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S. SERRANO PONCELA, «El mito, la caballería andante y las novelas populares», Papeles de Son Armadans, tomo XVIII, núm. 53 (agosto 1960), pp. 121-156, analiza los elementos míticos de la materia caballeresca que explican su arraigo en la literatura de cordel. Véanse también los estudios de García de Enterría y Caro Baroja citados en la nota 1.

Las opiniones no son unánimes respecto a la fecha en que se populariza la materia caballeresca. M. CHEVALIER, Sur le public du roman de chevalerie, Burdeos, Institut d Études Ibériques et Ibéro-Americaines de l'Université, 1968, formula reservas dignas de tenerse en cuenta respecto a la opinión, muy extendida entre los eruditos, de que, a lo largo del siglo XVI, el vulgo contribuyó considerablemente al éxito editorial de los libros de caballerías. Deja, sin embargo, abierta la posibilidad de que el gusto por el tipo de aventuras que narran tales obras se fuera filtrando en esta época desde los círculos sociales más elevados hasta las clases artesanas.

Respecto a Pérez de Hita, no hay por qué suponer que fuese un erudito en libros de caballerías. Su afición se nutre de los ejemplos más conocidos del género y de cuantos elementos habían pasado, por un lado, al romancero y, por otro, a las formas áulicas de su tiempo. Éstas se difunden también desde los centros urbanos y cortesanos más importantes al resto del país.

 

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Sobre la difusión del motivo caballeresco que aquí se adapta, cf. R. TYLER, «Algunas versiones de la leyenda de la "reina Sevilla" en la primera mitad del Siglo de Oro», Actas del Segundo Congreso Internacional de Hispanistas, Nijmegen, Instituto Espacial de la Universidad de Nijmegen, 1967, pp. 635-641.

Con su redundante título, los romances de «La reina Sultana» (A. DURÁN), Romancero general o Colección de romances castellanos, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, vols. 10 y 16, números 1.298-1.299, mantuvieron la intriga forjada por Pérez de Hita en el repertorio de los pliegos de cordel, J. CARO BAROJA, Literatura de cordel, pp. 119-120 y 134. Durante el siglo XVIII perdura este argumento en las representaciones populares de moros y cristianos, a juzgar por un texto que reseña las fiestas celebradas el año 1760 en Alhaurín (Málaga) con motivo de la proclamación de Carlos III, que fue publicado por G. GUASTAVINO GALLENT, De ambos lados del Estrecho, Tetuán, Instituto General Franco, 1955, pp. 135-137.

 

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Reproducida por A. RODRÍGUEZ MOÑINO en Las Fuentes del Romancero General (Madrid 1600), Madrid, Real Academia Española, 1957, vol. I. Sobre el carácter de la primera Flor de Moncayo, véase: MONTESINOS, «Algunos problemas del romancero nuevo», Romance Philology, VI (1953), pp. 231-247. Reimpreso en Ensayos y estudios de literatura española. México, Andrea, pp. 75-98; y la Introducción de A. RODRÍGUEZ MOÑINO a su edición de L. RODRÍGUEZ, Romancero historiado (Alcalá, 1582), Madrid, Castalia, 1967.

 

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Sobre este aspecto de las Guerras civiles versa mi artículo Les Fêtes équestres..., citado en la nota 2.

 

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J. MARTÍNEZ RUIZ, «La indumentaria de los moriscos según Pérez de Hita y los documentos de la Alhambra», Cuadernos de la Alhambra, III (1967), pp. 55-124.

 

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Entre las medidas promulgadas en 1566 respecto a los nuevos convertidos del reino de Granada figuraba la prohibición de hacerse prendas de vestir de tipo morisco, aunque se las autorizó a usar durante dos años las que tuviesen ya hechas: «Y durante los dos años, todas las mujeres que anduviesen vestidas a la morisca, llevasen las caras descubiertas por donde fuesen, porque se entendió que, por no perder la costumbre que tenían de andar con los rostros tapados por las calles, dejarían las almalafas y sábanas y se pondrían mantos y sombreros, como se había hecho en el reino de Aragón cuando se quitó el traje a los moriscos dél» (L. del MÁRMOL CARVAJAL, «Rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada», libro II, cap. 6, en Historiadores de sucesos particulares, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1858, vol. I, p. 161).

Sobre la reacción de los moriscos y, en general, el clima de tensiones que desembocó en la rebelión del 68, consúltese la obra ya clásica de J. CARO BAROJA, Los moriscos del reino de Granada, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1957.

 

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Los carros que desfilan son siete y de este número se disponía, por ejemplo, en Medina del Campo en 1543. Cf. N. D. SHERGOLD, A History of the Spanish Stage, Oxford, Clarendon Press, 1967, p. 239. Los mecanismos de que los carros descritos por Pérez de Hita van provistos se asemejan a los que servían para la aparición de figuras sobrenaturales o alegóricas en los autos o las «invenciones».

 

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Para R. MORALES OLIVER, La novela morisca de tema granadino, Madrid, Universidad Complutense, Fundación Valdecilla, 1972, pp. 162-164, la circunstancia de habitar un territorio «acondicionado desde antaño para asimilarse las tendencias arabizantes» no fue ajena a la brillantez decorativa y el matizado cromático de las descripciones de Pérez de Hita.

 

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«Ginés Pérez de Hita frente al problema morisco», comunicación leída en el IV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, celebrado en Salamanca, 1971. Aparecerá en las Acto. [Véase supra, pp. 15-27.].

La necesidad de vincular el libro de Pérez de Hita al clima de tensiones, cada vez más candentes, que produce el problema morisco, se afirma asimismo en unas páginas cuidadosamente matizadas y de impecable erudición que dedica a la novela morisca Francisco Márquez Villanueva, al estudiar, en relación con la obra de Cervantes, el trasfondo político y polémico de la expulsión. De modo más contundente a como yo lo apuntaba, relaciona también este crítico la estilización del pasado musulmán que realiza Pérez de Hita con «el ambiente de crédulo entusiasmo caldeado por las falsificaciones granadinas, que venían multiplicándose desde 1588» (F. MÁRQUEZ VILLANUEVA, «El morisco Ricote o la hispana razón de estado»; en: Personajes y temas del Quijote, Madrid, Taurus, 1975, pp. 229-335). Las novelas moriscas se comentan en pp. 243-248.

Es de justicia recordar que se remonta a Américo Castro el estímulo que llevó a estos y a tantos otros nuevos enfoques de obras clásicas de la «edad conflictiva», en que se ponen de manifiesto insospechados resortes de creación literaria.

 

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En 1570, el conde de Bailén fue uno de los señores de vasallos moriscos que solicitaron se permitiera a estos últimos permanecer en los estados qué poseía en el reino de Granada. Únicamente logró llevárselos a otros lugares de señorío que tenía en Castilla. B. VINCENT, «Combien de Morisques ont été expulsés du royaume de Grenade», Mélanges de la Casa de Velázquez, VII (Madrid, 1971), pp. 397-398. Cuando Pérez de Hita cuenta que Sarracino, al convertirse, fue teniente de don Manuel Ponce de León (I, 209, cap. 14), poetiza con este dato inventado el recuerdo de las capitulaciones, que estaba muy vivo entre los moriscos y también en las casas de los nobles.