Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

La «Erudita peregrinación». El viaje arqueológico de Francisco Pérez Bayer a Italia (1754-1759)1

Gloria Mora



La tradición europea del Grand Tour como viaje de aprendizaje cultural a Italia y, en ocasiones, a Grecia, no tuvo gran fortuna en España. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XVIII los monarcas Borbones financiaron una serie de viajes por Europa como paso previo para emprender la reforma de las industrias y el comercio del país, así como viajes de reconocimiento y estudio de las antigüedades hispanas, los llamados viajes literarios2. Pero, si dejamos a un lado las estancias y obras de los jesuitas expulsos en 1767 y las de los artistas y arquitectos pensionados por la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando3, sólo tres de estos viajes eruditos tuvieron como meta Italia: el primero de ellos fue el de Francisco Pérez Bayer, canónigo de Barcelona, durante cinco años (1754-1759), enviado por Fernando VI; el segundo, el de José Ortiz y Sanz en 1778 para estudiar la arquitectura romana con el fin de traducir a Vitruvio, gracias a una pensión de Carlos III; el último, financiado por Carlos IV, o más directamente por su ministro Manuel Godoy, fue el del literato Leandro Fernández de Moratín entre 1792 y 1797 para conocer el estado de la literatura y el teatro en Francia y en Italia.

Tanto el viaje de Ortiz y Sanz, como el de Moratín son suficientemente conocidos gracias a recientes ediciones y estudios4. No así el de Pérez Bayer: la escasa e incompleta documentación que se conserva (algunas cartas a Gregorio Mayans y fragmentos de un Diario de viaje) no permite extraer conclusiones definitivas sobre sus actividades arqueológicas en esos cinco años, pero aún así resulta un viaje muy interesante por los objetivos y los intereses que lo determinaron. Francisco Pérez Bayer, de origen valenciano, fue una de las figuras más relevantes de la Ilustración española, si nos guiamos por los múltiples cargos que desempeñó durante su larga vida (1711-1794): catedrático de Hebreo en las Universidades de Valencia y Salamanca, Preceptor o jefe de estudios de los infantes hijos de Carlos III, miembro del Consejo y Cámara del rey, reformador de los estudios universitarios (con la ayuda inestimable de Gregorio Mayans), Bibliotecario Mayor de la Real Librería...5. Y, junto con Antonio Ponz y el marqués de Valdeflores, destaca también como uno de los principales viajeros literarios -en el sentido ilustrado del término- españoles, sobre todo a partir de su viaje desde Levante a Andalucía y Portugal realizado en 1782. Y, de hecho, su estancia en Italia se puede enmarcar, como veremos, en aquellos viajes de reconocimiento de archivos y recuperación de las antigüedades de la nación promovidos por Fernando VI en tierras españolas y continuados por sus sucesores Carlos III y Carlos IV.

Desde hace unos años disponemos de una edición de los viajes por España e Italia de Pérez Bayer, los cuales, sorprendentemente, a pesar de su importancia permanecían manuscritos e incluso uno de ellos, el que nos ocupa, prácticamente desconocido para la mayor parte de los investigadores6. Por lo que respecta a este último, realizado en comisión real a Francia, Suiza e Italia entre 1754 y 1759, son pocos los documentos disponibles: conocíamos ya las nueve cartas escritas desde Italia a su maestro y amigo Gregorio Mayans más las seis respuestas de éste, publicadas por Antonio Mestre, así como las alusiones del propio Pérez Bayer a un Diario de Viaje redactado durante su larga estancia, al que acompañaba un cuaderno de inscripciones relativas a España, dibujos de monumentos y un catálogo de los libros y objetos que iba comprando7. Este Diario, legado junto con su librería particular y sus papeles a la Biblioteca de la Universidad de Valencia en 17858, se consideraba desaparecido en el incendio que destruyó gran parte de la Biblioteca durante el asedio del general Suchet a la ciudad en la Guerra de la Independencia, pero afortunadamente sus editores localizaron una copia incompleta en el Archivo Municipal de Valencia9. También encontramos algunas menciones al viaje en escritos posteriores del propio Pérez Bayer, y noticias dispersas sobre las compras que realizó en Francia e Italia en documentación relativa a la colección del Infante Don Gabriel conservada en los Archivos del Palacio Real, Museo Arqueológico Nacional, Real Gabinete de Historia Natural (actual Museo de Ciencias Naturales) y Real Librería (Biblioteca Nacional), en Madrid; además existe un inventario manuscrito de monedas de oro, probablemente compradas en este viaje, en la British Library de Londres.






ArribaAbajoEl viaje

En 1754, fecha del inicio del viaje, Francisco Pérez Bayer tiene 43 años y es una figura en ascenso en el ambiente cultural y político de la corte de Fernando VI, gracias a sus excelentes relaciones con los personajes más poderosos del momento, especialmente con el jesuita Francisco Rávago, confesor del rey y, en virtud de este cargo, también director de la Real Biblioteca, con el padre Andrés Marcos Burriel, director de la Comisión de Archivos creada por Fernando VI, y con el marqués de la Ensenada, ministro de la Secretaría de Estado. Mestre ha señalado precisamente la habilidad de Bayer para permanecer siempre al margen de los cambios de poder, y recoge una frase significativa de Mayans en carta al P. Burriel (quien, a diferencia de su protegido, salió malparado tras la caída de Ensenada), refiriéndose al amigo común: «es siempre de quien vence»10.

Diez años antes de emprender el viaje, Pérez Bayer había ganado las cátedras de Hebreo en las Universidades de Valencia, en 1745, y Salamanca, en 1746. A continuación fue nombrado miembro honorario o quizá supernumerario de la Real Academia Española, en 174711; a lo largo de su vida será elegido miembro de otras academias, como la de Buenas Letras de Sevilla en 177912, pero resulta enigmático que, a pesar de sus importantes trabajos numismáticos, su relevante papel en el desarrollo de distintos proyectos culturales durante la segunda mitad del siglo XVIII, y su estrecha vinculación a varios monarcas, desde Fernando VI a Carlos IV, nunca llegara a pertenecer a la Real Academia de la Historia. Especialmente fructífero para su carrera posterior fue su trabajo en la catedral de Toledo como miembro de la Comisión de Archivos dirigida por el P. Andrés Marcos Burriel, copiando inscripciones y documentos hebreos, lo que le valió en 1752 una canonjía en Barcelona. Este proyecto estaba financiado por Fernando VI con el fin de obtener documentación antigua que legitimara las pretensiones de la Corona ante la firma del nuevo Concordato, prevista para 175313. Fruto de su trabajo fue el manuscrito De Toletano Hebraeorum templo, de 1752, dedicado al P. Rávago, donde Pérez Bayer manifestaba ya interés por lo que será su tema preferido durante el resto de su vida: la lengua y alfabeto hebreos como origen de los alfabetos fenicio y griego y base para descifrar las escrituras «desconocidas» o «celtibéricas» (ibéricas); en ese mismo año se publicaba el estudio del académico de la Historia Luis José Velázquez de Velasco, marqués de Valdeflores, Ensayo sobre los alphabetos de las letras desconocidas que se encuentran en las más antiguas medallas y monumentos de España14.

Así, pues, el 23 de abril de 1754 Pérez Bayer escribía a Gregorio Mayans anunciándole su próxima partida de Barcelona para Francia e Italia por encargo del rey Fernando VI, acompañado por dos asistentes, Manuel Fabregat y José Facundo Rodríguez de Torres15, viaje que Mayans calificará de «erudita peregrinación», felicitándole por la posibilidad que se le ofrece de «tratar con hombres grandes, de ver librerías abundantes de buenos libros, antigüedades exquisitas i de recoger escritos provechosos»16. La comisión de Bayer a Francia e Italia coincide cronológicamente con el comienzo del viaje del marqués de Valdeflores por España comisionado por la Real Academia de la Historia, también financiado por la Corona, en busca de documentos, inscripciones y monedas para elaborar una nueva y verdadera Historia de España, tal como exigía uno de los estatutos de fundación de dicha Academia17. El objetivo concreto de la comisión de Pérez Bayer era, según carta a Mayans, «recoger cuantas monedas, manuscritos y otras piezas antiguas pudiese» para enriquecer el Gabinete de Medallas de la Real Librería, «y otros fines del real agrado y sin duda de la pública utilidad, todos relativos al mayor cuidado de las ciencias y especialmente de las lenguas orientales», además de copiar o comprar libros, manuscritos y cartas de españoles en bibliotecas públicas y privadas de Italia18. Por lo que respecta al segundo objetivo planteado, el estudio de lenguas orientales y especialmente del árabe, estaba relacionado con su proyectado ensayo sobre los orígenes de la lengua castellana o española, en la línea iniciada por el deán Manuel Martí y continuada por su discípulo Gregorio Mayans, y para poder traducir los códices árabes de la catedral de Toledo y de la biblioteca de El Escorial, como manifiesta en su Diario de viaje19. En cuanto al interés por las monedas y las obras españolas se explica por el deseo por parte de los Borbones de acopiar todo el material posible para una Historia de España libre de falsedades y leyendas, según manifiestan los Estatutos académicos ya mencionados, y también por la necesidad de ampliar los fondos de la Real Biblioteca, fundada por Felipe V el 29 de diciembre de 1711 y abierta al público en 1712 (la Cédula de Fundación fue promulgada en 1716), con fondos procedentes del Real Alcázar consistentes en libros, manuscritos y monedas20. La misión de la Real Librería, concebida como una biblioteca más accesible que la de El Escorial -no olvidemos las quejas de los eruditos españoles del XVI al respecto21-, era, en palabras de M. Carrión Gútiez, «renovar la erudición histórica y sacar al aire las verdaderas raíces de la nación y de la monarquía españolas», dentro de un proyecto ideado por el director de la Biblioteca y protector de Pérez Bayer, el P. Rávago, junto con el P. Burriel y el ministro Carvajal, de «reexhumación, renovación y afirmación de una cultura nacional»22. A la Biblioteca Real habían pasado, pues, las colecciones de monedas y otras antigüedades existentes en el Alcázar, además de nuevas adquisiciones a partir de 1715 como los monetarios del duque de Medinaceli, el duque de Uceda y el marqués de Mondéjar, entre otros, y los hallazgos de tesorillos, de modo que en 1749 el Gabinete de Medallas contaba con 22.000 ejemplares23, una cifra ciertamente no muy elevada en comparación con otras colecciones reales europeas.

Conocemos el itinerario del viaje de Pérez Bayer a Italia gracias a lo que queda del Diario y, sobre todo, a las cartas que escribió a su amigo Gregorio Mayans. Sus guías de viaje son, según declara en el prólogo «al Lector» de su Diario, el Musaeum Italicum del benedictino de Saint-Maur Jean Mabillon (1687-1689) y el Diarium Italicum de Bernard de Montfaucon (1702), éste último amigo del célebre deán de Alicante Manuel Martí, maestro de Mayans. Tras recorrer diversas ciudades del sur de Francia (Nîmes, Lyon, Chambéry) y pasar por Suiza (Ginebra), Pérez Bayer visitó Turín, Génova, Pavía, Milán, Brescia, Cremona, Mantua, Verona, Vicenza, Padua y Venecia, donde el Diario se interrumpe abruptamente en mitad de una descripción de la iglesia de San Antonio Abad o del Fuoco. De Venecia viajó a Roma con breves estancias en Ferrara, Bolonia, Rávena y Ancona.

A Roma debió llegar en diciembre de 1754, pues en carta a Mayans fechada en esa ciudad el 1 de diciembre de 1755 dice que «hace un año que estoi y pienso aun estar hasta la primavera»24. Allí coincidió con el joven pintor Antonio Ponz (1725-1792), futuro autor del famoso Viage de España y entonces simple pensionado por Fernando VI, por intercesión del ministro José de Carvajal, para dibujar antigüedades en Roma, ciudad donde permaneció unos nueve o diez años, entre 1751 y 1760-176125. Aunque Pérez Bayer no le menciona jamás (probablemente porque Ponz no era un personaje importante todavía, aunque en la década de 1770 llegaría a ser secretario de la Real Academia de San Fernando y miembro supernumerario de la Real Academia de la Historia), en la biografía de Ponz, escrita por su sobrino José Ponz e inserta en el último tomo de su Viage de España, se afirma que ambos se conocieron en Roma y que viajaron juntos a Nápoles para conocer las excavaciones de Herculano financiadas por Carlos VII de Nápoles, futuro Carlos III de España26. La única prueba que he encontrado de la existencia de esta amistad es el frontispicio que dibujó Ponz (firmado «A. Ponz inv.») para un libro escrito y publicado por Pérez Bayer en Roma en 1756, titulado Damasus et Laurentius hispanis asserti et vindicati. Es ésta la segunda obra de Pérez Bayer que ve la luz, después del tratadito titulado Reges Tharsis et insulae (Barcelona, 1753), y, como ha señalado Antonio Mestre, debe vincularse a la política de defensa y reivindicación de la cultura española frente a las críticas extranjeras, política promovida por el grupo de manteístas y antijesuitas que había derrotado al marqués de la Ensenada (es decir, Pedro Rodríguez Campomanes, Manuel de Roda, Ricardo Wall); el mismo Pérez Bayer define su tratado como un «conato a favor de la patria», en carta a Mayans de 19 de enero de 175727. En realidad, la afirmación del origen hispano de San Lorenzo era un tema tradicional en la historiografía española al menos desde la defensa hecha ya por Juan Francisco Andrés de Uztarroz a comienzos del siglo XVII, si bien algunos ilustrados, como Mayans, la rechazan de plano28.

En efecto, Ensenada había caído en abril de 1754, y con él Burriel y Valdeflores, por lo que el antiguo protegido de éstos, Pérez Bayer, veía peligrar su futuro, tal como escribe preocupado en el Diario29. Además, ese mismo año muere el ministro José de Carvajal y Lancaster. No obstante, sabrá cómo maniobrar para salir favorecido de esta complicada situación. ¿Cómo?: dedica el Damasus et Laurentius a D. Juan Francisco Gaona y Portocarrero, conde de Valparaíso (o Valdeparaíso), miembro del Consejo de Indias de Fernando VI y su nuevo ministro de Hacienda, con cuyo hijo, el marqués de Añavete, había trabado relaciones Bayer en Venecia, visitando ambos la biblioteca de San Marcos30. Desde luego consiguió un encargo importante: en 1757 fue nombrado Visitador del Colegio de San Clemente de Bolonia, puesto para el cual solía designarse a alguien de mayor categoría eclesiástica que un simple canónigo, como afirma Mestre31. Otras relaciones importantes para la carrera de Pérez Bayer, entabladas en Roma, fueron Manuel de Roda, entonces agente de Preces y después embajador ante la Santa Sede, aunque a éste tampoco lo menciona en sus cartas a Mayans ni en su Diario, y el cardenal Portocarrero, ministro de España en Roma, quien intercedió para que admitieran a Bayer en la Biblioteca Vaticana32.




ArribaAbajoRelaciones en Italia

Los nombres, descripciones y hechos elegidos por Pérez Bayer para figurar en su Diario de viaje y en sus cartas no son los que esperamos ni los que encontramos habitualmente en los relatos de otros viajeros. Parece evidente que lo seleccionado depende no tanto de su importancia objetiva como de los intereses del propio Bayer, que demuestran ser bastante limitados. Hay que tener en cuenta, no obstante, que sólo conocemos una pequeña parte del Diario (o bien la única que se llegó realmente a escribir), y que la información en la que nos basamos procede de ese breve relato y de las cartas a Mayans; y, lo que es muy significativo, la actitud del propio Bayer, como afirma J. A. Catalá, su editor: «el diario del viaje a Italia refleja la imagen de un autor suspicaz, arrogante, deseoso de exponer sus méritos en cualquier ocasión»33, más que la de un viajero curioso e interesado en lo que ve.

Con respecto a estos intereses, la principal preocupación de Bayer son las bibliotecas y los documentos de españoles que puedan contener: cartas, manuscritos, impresos. Por eso copia las obras y cartas de eruditos españoles (Antonio Agustín, Benito Arias Montano, García de Loaysa, etc.) que descubre en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, en el archivo del Colegio de San Clemente de Bolonia o en la Biblioteca Vaticana34. Y por eso habla tanto del cardenal Quirini y del célebre marqués Maffei, de Verona, ambos, por cierto, amigos epistolares de Gregorio Mayans, quien había proporcionado a Bayer las cartas de recomendación necesarias para presentarse ante estos eruditos. Pero por entonces Quirini había dejado su cargo como bibliotecario de la Vaticana y residía en Brescia; le había sucedido su enemigo el cardenal Passionei, que traspasa la enemistad a Bayer dificultándole enormemente el acceso a los ricos fondos españoles de la biblioteca papal precisamente por llegar recomendado por Quirini35.

Más significativos son los silencios y las ausencias. Ya sabemos que el Diario se interrumpe antes de la llegada a Roma, pero en sus cartas a Mayans desde esa ciudad, Bayer no menciona a personajes tan relevantes de los círculos eruditos romanos como Winckelmann, llegado a la ciudad en 1755, bien relacionado con los cardenales Archinto y Passionei y en ese momento bibliotecario y anticuario del cardenal Albani, o el pintor Mengs, a quienes sí conoció Antonio Ponz36. Tampoco menciona al abate Barthélemy, entonces en Roma, aunque sabemos, sin embargo, que allí le conoció porque éste así lo afirma en dos cartas que escribió en defensa de Bayer ante los ataques de Tychsen, insertas al final (pp. I-XVII) del libro de Pérez Bayer Numorum Hebraeo-Samaritanorum Vindiciae, publicado en Valencia en 1790, lo que demuestra que las relaciones entre ambos eruditos continuaron después de abandonar ambos Italia. En una de estas cartas, fechada en París a 29 de agosto de 1780, alude Barthélemy a esta relación trabada en Italia: «L'avantage que j'ay eu de vous connoitre à Rome...» (p. XIX). Y, confirmando la existencia de tal conocimiento, Barthélemy envió un informe sobre las conocidas falsificaciones de Granada de mediados del XVIII, probablemente a petición del propio Bayer37.

Apenas comenta de pasada las excavaciones en Herculano y Pompeya promovidas por Carlos VII de Nápoles, futuro Carlos III de España, parquedad que contrasta notablemente con los amplios comentarios e incluso disertaciones de la mayoría de los viajeros que las visitaron en esa época, entre ellos el mismo Barthélemy, Winckelmann o el presidente Charles de Brosses38. No habla de las ruinas de Paestum ni de los dibujos de sus templos realizados por encargo del conde napolitano Felice Gazzola, al servicio del rey, y posteriormente publicados (con métodos muy poco éticos) en París por el avispado arquitecto Soufflot, otro de los temas preferidos por los viajeros, como se verá después. Tampoco se refiere, siquiera brevemente, a lo que vio durante su viaje en cuestión de monumentos, ruinas o museos de antigüedades, no mencionando siquiera el famosísimo Belvedere vaticano. Como ya he dicho, en realidad sólo parecen interesarle dos cosas: los libros y manuscritos españoles, y las monedas.




ArribaAbajoBarthélemy y Bayer: dos viajes paralelos

Para calibrar mejor los intereses de Pérez Bayer, podemos comparar sus notas y cartas con las del erudito francés Barthélemy, ya citado, un hombre de su misma generación y similar carrera, con el que Bayer coincidió en el viaje a Italia aunque ninguno de ellos mencione al otro en sus escritos de esa época.

Jean-Jacques Barthélemy (1716-1795), especialista en lenguas orientales como Pérez Bayer (había estudiado hebreo y árabe en el Seminario jesuita de Marsella), es sobre todo conocido como autor del célebre Voyage du jeune Anacharsis en Grèce, concebido al regreso del viaje a Italia aunque publicado muchos años después, en 178839. Viajó por Italia entre agosto de 1755 y abril de 1757, a expensas y por orden directa de Luis XV de Francia para enriquecer y completar las series de monedas del Cabinet des Médailles del palacio real del Louvre, del que acababa de ser nombrado director40. Para entonces su fama, debida principalmente a sus trabajos numismáticos y epigráficos, había traspasado fronteras: así, desde 1754 era miembro honorario de la Real Academia de la Historia, que elegía para este título a los personajes más relevantes de la ciencia europea41. Durante su viaje compró también muchas antigüedades (alguna de ellas falsa) para la colección de su amigo y protector el conde de Caylus42, destinatario de las 49 cartas (del 19 de agosto de 1755 al 6 de abril de 1757) que constituyen las memorias de su viaje y que, junto con 11 apéndices, fueron publicadas bajo el título de Voyage en Italie (París, 1802).

Como en el caso de Pérez Bayer, la compra de medallas era el principal objeto del viaje de Barthélemy, según declara él mismo. Aún antes de cruzar la frontera francesa había adquirido para el Cabinet Royal más de 300 monedas (Bayer sólo 136), la mayoría preciosas por su rareza, así como el monetario íntegro del coleccionista Cary, de Marsella43. Pero, a diferencia de Bayer, las cartas y las memorias de Barthélemy son una mina de información acerca de personajes, instituciones y actividades relacionadas con la arqueología clásica.

Por ejemplo, tanto Bayer como Barthélemy visitaron, en distintos momentos, las excavaciones de Herculano y el museo de Portici, pero sus respectivos relatos son bien distintos. Barthélemy, a fines de 1755, habla ampliamente del hallazgo de manuscritos griegos en la Villa dei Papiri, de la Accademia Ercolanese, del proyecto de publicación de las antigüedades halladas en las excavaciones dirigido por el abate Ottavio Antonio Bayardi, sobre quien se explaya en una divertida carta, de los dibujos de Paestum (cuyas ruinas también visita) hechos por el conde Gazzola («Gazolles») y de cómo se los «robó» el arquitecto francés J. G. Soufflot para publicarlos por su cuenta y sin permiso en París en 1764...44. Por el contrario, Pérez Bayer, que -lo sabemos por una carta a Mayans- viajó al sur a principios del mes de abril de 1759 (seguramente acompañado por Ponz, aunque no lo dice), únicamente menciona su visita a la corte de Nápoles, donde fue presentado a los reyes por el embajador de España Alfonso Clemente de Aróstegui, y de esta visita sólo le interesa destacar ante Mayans la buena acogida que tuvo por parte del rey, ante quien leyó y tradujo, improvisando, una inscripción en griego recientemente hallada45. De hecho, esta buena impresión causada al rey le reportaría más tarde beneficios en forma de diversos cargos en la corte, como preceptor de los infantes o miembro del Consejo Real, como afirma Mestre, quien compara este caso con el de Campomanes y su traducción del Periplo de Hannón, que tanto impresionó también a Carlos III46.

Frente a la mediocre vanidad de Bayer, adquiere otro significado y valor el siguiente comentario de su coetáneo Barthélemy en carta a Caylus: «Vous ne sauriez croire combien mon voyage m'a humilié; j'ai vu tant de choses que j'ignorois, et que j'ai ignore encore, qu'il m'a paru fou de se savoir gré de quelques connoissances superficielles»47. Y en la carta n.° XLVIII a Caylus, fechada en Roma el 16 de marzo de 1757, hay otro comentario de Barthélemy que bien podría hacer referencia a nuestro Pérez Bayer, sobre todo si a ello añadimos la opinión negativa de Mayans respecto a la verdadera naturaleza y alcance de los conocimientos de Bayer, expuesta en la ya citada carta al P. Burriel48: «Tous les antiquaires de l'Europe arrivent; nous sommes inondés de brochures sur les médailles et les inscriptions, par des gens qui n'ont que des connoissances superficielles, et qui se font un nom»49. Efectivamente, en esta época Pérez Bayer sólo había trabajado en archivos y copiando las inscripciones hebreas de Toledo. Comenzaba su interés por las monedas como base para futuros estudios sobre el origen de la lengua castellana, que cifraba en las lenguas primitivas de la Península, según explica a Mayans en varias cartas de entonces y posteriores. Quizá estaba pensando en la posibilidad de entrar en el Gabinete de Medallas Real, cuyo director desde 1738, el jesuita francés Alejandro Javier Panel, había sido uno de los que le habían ayudado a ganar la cátedra de hebreo en Salamanca en 174650.




ArribaAbajoLas compras anticuarias de Pérez Bayer y la colección del Infante Don Gabriel: libros, monedas, mosaicos

Es muy interesante la información que proporciona Pérez Bayer sobre el mercado anticuario en Italia, acaparado en ese entonces por los ingleses del Grand Tour. Así, en repetidas ocasiones se queja de la subida de los precios, por ejemplo, cuando cuenta a Mayans que ha podido comprar algunas piezas raras en medallas y manuscritos «bien que los ingleses han robado (digámoslo assí) y dexado mui exhausto este país, derramando el oro y poniendo a las cosas precios mui subidos»51, o bien: «Por lo que toca a medallas, la confluencia de los ingleses las ha encarecido mucho»52. En estos comentarios coincide plenamente con Barthélemy, quien afirma al respecto: «Tout y est d'une cherté horrible»53.

A pesar de estas dificultades, muy pronto empezó a comprar. Además de las sucintas noticias apuntadas en el Diario de viaje y en las cartas a Mayans, sabemos lo que en conjunto trajo de Italia y Francia por declaraciones suyas muy posteriores en documentos relativos a la tasación y venta de la colección de antigüedades y el monetario del Infante Don Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III, conservados en el Archivo del Palacio Real, el Archivo del Museo Arqueológico Nacional y la Biblioteca Nacional. Pero la identificación de las monedas, las antigüedades y -en menor medida- los libros concretos que compró o manuscritos que copió, resulta difícil si no imposible, aunque, como veremos, hay teorías sobre algunas piezas conservadas en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

«El todo de lo que yo gasté en monedas, armas antiguas, ídolos, anillos, mosaicos, códices, libros raros y otras antiguallas ascendió a setenta y cinco mil reales vellón», afirma Pérez Bayer años después en un informe sobre el valor del monetario de Don Gabriel, de quien Bayer había sido preceptor54. Y ya en carta a Mayans de 1 de diciembre de 1755 decía: «Tengo una gran collección de antigüedades y monedas y embiado a Barcelona dos cajones de manuscritos latinos, griegos y los más hebreos»55. En efecto, entre otros libros, para la Real Librería compra los volúmenes de los Marmora Taurinensia, un repertorio de las inscripciones conservadas en el claustro de la Universidad de Turín realizado por su admirado marqués Maffei; y, a instancias de Mayans, que es su guía y consejero en estas adquisiciones, las Familias de Fulvio Orsini con notas de Antonio Agustín, una obra que seguía teniendo gran valor para los eruditos del siglo XVIII56.

Por lo que se refiere a las monedas antiguas, también aporta datos interesantes sobre su comercio. No sólo podían comprarse directamente a anticuarios y coleccionistas, sino también a plateros y caldereros: «busqué monedas por los plateros», «por los plateros y latoneros casi nada recogí»57. Las noticias sobre las monedas adquiridas se completan con la comunicación en carta a Mayans de 27 de junio de 1763 de que, por deseo expreso de Carlos III, la colección de 127 medallas de oro, 7 anillos y otras piezas, también de oro, comprados con dinero de la comisión de Fernando VI en Francia e Italia, quedó bajo su custodia58; a cambio Bayer presentó al rey un inventario, que, en mi opinión, y dado que no ha aparecido otro documento de similares características, debe corresponder al manuscrito sin fecha conservado en la British Library (ms. Egerton 561, ff. 128-146v), titulado Catalogo de las medallas de oro que en Roma y otras ciudades de Italia y Francia compro D. Francisco Perez Bayer, para el Real Museo de S.M. Catholica, donde se describe sucintamente un total de 136 monedas. Para explicar este interés por las monedas, debemos recordar la efectiva política coleccionística de Felipe V, similar a la de otros monarcas europeos, reflejada por ejemplo en la adquisición en 1745 del notabilísimo monetario del abate Charles d'Orléans de Rothelin, compuesto por 7.290 monedas y que costó 360.000 reales de vellón59, mientras que se le escapó -o no le interesó- la parte numismática de la colección de Cristina de Suecia (no así la de escultura), que acabó integrándose -tras pasar por varios propietarios como Odescalchi y el duque de Bracciano- en el Medagliere Vaticano60.

En el informe antes mencionado relativo a la tasación de la colección de monedas y antigüedades del Infante Don Gabriel, firmado por Pérez Bayer, en virtud de su cargo de Bibliotecario Mayor, el 5 de abril de 1792, se añade un dato más sobre el destino de algunos de los objetos traídos de Italia: «las monedas de oro, plata y metal que yo compré en Italia y Francia de orden del Señor Fernando Sexto, las quales el Señor Don Carlos Tercero me mandó passar y agregar al Museo de S.A.R.» [el Infante Don Gabriel]61. Los bienes de Don Gabriel y de su esposa la Infanta Doña Mariana Victoria, fallecidos en 1788, se habían puesto a la venta en pública almoneda, y Pérez Bayer recomienda comprar el monetario para la Librería Real, siguiendo el ejemplo de Carlos III al trasladar en 1769 «cuantas preciosidades, monedas, mosaicos, armas, ídolos, muebles caseros y otros instrumentos antiguos tenía en Buen Retiro» al Gabinete de Antigüedades de la Real Librería (la familia real había abandonado el palacio del Buen Retiro para ocupar el nuevo Palacio Real en diciembre de 1764). La colección del Infante comprendía, además del notable monetario, antigüedades, vaciados de esculturas, libros, pinturas, mosaicos, aparatos científicos y otros objetos. Por sugerencia de Bayer, una parte de la colección fue comprada por Carlos IV, hermano mayor del Infante: las monedas y medallas se destinaron a la Real Biblioteca, donde ingresaron en 1793, mientras que algunas «antigüedades y curiosidades» pasaron al Real Gabinete de Historia Natural, tasadas por José Clavijo, su director; por esta razón acabaron formando parte de los fondos fundacionales del Museo Arqueológico Nacional en 1867. Por el contrario, la librería y algunas «alhajas» se reservaron para el hijo y heredero de Don Gabriel, el Infante Don Pedro62. Conservamos una sucinta descripción de esta librería y del gabinete de Don Gabriel en el Palacio Real, hecha por Antonio Ponz en 177663: contenía «porción de manuscritos raros; algunas pinturas de mosayco antiguo, dos de ellas con exquisitos marcos de bronce, trabajados por Don Domingo Urquiza, fundidor de la Real Casa de la Moneda», así como diversas colecciones de monedas, destacando la serie de reyes de Siria, la de colonias y municipios de España, y la de reyes godos, que, según Pérez Bayer, «no tienen en España, ni fuera igual»64 Tanto Bayer como el agustino P. Enrique Flórez habían colaborado en la formación y clasificación del monetario del Infante. Recordemos que entre 1757 y 1773 se habían publicado los tres volúmenes de una de las obras de Numismática más importantes del siglo: las Medallas de las Colonias, Municipios y Pueblos antiguos de España, del P. Flórez, quien en el prólogo del último tomo reconoce su deuda con el monetario de Don Gabriel.

C. Mañueco, Conservadora del Museo Arqueológico Nacional, ha identificado otra posible compra de Pérez Bayer. Se trata de una cabeza de Séneca en bronce, obra de principios del siglo XVII atribuida a Guido Reni pero que durante muchos años, a causa de la noticia errónea dada por el conservador de la Biblioteca Real y luego del Museo Arqueológico Nacional Basilio Sebastián Castellanos de Losada, se creyó hallada en Herculano y traída a España por Carlos III65. Antonio Ponz, al describir en 1776 la Antecámara del Cuarto del Rey en el Palacio Real, menciona, entre una serie de bustos, uno de Séneca «imitación al antiguo de Bernini»66, seguramente el mismo que se conserva en el MAN (n.° inventario 1976/51/22).

Pero las antigüedades traídas de Italia cuya identificación ha ocasionado más discusiones y problemas son, sin duda, los mosaicos que se citan en el informe de Pérez Bayer de 5 de abril de 1792.




ArribaAbajoLos mosaicos

No podemos estar totalmente seguros, pero es posible que las «pinturas de mosayco antiguo» que, según Antonio Ponz, poseía el Infante Don Gabriel, sean los mismos mosaicos que dice Pérez Bayer haber traído de Roma y que, junto con otras antigüedades compradas durante este viaje, fueron depositadas en 1763 en la colección de Don Gabriel por deseo de Carlos III, como ya se ha dicho. En el Catálogo manuscrito de los fondos fundacionales del Museo Arqueológico Nacional procedentes de la Biblioteca Nacional y del Museo de Historia Natural figuran 10 mosaicos donados por Carlos III a la Real Biblioteca en 1787 (Archivo MAN n.° 191 a 200). Estos mosaicos se han identificado desde antiguo con los diez emblemata del Museo (n.° de inventario 3600 a 3609) que representan escenas de combates de gladiadores, carreras de cuadrigas, temas «nilóticos» y florales, cuya verdadera procedencia ha sido muy debatida desde la redacción de los primeros catálogos de la Biblioteca y del Museo. Ya en el primer inventario de las antigüedades de la Biblioteca Nacional, redactado por Basilio Sebastián Castellanos de Losada en 184767, se dice que estos mosaicos procedían de las excavaciones de Herculano y formaban parte del lote de piezas antiguas depositadas en la Real Cámara que Carlos III había traído consigo desde Nápoles, cuando llegó a Madrid para ocupar el trono de España a la muerte de su hermanastro Fernando VI, en 1759. Veinte años después, Emil Hübner, basándose en noticias de Pietro Santi Bartoli, describe los diez mosaicos expuestos en el Gabinete de Antigüedades de la Biblioteca Real, afirmando por primera vez que proceden de la colección del cardenal romano Camillo Massimo, y que habían sido descritos por Winckelmann68. Más adelante, Juan de Dios de la Rada y Delgado apuntaba ya que los mosaicos de gladiadores debían proceder, por el tema, de unas termas, tesis confirmada un siglo después por F. Sabbatini Tumolesi tras las excavaciones en la llamada Villa dei Symmachi en el Celio69. Hasta pasado casi un siglo no se vuelve a retomar el asunto de los mosaicos: en 1950 Antonio Blanco Freijeiro recoge las indicaciones de Hübner sobre la procedencia exacta de algunos de estos mosaicos, concretamente los dos emblemata que representan combates de gladiadores, hallados en el «Orto detto del Carciofolo», en la Via Appia, y los tres de carreras de carros, también de Roma70.

Recientemente, en un trabajo sobre la dispersión de la colección del cardenal Gamillo Massimo, B. Cacciotti demostró, muy convincentemente a mi parecer, la teoría propuesta por C. Mañueco en 1993 sobre la procedencia auténtica de los distintos mosaicos, aportando pruebas acerca de su conocimiento durante los siglos XVII y XVIII por eruditos y artistas71. También dejaba claro que, puesto que aparecen en los inventarios Massimo de 1738 y 1744, y que Winckelmann, al incluir algunos de ellos en su Description des pierres gravées du Baron de Stosch, de 1760, lo hace a partir de los dibujos hechos por Carlo Antonio dal Pozzo que se conservaban en la biblioteca del cardenal Albani, porque los mosaicos se encuentran ya en España72, la explicación más verosímil sobre su presencia en España antes de 1760 es que fueron comprados por Francisco Pérez Bayer durante su viaje, entre 1755 y 1759, si bien no encontramos ninguna prueba de esta afirmación ni en su Diario (del que como se ha dicho no se conserva la parte referente a Roma) ni en su correspondencia, salvo la noticia escueta de que trajo mosaicos de su misión en Italia en el informe ya citado73.

Por otra parte, una referencia sobre los objetos del Museo de Historia Natural que pasaron al Museo Arqueológico Nacional incluye dos mosaicos pensiles, uno de ellos representando «el robo de Europa» (interpretación errónea), que han sido identificados con dos imitaciones «modernas» con escenas de Hércules con el centauro Neso y Deyanira y Hércules con la Cierva de Cerinea (MAN, n.° inventario 3610 y 3611, respectivamente). Es muy posible que éstos sean los mismos mosaicos «con marcos de bronce» mencionados por Ponz en su descripción del Gabinete de Don Gabriel, ya que «2 Quadros mosaicos con marcos de bronce» quedaron sin vender en la almoneda pública y pasaron al Gabinete de Historia Natural según una relación de objetos no vendidos de la colección de Don Gabriel, fechada el 18 de abril de 1792 y firmada por Jerónimo de Mendinueta, Curador del Infante Don Pedro (Arch. IDG, leg. 16 fin). Además, C. Mañueco apuntaba que incluso los mosaicos de gladiadores traídos por Bayer de Roma pasaron a la colección de Don Gabriel, basándose en un recibo fechado el 21 de julio de 1787, conservado en el archivo de la Real Librería, por el que se abonan 120 reales «a los mozos que trajeron los mosaicos de Retiro»74.

En definitiva, parece claro que efectivamente los diez mosaicos depositados en el Gabinete de Antigüedades de la Librería, y los dos modernos del Museo de Historia Natural que acabaron pasando al MAN en 1867, procedían todos de Roma, fueron comprados por Pérez Bayer durante su estancia, y a partir de 1763, por deseo de Carlos III, quedaron en la colección del Infante Don Gabriel hasta su muerte.






ArribaAbajoAlgunas conclusiones

Al regreso de Italia a fines de la primavera de 1759 (la última carta a Mayans desde Roma data del 23 de abril), Pérez Bayer obtuvo como premio al éxito de su misión el nombramiento de canónigo de Toledo con la dignidad de tesorero del Cabildo. Este era, según Mestre, uno de los puestos más importantes del clero español, como lo demuestra el hecho de que otros canónigos toledanos de la época ascendieran a diversas sedes episcopales de importancia: así Lorenzana (después cardenal) llegó a ser obispo de Toledo, Fabián y Fuero de Valencia y Rodríguez Arellano de Burgos75.

Bayer prosiguió sus estudios de árabe y lenguas orientales (en 1762 fue enviado a la biblioteca de El Escorial para redactar el índice de los manuscritos hebreos y latinos, según informa a Mayans), y se dedicó a las monedas fenicio-púnicas y a las entonces llamadas «desconocidas», es decir, las ibéricas, tema que le ocuparía hasta el final de sus días76. Y viajó una vez más, en 1782, por Levante, Andalucía y Portugal, anotando y dibujando inscripciones y otras antigüedades en su Diario del viaje a Andalucía y Portugal77. Como dije al principio, Carlos III le nombró preceptor de los infantes tras la expulsión de los jesuitas, que habían desempeñado tradicionalmente este cargo, en 1767; recordemos su influencia sobre el inteligente y culto Infante Don Gabriel, cuya librería y monetario ordenó78, y cuya traducción de las obras de Salustio, publicadas espléndidamente por la Imprenta Real en 1772, supervisó. Designado miembro del Consejo y Cámara de Su Majestad en 1781, el último puesto que desempeñó fue el muy ambicionado de Bibliotecario Mayor (Mayans nunca lo consiguió) de la Real Librería tras la muerte de Juan de Santander en 1783, hasta 1793, fecha en que se retiró a Valencia. Precisamente a la biblioteca de esta Universidad había donado en 1785 los 20.000 volúmenes de su librería además de sus papeles, «en beneficio de mi patria y de essa juventud»79.

Las noticias que proporciona Pérez Bayer sobre las antigüedades de Italia (colecciones, actividades arqueológicas, museos, etc.) resultan escasas y muy poco interesantes si las comparamos con los relatos de otros viajeros. Ya lo hemos visto en el caso de Barthélemy. Pero las motivaciones y objetivos últimos de su viaje podrían ser distintos en realidad: podrían estar relacionados no con un mero afán de erudición, sino con un proyecto presentado a Fernando VI en 1747 por el ministro del Consejo de Estado José de Carvajal (uno de los protectores de Bayer hasta su temprana muerte en 1754), y que resultaría a la postre frustrado: la fundación de una Academia de Historia Eclesiástica en Roma destinada a continuar con las investigaciones sobre la historia de las iglesias españolas, incluyendo sus orígenes en época romana y visigoda y remontándose incluso a tiempos anteriores en un verdadero ejercicio de erudición anticuaria con despliegue de epígrafes, monedas, ruinas y monumentos de todo tipo80. Estas investigaciones habían sido iniciadas por el P. Benito Feijoo y el P. Martín Sarmiento, y las había desarrollado a partir de 1773 el P. Enrique Flórez con su monumental España Sagrada. De ahí el interés de Bayer por copiar manuscritos y cartas de españoles, y por coleccionar sus «memorias» y «epitafios». Los resultados de este acopio de documentación podían favorecer los argumentos de la Corona frente a los del Papado en la polémica cuestión de quién debía controlar los beneficios eclesiásticos y el nombramiento del clero, la Corona o el Papa: ello explicaría quizá las reticencias del cardenal Passionei a permitirle a Pérez Bayer la entrada en la Biblioteca Vaticana. Y, desde luego, Pérez Bayer supo aprovechar los documentos recogidos en las bibliotecas y archivos de Italia para su edición de la Bibliotheca Hispana Vetus de Nicolás Antonio (Madrid, 1788), que corregía y aumentaba la primera edición de Roma de 1696 (su antecesor en la Biblioteca Real, Juan de Santander, fue el encargado de revisar la Bibliotheca Hispana Vetus, publicada en 1783): «También tengo bastante que poder añadir a la Bibliotheca de nuestro D. Nicolás Antonio...», dice Bayer en carta a Mayans de 19 de enero de 1757. Con esta edición, Pérez Bayer, al igual que hicieran otros eruditos como el abate Cavanilles desde París, contestaba indirectamente la pregunta de Nicolas Masson de Morvilliers en el artículo sobre España (redactado ca. 1782-84) de la Encyclopédie Méthodique: «Que doî-on à l'Espagne?».




ArribaNota sobre el manuscrito del Diario del viaje a Italia de Francisco Pérez

Según las propias afirmaciones de Pérez Bayer en sus cartas a Mayans, recogidas después por Benito Cano y los demás biógrafos de Bayer, el manuscrito del Diario del viaje a Italia pasó por clonación en vida del autor a la Biblioteca de la Universidad de Valencia junto con la librería y demás papeles, en 1785. De hecho, en el Índice de los Manuscritos que el Ilmo. Sr. D. Francisco Pérez Bayer dio a la Muy Iltre. Ciudad de Valencia, juntamente con su exquisita Bibliotheca pasa uso de la universidad Literaria, redactado por el presbítero D. Domingo Mascarós y Segarra, bibliotecario mayor de la misma nombrado por el propio Pérez Bayer en 1787, figura este Diario con el n.º 18, descrito como manuscrito «de letra del Sr. Bayer»81.

Pero ya no aparece entre los escritos de Pérez Bayer que recoge M. Gutiérrez del Caño en su Catálogo de los Manuscritos existentes en la Biblioteca Universitaria de Valencia, II, Valencia, s.a. [1913]. Según se ha afirmado tradicionalmente, gran parte de la biblioteca resultó destruida en un incendio provocado por el asedio de las tropas del general Suchet durante la Guerra de la Independencia82.

No obstante, en 1886 Juan de Dios de la Rada y Delgado afirmaba haber visto un ejemplar incompleto del Diario, que había pertenecido al Duque de Híjar pues llevaba su exlibris, en la biblioteca del numísmata Adolfo Herrera y Chiesanova, miembro de la Real Academia de la Historia83. Este académico legó a la Academia su biblioteca de más de 2000 libros y manuscritos, pero en el inventario de la misma no consta ya el Diario manuscrito de Pérez Bayer84. Por suerte, en el Archivo Histórico Municipal de Valencia (Fondo Serrano Morales, ms. 6541) se localizó una copia del Diario muy incompleta (pues refiere sólo lo sucedido entre el 9 de mayo y el 9 de agosto de 1754, sin dibujos ni libro de inscripciones ni índice de compras), que es la publicada ahora por A. Mestre et alii, y que resulta ser precisamente el ejemplar perteneciente a Adolfo Herrera85.

Así, pues, en algún momento entre 1787 (Índice de Mascarós) y 1913 (Catálogo de Gutiérrez del Caño) el manuscrito del Diario de Pérez Bayer desapareció de la Biblioteca de la Universidad de Valencia. Es probable que, efectivamente, esto sucediera durante la Guerra de la Independencia. Pero la existencia de una copia, que había pertenecido antes a un Duque de Híjar, en poder del académico Adolfo Herrera plantea varias preguntas:

  1. En primer lugar: ¿cómo llegó a manos de Herrera? Sabemos que la biblioteca del Duque de Híjar (no sabemos cuál de ellos, pero seguramente Pedro de Alcántara Fernández de Híjar Silva y Abarca de Bolea, IX Duqe, Gentilhombre de Carlos III y Consejero de Estado, o bien su hijo primogénito Agustín de Silva Fernández de Híjar y Palafox, X Duque, Gentilhombre de Cámara de Carlos IV), constituyó la base de la de José Salamanca, formada bajo la supervisión de Serafín Estébanez Calderón y Pascual de Gayangos, también académicos de la Historia86. A la muerte de Salamanca, esta biblioteca fue adquirida por el Banco de España. Pero Adolfo Herrera pudo haber comprado el Diario en la tercera y última subasta de los bienes del marqués de Salamanca que se celebró en su palacio de Vista Alegre en 1883, después de su muerte. En esa época Herrera acababa de ser nombrado correspondiente de la Real Academia de la Historia en Cartagena, y quizá estaba en Madrid y pudo asistir a la subasta. Tampoco sabemos cómo pudo llegar el Diario a manos del Duque de Híjar. ¿Quizá por la relación de esta familia con los Portocarrero, protectores de Pérez Bayer?
  2. Último destino: el Archivo Municipal de Valencia. Al no aparecer el Diario en la lista de libros y manuscritos pertenecientes a Adolfo Herrera y entregados por su viuda, Dña. Magdalena Gil, a la Real Academia de la Historia, podemos deducir que fue vendido o regalado en algún momento posterior a 1886 y anterior a 1908 al bibliófilo valenciano José Enrique Serrano y Morales (fallecido en 1908). Así ocurrió con una carta de navegar de Matheus de Prunes de 1563, vendida al Estado en 1926 por la viuda de Herrera y que se depositó en la Biblioteca Nacional87. Serrano Morales donó su biblioteca de 12.000 volúmenes y papeles sueltos al Municipio de Valencia; de ahí que el Diario del viaje a Italia de Francisco Pérez Bayer, ms. 6541 del Fondo Serrano Morales, se encuentre hoy en el Archivo Municipal de Valencia.
  3. Y, finalmente, una última cuestión: ¿cabría la posibilidad de que este Diario, ms. 6541 del Archivo Municipal de Valencia, fuera en realidad el original perdido durante la Guerra de la Independencia, que por alguna razón fue a parar a la biblioteca de Híjar y después a la de Adolfo Herrera? Que la letra de este manuscrito, sea o no la de Pérez Bayer, no es determinante, en mi opinión: el original pudo ser copia en limpio de amanuense a partir de un borrador original, quizá realizada por uno de los asistentes de Pérez Bayer que le acompañaron en el viaje.


 
Indice