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La dragoncita de escamas rosadas

Fernando Alonso




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Acabas de abrir este libro y comienzas a pasear tu mirada por sus líneas.

Acabas de abrir este libro y tus ojos, y tu mente, comienzan a despertar la magia de las palabras.

Si te detienes un momento a pensar, descubrirás que leer es una aventura mágica.

Hace ya algún tiempo, modelé con palabras ocho cuentos. Y aquellas palabras, llenas de vida, narraban la historia de una dragoncita raptada por un malvado caballero; la historia de una niña, prisionera de sus zapatos de cristal; la historia de un pueblo, que se unía para luchar por su libertad... Más tarde, aquellas palabras quedaron atrapadas, mudas y solas, entre las páginas de este libro.

Entonces, la vida se voló de las palabras; y mis personajes quedaron silenciosos y huecos, como marionetas encerradas en la maleta de un titiritero.

El libro se ha convertido en un caserón misterioso donde aguardan las palabras, llenas de esperanza, a que la magia de un lector, o de una lectora, les den una vida nueva.

Si tú quieres ser esa lectora, o ese lector, te invito a pasar. Esta es tu casa. Las palabras, los personajes y las historias serán lo que tú quieras que sean. Podrás recrear los cuentos para divertirte o para soñar; para pensar o para mirar a tu alrededor con una mirada nueva, creativa y transformadora.

Estas palabras, estos personajes y yo, te ofrecemos amistad y compañía en la aventura que ahora comienzas.






Arriba

Había una vez un país rico en lagos, aire límpido y campos florecidos; tenía inviernos templados, veranos suaves y largas primaveras.

Por eso, la vida allí era dulce y agradable.

Por eso, todos los dragones que aún quedaban sobre la Tierra se habían reunido en aquella región.

Los dragones eran seres que tenían parte de reptil y parte de ave: su mitad de serpiente buscó los lagos y campos florecidos; su mitad de pájaro gozaba del aire limpio y puro; y, ambas, disfrutaban de aquel clima tan maravilloso.

Por eso, los dragones que poblaban aquel país vivían felices y tranquilos.

Cierto día, un caballero de brillante armadura se recortó en el horizonte.

Levantado sobre los estribos, se llevó una mano a la frente para hacer visera y examinó la región, que se abría ante sus ojos asombrados.

Luego tiró de las riendas y, a todo el galopar de su cabalgadura, se perdió de vista tras una loma de color cereza.

Algún tiempo después llegaron muchos caballeros; pisotearon los campos florecidos, los cascos de sus caballos enturbiaron las aguas del lago y cortaron todos los árboles que había en las colinas para edificar castillos.

Aquellos guerreros ambicionaban tierras y más tierras; por eso, se vestían de hierro, luchaban entre ellos y quemaban los campos y las flores.

De castillo en castillo se fue tejiendo una madeja de rumores y leyendas:

-Con cola de dragón, uñas de perro y pelo de león, pueden fabricarse ungüentos que nos harán invencibles...

-Los dragones custodian tesoros fabulosos dentro de sus cuevas...

-No podremos decir que somos dueños de estas tierras mientras un solo dragón viva en ellas...

-Matar un dragón es la mejor forma que tiene un caballero para probar su valor... Por eso, todos los caballeros perseguían a muerte a los dragones.

Vivía en aquella región un dragón resplandeciente, de escamas verdes y lomo erizado de púas, que estaba enamorado de una dragoncita de ojos azules y escamas rosadas.

Cierto día, la dragoncita de escamas rosadas jugaba en las aguas del lago.

De pronto se oyó un galope de caballos y, antes de que pudiera darse cuenta, fue capturada por un caballero de negra armadura y casco coronado por un penacho de plumas negras.

Ayudado por sus servidores, el caballero la encerró en su castillo.

A partir de aquel momento, la dragoncita sollozaba dentro de una jaula dorada, custodiada por soldados vestidos de hierro de pies a cabeza.

Y, a partir de aquel momento, todas las noches obligaban a la dragoncita de escamas rosadas a bailar en los salones del castillo delante de los invitados.

Mientras tanto, el dragón de escamas verdes y lomo erizado de púas vagaba por las orillas del lago disolviendo la niebla con lágrimas de fuego.

Después de llorar durante muchos días y muchas noches, el dragón de escamas verdes y lomo erizado de púas comenzó a buscar remedio a su desgracia.

Todos le aconsejaron que fuera a visitar a un viejo dragón, famoso por su prudencia y sabiduría.

Y el viejo dragón, que trajinaba entre frascos y redomas, le dijo:

-Hijo mío, para encontrar la solución a tu dolor, deberás recorrer el camino del valor y la aventura.

Luego de consultar un viejo libro, grande como una mesa, continuó diciendo:

-Buscarás a un caballero y lucharás con él. Cuando logres vencerlo, le cortarás la cabeza y te bañarás con su sangre en una noche de luna llena. De esta forma, conseguirás la fuerza necesaria para rescatar a tu amada del castillo.

El viejo dragón guardó silencio y volvió a enfrascarse en el estudio de unos recipientes en los que hervían líquidos de vivos colores.

EL dragón resplandeciente, de escamas verdes y lomo erizado de púas, acechó junto al lago durante varios días.

Por fin, vio acercarse a un caballero: su armadura brillaba al sol y el penacho blanco que coronaba su casco ondulaba al compás del trote de su caballo.

El dragón lo esperó, quieto, en medio del sendero y entablaron una lucha que duró largas horas.

Los cascos del caballo sacaban chispas de las piedras, el dragón echaba humo por la boca y el polvo y la hierba removidos inundaban el aire.

El dragón consiguió derribar al caballero y le clavó los dientes. La luz del atardecer y la vida del caballero se apagaron a un tiempo.

Se había encendido en el cielo la luna llena, cuando el dragón comenzó a bañarse en la sangre del caballero.

Y cuando los hilos de plata de la luna iluminaron su cuerpo, húmedo por la sangre del caballero, el dragón sintió que sus escamas se volvían duras y brillantes.

Entonces, se lanzó contra las rocas, contra los árboles, contra las rejas de hierro que protegían las puertas del castillo y comprobó que era cierto cuanto le había anunciado el viejo dragón: sus escamas eran duras, más duras que el más fino acero.

Las flechas que le tiraban desde las almenas, las lanzas que le arrojaban por los costados, las espadas y las dagas, rebotaban en la resplandeciente coraza de sus escamas.

De un solo zarpazo destrozó el portón de entrada y a los centinelas que lo guardaban.

El dragón de escamas verdes y lomo erizado de púas sembró el terror en pasillos y escaleras, almenas y corredores.

Llegó al gran salón del castillo, sin que las armas y el valor de los centinelas pudieran impedirle la entrada.

Entonces, la dragoncita de escamas rosadas lanzó dos bocanadas de humo verde para mostrar su alegría.

La dragoncita estaba muy orgullosa, al ver que su dragón exterminaba a todos los que la habían maltradado.

El dragón de escamas verdes y lomo erizado de púas tomó en sus brazos a la dragoncita, que se había desmayado por la emoción.

Cruzaron salones y pasillos, bajaron escaleras y atravesaron pasadizos, sembrando a su paso el fuego, la muerte y la desolación.

Cuando salieron al aire libre, las llamas del castillo incendiado ayudaban a las luces del alba a traer más pronto el nuevo día.

Y cuando la dragoncita de escamas rosadas despertó de su desmayo, suspiró profundamente y miró a su dragón con ojos llenos de ternura.

Hasta ellos llegaba el ruido de la fiesta que habían organizado los suyos para celebrar el regreso y la victoria.

Y durante siete días todo fueron risas y canciones y fiestas en las cuevas donde vivían los dragones.

Los caballeros contaron siempre esta historia como ejemplo de violencia y crueldad.

Los dragones, sin embargo, la cantaron como una maravillosa historia de amor.

Esto sucedía así, porque los dragones nunca habían pensado igual que los caballeros.

Por eso, quizás, los dragones, que eran menos numerosos que los caballeros, terminaron por ser borrados de la faz de la tierra.





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