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1

Hartzenbusch escribe «Tarabilla», porque en el siglo XVIII este nombre ha cristalizado como caracterizador del criado parlanchín (vid. vg. El petimetre, de Ramón de la Cruz, en Doce sainetes, ed. de J. F. Gatti, Barcelona, Labor, 1972, pp. 57-85), aunque anteriormente se aplicaba de manera metafórica y general al que habla mucho, aprisa y sin orden (DA), con frecuencia adjetivando al escribano. Así, Quevedo: «Y en poder de un escribano / a la lanza de Argelia / ahogado en el tintero / soltando la tarabilla.» Su campo etimológico, de procedencia es, y esto es coherente con ciertas alusiones desgranadas a lo largo del entremés, el de los picados por la tarántula, los atarantados y sus movimientos bruscos y rápidos (el mismo Quevedo había definido a los «tarabillas» como «los que hablan a toda furia», en El sueño de la Muerte). Sobre este tema, vid, L. Robledo, «Poesía y música de la Tarántula», en Poesía, Madrid, 1979, núms, 5-6. pp. 223-232. Además del documentado estudio de A. González Palencia, «La tarántula y la música (creencias del siglo XVIII)», en Eruditos y libreros del siglo XVIII, CSIC. 1948, pp. 377-415.

 

2

13-15 Las ediciones sueltas de Barcelona (1779) y Sevilla (s. a.) ofrecen esta lectura alternativa: «Y porque ya de pasearme dejes, / y algún tanto te alejes / he de sentarme en este duro suelo.»

 

3

La enumeración de estas características, junto con los indicio que aportan los vv. siguientes, nos permiten conjeturar que se trata de alguna tropa de gitanos, frecuente en la España de entonces. Los rasgos que J. Caro Baroja (Temas castizos, Madrid, Istmo, 1980) entresaca sobre este grupo marginal y nómada en el seiscientos coinciden plenamente con los «franchotes» que Calderón presenta: facilidad para los idiomas e incluso lenguaje jergal (op. cit., pp. 108 y 133); consideración negativa por parte de la población que los creía procedentes de los «esclavones» del imperio turco (p. 109); fama de prestidigitadores, volatineros y excelentes bailarines (p. 121).

 

4

Si no son gitanos (vid. n. anterior), en todo caso se trata de peregrinos falsos que reaparecen en diversos entremeses. Así, en La Verdad (Cotarelo, t. II, p. 573b) cantan una estrofa casi idéntica a los vv. 59-62: «¡Viva la Gavasa / la sopa de Chesú! / si ma tornato a Francha / no volveremo piú. / Mucho le porque, necheque numbai. / ¡Ay mi amor!; que no morirai.» Incluso en los sainetes del XVIII pervive la fobia de este tipo de forasteros; así, en el Fin de fiesta o baile francés, de Torres Villarroel (ed. J. Hesse, Madrid, Taurus, 1969, p. 135): «A España caminamos / tuti, tuti franchó, / hacer la romerí / por el sancte Jacó.»

 

5

Chanflón: tosco, basto, mal formado (DA).

 

6

Pescudar: preguntar (LM, p. 612).

 

7

Aunque Hartzenbusch acota como «aparte» esta exclamación que se repite en varias ocasiones, no pensamos que sea necesario al creer el Alcalde que sus oponentes, los franchotes, no entienden su lengua.

 

8

Hartzenbusch, que sigue, sin declararlo, las ediciones sueltas de Barcelona y Sevilla, añade este v. que restituimos porque completa el sentido y la rima.

 

9

Ediciones de Barcelona y Sevilla leen: «sin a nadie ofender, beben en jarro».

 

10

Ediciones de Barcelona y Sevilla leen: «yo su asucarreto, y todo en oro».