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ArribaAbajoApéndice IX

Otros artículos del año 28 sobre Vanguardismo


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ArribaAbajoVanguardismo criollo

Antonio Planchart Burguillos


Asombro, no otra cosa -asombro desparticulador [sic] de mandíbulas- producirá a los estudiantes de retórica la lectura de las poesías clamadas hoy vanguardistas. Desconcierto ingenuo desdibujará todos los músculos de sus caras y un desaliento se apoderará de ellos, semejante al que posee al novicio, cuando el iniciado le da a sentir, con una martingala, toda la hondura de lo esotérico. Ellos leen Garcilaso, Lope, Quevedo y Argensola, gustan la pompa de un Herrera y la mediocre bondad de un Racine traducido, mas de pronto, después de una partida de foot, o tal vez en jugosas vacaciones hojean cualquier Revista literaria y es llegado el instante del espanto y de las consultas candorosas.

El profesor de literatura, un buen lego conservador, atribuye el fenómeno a veleidades sociales periódicas, se da a recordar a los gongoristas y trae a la memoria aquello de la «Alfalfa divina para los borregos de Jesucristo». Los chicos tranquilizados duérmense al arrullo de todas las tradiciones y, en paz con el porvenir, sueñan con las excelencias de la costumbre. A los dos meses de abandonar las aulas enamóranse y escriben versitos bien medidos. Después, un fracaso amoroso y la llegada de todas las locuras: cabaret, restaurant, charleston, deportes acompañados de música sincopada de antillanos y la oreja y el tacto reconciliados con los ritmos del motor de explosión interna. Y al leer de nuevo los versitos bien medidos de un año antes, el rubor en las mejillas, mal avenido con la sonrisa alcahuete de remembranzas sentimentales.

Durante muchos años continuarán las protestas contra la nueva poética y muchas serán las consecuencias, pero bueno será tener presente que las apostasías a lo Juliano carecen de repercusión. Cuando una   —372→   forma de la actividad humana está en la agonía, vana tarea es reanimarla con inyecciones de aceite alcanforado.

Pero ¿cómo explicar el fenómeno? Trátase tan solo del «paso de la costumbre a la moda» que con tanto brillo nos describe Tarde, que revoluciona por igual la institución de la familia y los procedimientos económicos, la indumentaria femenina y la hechura de los versos. El de la costumbre a la moda verificóse ha muchos años en países como Inglaterra, pero España, cuya Real Academia de la Lengua ostenta un crisol en sus blasones, solo ayer incorporóse de lleno al movimiento revolutivo. Y si España comenzó a la par del Japón, la América Latina comienza hoy junto con los Nacionalistas de Cantón y la viuda de Sut Yan Sen [sic].

El salón llámase ahora boudoir y no ostenta ya en sus vitrinas abanicos pintados por Fragonard y auténticas porcelanas del Pekín imperial. El boudoir está lleno de baratijas de un raro mal gusto, que la industria moderna produce por millones, de cuadritos cuya liviandad procura en vano la litografía cubrir de un barniz de gracia erótica, de muebles que en vano trata de standardizar la manufactura mundial de cojines de lujo. La división del trabajo lo invade todo, en su afán de máximo rendimiento, la escultura tanto como la juguetería y no es raro ver como un cuento o un poema son fabricados por dos o más escritores vanguardistas, que logran mayor incoherencia con el novísimo procedimiento: uno comienza el cuento y otro lo termina. De esa manera la obra tiene un subjetivismo independiente del subjetivismo de los autores, tiene un alma sui generis, producto de dos espíritus divorciados en la concepción artística. Y, como está de moda la literatura rusa allí va un seudónimo terminado en vich o en iev.

Trátase de producir, de producir al por mayor, de dar un rendimiento neto, como en las industrias extractivas -para dejar con un palmo de narices a los pobres economistas-, de lanzar al mercado un chorro de literatura porque tal reclama la actual vorágine, sin tener en cuenta normas.

Un hecho cierto hay: estamos cansados de los ritmos clásicos. Más aún, apenas una orientación se precisa pasa de moda, porque la orientación supone vejez, como toda cristalización. El reinado de la moda es un reinado sin leyes. Por lo menos sólo la moda está sometida a una ley, pero tan general que no puede sentirse en las manifestaciones transitorias de su imperio.

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¿A quién se le ocurre buscar un camino en la huella que han dejado los antepasados? En las «Leyes de Imitación» nos lo dice Tarde: «Cuando el pasado de la familia y de la ciudad no se juzga venerable, con mayor razón dejará de serlo cualquier otro pasado y sólo el presente parece inspirar respeto; pero por el contrario, desde el momento en que hasta ser parientes o compatriotas para juzgarse iguales, sólo el extranjero, en general, parece debe producir la impresión respetuosa que predispone a imitar; el alejamiento en el espacio obra como, no ha mucho, el alejamiento en el tiempo». ¿A qué hombre de habla castellana se le ocurre imitar hoy en día a Garcilaso o Quevedo?

Son los signos del tiempo. Mr. Ford -se había jurado no cambiar nunca su clásico modelo- transforma su viejo fotingo en un carro elegante, para afrontar la competencia. Porque la industria marcha de invención en invención; a diario aparecen nuevos frenos, pulituras mejores, engranajes más perfectos y enchufes sin precedente.

Y lo mismo pasa en literatura. El periodismo hace una competencia cruelísima a todos los otros géneros. El poeta, el cuentista, el novelista vense obligados a romper los moldes, a no atenerse a reglas para poder tenerse firmes frente al cronista. Así, vemos que, entre otros, el principal inconveniente de la normalización literaria es la fecundidad de ese Píndaro criollo que se llama el cronista MARIO. Gabaldón Márquez, ya lo hemos visto, tiene éxito con sus poemas informativos: escribió uno al limpiabotas que murió en el incendio, otro al cambio de itinerario de los tranvías de Caracas, otro al finado Bedel de la Escuela de Ciencias Políticas, todo de un día para otro, sin la meditación y la serenidad requeridas para hacer obra de arte. En esas producciones ni más ni menos, el bate [sic] expresa, con precisión, el sentimiento ambiente pero, como lo hace de una hora para otra, con la misma prisa del que traduce el cable, han de llamarse sus versos poemas informativos. Y tenemos hecho ya, al poeta de las fugaces emociones sociales. Y a Dios gracias que Gabaldón Márquez es claro, que otros hay que enfilan los versos con un verdadero procedimiento moderno de enchufe, sin tener en cuenta no digo ya las más elementales reglas de la gramática -que eso importaría poco- sino los más simples dictados de la lógica.

Góngora y Argote procuró injertar en nuestra lengua las retóricas latina y griega y trató de reformar la técnica del verso de acuerdo con normas que suponían una enorme erudición. ¿Dónde van a buscar, me pregunto,   —374→   los nuevos reformadores la regla nueva? Tablada y los poetas del hai kai (EL ALACRAN: Sale de un rincón entre un paréntesis y una interrogación) hallan un venero limpio en el oriente mimoso y sintético del Japón estadístico, el de los jardines microscópicos y la imaginación ceñida. Allá hay tres metros cuadrados para cada hombre y por eso un parque no puede tener más de ocho metros. Pero aquí, en Venezuela, hay dos hectáreas por habitante y la imaginación tiende a expandirse, no siendo por ello el sintetismo nipón lo más apropiado a nuestra fogosidad tropical.

¿A dónde ir a buscar la norma? El camino se nos impone él solo, con una fuerza implacable, con un determinismo de ley físico-química. El Universo redúcese al tiempo y el espacio. Tarde nos indica cuál es ese camino y los poetas de hai kai confirman la observación. ¿Hacen eso nuestros vanguardistas? Me parece que no. Ni siquiera eso han hecho. Su técnica no es otra que la divertida regla del juego que llaman el grito del diablo: reúnense varias personas para lanzar un grito; uno dirá A, otro E, otro I, otro O y otro U. A una señal determinada cada uno grita su letra y el resultado será un alarido desarticulado y extraño.

[Mundial, XII, 300, Caracas (14 de enero de 1928), pp. 1 y 2].



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ArribaAbajoMúsica celestial

Rafael Sylva


¿Por qué los músicos vanguardistas de Caracas no han dicho nada del milagro lírico realizado por León Theremyn, ese ruso que cada vez que quiere, hace llover del cielo -sin metáfora- cataratas de armonía?

Yo también, aunque viejo, creo en el vanguardismo y lo admiro. Vanguardismo es ir adelante, no siempre sobre las cuatro ruedas de una carreta. Lindbergh recorriendo en 27 horas de vuelo ininterrumpido los 3.200 kilómetros que separan a Washington de México, es un vanguardista. Y en el orden intelectual, el alado pegaso de la fantasía es un buen vehículo para salir, llegar y triunfar. Ahora, so pretexto de vanguardismo, no caigamos, para llamar la atención, para que se hable de nosotros, en el snobismo de cortarle la cola al perro de Alcibíades.

¿Vanguardismo? Por qué no! Cuando Galileo sostuvo ante la amenaza de la Inquisición su E PUR SI MUOVE! era un vanguardista. Ayer no más, cuando en la aeronaútica pretendía predominar el criterio -al parecer lógico- de «más liviano que el aire», el que dijo «plus lourd que l'air» fue un audaz vanguardista. Un ingeniero inglés, Campbell, ensaya actualmente un automóvil que correrá a razón de 400 kms. por hora. Ese es un vanguardista. Rubén Darío fue un vanguardista que llevó a España en sus líricas carabelas una nueva forma del verso que no tenía las extravagancias que prematuramente les presentara Góngora.

En materia de arte poético es admisible la teoría de Schlegel: «El principio de toda poesía es suspender la marcha de las leyes de la razón y recaer en el «bel égarement» de la fantasía, en el caos primitivo de la naturaleza humana». Pero hay que ser loco, como Colón, como Bolívar, como Wagner, como Rodin. Lo loco de Catia.

Se ha dicho mucho -observa Ribot- que la esencia del arte es la libertad absoluta y nada tendría que objetar a eso, pues la finalidad   —376→   del arte está en él mismo, y no creo que esté sometido a otras exigencias que a las de crear obras viables aceptadas de sus contemporáneos.

¿Vanguardismo? Cómo no! Todo el mundo tiene derecho a decir en el ágora su palabra... Pero sin llegar al apóstrofe del gran cantor suramericano cuando exclamó: «El sentido común, razón menguada, no ha sido nunca artista, ni poeta, ni paladín, ni redentor, ni nada!».

Eso no pasa de ser un grito de combate. De ninguna manera se puede aceptar como raciocinio.

La vida es, tiene que ser renovación. Hay viejas ideas, viejos preceptos, viejos prejuicios y seguramente «viejos hombres y viejos procedimientos».

¿Debemos suprimir todo eso de un solo golpe de batuta como suprimían los antiguos de un solo golpe de leño al pariente inválido o caduco?

No! Lo viejo muere de muerte natural sin tener que apelar al recurso asesino.

Vanguardismo? Por qué no! Bienvenido sea «el enano que ve, encaramado sobre los hombros del gigante que no ve». «Seres parcos que al lucir, tenéis por fuerza que arder, cumplid con vuestro deber!». Viva el vanguardismo: no el que viene agresivamente, destruyendo o pretendiendo destruir la choza en que vive la grey sin saber todavía donde debe guarecerse después. Viva Lindbergh, por ejemplo, que mantiene actualmente en bochorno a las águilas y que le ha dado al hombre el derecho de llamarse, sin la fatuidad con que lo hiciera antes, «el Rey de la Creación» por cuanto para él no existen ahora sino muy relativamente el tiempo y el espacio. Y volviendo al tema que únicamente me propuse tratar al comenzar estas líneas, viva ese joven ruso que le ha dado a la humanidad, sin que para eso tenga ella que morir, el raro placer de escuchar en la tierra las músicas del cielo. He ahí un apreciable vanguardista. Theremin sabía, como todo sabio moderno, que en el éter existen vibraciones diversas y dispersas. Ya las había trasmitido el radio, en veces, por el simple contacto de una piedrecita de plomo herida por el contacto de una aguja. Pero esos sonidos, esas músicas, así apresadas y oídas venían ya hechas en determinado lugar por músicos que tocaban determinados instrumentos. Theremin ha hecho más. En ese camino fue audazmente a la vanguardia e ideó algo que yo mismo que os lo cuento   —377→   no lo sé explicar bien porque no lo comprendo. Ese hechicero ruso os hace oír, por ejemplo, el Ave María de Gounod o un alegro de Boris Godounof sin que en ninguna parte violín ninguno esté tocando ni ningún coro cantando para él.

«A mi aparato -explica Theremin- contenido en una caja de madera ordinaria, envío corriente alterna cuya frecuencia puedo hacer variar a mi antojo. Esa caja (corno la de un radio receptor) tiene, en la puerta superior, a la derecha, una antena metálica (poco menos de un metro). La corriente crea en torno de esa antena un campo electromagnético. Cuando yo muevo mi mano derecha en ese campo creo perturbaciones. Las ondas emitidas por la antena dispersándose en la sala, tocan, y desde luego transmiten esas variaciones a los altoparlantes provistos de un dispositivo especial que, por otra parte, hacen sensibles los sonidos. Una especie de anillo metálico y horizontal se coloca a la izquierda de la caja. Es la antena anular sobre la cual coloco mi mano izquierda haciendo variar la intensidad del sonido cuyos tonos son regulados por mi mano derecha. Y así puedo tocar la música que quiero».

El crítico musical Emile Condroyer, después de la segunda presentación de Theremin en la Ópera de París, dice:

«La Ópera repercutió anoche con la música de las ondas. Sabios, diletantes y curiosos la llenaban plenamente, y todos tributaron al profesor ruso una manifestación no menos viva y estruendosa que la que, el martes, acogió su primera demostración. Ha sido pura justicia. Hay que creer que este inventor, aliando con ceremoniosa suerte el arte y la ciencia, ha señalado el comienzo de una era en que la ingeniosa aplicación de un principio conocido ha dotado a la música de unos nuevos recursos... Ningún virtuoso podrá sacar del violín lo que Theremin saca de su instrumento cuando ejecuta el «Cisne» de Saint Saëns. La melodía emana su sereno arabesco en veces con tenuidad adorable. Los sonidos alcanzan a una finura que evocan yo no sé qué feérico y frágil tallo de cristal. Y en los tonos medios toman la espléndida ampulosidad de una voz llena de viviente pasión. Theremin toca Schubert, Rubinstein, Offenbach, lo que quiere. Toca un aire de Matheson. Y entonces no es el violín sino el violoncello lo que se oye. Y siempre con pureza y una plenitud que dan a esas harmonías un sentido profundamente humano».

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Lamento carecer de la competencia necesaria para extenderme sobre el particular. Mi papel se reduce al de un simple cronista. Pero en verdad os digo que creo se trata de algo supervanguardista.

A ese hombre hay que abrirle, es claro, las puertas de la Ópera y de la gloria. Mejor dicho, se las abre él mismo, porque posee la llave de oro del genio. Theremin no llegó a París como querían llegar los alemanes. Desconfiad de toda conquista hecha por la fuerza. Hay una fobia muy justificada en las colectividades. Pero, cuando sale el sol, todos tenemos que mirar hacia el naciente y entonces, sólo hay que compadecerse de los malaventurados que tienen ojos y no ven.

[El Universal, XIX, 6709, Caracas (15 de enero de 1928), p. 1. Firmado con el seudónimo «Lino Sutil].



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ArribaAbajoPanorama de vanguardia

Rafael Angarita Arvelo


A esta nueva edad que nos corresponde, por obra y merced de la guerra -nueva edad media la pretenden- impúgnanla de incierta, desconcertada y contradicha. Una filosofía ad-hoc señala en ella descomposición de los elementos esenciales de la sociedad y corrupción del principio tradicional -andamiaje lejano. El panorama mismo del arte, cruzado de líneas divergentes, dislocadas las unas, apostáticas las otras, descentradas en apariencia las más, contribuye a reforzar la tesis conservadora, especie de presa de río, debilitada por filtraciones trascendentales. Luego del 918, los hombres de la antigua edad hallaron sus trazos ideológicos al margen del trazo universal inesperado. Todavía ahora -10 años corridos- disputan la utilidad de sus demarcaciones inútiles (Fantasmas, cifras de la necrópolis intelectual, sombras sin espesor que, como en los postulados espiritualistas -ciencias psíquicas- contienen apenas partículas astrales en liquidación).

La guerra fue escuela de hombres y estímulo de voluntades. Contra lo propio natural, de los campos de batalla surgió una visión juvenil de las cosas y de los pueblos. Por todas partes renació el antiguo y fresco ideal clásico de libertad, de pasión y de alegría. Y el nacimiento de la nueva edad presenció -con olvido del horror- la creación de mejores y más limpios ideales por la voluntad absoluta de aquellos hombres que tenían entre las manos las llaves del ciclo sangriento. Ya nadie se ocupa hoy en serio de la guerra. Pertenece a la edad pasada, con sus problemas que abultara la vocinglería politiquera. (Preocupa alguna vez -a lo sumo- la guerra de nuestra edad -que la tendrá- como todas las edades). Sólo se atiende a la organización general del pensamiento y a la eficacia social de sus aplicaciones. Aniquilado el individualismo que el siglo anterior nos legara -romántico y terrible- las multitudes   —380→   dominan y arrasan. Guardan el secreto de los días por venir y tienen caballos de fuerza irresistibles como las locomotoras y como los motores hispano-suizos. A la manera de los poetas de la nueva Rusia -Bjely- saludan la patria en la resurrección universal:


Tú eres hoy
la esposa.
Recibe la nueva
de la primavera.
Tierra
cúbrete de flores
verdea tus
riberas.
Es la resurrección.
Es la salud.

Disputan los de ayer. No se les hace caso. Por sobre las ciudades y por sobre los campos y por sobre los mares y por sobre las almas vuela el aeroplano, heraldo oportuno. (Lindbergh tiene 26 años). Las gentes de ahora -evoción [sic] clásica- se han aquilatado en la gimnasia sueca, en el base-ball y el foot-ball, en los estudios y en la cultura del músculo. (36 horas sobre el Atlántico -día y noche- para sonreír al reflejo de los reflectores franceses. 250 h.p. sin flotadores). La vida es la del cinematógrafo y el drama ibseniano carece de importancia. Nueva York y París son puntos de partida. Buenos Aires es el índice de América. México recibe a la Embajadora Soviética. Nada hay encontrado, ni divergente, descentrado o contradicho. Los caminos del mundo están en el aire y el soplo juvenil también.


La vía férrea se ilumina
de fuegos
rojos verdes azules
y las flechas cruzan por el aire
prometiendo lo imposible

Prometiendo lo imposible. Bjely sabe que las promesas son cumplidas. Lo imposible es la realidad. En nuestro Renacimiento no pedimos a las palabras que hablen. Construimos ideas como municiones las fábricas alemanas, como acorazados los astillero británicos.


Es la resurrección
Es la salud.

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A su vez la literatura es un estadio. No se quieren ni la filosofía ni la sociología. Cuando más Spengler con suministros de Einstein. Se requieren intenciones. Los escritores encuentran en la época, en su naturaleza reaccionaria, motivos lo suficientemente sociales para hacerse interesantes. El cuento, la novela y el ensayo, son avisos. La poesía es para la multitud. Lo que se llama vanguardia resulta una avanzada de multitudes, aun cuando la echen a perder trapecistas anodinos y chiquillos disparados de escopetas infantiles. Lo amétrico, arrítmico, lo antirretórico, deben considerarse como sistemas de propaganda americana. Esto fue para la exaltación y para asombrar -cuatro o diez años después- a nuestros aprendices literarios. La síntesis poética está, como los compuestos químicos, a base de esencia antigua. Y la crítica ocupa el más grande y claro de los espacios.

Se le puede dar forma triangular al universo. El vértice hacia el oriente europeo, hacia el Asia uno de los lados y hacia América el otro. O forma irregular. Nunca circular. Porque el diámetro pasa por el centro y en la nueva geometría -geometría de la edad- el círculo siempre es vicioso. Dentro de este triángulo o dentro de esta forma ideológica, está la aurora. La sentimos tal como si estuviese dentro de nosotros mismos, y nosotros mismos somos parte de la multitud para la cual aparece, toda ella, luminosa y límpida, grávida de vanguardia, joven e impetuosa como un manifiesto de nuestros días.

[El Nuevo Diario, XVI, 5402, Caracas (24 de enero de 1928), p. 3].



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ArribaAbajoEl vanguardismo

Avelino Martínez


No sopló con tanta fuerza el viento renovador del modernismo de Rubén Darío en nuestra intelectualidad de aquella época, como sopla en estos momentos el del Vanguardismo.

La sensación literaria, producida en nuestra sensibilidad estética por el viento dariano era animosa, reactivaba al espíritu, disponía la voluntad al impulso viril, hacía soñar el corazón varonilmente con ideales realizables; era un buen viento, como esos que augura la luna a los marinos cuando aparece roja, y las espumas del mar cuando resplandecen de noche. Pero el viento vanguardista, sobre todo, cuando trae hasta nosotros unos versos de nuestro amigo Rivero Navarro (leader), en los que las palabras pierden el sentido al unirse para formarlos, la sensación es horripilante, sugiérenos un jardín cultivado por loco con la manía de arrancar los rosales y resembrarlos con las raíces para arriba.

Según nuestros poetas vanguardistas, escribir versos es la cosa más fácil del mundo, porque es, simplemente, una función mecánica cerebral, puesto que el poeta no hace más que escribir palabras en forma de versos; prescindiendo por completo del gusto, del sentimiento, de la inspiración, de la música, de la armonía, de los preceptismos del arte y todo lo que huela a preparación intelectual.

O los vanguardistas compatriotas no han entendido los ideales de esta tendencia literaria, o no tienen la preparación suficiente -acumulación anterior de elementos intelectuales- necesaria para empujarla hasta hacer de ella una escuela definida y definitiva. De ambas deficiencias se denuncian en sus versos inexpresivos, pedantescos, no digamos que les falta vigor artístico, porque de arte no tienen nada. Ellos creen que arte se hace sumando nombres y opiniones de literatos sin   —384→   obras en las páginas de una revista y no acumulando ideas con inspiración e ideales concretos.

Por temperamento y por conciencia soy apóstol de la libertad del espíritu, por eso en literatura, como en todo, soy partidario del individualismo. Para mí, creo que el porvenir de la literatura será convertirse en la más alta expresión de la personalidad y del emotivismo de cada hombre. A este respecto, pienso como pensaba Wilde: cada escritor está en el forzoso deber de labrar su obra de arte con los elementos creadores de él mismo sin tomar en cuenta para nada los gustos y las inspiraciones de la conciencia general, porque en tomándolos, la literatura deja de ser un arte para convertirse en una industria. Creo también que las bellas artes son soberanamente poliformes en el sentido de la orientación; pero absolutamente uniformes en la finalidad que buscan, que es la belleza.

Que en su místico afán de crear obras bellas, el artista no sea siempre glorioso, no importa, con tal que haya creado una característica por eso. Góngora, que como poeta clásico creó obras de arte y que cayó en lo ridículo cuando se metió a renovador, se le tiene en la jerarquía de los poetas extraordinarios de su época, porque si fracasó no fue por falta de elementos artísticos y de amor a lo bello, sino porque carecía para cambiar las formas y renovar las ideas, de lo esencial que le sobró a Rubén Darío: inspiración máxima, soplo de lo divino: con lo que «Shakespeare sabía poner el sello de lo sublime hasta en las jibas de un jorobado». En tales alturas también figuran los Goncourt, propulsores en literatura del naturalismo impresionista, porque no obstante haber salido desairadísimos en la novela naturalista y en la creación de lo que ellos llaman la literatura de los nervios, que no era más que una literatura para neurópatas, puesto que los personajes de sus novelas eran, casi siempre tipos histéricos y degenerados, neurasténicos y prostitutas, tuvieron la singular honra de caracterizar una innovación literaria: «el haber introducido lo moderno en el arte, lo moderno con sus fealdades y bellezas, lo moderno en el sentido amplio de la palabra, reproducido con precisión brillante». Pero los vanguardistas nuestros, hasta el presente, no han innovado sino fealdades.

Tales son mis ideas sobre lo que entiendo como renovadores y renovación literaria. De aquí mi proselitismo por el modernismo de Rubén Darío: el poeta en quien con más intensidad vibró la sensación   —385→   artística y el que trajo a la literatura castellana nuevos elementos léxicos y otra retórica menos modelada en las formas clásicas. Convengo en la complejidad del alma actual y en la deficiencia de la palabra para expresar sus movimientos sutiles y sentimientos complicados y pienso que el impresionismo y el subjetivismo literarios son los medios más elocuentes de que tiene que valerse el escritor para traducir los estremecimientos más tenues y las emociones artísticas imperceptibles a la sensibilidad común.

Pero, para ser un literato impresionista o subjetivista, es preciso poseer, como un privilegio de la naturaleza una sensibilidad estética superior, y además, ser químico y psicólogo al mismo tiempo de las palabras, a fin de coaccionarlas y combinarlas de modo que imiten el color, el sonido, la forma etérea, la línea ideal y traduzcan los más fugitivos estremecimientos del alma en presencia del tipo real o imaginario que define de acuerdo con su temperamento artístico. De modo que la definición del arte que resume con más precisión lo que pienso que es él, sería: el arte es la naturaleza vista a través de un temperamento, es decir, la naturaleza modificada por el carácter individual. No hay para que agrupar: siempre que la modifique con el objeto de embellecerla, puesto que el arte y el artista no tienen otro anheloso fin que crear bellezas.

Basado pues, en esta opinión mía humildísima, y en la idea y el deseo que integran en mi ser una necesidad de renovación sin cesar, juzgo que si el Vanguardismo literario es en el mundo como lo divulgan sus precursores en el país, no será más que un snobismo ridículo que la frivolidad ha creado para que se ría la gente seria. Lo que comprueban unos cuantos versos y prosas de nuestros furibundos vanguardistas, quienes con cierta pedantería hacen alarde de su vanidad de singularizarse mediante perífrasis, naturalismos vulgares, imágenes extravagantes, vanilóceros [sic] de enajenados y asuntos frívolos, desdeñando el buen gusto, la estética, la conformidad armoniosa de las partes de la obra, la visión amplia y elevada en los diversos géneros y manifestaciones del arte literario. Nuestros vanguardistas han confundido la libertad del espíritu con el libertinaje, la renovación literaria lógica y natural que se viene realizando en el mundo, con la anarquía; pues al profanar los principios y las reglas didácticas e indestructibles, no sólo del arte de escribir sino también de la instrucción intelectual, hacen de los analfabetas, letrados, y   —386→   de las listas de nombres de los objetos que los repartidores de pulpería llevan a domicilio, hermosas poesías vanguardistas.

Jóvenes intelectuales, ilustrados, de auténticos talentos y representantes airosos del modernismo literario actual, se han incorporado a la falange de la recientísima juventud lírica y propulsora de la dicha tendencia. ¿Acaso incitados sólo por el enfermismo de la palabra Vanguardismo, o es que conscientes de su significado trascendente, piensan constituirse en la brújula cenacular del movimiento? Si por lo primero, sin duda, que, tejiendo telarañas de disparates con los más atrabiliarios vanguardistas, los hará inmortales la celebridad de Delpino y Lamas, la misma que me aviva las llamas, en mis momentos humorísticos, de tantos mojigangas de la literatura con quien me divertía a regañadientes. Si por lo segundo, noche será el pasado y alba el porvenir con los triunfos de una juventud letrada y animosa.

En fin, si es que no están contentos con el renombre que se han labrado escribiendo versos y prosas bellos, evoca la fábula del grillo, que lloraba a causa de lo mezquina que había sido la naturaleza con él, viendo, desde un rincón una nube de mariposas derramar sobre los rosales el polvo de oro de sus alas. Pero, de golpe, una turba de gandules se lanza en guerra contra ellas. Después de este asalto diablesco, el grillo, enjugándose la última lágrima, se desgañitaba de risa al ver el suelo esterado de alas, de patas y de cabezas de mariposas.

[El Universal, XIX, 6727, Caracas (2 de febrero de 1928), p. 5].



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ArribaAbajoPara ser «vanguardista»

M. Álvarez Marrón


Epístola a un aspirante.

No ha dejado de sorprenderme, mi joven amigo, el que te hayas dirigido a mí en demanda de lecciones y consejos sobre eso del «vanguardismo», lo cual viene a ser lo mismo que pedirle lecciones de jazz band a un viejo misacantano.

Pero quiero servirte lo mejor que pueda, ya que me basta que tengas esa aspiración para que yo te considere mozo listo y de provecho. Me inclina a tenerte por tal el que hayas columbrado en el «vanguardismo» la ciencia de alcanzar honra y gloria con poco o ningún trabajo.

Nada te podré decir de las «interioridades» del vanguardismo, porque yo sólo lo conozco exteriormente, es decir, por sus dichos y por sus hechos.

He oído decir que el vanguardismo responde a algo así como al «estado de ánimo» de la humanidad actual. Puede que así sea, porque la gente parece haberse vuelto loca después de la guerra. Pero yo no estoy para meterme ahora en ciertos intríngulis y averiguaciones psicológicas.

Lo que sí te puedo asegurar es que el «vanguardismo» es una bendición que redime de muchos trabajos y pejigueras a la gente joven, sobre todo a la que piensa dedicarse a las Bellas Artes y a la Literatura.

Ahora la juventud ya no tiene que estar sometida a la tiranía de las reglas, leyes y preceptos con que la necedad de los antiguos maestros había sobrecargado al infeliz artista o escritor Ahora ya puedes trotar, galopar y revolcar a tus anchas, sin que te vaya a la mano dómine más o menos fosilizado.

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El vanguardismo ha establecido la más perfecta igualdad y democracia en el mundo del arte, pues lo mismo puede sobresalir en él desde el más delirante hasta el más zoquete. Es más, los más zoquetes y los más delirantes son los que tienen mejores «chances» de alcanzar el triunfo.

Por lo pronto no necesitas calentarte los cascos de arriba con estudios de ninguna clase. Con trazar a lápiz o a pluma lo que buenamente te salga del cerebro o del hígado ya has hecho lo bastante para sentar plaza de genio.

Si te da por el dibujo o la pintura, no te afanes por imitar a los grandes maestros ni por reproducir la naturaleza con la gracia de Dios que hay en ellos.

Vuelca el tintero sobre el papel y te saldrá, naturalmente, un borrón, pero en ese borrón verán tus cofrades, los críticos de vanguardia, un rasgo de genialidad inmensa, y ya tienes asegurada la popularidad y la gloria y algunas veces hasta los garbanzos.

Pero quiero dejar esto de la pintura y el dibujo, porque no entiendo mayor cosa de ello y no podría darte ningún consejo provechoso. Vamos a lo concerniente a «la literatura vanguardista» por haberla mirado con un poco más de atención.

Lo primero que has de hacer es no aceptar ni menos admirar las obras literarias que nos han dejado los célebres maestros de antaño. Lejos de ello, puedes llamar estúpidos a boca llena a Cervantes, Lope, Quevedo y demás, y así te acreditarás de muy superior a ellos.

Al único que puedes alabar de rodillas es a Góngora, a quien aclamarás como único en el mundo. En efecto, él fue el que escribió los mayores delirios y extravagancias en muchas de sus obras.

Desembarazado así del abrumador ejemplo de los antiguos autores, ya puedes hacer mangas y capirotes en el terreno literario. Nada de sujeción a la rima ni a los preceptos gramaticales.

Usarás palabras exóticas y las encontrarás a manos llenas en todos los libros y periódicos de «vanguardia». A falta de ellas, puedes inventarlas por tu cuenta y a tu capricho. Después las tirarás sobre el papel como quien tira buñuelos, y el tipógrafo hará lo demás.

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Si las palabras te salen brillantes y sonoras, a modo de campanillas chinescas, puedes hacer con ellas juegos malabares, y con ello deslumbrarás al ilustre auditorio.

En cuanto a ortografía, nada más fácil. Con suprimir las mayúsculas, los puntos y las comas y los acentos y demás signos ortográficos, ya estás al cabo del negocio. Otros no han hecho hasta ahora más que eso y están reputados como estupendos innovadores.

Hay algo en que no ha pensado todavía ningún vanguardista, ¡y es milagro!... que consiste en confeccionar un alfabeto nuevo... Trabaja tú en eso, querido, y si lo consigues, te aseguro que tus cofrades te sacarán a la calle bajo palio.

Procura escribir, sea verso o sea prosa, de modo que no te entienda ni tu señora madre. Si alguien te dice que no te comprende, tanto mejor. Esto te da derecho para ingresar en el sublime «cenáculo» de los «incomprendidos».

No te afectes si en el calor de tus olímpicas declaraciones viene a interrumpirte alguna trompetilla malévola... Es propio de corazones magnánimos como el tuyo el elevarse por encima de ciertas miserias.

Uno de los puntos más importantes para el escritor vanguardista es el aparecer ingenuo y primitivo en todo. Gañir como una criatura recién nacida es el colmo de la originalidad; particularmente si el que «gañe» es hombre bien barbado.

Si, a pesar de todo, el público te vuelve la espalda, puedes salir del paso quejándote de su ignorancia, y asegurando que tú sólo trabajas para los «espíritus selectos». Es excelente recurso, porque muchos, por no aparecer vulgares, jurarán que te han comprendido y que eres una lumbrera.

Cuando te pongas a escribir no busques la inspiración en la realidad y naturaleza de las cosas sino en los sueños y pesadillas que hayas tenido la noche anterior. Para procurar esos sueños dicen que lo mejor es el opio y la morfina, y que de ese recurso se valen los más encumbrados maestros del mundo «vanguardista»... Tú verás...

En cuanto a tus relaciones sociales y al aspecto exterior de tu persona, procura, ante todo, el no parecerte a la generalidad de los hombres. El desaliño en el vestir es nota de gran importancia entre la grey vanguardista...   —390→   Si, por ejemplo, los más de los hombres se pelan al rape, tú te dejarás crecer el cabello; si los demás se lo dejan, tú te pelas al rape.

No lo tomes a broma, que en esto de ir contra los usos y costumbres de la generalidad, estriba gran parte del éxito del «vanguardismo».

Para concluir, si he de ser sincero conmigo y contigo también, no puedo dejar de indicarte una cosa: tal vez al cabo de ocho o diez años vengas a caer en la cuenta de que has estado haciendo el asno con tus alucinaciones vanguardistas, mas no debes ínquietarte por eso. Por lo pronto has disfrutado durante todo ese tiempo de las inefables sensaciones que tu vanguardismo te ha proporcionado.

Ya nadie podrá privarte de tan íntimos placeres.

Vaya un abrazo, querido amigo, y no te sorprenda el verme a mis años poner cátedra de «vanguardismo». Cierto que me encuentro cada vez más extraño y como deplacé en este mundo nuevo; pero todavía no me encuentro con ganas de renunciar a él, y... ¡y de algún modo hay que vivir!

[El Radio (Magazín Dominical), III, 644, 24 de junio de 1928].



  —391→  

ArribaAbajoEl vanguardismo aquí es un mero pasatiempo de muchachos principiantes

Carlos L. Capriles


[El artículo está dividido en cuatro partes, marcadas con números romanos. La primera parte está dedicada a la cuestión de los «nombres puestos a las escuelas artísticas», que «no califican nunca lo que se proponen». Se afirma que rótulos como clasicismo, romanticismo, decadentismo, son producto de una manía de titular, y lo más que hacen es señalar períodos cronológicos, épocas. Todo ello para decir que «ahora estamos en plena época vanguardista».

El resto de esta primera parte se va en ejemplificar estas tesis, para lo cual son considerados los casos de Baudelaire, Wagner, Ibsen y los simbolistas (o «decadentes»).

La segunda parte se centra en el problema de qué constituye lo clásico y lo innovador en el arte, y la figura de Góngora es utilizada corno eje de este desarrollo. En términos un tanto vagos, se llama la atención sobre su individualismo, que le llevó a alejarse de la norma literaria de su época para crear una propia, que a su vez atrajo muchos seguidores. Luego, volviendo a insistir sobre el carácter individual y rebelde del verdadero genio, capaz de orientar a las multitudes porque él ha señalado un camino nuevo y diferente, se plantea esta pregunta: «¿Qué es, pues, el clasicismo?», ya que alguien podría decir de Góngora hoy: «Aquel clásico que fundó escuela propia...» (Resumido por Luis Bruzual)].

  —392→  

III

VANGUARDISMO

En los diccionarios modernos, hechos por las Academias, ¿se define bien este vocablo, y otros, por el estilo, que le precedieron? ¿Se citan siquiera? Confieso que lo ignoro en suma. Pero, ¿qué es el vanguardismo?¡Terrible pregunta!

Si lo manejan personas de talento, verdaderos valores poéticos, el vanguardismo puede llegar a ser algo sólido, digno de estudio y de atención, algo que perdurará; si, por el contrario, es sólo una moda que usan caprichosamente determinados escritores, ya se perderá en la nada, cayendo en la eternidad del más profundo de los olvidos.

Si es un simple deseo, un anhelo vago y melancólico de novedades líricas, con su imaginación, el quela tenga puede inventar lo que guste.

Si es puramente paisajista o contemplativo nada nuevo habrá añadido esta vanguardia a la lírica de todos los tiempos, porque la naturaleza aparente no ha variado en lo más mínimo ni en forma ni en color.

La supresión de mayúsculas y el voluntarioso desconocimiento de la puntuación, como en Vargas Vila; los ritmos desiguales y multiformes, como en el Lunario Sentimental de Leopoldo Lugones; las imágenes feas, anacrónicas, anémicas, como en todos los ensayos vanguardistas que han venido apareciendo, francamente, señores, no fundan escuela, ni vanguardismo, ni época, ni nada.

¡Ah! El pantalón corto que en otro tiempo se usó con éxito, fue enteramente desdeñado cuando lo quiso el genio de la elegancia inglesa. Pasó de moda. Ahora quiere volver, pero nadie le ha hecho caso todavía.

Mas, si el vanguardismo es una cuestión colectiva, una cuestión sociológica, hay que observarlo con mayor detenimiento.

Los modernos rusos, novelistas y poetas, han hecho alardes de entusiasmo inspirándose en la situación social de su país. Antes de la guerra, era la necesidad del cambio; después de la guerra, el cambio mismo.

Las escuelas literarias, o artísticas en general, no son asunto de formas sino de ideas, como ya se sabe. Llamemos, pues, vanguardismo   —393→   a las nuevas tendencias artísticas, a ese resultado definitivo y palpable de una moderna civilización de naciones, de una reciente orientación de conciencias, de un nuevo florecimiento de ideales. Digamos vanguardismo. Cada quien, sujeto a sus alcances personales, entenderá esto a su manera, al través de su modo de comprender la civilización moderna, de interpretar las nuevas orientaciones de la conciencia, y la conciencia en sí misma, y el despertar de los ideales del siglo XX, y el ideal en sí propio. Para estas cosas no hay, no pueden haber [sic] sino autónomos, cerebros independientes. Individualidad.

Alguien, que ha sido militar, comprende el vanguardismo como la cosa delantera. En la formación de un ejército en marcha, la vanguardia es el grupo que va a la cabeza. Nunca lleva la bandera. Los oficiales permanecen detrás de sus respectivas unidades... Pero, ¿qué es esto? Volvamos al vanguardismo artístico. ¿No os parece ver, en realidad, unos hombres que van adelante de muchos otros hombres que marchan? ¿A dónde? Humanamente se diría: a la muerte. Los soñadores de hoy, que todas las épocas los tienen, gritaban: ¡a la gloria! Mas, ¡ay! ¿Dónde está la gloria? ¿Cuál es el poeta vanguardista que hoy puede, grande como un Hugo, levantar el estandarte victorioso? ¿Dónde hay actualmente un libro de versos, original en conjunto, que pueda colocarse en un relativismo satisfactorio, al lado de las Rimas de Bécquer, de Prosas Profanas de Darío?

Existe el deseo de llegar a un fin, a una cumbre, pero faltan fuerzas. Hay, en verdad, un mundo nuevo de poesía regada en el aire, pero falta el gran poeta vivo capaz para inmortalizarla en la obra de arte permanente y magnífica.

IV

En Venezuela, donde existe hoy una civilización, superior o inferior, no importa, muy diferente de la de 1908, y donde, por lo tanto, han variado las costumbres, los modos de vestirse y de bailar, las maneras galantes y sociales, la forma de conducirse, en general, y hasta el aspecto de la ciudad, sin contar el ruido ensordecedor de los vehículos y de sus cornetas varias veces prohibidas, que en cierto modo impresionan los ánimos de actividad moderna y tumultuosa; en Venezuela,   —394→   donde la conciencia ha tomado rumbos nuevos y donde influencias extranjeras han abierto nuevos campos a la visión intelectual, ¿qué papel civilizador ha desempeñado, qué reflejo nos ha ofrecido ese vanguardismo que tanto quiere sonar en artículos de crítica, casi siempre pedantescos, y en charlas cotidianas casi siempre irónicas?

El vanguardismo aquí es un mero pasatiempo de muchachos principiantes, una simple cuestión de formas inconsistentes de vaguedades rítmicas [sic], de balbuceos fútiles, delatadores de impotencia. No hay rumbo a seguir en lo que se ha hecho. La crítica, que universalmente ha sucedido a la obra de arte, aquí la precede. Todo está por hacerse. No ignoro que entre nosotros hay jóvenes de talento, jóvenes que estudian, llamados a un destino mejor, pero no estoy haciendo vaticinios sino arriesgando juicios.

Comprendo que en 1928, tan distante de 1908, nuestros escritores sientan necesidad de expresar en formas nuevas todo lo nuevo que hay. Mas, hasta el presente, lo repito una y mil veces, nada... No hemos leído en Caracas un solo poema vanguardista digno de analizarse en su forma y en sus ideas y tendencias morales, digno de someterse al estudio y de retenerse en la memoria, en una palabra, digno de durar.

El arte, sucesivamente, es expresión de ideas y sentimientos provocados en el artista por los estados y las necesidades de su época. Homero fue reflejo y civilización de su tiempo. Ovidio, espejo y encanto de Roma. Dante halló en su camino la conciencia de la Edad Media, y la encerró, para enseñanza del pueblo, en su poema inmortal. Verlaine concentró todas las dudas, todos los amargores y todas las liviandades del momento en que le tocó vivir, en esa obra múltiple y grandiosa que queda para siempre resonando en el espíritu del que la leyó.

[El Universal, XX, 6936, Caracas (2 de septiembre de 1928), p. 1].



  —395→  

ArribaAbajoEl crítico Capriles ignora qué son las escuelas de vanguardia

Arturo Uslar Pietri


Caracas, septiembre, 1928. En el otoño de 1924, residiendo en París, comenté un libro aparecido por aquellos días en librería, y del cual era autor un joven de la primera fila vanguardista, cuyo nombre no importa. Ese libro titulábase Mes Amis, y en sus páginas había párrafos como estos: «Los poros de mis piernas son negros. Las uñas de mis dedos de los pies son largas y afiladas; un extraño las encontraría feas». «Cuando me despierto, mi boca está abierta. Mis dientes están sucios; yo haría mejor en limpiármelos antes de acostarme, pero no tengo ganas de hacerlo».

Era una especie de diario, de autobiografía, en la cual de la primera a la última página, no había una imagen original y certera, ni bellezas de estilo, ni sugestión en el relato, ni ironía, nada de cuanto avalora un libro. Este era árido y llano como pudiera escribirlo cualquier valet de chambre. Sin embargo, en la peña a que concurría su autor en la Rotonda de Montparnasse, fue clamorosamente acogido, como un descubrimiento llamado a revolucionar las bases de la literatura; desgraciadamente, ese éxito familiar, no trascendió de puertas afuera y a estas horas pienso que toda la obra literaria de ese joven, se redujo exclusivamente a tal libro; nada he vuelto a ver en estos cuatro años, patrocinado con su nombre.

Insiste el articulista a todo lo largo de su disertación sobre el aspecto de productos necesarios de un momento que tuvieron los diversos movimientos literarios de las letras francesas.

Ciertamente que todos ellos respondieron a necesidades más o menos imperativas, pero difícilmente creo que se halle una sola tendencia literaria que haya respondido a una necesidad más efectiva e inaplazable que la vanguardia; en efecto, la guerra ocasionó el fracaso de   —396→   todos aquellos manoseados conceptos estéticos de los decadentistas, de aquel recargamiento vacío que expresaba el primer y típico rubenismo, las pobres musas de music-hall se hallaron impotentes para expresar aquella balumba de musculosas cosas inesperadas.

Los hombres jóvenes encontraron que aquella estética no servía y sintieron la necesidad urgente de encontrarle sustitución eficaz.

El arte de las vanguardias no es de atrevimiento y tropel, antes por el contrario es un modo mesurado; de tropel fue el rubenismo, el impresionismo; el arte nuevo es un arte temeroso y cobarde como lo ha dicho un gran español, un arte con el miedo de los excesos anteriores, un arte que tantea para hallar su verdad, que en la poesía ha regresado a la imagen desnuda, perfecta esencia que ya era axiomática para Goethe; que en la pintura ha regresado a la geometría (planos de color) para huir de las borracheras cromáticas de Monet; un arte a la pesquisa de una expresión satisfactoria, y no a la inversa como ha pasado muchas veces en la historia literaria.

Creo que es innecesario agregar que si así se justifica la vanguardia en el mundo viejo, para nosotros es mucho mayor la necesidad, somos una gente y un medio distinto, no podemos aceptar una tradición que nos quieren adjudicar los historiadores, para nosotros es necesario hallar un camino nuestro, y tengo entendido que la vanguardia ha tomado para sí estas preocupaciones.

Dice el señor Capriles, o da a entender, que la vanguardia es una especie de sociedad anónima para la explotación del talento y de la belleza literaria. Es decir que se trata de una escuela con patente y rótulo en la que los alumnos trajinan el mismo libraco y están obligados a sentir, comprender y expresar lo mismo.

Nada más falso, se llama vanguardia esa sed de expresión de que ya he hablado; en absoluto la vanguardia trae reglas y cánones, sólo exige que se trate de cosas nuevas de un modo nuevo como corresponde a hombres nuevos.

La vanguardia es un movimiento que corresponde perfectamente a nuestro siglo: un siglo individualista. Primero el individuo que la colectividad, sin olvidar que la colectividad es una aglomeración de individuos. Es decir, cada uno con su pensamiento y expresándolo a su modo.

  —397→  

Dice el señor Capriles que: «No hay rumbo a seguir en lo que se ha hecho». Justamente, no hay rumbo a seguir porque la vanguardia es libertad y no escuela.

Nos llama mucho la atención la aseveración que hace el articulista sobre que «si es paisajista o contemplativa nada nuevo habrá añadido esta vanguardia a la lírica de todos los tiempos, porque la naturaleza aparente no ha variado en lo más mínimo, ni en forma, ni en color».

Esto está afirmado con un criterio de máquina fotográfica que no es necesario rebatir, ya sobre este punto hemos hablado bastante, no hay dos visiones iguales, no hay dos impresiones semejantes, donde uno ve madera otro ve paisaje, y donde uno encuentra una mesa de desayuno otro halla una naturaleza muerta. Basta citar la definición que del arte de Zola, Zola que era el jefe del movimiento naturalista: «El arte es la naturaleza vista al través de un temperamento».

El señor Capriles enrostra a la vanguardia el eterno ritornello de los críticos paisajistas: ¿Qué es eso de suprimir las mayúsculas? ¿Qué es eso de cambiar la puntuación?

No vamos a tratar el punto de que las mayúsculas y la puntuación como la retórica y los Baedeckers de museos son sólo obra de hombres y por lo tanto igualable, superable y sustituible por otros hombres, vamos sólo a repetir por milésima vez lo que ya es un lugar común. Todo el aparato de forma externa no implica la ideología de la vanguardia, es sólo un contingente modo de significarse que en absoluto trata de imponer, que más bien se está deshaciendo de ello porque ya no lo necesita más.

Por último y para finalizar estos comentarios a vuela-pluma, quiero significar que ni por un momento hemos creído que veníamos a decir cosas geniales, únicamente a sentar y discutir ideas con gente tampoco geniales.

La vanguardia no se propone levantar estatuas sino desnudar ideas. Es más lógico y más de hombres.

Dice nuestro comentado: «¿No os parece ver en realidad unos hombres que van adelante de muchos otros hombres que marchan? ¿A dónde? Humanamente se diría: a la muerte. Los soñadores de hoy,   —398→   que todas las épocas los tienen, gritarán: a la gloria ¡Mas, ay! ¿Dónde está la gloria?».

Este es un sentimiento perfectamente romántico que el señor Capriles graciosamente nos adjudica. Nada más falso. A la gloria marchaban los hombres del romanticismo. Cómo pueden buscar la gloria los que defienden el munismo, es decir, la obra de arte de un día, la belleza de un segundo, la emoción caliente que pasa como pasan en la vida.

Nuestra juventud a la pregunta de: ¿A dónde van?, responderá solamente: a la busca de una estética más sincera!

[El Universal, XX, 6940, Caracas (6 de septiembre de 1928), p. 5].



  —399→  

ArribaAbajoPropósitos sobre el vanguardismo

L. Garsa


Caracas, setiembre, 1928. En el número 6936 de El Universal apareció un artículo sobre el movimiento de vanguardia bajo la firma del señor Carlos L. Capriles. Es nuestro propósito dilucidar algunos puntos en los que diferimos totalmente de la opinión del citado señor.

Antes que todo voy a hacer hincapié sobre ciertos epítetos con que se designa corrientemente y en tono despectivo a nuestra juventud, se nos llama «muchachos principiantes» y «nuevos ricos de la literatura» ¿y qué? nos honra estar comenzando y nos honra haber hecho nuestro dinero; también un día Hugo fue principiante y Rockefeller nuevo rico!

El señor Capriles en su erudito artículo comienza por hacer una ligera reseña de historia literaria francesa y española, a la que nada tenemos que objetar como no sea la calificación de monorrítmica que hace a la poesía española de los siglos XVI, XVII y XVIII, época que sin duda fue la de mayor riqueza rítmica de la península, entonces se hacía desde el romance, pasando por los metros italianos introducidos por Boscán y Garcilaso, hasta las efervescentes de Góngora.

Y cuando ya en Europa el vanguardismo no inquieta ni interesa apenas, me sorprenden en Caracas, airadas polémicas, atacándolo o defendiéndolo. De lo que en estos últimos tiempos vi en los centros literarios de España y de Francia, deduzco que por aquellas latitudes ya nadie toma en serio el vanguardismo, a pesar de la discusión entre madrileños y argentinos sobre el emplazamiento del meridiano intelectual de los pueblos de habla española.

Sólo preocupa el vanguardismo a unos cuantos jovencitos con muchas pretensiones y escaso talento, y para escribir de acuerdo con las prédicas de sus maestros -que dicho sea al pasar, son más numerosos   —400→   que los discípulos- basta coger unas cuartillas y llenarlas con cualquier cosa: lo más esencial es trazar palabras y lo menos hacerse comprender. Ni ley ni razón de gusto y de ideas, tienen ahí cabida.

Los looping the loop vanguardistas, a los que aun dentro de la poca, se prestó excesiva atención, sólo epatan [sic] y sorprenden a los pazguatos, dispuestos a escuchar siempre al primer charlatán con campanillas, especialmente en las grandes ciudades. Y ello justifica cumplidamente el succés de Ramón, leyendo greguerías montado en un elefante, con la solemnidad de un Fratellini cualquiera.

La otra tarde un amigo abandonó a mis lecturas un folleto de poemas, obra de un menos de treinta años mexicano; lleva por título, Poemas interdicios, pero que debió bautizar mecánicos. El primero es una Canción desde un aeroplano:


Al llegar te entregaré este viaje de sorpresas,
equilibrio perfecto de mi vuelo astronómico;
tú estás esperándome en el manicomio de la tarde,
así, desvanecida de distancias,
acaso lloras sobre la palabra otoño.

¿Puede nadie describir en la síntesis de un poema, con mayor acierto, la emoción de un vuelo? Lo dudo y hasta imagino que el lector, en más de una ocasión, sentirá el vértigo: tan compenetrado quedará con la visión del poeta.


Hojeando tu perfume se marchitan las cosas,
y tú lejanamente sonríes y destellas,
¡oh novia electoral, carroussel de miradas!
lanzaré la candidatura de tu amor,
hoy que todo se apoya en tu garganta,
la orquesta del viento y los colores desnudos.

Esa novia electoral del poeta (¿será algún diputado femenino?) alcanzará a comprender su canto vanguardista? Es dudoso, en verdad.

Y en un poema a la Radiotelefonía, escribe:


T.S.H.
de los pasos
hundidos
en la sombra
vacía de los jardines.
—401→
El reloj
de la luna mercurial
ha ladrado la hora a los cuatro horizontes.

Quizá al poeta parecióle que ese reloj ladraba la hora a los horizontes, cuando, posiblemente a lo que ladraba era a sus versos...

Al producir libros de esta índole, el autor debe comprometerse a explicar a los lectores el sentido total de esa asociación de frases, si en realidad contiene alguno. Tarea, al fin, fácil, porque los lectores habrán de ser pocos y casi siempre vanguardistas, que afirmarán haberlo comprendido de inmediato.

En conciencia, dudo que el vanguardismo de la literatura haga algo que no sea efímero, sin trascendencia ni estabilidad, y no faltarán gentes que propagándolo, escriban ateniéndose a las pautas de su conveniencia, sin tener a aquel en cuenta para nada, a la manera del español Picasso, que en París fundó el cubismo y pinta siguiendo las normas tomadas de diversas escuelas viejas, aunadas a las tendencias y originalidades de su verdadera personalidad de artista.

[El Universal, XX, 6945, Caracas (11 de septiembre de 1928), p. 1].





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