchos remedios y eficaces antídotos opuestos al veneno, juzgaron su mejoría por sobrenatural y su regalo y cura por milagrosa; y aunque, con justa razón, debieron así atribuirlo, todavía de la misma criada entendieron las segundas causas y el brazo piadoso con que se habían dispuesto, si bien ni el verse dos veces (digámoslo así) resucitada por una mano, por un sujeto mismo, pudo trocar su pensamiento, ni mudar su intención en esta parte, porque, aunque es verdad que, agradecida y con pecho obligado, reconocía tan grandes beneficios, primero se dejara herrar el rostro, vender por esclava, y primero ofreciera dos mil veces su vida por salir de tal deuda, que rendir su firme voluntad al ciego y torpe fin de sus deseos.

Bien presumo que muchos, oyendo entonces dureza semejante, y ahora leyendo tan admirables pruebas del amor de aqueste caballero, disculparán sus yerros y aun culparán en su dama tantas ingratitudes, y no me admiraré; porque los hombres así juzgamos el fondo de las cosas, presumiendo de las virtudes, vicios y de la perseverancia y pureza, tema y locura. Llegó, pues, esto a tanto que, aun de su misma madre, de su fiel criada, vino a ser persuadida. y aun a ser reputada por ingrata: tal es el imperioso brazo de un interés y de las buenas obras recibidas, pues aun disponiéndose a malos fines, rinden las voluntades y echan duras cadenas al más libre y prudente juicio.

Mucho so temió doña Elvira viendo así blandear a su madre y criada, y con justa razón, porque enemigos tan caseros, golpes tan continuados, avisos tan secretos y guardas tan sobornadas, no hay que pensar sino que una vez u otra habían de dar entrada a su contrario, y con ella al traste con su honra. Y así, de nuevo, cuidadosa y solícita, apenas se vio convaleciente de su mal, cuando se halló rodeada por tan graves temores que, para que más se acrecentasen y la causa creciese, no pararon en las que he referido sus obligaciones ni las generosas obras y beneficios de su amante. Porque sobre la plaga pestilente, de que no se veía libre aquella ciudad, la castigó el cielo con otra en su tanto mayor, con un hambre general, con una carestía espantosa; que así ahora se caían los hombres por las calles hambrientos, como poco antes, por el contagio y pestilencia.

Es muy ordinario seguirse a ésta semejante desdicha; y así,, hallándose doña Elvira en igual trabajo, su madre con el discurso de los días pereciendo, y su criada sin alientos ni fuerza, pasándose los dos y aun los cuatro sin comer, y los más con muy frágil sustento, vino a descaecerse y consumirse la virtud natural; de suerte que sus cuerpos, en breve término, se volvieron anatomías de huesos y esqueletos descarnados. Y como el tierno amante, aunque sabía sus aprietos, tenía cerradas las puertas para remediarlos, porque aún la pasada cura se dispuso por los mismos médicos. ella corría ahora por la posta a la sepultura, y su pobre madre y criada los mismos pasos, sin querer dar lugar, no digo a su deshonra (que aun tanto daño pudiera reprimirla), sino aun sólo volver blandos los ojos. y digo menos, a una ligera permisión, pues bastara ésta para salir de mayores trabajos y para que don Diego la entregara su hacienda.




ArribaAbajo

Capítulo XIV

Resolución honrada de doña Elvira, fragilidad de su madre y criada y esperanzas primeras de don Diego


En conclusión, firme en morir rabiando antes que verse deshonrada de sus lacivos lazos, permaneció en su dureza doña Elvira, hasta que cediendo a sus ayunos y vigilias el flaco y tierno espíritu, mirando morir su triste madre y su criada perecer, con lastimosas lágrimas y suspiros celebraba sus obsequias y muerte.

Mas a esta misma hora, que serían las once de la noche, como nunca la mano liberal de Dios faltó en el mayor aprieto, en la mayor necesidad, estando como he dicho esta constante y famosa mujer, oyó un grande golpe, que a su parecer había sonado en otro diferente aposento, cuyas altas ventanas caían a una calle excusada y sin salida. Con un varonil esfuerzo, animándose lo mejor que pudo y tomando una luz, guió con su madre y criada hacia aquella parte; mas aunque su valor procuraba alentarse, todavía corazón mujeril, turbada y temerosa, llegó al aposento, en quien, en vez de algún vestigio o sombra, halló en medio de él un costal grande, que abriéndolo al momento, para su desdicha y miseria fue tierra de promisión, y una oficina llena de apacibles conservas, de carnes adobadas, de cecinas y empanadas diversas; con lo cual, y un bolsillo de quinientos escudos remediaron no sólo la presente necesidad, pero el reparo de otras cosas forzosas; y así, no queriendo la dama inquirir tan nuevo modo de milagro, sin hacer sobre él discursos y quimeras, dio al cielo muchas gracias; y su madre y criada, aun sin saber lo cierto, juntamente mil bendiciones al piadoso don Diego; el cual, no pudiendo soportar con su alma el ver más padecer al dueño hermoso de ella, aunque dilató tan buena traza, presumiendo rendirla por hambre, al fin él se hubo de vencer primero; y con dos escaleras bien ligadas, por ser la ventana muy alta, con un criado y su mayor amigo, previno este milagro tan a tiempo, que a suspenderle un día se hallara sin su dama y ella desesperadamente sin vida.

Hasta este punto y ocasión pudo seguir su madre y aun perseverar en su honrada opinión. Mas ahora, gobernando su juego por diferentes rumbos, y siendo la criada del mismo parecer, trazaron entre las dos, con notable secreto, la satisfacción y premio de tantos beneficios y el asegurar sus aumentos para otra semejante desventura. Y así, con semejante acuerdo, tomando por su cuenta el disponerlo, sin mayor dilación, se vio la criada con don Diego, y con la misma, sin usar de preámbulos y figuras retóricas, en liso y llano estilo rindió gracias humildes a tantas mercedes, a tantas buenas obras y beneficios. Y pasando adelante, culpando la entereza y cruel condición de doña Elvira, su aspereza y desdén de parte de su madre y con su beneplácito y gusto, dio fin a su demanda, ofreciéndosela liberalmente, con que él, como noble y generoso caballero, tomase su remedio y el darla estado por su cuenta.

Tal fue el recaudo y orden de la gentil criada, tal la resolución de quien la gobernaba y tal, en conclusión, oyendo tan increíbles y no pensadas nuevas, el alborozo de don Diego, que dudo mucho y con razones justas que, según he leído en autores diversos, pueda matar un súbito contento, una alegría impensada; pues siendo ésta tan grande y superior a sus fuerzas, le dejó con la vida; y no así como quiera, sino con más vigor, con mayores alientos.

Dio a la criada dos mil abrazos; y tras cada pregunta repetido este extremo, no sabiendo cómo satisfacerla, aun su gran mayorazgo juzgaba por corta recompensa y a su misma persona por indigna de tanto bien. En efecto, asentado el concierto y asegurado un rico y grande dote, al presente la criada volvió con muchas joyas y no menor promesa; y don Diego, quedando previniéndose, hizo llamar a don García a quien, loco y fuera de sí, dio parte de su gusto; y asimismo de cómo su entrada en casa de doña Elvira había de ser aquella tarde y antes de anochecer.

Era este último aviso y prevención de la criada, pareciéndola que, esperando a más tarde, sería dificultoso meterle en casa sin advertencia de la ya sospechosa doña Elvira; con lo cual, igualmente gozosos los amigos, esperaron la hora; si bien como en don Diego los muy cortos minutos fuesen años prolijos, aun antes de llegar dispusieron su ida, entreteniendo lo restante del tiempo en la iglesia y parroquia de su dama, por caerles muy cerca y aun casi enfrente de sus mismas ventanas, adonde, paseándose por una hermosa nave, anduvieron buen rato confiriendo sus cosas y desmembrando los diversos caminos por donde, sin pensar, se hallaba dueño de ellas.

Así era la cuenta que se hacía don Diego; y quizá en tiempo que la inocente corderilla vendida por su sangre o, por mejor decir, destinada a tan detestable sacrificio, por ventura estaría con más fervor y lágrimas pidiendo a Dios remedio. Veíase ya la afligida doncella perseguida de su madre, insistida de su criada y, finalmente, de aquellas que tantas veces fueron su consuelo y tantas el arrimo y apoyo de su perseverancia, y no teniendo ahora a quien volver los ojos, fuerza era que con mayor aliento acudiese a su único amparo, al verdadero Padre de los huérfanos, al consuelo de los afligidos y al siempre vengador de tan graves injurias.




ArribaAbajo

Capítulo XV

Horrendo y espantoso suceso en los dos amigos


En fin, volviendo a mi propósito, siendo ya las cinco de la tarde, y poco menos del término aplazado, alegre el tierno amante y su amigo contento, viendo llegar la hora con más nuevo placer, de una vuelta y otra dividían la espaciosa nave, ya haciendo breves pausas en su conversación, y ya volviendo a ella con donaires y motes; cuando en medio de su mayor discurso, casi impensada y repentinamente, parando don García, se quedó embelesado mirando al suelo; cosa que, advirtiéndose con admiración y cuidado por su amigo, viéndole así pasmado, le tiró del brazo, y de tal suerte, que como si despertara de un pesado sueño, así le hizo volver el rostro; y no parando aquí, oyendo que don Diego preguntaba admirado la causa de su suspensión, con nuevo espanto, volviéndose a él, le dijo:

-¿Cómo es posible, amigo y compañero, que vos me preguntéis lo mismo que habéis visto? ¿Acaso en este punto no os hallasteis conmigo? ¿No veníades a mi propio lado? ¿No os sucedió lo que a mí, o por ventura vivís tan sin sentido, discurrís tan sin ojos, sumergido en vuestro ciego amor, que no habéis visto, oído ni entendido que al pasar estas losas, estos mármoles cubiertas de sepulcro, se han levantado con nosotros del suelo portentosamente? Yo colijo, sin duda, que si este estupendo caso se os ha pasado en blanco, o he perdido el sentido, o vos la vista, la memoria y el juicio.

Aquí, sin dejarle pasar adelante, con descompuesta risa, gritos y voces desentonadas, atajándole don Diego, discurrió por la iglesia, haciendo extremos tales que cualquiera juzgara se había soltado de la cadena o casa de los locos. Tales extremos ocasionó el asombro de su turbado amigo, con quien, volviéndose a juntar, con trisca y burla celebraba las suyas; pues nunca atribuyó su mejor acuerdo a cosa semejante, y aun pienso que hoy estuviera en igual parecer, y don García corrido del crédito y engaño de su presunción, si, a esta hora, más sosegados y quietos, volviendo a su paseo, no se hallaran inopinadamente desengañados y aun perdidos. Porque apenas, en el mismo ejercicio y aun con la misma risa y desenvoltura, quisieron juntos atravesar la losa, cuando, al poner los pies en ella, con horrible estampido, alzándose con ellos, los arrojó como con un trabuco seis pasos adelante; y luego, sin suspenderse allí el suceso espantoso, mientras los dos se pusieron en pie, no sin horrible turbación vieron que del sepulcro se iba levantando poco a poco un hombre que, en vez de la mortaja, vestía un hábito francisco, el cual, destocándose el rostro y habiendo con sumisión profunda reverenciado a los altares y simulacros, volviéndose hacia ellos, con tremulante voz, y mirando al mísero don Diego, daba principio a las razones siguientes:

-¿Hasta cuándo has pensado ¡oh atrevido mancebo! que habrán de suspender los justos cielos el castigo y azote de tus detestables intentos? ¿Hasta cuando, con tan graves ofensas y pecados, has de irritar su tremenda justicia, teniendo juntamente lleno el mundo de escándalos, alborotada esta ciudad y cubiertos de lágrimas y miedos los ojos castos y pecho virtuoso de mi desdichada y perseguida bijai; pues aún no han perdonado en la prosecución de tus torpes deseos y mi afrenta hollar tus pies estas losas y mármoles, asilo de mis huesos, y por tantas razones lugar digno de mayor respeto y veneración? Vuelve, vuelve ya sobre ti, miserable hombre, antes que tu perseverancia detestable apresure el castigo, para el cual, como hoy se me ha permitido la amenaza, entonces se me cometerá la ejecución de su ira, y tú satisfarás en desgracia de Dios siglos eternos el tiempo mal gastado de tu vida.

Aquí llegaba la temerosa voz cuando sin poder el ánimo y valor de los dos caballeros escuchar más razones dieron consigo totalmente en el suelo, y al mismo punto, haiciendo como al principio una reverencia humilde, aquel bulto espantoso se volvió a su lugar, cubriéndose la losa por sí misma con tan grande estampido, que no sólo acabó de quitarles a los dos el sentido, sino que juntamente su novedad y rumor trujo al puesto en que estaban algunos clérigos y otras muchas personas de la vecindad, que hallándolos en tan triste estado, brevemente se extendió su noticia por toda la ciudad, y sin poderlo remediar asimismo a los oídos de lat virtuosa y noble doña Aldonza.




ArribaAbajo

Capítulo XVI

Siente don Diego en sus mejores prendas el castigo del cielo, y doña Elvira comienza a gozar de mejor fortuna


A esta sazón, aunque se me ha olvidado referirlo, no obstante las inquietudes de su esposo, estaba la afligida señora preñada y muy vecina a dar a luz con su parto al fruto que esperaba para sosiego y paz de su casa y marido.

Mas como las determinaciones y juicios de Dios sean tan investigables y secretos, muy al contrario se dispusieron sus propósitos, siendo aquello sin duda lo que más convendría, porque apenas entendió la afligida señora la triste nueva (pues indiscretamente añadida fue no menos de que habían hallado muerto a don Diego en aquella parte) cuando rompiendo la fuerza del dolor y sobresalto lo interior del pecho, abortó un hijo, y con tan grandes ansias y mortales fatigas que en breves horas rindió el alma y, poco después, con general sentimiento y lágrimas de toda la ciudad, la siguió el tierno infante; que cuando el cielo empieza a enojarse y sentirse, no suelen ser menores los efectos de su ira, y así, justa, aunque desastradamente, comenzó a experimentar don Diego su espantoso aviso.

El cual, ya a esta hora (que fue el siguiente día), volviendo en sí, estaba, aunque ignorante de tal pérdida, en términos de seguir a su esposa y no en mejor su amigo, porque uno y otro, en muchos días, se levantaron de la cama, sobreviniéndoles tales accidentes, que fue milagro escapar con la vida, y más cuando entendió don Diego los daños de su casa, la muerte de su mujer y sucesor, el perdido dote y la falta de otras comodidades y conveniencias que pudieran dar al traste con su salud y aun con su sufrimiento. Mas, como caballero cristiano, reconociendo cuerdo y humilde de adonde y por que causa le venían tales azotes, protestando grandes enmiendas y conformándose con lat voluntad del cielo, esperó mejoría y convalecencia.

Habíase en este tiempo extendido aun lo más esencial del secreto por toda Córdoba, adonde en diferentes concursos y pláticas, añadiendo y acrecentando circunstancias, se contaba con horror y general admiración; porque, aunque se pretendió encubrir por justos respetos, de adonde menos se esperaba salió en publico, y fue de la misma casa de doña Elvira, en quien no quedándose sin castigo su madre, como más culpada, le tuvo a la hora misma que a don Diego le vino, apareciéndola otra semejante sombra que la dejó no menos mortal, mas antes llena de horribles miedos y tan espantosos temores, que dieron con sus quejas, con su cura y poco ánimo al traste con el justo secreto, haciendo patente el caso, la culpa y aun su ruin determinación. Si bien tocado de más superior brazo, atendiendo don Diego al remedio y satisfacción de tan graves escándalos y quiebras, resuelto a darla, propuso a sus deudos y amigos su última voluntad, y aplaudida de todos, aunque todavía indispuesto, asignó para el siguiente día a esta junta su ejecución y el hacer notorio al mundo el remate de su amor y deseos, pues era no menos que llenar el vacío de la difunta y noble doña Aldonza con la invencible, casta y virtuosa doña Elvira.

Y así, acompañado de lo más generoso e ilustre de aquella nobilísima ciudad, sin dar aviso de este intento a su dama, porque quiso que la prevención y el hecho la cogiesen a una, guió a su casa, adonde, aunque pensó hallarla en el recato y soledad que siempre, no así le sucedió; antes muy llena de alboroto, lais puertas principales abiertas, la calle con cuatro coches de camino, literas. acémilas y recámara y, finalmente, el patio y corredores con muchos criados de librea, alguaciles con varas, y todos forasteros y de ninguno conocidos, cosa que sobre tantos sobresaltos y penas dejó a don Diego suspendido y a su compañía en duda y confusión.




ArribaAbajo

Capítulo XVII

Dícese la ocasión de este alboroto, concluyendo la historia con la elección prudente que la concede el cielo a doña Elvira por galardón y premio de su perseverancia generosa


Creció este escándalo cuando, entendida la causa se supo la verdad, pues era por lo menos venirse a casar con doña Elvira no menos que un ministro gravísimo de uno de los más principales y superiores Tribunales de España; y no fue tan grande este cuidado ni sentido de don Diego con tan largos extremos, como cuando enterándose de] caso acabó de apearle y de saber que era su antiguo competidor, el que le sacó tanta sangre del pecho y, finalmente, don Juan de Zúñiga, cuyos grandes estudios y partes traían por primicias a aquella plaza y otros acostamientos generosos del César Carlos Quinto; con que acabando su cólera de ponerse en su punto, acrecentándola su celosa rabia, dio a los circunstantes parte de todo y juntamente de su justa venganza y resolución. Y aunque algunos quisieran que estando en tales términos las cosas se guiaran con mayor cordura, como el pecho abrasado de don Diego no estaba ya para admitir consejos, siguiendo el suyo, entraron en lai casa de doña Elvira. que bien ajena de semejante novedad, alegre y gustosamente recibía entonces, si ya no por amor, por último remedio de su males, al que en don Juan le ofrecía su fortuna.

Mas como aún no estaba ésta cansada de afligirla, cuando pensó haberla puesto un clavo, vio en términos de perderse su casa y honra. Porque sin guardar otro mejor decoro, otro respeto, a pesar de don Juan y de toda su gente, la hizo meter en una silla; y diciendo que llevaba a su mujer, mando guiar con ella a su posada, aunque esto se hiciera no sin algunas muertes y mayor dificultad. Porque, determinándose don Juan a resistir tan descarada injuria, animado con la autoridad de su oficio, comenzaba una terrible sedición, si a este tiempo no la atajara el Corregidor, que, avisado de todo, y siendo un grave y prudente personaje, su blandura y respeto mitigó a don Diego, dando lugar a que su pretensión tuviese más justificación: y así, de su consentimiento, fue puesta la hermosa clama en un convento, adonde por términos jurídicos conoció el eclesiástico de la causa y sus impedimentos.

No obstante que, temiendo tanto poder don Juan, dio parte de su agravio al Consejo, que, proveyendo en ello como mejor convino, remitió orden particular paral que, sin embargo de lo actuado y escrito, el corregidor pusiese en libertad a doña Elvira, para que con ella, y sin perjuicio de los dos pretendientes, pudiese en su presencia elegir a su voluntad quien de ellos más bien le estuviese, y así, no atreviéndose el apasionado don Diego a pervertir tan estrecho mandato, perdidas totalmente las esperanzas de buen suceso, hubo mal de su grado de obedecer y asistir, aunque por cumplimiento, a aquel acto; el cual, no sin grande concurso de lat ciudad, se dispuso en su casa del Corregidor. adonde sacando él por la mano a la honestísima doncella, allí en público la propuso la orden, y juntamente la dijo hiciese su elección; con que esperando todos los circunstantes pendientes de su boca, cubierto el rostro de virginal vergüenza, vuelta a don Juan de Zúñiga, dio principio a este breve discurso:

-Aunque en esta ocasión pudiera justamente quejarme de vuestro largo olvido y corta correspondencia, y aun del haber acordáoos más de vuestros acrecentamientos que de mis grandes persecuciones y trabajos. todavía no es mi intento, don Juan, contradecir el vuestro con semejantes causas, pues ninguna fuera suficiente ni excusara el ser vuestra esposa, a no tener delante el mayor ejemplo de amor y perseverancia que vieron los mortales, y a quien no una, sino tres veces, debo la vida, y no sólo la vida, mas asimismo por mí propia ocasión (aunque sin culpa mía) la pérdida de sus mejores prendas, de su santa mujer, de su hijo y hacienda, cosas por cierto indignas de ingratitud, y por quien, con justísima causa, pudiera el mundo desestimarme y aborrecerme, si ya en términos tales yo faltase a tantas obligaciones y deudas a que vos no habéis de dar lugar por las muchas vuestras, ni menos yo he de quitar a don Diego el premio y galardón que merece.» Y pasando adelante sin esperar respuesta, cubiertos los ojos de aljofaradas lágrimas, abrazando a don Diego, prosiguió su oración, diciendo: «Vos sí, dueño y señor mío, debéis serlo de mi alma, y a vos, en contrapuesto de todo el mundo elegirá mi boca y obedecerán mis sentidos mientras me durare la vida.»

Y sin poder proseguir, atajada del aplauso y voces de los presentes, de la vergüenza y disgusto de don Juan, de los estrechos lazos de su nuevo esposo, cesando su discurso, comenzó el de sus alegres bodas, en cuya prosecución el opuesto amante, corrido y no poco afrentado, prosiguió su jornada, y don Diego alcanzó el fin deseado de su larga y bien resistida voluntad.








Arriba
Indice