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La gota gorda [Fragmento]

Juan Villoro







Max Máximus era el único gigante del pueblo.
La gente lo quería porque ayudaba a controlar el clima.
Si hacía falta que lloviera para regar hortalizas,
Max aplastaba una nube.
Si se necesitaba un día despejado,
Soplaba con fuerza en el cielo.

Max Máximus tenía estupenda vista.
Desde su altura podía ver el océano,
que estaba al otro lado del valle.
Ninguna persona del pueblo había ido al mar.
Max les hablaba de barcos, veleros, trasatlánticos
y redes llenas de pescados.

Ciertos gigantes tienen hijos pequeños
o incluso pequeñísimos.
Max Máximus era padre de Mini María,
una niña muy lista, de brillantes ojos color café.
¿Qué tan alta era? Sin pararse de puntas,
llegaba al tobillo de Max.

[...]

Ella nunca había visto un barco,
ni un faro, ni una gaviota.
Tenía muchas ganas de ir al mar,
pero los hoteles que admiten gitantes
son muy caros y Max Máximus no era rico.

[...]

Aunque ya sabía cuál sería la respuesta,
todas las tardes María preguntaba:

-¿Me llevas al mar?

-Algún día -contestaba Max Máximus.

En ese momento, los ojos del gigante
se llenaron de lágrimas.
Se puso muy triste ante la posibilidad
de no poder ayudar a su hija.
Una gota gorda, inmensa,
salada y reluciente cayó de su ojo.

La gota descendió hacia Mini María
como una ola de mar. Ella abrió los brazos
y recibió un refrescante chapuzón.

-¡Me encanta el mar! -gritó la niña-.
¡Esa sí que fue una gota gorda!

Max Máximus entendió lo que había hecho su hija:
Lo había puesto triste para conseguir una de sus lágrimas.

Los ojos del gigante, que veían el océano a la distancia,
habían producido una ola del mar en el pueblo.

Mini María quedó empapada y contenta.





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