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La Dinastía IV: la era de las pirámides

Teresa Bedman González



[Texto publicado en Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.]

[Conferencia impartida en el Instituto de Estudios Islámicos. Madrid, noviembre de 1994.]





Cuando pensamos en Egipto, hay dos cosas que siempre saltan a nuestras mentes: el Nilo y las pirámides.

Con la IV Dinastía, la monarquía alcanza su cima. Desde Djeser el poder del palacio paulatinamente se fue imponiendo al templo. Pero éste no estaría dispuesto a dejar su parcela de poder. La rivalidad entre ambos, se dejará sentir a lo largo de toda la dinastía hasta tal punto que terminará con ella.

Muerto el rey Huni sin heredero varón, la corona pasará a Snefrú, esposo de la princesa real Hetep-heres, inaugurándose así una nueva casa real: la IV Dinastía. Poco sabemos de este reinado, pero podemos suponer que fue pacífico. A Snefrú siempre se le ha considerado como el gran promotor de la evolución que la construcción experimentó en esta dinastía. Tradicionalmente, se le han adjudicado la realización de las tres pirámides, pero en la actualidad sabemos que sólo fueron dos, aunque si bien es cierto que concluyó la que había dejado inacabada su suegro Huni en Médium.

Desde Saqqara, en dirección al sur, como una prolongación de la necrópolis menfita, se alzan una serie de pirámides ejecutadas en piedra y ladrillo, que corresponden al Imperio Antiguo y están orientadas en sentido norte-sur. La llamada «pirámide romboidal», es decir «la brillante pirámide meridional», es la primera de las dos pirámides que Snefrú construyó en Dahsur. Tiene ésta una fuerte inclinación en su parte inferior de 54º. El ángulo de la parte superior disminuye hasta los 43º. Originalmente debió alcanzar una altura máxima de unos 97 m. Una explicación para esta inclinación «es que se acabará precipitadamente» -como afirma Edwards. Éste, nos sigue diciendo: «ya en 1839 se comprobó que las piedras de la parte superior fueron colocadas con poco cuidado»1. En cambio, para Varille esta doble pendiente no sería el resultado de la vacilación del arquitecto, sino que expresa una dualidad2. Esta teoría está corroborada por las paredes bajas del Templo del Valle, donde también nos indican una doble inclinación. Además, tiene también dos cámaras independientes. A una se entra, como es normal, desde el centro del lado norte de la pirámide y, a la otra, desde el lado oeste. Esta idea nunca más se volvió a repetir. En la pared baja del Templo del Valle encontramos de nuevo una doble inclinación, lo que corrobora la teoría de la dualidad que expresa esta pirámide. El Templo del Valle tiene ya una planta muy evolucionada, con antecámara techada y un espacioso patio interior con dos series de cinco pilares situados delante de seis nichos que alojaban la estatua del rey. Está tallado en un solo bloque.

Al sur de la pirámide, dentro del muro que delimita el recinto, se encuentra una pirámide secundaria. Ante la rampa de descenso tiene una capilla pequeña con un foso en el suelo. Al este, entre la base y el muro de demarcación, aparecieron restos de dos estelas donde estaba representado el rey sentado con su nombre y títulos. Estaba tocado con la doble corona, el manto Heb sed y un flagelo en la mano. Durante muchos años se mantuvo la teoría que en el proyecto inicial de la pirámide no figuraba un templo funerario, sino únicamente una mesa de ofrendas respaldada por estas estelas. Frente a la simplicidad de este templo funerario, en la campaña de 1951/52 se localizó que esta pirámide tenía, en el punto de partida de la calzada, un monumental Templo del Valle de unos 50 m. Delante, también se localizó un patio delimitado por un muro que se une al lado meridional de la calzada. En sus esquinas se alzaban dos estelas.

El templo, propiamente dicho, consta de un vestíbulo con dos cámaras a cada lado, de un patio y de una sala hipóstila de diez pilares con cinco nichos en el fondo, donde estaban depositadas sendas estatuas del rey talladas en la misma roca.

Aproximadamente a un kilómetro al norte de ésta, Snefrú mandó construir una segunda pirámide llamada «la pirámide brillante» donde se alcanzó la forma tipo. Se la conoce tradicionalmente como «pirámide roja», pues sus bloques procedían de una cantera local. Originalmente, estuvo revestida con caliza de Tura. Mide 218'5 por 221'5 m. de base y 104 m. de altura y su ángulo e inclinación S. de 43º 36'. Pese a ser la primera pirámide propiamente dicha, ha sido poco explorada desde que Perring, hace aproximadamente siglo y medio, logró penetrar en la última de sus tres cámaras que están techadas con falsas bóvedas de gran altura. Tanto el corredor de entrada como las dos primeras cámaras, están bloqueadas por los escombros. De esta pirámide falta por descubrir la alzada y los templos.

Las mastabas de los cortesanos, que se encuentran situadas en sus proximidades, corroboran la atribución de esta pirámide a Snefrú, así como que aquí descansó el cuerpo del soberano.

El conjunto arquitectónico de Snefrú está compuesto de cuatro partes fundamentales, nacidas todas de un orden práctico.

1. El Templo del Valle, a donde llegan las aguas de las crecidas del Nilo y donde se encontraban los muelles de descarga de los materiales traídos desde Asuán o de las canteras del Tuta.

2. La calzada, utilizada primero para el arrastre de los bloques y convertido más tarde en acceso a la pirámide.

3. El templo funerario, situado junto al flanco oriental de la pirámide, donde los trabajadores tenían sus talleres durante la construcción.

4. La pirámide, emplazada en la escarpadura del desierto, recortando su magnífica silueta sobre el azul, donde no ocupaba tierras útiles para el cultivo.

Sobre el «cómo y el porqué» construyeron las pirámides, siempre ha sido objeto de controversias. La construcción de una pirámide tal vez no supone problemas o cuestiones meramente técnicas. Arqueólogos y arquitectos, astrónomos y astrólogos, matemáticos y toda clase de místicos y visionarios han intentado encontrar el significado de estas gigantescas construcciones, que desafían la horizontalidad del desierto. Algunas de estas interpretaciones no tienen fundamento y se basan únicamente en el intento de justificar peregrinas teorías. Otras, sin embargo, parecen basarse en datos objetivos y verificables.

Existen dos posiciones al respecto: la de los positivistas y la de los simbolistas. Los primeros, entre ellos Borchardt, Petrie, Speleer, Edwards, afirman que la concepción de la pirámide es únicamente el resultado de una suma de intentos, durante varias generaciones, de arquitectos que alcanzan como resultado una forma arquitectónica perfecta, fruto también, en todo caso, de las posibilidades técnicas de un instante determinado.

La otra teoría, la de los simbolistas, parte del criterio que la forma, e incluso la técnica, supera el mero ámbito de lo funcional o de lo estético para ser portadoras de significados de carácter simbólico. Aunque no podemos exponer las innumerables interpretaciones en torno a las pirámides, conviene sintetizar al menos el pensamiento de uno de los primeros egiptólogos que pensó en las pirámides como algo más que una tumba: Ernesto Schiaparelli. En su artículo «Il significato simbolico delle piramidi egiziane» (1884), Schiaparelli, a partir de pequeños amuletos de forma piramidal hallados en los ajuares funerarios, asoció la pirámide al disco solar que surge entre dos montañas. Así, pues, había que considerar a la pirámide en el seno de un marco más amplio de construcciones y de formas naturales, que extendía el inmediato culto al «ka» del rey muerto a otras divinidades de carácter solar, como el dios Re y la diosa Hat-hor. Schiaparelli, en su teoría, recogía el pasaje de Plinio en el que éste afirma que los obeliscos eran rayos de sol petrificados, de modo que la idea generadora de un obelisco no sería una combinación casual de líneas geométricas, sino que representaría un haz de rayos solares que irradia desde la pequeña pirámide que construye en su extremo superior y que desciende verticalmente para dar calor y fertilidad a la tierra.

Las pirámides serían, en consecuencia, escaleras que permiten a los reyes ascender a las regiones celestes como el símbolo de la energía que hace posible la existencia de la vida.

Hay muchas teorías de «cómo» construyeron los egipcios las pirámides.

Todas ellas válidas y hasta en algunos casos complementarias: Borchardt, ya en 1928 expuso la existencia de unas rampas que corrían perpendiculares a la cara de la pirámide. Edwards3, sugiere que las rampas de construcción pueden haber sido paralelas en los lados más perpendiculares a ellas. Pero Goneim, en 1953 declaró: «En tres de los lados de la estructura, encontré huellas de lo que son, casi con seguridad, muros de contención de construcción... -y continúa diciendo- Una vez acabada la pirámide, la rampa y los muros de contención habrían sido retirados gradualmente cuando las piedras de la cubierta fueron colocadas». Pero tanto Rösster como Dunham, sugieren que la pirámide misma fue la que proporcionó su propia plataforma de trabajo. Dunham también sugiere que el trabajo en la IV Dinastía era más complicado y laborioso de lo que un ingeniero moderno podría imaginar hoy, ya que «no hay pruebas -dice- que en la IV Dinastía se conociera la rueda, la polea o la grúa. También sabemos que los egipcios de las pirámides no tenían animales de carga y la fuerza utilizada tenía que ser necesariamente la del hombre tirando de cuerdas».

Dunham descarta la idea de rampas perpendiculares como poco prácticas y considera que las rampas rodeando el cuerpo de la pirámide y creciendo al mismo tiempo que ésta, son «una sugerencia aceptable».

A la muerte de Snefrú, le sucede su hijo Keops. Parece que su reinado no fue tan tranquilo como el de su padre y debieron producirse revueltas.

Maneton en su historia nos dice que «mandó cerrar los templos de los dioses y que prostituía a su hija para procurarse recursos».

Puede que la pluma de Maneton sea algo exagerada, pero lo que sí es cierto es que el conflicto entre el poder real y religioso estalló, pero fue controlado magistralmente por Keops. Al clero se le privó de sus derechos y le fue impuesta una tutela real por medio de hijos y parientes. Keops transformó el culto y éste fue dictado según su criterio. Entre sus fieles se encontraba su hijo Merid que ejerció las funciones de «gran sacerdote de Thot» y luego ejerció este mismo cargo su sobrino Nefer-Maat y ambos fueron al mismo tiempo los jefes del culto a Min. Por otro lado, los grandes santuarios de Re en Heliópolis y de Osiris en Busiris, pierden la hegemonía que habían disfrutado durante la III dinastía. Heliópolis tenía como gobernador a su gran sacerdote con el título de príncipe soberano (iry pat). Busiris era administrada por un alto oficial con el título de «hatia». Con Keops estos privilegios se pierden y ambas ciudades pasan a tener gobernadores civiles. El templo de Osiris pierde su carácter de santuario real.

Esta reafirmación de su autoridad donde mejor se plasmó, fue en su tumba. Con la experiencia ya adquirida se estaba en disposición de alcanzar, sin saberlo, la eternidad. Se construyó, para la inmortalidad de Keops, la mayor de las pirámides de entonces, y también de después, con 146'59 m. de altura y 230 m. por cada lado.

La pirámide de Keops llamada «la pirámide que es el lugar de la salida y puesta del sol», fue construida desde un principio tal y como es, con una base perfectamente cuadrada y una orientación hacia los puntos cardinales, en la que sólo se detecta un error de 3' 36''.

Tradicionalmente se ha venido afirmando que mientras que el exterior se ejecutó bajo el proyecto original, el interior se varió, incluso por tres veces.

Recientemente el Dr. Malek, del Griffith Institute de Oxford, afirmó durante los Cursos de Verano que la Universidad Complutense de Madrid organizó el pasado mes de agosto en El Escorial (Madrid), que no debemos pensar que los antiguos egipcios eran personas tan complicadas y que ejecutaron el interior de la pirámide siguiendo un proyecto inicial, es decir, que lo que hasta ahora se ha venido interpretando como variaciones sistemáticas, corresponderían a unas variaciones ya contempladas en el proyecto original. Ésta es una última teoría y es, pues, tan válida como las anteriores.

Como estas teorías son muy recientes y aún están en revisión, explicaré el interior de la pirámide de Keops, basándome en la teoría tradicional. Tan sólo querría decirles que existen otras teorías y que, de confirmarse, puede que dentro de unos años tengamos que ver la gran pirámide bajo otro punto de vista.

Plano de la pirámide de Keops

Distribución:

La entrada (1) se encuentra en el lado norte de la pirámide a unos 18 m. de altura y un poco desplazada del centro (8 m.) en dirección al este. De ella parte un corredor en rampa que penetra en el subsuelo de la roca, alcanzando una longitud total de 97'75 m. A partir de aquí, recorre en sentido horizontal otros 8 m. hasta llegar a una cámara inacabada (2) en cuyo fondo se inicia un corredor sin salida. Esta cámara tradicionalmente se ha afirmado que debió ser la primera cámara del sarcófago, en previsión de un reinado corto del rey. El Dr. Malek sostiene que debió ser la cámara de los tesoros.

El segundo plan entra en vigor cuando la estructura de la pirámide ya ha alcanzado la altura de la entrada. Entonces se decide situar la cámara del sarcófago en la masa de la propia pirámide. Borchardt señaló exactamente hasta qué altura llegaba la pirámide cuando se llevó a cabo el cambio de plan. El corredor asciende en rampa hasta la altura de la entrada n.º 1 y luego continúa en horizontal hasta el centro mismo de la pirámide donde se construye la llamada «cámara de la reina» (5) y que fue realizada al aire libre, porque a esta altura estaba entonces la pirámide.

Pero este segundo proyecto también se abandona a favor del proyecto final, que es una de las maravillas de la arquitectura egipcia: situar la cámara funeraria a mayor altura4 y construir como acceso a la misma la «Gran Galería» (4). De 8'50 m. y 46'50 de largo, sus paredes de caliza pulimentada suben hasta el techo en siete hiladas, cada una de las cuales sobresale un poco sobre el plano inferior para formar una falsa bóveda, cerrada por losas planas y horizontales. El suelo consta de una calzada central, del mismo ancho que las del techo y de dos bancos laterales continuos, provistos de muescas situadas a intervalos regulares para los posters (a), que sujetaron una plataforma horizontal, cuyos bordes encajaban en la ranura continua (b) y que se encuentra en la tercera hilada del muro. En esta plataforma se depositaron los bloques, que tras el funeral de Keops taponaron el corredor ascendente (3). Para que los obreros encargados de la operación cierre no quedaran atrapados en el interior de esta galería, se realizó en el arranque del pasadizo (8) una estrecha galería que permitía bajar al corredor descendente y, por éste, salir al exterior.

Llegamos a la «Cámara del sarcófago» que se encuentra orientada hacia los puntos cardinales. Está separada de la «Gran Galería» por un vestíbulo que también fue preparado para ser sellado, de modo similar al corredor ascendente. La cámara mide 10 m. de largo por 5 de ancho y está cubierta por nueve capas superpuestas de losas de 5 m. de largo (9). Ésas están separadas por espacios huecos y cubiertas por un techo a dos vertientes. No se sabe en virtud de qué cálculos se adoptó esta solución, pero evidentemente no fue casual, pues sobre esta cámara sabían que aún debería soportar el peso de 100 m. más de altura. De la cámara parten también dos aberturas que comunican a ésta con el exterior (aproximadamente a unos 76 m.) y perfectamente orientadas al norte y al sur.

El canon estético que se rige para la construcción de las pirámides, un ideal escueto, limpio, de aristas sólidas, será también la base a la hora de esculpir. En el centro de esta cámara se encuentra el magnífico sarcófago del rey Keops, de granito rosa de Asuán, con una superficie lisa, sin decoración y delicadamente pulida. Ninguna parte de esta cámara presenta decoración.

Recientemente saltó la noticia de la localización de otra cámara encima de ésta. Todo lo que sabemos de este hallazgo es que se había fotografiado, por medio de un robot, algo que parece ser una puerta con sellos reales. Rápidamente empezaron a correr ríos de tinta diciendo que se había localizado la cámara de los tesoros de Keops, pero el Servicio de Antigüedades egipcio salió al paso de la noticia, desmintiéndola. El Dr. Malek en El Escorial nos confirmó la localización de lo que parece que es una puerta, a juzgar por las fotografías, pero que el difícil acceso humano a ella es tal, que se tiene que seguir utilizando medios mecánicos. Así, pues, tendremos que seguir esperando para obtener una mayor información.

Ya en el exterior, en el lado oriental de la pirámide, se han descubierto los restos del templo funerario, que tenía la forma de patio rectangular, pavimentado con losas de basalto negro y rodeado por un pórtico con el techo plano, que era sostenido por pilares. Los muros de este templo presentaban una decoración con unos finos relieves planos. Al fondo de este patio y tras una primera hilera de pilares del pórtico, habían otras dos hileras más cortas, formadas por ocho y por cuatro pilares. En su centro, un nicho cuadriforme, del cual no sabemos mucho, pero puede que estuviese destinado a estatuas del rey. En el lateral del templo, junto a la calzada, han sido localizadas las fosas de tres barcos y de otros dos más en el sur de la pirámide.

También ha sido localizada la calzada funeraria y el Templo del Valle, pero no ha podido ser excavada pues hoy se encuentra bajo la aldea moderna de Kafraes-Semman.

La pirámide de Keops era el centro de una extensa necrópolis en dirección este-sur-oste. El cementerio del oeste está formado por 74 mastabas perfectamente planificadas y ordenadas en calles, desprovistas de adornos tanto externos como internos y que albergarían los cuerpos para la eternidad de los príncipes, cortesanos y altos funcionarios del rey (la mastaba del príncipe Hemiunu, superintendente de las construcciones de Keops, se ha localizado en esta zona).

En el cementerio del este se ubican las pirámides de tres reinas y ocho grandes mastabas dobles para los hijos del rey y sus esposas.

La mastaba clásica de la IV Dinastía era una sencilla construcción de sillería, con paredes oblicuas y techo plano. En su origen, la mastaba fue una tumba real, pero posteriormente adoptada por particulares. Tiene forma de «tronco de arranque» de la pirámide. Hasta la III Dinastía se utilizaron para su construcción adobes y después también la piedra. En la sobreestructura hay un espacio, para el pozo, por el que se desciende a la cámara sepulcral; el lugar de culto, que presenta numerosas variantes, consiste en una «falsa puerta» situada en el lado este del edificio con estelas y mesa de ofrendas. Posteriormente se crean otras pequeñas cámaras para el culto que, con el tiempo, aumentan de tamaño. Al principio se trataba de una superestructura compacta y sin decoración. Pero el proceso evolutivo que culminaría en la IV Dinastía las dotaría de una serie de salas en cuyas paredes se desarrollaría su ciclo de representaciones que siguen un programa decorativo concreto. En ocasiones se estructuran las paredes con estatuas en altorrelieve o bien el serdab guarda la estatua de bulto redondo del difunto. En las mastabas de los primeros tiempos de la IV Dinastía es un elemento característico la presencia de la «cabeza de reserva» depositada en el fondo el pozo. Las estatuas que, como veremos en el caso de la arquitectura real, eran un elemento imprescindible del contexto funerario, adquieren una función sustitutiva y no conmemorativa. Sustitutivas porque se consideran una proyección de la persona que en ellas continúa viviendo. Además de los magníficos ejemplares de esculturas en piedra o madera, de las mastabas, proceden un gran número de estatuillas de caliza pintada, que representan a los servidores del difunto, las cuales también están ligadas al concepto de supervivencia. La magnífica mastaba del príncipe Nefer-Maat y su esposa Atet-en-Médium, es la primera que no se ajusta a este canon. La podríamos clasificar como de tipo cruciforme. Nefer-Maat fue visir, canciller y superintendente de todos los trabajos del rey Snefrú. En su mastaba aparecen representados toda la familia, sus más de 15 hijos, su esposa principal Atet y una segunda esposa (aunque este último dato no está confirmado) llamada Nub. La decoración de sus paredes es mixta. El taraceado pictórico se mezcla magistralmente con la pintura. A pesar que en una inscripción de esta tumba el propio Nefer-Maat se jacta de la maestría de ejecución, con la que se está trabajando en su tumba diciendo: «fue él quien hizo a sus dioses en una escritura no deteriorable», lo cierto es que el taraceado pictórico, el rellenar los dibujos y jeroglíficos con pasta coloreada, resultó tan efímero como la propia pintura.

En la temática de esta mastaba se sigue el gusto de la época: escenas de caza, pesca, sacrificio de animales, etc. Pero esta tumba se diferencia de otras por lo abundante de sus detalles: el cazador oculto tras el felino, el detalle del perro que muerde la cola del zorro o las conocidas ocas de Médium (todas estas pinturas se encuentran actualmente en el Museo de El Cairo).

El ideal de funcionario de la IV Dinastía lo encontramos en Hemiunu, hijo de Nefer-Maat y Atet, visir y arquitecto de Keops que, emparentado con el rey, es un fiel cumplidor de sus deberes. Algo entrado en años y en carnes, carnes que el escultor no sólo no omite, sino que resalta, como queda patente en los pliegues y redondeces de su voluminoso cuerpo (esta magnífica estatua se encuentra actualmente en el Museo de Hildeshein (Alemania). Su rostro, nos llama de nuevo la atención, pues se trata de un verdadero retrato, ya que éste debía cumplir el requisito indispensable de «enseñar» al «ka» el lugar de descanso del cuerpo. Las facciones del rostro debían ser individuales para el difunto. Observamos también que la cabeza está tocada con una especie de casquete muy ceñido. Hay autores que afirman que no representaban el pelo porque hubieran roto el arte plástico de todo el conjunto. Pero puede que la explicación sea aún más sencilla, que correspondiera a una modo o a la indumentaria habitual a modo de «uniforme de estos funcionarios».

En muchas ocasiones, la casualidad ha sido buena compañera de viaje de numerosos excavadores. Una vez más el tropezón de una cámara de la misión arqueológica de Boston que dirigía Raisner en 1925, cuando realizaba fotografías en la necrópolis de Gizeh, sacó a la luz la tumba casi inviolada de una reina. Se trataba nada menos que de la esposa de Snefrú y madre de Keops: la reina Hetep-Heres. Originalmente debió ser enterrada en Dahsur, pero su tumba fue saqueada. Su hijo Keops mandó construir un segundo emplazamiento, esta vez subterráneo, y su mastaba junto a la pirámide de Gizeh. En 1925 fue descubierta por la misión arqueológica de Boston. El hecho conmocionó a todo el mundo científico del momento, pues se trataba del primer ajuar que se localizaba de una tumba real del Imperio Antiguo. Se encontró el sarcófago, pero no contenía ninguna momia; los vasos canopos; una colección de cajas, vasijas, cofres y joyas. Pero lo que más llamaba la atención de este espléndido ajuar eran los muebles, de una ejecución primorosa, con incrustaciones de malaquita, lapislázuli, cornalina y oro que combinaba magistralmente para dar forma a flores, animales o jeroglíficos. Todo este ajuar se encuentra actualmente en el Museo de El Cairo.

A Keops le sucede su hijo Radjedef. Éste eligió como lugar de enterramiento el norte de Gizeh, la zona que hoy se conoce como Abu-Rawash. Comenzó la construcción de una pirámide que se denominaba «La pirámide que es la estrella-Sehedu», está incompleta por la muerte prematura del rey5. En el edificio quedan patentes claras muestras de daños, posiblemente causados por los partidarios de Kefrén, que a la muerte de Keops habían apoyado la subida de éste al poder.

Tras el breve reinado de su hermano, Kefrén sube al poder. Éste manda construir una pirámide que se denominó «La gran pirámide», solamente tres metros más baja que la de su padre: 143'5 de alto por 215'25 m. de base. La diferencia entre estas dos pirámides estriba en un ángulo mayor de inclinación de sus muros y por una superior altura de su emplazamiento, dando la sensación de una mayor altura. Actualmente es la mejor conservada. Su interior es muy diferente: la cámara del sarcófago está tallada en la propia roca y tan sólo el techo así como su revestimiento son trabajo de cantería. La entrada original conducía directamente a una cámara del sarcófago más profunda, pero se cambió el proyecto original y se cegó esta entrada. Aún hoy permanece así. Esta pirámide también sufrió un cambio en su proyecto inicial, fue desplazada hacia el sur, pero seguramente en este caso obedeció a que se localizó un emplazamiento mejor para la calzada.

Plano del Templo del Valle

Su templo del valle tiene planta cuadrada (45 m.). Estaba rodeado por un muro terminado en talud y con una altura aproximada de 13 m. Las entradas (existían dos) se encontraban en la zona oriental, seguida de una naos cuadriforme donde estaba colocada una estatua del rey, junto a dos esfinges franqueando las puertas (1). Una vez traspasada la entrada, se accede por un profundo vestíbulo a la antecámara (2). Por esta antecámara se pasa a una sala hipóstila en forma de «T» invertida (3), construida y revestida en granito rosa de Asuán. Esta sala es una obra maestra tanto por la armonía de sus proporciones como por la perfecta ordenación de sus bloques. Todo el suelo del templo era de alabastro y reflejaba la luz que penetraba por las ranuras abiertas en los muros y el techo y la proyectaba indirectamente sobre las 23 estatuas de diorita que estaban pegadas a los muros.

Este templo en algún momento, que no podemos precisar, sufrió algún tipo de peligro y sus estatuas fueron enterradas. En la antecámara del mismo, Mariette localizó una de ellas, ésta, que nos da la idea de la impresionante perfección alcanzada por la estatuaria de este período.

Junto al Templo del Valle como guardiana permanente, agazapada, se encuentra la Gran Esfinge.

El concepto de esfinge, una criatura con cabeza humana y cuerpo de león, no fue conocido en Egipto hasta el reinado de Radjedef (sucesor de Kefrén). La perfección con que dos elementos tan discordantes se combinaron a escala gigantesca en la Gran Esfinge resulta admirable, aunque sigue estando poco clara la idea que subyace bajo esta creación.

Con unas dimensiones de 57 m. por 20 m. de altura, la roca originaria debería tener ya una cierta forma de león acostado, pues en la mayor parte de ella bastó con una capa de yeso, recubierta de pintura para darle la forma deseada del propio rey Kefrén, con su nemes y su barba postiza (hoy desaparecida al igual que su nariz). El templo que albergaba desde sus patios, ofrece cierta semejanza con los templos posteriores que se levantaron en honor al Sol por los reyes de la V Dinastía de Abu Ghurab y Abusir. Pero no existe documentación alguna sobre el significado religioso de la Gran Esfinge durante el Imperio Antiguo. Fue casi mil años más tarde, cuando la colosal estatua empezó a ser identificada con el dios Harmakhis (Horus en el horizonte).

La arena del desierto tenía tendencia a cubrir a la gran guardiana. La primera noticia de su limpieza fue ordenada por Thutmosis IV, que dejó un recuerdo de la misma, la «Estela del sueño», entre sus patas delanteras.

La calzada que unía el Templo del Valle con el templo funerario, mide aproximadamente 496 m. por 4'50 de ancho. Estaba techado y en penumbra, aislándolo de cualquier mirada no permitida. Es muy posible que sus muros estuviesen decorados con relieves.

El templo funerario, propiamente dicho, tiene forma rectangular. Es espacioso (más de 100 m.) y está dividido en cinco partes. A partir de este momento, todos los templos funerarios del Imperio Antiguo siguieron esta división:

  • A) Vestíbulo
  • B) Patio (descubierto)
  • C) Cinco nichos para estatuas
  • D) Almacenes
  • E) Santuario

A las tres primeras dependencias podían tener acceso altas personalidades, mientras que a las dos últimas sólo estaba permitido el acceso a los sacerdotes.

La calzada nos lleva directamente a su vestíbulo con dos pilares centrales (1). A la izquierda de éste, dos cámaras en honor de Sais y de Buto. En la derecha cuatro cámaras de alabastro, destinadas a guardar las vísceras del rey (2). Un pequeño pasillo nos conduce a una sala hipóstila de catorce columnas. A la derecha e izquierda de esta sala salen dos galerías que, según la teoría de Rilke, estaban destinadas para alojar las barcas (diurna en el lado sur y nocturna al norte). De esta sala hipóstila se accede a otra con 10 pilares monolíticos (4) y de ésta se pasa a un patio descubierto (5) con un suelo de alabastro y circundado por una galería de granito rojo. Tras los vanos del fondo se abren cinco estatuas que corresponderían con sus cinco nombres protocolarios. Por el lado de la izquierda salía un estrecho pasillo que conducía a los almacenes y al «sancta santorum». Delante de ése se encontraría una puerta falsa, donde los sacerdotes depositarían diariamente las ofrendas. Volviendo al patio, en el lado derecho sale un corredor que lleva directamente al recinto de circunvalación de la pirámide.

La secuencia que se observa en el desarrollo del arte de la IV Dinastía es: primero, el lujo; después, la austeridad extremada, para terminar finalmente con una tímida vuelta a la riqueza suntuaria.

De la estatuaria real del período de Snefrú y de Keops podemos decir que conservan un cierto espíritu salvaje a modo de león sentado. Hasta Kefrén no encontraremos representaciones humanas propiamente dichas, siempre habrá en ellas algo de fieras a medio domesticar.

Por la cantidad de peanas que en torno a las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos se han encontrado, se calcula que hubieron más de quinientas. Lamentablemente de Keops sólo nos ha llegado esta pequeña figurilla de marfil que hoy se encuentra en el Museo de El Cairo. De Kefrén, esta estatua sedente que es, sin duda alguna, una obra maestra tanto en ejecución como en expresión del concepto «rey-señor», como el único que es capaz de poseer un poder ilimitado, inquebrantable y con la suficiente sabiduría y astucia para gobernar el país elegido por los dioses y, si esto fuera poco, él era el único interlocutor válido, porque él mismo también era un dios. Es aquí, en esta estatua, donde podemos ver la perfección del canon egipcio.

Es todo un bloque en basalto donde el rey forma cuerpo con el trono, cuyo respaldo llega hasta sus hombros. Horus, como el halcón, abraza con sus alas extendidas la nuca del rey, como dándole un soplo de vida. Su rostro, sereno, está tocado con el nemes y adornado con una barba postiza. El torso desnudo se cubre a la altura de la cintura con el «sentí» plisado sobre el que apoya los brazos y manos: la izquierda extendida con la palma hacia abajo; y la derecha cerrada como si empuñase un cetro. El trono tiene patas de león, sobresaliendo de los dos extremos las cabezas de este animal. A izquierda y derecha el relieve de «sematawi» con las flores emblemáticas del Alto y Bajo Egipto.

La austeridad que se pone de manifiesto en la estatuaria real, choca con la suavidad y sensibilidad de las manifestaciones civiles. Ejemplo de esto son las estatuas de Rahotep y su esposa Nefret, que se encontraron en su mastaba familiar en Médium. A su magnífico estado de conservación hay que resaltar su magistral realización. Este grupo escultórico está labrado en sendos bloques de caliza pintada con sus correspondientes pedestales y asientos, con un alto respaldo de donde sobresalen las figuras de amplias formas. Los cuerpos carecen de detalles, concentrándose en los rostros el afán de la vida. La perfecta policromía realza la vitalidad de toda la obra: Rahotep, con la tez morena, contrasta vivamente con su esposa, que ciñe a su cuerpo un manto blanco, sobre el que resalta un collar de brillantes colores. La fuerza del rostro se encuentra en sus ojos, de cristal de roca y muy remarcados con maquillaje. El resto del cuerpo presenta formas arcaicas. Las piernas y los tobillos son demasiado anchos. Tendremos que esperar hasta la V Dinastía para superar estos rasgos.

Las tensiones en el seno de la familia real comienzan a producirse ya con Keops. Kefrén logró controlarlas a lo largo de todo su reinado, pero al final de éste salta de nuevo la polémica. A Kefrén le suceden sus hermanos Jayedef y Baufre, y aunque no poseemos datos históricos, debemos presumir que se produjeron grandes revueltas que llevaron al país al comienzo de la gran crisis que terminaría en la IV Dinastía. Ocho años tardó Micerinos, tras la muerte de su padre, en hacerse con el poder. Micerinos sigue la tradición familiar, y se hace construir en la altiplanicie de Gizeh una pirámide que denominó «La pirámide divina», como queriendo demostrar la legitimidad, que le unía a su gran padre Kefrén. Heródoto nos dice de él: «Abrió en seguida los templos y concedió al pueblo, atormentado por la extremada miseria, el atender libremente a sus trabajos y a sus sacrificios. En hacer justicia fue el más justo de todos los reyes». Heródoto nos sigue diciendo: «También él dejó una pirámide, menor que la de su padre..., cuadrangular y recubierta hasta la mitad de piedra de Etiopía». A esta pirámide se le conoce con el sobrenombre árabe de El-Malwwun, es decir «pintada». Este dato indujo a muchos investigadores a creer que las pirámides estaban «coloreadas». Este error venía por el recubrimiento de esta pirámide con granito rosa de Asuán que desde la lejanía debía conferir una tintura rosa esfumada. Actualmente este revestimiento ha desaparecido, pues también esta pirámide fue utilizada como cantera por el pachá Mamad Alí para la construcción del arsenal de Alejandría.

En 1837 Perrig y Vyse decidieron explorar el interior de la pirámide de Micerinos. Comenzaron sus investigaciones continuando el pasadizo abierto por los árabes, pero tras mucho excavar esto les condujo directamente a la base de la pirámide. Descubriendo entonces el pasillo descendente que había sido obstruido por materiales de construcción y por la arena. Una vez que se hubo despejado éste, se llegó por un pasillo horizontal a una antecámara. Sus paredes estaban decoradas por una serie de estrechas y largas falsas puertas. De aquí, se atravesaba un corto pasillo y se llegaba a una cámara; inmediatamente encima de la desembocadura de la galería descendente, y por tanto sobre el lado norte, partía una segunda galería descendente, y sobre el lado norte, partía una segunda galería ascendente que, con toda seguridad, terminaba en la base del macizo piramidal.

Se observó entonces un dato curioso: las señales dejadas por los trabajadores indicaban que el primer pasillo, es decir el inferior, había sido excavado desde el interior hacia el exterior, mientras que el segundo, el superior, lo había sido a la inversa.

Cuando se limpió la cámara de sus escombros, Vyse descubrió los restos de un sarcófago de madera, aparentemente de época tardía, con el nombre de Micerinos. Envuelto en un paño amarillento, al que se encontraban adheridas sustancias resinosas, se encontró también parte de un esqueleto humano que presumiblemente correspondería al rey.

Continuando con las tareas de desescombro se descubrió inesperadamente que desde el suelo comenzaba un tercer pasillo que, excavado a través de la roca, había sido obstruido por bloques de granito. Por este pasillo se llegó a una habitación que se abría a la derecha y que pudiera haber sido el almacén. Pasada ésta se llegó a la cámara del sarcófago. El techo estaba formado por grandes vigas cortadas a modo que formaban una bóveda de cañón. En su centro, un magnífico sarcófago de basalto decorado con la fachada de un palacio. Este sarcófago yace actualmente en aguas territoriales españolas, pues el buque que lo transportaba a Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX naufragó frente a las costas de Cartagena.

También esta pirámide sufrió alteraciones a medida que fue siendo levantada. El proyecto original que preveía un pasillo de acceso a la cámara funeraria, fue variado cuando se excavó hacia el exterior otro pasillo y hacia el interior una segunda cámara con almacenes. Hay también teorías enfrentadas para explicar esto: desde que la pirámide proyectada inicialmente era más pequeña6, a que se hizo un desplazamiento del edificio hacia el norte.

A la muerte de Micerinos, su complejo funerario estaba incompleto. En 1907 Reisner y su equipo sacó a la luz los restos de su templo alto, que inicialmente había sido comenzado en piedra por el rey, medio terminado en ladrillo crudo por su hijo y sucesor Shepseskaf y completado, en algunos detalles, durante la VI Dinastía.

Por un largo pasillo se llegaba a un gran patio que, transformándose gradualmente en un ario cubierto con seis pilares de granito, llevaba hasta el santuario. En la derecha al fondo del patio se abrían una serie de habitaciones, posiblemente almacenes. Desde aquí se llegaba a la capilla donde sin duda estuvo colocada una falsa puerta y un altar. Sobre el muro exterior de uno de estos almacenes, Reisner encontró los fragmentos de dos estatuas de alabastro del rey.

El Templo del Valle fue también construido por Shepseskaf en ladrillo crudo sobre un macizo de cimientos en piedra caliza (6). La entrada estaba seguida por un vestíbulo con cuatro columnas flanqueadas por dos series de almacenes, por donde se llegaba también a un amplio patio: allí, una especie de pasarela en lastras de caliza, daba acceso a la sala de las ofrendas con seis columnas, tras ésta, el santuario. A la izquierda y a la derecha de éste, se encontraban distintas habitaciones donde Reisner descubrió las ocho tríadas7 que representan al rey junto a la diosa Hat-hor y otras divinidades, cada una de ellas representando un nomo. En este mismo lugar también fue localizado el magnífico conjunto del rey junto a su esposa Kamerinebty, que actualmente se encuentra en el Museo de Arte de Boston. Este conjunto representa «la solitaria majestad del rey divino -como diría C. Aldred- compartida por la mujer, representada en igual escala que su marido y con su misma postura del pie izquierdo desplazado hacia delante. La composición de las dos figuras nace de su yuxtaposición: el brazo izquierdo de la reina está plegado detrás del cuerpo del marido en una pose que, aquí se convierte en un abrazo».

A la muerte de Micerinos, es sucedido por su hijo Shepseskaf. Con éste, la nueva teología, la identificación del rey con el dios Re, se hace más patente. Rompe con la tradición familiar de enterrarse en Gizeh y construye su complejo funerario en Saqqara sur. Aunque tradicionalmente en este acto se ha querido también ver un punto más a favor de la nueva corriente teológica, según las últimas teorías8 este territorio era virgen, mientras que la necrópolis de Gizeh se encontraba ya muy saturada, tanto de tumbas reales como de nobles. Saqqara sur sería una zona nueva, que generaría recursos nuevos: si se comenzaba a construir en una nueva necrópolis, ésta generaba una nueva riqueza comercial, portuaria, de culto, etc.

Pero seguramente Shepseskaf, sí estuvo bajo la influencia de la nueva corriente teológica, y de una fuerte crisis económica, pues su tumba así lo evidencia. Deja a un lado la construcción familiar, es decir, la pirámide y pasa a construir una gigantesca mastaba que denominó «La Pirámide purificada». Ésta fue construida en ladrillo crudo y en forma de sarcófago terminado en talud (100 x 18 de altura). Es conocida actualmente como la mastaba de Fara'um.

Pero a excepción de esta mastaba, cuando pensamos en el esplendor de la IV Dinastía, siempre volvemos los ojos hacia la altiplanicie de Gizeh, porque allí, desde las pirámides, la tierra y los hombres son contemplados de un modo intangible e inmaterial. Es como si nada existiese.

Las pirámides se alzan sobre un llano interminable, enfrentándose solamente al cielo y éste, se arquea sobre ellas a modo de diosa Nut. El hombre al contemplarlas no tiene por menos que expresar un temor, pues entonces comprende que se halla frente a la eternidad.






Bibliografía

Aldred, C. Egyptian art. London, 1990.

Baines, J. y Malek, J. Egipto: dioses, templos y faraones. Barcelona, 1988.

Edwards, I. E. S. The pyramids of Egypt. London, 1961.

Michalowshy, K. El arte del Antiguo Egipto. Madrid, 1991.

Pirenne, J. Historia del Antiguo Egipto. Barcelona, 1991.

Quibell, A. Egyptian History and Art. London, 1923.

Smith. The art and architecture of Ancient Egypt.



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