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  -fol. 343r-  


ELICIO


    Por lo imposible peleo,
y si quiero retirarme,
ni paso ni senda veo;
que hasta vencer o acabarme,
tras sí me lleva el deseo.  5
Y, aunque sé que aquí es forzoso
antes morir que vencer,
cuando estoy más peligroso,
entonces vengo a tener
mayor fe en lo más dudoso.  10

    El cielo que me condemna
a no esperar buena andanza,
me da siempre a mano llena,
sin las sombras de esperanza,
mil certidumbres de pena.  15
Mas mi pecho valeroso,
que se abrasa y se resuelve
en vivo fuego amoroso,
en contracambio, le vuelve
mayor fe en lo más dudoso.  20
-fol. 343v-

   Inconstancia, firme duda,
falsa fe, cierto temor,
voluntad de amor desnuda,
nunca turban el amor
que de firme no se muda.  25
Vuele el tiempo presuroso,
suceda ausencia o desdén,
crezca el mal, mengüe el reposo,
que yo tendré por mi bien
mayor fe en lo más dudoso.  30

    ¿No es conoscida locura
y notable desvarío
querer yo lo que ventura
me niega, y el hado mío
y la suerte no asegura?  35
De todo estoy temeroso;
no hay gusto que me entretenga,
y en trance tan peligroso,
me hace el amor que tenga
mayor fe en lo más dudoso.  40
-fol. 344r-

    Alcanzo de mi dolor
que está en tal término puesto,
que llega donde el amor;
y el imaginar en esto,
tiempla en parte su rigor.  45
De pobre y menesteroso,
doy a la imaginación
alivio tan congojoso,
porque tenga el corazón
mayor fe en lo más dudoso.  50

    Y más agora, que vienen
de golpe todos los males;
y para que más me penen,
aunque todos son mortales,
en la vida me entretienen.  55
Mas, en fin, si un fin hermoso
nuestra vida en honra sube,
el mío me hará famoso,
porque en muerte y vida tuve
mayor fe en lo más dudoso.  60

  -fol. 344v-  

Parecióle a Marsilo que lo que Elicio había cantado tan a su propósito hacía, que quiso seguirle en el mesmo concepto; y así, sin esperar que otro le tomase la mano, al son de los mesmos instrumentos, desta manera comenzó a cantar:




MARSILO


    ¡Cuán fácil cosa es llevarse
el viento las esperanzas
que pudieron fabricarse
de las vanas confianzas
que suelen imaginarse!  5
Todo concluye y fenece:
las esperanzas de amor,
los medios qu’el tiempo ofresce;
mas en el buen amador
sola la fe permanece.  10

    Ella en mí tal fuerza alcanza,
que, a pesar de aquel desdén,
lleno de desconfianza,
siempre me asegura un bien
que sustenta la esperanza.  15
-fol. 345r-
Y, aunqu’el amor desfallece
en el blanco, airado pecho
que tanto mis males cresce,
en el mío, a su despecho,
sola la fe permanece.  20

    Sabes, amor, tú, que cobras
tributo de mi fe cierta,
y tanto en cobrarle sobras,
que mi fe nunca fue muerta,
pues se aviva con mis obras.  25
Y sabes bien que descrece
toda mi gloria y contento
cuanto más tu furia cresce,
y que en mi alma de asiento
sola la fe permanece.  30

    Pero si es cosa notoria,
y no hay poner duda en ella,
que la fe no entra en la gloria,
yo, que no estaré sin ella,
¿qué triunfo espero o victoria?  35
Mi sentido desvanece
-fol. 345v-
con el mal que se figura;
todo el bien desaparece;
y entre tanta desventura,
sola la fe permanece.  40

Con un profundo sospiro dio fin a su canto el lastimado Marsilo; y luego Erastro, dando su zampoña, sin más detenerse, desta manera comenzó a cantar:




ERASTRO


    En el mal que me lastima
y en el bien de mi dolor,
es mi fe de tanta estima
que ni huye del temor,
ni a la esperanza se arrima.  5
No la turba o desconcierta
ver que está mi pena cierta
en su difícil subida,
ni que consumen la vida
fe viva, esperanza muerta.  10

    Milagro es éste en mi mal;
mas eslo porque mi bien,
-fol. 349r [346r]-
si viene, venga a ser tal,
que, entre mil bienes, le den
la palma por principal.  15
La fama, con lengua experta,
dé al mundo noticia cierta
qu’el firme amor se mantiene
en mi pecho, adonde tiene
fe viva, esperanza muerta.  20

    Vuestro desdén riguroso
y mi humilde merescer,
me tienen tan temeroso
que, ya que os supe querer,
ni puedo hablaros, ni oso.  25
Veo de contino abierta
a mi desdicha la puerta,
y que acabo poco a poco,
porque con vos valen poco
fe viva, esperanza muerta.  30

    No llega a mi fantasía
un tan loco desvaneo,
como es pensar que podría
-fol. 349v [346v]-
el menor bien que deseo
alcanzar por la fe mía.  35
Podéis, pastora, estar cierta
qu’el alma rendida acierta
a amaros cual merecéis,
pues siempre en ella hallaréis
fe viva, esperanza muerta.  40

Calló Erastro; y luego, el ausente Crisio, al son de los mesmos instrumentos, desta suerte comenzó a cantar:




CRISIO


    Si a las veces desespera
del bien la firme afición,
quien desmaya en la carrera
de la amorosa pasión,
¿qué fruto o qué premio espera?  5
Yo no sé quien se asegura
gloria, gustos y ventura
por un ímpetu amoroso,
si en él y en el más dichoso
no es fe la fe que no dura.  10
-fol. 347r-

    En mil trances ya sabidos
se han visto, y en los de amores,
los soberbios y atrevidos,
al principio vencedores,
y a la fin quedar vencidos.  15
Sabe el que tiene cordura
que en la firmeza se apura
el triunfo de la batalla,
y sabe que, aunque se halla,
no es fe la fe que no dura.  20

    En el que quisiere amar
no más de por su contento,
es imposible durar
en su vano pensamiento
la fe que se ha de guardar.  25
Si en la mayor desventura
mi fe tan firme y segura
como en el bien no estuviera,
yo mismo della dijera:
no es fe la fe que no dura.  30

    El ímpetu y ligereza
-fol. 347v-
de un nuevo amador insano,
los llantos y la tristeza,
son nubes que en el verano
se deshacen con presteza.  35
No es amor el que le apura,
sino apetito y locura,
pues cuando quiere, no quiere:
no es amante el que no muere,
no es fe la fe que no dura.  40

A todos pareció bien la orden que los pastores en sus canciones guardaban, y con deseo atendían a que Tirsi o Damón comenzasen; mas presto se le cumplió Damón, pues, en acabando Crisio, al son de su mesmo rabel, cantó desta manera:




DAMÓN


    Amarili, ingrata y bella,
¿quién os podrá enternecer,
si os vienen a endurescer
las ansias de mi querella
y la fe de mi querer?  5
¡Bien sabéis, pastora, vos
-fol. 348r-
que en el amor que mantengo
a tan alto estremo vengo
que, después de la de Dios,
sola es fe la fe que os tengo!  10

    Y, puesto que subo tanto
en amar cosa mortal,
tal bien encierra mi mal,
que al alma por él levanto
a su patria natural.  15
Por esto conozco y sé
que tal es mi amor, tan luengo
como muero y me entretengo,
y que, si en amor hay fe,
sola es fe la fe que os tengo.  20

    Los muchos años gastados
en amorosos servicios,
del alma los sacrificios,
de mi fe y de mis cuidados
dan manifiestos indicios.  25
Por esto no os pediré
remedio al mal que sostengo;
-fol. 348v-
y si a pedírosle vengo,
es, Amarili, porque
sola es fe la fe que os tengo.  30

    En el mar de mi tormenta
jamás he visto bonanza,
y aquella alegre esperanza
con quien la fe se sustenta,
de la mía no se alcanza.  35
Del amor y de fortuna
me quejo; mas no me vengo,
pues por ellas a tal vengo
que, sin esperanza alguna,
sola es fe la fe que os tengo.  40

El canto de Damón acabó de confirmar en Timbrio y en Silerio la buena opinión que del raro ingenio de los pastores que allí estaban habían concebido; y más cuando, a persuasión de Tirsi y de Elicio, el ya libre y desdeñoso Lauso, al son de la flauta de Arsindo, soltó la voz en semejantes versos:

  -fol. 349r-  


LAUSO


    Rompió el desdén tus cadenas,
falso amor, y a mi memoria
el mesmo ha vuelto la gloria
de la ausencia de tus penas.
    Llame mi fe quien quisiere  5
antojadiza, y no firme,
y en su opinión me confirme
como más le pareciere.
    Diga que presto olvidé,
y que de un sotil cabello,  10
que un soplo pudo rompello,
colgada estaba mi fe.
    Digan que fueron fingidos
mis llantos y mis sospiros,
y que del Amor los tiros  15
no pasaron mis vestidos.
    Que no el ser llamado vano
y mudable me atormenta,
a trueco de ver esenta
mi cerviz del yugo insano.  20
-fol. 349v-
    Sé yo bien quién es Silena
y su condición estraña,
y que asegura y engaña
su apacible faz serena.
    A su estraña gravedad  25
y a sus bajos bellos ojos,
no es mucho dar los despojos
de cualquiera voluntad.
    Esto en la vista primera;
mas, después de conoscida,  30
por no verla, dar la vida,
y más, si más se pudiera.
    Silena del cielo y mía,
muchas veces la llamaba
porque tan hermosa estaba  35
que del cielo parecía;
    Mas ahora, sin recelo,
mejor la podré llamar
serena falsa del mar,
que no Silena del cielo.  40
-fol. 350r-
    Con los ojos, con la pluma,
con las veras y los juegos,
de amantes vanos y ciegos
prende innumerable suma.
    Siempre es primero el postrero;  45
mas el más enamorado
al cabo es tan maltratado
cuanto querido primero.
    ¡Oh cuánto más se estimara
de Silena la hermosura,  50
si el proceder y cordura
a su belleza igualara!
    No le falta discreción;
mas empléala tan mal,
que le sirve de dogal  55
que ahoga su presumpción.
    Y no hablo de corrido,
pues sería apasionado,
pero hablo de engañado
y sin razón ofendido.  60
    Ni me ciega la pasión,
-fol. 350v-
ni el deseo de su mengua:
que siempre siguió mi lengua
los términos de razón.
    Sus muchos antojos varios,  65
su mudable pensamiento,
le vuelven cada momento
los amigos en contrarios.
    Y pues hay por tantos modos
enemigos de Silena,  70
o ella no es toda buena,
o son ellos malos todos.

Acabó Lauso su canto; y, aunque él creyó que ninguno le entendía, por ignorar el disfrazado nombre de Silena, más de tres de los que allí iban la conoscieron, y aun se maravillaron que la modestia de Lauso a ofender alguno se estendiese: principalmente a la disfrazada pastora, de quien tan enamorado le habían visto. Pero en la opinión de Damón, su amigo, quedó bien disculpado, porque conoscía el término de Silena y sabía el que con   -fol. 351r-   Lauso había usado, y de lo que no dijo se maravillaba. Acabó, como se ha dicho, Lauso; y, como Galatea estaba informada del estremo de la voz de Nísida, quiso, por obligarla, cantar ella primero; y por esto, antes que otro pastor comenzase, haciendo señal a Arsindo que en tañer su flauta procediese, al son della, con su estremada voz, cantó desta manera:




GALATEA


    Tanto cuanto el amor convida y llama
al alma con sus gustos de aparencia,
tanto más huye su mortal dolencia
quien sabe el nombre que le da la fama.

    Y el pecho opuesto a su amorosa llama,  5
armado de una honesta resistencia,
poco puede empecerle su inclemencia,
poco su fuego y su rigor le inflama.

    Segura está, quien nunca fue querida
ni supo querer bien, de aquella lengua  10
que en su deshonra se adelgaza y lima;

    mas si el querer y el no querer da mengua,
¿en qué ejercicios pasará la vida
la que más que al vivir la honra estima?

  -fol. 351v-  

Bien se echó de ver en el canto de Galatea que respondía al malicioso de Lauso, y que no estaba mal con las voluntades libres, sino con las lenguas maliciosas y los ánimos dañados, que, en no alcanzando lo que quieren, con vierten el amor que un tiempo mostraron en un odio malicioso y detestable, como ella en Lauso imaginaba; pero quizá saliera deste engaño, si la buena condición de Lauso conosciera y la mala de Silena no ignorara. Luego que Galatea acabó de cantar, con corteses palabras rogó a Nísida que lo mesmo hiciese; la cual, como era tan comedida como hermosa, sin hacerse de rogar, al son de la zampoña de Florisa, cantó desta suerte:




NÍSIDA


    Bien puse yo valor a la defensa
del duro encuentro y amoroso asalto;
bien levanté mi presumpción en alto
contra el rigor de la notoria ofensa.

    Mas fue tan reforzada y tan intensa  5
-fol. 352r-
la batería, y mi poder tan falto,
que sin cogerme amor de sobresalto,
me dio a entender su potestad inmensa.

    Valor, honestidad, recogimiento,
recato, ocupación, esquivo pecho,  10
amor con poco premio lo conquista.

    Ansí que, para huir el vencimiento,
consejos jamás fueron de provecho:
desta verdad testigo soy de vista.

Cuando Nísida acabó de cantar y acabó de admirar a Galatea y a los que escuchado la habían, estaban ya bien cerca del lugar adonde tenían determinado de pasar la siesta; pero en aquel poco espacio le tuvo Belisa para cumplirlo que Silveria le rogó, que fue que algo cantase; la cual, acompañándola el son de la flauta de Arsindo, cantó lo que se sigue:




BELISA


    Libre voluntad esenta,
atended a la razón
que nuestro crédito augmenta;
-fol. 352v-
dejad la vana afición,
engendradora de afrenta;  5
que cuando el alma se encarga
de alguna amorosa carga,
a su gusto es cualquier cosa
compusición venenosa
con jugo de adelfa amarga.  10

    Por la mayor cantidad
de la riqueza subida
en valor y en calidad,
no es bien dada ni vendida
la preciosa libertad.  15
¿Pues, quién se pondrá a perdella
por una simple querella
de un amador porfiado,
si cuanto bien hay crïado
no se compara con ella?  20

    Si es insufrible dolor
tener en prisión esquiva
el cuerpo libre de amor,
tener el alma captiva
-fol. 353r-
¿no será pena mayor?  25
Sí será, y aun de tal suerte,
que remedio a mal tan fuerte
no se halla en la paciencia,
en años, valor o sciencia,
porque sólo está en la muerte.  30

    Vaya, pues, mi sano intento
lejos deste desvarío;
huiga tan falso contento;
rija mi libre albedrío
a su modo el pensamiento;  35
mi tierna cerviz esenta
no permita ni consienta
sobre sí el yugo amoroso,
por quien se turba el reposo
y la libertad se ausenta.  40

Al alma del lastimado Marsilo llegaron los libres versos de la pastora, por la poca esperanza que sus palabras prometían de ser mejoradas sus obras; pero, como era tan firme la fe con que la amaba, no pudieron las notorias   -fol. 353v-   muestras de libertad que había oído hacer que él no quedase tan sin ella como hasta entonces estaba. Acabóse en esto el camino de llegar al Arroyo de las Palmas, y, aunque no llevaran intención de pasar allí la siesta, en llegando a él y en viendo la comodidad del hermoso sitio, él mismo a no pasar adelante les forzara. Llegados, pues, a él, luego el venerable Aurelio ordenó que todos se sentasen junto al claro y espejado arroyo, que por entre la menuda yerba corría, cuyo nascimiento era al pie de una altísima y antigua palma, que por no haber en todas las riberas de Tajo sino aquélla y otra que junto a ella estaba, aquel lugar y arroyo el de las Palmas era llamado. Y, después de sentados, con más voluntad y llaneza que de costosos manjares, de los pastores de Aurelio fueron servidos, satisfaciendo la sed con las claras y frescas aguas que el limpio arroyo les ofrescía; y, en acabando la breve y sabrosa comida, algunos   -fol. 354r-   de los pastores se dividieron y apartaron a buscar algún apartado y sombrío lugar donde restaurar pudiesen las no dormidas horas de la pasada noche; y sólo se quedaron solos los de la compañía y aldea de Aurelio, con Timbrio, Silerio, Nísida y Blanca, Tirsi y Damón, a quien les pareció ser mejor gustar de la buena conversación que allí se esperaba, que de cualquier otro gusto que el sueño ofrecerles podía. Adivinada, pues, y casi conoscida esta su intención de Aurelio, les dijo:

-Bien será, señores, que los que aquí estamos, ya que entregarnos al dulce sueño no habemos querido, que este tiempo que le hurtamos no dejemos de aprovecharle en cosa que más de nuestro gusto sea; y la que a mí me parece que no podrá dejar de dárnosle, es que cada cual, como mejor supiere, muestre aquí la agudeza de su ingenio, proponiendo alguna pregunta o enigma, a quien esté obligado a responder el compañero que a su lado estuviere; pues   -fol. 354v-   con este ejercicio se granjearán dos cosas: la una, pasar con menos enfado las horas que aquí estuviéremos; la otra, no cansar tanto nuestros oídos con oír siempre lamentaciones de amor y endechas enamoradas.

Conformáronse todos luego con la voluntad de Aurelio; y, sin mudarse del lugar do estaban, el primero que comenzó a preguntar fue el mesmo Aurelio, diciendo desta manera:




AURELIO


    ¿Cuál es aquel poderoso
que desde oriente a occidente
es conoscido y famoso?
A veces, fuerte y valiente:
otras, flaco y temeroso;  5
quita y pone la salud,
muestra y cubre la virtud
en muchos más de una vez,
es más fuerte en la vejez
que en la alegre joventud.  10

    Múdase en quien no se muda
-fol. 355r-
por estraña preeminencia,
hace temblar al que suda,
y a la más rara elocuencia
suele tornar torpe y muda;  15
con diferentes medidas,
anchas, cortas y estendidas,
mide su ser y su nombre,
y suele tomar renombre
de mil tierras conoscidas.  20

    Sin armas vence al armado,
y es forzoso que le venza,
y aquél que más le ha tratado,
mostrando tener vergüenza,
es el más desvergonzado.  25
Y es cosa de maravilla
que en el campo y en la villa,
a capitán de tal prueba
cualquier hombre se le atreva,
aunque pierda en la rencilla.  30

Tocó la respuesta desta pregunta al anciano Arsindo, que junto a Aurelio estaba; y, habiendo   -fol. 355v-   un poco considerado lo que significar podía, al fin le dijo:

-Paréceme, Aurelio, que la edad nuestra nos fuerza a andar más enamorados de lo que significa tu pregunta que no de la más gallarda pastora que se nos pueda ofrecer, porque si no me engaño, el poderoso y conoscido que dices es el vino, y en él cuadran todos los atributos que le has dado.

-Verdad dices, Arsindo -respondió Aurelio-, y estoy para decir que me pesa de haber propuesto pregunta que con tanta facilidad haya sido declarada; mas di tú la tuya, que al lado tienes quien te la sabrá desatar, por más añudada que venga.

-Que me place -dijo Arsindo.

Luego propuso la siguiente:




ARSINDO


    ¿Quién es quien pierde el color
donde se suele avivar,
y luego torna a cobrar
otro más vivo y mejor?
    Es pardo en su nascimiento,  5
y después negro atezado,
y al cabo tan colorado,
que su vista da contento.
-fol. 356r-
    No guarda fueros ni leyes,
tiene amistad con las llamas,  10
visita a tiempos las camas
de señores y de reyes.
    Muerto, se llama varón,
y vivo, hembra se nombra;
tiene el aspecto de sombra;  15
de fuego, la condición.

Era Damón el que al lado de Arsindo estaba, el cual, apenas había acabado Arsindo su pregunta, cuando le dijo:

-Paréceme, Arsindo, que no es tan escura tu demanda como lo que significa, porque si mal no estoy en ella, el carbón es por quien dices que muerto se llama varón y encendido y vivo brasa, que es nombre de hembra, y todas las demás partes le convienen en todo como ésta; y si quedas con la mesma pena que Aurelio, por la facilidad con que tu pregunta ha sido entendida, yo os quiero tener compañía en ella, pues Tirsi, a quien toca responderme, nos hará iguales.

Y luego dijo la suya:

  -fol. 356v-  


DAMÓN


    ¿Cuál es la dama polida,
aseada y bien compuesta,
temerosa y atrevida,
vergonzosa y deshonesta,
y gustosa y desabrida?  5
Si son muchas -porque asombre-,
mudan de mujer el nombre
en varón; y es cierta ley
que va con ellas el rey
y las lleva cualquier hombre.  10

-Bien es, amigo Damón -dijo luego Tirsi-, que salga verdadera tu porfía, y que quedes con la pena de Aurelio y Arsindo, si alguna tienen, porque te hago saber que sé que lo que encubre tu pregunta es la carta y el pliego de cartas.

Concedió Damón lo que Tirsi dijo, y luego Tirsi propuso desta manera:




TIRSI


    ¿Quién es la que es toda ojos
de la cabeza a los pies,
-fol. 357r-
y a veces, sin su interés,
causa amorosos enojos?
    También suele aplacar riñas,  5
y no le va ni le viene,
y, aunque tantos ojos tiene,
se descubren pocas niñas.
    Tiene nombre de un dolor
que se tiene por mortal,  10
hace bien y hace mal,
enciende y tiempla el amor.

En confusión puso a Elicio la pregunta de Tirsi, porque a él tocaba responder a ella, y casi estuvo por darse, como dicen, por vencido; pero, a cabo de poco, vino a decir que era la celosía; y, concediéndolo Tirsi, luego Elicio preguntó lo siguiente:




ELICIO


    Es muy escura y es clara;
tiene mil contrariedades:
encúbrenos las verdades,
y al cabo nos las declara.
    Nasce, a veces, de donaire,  5
-fol. 357v-
otras, de altas fantasías,
y suele engendrar porfías
aunque trate cosas de aire.
   Sabe su nombre cualquiera,
hasta los niños pequeños;  10
son muchas y tiene dueños
de diferente manera.
    No hay vieja que no se abrace
con una destas señoras;
son de gusto algunas horas:  15
cuál cansa, cuál satisface.
    Sabios hay que se desvelan
por sacarles los sentidos,
y algunos quedan corridos
cuanto más sobre ello velan.  20
    Cuál es nescia, cuál curiosa,
cuál fácil, cuál intricada,
pero sea o no sea nada,
decidme qué es cosa y cosa.

No podía Timbrio atinar con lo que significaba   -fol. 358r-   la pregunta de Elicio, y casi comenzó a correrse de ver que más que otro alguno se tardaba en la respuesta, mas ni aun por eso venía en el sentido della; y tanto se detuvo, que Galatea, que estaba después de Nísida, dijo:

-Si vale a romper la orden que está dada, y puede responder el que primero supiere, yo por mí digo que sé lo que significa la propuesta enigma, y estoy por declararla, si el señor Timbrio me da licencia.

-Por cierto, hermosa Galatea -respondió Timbrio-, que conozco yo que, así como a mí me falta, os sobra a vos ingenio para aclarar mayores dificultades; pero, con todo eso, quiero que tengáis paciencia hasta que Elicio la torne a decir, y si desta vez no la acertare, confirmarse ha con más veras la opinión que de mi ingenio y del vuestro tengo.

Tornó Elicio a decir su pregunta, y luego Timbrio declaró lo que era, diciendo:

-Con lo mesmo que yo pensé que tu demanda, Elicio, se escurescía, con eso mesmo me parece que se declara, pues el último verso dice que te digan qué es cosa y   -fol. 358v-   cosa, y así yo te respondo a lo que me dices, y digo que tu pregunta es el «qué es cosa y cosa»; y no te maravilles haberme tardado en la respuesta, porque más me maravillara yo de mi ingenio si más presto respondiera, el cual mostrará quién es en el poco artificio de mi pregunta, que es ésta:




TIMBRIO


    ¿Quién es [el] que, a su pesar,
mete sus pies por los ojos,
y sin causarles enojos,
les hace luego cantar?
    El sacarlos es de gusto,  5
aunque, a veces, quien los saca,
no sólo su mal no aplaca,
mas cobra mayor disgusto.

A Nísida tocaba responder a la pregunta de Timbrio, mas no fue posible que la adevinasen ella ni Galatea, que se le seguían. Y, viendo Orompo que las pastoras se fatigaban en pensar lo que significaba, les dijo:

-No os canséis, señora[s], ni fatiguéis vuestros entendimientos   -fol. 359r-   en la declaración desta enigma, porque podría ser que ninguna de vosotras en toda su vida hubiese visto la figura que la pregunta encubre; y así, no es mucho que no deis en ella; que si de otra suerte fuera, bien seguros estábamos de vuestros entendimientos, que en menos espacio, otras más dificultosas hubiérades declarado. Y por esto, con vuestra licencia, quiero yo responder a Timbrio y decirle que su demanda significa un hombre con grillos, pues cuando saca los pies de aquellos ojos que él dice, o es para ser libre, o para llevarle al suplicio. Porque veáis, pastoras, si tenía yo razón de imaginar que quizá ninguna de vosotras había visto en toda su vida cárceles ni prisiones.

-Yo por mí sé decir -dijo Galatea- que jamás he visto aprisionado alguno.

Lo mesmo dijeron Nísida y Blanca; y luego Nísida propuso su pregunta en esta forma:




NÍSIDA


    Muerde el fuego, y el bocado
es daño y bien del mordido;
-fol. 359v-
no pierde sangre el herido,
aunque se ve acuchillado;
    mas, si es profunda la herida,  5
y de mano que no acierte,
causa al herido la muerte,
y en tal muerte está su vida.

Poco se tardó Galatea en responder a Nísida, porque luego le dijo:

-Bien sé que no me engaño, hermosa Nísida, si digo que a ninguna cosa se puede mejor atribuir tu enigma que a las tijeras de despabilar y a la vela o cirio que despabilan. Y si esto es verdad, como lo es, y quedas satisfecha de mi respuesta, escucha ahora la mía, que no con menos facilidad espero que será declarada de tu hermana, que yo he hecho la tuya.

Y luego la dijo; que fue ésta:




GALATEA


    Tres hijos que de una madre
nascieron con ser perfecto,
y de un hermano era nieto
el uno, y el otro padre;
-fol. 350r [360r]-
    y estos tres tan sin clemencia  5
a su madre ma[l]trataban
que mil puñadas la daban,
mostrando en ello su sciencia.

Considerando estaba Blanca lo que podía significar la enigma de Galatea, cuando vieron atravesar corriendo, por junto al lugar donde estaban, dos gallardos pastores, mostrando en la furia con que corrían que alguna cosa de importancia les forzaba a mover los pasos con tanta ligereza; y luego, en el mismo instante, oyeron unas dolorosas voces, como de personas que socorro pedían. Y con este sobresalto se levantaron todos, y siguieron el tino donde las voces sonaban; y, a pocos pasos, salieron de aquel deleitoso sitio y dieron sobre la ribera del fresco Tajo, que por allí cerca mansamente corría; y, apenas vieron el río, cuando se les ofreció a la vista la más estraña cosa que imaginar pudieran, porque vieron dos pastoras, al parecer de gentil donaire, que tenían a un   -fol. 350v [360v]-   pastor asido de las faldas del pellico con toda la fuerza a ellas posible porque el triste no se ahogase, porque tenía ya el medio cuerpo en el río y la cabeza debajo del agua, forcejando con los pies por desasirse de las pastoras, que su desesperado intento estorbaban, las cuales ya casi querían soltarle, no pudiendo vencer al tesón de su porfía con las débiles fuerzas suyas. Mas, en esto, llegaron los dos pastores que corriendo habían venido, y, asiendo al desesperado, le sacaron del agua a tiempo que ya todos los demás llegaban, espantándose del estraño espectáculo, y más lo fueron cuando conoscieron que el pastor que quería ahogarse era Galercio, el hermano de Artidoro, y las pastoras eran Maurisa, su hermana, y la hermosa Teolinda; las cuales, como vieron a Galatea y a Florisa, con lágrimas en los ojos corrió Teolinda a abrazar a Galatea, diciendo:

-¡Ay, Galatea, dulce amiga y señora mía, cómo ha cumplido esta desdichada la palabra que te dio de volver a verte y a decirte las nuevas de   -fol. 361r-   su contento!

-De que le tengas, Teolinda -respondió Galatea-, holgaré yo tanto cuanto te lo asegura la voluntad que de mí para servirte tienes conoscida; mas parésceme que no acreditan tus ojos tus palabras, ni aun ellas me satisfacen de modo que imagine buen suceso de tus deseos.

En tanto que Galatea con Teolinda esto pasaba, Elicio y Arsindo, con los otros pastores, habían desnudado a Galercio; y, al desceñirle el pellico, que con todo el vestido mojado estaba, se le cayó un papel del seno, el cual alzó Tirsi, y abriéndole, vio que eran versos, y por no poderlos leer, por estar mojados, encima de una alta rama le puso al rayo del sol para que se enjugase. Pusieron a Galercio un gabán de Arsindo, y el desdichado mozo estaba como atónito y embelesado, sin hablar palabra alguna, aunque Elicio le preguntaba qué era la causa que a tan estraño término le había conducido; mas por él respondió su hermana Maurisa, diciendo:

-Alzad los ojos, pastores, y veréis quién es la ocasión que al   -fol. 361v-   desgraciado de mi hermano en tan estraños y desesperados puntos ha puesto.

Por lo que Maurisa dijo, alzaron los pastores los ojos, y vieron encima de una pendiente roca que sobre el río caía una gallarda y dispuesta pastora, sentada sobre la mesma peña, mirando con risueño semblante todo lo que los pastores hacían, la cual fue luego de todos conoscida por la cruel Gelasia.

-Aquella desamorada, aquella desconoscida -siguió Maurisa-, es, señores, la enemiga mortal deste desventurado hermano mío, el cual, como ya todas estas riberas saben y vosotras no ignoráis, la ama, la quiere y la adora; y, en cambio de los continuos servicios que siempre le ha hecho y de las lágrimas que por ella ha derramado, esta mañana, con el más esquivo y desamorado desdén que jamás en la crueldad pudiera hallarse, le mandó que de su presencia se partiese y que ahora ni nunca jamás a ella tornase. Y quiso tan de veras mi hermano obedecerla, que procuraba quitarse la vida, por escusar la ocasión de nunca traspasar   -fol. 362r-   su mandamiento; y si, por dicha, estos pastores tan presto no llegaran, llegado fuera ya el fin de mi alegría y el de los días de mi lastimado hermano.

En admiración puso lo que Maurisa dijo a todos los que la escucharon, y más admirados quedaron cuando vieron que la cruel Gelasia, sin moverse del lugar donde estaba, y sin hacer cuenta de toda aquella compañía, que los ojos en ella tenía puestos, con un estraño donaire y desdeñoso brío, sacó un pequeño rabel de su zurrón, y, parándosele a templar muy despacio, a cabo de poco rato, con voz en estremo buena, comenzó a cantar desta manera:




GELASIA


    ¿Quién dejará del verde prado umbroso
las frescas yerbas y las frescas fuentes?
¿Quién de seguir con pasos diligentes
la suelta liebre o jabalí cerdoso?

    ¿Quién, con el son amigo y sonoroso,  5
no detendrá las aves inocentes?
-fol. 362v-
¿Quién, en las horas de la siesta ardiente[s],
no buscará en las selvas el reposo,

    por seguir los incendios, los temores,
los celos, iras, rabias, muertes, penas  10
del falso amor, que tanto aflige al mundo?

    Del campo son y han sido mis amores;
rosas son y jazmines mis cadenas;
libre nascí, y en libertad me fundo.

Cantando estaba Gelasia, y en el movimiento y ademán de su rostro, la desamorada condición suya descubría. Mas, apenas hubo llegado al último verso de su canto, cuando se levantó con una estraña ligereza, y, como si de alguna cosa espantable huyera, así comenzó a correr por la peña abajo, dejando a los pastores admirados de su condición y confusos de su corrida. Mas luego vieron qué era la causa della con ver al enamorado Lenio, que con tirante paso, por la mesma peña subía, con intención de llegar adonde Gelasia estaba; pero no quiso ella aguardarle, por no faltar de corresponder en un solo punto   -fol. 363r-   a la crueldad de su propósito. Llegó el cansado Lenio a lo alto de la peña cuando ya Gelasia estaba al pie della, y, viendo que no detenía el paso, sino que con más presteza por la espaciosa campaña le tendía, con fatigado aliento y laso espíritu, se sentó en el mesmo lugar donde Gelasia había estado, y allí comenzó con desesperadas razones a maldecir su ventura y la hora en que alzó la vista a mirar a la cruel pastora Gelasia; y en aquel mesmo instante, como arrepentido de lo que decía, tornaba a bendecir sus ojos y a tener por dichosa y buena la ocasión que en tales términos le tenía. Y luego, incitado y movido de un furioso accidente, arrojó lejos de sí el cayado, y, desnudándose el pellico, le entregó a las aguas del claro Tajo, que junto al pie de la peña corría, lo cual visto por los pastores que mirándole estaban, sin duda creyeron que la fuerza de la enamorada pasión le sacaba de juicio; y así, Elicio y Erastro comenzaron a subir la peña para estorbarle que no hiciese algún otro desatino que   -fol. 363v-   le costase más caro. Y, puesto que Lenio los vio subir, no hizo otro movimiento alguno si no fue sacar de su zurrón su rabel, y con un nuevo y estraño reposo se tornó asentar; y, vuelto el rostro hacia donde su pastora huía, con voz suave y de lágrimas acompañada, comenzó a cantar desta suerte:




LENIO


    ¿Quién te impele, crüel? ¿Quién te desvía?
¿Quién te retira del amado intento?
¿Quién en tus pies veloces alas cría,
con que corres ligera más qu’el viento?
¿Por qué tienes en poco la fe mía,  5
y desprecias el alto pensamiento?
¿Por qué huyes de mí? ¿Por qué me dejas?
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!

    ¿Soy, por ventura, de tan bajo estado
que no merezca ver tus ojos bellos?  10
¿Soy pobre? ¿Soy avaro? ¿Hasme hallado
en falsedad desde que supe vellos?
La condición primera no he mudado.
-fol. 364r-
¿No pende del menor de tus cabellos
mi alma? Pues ¿por qué de mí te alejas?  15
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!

    Tome escarmiento tu altivez sobrada
de ver mi libre voluntad rendida,
mira mi antigua presumpción trocada
y en amoroso intento convertida.  20
Mira que contra amor no puede nada
la más esenta descuidada vida.
Detén el paso ya: ¿por qué le aquejas?
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!

    Vime cual tú te ves, y ahora veo  25
que como fui jamás espero verme:
tal me tiene la fuerza del deseo;
tal quiero, que se estrema en no quererme.
Tú has ganado la palma, tú el trofeo
de que amor pueda en su prisión tenerme;  30
tú me rendiste: ¿y tú de mí te quejas?
¡Oh, más dura que mármol a mis quejas!

En tanto que el lastimado pastor sus dolorosas   -fol. 364v-   quejas entonaba, estaban los demás pastores reprehendiendo a Galercio su mal propósito, afeándole el dañado intento que había mostrado. Mas el desesperado mozo a ninguna cosa respondía, de que no poco Maurisa se fatigaba, creyendo que, en dejándole solo, había de poner en ejecución su mal pensamiento. En este medio, Galatea y Florisa, apartándose con Teolinda, le preguntaron qué era la causa de su tornada y si por ventura había sabido ya de su Artidoro; a lo cual ella respondió llorando:

-«No sé qué os diga, amigas y señoras mías, sino que el cielo quiso que yo hallase a Artidoro para que enteramente le perdiese; porque habréis de saber que aquella mal considerada y traidora hermana mía, que fue el principio de mi desventura, aquella mesma ha sido la ocasión del fin y remate de mi contento; porque, sabiendo ella, así como llegamos con Galercio y Maurisa a su aldea, que Artidoro estaba en una montaña no lejos de allí con su ganado, sin decirme nada, se partió a buscarle.   -fol. 365r-   Hallóle, y, fingiendo ser yo -que para sólo este daño ordenó el cielo que nos pareciésemos-, con poca dificultad le dio a entender que la pastora que en nuestra aldea le había desdeñado era una su hermana que en estremo le parecía. En fin, le contó por suyos todos los pasos que yo por él he dado, y los estremos de dolor que he padecido; y, como las entrañas del pastor estaban tan tiernas y enamoradas, con harto menos que la traidora le dijera fuera dél creída, como la creyó, tan en mi perjuicio que, sin aguardar que la Fortuna mezclase en su gusto algún nuevo impedimento, luego en el mesmo instante dio la mano a Leonarda de ser un legítimo esposo, creyendo que se la daba a Teolinda. Veis aquí, pastoras, en qué ha parado el fruto de mis lágrimas y sospiros; veis aquí ya arrancada de raíz toda mi esperanza; y lo que más siento es que haya sido por la mano que a sustentarla estaba más obligada. Leonarda goza de Artidoro por el medio del falso engaño que os he contado,   -fol. 365v-   y, puesto que ya él lo sabe, aunque debe de haber sentido la burla, hala disimulado, como discreto.

»Llegaron luego al aldea las nuevas de su casamiento, y con ellas las del fin de mi alegría. Súpose también el artificio de mi hermana, la cual dio por disculpa ver que Galercio, a quien tanto ella amaba, por la pastora Gelasia se perdía, y que así le pareció más fácil reducir a su voluntad la enamorada de Artidoro que no la desesperada de Galercio; y que, pues los dos eran uno solo en cuanto a la apariencia y gentileza, que ella se tenía por dichosa y bien afortunada con la compañía de Artidoro. Con esto se disculpa, como he dicho, la enemiga de mi gloria. Y así, yo, por no verla gozar de la que de derecho se me debía, dejé el aldea y la presencia de Artidoro, y, acompañada de las más tristes imaginaciones que imaginar se pueden, venía a daros las nuevas de mi desdicha en compañía de Maurisa, que ansimesmo viene con intención de contaros lo que Grisaldo ha hecho después que supo el hurto de Rosaura. Y esta mañana, al salir del sol, topamos   -fol. 366r-   con Galercio, el cual, con tiernas y enamoradas razones, estaba persuadiendo a Gelasia que bien le quisiese; mas ella, con el más estraño desdén y esquiveza que decir se puede, le mandó que se le quitase delante y que no fuese osado de jamás hallarla, y el desdichado pastor, apretado de tan recio mandamiento y de tan estraña crueldad, quiso cumplirle, haciendo lo que habéis visto. Todo esto es lo que por mí ha pasado, amigas mías, después que de vuestra presencia me partí.» Ved ahora si tengo más que llorar que antes, y si se ha augmentado la ocasión para que vosotras os ocupéis en consolarme, si acaso mi mal recibiese consuelo.

No dijo más Teolinda, porque la infinidad de lágrimas que le vinieron a los ojos, y los sospiros que del alma arrancaba, impidieron el oficio a la lengua; y, aunque las de Galatea y Florisa quisieron mostrarse expertas y elocuentes en consolarla, fue de poco efecto su trabajo. Y en el tiempo que entre las pastoras estas razones pasaban, se acabó de enjugar el papel que Tirsi a Galercio   -fol. 366v-   del seno sacado había, y deseoso de leerle, le tomó, y vio que desta manera decía:




GALERCIO A GELASIA


    ¡Ángel de humana figura,
furia con rostro de dama,
fría y encendida llama
donde mi alma se apura!
    Escucha las sinrazones,  5
de tu desamor causadas,
de mi alma trasladadas
en estos tristes renglones.
    No escribo por ablandarte,
pues con tu dureza estraña  10
no valen ruegos ni maña,
ni servicios tienen parte.
    Escríbote porque veas
la sinrazón que me haces,
y cuán mal que satisfaces  15
al valor de que te arreas.
    Que alabes la libertad
es muy justo, y razón tienes;
-fol. 367r-
mas mira que la mantienes
sólo con la crueldad;  20
    y no es justo lo que ordenas:
querer, sin ser ofendida,
sustentar tu libre vida
con tantas muertes ajenas.
    No imagines que es deshonra  25
que te quieran todos bien,
ni que está en usar desdén
depositada tu honra.
    Antes, templando el rigor
de los agravios que haces,  30
con poco amor satisfaces
y cobras nombre mejor.
    Tu crueldad me da a entender
que las sierras te engendraron,
o que los montes formaron  35
tu duro, indomable ser;
    que en ellos es tu recreo,
y en los páramos y valles,
do no es posible que halles
-fol. 367v-
quien te enamore el deseo.  40
    En una fresca espesura
una vez te vi sentada,
y dije: «Estatua es formada
aquélla de piedra dura».
    Y, aunque el moverte después  45
contradijo a mi opinión,
«en fin, en la condición
-dije-, más que estatua es».
    ¡Y ojalá que estatua fueras
de piedra, que yo esperara  50
qu’el cielo por mí cambiara
tu ser, y en mujer volvieras!
    Que Pigmaleón no fue
tanto a la suya rendido,
como yo te soy y he sido,  55
pastora, y siempre seré.
    Con razón, y de derecho,
del mal y bien me das pago:
pena por el mal que hago,
-fol. 368r-
gloria por el bien que he hecho.  60
    En el modo que me tratas
tal verdad es conoscida:
con la vista me das vida,
con la condición me matas.
   Dese pecho que se atreve  65
a esquivar de Amor los tiros,
el fuego de mis sospiros
deshaga un poco la nieve.
    Concédase al llanto mío,
y al nunca admitir descanso,  70
que vuelva agradable y man[s]o
un solo punto tu brío.
    Bien sé que habrás de decir
que me alargo, y yo lo creo;
pero acorta tú el deseo,  75
y acortaré yo el pedir.
    Mas, según lo que me das
en cuantas demandas toco,
a ti te importa muy poco
que pida menos o más.  80
-fol. 368v-
    Si de tu estraña dureza
pudiera reprehenderte,
y aquella señal ponerte
que muestra nuestra flaqueza,
    dijera, viendo tu ser,  85
y no así como se enseña:
«Acuérdate que eres peña,
y en peña te has de volver».
    Mas seas peña o acero,
duro mármol o diamante,  90
de un acero soy amante,
a una peña adoro y quiero.
    Si eres ángel disfrazado,
o furia, que todo es cierto,
por tal ángel vivo muerto,  95
y por tal furia penado.

Mejor le parecieron a Tirsi los versos de Galercio que la condición de Gelasia; y, quiriéndoselos mostrar a Elicio, viole tan mudado de color y de semblante que una imagen de muerto parescía. Llegóse a él, y cuando le   -fol. 369r-   quiso preguntar si algún dolor le fatigaba, no fue menester esperar su respuesta para entender la causa de su pena, porque luego oyó publicar entre todos los que allí estaban cómo los dos pastores que a Galercio socorrieron eran amigos del pastor lusitano con quien el venerable Aurelio tenía concertado de casar a Galatea, los cuales venían a decirle cómo de allí a tres días el venturoso pastor vendría a su aldea a concluir el felicísimo desposorio, y luego vio Tirsi que estas nuevas más nuevos y estraños accidentes de los causados habían de causar en el alma de Elicio. Pero, con todo esto, se llegó a él y le dijo:

-Ahora es menester, buen amigo, que te sepas valer de la discreción que tienes, pues en el peligro mayor se muestran los corazones valerosos; y asegúrote que no sé quién a mí me asegura que ha de tener mejor fin este negocio de lo que tú piensas. Disimula y calla, que si la voluntad de Galatea no gusta de corresponder de todo en todo a la de su padre, tú satisfarás la tuya, aprovechándote   -fol. 369v-   de las nuestras, y aun de todo el favor que te puedan ofrescer cuantos pastores hay en las riberas deste río y en las del manso Henares, el cual favor yo te ofrezco, que bien imagino que el deseo que todos han conocido que yo tengo de servirles, les obligará a hacer que no salga en vano lo que aquí te prometo.

Suspenso quedó Elicio viendo el gallardo y verdadero ofrescimiento de Tirsi, y no supo ni pudo responderle más que abrazarle estrechamente y decirle:

-El cielo te pague, discreto Tirsi, el consuelo que me has dado, con el cual, y con la voluntad de Galatea, que, a lo que creo, no discrepará de la nuestra, sin duda entiendo que tan notorio agravio como el que se hace a todas estas riberas en desterrar dellas la rara hermosura de Galatea, no pase adelante.

Y, tornándole a abrazar, tornó a su rostro la color perdida. Pero no tornó al de Galatea, a quien fue oír la embajada de los pastores como si oyera la sentencia de su muerte. Todo lo notaba Elicio y no lo podía disimular Erastro, ni menos la discreta   -fol. 370r-   Florisa, ni aun fue gustosa la nueva a ninguno de cuantos allí estaban. A esta sazón, ya el sol declinaba a su acostumbrada carrera, y, así por esto como por ver que el enamorado Lenio había seguido a Gelasia, y que allí no quedaba otra cosa que hacer, trayendo a Galercio y a Maurisa consigo, toda aquella compañía movió los pasos hacia el aldea, y, al llegar junto a ella, Elicio y Erastro se quedaron en sus cabañas, y con ellos Tirsi, Damón, Orompo, Crisio, Marsilo, Arsindo y Orfinio se quedaron, con otros algunos pastores; y de todos ellos, con corteses palabras y ofrescimientos, se despidieron los venturosos Timbrio, Silerio, Nísida y Blanca, diciéndoles que otro día se pensaban partir a la ciudad de Toledo, donde había de ser el fin de su viaje; y, abrazando a todos los que con Elicio quedaban, se fueron con Aurelio, con el cual iban Florisa, Teolinda y Maurisa, y la triste Galatea, tan congojada y pensativa que, con toda su discreción, no podía dejar de dar muestras de estraño descontento. Con Daranio se fueron   -fol. 370v-   su esposa Silveria y la hermosa Belisa. Cerró en esto la noche y parecióle a Elicio que con ella se le cerraban todos los caminos de su gusto; y si no fuera por agasajar con buen semblante a los huéspedes que tenía aquella noche en su cabaña, él la pasara tan mala que desesperara de ver el día. La mesma pena pasaba el mísero Erastro, aunque con más alivio, porque sin tener respecto a nadie, con altas voces y lastimeras palabras maldecía su ventura y la acelerada determinación de Aurelio.

Estando en esto, ya que los pastores habían satisfecho a la hambre con algunos rústicos manjares, y algunos dellos entregádose en los brazos del reposado sueño, llegó a la cabaña de Elicio la hermosa Maurisa; y, hallando a Elicio a la puerta de su cabaña, le apartó y le dio un papel, diciéndole que era de Galatea, y que le leyese luego, que, pues ella a tal hora le traía, entendiese que era de importancia lo que en él debía de venir. Admirado el pastor de la venida de Maurisa, y más de ver en sus manos papel de su pastora,   -fol. 371r-   no pudo sosegar un punto hasta leerle. Y, entrándose en su cabaña, a la luz de una raja de teoso pino, le leyó, y vio que ansí decía:

GALATEA A ELICIO

En la apresurada determinación de mi padre está la que yo he tomado de escrebirte, y en la fuerza que me hace la que a mí mesma me he hecho hasta llegar a este punto. Bien sabes en el que estoy, y sé yo bien que quisiera verme en otro mejor, para pagarte algo de lo mucho que conozco que te debo; mas, si el cielo quiere que yo quede con esta deuda, quéjate dél, y no de la voluntad mía. La de mi padre quisiera mudar, si fuera posible, pero veo que no lo es; y así, no lo intento. Si algún remedio por allá imaginas, como en él no intervengan ruegos, ponle en efecto, con el miramiento que a tu crédito debes y a mi honra estás obligado. El que me dan por esposo, y el que me ha de dar sepultura, viene pasado mañana: poco tiempo te   -fol. 371v-   queda para aconsejarte, aunque a mí me quedará harto para arrepentirme. No digo más, sino que Maurisa es fiel y yo desdichada.

En estraña confusión pusieron a Elicio las razones de la carta de Galatea, pareciéndole cosa nueva, ansí el escribirle, pues hasta entonces jamás lo había hecho, como el mandarle buscar remedio a la sinrazón que se le hacía; mas, pasando por todas estas cosas, sólo paró en imaginar cómo cumpliría lo que le era mandado, aunque en ello aventurase mil vidas si tantas tuviera. Y, no ofreciéndosele otro algún remedio sino el que de sus amigos esperaba, confiado en ellos, se atrevió a responder a Galatea con una carta que dio a Maurisa, la cual desta manera decía:

ELICIO A GALATEA

Si las fuerzas de mi poder llegaran al deseo que tengo de serviros, hermosa   -fol. 372r-   Galatea, ni la que vuestro padre os hace, ni las mayores del mundo, fueran parte para ofenderos; pero, comoquiera que ello sea, vos veréis ahora, si la sinrazón pasa adelante, cómo yo no me quedo atrás en hacer vuestro mandamiento por la vía mejor que el caso pidiere. Asegúreos esto la fe que de mí tenéis conoscida, y haced buen rostro a la fortuna presente, confiada en la bonanza venidera; que el cielo, que os ha movido a acordaros de mí y a escribirme, me dará valor para mostrar que en algo merezco la merced que me habéis hecho; que, como sea obedeceros, ni recelo ni temor serán parte para que yo no ponga en efecto lo que a vuestro gusto conviene y al mío tanto importa. No más, pues lo más que en esto ha de haber sabréis de Maurisa, a quien yo he dado cuenta dello; y si vuestro parecer con el mío no se conforma, sea yo avisado, porque el tiempo no se pase, y con él la sazón de nuestra ventura, la cual os dé el cielo como puede y como vuestro valor meresce.

  -fol. 372v-  

Dada esta carta a Maurisa, como está dicho, le dijo asimesmo cómo él pensaba juntar todos los más pastores que pudiese, y que todos juntos irían a hablar al padre de Galatea, pidiéndole por merced señalada fuese servido de no desterrar de aquellos prados la sin par hermosura suya; y, cuando esto no bastase, pensaba poner tales inconvinientes y miedos al lusitano pastor, que él mesmo dijese no ser contento de lo concertado; y, cuando los ruegos y astucias no fuesen de provecho alguno, determinaba usar la fuerza y con ella ponerla en su libertad; y esto con el miramiento de su crédito que se podía esperar de quien tanto la amaba. Con esta resolución se fue Maurisa, y esta mesma tomaron luego todos los pastores que con Elicio estaban, a quien él dio cuenta de sus pensamientos y pidió favor y consejo en tan árduo caso. Luego Tirsi y Damón se ofrescieron de ser aquéllos que al padre de Galatea hablarían. Lauso, Arsindo y Erastro, con los cuatro amigos, Orompo, Marsilo, Crisio   -fol. 373r-   y Orfinio, prometieron de buscar y juntar para el día siguiente sus amigos, y poner en obra con ellos cualquiera cosa que por Elicio les fuese mandada.

En tratar lo que más al caso convenía y en tomar este apuntamiento, se pasó lo más de aquella noche, y, la mañana venida, todos los pastores se partieron a cumplir lo que prometido habían, si no fueron Tirsi y Damón, que con Elicio se quedaron. Y aquél mesmo día tornó a venir Maurisa a decir a Elicio cómo Galatea estaba determinada de seguir en todo su parecer. Despidióla Elicio con nuevas promesas y confianzas, y con alegre semblante y estraño alborozo estaba esperando el siguiente día, por ver la buena o mala salida que la fortuna daba a su hecho. Llegó en esto la noche, y, recogiéndose con Damón y Tirsi a su cabaña, casi todo el tiempo della pasaron en tantear y advertir las dificultades que en aquel negocio podían suceder, si acaso no movían a Aurelio las razones que Tirsi pensaba decirle. Mas Elicio, por dar lugar a los pastores   -fol. 373v-   que reposasen, se salió de su cabaña y se subió en una verde cuesta que frontero de ella se levantaba; y allí, con el aparejo de la soledad, revolvía en su memoria todo lo que por Galatea había padecido y lo que temía padecer si el cielo a sus intentos no favorescía. Y, sin salir desta imaginación, al son de un blando céfiro que mansamente soplaba, con voz suave y baja, comenzó a cantar desta manera:




ELICIO


    Si deste herviente mar y golfo insano,
donde tanto amenaza la tormenta,
libro la vida de tan dura afrenta
y toco el suelo venturoso y sano,

    al aire alzadas una y otra mano,  5
con alma humilde y voluntad contenta,
haré que amor conozca, el cielo sienta,
qu’el bien les agradezco soberano.

    Llamaré venturosos mis sospiros,
mis lágrimas tendré por agradables,  10
por refrigerio el fuego en que me quemo.

    Diré que son de Amor los recios tiros
-fol. 374r-
dulces al alma, al cuerpo saludables,
y que en su bien no hay medio, sino estremo.

Cuando Elicio acabó su canto, comenzaba a descubrirse por las orientales puertas la fresca aurora con sus hermosas y variadas mejillas, alegrando el suelo, aljofarando las yerbas y pintando los prados, cuya deseada venida comenzaron luego a saludar las parleras aves con mil suertes de concertadas cantilenas. Levantóse en esto Elicio, y tendió los ojos por la espaciosa campaña; descubrió no lejos dos escuadras de pastores, los cuales, según le paresció, hacia su cabaña se encaminaban, como era la verdad, porque luego conosció que eran sus amigos Arsindo y Lauso, con otros que consigo traían, y los otros, Orompo, Marsilo, Crisio y Orfinio, con todos los más amigos que juntar pudieron. Conoscidos, pues, de Elicio, bajó de la cuesta para ir a recebirlos; y, cuando ellos llegaron junto de la cabaña, ya estaban fuera della Tirsi y Damón, que a buscar a Elicio   -fol. 374v-   iban. Llegaron en esto todos los pastores, y con alegre semblante unos a otros se rescibieron. Y luego Lauso, volviéndose a Elicio, le dijo:

-En la compañía que traemos puedes ver, amigo Elicio, si comenzamos a dar muestras de querer cumplir la palabra que te dimos. Todos los que aquí vees vienen con deseo de servirte, aunque en ello aventuren las vidas; lo que falta es que tú no la hagas en lo que más conviniere.

Elicio, con las mejores razones que supo, agradeció a Lauso y a los demás la merced que le hacían, y luego les contó todo lo que con Tirsi y Damón estaba concertado de hacerse para salir bien con aquella empresa. Parecióles bien a los pastores lo que Elicio decía; y así, sin más detenerse, hacia el aldea se encaminaron, yendo delante Tirsi y Damón, siguiéndoles todos los demás, que hasta veinte pastores serían, los más gallardos y bien dispuestos que en todas las riberas de Tajo hallarse pudieran, y todos llevaban intención de que, si las razones de Tirsi   -fol. 375r-   no movían a que Aurelio la hiciese en lo que le pedían, de usar en su lugar la fuerza y no consentir que Galatea al forastero pastor se entregase, de que iba tan contento Erastro, como si el buen suceso de aquella demanda en sólo su contento de redundar hubiera; porque, a trueco de no ver a Galatea ausente y descontenta, tenía por bien empleado que Elicio la alcanzase, como lo imaginaba, pues tanto Galatea le había de quedar obligada.

El fin deste amoroso cuento y historia, con los sucesos de Galercio, Lenio y Gelasia, Arsindo y Maurisa, Grisaldo, Artandro y Rosaura, Marsilo y Belisa, con otras cosas sucedidas a los pastores hasta aquí nombrados, en la segunda parte desta historia se prometen, la cual, si con apacibles voluntades esta primera viere rescibida, tendrá atrevimiento de salir con brevedad a ser vista y juzgada de los ojos y entendimiento de las gentes.




 
 
FIN
 
 
  -[fol. 375v]-