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La Dama de La Alcudia

Rafael Ramos Fernández





Nariz delgada y recta, labios finos, ojos rasgados -que debieron tener la pupila y el iris sobrepuestos-, una ligera asimetría general y expresión abstraída, aparente reflejo de una concentración profunda. El rostro de la Dama de Elche destaca por la personalidad de sus facciones, que ejercen sobre quien las contempla un atractivo que fascina.

La Dama fue descubierta en el yacimiento ilicitano de La Alcudia y hasta llegar a su actual emplazamiento -el Museo Arqueológico Nacional de Madrid- pasó no pocas vicisitudes. Vivió en el parisino Museo del Louvre, adonde fue a parar tras su descubrimiento en 1897. En 1939, para garantizar su seguridad (había estallado la II Guerra Mundial), fue trasladada al castillo de Montauban, cercano a la ciudad de Toulouse, en el que se ocultó hasta 1941, fecha de su regreso a España. A su vuelta permaneció largo tiempo en el también madrileño Museo del Prado, como consecuencia de la negociación llevada a cabo entre los Estados español y francés, que simularon un canje de obras de arte, básicamente entre El Prado y el Louvre.

Su hallazgo fue fortuito. Se produjo durante la realización de tareas agrícolas. Por los relatos de los descubridores, que contaron cómo se encontraba la pieza en aquel feliz instante de su localización, parece seguro que se trató de una ocultación intencionada, puesto que para protegerla se erigió a su alrededor un semicírculo de losas, lo que le permitió conservar incluso buena parte de su policromía, hoy poco visible por el bajo grado de humedad relativa a que está sometida la escultura, condicionante que impide la afloración de su pigmentación.

Las joyas que adornan a la Dama responden a modelos fechados entre los años 1440 y 260 a. J. C. Se trata de diseños de tipo oriental, surgidos en el Este mediterráneo, con influencias griegas. Cuello y pecho están ornados por tres collares integrados por dos tipos de colgantes: bulas porta-amuletos y anforillas.

Pese a lo abrurrrador del tocado y aderezos, es su rostro el que concita todas las miradas.

Esta obra escultórica puede fecharse, tanto por sus parentescos como por los tipos de joyas que reproduce y por su asociación al conjunto escultórico del templo ibérico de la Alcudia, en el denominado período ibérico clásico, es decir, entre los años 410 y 228 a. J. C. Pero es posible precisar todavía más: su factura y ornamentación determinan su esculpido entre los últimos años del siglo V y la primera mitad del IV a. J. C. No quedan dudas de que la Dama de Elche es el retrato de una mujer real: su rostro no está idealizado, no muestra la perfección inherente a las reproducciones de las divinidades. Es, sin duda, el retrato de una gran sacerdotisa de la diosa ibérica de la ciudad, que probablemente ofreció su rostro para representar a aquella divinidad. La Dama de Elche presenta en su espalda un hueco, insuficiente para considerarla urna funeraria, por lo que es muy probable que se utilizase como depósito de ofrendas o contenedor de algún talismán. Pocas dudas existen sobre su concepción como busto y nada hace pensar que se trate de una estatua rota. Este hecho lo avalan otros fragmentos similares encontrados, que hablan de un posible género, cultivado por los iberos, de bustos femeninos, de rostros bellos y engalanados de manera fastuosa.

Pero, además de ser el espacio fïsico en el que se encontró la Dama, el yacimiento arqueológico de La Alcudia guarda restos desde el año 5000 a. J. C. Las gentes que hace siete milenios se establecieron aquí lo hicieron porque el lugar reunía unas especiales condiciones de defensa: un islote en medio de un río. Allí comienza nuestra vida urbana, y fue ya en el siglo VII a. J. C. cuando los habitantes de La Alcudia iniciaron el comercio con otros pueblos mediterráneos: fenicios, griegos, tartesios...

La Alcudia permite seguir los pasos del tiempo e identificar el desarrollo de la cultura ibérica, que se inició a mediados del siglo VI a. J. C. y que en su primera etapa se caracterizó por una producción escultórica de raíz orrentalizante y por una cerámica de decoración geométrica. Hacia el año 410 a. J. C. se inicia el período clásico de la cultura ibérica, momento de plenitud de esta civilización y también momento de producción de la magnífica estatuaria, cuyo más bello ejemplar es la Dama de Elche. Durante este mismo periodo se enriqueció el templo existente en La Alcudia con espléndidas esculturas: un caballero togado, varios guerreros, una dama entronizada, un grifo y dos imágenes que acercan a los cultos practicados en él, caballo y toro, espíritus respectivos de la tierra y de la fertilidad, a través de los cuales, con su liturgia y sus ritos, los fieles pedían a los dioses bonanza en la próxima cosecha.

Esta etapa concluyó de forma violenta entre los años 228 y 218 a. J. C. a causa de los avatares de la Segunda Guerra Púnica. La ciudad y su templo fueron devastados, con sus fragmentos escultóricos se pavimentaron las calles. Sólo una pieza se salvó, escondiéndola, de la destrucción, y ha llegado intacta a nuestros días: la Dama.

Tras aquellos demoledores hechos la ciudad se reedificó y su templo volvió a levantarse: es el templo que, construido con adobes, hoy pueden contemplar los visitantes de La Alcudia, de planta cuadrada con torre adosada y con su puerta principal flanqueada por pilastras con capiteles protoeólicos. Así se inició el período ibero-púnico y helenístico de la cultura ibérica, que en La Alcudia puede rastrearse a través de las decoraciones cerámicas que representan la idea de aquella divinidad femenina ibérica que se muestra pintada bien como cabeza que brota como una flor de su cáliz, bien como figura independiente, aunque siempre asociada a la exhibición de la plenitud de la simbología vegetal y animal que la rodea, diosa que en el ámbito púnico fue Tanit y que para los griegos se integraba en el círculo de Demeter.

Ya en el año 42 a. J. C. a esta ciudad, que era llamada Heliké, le fue concedido por Roma el rango de colonia, latinizándose su nombre: desde entonces, la historia la conoce como Ilici. El emperador Augusto, en el año 27 a. J. C., ratificó aquella consideración y ademas la declaró Inmune (exenta del pago de impuestos), concediéndole el derecho a acuñar moneda. Pero, aún más, regaló un templo a la diosa de la ciudad ilicitana, templo que se inauguró el año 12 a. J. C., conmemorando el acto con la emisión de una moneda en la que figuraba la dedicatoria IVNONI (Para Juno); Juno era la advocación romana de la gran diosa de los iberos, la diosa del Cielo. Todos los materiales arqueológicos fruto de más de sesenta campañas de excavaciones en La Alcudia, todas las espléndidas obras de arte, se ofrecen hoy a la contemplación en las salas a ellas dedicadas del Museo Monográfico del yacimiento en el que, expuestas por épocas y conjuntos, se muestra el proceso evolutivo de aquella civilización ibérica. Los estudiosos pueden, además, consultar no sólo el material exhibido, sino los propios fondos, así como los enclaves de excavación de donde surgieron.

Ilici fue desde entonces sede episcopal. A principios del siglo V soportó las inestabilidades de las llamadas invasiones bárbaras, tras las cuales quedó bajo el mandato visigodo, etapa con la que se acentuó la crisis económica hasta el extremo de caer en el olvido los conocimientos técnicos alcanzados. Así, ya a mediados del siglo VIII, con la instalación en tierras próximas -La Alcudia se encuentra a unos dos kilómetros del actual casco urbano- de la Elich islámica, Ilici, poco a poco, trasvasó su población al nuevo enclave, a nuestro Elche. Los vestigios de este fructífero pasado, que convierten a la ciudad en un referente dentro del mundo cultural hispano por su extraordinaria riqueza, se exhiben en el Museo Arqueológico Municipal Alejandro Ramos Folqués, ubicado en el palacio de Altamira, y en el que se presentan como un conjunto el resto de los yacimientos de este territorio. La exposición de los vasos campaniformes ilicitanos y la grandiosa reconstruccion de los monumentos funerarios ibéricos -el pilar-estela culminado por la imagen esculpida del toro, y el turriforme de las esfinges-, ofrecen a quienes lo visitan el gozo de disfrutar del antiguo esplendor de las épocas protohistóricas, a las que se suman la belleza de las piezas romanas imperiales y las tradiciones artesanales islámicas.





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