Escena XI |
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ROSARIO, VÍCTOR
por la izquierda,
segundo término.
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VÍCTOR.-
Dentro de dos minutos a punto
estará.
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ROSARIO.-
(Distraída.)
¿Quién?
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VÍCTOR.-
El horno.
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ROSARIO.-
(Pónese a labrar las rosquillas,
enroscando tiritas de masa.) Rosario, date prisa.
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VÍCTOR.-
Pareciome, al entrar, que hablaba
usted sola.
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ROSARIO.-
Sí; y decía que es gran
simpleza sacrificarlo todo a la verdad, y que el supremo arte de la vida
consiste en amoldarnos ciegamente a este cúmulo de ficciones que nos
rodea.
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VÍCTOR.-
No pienso lo mismo, y a toda mentira,
cualquiera que sea su valor, le declaro guerra a muerte.
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ROSARIO.-
¿Ama usted la verdad?
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VÍCTOR.-
Sobre todas las cosas.
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ROSARIO.-
¿Y sostiene que la verdad debe
imperar siempre?
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VÍCTOR.-
Siempre.
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ROSARIO.-
¿Aunque ocasione grandes
males?
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VÍCTOR.-
La verdad no puede ocasionar
males.
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ROSARIO.-
Muy pronto lo ha dicho. Está
usted muy puritano.
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VÍCTOR.-
Y usted muy preguntona.
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ROSARIO.-
Otra preguntita. Quiero enterarme de
todos sus gustos y aficiones: ¿Ama usted el dinero, las riquezas?
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—64→
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VÍCTOR.-
(Desconcertado.) Esa pregunta...
Hecha así... Pues según y conforme...
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ROSARIO.-
Usted es enemigo del capital... De
modo que le será muy desagradable ver al pícaro capital
entrándosele por las puertas. Cogerá usted un palo, y...
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VÍCTOR.-
Tanto como eso...
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ROSARIO.-
Vamos, que eso del odio al capital es
música, sobre todo cuando el capital es propio...
(VÍCTOR
quiere hablar.
Le impone silencio.) Aguarde y
déjeme concretar la cuestión. Usted tiene una riqueza en
perspectiva, una posición, un nombre... Si perdiera todo eso, ¿lo
sentiría?
|
VÍCTOR.-
Riqueza y pobreza serán
igualmente buenas para mí si usted me quiere.
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ROSARIO.-
¡Quererle yo! ¿Volvemos
al disparate imposible?
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VÍCTOR.-
Volvamos a él, y dígame
usted que es un imposible... posible.
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ROSARIO.-
(Mirándole fijamente.)
¡Ah! Víctor... Entre usted y yo se alza un fantasma odioso.
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VÍCTOR.-
(Asombrado.) ¡Un
fantasma!...
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ROSARIO.-
Sí, y para destruírlo,
fíjese usted bien en lo que digo, tendría yo que cometer un
crimen.
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VÍCTOR.-
(Estupefacto.) ¡Un
crimen!
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ROSARIO.-
Sí señor, un
crimencito... el crimen de Ficóbriga.
(Riendo.) ¡Qué cara pone!
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VÍCTOR.-
De veras no entiendo.
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ROSARIO.-
¿Pero usted no sabe una cosa?
Que yo soy muy mala; pero muy mala.
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VÍCTOR.-
Eso no. Es usted un ángel.
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ROSARIO.-
Un ángel capaz de matar; el
ángel del asesinato, como llamaron a Carlota Corday.
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VÍCTOR.-
(Con creciente asombro.)
¿Usted... usted capaz de matar?
|
ROSARIO.-
Sí.
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—65→
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VÍCTOR.-
¿A quién?
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ROSARIO.-
A usted.
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VÍCTOR.-
(Tomándolo a broma.)
¿A mí? Pues bien, de esa mano acepto yo la muerte, siempre que me
traiga también el amor.
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ROSARIO.-
¿Y no se enojará
conmigo... si le mato?
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VÍCTOR.-
Nunca... Si lo duda, póngame
usted a prueba... ¿Qué tengo que hacer yo?
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ROSARIO.-
(Presentándole una lata con rosquillas.) Por de pronto, llevarme la primera hornadita...
(Alarmada al ver venir
a
DON CÉSAR
por la derecha.) ¡Ah! D. César... Disimulo.
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Escena XIII |
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ROSARIO, DON CÉSAR.
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DON CÉSAR.-
Entre usted y Rufina me tienen
revuelta la casa con sus trabajitos de juguete, y sus...
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—66→
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ROSARIO.-
A D. José no lo parece mal lo
que hacemos. Pero si a usted le disgusta...
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DON CÉSAR.-
No, no. Usted manda aquí...
Permítame que me siente. No puedo con mi alma.
(Acerca una silla y se
sienta junto a la mesa.)
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ROSARIO.-
Como me reprendía...
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DON CÉSAR.-
¡Reprender! no... Siga, siga
usted, ya que tiene el mal gusto de rebajarse a menesteres tan impropios de su
clase.
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ROSARIO.-
(Labrando las rosquillas con presteza.)
Ja, ja... ¿Ahora sale usted con esa antigualla de las clases?
Fíjese en que soy pobre, D. César...
(Suspirando.) y hay que ir aprendiendo a ganarse la vida.
|
DON CÉSAR.-
Y siguen las bromitas. Señora
Duquesa de San Quintín, usted hará sus cuentas...
|
ROSARIO.-
Nunca he servido para la
contabilidad.
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DON CÉSAR.-
Quiero decir, reflexionará...
Porque usted ha de casarse.
|
ROSARIO.-
O no.
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DON CÉSAR.-
Si busca su segundo esposo en la
aristocracia, es fácil que vuelva a caer en manos de un desdichado como
Gustavito. Yo soy hombre poco simpático, así, a las primeras de
cambio, según dicen; pero después... ¡Oh, Rosarito! Yo la
querré a usted con alma y vida; le daré una gran
posición.
|
ROSARIO.-
¿Sabe usted que he tomado asco
a las grandes posiciones?
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DON CÉSAR.-
Fraseología.
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ROSARIO.-
Digo lo que siento. ¡Vaya con D.
César! Al cabo de una vida consagrada a la usura, se le ha metido en la
cabeza ser duque... Vamos, que si mi padre levantara la cabeza, y viera que
usted me pide por esposa...
|
DON CÉSAR.-
Pues se alegraría.
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—67→
|
ROSARIO.-
Y si mi pobre madre resucitara...
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DON CÉSAR.-
También se pondría muy
contenta. Ea, Rosarito de mi alma, olvidemos antiguas discordias... que nunca
tuvieron fundamento. Dígame, por Dios, qué debo hacer para
disipar esa aversión...
|
ROSARIO.-
Pues volver a nacer.
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DON CÉSAR.-
Seré su esclavo, y me
amoldaré a sus gustos y caprichos. Seré como esa masa blanda que
usted coge entre sus dedillos de rosa para hacer de ella lo que quiere.
|
ROSARIO.-
Sería usted muy duro de
amasar.
|
DON CÉSAR.-
Es que llevaría conmigo mucha
azúcar.
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ROSARIO.-
Azúcar... dinero... ¡Ay,
D. César, para endulzarle a usted no bastaría todo un
Océano de miel de caña!
|
DON CÉSAR.-
Añadiríamos manteca
superior, sentimiento, cariño, paz conyugal.
|
ROSARIO.-
No, no; siempre resultaría un
bollo muy amargo.
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DON CÉSAR.-
(Levantándose y dando un golpe en el suelo con la
silla.) ¡Diabólica pastelera,
usted me vuelve loco! Juega conmigo como un gatito con un ovillo de
algodón, y me enreda y me desenreda el alma, y me hace todo una
maraña, un lío... y no sé lo que pienso, ni lo que
siento...
(Con entereza.) Ea, concluyamos.
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ROSARIO.-
Eso quiero yo, concluir.
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DON CÉSAR.-
¿Usted leyó mi
carta?
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ROSARIO.-
Ya lo creo.
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DON CÉSAR.-
¿Y por qué no me
contesta?
|
ROSARIO.-
Tenga calma.
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DON CÉSAR.-
¿Más todavía? Me
gustan las situaciones despejadas. Sí, o no... Lo contrario de usted
que, como aristócrata de lo fino, se pirra por lucir el ingenio
flexible, y marca, sí, marca...
|
ROSARIO.-
Gracias.
|
—68→
|
DON CÉSAR.-
No... si tengo de usted mejor idea de
la que debiera tener... Creo firmemente que usted me contestará, que
quizás ha escrito ya la contestación...
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ROSARIO.-
Puede ser...
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DON CÉSAR.-
(Coquetea furiosamente, afectando
despreciar lo que anhela... Si entiendo yo a estas mujeres...).
|
ROSARIO.-
¿Qué dice?
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DON CÉSAR.-
(Alardeando de sincero.) Que usted
juega conmigo... y con todo ese trasteo, me prepara una grata sorpresa.
(Acércase a la
mesa, y apoyando las manos en ella,
contempla a
ROSARIO
de cerca, endulzando la
voz.)
|
ROSARIO.-
¿Grata sorpresa?...
¿Está seguro de ello?
|
DON CÉSAR.-
Sí... Y usted me
contestará con un sí muy redondo y muy bonito, que me hará
feliz...
(Reparando en el paquetito
que
ROSARIO
tiene en el bolsillo del delantal.) ¡Ah!... ¿Qué tiene usted
ahí...? ¿una carta?...
|
ROSARIO.-
Puede ser.
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DON CÉSAR.-
(Apartándose de la mesa.)
Ya, ya... Esa es la contestación que deseo. Si soy adivino,
Rosario... Soy, por desgracia, perro viejo en achaque de diplomacia
femenina.
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ROSARIO.-
Se conoce, sí.
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DON CÉSAR.-
Les calo la intención, les cojo
al vuelo los pensamientos...
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ROSARIO.-
¡Qué pillín!...
Pues adivineme la respuesta que tengo aquí...
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DON CÉSAR.-
Pues... Apostaría que accede...
pero con mil circunloquios elegantes, y muchos tiquis miquis... El eterno
procedimiento femenil. Mujer al fin... digo, dama.
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ROSARIO.-
Lo mismo da.
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DON CÉSAR.-
(Mostrando gran impaciencia.)
¿Me permite usted que me acerque?
(Sin aguardar el
permiso,
acércase a
ROSARIO y mira el
paquetito, del cual asoma la mitad.) Mucho
—69→
abulta... Veo mi nombre... Letra
del Marqués de Falfán.
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ROSARIO.-
Si es un pliego que mi primo
mandó para usted.
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DON CÉSAR.-
(Descorazonado.) ¿Lo de los
caballitos?... ¿Por qué no me lo entrega?
|
ROSARIO.-
No puedo usar las manos. |
DON CÉSAR.-
Pues permítame cogerlo.
(Movimiento para coger el
paquete.
ROSARIO, con súbito
sobresalto, lo impide,
poniendo la mano sobre el bolsillo.)
|
ROSARIO.-
No.
|
|
(Pausa.
Asombro de
DON CÉSAR.)
|
DON CÉSAR.-
Pero...
|
ROSARIO.-
(No me atrevo, no... Cúmplase
el destino, y triunfe la mentira).
|
DON CÉSAR.-
(Muy serio.) Si ese paquete no es
más que lo que creo, ¿por qué no me lo entrega usted?
|
ROSARIO.-
(Sin saber qué decir.) Es
que...
(Con una idea
feliz.) Acertó usted, D. César.
Aquí tengo mi contestación. La junté con los papeles que
me dio el Marqués, y lo até todo con esta cinta encarnada.
|
DON CÉSAR.-
(Impaciente y nervioso.)
¡Pues démela, por Cristo!
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ROSARIO.-
No, no.
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DON CÉSAR.-
(Con acritud desdeñosa.)
¿Tan atroz es lo que usted me dice?
|
ROSARIO.-
Naturalmente. Concreto mis agravios,
como usted me pedía en su carta...
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DON CÉSAR.-
(Mostrándose descarado y grosero.)
Y saca usted a colación el caso de su papá... Si su papa
de usted, el noble duque de San Quintín, tenía mucho que
agradecerme a mí, sí señora. Le libré de ir a la
cárcel... Y no soy yo de los que dicen ¡cuidado! que lo
merecía... no soy yo, no...
|
ROSARIO.-
(Nerviosa,
balbuciendo de ira.)
¿Y por qué dicen que es usted tan rastrero como
venenoso?
|
DON CÉSAR.-
Y también me hablará
usted de su madre...
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—70→
|
ROSARIO.-
No la nombre usted. Sus labios
manchan...
|
DON CÉSAR.-
¿Que manchan...? ¡Vamos,
inocente!... ¿Usted que sabe?
|
ROSARIO.-
(Furiosa.) Se atreve a repetir...
¡Oh, que no pueda una débil mujer ahogar al indigno...!
(Detiénese,
sofocando la ira.
Le mira con desprecio.)
D. César... no hablemos más. No merece usted
consideración... ni lástima siquiera.
(Dándole el
paquete.) Tome usted eso.
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DON CÉSAR.-
Venga.
(Lo toma.)
|
ROSARIO.-
Suplico a usted que me deje.
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DON CÉSAR.-
Bueno. Me retiraré.
(Dirígese a la
puerta de la derecha y se detiene vacilando,
como descontento de sí mismo.) (¡Demonio! Estuve muy torpe... Me cegó
la ira).
(Queriendo reanudar la
conversación.) Rosario...
|
ROSARIO.-
Basta.
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DON CÉSAR.-
(Humillándose.) Pero
usted... ¿ha tomado en serio lo que dije?
(Con
hipocresía.) Sin pensarlo, una palabra
tras otra, me voy corriendo, desvarío, llego a la broma impertinente.
(ROSARIO
se aparta,
volviéndole la espalda.)
¿Pero qué... no quiero oírme?
(Da algunos pasos hacia
ella.) Es que... mi cabeza está muy
débil... del no dormir, del no comer. Confundo los recuerdos...
Cualquiera se equivoca... y más un pobre enfermo...
|
ROSARIO.-
(La bajeza de sus disculpas ofende
más que sus ultrajes...).
|
DON CÉSAR.-
¿De veras no quiere que le
explique...?
|
ROSARIO.-
(Con sequedad.) No.
|
DON CÉSAR.-
¿Me guarda rencor...?
|
ROSARIO.-
(Con desdén que tiene algo de compasión.) Ya... no.
|
DON CÉSAR.-
(Alejándose hacia la puerta.)
Leeré su respuesta, y hablaremos luego. Usted ha de hacerme
justicia.
|
ROSARIO.-
¡Justicia! De eso se trata.
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—71→
|
DON CÉSAR.-
(Desde la puerta,
mirándola con pasión.)
(Fierecilla indómita, yo te cogeré... aunque sea con
trampa).
|
|
(Vase.)
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Escena XIV |
|
ROSARIO,
VÍCTOR, que aparece por la izquierda, segundo término, momentos
antes de salir
DON CÉSAR, y se detiene acechando su
salida.
|
VÍCTOR.-
Se fue... Paréceme que hablaban
ustedes con cierta agitación. ¿Qué ocurre?
|
ROSARIO.-
(Turbada y confusa.) Nada,
no...
|
VÍCTOR.-
(Cogiendo las latas.)
¿Llevo esto?
|
ROSARIO.-
(Se las quita.) No, ahora no,
¡Dios mío, lo que he hecho!
(Lávase
precipitadamente las manos en la jofaina.)
Víctor, perdóname. No, no me perdonarás... Imposible.
|
VÍCTOR.-
(Alarmado.) ¿Pero
qué...? ¿Qué hace usted?...
|
ROSARIO.-
Ya ves: lavarme las manos, como
Pilatos... digo, no; soy culpable... las tengo ensangrentadas.
|
VÍCTOR.-
(Sin comprender.)
¡Rosario!
|
ROSARIO.-
¡Ay, Víctor de mi alma!
La verdad sobre todo... ¿No piensas eso tú?
|
VÍCTOR.-
Sí.
|
ROSARIO.-
¿Siempre, y en todo caso?
|
VÍCTOR.-
Siempre, siempre.
|
ROSARIO.-
(Dejando la toalla,
corre hacia
VÍCTOR
y le pone ambas manos en el pecho,
interrogándole con mirar
cariñoso.) ¡Víctor!
|
VÍCTOR.-
¿Qué?
|
ROSARIO.-
¿Me querrás siempre,
siempre?
|
VÍCTOR.-
(Fascinado y sin saber qué responder.) ¡Rosario!
|
ROSARIO.-
¡Pero qué loca estoy,
Dios mío! Le tuteo a usted...
—72→
¡Qué
inconveniencia!
|
VÍCTOR.-
Es la verdad que hierve y sale...
|
ROSARIO.-
Sí, sí... Y ahora,
vuelvo a repetir: ¿me querrá usted siempre, siempre, a pesar
de...?
|
VÍCTOR.-
(Vivamente.) ¿A pesar de
qué?
|
ROSARIO.-
De... de esto. Porque el cariño
de usted es lo que más estimo en este mundo; y estoy condenada,
sí
(Con vivísima
emoción.) , a que usted me
aborrezca.
|
VÍCTOR.-
¿Yo...? ¡Qué
desvarío! ¡Pero qué...! ¿Llora usted?
|
ROSARIO.-
(Secando sus lágrimas.) No,
no.
|
VÍCTOR.-
(Con pasión.)
Impóngame usted los mayores sacrificios, la esclavitud más dura;
sométame a pruebas dolorosas. Este amor no me parecerá bastante
puro y grande si no padezco por él agonías de muerte.
|
ROSARIO.-
(Con profunda tristeza.) No pida
usted pruebas. Ya vendrán.
|
VÍCTOR.-
Pero explíqueme usted...
|
ROSARIO.-
No puedo decir nada. Me voy...
|
VÍCTOR.-
(Queriendo detenerla.) No...
|
ROSARIO.-
¡Oh, déjeme usted...!
Ahora voy... al horno.
(Con risa forzada.) Ya ve usted, tengo que llevar...
(Señalando las dos
latas de masa.) y quiero ver cómo ha
salido mi hornada... Adiós... adiós.
|
|
(Se aleja
rápidamente por la izquierda,
segundo término.)
|
Escena XVII |
|
Dichos;
CANSECO, por el foro;
luego
DON CÉSAR.
|
CANSECO.-
Mi señor patriarca... Sr. D.
Víctor...
|
DON JOSÉ.-
(Reparando en el documento que
CANSECO
saca del bolsillo.) ¿Es el acta?
|
CANSECO.-
Sí señor.
(Se la entrega.)
|
DON JOSÉ.-
(Llamando por la derecha.)
César... hijo mío.
|
DON CÉSAR.-
(Que sale por la derecha, expresando en su rostro
confusión y cólera, que difícilmente
puede contener.
VÍCTOR
y
CANSECO
le contemplan aterrados.) ¿Qué quiero usted, padre?
|
DON JOSÉ.-
(A
DON CÉSAR, dándole el
documento.) Entérate.
(DON CÉSAR
le echa la zarpa y lo arruga
convulsivamente.) ¿Qué haces?
|
—74→
|
DON CÉSAR.-
Lo que debo.
(Rompe el papel y arroja
los pedazos.)
|
DON JOSÉ.-
(Atónito.) ¿Pero
hijo, qué es eso?
|
DON CÉSAR.-
¡Destruir, aniquilar...!
¡Oh, no, necio de mí! Fácilmente rasgo este papel... pero
aquel oprobio, aquel engaño en que viví, ¿cómo
romperlos y reducirlos a la nada? ¿Quién destruye el tiempo,
quién los hechos aleves, la superchería infame, mi
obcecación estúpida?
(Aterrado mirando a
VÍCTOR
que continúa a la izquierda del proscenio
en expectación dolorosa y muda,
y sin entender lo que ocurre.) ¡Ah... ahí está... ese fraude
vivo, mi error de tantos años... Su persona, que hasta hace poco me era
grata, ahora me abochorna, me aterra!
|
VÍCTOR.-
(¡Dios! ¿Qué
dice?).
|
DON JOSÉ.-
Hijo mío, tú
deliras.
|
DON CÉSAR.-
(Con desvarío, los ojos
espantados.) Eso quisiera... delirar...
soñar. Pero no, no. Ni aun me queda el consuelo de dudarlo.
|
DON JOSÉ.-
¿Qué?
|
DON CÉSAR.-
(Aparte a
DON JOSÉ
en voz baja y lúgubre.) Es la propia evidencia, padre, la verdad viva. Es su
letra, su fina escritura, bonita y pérfida; es ella misma, que sale del
sepulcro, para revelarme su infame impostura.
|
VÍCTOR.-
(Comprendiendo por la actitud de
DON CÉSAR
que pasa algo muy grave; pero
sin entender lo que es.) ¿Qué
misterio es este?
(A
CANSECO
que se aproxima.) ¿Le habrán dicho algo de mí?
Calumnia tal vez...
|
CANSECO.-
(Confuso.) No sé...
|
VÍCTOR.-
(Dando dos o tres pasos hacia
DON CÉSAR.) Señor...
|
DON CÉSAR.-
(Con terror.) No, te acerques a
mí.
|
DON JOSÉ.-
Víctor, ¿has dado
algún disgusto a tu padre?
|
Escena XVIII |
|
Dichos;
RUFINA,
ROSARIO por la izquierda, segundo
término.
ROSARIO
permanece junto al emparrado, y
no avanza hasta que
VÍCTOR
queda solo.
|
RUFINA.-
(Corriendo hacia
VÍCTOR.) Chiquillo,
¿qué haces? Nosotras aguardándote allá.
|
DON CÉSAR.-
Hija mía, apártate de
ese hombre.
|
RUFINA.-
(Asustada.) ¿Por
qué, papá...?
|
CANSECO.-
D. César no quiere que nadie se
le aproxime.
|
RUFINA.-
(A su padre.) Papá,
¿qué ha hecho Víctor?
|
DON CÉSAR.-
(Aparte a
RUFINA
y a
DON JOSÉ.) Nada... Es
inocente...
|
RUFINA.-
No entiendo.
|
DON JOSÉ.-
Yo sí... pero
explícanos...
|
DON CÉSAR.-
(Con gran desaliento.) No puedo...
la verdad me quema los labios... Imposible que yo declare mi afrenta.
(Cae desvanecido en un
sillón.) Me siento muy mal... yo me
muero.
(Rodéanle todos
menos
VÍCTOR.)
Me falta valor para esta
crisis de honra, de conciencia. No sé más que padecer, y maldecir
mi destino, y culpar al cielo y a la tierra.
(Con inquietud nerviosa se
incorpora en el sillón,
sostenido por
DON JOSÉ y
RUFINA.) ¡Oh! siento que por mis
venas corre fuego, hiel, vergüenza!...
|
VÍCTOR.-
(Anonadado.) ¡Pavoroso
enigma!... ¿Pero de qué me acusan, vive Dios?
(Con rabia,
cerrando los puños.) ¿De qué debo acusarme?
|
DON CÉSAR.-
¡Acusarte!... de nada, de
nada... No, no digo nada, no puedo... Siento una cobardía que me
abruma... No puedo, no puedo...
|
VÍCTOR.-
¡Dios mío!
|
RUFINA.-
(Abrazando a su padre.)
¿Estás enfermo?
|
—76→
|
DON JOSÉ.-
Llevémoslo adentro.
|
CANSECO.-
Y avisar al médico.
|
DON JOSÉ.-
Sí, sí.
|
DON CÉSAR.-
(Conducido por
DON JOSÉ, RUFINA y
CANSECO.) Hija mía... mi
única verdad.
(La besa,
llevándola abrazada.)
|
DON JOSÉ.-
Vamos, ven.
|
|
(Vanse por la
derecha.)
|
Escena XIX |
|
VÍCTOR, ROSARIO.
|
VÍCTOR.-
(Airado,
corriendo hacia la derecha.) No, no; yo quiero saber...
|
ROSARIO.-
(Que avanza y lo detiene.) Aguarda.
Lo sabrás por mí.
|
VÍCTOR.-
¿Usted, Rosario, usted posee la
clave de este horrible misterio?
|
ROSARIO.-
Sí.
|
VÍCTOR.-
¿Y usted sabe...? ¡Oh,
por lo que usted más quiera en el mundo, explíqueme...! Mi
padre...
|
ROSARIO.-
No le des tal nombre.
|
VÍCTOR.-
¿Por qué?
|
ROSARIO.-
Porque no lo es.
|
VÍCTOR.-
(Con espanto.) ¡Que no lo
es!... ¡Que no soy...!
|
ROSARIO.-
(Rápidamente.) No me pidas
más explicaciones... No eres culpable.
(Gravemente.) Los culpables no existen... Dios les habrá
tomado cuenta.
|
VÍCTOR.-
(Cubriéndose el rostro.)
¡Oh!...
(Déjase caer en una
silla.)
|
ROSARIO.-
La vida humana es caprichosa, y nos
sorprende con bruscas revoluciones y mudanzas. ¿No caen los poderosos,
los magnates y hasta los reyes? Pues si los grandes caen, ¿por
qué no han de caer también los pequeños hasta hundirse y
desaparecer en la nada?
|
—77→
|
VÍCTOR.-
(Sin oír lo que dice.) Las
pruebas, las pruebas de eso... no sé lo que es.
|
ROSARIO.-
Son irrecusables.
|
VÍCTOR.-
(Agitadísimo.)
¿Quién ha manifestado a mi padre?... ¿a D.
César?... ¿quién... usted? ¿Con qué objeto,
con qué fin?
|
ROSARIO.-
Con el de la verdad. Creí que
no me acusaría por esto quien ama la verdad sobre todas las cosas.
|
VÍCTOR.-
(Confuso.) Sí; pero...
|
ROSARIO.-
¡La verdad, siempre la verdad!
¿Cabe en tu condición moral usurpar un nombre y una
posición que no te pertenecen?
|
VÍCTOR.-
¡Oh, eso nunca!
|
ROSARIO.-
¿Y te causa pena la
pérdida de esos bienes que creías poseer?
|
VÍCTOR.-
Oh, sería un hipócrita
si dijera que este golpe no me hiere en lo más vivo. Ahora, precisamente
ahora, anhelaba yo nombre y fortuna para poder aspirar...
|
ROSARIO.-
¿A qué?
|
VÍCTOR.-
(Con grande abatimiento y amargura.)
Y me lo pregunta! ¡Con qué crueldad pone ante mis ojos,
prolongada ya hasta lo infinito, la distancia que nos separa!
|
ROSARIO.-
(Cariñosamente.)
Víctor, resígnate. ¡Cuántas veces, charlando
conmigo, protestabas de las jerarquías sociales, maldecías la
propiedad, y hasta los nombres, ¡los nombres! vanos ídolos
según tú, ante los cuales se inmolaban a veces los sentimientos
más puros del alma! Pues bien, ya se ha realizado tu ideal, ya no tienes
propiedad, ya no tienes nombre; ya no eres nadie.
|
VÍCTOR.-
(Rehaciéndose.)
¿Nadie?... Oh, no tanto, no tan bajo.
(Levántase
bruscamente.) Fuera flaquezas impropias
—78→
de mí. Pasó, pasó la tremenda
conmoción de la caída. Aún vivo: soy quien soy.
(Con gran
entereza.) Acepto con ánimo tranquilo
las situaciones más difíciles y abrumadoras. No temo nada. El
abismo en que caigo no me impone pavor, ni sus soledades tenebrosas me hacen
pestañear... Creí poseer los bienes de la tierra, todos, todos,
los que dan paz y recreo a la vida, los que estimulan la inteligencia, los que
halagan ¡ay! el corazón. ¡Sueño, mentira! Mi destino
lo quiere así... ¡Destino cruel, durísimo!
(Con bravura.) Pues con todas sus
durezas y crueldades, yo lo acepto, lo afronto, me abrazo a él para
seguir viviendo... Adelante pues... ¿Qué soy... nadie? Bien...
soy un hombre, y me basta.
|
ROSARIO.-
Un hombre, sí, de inteligencia
poderosa, de firme voluntad.
|
VÍCTOR.-
¡Mi voluntad! Ahí tiene
usted el único bien que me queda.
|
ROSARIO.-
(Con intención.) ¡Y
algo más!
|
VÍCTOR.-
Me queda un triste amor sin esperanza,
ahora con menos esperanza que nunca...
(Con gran vehemencia y
profunda curiosidad.) Pero, dígame
usted, Rosario de mi vida, por amor de Dios, ¿qué interés
tenía usted en revelar a mi padre, a D. César, eso... eso...? no
sé lo que es.
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ROSARIO.-
¡Un interés grande,
inmenso!
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VÍCTOR.-
¿Cuál?
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ROSARIO.-
(Cohibida.) Que yo quería
decirte...
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VÍCTOR.-
(Con ansiedad.)
¿Qué?
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ROSARIO.-
Una cosa que no podría decirte
siendo hijo de ese hombre, que aborrezco. Entre el padre apócrifo y el
hijo postizo, he abierto un abismo infranqueable.
(Transición de
ternura.) Y ahora que estás solito en
el mundo, ahora que no tienes sobre ti la sombra
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execrable de D.
César de Buendía, puedo decirte que...
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VÍCTOR.-
¿Qué?
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ROSARIO.-
(Con arranque de amor y entusiasmo.)
Nieto de Adán, desheredado de la fortuna, huérfano... del
mundo entero, pobrecito mío...
(Pausa:
clava los ojos en
VÍCTOR. Este,
abriendo los brazos,
ya hacia ella.)
te quiero...
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VÍCTOR.-
¡Alma mía!
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ROSARIO.-
¡Amor de mi vida!
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(Se abrazan.
Telón rápido.)
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