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Acto cuarto

     La escena representa uno de los salones de la casa de SORIN, transformado por KONSTANTIN TREPLEV en despacho. A la derecha y a la izquierda, conduciendo a los aposentos interiores, hay puertas. Otra de cristales, al fondo, abre sobre la terraza. Además del mobiliario habitual de la sala, en el rincón de la derecha está instalada una mesa de escritorio. Junto al de la izquierda se ve un diván turco y un armario con libros. Más de estos aparecen repartidos sobre los marcos de las ventanas y sobre las sillas. Es el anochecer. Un quinqué encendido, que cubre una pantalla, envuelve en media luz la escena. Se oye el ruido de los árboles agitados por un fuerte viento que aúlla en la chimenea y el golpeteo del cayado del guarda recorriendo el jardín.



Escena primera

     Entran MEDVEDENKO y MASCHA.

     MASCHA.- (Llamando.) ¡Konstantin Gavrilich! ¡Konstantin Gavrilich!... (Mirando a su alrededor.) ¡No hay nadie!... ¡Y el viejo, venga a preguntar: ¿dónde está Kostia?... ¡No puede vivir sin él!

     MEDVEDENKO.- Le asusta la soledad. (Tendiendo el oído.) ¡Qué tiempo más espantoso!... ¡Dos días ya que llevamos así!

     MASCHA.- (Avivando el quinqué.) En el lago hay olas. Y enormes.

     MEDVEDENKO.- ¡El jardín está de una oscuridad!... Habría que decir que desmontaran el teatro... Allí sigue, desnudo y feo como un esqueleto, y con el viento sacudiéndole el telón... Anoche, al pasar por delante de él, me pareció oír como si alguien estuviera llorando dentro.

     MASCHA.- ¡Qué cosas! (Pausa.)

     MEDVEDENKO.- ¡Mascha! ¡Vámonos a casa!

     MASCHA.- (Moviendo negativamente la cabeza.) Yo me quedo aquí a pasar la noche.

     MEDVEDENKO.- (En tono suplicante.) ¡Vámonos, Mascha!... ¡Puede que nuestro chiquitín tenga hambre!

     MASCHA.- ¡Tonterías! ¡Matrona le dará de comer! (Pausa.)

     MEDVEDENKO.- ¡Da pena!... ¡Esta es la tercera noche que va a pasar sin su madre!

     MASCHA.- ¡Qué aburrido te has vuelto!... ¡Antes, por lo menos, te daba por la filosofía; pero ahora estás siempre con que si «el chiquitín», con que si «la casa»..., y no se te oye decir más que eso!

     MEDVEDENKO.- ¡Vámonos, Mascha!

     MASCHA.- ¡Vete tú solo!

     MEDVEDENKO.- Pero ¡tu padre no me dejará el caballo!

     MASCHA.- Sí te lo dejará. Pídeselo, que ya verás cómo te lo deja.

     MEDVEDENKO.- Quizá me atreva a pedírselo... Entonces..., ¿vendrás mañana?

     MASCHA.- (Tomando rapé.) Bueno, sí... mañana. ¡Qué pegajoso!



Escena II

     Entran POLINA ANDREEVNA y TREPLEV. Este viene cargado con unas almohadas y una manta, y POLINA ANDREEVNA con las demás ropas de la cama. Después de depositarlo todo sobre el diván turco, TREPLEV se dirige a la mesa escritorio y se sienta ante ella.

     MASCHA.- Y eso ¿para qué es, mamá?

     POLINA ANDREEVNA.- Para Piotr Nikolaevich, que ha pedido le hicieran la cama en la habitación de Kostia.

     MASCHA.- Traiga. Yo se la haré. (Se pone a hacer la cama.)

     POLINA ANDREEVNA.- (Suspirando.) ¡Un viejo es como un niño!... (Se acerca a la mesa escritorio y, apoyándose en ella, contempla los papeles manuscritos. Se sucede una pausa.)

     MEDVEDENKO.- Entonces, yo me marcho. Adiós, Mascha. (Besa la mano a su mujer.) Adiós, mamá. (Hace ademán de besar la de su suegra.)

     POLINA ANDREEVNA.- (Con enojo.) ¡Vaya!... ¡Vete con Dios! (TREPLEV le tiende en silencio la mano. MEDVEDENKO sale.)

     POLINA ANDREEVNA.- (Mirando los manuscritos.) ¡A quién se le iba a ocurrir pensar que de usted, Kostia, saldría todo un escritor!... ¡Hele aquí ya, gracias a Dios, ganando dinero de los periódicos! (Le acaricia el cabello con la mano.) ¡Y, además, se ha puesto usted guapo!... ¡Kostia! ¡Querido!... ¡Es usted bueno! ¡Sea más cariñoso con mi Mascheñka!

     MASCHA.- (Haciendo la cama.) ¡Déjale, mamá!

     POLINA ANDREEVNA.- (A TREPLEV.) ¡Es muy buena! (Pausa.) ¡A una mujer, Kostia, le basta con que la miren con cariño! ¡Juzgo por mí misma! (TREPLEV se levanta de la mesa y abandona, en silencio, la estancia.)

     MASCHA.- ¡Le ha enfadado usted! ¿Qué necesidad tenía de decirle todo eso?

     POLINA ANDREEVNA.- ¡Me das lástima, Mascheñka!

     MASCHA.- ¿Y qué falta me hace dártela?

     POLINA ANDREEVNA.- ¡Mi corazón sufre por ti! ¡Lo ve todo! ¡Todo lo comprende!

     MASCHA.- ¡Tonterías!... ¡El amor sin esperanza solo existe en las novelas! ¡Tonterías! ¡Lo que no hay que hacer es dejarse llevar y estar siempre aguardando algo!... ¡Si el amor brota en el corazón, lo que es preciso es arrancarle de él!... Me han prometido trasladar a mi marido a otra región. Cuando nos mudemos a ella, me olvidaré de todo. Me lo arrancaré de raíz del corazón. (De un aposento lejano llegan los compases de un vals melancólico.)

     POLINA ANDREEVNA.- Es Kostia el que toca. Ello quiere decir que se ha entristecido.

     MASCHA.- (Después de dos o tres silenciosos giros de vals.) Lo principal, mamá, es no tenerle delante de los ojos. Si conceden a mi Simion el traslado, créame que en un mes lo habré olvidado todo... ¡No son más que

tonterías! (La puerta de la izquierda se abre, y DORN y MEDVEDENKO entran, empujando el sillón en que está sentado SORIN.)

     MEDVEDENKO.- ¡Tengo seis personas en casa, y la harina está a setenta «kopeikas» el «pudd»! (5).

     DORN.- ¡Pues redúcete!

     MEDVEDENKO.- ¡Le resulta a usted fácil tomarlo a risa!... ¡Como a usted le sobra tanto el dinero que ni las gallinas lo quieren!

     DORN.- ¿Dinero?... ¡En los treinta años que llevo desempeñando una profesión en la que no se tiene tranquilidad, ni se pertenece uno a sí mismo, ni de día ni de noche, tan solo llegué a reunir los dos mil rublos que me gasté recientemente en el extranjero!... ¡No tengo nada!

     MASCHA.(A su marido.) Pero ¿no te habías marchado?

     MEDVEDENKO.- (En tono culpable.) ¿Qué le voy a hacer si no me dan un caballo?

     MASCHA.- (A media voz, con amargura y enojo.) ¡Si mis ojos no te hubieran visto!... (El sillón es situado en la mitad izquierda de la habitación. POLINA ANDREEVNA, MASCHA y DORN toman asiento junto a él. MEDVEDENKO, con aire triste, se retira a un lado.)

     DORN.- ¡Por cierto..., cuántos cambios habéis hecho! ¡Habéis transformado el salón en despacho!

     MASCHA.- Konstantin Gavrilovich se encuentra aquí más cómodo para trabajar. Cuando quiere, puede salir al jardín y meditar. (Se oye golpetear fuera el cayado del guarda.)

     SORIN.- ¿Dónde está mi hermana?

     DORN.- Ha ido a la estación, a buscar a Trigorin. En seguida vuelve.

     SORIN.- El que hayan ustedes considerado necesario hacer venir aquí a mi hermana, significa que estoy muy grave! (Después de un silencio.) ¡Tiene gracia la cosa! ¡Estoy grave, y no se me da ninguna medicina!

     DORN.- ¿Y qué quiere usted que le demos? ¿Gotas de valeriana?... ¿Bicarbonato?... ¿Quina?...

     SORIN.- ¡Ya empezamos otra vez a filosofar!... ¡Qué fastidio! (Indicando con la cabeza el diván.) ¿Es para mí para quien se ha preparado todo eso?

     POLINA ANDREEVNA.- Para usted, Piotr Nikolaevich.

     SORIN.- Muchas gracias.

     DORN.- (Canturreando.) «¡Flota la luna en el cielo nocturno!»...

     SORIN.- Quiero sugerir a Kostia un argumento de novela. Tiene que llevar este título: «El hombre que quiso...» «L'home qui a voulu»... En mi juventud quise ser literato, y no lo fui. Quería manejar bien la lengua, y hablaba pésimamente. No pasaba de frases como estas: «De manera, señores»..., o «Como les iba diciendo»...; y de ahí no salía, por lo que, al llegar al resumen, estaba sudando a mares. Quise también casarme, y no me casé; quería vivir siempre en la ciudad, y heme aquí, terminando mi vida en el campo...

     DORN.- Quise ser consejero civil, y lo he sido...

     SORIN.- (Riendo.) ¡Ese no fue afán mío! ¡Cayó por su propio peso!

     DORN.- ¡Manifestar descontento hacia la vida, a los sesenta y dos años..., convendrá conmigo que no es generoso!

     SORIN.- ¡Qué terquedad la suya!... ¡Compréndalo de una vez! ¡Tiene uno ganas de vivir!

     DORN.- Pero ¡es una inconsciencia!... ¡Es ley de la Naturaleza que a toda vida le llegue un fin!

     SORIN.- ¡Razona usted como hombre satisfecho que es! ¡Como lo está usted, toma la vida con indiferencia, y le da todo igual!... ¡Claro que de morir sí tendrá usted miedo!

     DORN.- El miedo a la muerte es un miedo animal... Hay que aplastarlo. ¡Solo los creyentes en la vida eterna, que sienten el temor de sus pecados..., temen a la muerte..., pero usted!... En primer lugar, no es creyente, y en segundo, ¿qué pecados tiene?... ¿No haber trabajado más de veinticinco años en la administración de justicia?

     SORIN.- (Riendo.) ¡Veinticinco no, veintiocho! (Entra TREPLEV y se sienta en un banquillo, a los pies de SORIN. MASCHA, durante todo el tiempo, no aparta de él los ojos.)

     DORN.- Estamos molestando a Konstantin Gavrilich en su trabajo.

     TREPLEV.- Nada de eso. (Pausa.)

     MEDVEDENKO.- Permítame esta pregunta, doctor. ¿Qué ciudad del extranjero le gusta más?

     DORN.- Génova.

     TREPLEV.- ¿Y por qué Génova?

     DORN.- Porque su muchedumbre callejera es magnífica... Sale uno de la fonda y ve toda la calle inundada de gente... Luego, uno se mezcla a esta muchedumbre, camina entre ella sin rumbo, de aquí para allá en una línea sinuosa..., vive uno con ella, se siente psíquicamente unido a ella, y empieza a considerar, en efecto, posible la existencia de una sola alma mundial, semejante a la del papel representado un día por Nina Sarechnaia... Dicho sea de paso: ¿dónde está Sarechnaia ahora?... ¿Dónde y cómo está?

     TREPLEV.- Seguramente, en buena salud.

     DORN.- Me dijeron algo respecto de su vida... Como si esta fuera algo singular... ¿Qué es ello?

     TREPLEV.- Una larga historia, doctor...

     DORN.- Cuéntemela, resumida. (Pausa.)

     TREPLEV.- Pues... se fugó de su casa y se unió a Trigorin... ¿Lo sabía usted?

     DORN.- Lo sé, sí.

     TREPLEV.- Tuvo un hijo y se le murió... Trigorin dejó de quererla y, como era de esperar, reanudó lazos anteriores... ¡Por supuesto, nunca abandonó totalmente a ninguna mujer de su pasado!... ¡Se conoce que es su carácter sin voluntad y tímido el que le lleva de aquí para allá!... Según pude deducir por lo que llegó a mi conocimiento, la vida personal de Nina es un completo fracaso.

     DORN.- ¿Y en la escena?

     TREPLEV.- En la escena, parece ser que la cosa es todavía peor... Debutó en uno de los teatros de verano de Moscú, y de allí pasó a provincias... Yo, entonces, no la perdía de vista. Durante cierto tiempo, a donde ella iba, iba yo. Elegía papeles grandes, pero su actuación era burda, sin gusto, a base de aullidos, y con una gesticulación dura... Había momentos en los que sabía lanzar un grito con arte, o morir con arte, pero era solo eso..., momentos.

     DORN.- Lo cual quiere decir que, a pesar de todo, talento no le falta.

     TREPLEV.- Resultaba difícil de apreciar. Seguramente sí... Yo la veía, pero ella no quería verme a mí, y los criados de la fonda donde se alojaba no me dejaban pasar a su habitación... Haciéndome cargo de su estado de ánimo, no insistía en la entrevista. (Pausa.) ¿Qué más puedo decirle?... Más tarde, ya de vuelta en casa, solía recibir cartas suyas. Eran cartas inteligentes, interesantes y llenas de calor... No se quejaba de nada, pero yo percibía que era profundamente desgraciada. Cada renglón semejaba uno de sus nervios enfermos, allí tendido... Su imaginación debía de estar también un tanto desequilibrada, porque se fírmaba siempre «La Gaviota». Así como el molinero de La ondina (6) se denomina a sí mismo «El Cuervo», así ella se nombraba repetidamente en sus cartas «La Gaviota»... Ahora está aquí.

     DORN.- ¿Cómo que está aquí?

     TREPLEV.- Sí. En la ciudad. En una fonda. Ya lleva cinco días alojándose en ella. Yo intenté verla, y lo mismo María Ilinischna; pero no recibe a nadie... Simion Simionich asegura haberla visto ayer, después de comer, por el campo, a unas dos «verstas» de aquí.

     MEDVEDENKO.- La vi, en efecto. Iba en dirección a la ciudad. Al saludarla, le pregunté por qué no venía a visitarnos, y me dijo que ya vendría.

     TREPLEV.- No vendrá. (Pausa.) Su padre y su madre no quieren saber nada de ella. Por todas partes han establecido una vigilancia para que no la dejen ni siquiera acercarse a la hacienda. (Dirigiéndose, en unión del doctor, a la mesa de escritorio.) ¡Qué fácil, doctor, es ser filósofo sobre el papel, y qué difícil en la realidad!

     SORIN.- Era una muchacha encantadora...

     DORN.- ¿Dice usted?

     SORIN.- Digo que era una muchacha encantadora. Hubo un tiempo en el que Sorin, el consejero civil, estuvo enamorado de ella.

     DORN.- ¡Viejo faldero! (Se oye la risa de SCHAMRAEV.)

     POLINA ANDREEVNA.- Me parece que los nuestros llegan ya de la estación.

     TREPLEV.- Sí. Oigo la voz de mi madre.



Escena III

     Entran ARKADINA y TRIGORIN seguidos de SCHAMRAEV.

     SCHAMRAEV.- (Entrando.) ¡Todos nos vamos haciendo viejos!... ¡La fuerza de los elementos nos decolora..., pero usted, en cambio, estimadísima, se conserva siempre joven!... ¡Blusitas claras..., viveza..., gracia!...

     ARKADINA.- ¡Ya va usted otra vez a echarme mal de ojo, hombre aburrido!

     TRIGORIN.- (A SORIN.) Buenas noches, Piotr Nikolaevich... ¿Qué es eso de ponerse enfermo? ¡No está bien! (Con alegría, al ver a MASCHA.) ¡María Ilinischna!

     MASCHA.- ¿Me reconoce? (Le estrecha la mano.)

     TRIGORIN.- ¿Qué?... ¿Casada?

     MASCHA.- Hace tiempo.

     TRIGORIN.- ¿Y feliz?... (Después de cambiar un saludo con DORN y MEDVEDENKO, se acerca a TREPLEV, con aire indeciso.) ¡Irina Nikolaevna me dijo que había usted olvidado ya lo pasado, y no guardaba rencor!... (TREPLEV le tiende la mano.)

     ARKADINA.- (A su hijo.) Boris Alekseevich te trae una revista en la que viene tu nueva novela.

     TREPLEV.- (Aceptándola.) Se lo agradezco. Es usted muy amable. (Se sienta.)

     TRIGORIN.- Sus admiradores le envían recuerdos. En Moscú y en Petersburgo se interesan por usted. Me preguntan cómo es, la edad que tiene, y si es moreno o rubio. No se sabe por qué, pero es el caso que nadie le cree a usted tan joven. Como usa usted un seudónimo, no conocen su verdadero apellido. Resulta usted tan misterioso como la «Máscara de hierro».

     TREPLEV.- ¿Viene aquí para mucho tiempo?

     TRIGORIN.- No. Mañana mismo pienso salir para Moscú. Es preciso que vaya. Me corre prisa terminar mi novela y, además, he prometido hacer algo para la revista. La vieja historia, en una palabra. (Mientras conversan, ARKADINA y POLINA ANDREEVNA instalan en el centro de la habitación la mesa de juego, y la abren. SCHAMRAEV enciende las velas y coloca las sillas. Sacan del armario la lotería.) El tiempo no me ha recibido amablemente. Hace un viento cruel; si este se calma, mañana por la mañana me iré a pescar al lago. También quiero ir al jardín, a aquel sitio en el que..., ¿recuerda?..., representaron su obra... Tengo ya maduro en la mente un tema, y solo necesito revivir en la memoria el lugar de la acción.

     MASCHA.- (A su padre.) ¿Papá?... ¿Permites que mi marido se lleve el caballo? ¡Tiene que volver a casa!

     SCHAMRAEV.- (Remedándola.) «¡El caballo!»... «¡La casa!»... (En tono severo.) ¡Tú misma has visto que acabamos de mandarlos a la estación! ¡No se les puede hacer salir otra vez!

     MASCHA.- Pero ¡hay más caballos! (Con un gesto de despecho, al ver que su padre guarda silencio.) ¡Ah!... ¡Lo que es pedirle algo!...

     MEDVEDENKO.- Me iré a pie, Mascha. Será mejor.

     POLINA ANDREEVNA.- (Suspirando.) ¿A pie con un tiempo como este? (Se sienta ante la mesa.) ¡Señores!... ¡Tengan la bondad!

     MEDVEDENKO.- No son más que seis verstas. Adiós. (Besa la mano a su mujer.) Adiós, mamá. (La suegra le tiende la mano a besar con gesto displicente.) Por mí no molestaría a nadie, pero es que el chiquitín... (Se despide de todos.) Adiós. (Sale con aire de culpabilidad.)

     SCHAMRAEV.- ¡Ya llegará! ¡No es ningún general!

     POLINA ANDREEVNA.- (Dando unos golpecitos en la mesa.) ¡Por favor, señores! ¡No perdamos tiempo! ¡Pronto nos avisarán para la cena! (SCHAMRAEV, MASCHA y DORN se sientan ante la mesa.)

     ARKADINA.- (A TRIGORIN.) Aquí, en las largas veladas de otoño, se juega a la lotería. He ahí la vieja lotería con la que todavía jugaba con nosotros nuestra difunta madre, cuando éramos niños. ¿No quiere que hagamos una partida antes de cenar? (ARKADINA y TRIGORIN toman asiento ante la mesa.) ¡Es un juego aburrido; pero cuando llega uno a acostumbrarse a él, ya no le parece tan mal! (Da a cada uno tres cartones.)

     TREPLEV.- (Hojeando la revista.) He leído su novela, pero de la mía ni siquiera he cortado las páginas. (Deja la revista sobre la mesa escritorio y se dirige hacia la puerta de la izquierda. Al pasar junto a su madre, le da un beso en la cabeza.)

     ARKADINA.- ¿Y tú, Kostia, no juegas?

     TREPLEV.- Perdóname, no tengo ganas. Voy a pasear un poco. (Sale.)

     ARKADINA.- La partida será de diez kopeikas. Ponga por mí, doctor.

     DORN.- ¡A sus órdenes!

     MASCHA.- ¿Han puesto ya todos? Empiezo. Ventidós.

     ARKADINA.- Tengo.

     MASCHA.- ¡El tres!

     DORN.- Bien.

     MASCHA.- ¿Ha puesto usted en el tres?... ¡Ocho!... ¡Ochenta y una!... ¡Diez!

     SCHAMRAEV.- ¡No tan deprisa!

     ARKADINA.- ¡Dios mío!... ¡Qué recibimiento se me hizo en Jarkov!... ¡Todavía me da vueltas la cabeza!

     MASCHA.- ¡Treinta y cuatro! (Detrás del escenario suenan los compases de un vals melancólico.)

     ARKADINA.- ¡Los estudiantes me dieron una ovación!... ¡Tres cestas de flores, dos coronas y esto! (Se quita un broche del pecho y lo pone sobre la mesa.)

     SCHAMRAEV.- Es muy bonito, sí.

     MASCHA.- ¡Cincuenta!

     DORN.- ¿Cincuenta, precisamente?

     ARKADINA.- ¡Desde luego mi «toilette» era asombrosa!... ¡En lo referente a los vestidos, no me ando con tonterías!

     POLINA ANDREEVNA.- Kostia está tocando. ¡El pobre se entristece!

     SCHAMRAEV.- En los periódicos se le critica mucho.

     MASCHA.- ¡Setenta y siete!

     ARKADINA.- ¡No hay que hacerles caso!

     TRIGORIN.- No tiene suerte. Y es que no acaba de dar con el tono justo. Sus obras tienen algo de extraño..., de indefinido... A veces parecen fruto de un delirio... ¡Ni un solo personaje vivo!

     MASCHA.- ¡El once!

     ARKADINA.- (Volviendo la cabeza hacia SORIN.) ¡Petruscha! ¿Te aburres? (Pausa.) Se ha dormido.

     DORN.- ¡El consejero civil duerme!

     MASCHA.- ¡Siete! ¡Noventa!

     TRIGORIN.- Si yo viviera en una hacienda junto al lago, como esta..., ¿escribiría acaso?... Dominaría mi otra pasión, y no haría más que pescar.

     MASCHA.- ¡Veintiocho!

     TRIGORIN.- ¡Conseguir una pértiga o un gobio! ¡Qué placer!

     DORN.- Pues yo tengo fe en Konstantin Gavrilich. Hay algo en él... Hay algo... Su mente está llena de imágenes, y sus novelas tienen colorido..., viveza... Yo las siento intensamente. Lo único que lamento es que no presenta problemas definidos. No hace más que impresionar, y con solo la impresión no se puede llegar muy lejos... Irina Nikolaevna..., ¿se alegra usted de que su hijo sea escritor?

     ARKADINA.- ¡Imagínese que todavía no he leído nada suyo! ¡Estoy siempre tan ocupada!

     MASCHA.- ¡Ventiséis! (TREPLEV entra despacio y se dirige a su mesa escritorio.)

     SCHAMRAEV.- (A TRIGORIN.) Aquí tenemos algo que le pertenece, Boris Alekseevich.

     TRIGORIN.- ¿El qué?

     SCHAMRAEV.- Konstantin Gavrilich mató un día una gaviota, y usted me encargó que se la disecara.

     TRIGORIN.- No recuerdo. (Pensativo.) No recuerdo...

     MASCHA.- Sesenta y seis!... ¡El uno!

     TREPLEV.- (Abriendo la ventana y escuchando.) ¡Que oscuridad! ¡No comprendo por qué siento esta inquietud!

     ARKADINA.- ¡Kostia! ¡Cierra la ventana! ¡Entra mucho aire! (TREPLEV cierra la ventana.)

     MASCHA.- ¡Ochenta y ocho!

     TRIGORIN.- ¡La partida es mía!

     ARKADINA.- (Alegremente.) ¡Bravo! ¡Bravo!

     SCHAMRAEV.- ¡Bravo!

     ARKADINA.- ¡Este hombre tiene suerte en todas partes y siempre! (Levantándose.) ¡Vamos ahora a tomar algo! ¡Nuestra celebridad hoy no ha comido! ¡Después de cenar, seguiremos! (A su hijo.) ¡Kostia! ¡Deja tus manuscritos y vamos a comer!

     TREPLEV.- Yo no, mamá. No tengo hambre.

     ARKADINA.- Como quieras. (Despertando a SORIN.) ¡Petruscha! ¡A cenar! (Cogiendo el brazo de SCHAMRAEV.) Le contaré el recibimiento que me hicieron en Jarkov. (POLINA ANDREEVNA apaga las velas, que están sobre la mesa, y después empuja el sillón, ayudada por DORN. Salen todos por la puerta de la izquierda. En el escenario, sentado ante la mesa escritorio, queda solo TREPLEV.)

     TREPLEV.- (Disponiéndose a escribir y repasando lo escrito.) ¡He hablado tanto de «nuevas formas», que siento que ahora soy yo mismo el que resbala hacia la rutina!... (Leyendo.) «El cartel sobre la tapia clamaba»... «El rostro pálido, rodeado de cabellos oscuros»... ¡Qué poco talento! (Tachando.) Empezaré por el ruido de la lluvia despertando al héroe y todo lo demás... ¡Fuera! La descripción del anochecer bañado por la luz de la luna, es larga y rebuscada... Trigorin ha dado ya con un estilo, y le resulta más fácil... ¡Con decir que el cuellecito roto de la botella brilla en la presa, y que negrea la sombra de la rueda del molino, tiene ya hecha la descripción de la noche de luna, mientras que yo solo hablo de «la luz que vibra», del «quedo rutilar de las estrellas» y de «los acordes lejanos del piano muriendo en el aire quieto y preñado de aromas»!... ¡Es torturante!... (Pausa.) Sí... Cada vez estoy más cerca del convencimiento de que el hombre, cuando escribe, no piensa en viejas o en nuevas formas, sino que deja fluir libremente su alma... (Se oyen unos golpes dados en la ventana más próxima a la mesa.) ¿Qué será?... (Mirando por ella.) No se ve nada. (Abre la puerta de cristales y fija la mirada en el jardín.) Alguien ha bajado corriendo los peldaños. (En tono inquisitivo.) ¿Quién está ahí? (Sale, oyéndosele después atravesar rápidamente la terraza. Al cabo de medio minuto vuelve a entrar con NINA SARECHNAIA.) ¡Nina! ¡Nina!... (NINA reclina la cabeza sobre el pecho de él y estalla en sollozos contenidos.)

     TREPLEV.- (Conmovido.) ¡Nina!... ¡Nina!... ¿Es usted?... ¿Usted?... ¡Diríase enteramente que lo presentía! ¡Todo el día he sentido oprimida mi alma! (Le quita el sombrero y la capa.) ¡Oh amada mía!... ¡Mi adorada!... ¡Ha venido usted!... ¡No lloremos!

     NINA.- ¡Temo que haya alguien por ahí!...

     TREPLEV.- No hay nadie.

     NINA.- ¡Cierre con llave las puertas. no vaya a ser que entren!

     TREPLEV.- No entrarán.

     NINA.- ¡Sé que Irina NikoIaevna está aquí! ¡Eche la llave! (TREPLEV da vuelta a esta en la puerta de la derecha y se dirige a la de la izquierda.)

     TREPLEV.- No tiene cerradura. Pondré delante una butaca. (Apoya esta contra la puerta para sujetarla.) No tenga miedo. Nadie entrará.

     NINA.- (Mirándole fijamente al rostro.) ¡Déjeme que le vea! (Con una mirada a su alrededor.) ¡Qué bien se está aquí! Antes esto era la sala... ¿Me encuentra muy cambiada?

     TREPLEV.- Sí. Ha adelgazado usted, y sus ojos se han hecho más grandes... ¡Nina!... ¡Qué extraño me resulta verla!... ¿Por qué no me dejó nunca acercarme a usted?... ¿Por qué no ha venido hasta ahora?... ¡Sé que hace ya casi una semana que está aquí!... ¡Varias veces, diariamente, he ido a la casa donde se hospeda, y me he parado bajo sus ventanas como un mendigo!

     NINA.- ¡Temía que me aborreciera! ¡Todas las noches sueño con que me mira y no me reconoce!... ¡Si usted supiera!... ¡Desde el día mismo en que llegué he rondado por aquí..., por la orilla del lago! ¡Muchas veces estuve junto a esta casa, sin decidirme a entrar! ¡Sentémonos! (Se sientan.) ¡Sentémonos y hablemos! ¡Qué bien se está aquí!... ¡Qué ambiente acogedor!... ¿Oye usted el ruido del viento?... Turgueniev dice así en una de sus obras: «¡Qué bienestar el del que, en noches inclementes, se encuentra bajo un techo!... ¡El del que tiene un cálido rincón!»... Yo.., soy una gaviota... No..., no es eso... (Se frota la frente con la mano.) ¿De que estaba hablando?... Ah, sí... Turgueniev... «¡Y que Dios proteja a todos los caminantes a quienes falte un cobijo!»... No..., no es nada... (Solloza.) Pasará...

     TREPLEV.- ¡Nina!... ¿Otra vez?

     NINA.- No es nada... Empiezo ya a sentir alivio... Hace dos años que no había llorado... Ayer..., al caer la noche..., fui al jardín para ver si seguía allí su teatro. Todavía está... Rompí a llorar por primera vez, después de dos años, y experimenté un alivio... Vi más claro dentro de mi alma. ¿Se da cuenta? Ya no lloro más. (Cogiéndole la mano.) ¿De manera, entonces, que es usted escritor?... ¡Usted escritor y yo artista!... ¡A los dos nos tragó también el remolino!... ¡Antes, mi vida era alegre..., como la de los niños! ¡Me despertaba cantando, le quería y soñaba con la gloria!... ¡Ahora!... ¡Mañana temprano tendré que salir para Eletz, en un vagón de tercera y rodeada de «mujiks»!... ¡Luego, en Eletz, los comerciantes ilustrados irán a molestarme con sus amabilidades!... ¡La vida es brutal!

     TREPLEV.- ¿Y a qué va usted a Eletz?

     NINA.- He firmado un contrato para todo el invierno. Tengo que marcharme.

     TREPLEV.- ¡Nina!... ¡La maldecía!... ¡La detestaba!... ¡Rompí todas sus cartas y mis retratos..., pero ni por el espacio de un solo minuto dejé de reconocer que mi alma estaba ligada a usted para siempre!... ¡No tengo fuerzas para dejarla de querer..., Nina!... ¡Cuando la perdí, empecé a imprimir mis obras, pero la vida es para mí insoportable!... ¡Sufro!... ¡Se me figura que la juventud me ha sido de pronto arrancada, y que he vivido ya noventa años!... ¡La llamo!... ¡Beso la tierra por donde ha pisado!... ¡Por cualquier parte que mire, se me aparece constantemente su rostro..., su dulce sonrisa..., que iluminó los mejores años de mi vida!...



     NINA.- (Desconcertada.) ¿Por qué me habla así? ¿Por qué me habla así?...

     TREPLEV.- ¡Soy un solitario!... ¡Ningún afecto me conforta!... ¡Siento dentro de mí el frío de una caverna, y todo cuanto escribo es seco, sombrío y falto de corazón!... ¡Quédese aquí..., Nina!... ¡Se lo suplico!... ¡Permítame, si no, que me marche con usted! (Con un movimiento apresurado, NINA se coloca otra vez el sombrero y la capa.) ¡Nina!... ¿Por qué?... ¡Por el amor de Dios!... (Contemplándola mientras se cubre.) ¡Nina! (Pausa.)

     NINA.- Mis caballos esperan a la entrada de la cerca. No me acompañe. Iré sola. (Entre lágrimas.) Deme un poco de agua.

     TREPLEV.- (Sirviéndole el agua.) ¿Adónde va usted ahora?

     NINA.- A la ciudad. (Pausa.) ¿Está aquí Irina Nikolaevna?

     TREPLEV.- Sí. El jueves pasado el tío se sintió mal, y la telegrafiamos que viniera.

     NINA.- ¿Por qué decía usted que besaba la tierra por donde he pisado?... ¡Lo que se debería hacer conmigo es matarme!... (Inclinándose sobre la mesa.) ¡Estoy tan cansada!... ¡Qué bueno sería descansar!... ¡Descansar!... (Levantando la cabeza.) Soy una gaviota... No..., no es eso... ¡Soy una artista! (Se oyen las risas de ARKADINA y TRIGORIN. NINA escucha primero, corre luego a la puerta de la izquierda y mira por la cerradura.) ¡También él está aquí!... (Volviéndose hacia TREPLEV.) No es nada... ¡Sí!... ¡El no tenía fe en el teatro!... ¡Se reía de mis sueños!... ¡Yo también, poco a poco, dejé de creer en él y mi ánimo fue decayendo!... ¡A esto se unía la inquietud amorosa..., los celos..., un eterno temor por el pequeño!... ¡Me volví mezquina..., nula!... ¡No daba un sentido a mis papeles, no sabía que hacer con mis manos ni tenerme en escena!... ¡Tampoco era dueña de mi voz!... ¡Usted no sabe lo que es tener conciencia de que se ejecuta un papel terriblemente mal!... ¡Soy una gaviota!... ¡No..., no es eso!... Un día..., ¿lo recuerda?..., mató usted una... «¡El azar llevó allí a un hombre!... ¡El hombre vio a la gaviota y la mató por hacer algo!»... ¡Argumento para una novela corta!... No es eso... (Se frota la frente con la mano.) ¿De qué estaba hablando?... ¡Ah, sí!... Hablaba de la escena... ¡Ahora soy otra!... ¡Ahora soy una verdadera artista!... ¡Represento mis papeles con fruición..., con entusiasmo!... ¡Se apodera de mí como una embriaguez en el escenario, y me reconozco a mí misma maravillosa!... ¡Aquí ando..., ando incesantemente y, mientras ando y pienso, siento cómo crecen de día en día las fuerzas de mi alma!... ¡Ahora, Kostia, sé y comprendo que en nuestras profesiones -tanto escribiendo como representando- lo principal no es la gloria, ni el brillo, ni la realización de los sueños!... ¡Lo principal es saber sufrir!... ¡Lleva tu cruz y ten fe!... ¡Yo la tengo, y por eso mi sufrimiento es menor!... Y cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida.

     TREPLEV.- (Tristemente.) ¡Porque ha encontrado su camino! ¡Conoce dónde va!... ¡Yo, en cambio, floto en un caos de sueños e imágenes, sin saber para qué ni para quién esto es necesario! ¡No creo, y no sé cuál es mi vocación!

     NINA.- (Escuchando.) ¡Tsss!... Me voy. Adiós. Cuando sea una gran artista, venga a verme trabajar. ¿Me lo promete? ¡Ahora, todavía!... (Estrechándole la mano.) Es ya tarde..., los pies apenas me sostienen, estoy débil, y tengo hambre.

     TREPLEV.- ¡Quédese! ¡Le daré de cenar!

     NINA.- ¡No, no!... ¡No me acompañe!... Los caballos están cerca... ¿Conque..., la trajo consigo?... ¡Bah! ¡Es igual!... ¡Cuando vea a Trigorin..., no le diga nada!... ¡Le quiero!... ¡Le quiero incluso más locamente que antes!... «¡Argumento para una novela corta!»... ¡Le quiero! ¡Le quiero apasionadamente..., hasta la desesperación!... ¡Qué bueno era todo antes, Kostia! ¿Lo recuerda?... ¡Qué vida tan clara, tan cálida, tan alegre, tan pura!... ¡Qué sentimientos!... ¡Semejantes a los de las flores más tiernas y delicadas!... ¿Se acuerda? (Recitando.) «¡Gentes, leones, águilas y codornices!... ¡Ciervos astados! ¡Gansos! ¡Arañas! ¡Peces silenciosos que poblabais el agua! ¡Estrellas del mar y demás seres que el ojo humano no alcanza a ver!... ¡Vidas todas, vidas todas, vidas todas, en suma..., que girasteis sobre vuestro triste círculo y os apagasteis!... ¡Hace ya mil siglos que la tierra no contiene ni un solo ser vivo, y que esta pobre luna enciende en vano su farol!... ¡En el prado ya no despiertan con un grito las grullas, ni se oye el chasquido del escarabajo en la arboleda de los tilos!» (De un movimiento impulsivo abraza a TREPLEV, y sale corriento por la puerta de cristales.)

     TREPLEV.- (Tras una pausa.) No conviene que nadie la vea en el jardín... Podrían contárselo a mi madre, y le disgustaría... (En el espacio de un minuto rasga todos sus manuscritos y los arroja debajo de la mesa. Luego abre la puerta de la derecha y sale por ella.)

     DORN.- (Tratando de abrir la de la izquierda.) ¡Qué raro! ¡Parece enteramente que está cerrada! (Entrando y volviendo a colocar la butaca en su sitio.) ¡Carrera de obstáculos!



Escena IV

     Entran ARKADINA y POLINA ANDREEVNA seguidas de MASCHA y de IAKOV, que transporta unas botellas Después, SCHAMRAEV y TRIGORIN.



     ARKADINA.- El vino tinto y la cerveza para Boris Alekseevich, póngalo ahí encima de la mesa. ¡Vamos a jugar y a beber! ¡Sentémonos!

     POLINA ANDREEVNA.- (A IAKOV.) Puedes traerte el té al mismo tiempo... (Enciende las velas y se sienta a la mesa de juego.)

     SCHAMRAEV.- (Deteniéndose con TRIGORIN ante el armario.) Aquí tengo aquello de que le hablaba... (Sacando del armario la gaviota disecada.) ¡Su encargo!

     TRIGORIN.- (Mirando la gaviota.) ¡No recuerdo!... (Queda un momento pensativo.) ¡No recuerdo!... (Por el lado de la derecha y fuera de la escena suena un disparo. Todos se estremecen.)

     ARKADINA.- (Asustada.) ¿Qué es?

     DORN.- Nada. ¡Seguramente algo que ha estallado en mi botiquín!... ¡No se preocupe! (Sale por la puerta de la derecha, regresando medio minuto después.) ¡Exactamente lo que les decía! ¡Ha estallado el frasco del éter!... (Canturreando.) «¡Ante ti otra vez, fascinado estoy!»

     ARKADINA.- (Sentándose a la mesa.) ¡Uf!... ¡Qué susto me he llevado!... ¡Me acordé de cuando...! (Se cubre el rostro con las manos.) ¡Hasta se me ha nublado la vista!...

     DORN.- (A TRIGORIN, al tiempo que hojea una revista.) Hace unos dos meses venía aquí un artículo... Era una carta de América sobre la que quería preguntarle algo... (Cogiéndole por la cintura y atrayéndole hacia las candilejas.) Es cuestión que me interesa mucho... (Bajando la voz.) ¡Llévese de aquí a Irina Nikolaevna! ¡Konstantin Gavrilich se ha pegado un tiro!

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