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  —62→  

ArribaAbajoEscena X

 

ROSARIO, después RAFAELA.

 

ROSARIO.-    (Dejando de amasar, coge el rodillo para extender la masa.)   ¡Ay Dios mío!  (Suspirando fuerte.)  ¡Si apenas me atrevo a decírmelo a mí misma! Pero es un hecho, y me lo digo, me lo confieso, me lo arrojo a mi propia cara... Las ideas de este hombre me seducen, me enamoran... No, no son las ideas, es la persona, es él...  (Ha extendido la masa formando una placa sobre el tablero. Con el cuchillo saca una tira de masa. Suspende el trabajo, cogiendo entre los dedos un pedacito de masa, y trabajando maquinalmente, pensando en otra cosa.)  ¿Pero qué? Rosario, ¿no te avergüenzas de tu debilidad? ¡Enamorada de un pobre bastardo!... de un... ¡Ah! si yo pudiera hacer un mundo nuevo, sociedad nueva, personas nuevas, como hago con esta pasta las figuritas que se me antojan!  (Examinando una figurita que ha moldeado rápidamente.)  No, no; hay, que aceptar el muñeco humano, como él es, como le hicieron los pasteleros de antes...  (Deshaciendo la figurita y estrujando la masa.)  Aún no está bien ligada.  (Arrolla la placa y pasa el rodillo de nuevo.)  ¡Pobre Víctor!... ¡Qué destino el suyo!  (Quédase meditabunda, las manos en el rodillo.) 

RAFAELA.-    (Por el foro con un paquetito.)  De parte del señor Marqués. Encargome que lo entregara en propia mano.

ROSARIO.-   ¡Ah! las cartas... Sarah...  (Sin poder cogerlo.)  Pónmelo en el bolsillo del delantal.

RAFAELA.-    (Poniendo el paquetito en el bolsillo.) ¿Quiere la señora que le ayude?

ROSARIO.-    (Volviendo a formar la placa.)  No, déjame sola.

 

(Vase   —63→   RAFAELA.)

 

Pues señor... causa espanto mirar el abismo que se abre entre Víctor y D. César.  (Coge el cuchillo y hace tiras de masa. Quédase meditabunda, y suspende el trabajo.)  ¿Me atreveré yo...? No... imposible...



ArribaAbajoEscena XI

 

ROSARIO, VÍCTOR por la izquierda, segundo término.

 

VÍCTOR.-   Dentro de dos minutos a punto estará.

ROSARIO.-    (Distraída.)  ¿Quién?

VÍCTOR.-   El horno.

ROSARIO.-    (Pónese a labrar las rosquillas, enroscando tiritas de masa.)  Rosario, date prisa.

VÍCTOR.-   Pareciome, al entrar, que hablaba usted sola.

ROSARIO.-   Sí; y decía que es gran simpleza sacrificarlo todo a la verdad, y que el supremo arte de la vida consiste en amoldarnos ciegamente a este cúmulo de ficciones que nos rodea.

VÍCTOR.-   No pienso lo mismo, y a toda mentira, cualquiera que sea su valor, le declaro guerra a muerte.

ROSARIO.-   ¿Ama usted la verdad?

VÍCTOR.-   Sobre todas las cosas.

ROSARIO.-   ¿Y sostiene que la verdad debe imperar siempre?

VÍCTOR.-   Siempre.

ROSARIO.-   ¿Aunque ocasione grandes males?

VÍCTOR.-   La verdad no puede ocasionar males.

ROSARIO.-   Muy pronto lo ha dicho. Está usted muy puritano.

VÍCTOR.-   Y usted muy preguntona.

ROSARIO.-   Otra preguntita. Quiero enterarme de todos sus gustos y aficiones: ¿Ama usted el dinero, las riquezas?

  —64→  

VÍCTOR.-    (Desconcertado.) Esa pregunta... Hecha así... Pues según y conforme...

ROSARIO.-   Usted es enemigo del capital... De modo que le será muy desagradable ver al pícaro capital entrándosele por las puertas. Cogerá usted un palo, y...

VÍCTOR.-   Tanto como eso...

ROSARIO.-   Vamos, que eso del odio al capital es música, sobre todo cuando el capital es propio...  (VÍCTOR quiere hablar. Le impone silencio.)  Aguarde y déjeme concretar la cuestión. Usted tiene una riqueza en perspectiva, una posición, un nombre... Si perdiera todo eso, ¿lo sentiría?

VÍCTOR.-   Riqueza y pobreza serán igualmente buenas para mí si usted me quiere.

ROSARIO.-   ¡Quererle yo! ¿Volvemos al disparate imposible?

VÍCTOR.-   Volvamos a él, y dígame usted que es un imposible... posible.

ROSARIO.-    (Mirándole fijamente.)  ¡Ah! Víctor... Entre usted y yo se alza un fantasma odioso.

VÍCTOR.-    (Asombrado.)  ¡Un fantasma!...

ROSARIO.-   Sí, y para destruírlo, fíjese usted bien en lo que digo, tendría yo que cometer un crimen.

VÍCTOR.-    (Estupefacto.)  ¡Un crimen!

ROSARIO.-   Sí señor, un crimencito... el crimen de Ficóbriga.  (Riendo.) ¡Qué cara pone!

VÍCTOR.-   De veras no entiendo.

ROSARIO.-   ¿Pero usted no sabe una cosa? Que yo soy muy mala; pero muy mala.

VÍCTOR.-   Eso no. Es usted un ángel.

ROSARIO.-   Un ángel capaz de matar; el ángel del asesinato, como llamaron a Carlota Corday.

VÍCTOR.-    (Con creciente asombro.)  ¿Usted... usted capaz de matar?

ROSARIO.-   Sí.

  —65→  

VÍCTOR.-   ¿A quién?

ROSARIO.-   A usted.

VÍCTOR.-    (Tomándolo a broma.)  ¿A mí? Pues bien, de esa mano acepto yo la muerte, siempre que me traiga también el amor.

ROSARIO.-   ¿Y no se enojará conmigo... si le mato?

VÍCTOR.-   Nunca... Si lo duda, póngame usted a prueba... ¿Qué tengo que hacer yo?

ROSARIO.-    (Presentándole una lata con rosquillas.)  Por de pronto, llevarme la primera hornadita...  (Alarmada al ver venir a DON CÉSAR por la derecha.)  ¡Ah! D. César... Disimulo.



ArribaAbajoEscena XII

 

ROSARIO, VÍCTOR, DON CÉSAR.

 

DON CÉSAR.-    (Con sequedad, sorprendido de ver a VÍCTOR.)  ¿Qué tienes tú que hacer aquí?

ROSARIO.-   No le riña usted. Yo le mandé venir.

DON CÉSAR.-   Ocupación es esta, señora mía, más propia de chiquillos y mujeres... Su criada de usted...

ROSARIO.-   La tengo ocupada en otras cosas.

DON CÉSAR.-   Pues venga la Pepita. Y tú... lleva eso, y después... ya sabes; esta misma tarde quiero tener el proyecto de drenaje de la huerta de abajo.

VÍCTOR.-   Bien...  (Retirándose.) (¡Insoportable tiranía!).

 

(Vase por el fondo.)

 


ArribaAbajoEscena XIII

 

ROSARIO, DON CÉSAR.

 

DON CÉSAR.-   Entre usted y Rufina me tienen revuelta la casa con sus trabajitos de juguete, y sus...

  —66→  

ROSARIO.-   A D. José no lo parece mal lo que hacemos. Pero si a usted le disgusta...

DON CÉSAR.-   No, no. Usted manda aquí... Permítame que me siente. No puedo con mi alma.  (Acerca una silla y se sienta junto a la mesa.) 

ROSARIO.-   Como me reprendía...

DON CÉSAR.-   ¡Reprender! no... Siga, siga usted, ya que tiene el mal gusto de rebajarse a menesteres tan impropios de su clase.

ROSARIO.-    (Labrando las rosquillas con presteza.)  Ja, ja... ¿Ahora sale usted con esa antigualla de las clases? Fíjese en que soy pobre, D. César...  (Suspirando.) y hay que ir aprendiendo a ganarse la vida.

DON CÉSAR.-   Y siguen las bromitas. Señora Duquesa de San Quintín, usted hará sus cuentas...

ROSARIO.-   Nunca he servido para la contabilidad.

DON CÉSAR.-   Quiero decir, reflexionará... Porque usted ha de casarse.

ROSARIO.-   O no.

DON CÉSAR.-   Si busca su segundo esposo en la aristocracia, es fácil que vuelva a caer en manos de un desdichado como Gustavito. Yo soy hombre poco simpático, así, a las primeras de cambio, según dicen; pero después... ¡Oh, Rosarito! Yo la querré a usted con alma y vida; le daré una gran posición.

ROSARIO.-   ¿Sabe usted que he tomado asco a las grandes posiciones?

DON CÉSAR.-   Fraseología.

ROSARIO.-   Digo lo que siento. ¡Vaya con D. César! Al cabo de una vida consagrada a la usura, se le ha metido en la cabeza ser duque... Vamos, que si mi padre levantara la cabeza, y viera que usted me pide por esposa...

DON CÉSAR.-   Pues se alegraría.

  —67→  

ROSARIO.-   Y si mi pobre madre resucitara...

DON CÉSAR.-   También se pondría muy contenta. Ea, Rosarito de mi alma, olvidemos antiguas discordias... que nunca tuvieron fundamento. Dígame, por Dios, qué debo hacer para disipar esa aversión...

ROSARIO.-   Pues volver a nacer.

DON CÉSAR.-   Seré su esclavo, y me amoldaré a sus gustos y caprichos. Seré como esa masa blanda que usted coge entre sus dedillos de rosa para hacer de ella lo que quiere.

ROSARIO.-   Sería usted muy duro de amasar.

DON CÉSAR.-   Es que llevaría conmigo mucha azúcar.

ROSARIO.-   Azúcar... dinero... ¡Ay, D. César, para endulzarle a usted no bastaría todo un Océano de miel de caña!

DON CÉSAR.-   Añadiríamos manteca superior, sentimiento, cariño, paz conyugal.

ROSARIO.-   No, no; siempre resultaría un bollo muy amargo.

DON CÉSAR.-    (Levantándose y dando un golpe en el suelo con la silla.)  ¡Diabólica pastelera, usted me vuelve loco! Juega conmigo como un gatito con un ovillo de algodón, y me enreda y me desenreda el alma, y me hace todo una maraña, un lío... y no sé lo que pienso, ni lo que siento...  (Con entereza.)  Ea, concluyamos.

ROSARIO.-   Eso quiero yo, concluir.

DON CÉSAR.-   ¿Usted leyó mi carta?

ROSARIO.-   Ya lo creo.

DON CÉSAR.-   ¿Y por qué no me contesta?

ROSARIO.-   Tenga calma.

DON CÉSAR.-   ¿Más todavía? Me gustan las situaciones despejadas. Sí, o no... Lo contrario de usted que, como aristócrata de lo fino, se pirra por lucir el ingenio flexible, y marca, sí, marca...

ROSARIO.-   Gracias.

  —68→  

DON CÉSAR.-   No... si tengo de usted mejor idea de la que debiera tener... Creo firmemente que usted me contestará, que quizás ha escrito ya la contestación...

ROSARIO.-   Puede ser...

DON CÉSAR.-   (Coquetea furiosamente, afectando despreciar lo que anhela... Si entiendo yo a estas mujeres...).

ROSARIO.-   ¿Qué dice?

DON CÉSAR.-    (Alardeando de sincero.)  Que usted juega conmigo... y con todo ese trasteo, me prepara una grata sorpresa.  (Acércase a la mesa, y apoyando las manos en ella, contempla a ROSARIO de cerca, endulzando la voz.) 

ROSARIO.-   ¿Grata sorpresa?... ¿Está seguro de ello?

DON CÉSAR.-   Sí... Y usted me contestará con un sí muy redondo y muy bonito, que me hará feliz...  (Reparando en el paquetito que ROSARIO tiene en el bolsillo del delantal.)   ¡Ah!... ¿Qué tiene usted ahí...? ¿una carta?...

ROSARIO.-   Puede ser.

DON CÉSAR.-    (Apartándose de la mesa.)  Ya, ya... Esa es la contestación que deseo. Si soy adivino, Rosario... Soy, por desgracia, perro viejo en achaque de diplomacia femenina.

ROSARIO.-   Se conoce, sí.

DON CÉSAR.-   Les calo la intención, les cojo al vuelo los pensamientos...

ROSARIO.-   ¡Qué pillín!... Pues adivineme la respuesta que tengo aquí...

DON CÉSAR.-   Pues... Apostaría que accede... pero con mil circunloquios elegantes, y muchos tiquis miquis... El eterno procedimiento femenil. Mujer al fin... digo, dama.

ROSARIO.-   Lo mismo da.

DON CÉSAR.-    (Mostrando gran impaciencia.)  ¿Me permite usted que me acerque?  (Sin aguardar el permiso, acércase a ROSARIO y mira el paquetito, del cual asoma la mitad.)  Mucho   —69→   abulta... Veo mi nombre... Letra del Marqués de Falfán.

ROSARIO.-   Si es un pliego que mi primo mandó para usted.

DON CÉSAR.-    (Descorazonado.)  ¿Lo de los caballitos?... ¿Por qué no me lo entrega?

ROSARIO.-   No puedo usar las manos.

DON CÉSAR.-   Pues permítame cogerlo.  (Movimiento para coger el paquete. ROSARIO, con súbito sobresalto, lo impide, poniendo la mano sobre el bolsillo.) 

ROSARIO.-   No.

 

(Pausa. Asombro de DON CÉSAR.)

 

DON CÉSAR.-   Pero...

ROSARIO.-   (No me atrevo, no... Cúmplase el destino, y triunfe la mentira).

DON CÉSAR.-    (Muy serio.)  Si ese paquete no es más que lo que creo, ¿por qué no me lo entrega usted?

ROSARIO.-    (Sin saber qué decir.)  Es que...  (Con una idea feliz.)  Acertó usted, D. César. Aquí tengo mi contestación. La junté con los papeles que me dio el Marqués, y lo até todo con esta cinta encarnada.

DON CÉSAR.-    (Impaciente y nervioso.)  ¡Pues démela, por Cristo!

ROSARIO.-   No, no.

DON CÉSAR.-    (Con acritud desdeñosa.)  ¿Tan atroz es lo que usted me dice?

ROSARIO.-   Naturalmente. Concreto mis agravios, como usted me pedía en su carta...

DON CÉSAR.-    (Mostrándose descarado y grosero.)  Y saca usted a colación el caso de su papá... Si su papa de usted, el noble duque de San Quintín, tenía mucho que agradecerme a mí, sí señora. Le libré de ir a la cárcel... Y no soy yo de los que dicen ¡cuidado! que lo merecía... no soy yo, no...

ROSARIO.-    (Nerviosa, balbuciendo de ira.)  ¿Y por qué dicen que es usted tan rastrero como venenoso?

DON CÉSAR.-   Y también me hablará usted de su madre...

  —70→  

ROSARIO.-   No la nombre usted. Sus labios manchan...

DON CÉSAR.-   ¿Que manchan...? ¡Vamos, inocente!... ¿Usted que sabe?

ROSARIO.-    (Furiosa.)  Se atreve a repetir... ¡Oh, que no pueda una débil mujer ahogar al indigno...!  (Detiénese, sofocando la ira. Le mira con desprecio.)  D. César... no hablemos más. No merece usted consideración... ni lástima siquiera.  (Dándole el paquete.)   Tome usted eso.

DON CÉSAR.-   Venga.  (Lo toma.) 

ROSARIO.-   Suplico a usted que me deje.

DON CÉSAR.-   Bueno. Me retiraré.  (Dirígese a la puerta de la derecha y se detiene vacilando, como descontento de sí mismo.)  (¡Demonio! Estuve muy torpe... Me cegó la ira).  (Queriendo reanudar la conversación.)  Rosario...

ROSARIO.-   Basta.

DON CÉSAR.-    (Humillándose.)  Pero usted... ¿ha tomado en serio lo que dije?  (Con hipocresía.)  Sin pensarlo, una palabra tras otra, me voy corriendo, desvarío, llego a la broma impertinente.  (ROSARIO se aparta, volviéndole la espalda.)   ¿Pero qué... no quiero oírme?  (Da algunos pasos hacia ella.)   Es que... mi cabeza está muy débil... del no dormir, del no comer. Confundo los recuerdos... Cualquiera se equivoca... y más un pobre enfermo...

ROSARIO.-   (La bajeza de sus disculpas ofende más que sus ultrajes...).

DON CÉSAR.-   ¿De veras no quiere que le explique...?

ROSARIO.-    (Con sequedad.) No.

DON CÉSAR.-   ¿Me guarda rencor...?

ROSARIO.-    (Con desdén que tiene algo de compasión.)   Ya... no.

DON CÉSAR.-    (Alejándose hacia la puerta.)  Leeré su respuesta, y hablaremos luego. Usted ha de hacerme justicia.

ROSARIO.-   ¡Justicia! De eso se trata.

  —71→  

DON CÉSAR.-    (Desde la puerta, mirándola con pasión.)   (Fierecilla indómita, yo te cogeré... aunque sea con trampa).

 

(Vase.)

 


ArribaAbajoEscena XIV

 

ROSARIO, VÍCTOR, que aparece por la izquierda, segundo término, momentos antes de salir DON CÉSAR, y se detiene acechando su salida.

 

VÍCTOR.-   Se fue... Paréceme que hablaban ustedes con cierta agitación. ¿Qué ocurre?

ROSARIO.-    (Turbada y confusa.)  Nada, no...

VÍCTOR.-    (Cogiendo las latas.)   ¿Llevo esto?

ROSARIO.-    (Se las quita.)  No, ahora no, ¡Dios mío, lo que he hecho!  (Lávase precipitadamente las manos en la jofaina.)   Víctor, perdóname. No, no me perdonarás... Imposible.

VÍCTOR.-    (Alarmado.)   ¿Pero qué...? ¿Qué hace usted?...

ROSARIO.-   Ya ves: lavarme las manos, como Pilatos... digo, no; soy culpable... las tengo ensangrentadas.

VÍCTOR.-    (Sin comprender.)   ¡Rosario!

ROSARIO.-   ¡Ay, Víctor de mi alma! La verdad sobre todo... ¿No piensas eso tú?

VÍCTOR.-   Sí.

ROSARIO.-   ¿Siempre, y en todo caso?

VÍCTOR.-   Siempre, siempre.

ROSARIO.-    (Dejando la toalla, corre hacia VÍCTOR y le pone ambas manos en el pecho, interrogándole con mirar cariñoso.)  ¡Víctor!

VÍCTOR.-   ¿Qué?

ROSARIO.-   ¿Me querrás siempre, siempre?

VÍCTOR.-    (Fascinado y sin saber qué responder.)   ¡Rosario!

ROSARIO.-   ¡Pero qué loca estoy, Dios mío! Le tuteo a usted...   —72→   ¡Qué inconveniencia!

VÍCTOR.-   Es la verdad que hierve y sale...

ROSARIO.-   Sí, sí... Y ahora, vuelvo a repetir: ¿me querrá usted siempre, siempre, a pesar de...?

VÍCTOR.-    (Vivamente.)   ¿A pesar de qué?

ROSARIO.-   De... de esto. Porque el cariño de usted es lo que más estimo en este mundo; y estoy condenada, sí  (Con vivísima emoción.) , a que usted me aborrezca.

VÍCTOR.-   ¿Yo...? ¡Qué desvarío! ¡Pero qué...! ¿Llora usted?

ROSARIO.-    (Secando sus lágrimas.)   No, no.

VÍCTOR.-    (Con pasión.)  Impóngame usted los mayores sacrificios, la esclavitud más dura; sométame a pruebas dolorosas. Este amor no me parecerá bastante puro y grande si no padezco por él agonías de muerte.

ROSARIO.-    (Con profunda tristeza.)   No pida usted pruebas. Ya vendrán.

VÍCTOR.-   Pero explíqueme usted...

ROSARIO.-   No puedo decir nada. Me voy...

VÍCTOR.-    (Queriendo detenerla.)   No...

ROSARIO.-   ¡Oh, déjeme usted...! Ahora voy... al horno.  (Con risa forzada.)   Ya ve usted, tengo que llevar...  (Señalando las dos latas de masa.)   y quiero ver cómo ha salido mi hornada... Adiós... adiós.

 

(Se aleja rápidamente por la izquierda, segundo término.)

 


ArribaAbajoEscena XV

 

VÍCTOR, agitadísimo.

 

VÍCTOR.-   Amor, sí, amor... Lo declara el centelleo de sus ojos, la vibración de su acento... ¿Me equivocaré?  (Confuso.)  No sé...  (Meditando.)   ¿Qué misterio es este que revolotea invisible en torno de mí?... Rosario... esta casa... mi familia...


  —73→  

ArribaAbajoEscena XVI

 

VÍCTOR, DON JOSÉ.

 

DON JOSÉ.-    (Por el foro.)   Me huele a tostado... Esas locas han dejado pasar la tarea. ¡Ah, Víctor!

VÍCTOR.-    (Con vehemencia.)   Abuelo venerable, padre de mi padre, yo quiero ser otro; ya lo soy. Me declaro corregido, transformado...

DON JOSÉ.-   Bien; pero hay que probarlo.

VÍCTOR.-   ¿Lo duda? Disponga usted de mis actos, y también de mis pensamientos. Abjuro de todas las ideas que a usted le repugnaban; me someto, me identifico con la familia que ha de recibirme en su seno...

DON JOSÉ.-   Cabalmente, hoy pensaba tu padre... Ya está ahí Canseco con el acta...



ArribaAbajoEscena XVII

 

Dichos; CANSECO, por el foro; luego DON CÉSAR.

 

CANSECO.-   Mi señor patriarca... Sr. D. Víctor...

DON JOSÉ.-    (Reparando en el documento que CANSECO saca del bolsillo.)  ¿Es el acta?

CANSECO.-   Sí señor.  (Se la entrega.)  

DON JOSÉ.-    (Llamando por la derecha.)  César... hijo mío.

DON CÉSAR.-    (Que sale por la derecha, expresando en su rostro confusión y cólera, que difícilmente puede contener. VÍCTOR y CANSECO le contemplan aterrados.)  ¿Qué quiero usted, padre?

DON JOSÉ.-    (A DON CÉSAR, dándole el documento.)  Entérate.  (DON CÉSAR le echa la zarpa y lo arruga convulsivamente.)  ¿Qué haces?

  —74→  

DON CÉSAR.-   Lo que debo.  (Rompe el papel y arroja los pedazos.)  

DON JOSÉ.-    (Atónito.)   ¿Pero hijo, qué es eso?

DON CÉSAR.-   ¡Destruir, aniquilar...! ¡Oh, no, necio de mí! Fácilmente rasgo este papel... pero aquel oprobio, aquel engaño en que viví, ¿cómo romperlos y reducirlos a la nada? ¿Quién destruye el tiempo, quién los hechos aleves, la superchería infame, mi obcecación estúpida?  (Aterrado mirando a VÍCTOR que continúa a la izquierda del proscenio en expectación dolorosa y muda, y sin entender lo que ocurre.)   ¡Ah... ahí está... ese fraude vivo, mi error de tantos años... Su persona, que hasta hace poco me era grata, ahora me abochorna, me aterra!

VÍCTOR.-   (¡Dios! ¿Qué dice?).

DON JOSÉ.-   Hijo mío, tú deliras.

DON CÉSAR.-    (Con desvarío, los ojos espantados.)  Eso quisiera... delirar... soñar. Pero no, no. Ni aun me queda el consuelo de dudarlo.

DON JOSÉ.-   ¿Qué?

DON CÉSAR.-    (Aparte a DON JOSÉ en voz baja y lúgubre.) Es la propia evidencia, padre, la verdad viva. Es su letra, su fina escritura, bonita y pérfida; es ella misma, que sale del sepulcro, para revelarme su infame impostura.

VÍCTOR.-    (Comprendiendo por la actitud de DON CÉSAR que pasa algo muy grave; pero sin entender lo que es.)  ¿Qué misterio es este?  (A CANSECO que se aproxima.)  ¿Le habrán dicho algo de mí? Calumnia tal vez...

CANSECO.-    (Confuso.)   No sé...

VÍCTOR.-    (Dando dos o tres pasos hacia DON CÉSAR.)   Señor...

DON CÉSAR.-    (Con terror.)  No, te acerques a mí.

DON JOSÉ.-   Víctor, ¿has dado algún disgusto a tu padre?


  —75→  

ArribaAbajoEscena XVIII

 

Dichos; RUFINA, ROSARIO por la izquierda, segundo término. ROSARIO permanece junto al emparrado, y no avanza hasta que VÍCTOR queda solo.

 

RUFINA.-    (Corriendo hacia VÍCTOR.)  Chiquillo, ¿qué haces? Nosotras aguardándote allá.

DON CÉSAR.-   Hija mía, apártate de ese hombre.

RUFINA.-    (Asustada.)   ¿Por qué, papá...?

CANSECO.-   D. César no quiere que nadie se le aproxime.

RUFINA.-    (A su padre.)   Papá, ¿qué ha hecho Víctor?

DON CÉSAR.-    (Aparte a RUFINA y a DON JOSÉ.)  Nada... Es inocente...

RUFINA.-   No entiendo.

DON JOSÉ.-   Yo sí... pero explícanos...

DON CÉSAR.-    (Con gran desaliento.)   No puedo... la verdad me quema los labios... Imposible que yo declare mi afrenta.  (Cae desvanecido en un sillón.)   Me siento muy mal... yo me muero.

 

(Rodéanle todos menos VÍCTOR.)

 

Me falta valor para esta crisis de honra, de conciencia. No sé más que padecer, y maldecir mi destino, y culpar al cielo y a la tierra.  (Con inquietud nerviosa se incorpora en el sillón, sostenido por DON JOSÉ y RUFINA.)  ¡Oh! siento que por mis venas corre fuego, hiel, vergüenza!...

VÍCTOR.-    (Anonadado.)  ¡Pavoroso enigma!... ¿Pero de qué me acusan, vive Dios?  (Con rabia, cerrando los puños.)   ¿De qué debo acusarme?

DON CÉSAR.-   ¡Acusarte!... de nada, de nada... No, no digo nada, no puedo... Siento una cobardía que me abruma... No puedo, no puedo...

VÍCTOR.-   ¡Dios mío!

RUFINA.-    (Abrazando a su padre.)   ¿Estás enfermo?

  —76→  

DON JOSÉ.-   Llevémoslo adentro.

CANSECO.-   Y avisar al médico.

DON JOSÉ.-   Sí, sí.

DON CÉSAR.-    (Conducido por DON JOSÉ, RUFINA y CANSECO.) Hija mía... mi única verdad.  (La besa, llevándola abrazada.) 

DON JOSÉ.-   Vamos, ven.

 

(Vanse por la derecha.)

 


ArribaAbajoEscena XIX

 

VÍCTOR, ROSARIO.

 

VÍCTOR.-    (Airado, corriendo hacia la derecha.) No, no; yo quiero saber...

ROSARIO.-    (Que avanza y lo detiene.)  Aguarda. Lo sabrás por mí.

VÍCTOR.-   ¿Usted, Rosario, usted posee la clave de este horrible misterio?

ROSARIO.-   Sí.

VÍCTOR.-   ¿Y usted sabe...? ¡Oh, por lo que usted más quiera en el mundo, explíqueme...! Mi padre...

ROSARIO.-   No le des tal nombre.

VÍCTOR.-   ¿Por qué?

ROSARIO.-   Porque no lo es.

VÍCTOR.-    (Con espanto.)   ¡Que no lo es!... ¡Que no soy...!

ROSARIO.-    (Rápidamente.)   No me pidas más explicaciones... No eres culpable.  (Gravemente.)   Los culpables no existen... Dios les habrá tomado cuenta.

VÍCTOR.-    (Cubriéndose el rostro.)   ¡Oh!...  (Déjase caer en una silla.)  

ROSARIO.-   La vida humana es caprichosa, y nos sorprende con bruscas revoluciones y mudanzas. ¿No caen los poderosos, los magnates y hasta los reyes? Pues si los grandes caen, ¿por qué no han de caer también los pequeños hasta hundirse y desaparecer en la nada?

  —77→  

VÍCTOR.-    (Sin oír lo que dice.)   Las pruebas, las pruebas de eso... no sé lo que es.

ROSARIO.-   Son irrecusables.

VÍCTOR.-    (Agitadísimo.)   ¿Quién ha manifestado a mi padre?... ¿a D. César?... ¿quién... usted? ¿Con qué objeto, con qué fin?

ROSARIO.-   Con el de la verdad. Creí que no me acusaría por esto quien ama la verdad sobre todas las cosas.

VÍCTOR.-    (Confuso.)  Sí; pero...

ROSARIO.-   ¡La verdad, siempre la verdad! ¿Cabe en tu condición moral usurpar un nombre y una posición que no te pertenecen?

VÍCTOR.-   ¡Oh, eso nunca!

ROSARIO.-   ¿Y te causa pena la pérdida de esos bienes que creías poseer?

VÍCTOR.-   Oh, sería un hipócrita si dijera que este golpe no me hiere en lo más vivo. Ahora, precisamente ahora, anhelaba yo nombre y fortuna para poder aspirar...

ROSARIO.-   ¿A qué?

VÍCTOR.-    (Con grande abatimiento y amargura.)   Y me lo pregunta! ¡Con qué crueldad pone ante mis ojos, prolongada ya hasta lo infinito, la distancia que nos separa!

ROSARIO.-    (Cariñosamente.)   Víctor, resígnate. ¡Cuántas veces, charlando conmigo, protestabas de las jerarquías sociales, maldecías la propiedad, y hasta los nombres, ¡los nombres! vanos ídolos según tú, ante los cuales se inmolaban a veces los sentimientos más puros del alma! Pues bien, ya se ha realizado tu ideal, ya no tienes propiedad, ya no tienes nombre; ya no eres nadie.

VÍCTOR.-    (Rehaciéndose.)  ¿Nadie?... Oh, no tanto, no tan bajo.  (Levántase bruscamente.)  Fuera flaquezas impropias   —78→   de mí. Pasó, pasó la tremenda conmoción de la caída. Aún vivo: soy quien soy.  (Con gran entereza.)   Acepto con ánimo tranquilo las situaciones más difíciles y abrumadoras. No temo nada. El abismo en que caigo no me impone pavor, ni sus soledades tenebrosas me hacen pestañear... Creí poseer los bienes de la tierra, todos, todos, los que dan paz y recreo a la vida, los que estimulan la inteligencia, los que halagan ¡ay! el corazón. ¡Sueño, mentira! Mi destino lo quiere así... ¡Destino cruel, durísimo!  (Con bravura.)   Pues con todas sus durezas y crueldades, yo lo acepto, lo afronto, me abrazo a él para seguir viviendo... Adelante pues... ¿Qué soy... nadie? Bien... soy un hombre, y me basta.

ROSARIO.-   Un hombre, sí, de inteligencia poderosa, de firme voluntad.

VÍCTOR.-   ¡Mi voluntad! Ahí tiene usted el único bien que me queda.

ROSARIO.-    (Con intención.)   ¡Y algo más!

VÍCTOR.-   Me queda un triste amor sin esperanza, ahora con menos esperanza que nunca...  (Con gran vehemencia y profunda curiosidad.)   Pero, dígame usted, Rosario de mi vida, por amor de Dios, ¿qué interés tenía usted en revelar a mi padre, a D. César, eso... eso...? no sé lo que es.

ROSARIO.-   ¡Un interés grande, inmenso!

VÍCTOR.-   ¿Cuál?

ROSARIO.-    (Cohibida.)   Que yo quería decirte...

VÍCTOR.-    (Con ansiedad.)   ¿Qué?

ROSARIO.-   Una cosa que no podría decirte siendo hijo de ese hombre, que aborrezco. Entre el padre apócrifo y el hijo postizo, he abierto un abismo infranqueable.  (Transición de ternura.)   Y ahora que estás solito en el mundo, ahora que no tienes sobre ti la sombra   —79→   execrable de D. César de Buendía, puedo decirte que...

VÍCTOR.-   ¿Qué?

ROSARIO.-    (Con arranque de amor y entusiasmo.)  Nieto de Adán, desheredado de la fortuna, huérfano... del mundo entero, pobrecito mío...  (Pausa: clava los ojos en VÍCTOR. Este, abriendo los brazos, ya hacia ella.)  te quiero...

VÍCTOR.-   ¡Alma mía!

ROSARIO.-   ¡Amor de mi vida!

 

(Se abrazan. Telón rápido.)

 


 
 
FIN DEL ACTO II