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11

Antonio Espina, «Una silueta de 1830 (Vigny, por Paul Brach)», El Sol, 01-04-1928, p. 2. El escritor realizó también la crítica de la misma biografía de Paul Brach para Revista de Occidente, donde volvió a incidir en la preferencia de los lectores por las biografías frente a la novela: «Sin duda, el gusto del lector obedece, en este caso, al cansancio que en él -en el lector- va produciendo la novela poemática e imaginista, en la cual la referencia directa de la vida se escamotea constantemente bajo variados pretextos.» (Antonio Espina, «P. Brach: La destinée du comte Alfred de Vigny», Revista de Occidente, T. XIX, n.º LVII (abril 1928), p. 434).

 

12

Obsérvese que lo referido por Ortega y Gasset en Ideas sobre la novela (1925) sobre la necesidad de mostrar a los personajes en su viveza, verlos configurarse por sus actos antes que por descripciones, no está alejado de las consideraciones respecto de los biografiados novelescos: «La esencia de lo novelesco -adviértase que me refiero tan sólo a la novela moderna- no está en lo que pasa, sino precisamente en lo que no es "pasar algo", en el puro vivir, en el ser y el estar de los personajes, sobre todo en su conjunto o ambiente.» (José Ortega y Gasset, Ideas sobre la novela, Obras completas, Tomo III, Madrid: Alianza Editorial; Revista de Occidente, 1983, pp. 407-408).

 

13

Melchor Fernández Almagro, «El "Luis Candelas" de Antonio Espina», La Gaceta Literaria, n.º 74 (15-01-1930), p. 1.

 

14

Desde su aparición, las biografías noveladas se relacionaron con el cambio de paradigma que supusieron los estudios psicológicos, especialmente desde las teorías freudianas. Antonio Marichalar, en su artículo «Las "vidas" y Lytton Strachey», se hacía eco de las opiniones de Alan Valentine, que en un curso de lecturas biográficas en Oxford respondía que los lectores de aquel momento estaban ávidos de encontrar liberación y refugio en otras existencias más interesantes -un factor que está en relación con el contexto posbélico-, y de Trueblood, crítico norteamericano que sostenía que el fenómeno correspondía al incremento de estudios psicológicos en torno al problema de la personalidad (Antonio Marichalar, «Las "vidas" y Lytton Strachey», Revista de Occidente, T. XIX, n.º LVII (marzo 1928), pp. 343-344).

 

15

Máximo José Kahn, «La hora biográfica», El Sol, 21-09-1930, p. 2.

 

16

Fernando Vela, «El "Byron" de Maurois: De la novela a la autobiografía», El Sol, 15-06-1930, p. 2.

 

17

En la reseña que Antonio Espina dedicó en La Revista de Occidente a la biografía Joaquín Costa, el gran fracasado que Manuel Ciges Aparicio escribió para la colección de Espasa-Calpe destacaba justamente esa idea orteguiana de mostrar un modelo vital que evidenciara que la vida es un drama entre la vocación, lo interior, y las circunstancias, lo exterior: «Ciges Aparicio narra con fuerza dramática esta lucha constante del hombre contra su destino, el odio maldito, el morbo maldito y la necedad maldita del ambiente en que vivía, pues ninguna circunstancia adversa perdonó, con ojeriza de bíblico anatema, al buen concitador. Todo un carácter, evidentemente. El triunfo interior, el de la voluntad y la inteligencia, lo obtuvo. El otro, no. El otro, de conseguirlo, debiera habérselo otorgado su país, y éste no quiso hacerlo.» (Antonio Espina, «Ciges Aparicio: Joaquín Costa, el gran fracasado», Revista de Occidente, T. XXX, n.º LXXXVIII (octubre 1930), pp. 138-139).

 

18

En el artículo «Sobre unas "memorias"» (1927), incluido en El espíritu de la letra, Ortega y Gasset aludía a la complacencia en la vida que conllevaban las memorias, hecho que explicaba que en Francia hubieran proliferado más que en España, como si el español no tuviera ese apego a la vida y la sintiera como un auténtico «dolor de muelas» (José Ortega y Gasset, «Sobre unas "memorias"», Obras completas, Tomo III, Madrid: Alianza Editorial; Revista de Occidente, 1983, p. 590).

 

19

José Ortega y Gasset, «A una edición de sus obras», Obras completas, Tomo VI, Madrid: Alianza Editorial; Revista de Occidente, 1983, p. 343.

 

20

El filósofo madrileño también defendía la idoneidad de conocer las vidas de otros tiempos en «Para un museo romántico» (1927), ya que aseguraba que lo que distingue unas épocas de otras no son las ideas, las artes, la política o la industria, sino el diferente sentimiento radical de la vida en cada una de ellas. El hombre culto debía «confrontarse con los hombres de otros tiempos, asomarse a su intimidad» para así poder percatarse de su propia sensibilidad y destino histórico (José Ortega y Gasset, «Para un museo de lo romántico», Obras completas, Tomo II, Madrid: Alianza Editorial; Revista de Occidente, 1983, p. 517).