Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.




LAUSO


    ¡Con las rodillas en el suelo hincadas,
las manos en humilde modo puestas
y el corazón de un justo celo lleno,
te adoro, desdén sancto, en quien cifradas
están las causas de las dulces fiestas  5
que gozo en tiempo sosegado y bueno!
¡Tú del rigor del áspero veneno
que el mal de amor encierra
fuiste la cierta y presta medicina;
tú mi total ruïna  10
volviste en bien, en sana paz mi guerra,
y así como a mi rico almo tesoro,
no una vez sola, mas cien mil te adoro!

    Por ti la luz de mis cansados ojos,
tanto tiempo turbada, y aun perdida,  15
-fol. 288v-
al ser primero ha vuelto que tenía;
por ti torno a gozar de los despojos
que de mi voluntad y de mi vida
llevó de amor la antigua tiranía;
por ti la noche de mi error en día  20
de sereno discurso
se ha vuelto, y la razón, que antes estaba
en posesión de esclava,
con sosegado y advertido curso,
siendo agora señora, me conduce  25
do el bien eterno más se muestra y luce.

    Mostrásteme, desdén, cuán engañosas,
cuán falsas y fingidas habían sido
las señales de amor que me mostraban,
y que aquellas palabras amorosas,  30
que tanto regalaban el oído
y al alma de sí mesma enajenaban,
en falsedad y en burla se forjaban,
y el regalado y tierno
mirar de aquellos ojos sólo era  35
porque mi primavera
se convirtiese en desabrido invierno,
-fol. 289r-
cuando llegase el claro desengaño;
mas tú, dulce desdén, curaste el daño.

    ¡Desdén, que sueles ser espuela aguda  40
que hace caminar al pensamiento
tras la amorosa deseada empresa!
En mí tu efecto y condición se muda,
que yo por ti me aparto del intento
tras quien corría con no vista priesa,  45
y, aunque contino el fiero amor no cesa,
mal de mí satisfecho,
tender de nuevo el lazo por cogerme,
y por más ofenderme,
encarar mil saetas a mi pecho,  50
tú, desdén, solo, sólo tú bien puedes
romper sus flechas y rasgar sus redes.

    No era mi amor tan flaco, aunque sencillo,
que pudiera un desdén echarle a tierra;
cien mil han sido menester primero:  55
que fue, cual suele, sin poder sufrillo,
venir al suelo el pino que le atierra,
en virtud de otros golpes, el postrero.
-fol. 289v-
Grave desdén, de parecer severo,
en desamor fundado  60
y en poca estimación de ajena suerte:
dulce me ha sido el verte,
el oírte y tocarte, y que gustado
haya sido del alma en coyuntura
que derribas y acabas mi locura.  65

    Derribas mi locura y das la mano
al ingenio, desdén, que se levante
y sacuda de sí el pesado sueño,
para que con mejor intento sano,
nuevas grandezas, nuevos loores cante  70
de otro, si le halla, agradescido dueño.
Tú has quitado las fuerzas al beleño
con que el amor ingrato
adormecía a mi virtud doliente,
y con la tuya ardiente,  75
soy reducido a nueva vida y trato:
que ahora entiendo que yo soy quien puedo
temer con tasa, y esperar sin miedo.

No cantó más Lauso, aunque bastó lo que   -fol. 290r-   cantado había para poner admiración en los presentes; que, como todos sabían que el día antes estaba tan enamorado y tan contento de estarlo, maravillábales verle en tan pequeño espacio de tiempo tan mudado y tan otro del que solía. Y, considerando bien esto, su amigo Tirsi le dijo:

-No sé si te dé el parabién, amigo Lauso, del bien en tan breves horas alcanzado, porque temo que no debe de ser tan firme y seguro como tú imaginas; pero todavía me huelgo de que goces, aunque sea pequeño espacio, del gusto que acarrea al alma la libertad alcanzada, pues podría ser que, conosciendo agora en lo que se debe estimar, aunque tornases de nuevo a las rotas cadenas y lazos, hicieses más fuerza para romperlos, atraído de la dulzura y regalo que goza un libre entendimiento y una voluntad desapasionada.

-No tengas temor alguno, discreto Tirsi -respondió Lauso-, que ninguna otra nueva asechanza sea bastante a que yo torne a poner los pies en el   -fol. 290v-   cepo amoroso, ni me tengas por tan liviano y antojadizo que no me haya costado ponerme en el estado en que estoy infinitas consideraciones, mil averiguadas sospechas y mil cumplidas promesas hechas al cielo porque a la perdida luz me tornase; y, pues en ella veo agora cuán poco antes veía, yo procuraré conservarla en el mejor modo que pudiere.

-Ninguno otro será tan bueno -dijo Tirsi- como no volver a mirar lo que atrás dejas, porque perderás, si vuelves, la libertad que tanto te ha costado, y quedarás cual quedó aquel incauto amante, con nuevas ocasiones de perpetuo llanto. Y ten por cierto, Lauso amigo, que no hay tan enamorado pecho en el mundo, a quien los desdenes y arrogancias escusadas no entibien y aun le hagan retirar de sus mal colocados pensamientos; y háceme creer más esta verdad saber yo quién es Silena, aunque tú jamás no me lo has dicho, y saber ansimesmo la mudable condición suya, sus acelerados ímpetus y la llaneza, por no darle otro nombre, de sus   -fol. 291r-   deseos; cosas que, a no templarlas y disfrazarlas con la sin igual hermosura de que el cielo la ha dotado, fuera por ellas de todo el mundo aborrescida.

-Verdad dices, Tirsi -respondió Lauso-, porque, sin duda alguna, la singular belleza suya y las aparencias de la incomparable honestidad de que se arrea, son partes para que no sólo sea querida, sino adorada de todos cuantos la miraren; y así, no debe maravillarse alguno que la libre voluntad mía se haya rendido a tan fuertes y poderosos contrarios: sólo es justo que se maraville de cómo me he podido escapar dellos, que, puesto que salgo de sus manos tan maltratado, estragada la voluntad, turbado el entendimiento, descaecida la memoria, todavía me parece que puedo triunfar de la batalla.

No pasaron más adelante en su plática los dos pastores, porque a este punto vieron que, por el mesmo camino que ellos iban, venía una hermosa pastora, y poco desviado della un pastor, que luego fue conoscido que era el anciano Arsindo, y la pastora era la hermana   -fol. 291v-   de Galercio, Maurisa; la cual, como fue conoscida de Galatea y de Florisa, entendieron que con algún recaudo de Grisaldo para Rosaura venía; y, adelantándose las dos a rescebirla, Maurisa llegó a abrazar a Galatea, y el anciano Arsindo saludó a todos los pastores y abrazó a su amigo Lauso, el cual estaba con grande deseo de saber lo que Arsindo había hecho después que le dijeron que en seguimiento de Maurisa se había partido; y, viéndole agora volver con ella, luego comenzó a perder con él y con todos el crédito que sus blancas canas le habían adquirido; y aun le acabara de perder, si los que allí venían no supieran tan de experiencia adónde y a cuánto la fuerza del amor se estendía; y así, en los mesmos que le culpaban halló la disculpa de su yerro. Y paresce que, adivinando Arsindo lo que los pastores dél adivinaban, como en satisfación y disculpa de su cuidado, les dijo:

-Oíd, pastores, uno de los más estraños sucesos amorosos que por largos   -fol. 292r-   años en estas nuestra riberas ni en las ajenas se habrá visto. Bien creo que conoscéis y conoscemos todos al nombrado pastor Lenio, aquel cuya desamorada condición le adquirió renombre de desamorado; aquel que no ha muchos días que, por sólo decir mal de amor, osó tomar competencia con el famoso Tirsi, que está presente; aquel, digo, que jamás supo mover la lengua que para decir mal de amor no fuese; aquel que con tantas veras reprehendía a los que de la amorosa dolencia veía lastimados. Éste, pues, tan declarado enemigo del amor, ha venido a término que tengo por cierto que no tiene el amor quien con más veras le siga, ni aun él tiene vasallo a quien más persiga, porque le ha hecho enamorar de la desamorada Gelasia, aquella cruel pastora que al hermano désta -señalando a Maurisa-, que tanto en la condición se le parece, tuvo el otro día, como vistes, con el cordel a la garganta, para fenecer a manos de su crueldad sus cortos y mal logrados días. Digo, en fin, pastores, que Lenio   -fol. 292v-   el desamorado muere por la endurescida Gelasia, y por ella llena el aire de sospiros y la tierra de lágrimas; y lo que hay más malo en esto es que me parece que el amor ha querido vengarse del rebelde corazón de Lenio, rindiéndole a la más dura y esquiva pastora que se ha visto, y conosciéndolo él, procura agora en cuanto dice y hace reconciliarse con el amor, y por los mesmos términos que antes le vituperaba, ahora le ensalza y honra; y, con todo esto, ni el amor se mueve a favorescerle, ni Gelasia se inclina a remediarle, como lo he visto por los ojos, pues no ha muchas horas que, viniendo yo en compañía desta pastora, le hallamos en la fuente de las Pizarras, tendido en el suelo, cubierto el rostro de un sudor frío y anhelando el pecho con una estraña priesa. Lleguéme a él y conocíle, y con el agua de la fuente le rocié el rostro, con que cobró los perdidos espíritus; y, sentándome junto a él, le pregunté la causa de su dolor, la cual él me dijo sin faltar punto, contándomela con tan tierno sentimiento   -fol. 293r-   que le puso en esta pastora, en quien creo que jamás cupo señal de compasión alguna. Encarecióme la crueldad de Gelasia y el amor que la tenía, y la sospecha que en él reinaba de que el amor le había traído a tal estado por vengarse en un solo punto de las muchas ofensas que le había hecho. Consoléle yo lo mejor que supe, y, dejándole libre del pasado parasismo, [vengo] acompañando a esta pastora, y a buscarte a ti, Lauso, para que si fueres servido, volvamos a nuestras cabañas, pues ha ya diez días que dellas nos partimos, y podrá ser que nuestros ganados sientan el ausencia nuestra más que nosotros la suya.

-No sé si te responda, Arsindo -respondió Lauso-, que creo que más por cumplimiento que por otra cosa me convidas a que a nuestras cabañas nos volvamos, teniendo tanto que hacer en las ajenas, cuanto la ausencia que de mí has hecho estos días lo ha mostrado. Pero, dejando lo más que en esto te pudiera decir para mejor sazón y coyuntura, tórname a decir si es verdad lo que de   -fol. 293v-   Lenio dices, porque, si así es, podré yo afirmar que ha hecho amor en estos días de los mayores milagros que en todos los de su vida ha hecho, como son rendir y avasallar el duro corazón de Lenio y poner en libertad el tan subjeto mío.

-Mira lo que dices -dijo entonces Orompo-, amigo Lauso, que si el amor te tenía subjeto, como hasta aquí has significado, ¿cómo el mesmo amor ahora te ha puesto en la libertad que publicas?

-Si me quieres entender, Orompo -replicó Lauso-, verás que en nada me contradigo, porque digo, o quiero decir, que el amor que reinaba y reina en el pecho de aquella a quien yo tan en estremo quería, como se encamina a diferente intento que el mío, puesto que todo es amor, el efecto que en mí ha hecho es ponerme en libertad, y a Lenio en servidumbre; y no me hagas, Orompo, que cuente con éstos otros milagros.

Y, diciendo esto, volvió los ojos a mirar al anciano Arsindo, y con ellos dijo lo que con la lengua callaba, porque todos entendieron que el tercero milagro que   -fol. 294r-   pudiera contar fuera ver enamoradas las canas de Arsindo de los pocos y verdes años de Maurisa, la cual todo este tiempo estuvo hablando aparte con Galatea y Florisa, diciéndoles cómo otro día sería Grisaldo en el aldea en hábito de pastor, y que allí pensaba desposarse con Rosaura en secreto, porque en público no podía, a causa que los parientes de Leopersia, con quien su padre tenía concertado de casarle, habían sabido que Grisaldo quería faltar en la prometida palabra, y en ninguna manera querían que tal agravio se les hiciese; pero que, con todo esto, estaba Grisaldo determinado de corresponder antes a lo que a Rosaura debía, que no a la obligación en que a su padre estaba.

-Todo esto que os he dicho, pastoras -prosiguió Maurisa-, mi hermano Galercio me dijo que os lo dijese, el cual a vosotras con este recaudo venía; pero la cruel Gelasia, cuya hermosura lleva siempre tras sí el alma de mi desdichado hermano, fue la causa que él no pudiese venir a deciros lo que he dicho, pues,   -fol. 294v-   por seguir a ella, dejó de seguir el camino que traía, fiándose de mí como de hermana. Ya habéis entendido, pastoras, a lo que vengo; decidme dó está Rosaura, para decírselo, o decídselo vosotras, porque la angustia en que mi hermano queda puesto no consiente que un punto más aquí me detenga.

En tanto que la pastora esto decía, estaba Galatea considerando la amarga respuesta que pensaba darle, y las tristes nuevas que habían de llegar a los oídos del desdichado Grisaldo; pero, viendo que no escusaba de darlas y que era peor detenerla, luego le contó todo lo que a Rosaura había sucedido, y cómo Artandro la llevaba, de que quedó maravillada Maurisa; y al instante quisiera dar la vuelta a avisar a Grisaldo, si Galatea no la detuviera, preguntándole qué se habían hecho las dos pastoras que con ella y con Galercio se habían ido, a lo que respondió Maurisa:

-Cosas te pudiera contar dellas, Galatea, que te pusieran en mayor admiración que no en la en que a mí me ha puesto el suceso de Rosaura, pero   -fol. 295r-   el tiempo no me da lugar a ello; sólo te digo que la que se llamaba Leonarda se ha desposado con mi hermano Artidoro por el más sotil engaño que jamás se ha visto, y Teolinda, la otra, está en término de acabar la vida o de perder el juicio, y sólo la entretiene la vista de Galercio, que, como se parece tanto a la de mi hermano Artidoro, no se aparta un punto de su compañía, cosa que es a Galercio tan pesada y enojosa, cuanto le es dulce y agradable la compañía de la cruel Gelasia. El modo como esto pasó te contaré más despacio, cuando otra vez nos veamos, porque no será razón que por mi tardanza se impida el remedio que Grisaldo puede tener en su desgracia, usando en remediarla la diligencia posible, porque si no ha más que esta mañana que Artandro robó a Rosaura, no se podrá haber alejado tanto destas riberas que quite la esperanza a Grisaldo de cobrarla, y más si yo aguijo los pies, como pienso.

Parecióle bien a Galatea lo que Maurisa decía; y así, no quiso más detenerla; sólo le   -fol. 295v-   rogó que fuese servida de tornarla a ver lo más presto que pudiese, para contarle el suceso de Teolinda y lo que haría en el hecho de Rosaura. La pastora se lo prometió, y, sin más detenerse, despidiéndose de los que allí estaban, se volvió a su aldea, dejando a todos satisfechos de su donaire y hermosura; pero quien más sintió su partida fue el anciano Arsindo, el cual, por no dar claras muestras de su deseo, se hubo de quedar tan solo sin Maurisa, cuanto acompañado de sus pensamientos. Quedaron también las pastoras suspensas de lo que de Teolinda habían oído, y en estremo deseaban saber su suceso. Y, estando en esto, oyeron el claro son de una bocina que a su diestra mano sonaba, y, volviendo los ojos a aquella parte, vieron encima de un recuesto algo levantado dos ancianos pastores, que en medio tenían un antiguo sacerdote, que luego conoscieron ser el anciano Telesio; y, habiendo uno de los pastores tocado otra vez la   -fol. 296r-   bocina, todos tres se bajaron del recuesto y se encaminaron hacia otro que allí junto estaba, donde subidos, de nuevo tornaron a tocarla, a cuyo son de diferentes partes se comenzaron a mover muchos pastores, para venir a ver lo que Telesio quería, porque con aquella señal solía él convocar todos los pastores de aquella ribera cuando quería hacerles algún provechoso razonamiento, o decirles la muerte de algún conoscido pastor de aquellos contornos, o para traerles a la memoria el día de alguna solemne fiesta o el de algunas tristes obsequias. Tiniendo, pues, Aurelio, y casi los más pastores que allí venían, conoscida la costumbre y condición de Telesio, todos se fueron acercando adonde él estaba, y cuando llegaron, ya se habían juntado. Pero, como Telesio vio venir tantas gentes y conosció cuán principales todos eran, bajando de la cuesta, los fue a rescebir con mucho amor y cortesía, y con la mesma fue de todos rescibido, y, llegándose Aurelio a Telesio, le dijo:

-Cuéntanos,   -fol. 296v-   si fueres servido, honrado y venerable Telesio, qué nueva causa te mueve a querer juntar los pastores destos prados. ¿Es, por ventura, de alegres fiestas o de tristes y fúnebres sucesos? ¿O quiéresnos mostrar alguna cosa pertenesciente al mejoramiento de nuestras vidas? Dinos, Telesio, lo que tu voluntad ordena, pues sabes que no saldrán las nuestras de todo aquello que la tuya quisiere.

-Págueos el cielo, pastores -respondió Telesio-, la sinceridad de vuestras intenciones, pues tanto se conforman con la de aquel que sólo vuestro bien y provecho pretende. Mas, por satisfacer el deseo que tenéis de saber lo que quiero, quiéroos traer a la memoria la que debéis tener perpetuamente del valor y fama del famoso y aventajado pastor Meliso, cuyas dolorosas obsequias se renuevan y se irán renovando de año en año tal día como mañana, en tanto que en nuestras riberas hubiere pastores y en nuestras almas no faltare el conoscimiento de lo que se debe a la bondad y valor de Meliso. A lo menos, de mí os   -fol. 297r-   sé decir que, en tanto que la vida me durare, no dejaré de acordaros a su tiempo la obligación en que os tiene puestos la habilidad, cortesía y virtud del sin par Meliso; y así, agora os la acuerdo, y os advierto que mañana es el día en que se ha de renovar el desdichado, donde tanto bien perdimos, como fue perder la agradable presencia del prudente pastor Meliso. Por lo que a la bondad suya debéis, y por lo que a la intención que tengo de serviros estáis obligados, os ruego, pastores, que mañana, al romper del día, os halléis todos en el Valle de los Cipreses, donde está el sepulcro de las honradas cenizas de Meliso, para que allí, con tristes cantos y piadosos sacrificios, procuremos alegerar la pena, si alguna padece, a aquella venturosa alma, que en tanta soledad nos ha dejado.

Y, diciendo esto, con el tierno sentimiento que la memoria de la muerte de Meliso le causaba, sus venerables ojos se llenaron de lágrimas, acompañándole en ellas casi los más de los circunstantes; los cuales, todos   -fol. 297v-   de una mesma conformidad, se ofrecieron de acudir otro día adonde Telesio les mandaba, y lo mesmo hicieron Timbrio y Silerio, Nísida y Blanca, por parecerles que no sería bien dejar de hallarse en ocasión tan piadosa y en junta de tan célebres pastores como allí imaginaron que se juntarían. Con esto se despidieron de Telesio y tornaron a seguir el comenzado camino de la aldea; mas no se habían apartado mucho de aquel lugar, cuando vieron venir hacia ellos al desamorado Lenio, con semblante tan triste y pensativo que puso admiración en todos; y tan transportado en sus imaginaciones venía, que pasó lado con lado de los pastores, sin que los viese; antes, torciendo el camino a la izquierda mano, no hubo andado muchos pasos, cuando se arrojó al pie de un verde sauce, y, dando un recio y profundo sospiro, levantó la mano, y, puniéndola por el collar del pellico, tiró tan recio que le hizo pedazos hasta abajo, y luego se quitó el zurrón del lado, y, sacando dél un   -fol. 298r-   pulido rabel, con grande atención y sosiego se le puso a templar, y, a cabo de poco espacio, con lastimada y concertada voz, comenzó a cantar, de manera que forzó a todos los que le habían visto a que se parasen a escucharle hasta el fin de su canto, que fue éste:




LENIO


    ¡Dulce amor, ya me arrepiento
de mis pasadas porfías;
ya de hoy más confieso y siento
que fue sobre burlerías
levantado su cimiento;  5
ya el rebelde cuello erguido
humilde pongo y rendido
al yugo de tu obediencia;
ya conozco la potencia
de tu valor estendido!  10

    Sé que puedes cuanto quieres,
y que quieres lo imposible;
sé que muestras bien quién eres
en tu condición terrible,
en tus penas y placeres;  15
-fol. 298v-
y sé, en fin, que yo soy quien
tuvo siempre a mal tu bien,
tu engaño por desengaño,
tus certezas por engaño,
por caricias tu desdén.  20

    Estas cosas, bien sabidas,
han agora descubierto
en mis entrañas rendidas
que tú solo eres el puerto
do descansan nuestras vidas;  25
tú la implacable tormenta
que al alma más atormenta
vuelves en serena calma;
tú eres gusto y luz del alma,
y manjar que la sustenta.  30

    Pues esto juzgo y confieso,
aunque tarde vengo en ello,
tiempla tu rigor y exceso,
amor, y del flaco cuello
aligera un poco el peso.  35
Al ya rendido enemigo,
-fol. 299r-
no se ha de dar el castigo
como a aquél que se defiende;
cuanto más, que aquí se ofende
quien ya quiere ser tu amigo.  40

    Salgo de la pertinacia
do me tuvo mi malicia
y el estar en tu desgracia,
y apelo de tu justicia
ante el rostro de tu gracia;  45
que si a mi poco valor
no le quilata en favor
de tu gracia conoscida,
presto dejaré la vida
en las manos del dolor.  50

    Las de Gelasia me han puesto
en tan estraña agonía,
que si más porfía en esto,
mi dolor y su porfía
sé que acabarán bien presto.  55
¡Oh dura Gelasia, esquiva,
zahareña, dura, altiva!,
-fol. 299v-
¿por qué gustas, di, pastora,
que el corazón que te adora
en tantos tormentos viva?  60

Poco fue lo que cantó Lenio, pero lo que lloró fue tanto que allí quedara deshecho en lágrimas, si los pastores no acudieran a consolarle. Mas, como él los vio venir, y conosció entre ellos a Tirsi, sin más detenerse, se levantó y fue a arrojar a sus pies, abrazándole estrechamente las rodillas; y, sin dejar las lágrimas, le dijo:

-Ahora puedes, famoso pastor, tomar justa venganza del atrevimiento que tuve de competir contigo, defendiendo la injusta causa que mi ignorancia me proponía. Ahora digo que puedes levantar el brazo y con algún agudo cuchillo traspasar este corazón, donde cupo tan notoria simpleza como era no tener al amor por universal señor del mundo. Pero de una cosa te quiero advertir: que si quieres tomar al justo la venganza de mi yerro, que me dejes con la vida que sostengo, que es tal, que no hay muerte   -fol. 300r-   que se le compare.

Había ya Tirsi levantado del suelo al lastimado Lenio, y, teniéndole abrazado, con discretas y amorosas palabras procuraba consolarle, diciéndole:

-La mayor culpa que hay en las culpas, Lenio amigo, es el estar pertinaces en ellas, porque es de condición de demonios el nunca arrepentirse de los yerros cometidos, y, asimesmo, una de las principales causas que mueve y fuerza a perdonar las ofensas es ver el ofendido arrepentimiento en el que ofende; y más cuando está el perdonar en manos de quien no hace nada en hacerlo, pues su noble condición le tira y compele a que lo haga, quedando más rico y satisfecho con el perdón que con la venganza, como se ve esto a cada paso en los grandes señores y reyes, que más gloria granjean en perdonar las injurias que en vengarlas. Y, pues tú, Lenio, confiesas el error en que has estado, y conosces agora las poderosas fuerzas del amor, y entiendes dél que es señor universal de nuestros corazones, por este nuevo   -fol. 300v-   conoscimiento, y por el arrepentimiento que tienes, puedes estar confiado y vivir seguro que el generoso y blando amor te reducirá presto a sosegada y amorosa vida; que si ahora te castiga con darte la penosa que tienes, hácelo porque le conozcas y porque después tengas y estimes en más la alegre que sin duda piensa darte.

A estas razones añadieron otras muchas Elicio y los demás pastores que allí estaban, con las cuales pareció que quedó Lenio algo más consolado. Y luego les contó cómo moría por la cruel pastora Gelasia, exagerándoles la esquiva y desamorada condición suya, y cuán libre y esenta estaba de pensar en ningún efecto amoroso, encareciéndoles también el insufrible tormento que por ella el gentil pastor Galercio padecía; de quien ella hacía tan poco caso, que mil veces le había puesto en términos de desesperarse. Mas, después que por un rato en estas cosas hubieron razonado, tornaron a seguir su camino, llevando consigo a Lenio; y, sin sucederles   -fol. 301r-   otra cosa, llegaron al aldea, llevándose consigo Elicio a Tirsi, Damón, Erastro, Lauso y Arsindo. Con Daranio se fueron Crisio, Orfinio, Marsilo y Orompo. Florisa y las otras pastoras se fueron con Galatea y con su padre, Aurelio, quedando primero concertado que otro día, al salir del alba, se juntasen para ir al valle de los Cipreses, como Telesio les había mandado, para celebrar las obsequias de Meliso, en las cuales, como ya está dicho, quisieron hallarse Timbrio, Silerio, Nísida y Blanca, que con el venerable Aurelio aquella noche se fueron.


 
 
FIN DEL LIBRO QUINTO