Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Capítulo XXXIII

Imposibilidad de la fusión de los espíritus en el matrimonio actual.-Razones porque los maridos combaten la influencia de los confesores.-La transigencia mutua del matrimonio.-Hoy el acuerdo se consigue por nulidad y apatía de la esposa.-La red que teje el cariño.

     Hay otro lado desagradable que merece la pena de estudiarse en sus efectos, no directamente por las incapacidades de la mujer, sino por la gran diferencia que estas incapacidades crean entre su educación y su carácter de una parte, y la educación y el carácter del hombre por otra. Nada más desfavorable a la unidad de espíritus y sentimientos, que es el ideal del matrimonio. Una asociación íntima entre personas radicalmente distintas, es puro sueño. La diferencia puede atraer; pero lo que retiene es la semejanza, y por razón de la semejanza que entre ambos existe son felices los consortes. Mientras la mujer se diferencie tanto del hombre en la entraña, en lo profundo, ¿qué mucho que los hombres egoístas sientan la necesidad de ser dueños de un poder arbitrario, para tener la panacea de todo conflicto, decidiendo la cuestión en el sentido de sus preferencias personales? Cuando las personas no se parecen, no tienen afinidad, mal puede haber entre ellas identidad real de intereses y aspiraciones. Y de hecho, entre los cónyuges suelen existir diversidades hondísimas en el modo de ver, de pensar y entender las más altas cuestiones morales.

     ¿Qué es una unión conyugal donde semejantes disentimientos pueden producirse? Y sin embargo, se producen doquiera, si la mujer tiene serias condiciones, y se ve obligada a ocultarlas por obediencia. El caso es muy frecuente en los países católicos, donde la mujer, desacorde con el marido, busca apoyo en la otra autoridad ante la cual aprendió a doblegarse. Los escritores protestantes y liberales, con la impavidez del poder que no está acostumbrado a que nadie se le subleve, atacan la influencia del sacerdote sobre la mujer, menos porque es mala en sí, que porque es una rival de la infalibilidad del marido y excita a la mujer a la rebelión. En Inglaterra surgen conflictos análogos cuando una mujer evangelista torna por marido a un hombre que profesa otras creencias religiosas. Pero en general se combate esta causa de disensión, reduciendo el espíritu de la mujer a tal nulidad, que no cabe en él otra opinión sino la que el mundo o el marido les imbuye.

     Aunque no haya diferencia de opinión, la diversidad de gustos puede anublar la dicha del matrimonio. Nuestra organización social estimula y embravece las inclinaciones amatorias del hombre, pero no prepara la felicidad conyugal al exagerar, por diferencias de educación, las que naturalmente pueden resultar de la diferencia de sexo. Si los esposos son personas bien educadas y de buena conducta, muestran tolerancia y no se estorban en sus aficiones; pero ¿qué hombre se casa con propósitos de tolerancia? La diversidad de gustos trae consigo la oposición de deseos en casi todas las cuestiones interiores, a no reprimir el capricho la fuerza del afecto o del deber. Los dos cónyuges querrán tal vez frecuentar distinta sociedad o tratar con distintas personas. Cada cual buscará amigos que tengan sus mismos gustos, los que sean gratos al uno serán indiferentes o muy ingratos al otro; no es posible, sin embargo, que los esposos no admitan recíprocamente sus respectivos amigos, ni que vivan en habitaciones separadas de la misma casa, ni que reciban cada cual distintas visitas, como en tiempo de Luis XV. No pueden menos de disentir respecto a la educación de los hijos; cada cual quiere ver reproducidos en sus hijos sus propios sentimientos; tal vez harán un pacto, en que se transija a partes iguales, o cederá la mujer, bien a pesar suyo, ya renunciando sinceramente a sus derechos, ya reservándose el de intrigar bajo cuerda contra las ideas del esposo.

     Sería insensatez afirmar que estas diferencias de sentimientos e inclinaciones no existen sino porque las mujeres están educadas de distinto modo que los hombres, y jurar que, en otras circunstancias, habría una conformidad absoluta. Lo que indico es que estas diferencias naturales las agrava la educación artificial, que las hace irremediables e invencibles. Merced a la educación que recibe la mujer, rara vez pueden los cónyuges unirse en simpatía real de gustos y deseos en las cuestiones diarias. Deben resignarse a discordia perpetua y renunciar a encontrar en el compañero de su vida ese idem velle e idem nolle, lazo de unión de toda asociación verdadera; pues hoy, si el hombre logra tal acuerdo, es escogiendo una mujer de absoluta nulidad que no tenga ni velle ni nolle, y esté siempre dispuesta a ir por donde la manden y a poner la cara que el marido determine.

     Este mismo cálculo puede salir fallido; la estupidez y la debilidad no son nunca prenda de la deseada sumisión. Pero aunque así fuera, ¿es ese el ideal del matrimonio? ¿Logra así el hombre más que una criada a una querida? Por el contrario, cuando un varón y una hembra tienen personalidad, carácter y valía; cuando se unen de todo corazón y no son los polos opuestos, la colaboración diaria de la vida, ayudada por la simpatía mutua, desarrolla los gérmenes de las aptitudes de cada cual para abarcar las tareas del compañero, y poco a poco engendra paridad de gustos y de genios, enriqueciendo ambas naturalezas y sumando a las facultades de la una las de la otra. Esto ocurre a menudo entre amigos del mismo sexo que viven mucho tiempo juntos, y sería más frecuente en el matrimonio si la educación completamente distinta de los dos sexos no hiciese casi imposible la armonía del alma y de la inteligencia.

     Una vez extirpado el mal, cualesquiera que fuesen las diferencias de gustos que dividen a los esposos, habría en general unanimidad de miras para las grandes cuestiones de la vida. Cuando ambos cónyuges se interesan igualmente por esas magnas cuestiones, se prestan mutuo auxilio y se animan y confortan; los demás puntos en que sus inclinaciones difieren les parecen secundarios; hay base para una amistad sólida y permanente, red sutil de cariño y adhesión que hará a cada uno de los cónyuges anteponer a la suya la voluntad del otro.

Arriba