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La Henriada

Poema épico


Voltaire



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Idea de la Henriada

La materia de la Henriada es el sitio de París, comenzado por Enrique de Valois y Enrique el Grande, y acabado por este último solo.

El lugar de la escena no se extiende sino de París a Ivri, donde se dio aquella famosa batalla que decidió de la suerte de la Francia y de la Familia Real.

El Poema está fundado sobre una historia conocida, cuya verdad se ha conservado en los sucesos principales, dejando otros menos respetables, o suprimidos, o acomodados a la verisimilitud que exige un poema. Se ha procurado evitar el defecto de Lucano, que no hizo más que una gaceta inflada, y se han tenido por garantes de ello los siguientes versos de M. Despréaux.


Loin ces rimeurs craintifs, dont l'esprit flegmatique,
Garde dans ses fureurs un ordre didactique:
Qui, chantant d'un héros les exploits éclatans,
Maigres historiens, suivront l'ordre des tems.
Ils n'osent, un moment, perdre un sujet de vue.
Pour prendre Dole, il faut que Lille soit rendue:
Et que leur vers exact, ainsi que Mezerai,
Ait fait tomber déjà les remparts de Courtrai, etc.


    Afuera esos cobardes rimadores
    De espíritu flemático, que guardan,
    En sus furores mismos, un calmoso
    Didascálico método: que hazañas
    Cuando cantan ruidosas de algún héroe,
    Secos historiadores, no traspasan
    De los tiempos el orden, y ni un punto
    Perder osan de vista lo que tratan;
    Que para tomar Dole, necesario
    Juzgan que quede ya Lila entregada,
    Y que, cual Mezeré, su exacto verso,
    Los muros de Curtré primero abata.


Nada más se ha hecho en este punto que lo que se practica en todas las tragedias, en que los sucesos se conforman a las reglas del teatro.

Por lo restante, este POEMA no es más histórico que otro cualquiera. Camoens, que es el Virgilio de los Portugueses, celebró un suceso de que él mismo había sido testigo. El Tasso ha cantado una Cruzada conocida de todo el mundo, y en que no se han omitido, ni los ermitaños ni las procesiones. Virgilio ha construido su fábula de la Eneida, de las recibidas en su tiempo, que corrían por la historia verdadera de la venida de Eneas a Italia.

Homero, contemporáneo de Hesiodo, y que por consiguiente vivía cerca de cien años después de la guerra de Troya, podía fácilmente haber visto en su juventud ancianos que hubiesen conocido los héroes de aquella guerra. Lo que más debe agradar en Homero, es que el fondo de su obra no sea un simple romance; que los caracteres no sean obra de su sola imaginación; que haya pintado los hombres tales cuales eran, con sus malas y buenas calidades, y que su libro, en fin, sea un monumento de las costumbres de aquella remota edad.

Compónese la HENRIADA de dos partes, es a saber, de sucesos reales como los que acabamos de indicar, y de ficciones. Éstas son todas tomadas del sistema de lo maravilloso, tales como la profecía de la conversión de Enrique IV, la protección que le dispensa San Luis, su aparición, y el fuego del cielo destruyendo aquellas observaciones mágicas, que eran entonces tan comunes, etc. Las otras, son puramente alegóricas. De este número son, el viaje de la Discordia a Roma, la Política y el Fanatismo personificados, el Templo del Amor, y las Pasiones, en fin, y los Vicios,-


Prenant un corps, une ame, un esprit, un visage.


Tomando un rostro, un cuerpo, un genio, un alma.


Si en algunos lugares, se han dado a estas pasiones personificadas los mismos atributos que les dieron los Paganos, fue por ser dichos atributos alegóricos demasiadamente conocidos para haber de alterarlos. En nuestras obras las más cristianas, en nuestros cuadros, y en nuestras tapicerías, tiene el amor sus flechas, y la justicia su balanza, sin que estas representaciones ofrezcan la menor tintura de paganismo. La palabra Amfitrite en nuestra poesía, nada más significa que la mar, y no la esposa de Neptuno. El campo de Marte, sólo quiere decir la guerra, etc. Si alguno hubiere de contrario dictamen, es necesario volver a enviarle a aquel gran maestro del arte, M. Despréaux, que dice:


C' est d' un scrupule vain s' alarmer sottement,
Et vouloir aux lecteurs plaire sans agrément.
Bientót ils défendront de peindre la Prudence,
De donner a Thémis ni bandeau ni balance;
De figurer aux yeux la Guerre au front d' airain;
Ou le Tems qui s' enfuit une horloge a la main;
Et par-tout, des discours, comme une idolàtrie,
Dans leur faux zèle, iront chasser l' allégorie.


    Es escrúpulo vano, tontamente
    Alarmarse, y querer sin ciertas gracias
    Agradar al lector. Ellos, bien pronto
    De la Prudencia, harán queden vedadas
    Las pinturas: a Thémis, que una venda
    Se le dé, privarán, y una balanza:
    Que la guerra, de bronce a nuestros ojos
    Se figure también con una cara;
    O el tiempo, que escapándose, en la mano
    Un reloj lleve asido, y en la falsa
    Presunción de su celo, por do quiera,
    De todos los discursos desterrada
    Correrán a dejar la alegoría,
    Cual si una idolatría fuese insana.


Habiendo dado cuenta de lo que contiene esta obra, creemos deber decir algo del espíritu con que ha sido compuesta. No se ha intentado lisonjear ni maldecir en ella. Los que encuentren aquí los malos hechos de sus mayores, nada más les resta que hacer, que repararlos por sus virtudes; y aquellos cuyos abuelos son citados con elogios, ningun reconocimiento deben al autor, que no tuvo en ellos otra mira que la de la verdad, y el único uso que deben hacer de tales elogios, es el de merecerlos iguales.

Si en esta nueva edición se han suprimido algunos versos que contenían verdades duras contra aquellos Papas que en otro tiempo deshonraron con sus crímenes la Santa Silla, no ha sido por pensar con injuria de la Corte de Roma, que aun quiere hacer respetable la memoria de estos malos Pontífices. Los Franceses, que condenan las maldades de Luis XI y de Catalina de Médicis, pueden sin duda hablar con horror de Alejandro VI. Si el autor ha descartado aquel trozo de su Poema, fue solo por ser sobradamente largo, y por incluir versos de que no estaba satisfecho.

Con este solo designio ha reemplazado muchos nombres a otros que se hallaban en las primeras ediciones, según los ha juzgado o más oportunos al asunto, o más armoniosos y sonoros. La sola política en un poema es hacer buenos versos. Se ha callado la muerte de un joven llamado Boufflers, que se suponía muerto por Enrique IV, porque dicha muerte en las circunstancias parecía hacer a Enrique un poco odioso, sin presentarlo por otro lado más grande. Se ha hecho pasar a Duplessis Mornay a Inglaterra cerca de la Reina Isabel, porque efectivamente fue enviado allí, y porque aún se conserva la memoria de su negociación. Se ha hecho así mismo uso de dicho Duplessis en todo el resto del Poema, porque habiendo representado el papel de confidente del Rey en el primer canto, hubiera sido ridículo introducir otro en los siguientes; así como sería impertinente en una tragedia, Berenice por ejemplo, que Tito se confiase de Paulino en el primer acto, y de otro en el quinto. Si algunos quisieren dar interpretaciones malignas a estas variantes, el Autor no debe inquietarse por ello, pues sabe que cualquiera que escribe se expone a los dardos de la malicia.

El punto más importante es la Religión, que hace en gran parte el asunto del Poema, y que es su único desenlace. El Autor se lisonjea de haberse explicado en muchos lugares con una precisión tan rigurosa, que no puede dejar pábulo alguno a la censura. Tal es, por ejemplo, este pasaje sobre la Trinidad.


La puissance, l'amour, avec l'intelligence,
Unis et divisés, compossent son essence.


De su Divinidad forman la esencia
Poder, saber, y Amor, a un mismo tiempo
Unidos y distintos..........


Henr: Canto 10 cerca del fin.                


Y este otro


Il reconnait l'Église ici-bas combattue,
L'Église toujours une, et partout étendue,
Libre, mais sous un chef, adorant en tout lieu
Dans le bonheur des Saints la grandeur de son Dieu.
Le Christ, de nos péchés victime renaissante,
De ses élus chéris nourriture vivante,
Descend sur les autels a ses yeux éperdus,
Et lui découvre un Dieu sous un pain qui n'est plus.


    La Iglesia combatida reconoce,
    Una siempre en el suelo, y dél extensa
    Por el ámbito todo; Iglesia libre,
    Bajo de un Jefe empero; donde quiera,
    Y en la perenne dicha de los Santos,
    De su Dios adorando la grandeza.
    El Cristo renaciente y viva hostia
    De los pecados nuestros, que alimenta
    Sus caros escogidos, sobre el ara
    Desciende, y a su vista absorta y ciega,
    Bajo un pan, que no existe, un Dios descubre.


Henr: al fin del Canto 10.                


Si el Autor no ha podido explicarse por todo el Poema con esta misma exactitud teológica, el lector razonable debe suplirla. Sería sin duda una extrema injusticia, examinar la obra como una tesis de Teología. Este Poema no respira más que amor a la Religión y a las Leyes. Se detestan igualmente en él la rebelión y la persecución. Es menester no juzgar, por una sola palabra, un libro escrito con tal espíritu.









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Canto I


Enrique III unido con Enrique de Borbón, rey de Navarra, contra la Liga, habiendo comenzado ya el bloqueo de París, envía secretamente Enrique a pedir socorro a Isabel, reina de Inglaterra. Sufre el Héroe una tempestad. Aporta a una isla, donde un anciano católico le predice su conversión y su advenimiento al trono. Descripción de la Inglaterra y de su Gobierno.


El héroe canto, que reinó en la Francia
Por derechos de sangre, y de conquista;
Que a gobernar los hombres aprendiera
Por una larga serie de desdichas;
Que facciones calmando, vencer fuerte  5
Y a un tiempo perdonar dulce sabía;
Y que de confusión en fin cubriendo
Al Íbero, a Mayena y a la Liga,
De padre y vencedor de sus vasallos
Su nombre señaló con la divisa.  10
    Baja, augusta verdad, del alto cielo.
Ven; y tu claridad y tu energía
Sobre los versos míos vierte grata.
De los Reyes el oído facilita
De tu escabrosa voz al agrio acento,  15
Y cuanto aprender deban les intima.
De tu osado pincel al rasgo toca
Pintar de las naciones a la vista
El lienzo criminal de hórridos monstruos,
Que sus guerras abortan intestinas.  20
Dí, como sediciosa la Discordia
De turbación sembró nuestras provincias;
Y del Pueblo narrando las desgracias,
Los yerros de los Príncipes publica.
Llega, tu labio suene; y si es constante,  25
Que contigo de acuerdo un tiempo unida,
A tus más fieros tonos su voz dulce
La Fábula tal vez mezclar sabía;
Si tu altanera frente de ornamentos
Sus delicadas manos revestían,  30
Y el arte prodigioso de sus sombras
Los rayos de tu luz embellecía;
Deja que también hoy a compás marche,
Que conmigo tus huellas siempre siga,
Y tus gracias no empañe, antes ilustre.  35
    Aún reinaba Valois; aún él hacía1
De un zozobrante Estado el gubernalle
Con mano fluctar trémula e indecisa:
De su debido honor, sanción y fuerza
Las santas leyes todas destituidas,  40
Confusos los derechos y turbados,
Más bien en caos tanto se diría,
Que en efecto Valois ya no reinaba:
Que ya el Príncipe no era, a quien propicia
Circundara la gloria de esplendores;  45
A quien desde la infancia a las fatigas
Adiestrara y las lides la Victoria;
Cuyos faustos progresos sorprendida
Y temblando la Europa contemplaba;
En pos de quien, al fin, la Patria había  50
De amor y soledad mil tiernos ayes.
Despedido, plañendo su partida
Un tiempo, en que del Norte, allá admirando
Su suprema virtud, las plagas frías
En poner a sus plantas sus diademas,  55
Por sufragio común se complacían.
En un segundo puesto brilla alguno,
Que al primero elevándose se eclipsa.
De esta suerte a Valois, al solio alzado,
Con sorpresa pasar la Francia mira,  60
De intrépido guerrero a Rey cobarde.
Sobre el trono encumbrado se dormía
De femenil molicie en hondo seno2:
De la regia corona el peso abisma
De su liviana frente las flaquezas  65
Que lúbricos privados mantenían,
D' Epernon, San Megrén, Quelús, Joyussa3,
Jóvenes voluptuosos, que a porfía
Bajo su augusto nombre, a su albedrío,
Del imperio las riendas dirigían:  70
Corruptores políticos de un dueño,
Que la afeminación gastado había,
En torpes devaneos y placeres
Su lánguida existencia sumergían.
De los Guisas, en tanto, la fortuna  75
Se elevaba veloz, se engrandecía
Sobre su humillación y abatimiento,
Levantando en París la santa Liga,
De su flaco poder rival soberbia.
Roto el freno los pueblos se extravían,  80
Y hechos de la grandeza humildes siervos,
Doblan a sus tiranos la rodilla,
Y a su dueño legítimo persiguen.
De mil falsos amigos turba indigna,
Que feliz le adorara, ya infelice  85
Le abandona vilmente, y aturdidas
Del Luvre le miraron las columnas
Por sus pueblos expulso y en huida,
Al paso que acogido el extranjero,
Al rebelde París ledo corría.  90
Todo marcha en desorden. Por instantes
Todo a su fin fatal se precipita,
Cuando aparece Enrique. Este virtuoso4,
Este insigne Borbón, que fiero ardía
De un guerrero valor en noble llama,  95
A su Príncipe ciego se aproxima,
Y a su aspecto Valois la luz recobra:
Él su espíritu y fuerzas resucita;
Sus pasos endereza, y de la afrenta
A la gloria, del juego a la lid guía.  100
De París a las pérfidas murallas
Con coligadas huestes y aguerridas
Al ver los dos Monarcas avanzados,
Allí se alarma Roma, y aquí admira
El Español temblando su alianza:  105
La Europa toda ya comprometida
En tan grandes reveses y ruidosos,
Sobre el muro infeliz clava la vista.
    Viose en París entonces la Discordia,
Que al sublevado Pueblo enfurecía,  110
Y a la guerra excitando al de Mayena,
Y a la Liga y la Iglesia, en hostil grita
Del alto de sus torres el socorro
Del español soldado requería.
Esta fiera impetuosa y sanguinaria,  115
Este inflexible monstruo, infiel respira
Un eterno rencor contra los mismos
Que su yugo infernal más esclaviza.
Su maléfico plan de los mortales
A infelices desastres sólo aspira  120
De su mismo partido con frecuencia
Su mano deja toda en sangre tinta;
Dentro del corazón que despedaza,
Cual tirano cruel se domicilia,
Y el crimen que él inspira, pena él mismo.  125
    Al lado en que del sol la luz declina,
No lejos de las márgenes amenas
Por do serpeando el Sena corre, y gira
Huyendo de París, hoy sitio amable,
Retiro encantador, mansión tranquila,  130
Donde el arte sus triunfos nos ostenta,
Y la naturaleza sus delicias;
Campo entonces horrísono y sangriento
De la más ominosa y mortal riña,
Juntando sus soldados acampaba  135
El mísero Valois. Allí se alistan
Los valerosos Héroes, que la gloria,
Y de Francia el estado sostenían,
Y a quienes sectas varias dividiendo,
De una común venganza el celo unía.  140
De Borbón en las manos victoriosas,
Acordes y contentos todos libran
Su causa general y sus destinos;
Y él, que de conciliarse el don abriga
De todos el amor feliz, ganando  145
Los corazones todos, los reunía:
Que estaban los dos campos tan sumisos
Dijérase a su voz, que ya no habían
Más Jefe que él, ni más Iglesia que una.
    Del seno celestial do residía  150
Luis, padre inmortal de los Borbones5,
Sobre el virtuoso Enrique atento fija
Sus paternales ojos. De su raza
El más claro esplendor en él divisa;
Su ardor, su virtud ama; su error llora:  155
Con su corona honrarle, al fin quería,
Y quiere más aún, quiere ilustrarle.
Avanza en tanto Enrique, y se encamina
A la suprema cumbre; más por sendas
Que para él mismo ocultas no advertía.  160
Del alto de los cielos sus auxilios
Prestábale Luis, pero escondida
La mano que en su apoyo le tendiera;
Cuidando que del Héroe siendo vista,
Ya por demás seguro de sus triunfos,  165
De un peligro menor fuese a medida
De sus hechos también menor la gloria.
    Del muro que obstinado resistía,
Ya finalmente al pie, y en frente puestos,
Más de una vez de Marte en tentativas  170
Igual riesgo ensayaran los partidos:
De la humana feroz carnicería
Ya el mal genio, del campo desolado
Al uno y otro mar llevara a prisa
Un furor implacable, cuando a Enrique  175
Su atristada palabra, interrumpida
De frecuentes suspiros y sollozos,
Le endereza Valois en esta guisa.
   «Ya ves hasta que punto de mi suerte
El rigor me abatió. No es mi desdicha,  180
Ni solo mi interés el que va hablarte;
Tuya es ¡o Borbón! la injuria mía.
Contra su Rey osando sediciosa
Su frente al cielo alzar esa infiel Liga,
A los dos en su rabia nos confunde,  185
Y a los dos nos persigue y abomina.
Del pueblo de París enajenado
El rebelde rencor de que le animan,
Nos desconoce a entrambos, pretendiendo
Precipitarme a mí del trono en vida,  190
Y de su herencia a ti, que en pos te toca.
No ignoran los Ligados, no, no olvidan
Que la voz imperiosa de la sangre
De nuestra anciana augusta dinastía,
El mérito, las leyes, y en fin todo  195
Te aclaman a mi muerte de justicia
Al trono de la Francia, en que vacilo,
Y del cual darte piensan la exclusiva,
Ya de hoy mismo temblando a la grandeza
De tu fortuna y gloria sucesivas.  200
La Religión terrible en sus enojos,
Ambiciosa y colérica, fulmina
Contra la independencia de tus sienes
Su fatal anatema. Roma erguida,
Que a do quiera transporta sin soldados  205
De la guerra el azote, deposita
De su cruda venganza el sacro trueno
Del Español en manos. Ya vendida
De vasallos, de deudos y de amigos
Veo, amigo, la fe. Ya se retira,  210
Ya de mí huye todo y me abandona,
O se arma contra mí. Con tropelía
El avariento Hispano enriquecido
Por mis pérdidas, fiero se avecina
A inundar de sus huestes destructoras  215
Mis desiertas ya míseras campiñas.
    Contra enemigos tantos, que en su furia
Tal ansia de ultrajarnos acreditan,
A nuestra vez traigamos a la Francia
Una extranjera fuerza más benigna:  220
En secreto ganad de los Britanos
Esa ínclita Reina, esa heroína.
Bien sé el odio inmortal, que una alianza
Permite rara vez franca y sencilla
Entre el Francés y el Anglo. En todos tiempos  225
Émula de París, Londres la envidia.
Más ¿que importa, Borbón? si desde el punto
En que mi antigua gloria vi marchita,
Y por ellos mi nombre amancillado,
Ya ni patria, otros tiempos tan querida,  230
Ni vasallos conozco. Yo les odio;
A castigar anhelo sus perfidias
Y a mis ojos Francés es quien me vengue.
En tal negociación, poco confía
Mi supremo interés en las funciones  235
De ordinarios agentes inactivas;
Tu eres solo Borbón, el que yo imploro;
De promediar tu voz es solo digna
En que a los Reyes mueva mi infortunio:
Parte a Albión, y allí la causa mía  240
Patrono tan feliz logre en tu fama,
Que un ejército aliado me consiga.
Mis enemigas huestes por tu brazo
Quiero, Enrique, abatir, y otras amigas
Por tu sola virtud ganar espero».  245
    Dijo, y el Héroe, que de gloria hervía
En codicioso celo, y en más manos
Teme ver que las suyas repartida
Del triunfo la palma, un dolor vivo
Al oírle sintió. Pasados dios  250
A su gran alma caros echa menos,
En que él solo y Condé sin más intrigas,
Ni otro extranjero auxilio que la fuerza
De su virtud, temblar la Liga hacían;
Más era necesario ardientes votos  255
Satisfacer de un dueño. Se resigna:
Los golpes de su brazo ya suspende,
Y los laureles, que cogido había
Del Sena en la ribera, abandonando,
Su valor a partir violento instiga.  260
Atónito el soldado, que ignoraba
Sus arcanas empresas, se contrista;
Y de uno y otro campo los guerreros
Sus destinos pendientes suponían
Del regreso feliz del Héroe ausente.  265
Ya marchaba: aún empero le imagina
El pueblo criminal siempre delante,
Y pronto a fulminar sobre él sus iras.
Su nombre, que del trono la columna
Más sólida y más firme se apellida,  270
De todo el bando alzado su enemigo
El terror en las almas infundía,
Y por él en su ausencia peleaba.
    Ya del Neustrio saltaba las campiñas,
Sin que de sus privados otro alguno  275
Formase que Morné su comitiva6:
Éste su siempre digno confidente,
Más nunca adulador, fiel le asistía;
Éste sobrado fuerte y grave apoyo
Del bando del error y su doctrina,  280
Éste, a quien en prudencia como en celo
Señalándose siempre, a par movían
La causa de su Iglesia y de su Patria;
Censor del cortesano, y todavía
En la corte querido, a quien de Roma  285
Fiero enemigo, Roma propia estima.
    Al través de dos rocas, donde viene
La cólera del mar rugiendo altiva
Sus olas a estrellar entre alba espuma,
A los ojos del Héroe se ofrecía  290
De Diepe el feliz puerto. Y fogoso
A bordo el diestro nauta jarcias iza;
El bajel, que a favor de su maniobra
Con fiera majestad la mar domina,
Ya de volar a punto sobre el llano  295
Del undoso cristal, sus alas infla:
Amarrado del viento en las regiones
El furibundo Bóreas se mitiga,
Y del céfiro al soplo la mar cede.
Levada el ancla ya, dél impelida,  300
Surcaba el vasto piélago la nave
Lejos ya de la tierra fugitiva,
Y de la Gran Bretaña las riberas
Descubríanse ya, cuando del día
Eclípsase el gran astro en un instante,  305
Regaña airado el cielo, el aire silba,
Brama el onda a lo lejos, y los vientos
Desenfrenados más y más irritan
Las encrespadas olas; centellando
Entre la negra nube el rayo brilla;  310
Del relámpago el fuego, y de las olas
El abismo profundo do quier pintan
Al navegante pálido la muerte:
Y aún el Héroe, a quien furias envolvían
Del undoso elemento, los peligros  315
De su propia persona no sentía;
Sus ojos sólo vuelve hacia la Patria,
Y en su empresa su mente siempre fija,
Por la sola tardanza en sus destinos,
A increpar a los vientos se limita.  320
No tan patriota, no, ni generoso
Allá César del Epiro a la orilla,
Cuando del mundo el cetro disputaba,
Al furioso Aquilón sobre el mar fía
Del Romano la suerte y de la tierra,  325
Y a Pompeyo y Neptuno, que se ligan,
A un tiempo desafiando, su fortuna
A la borrasca impávido oponía.
    En este instante el Dios del universo,
Que sobre el viento vuela, que las iras  330
Subleva de los mares, o las calma,
Y de cuya eternal sabiduría
La profunda inefable providencia,
Forma imperios, los alza, o los derriba,
Desde el trono inflamado, do preside  335
A la vida y la muerte, y que allá brilla
Del celestial empíreo en las alturas,
Sus ojos abatir al fin se digna
Sobre el Héroe Francés, y en riesgo tanto
El mismo es quien le alienta, quien le guía,  340
Y cuya voz excelsa a la borrasca
Mandando que a la playa más vecina
Al punto el bajel lleve, donde Jersei
Del seno de las ondas parecía
Ir alzándose: el Héroe ya del cielo  345
Conducido por fin, aporta a la isla.
    No lejos de su orilla, espeso bosque
Bajo sus frescas sombras y tranquilas
Dulce asilo ofrecía. Una gran roca,
De las airadas olas fronteriza,  350
A su rigor encúbrela, vedando
Del regañón a furias que la embistan,
Y jamás su reposo turbar puedan,
De esta roca una gruta cerca había.
Cuya simple estructura de su ornato  355
Sólo a la mano rústica y sencilla
De la naturaleza fue deudora:
En mansión tan obscura y escondida,
Un anciano habitaba venerable,
Que lejos de la corte, do otros días  360
Engolfado anduviera, allí buscaba
La dulce y santa paz; allí vivía
Del resto de los hombres ignorado;
Y de inquietudes libre, se ejercita
En el sublime estudio de sí mismo;  365
Con lagrimas allí se arrepentía
De horas en los placeres abismadas,
Y de amor en delirios consumidas.
De aquellas toscas fuentes a los bordes,
Sobre el florido esmalte, que matiza  370
De aquella soledad los verdes prados,
A sus pies arrojaba y sometía
Las humanas pasiones, y sereno,
De sus votos aguardaba que a medida,
Viniese, en fin, la muerte para siempre  375
A unirle con el Dios a quien servía;
Aquel Dios, que con gracia y bondad tanta
Su vejez honrar quiso, y su fe viva;
Que descender mandando a su desierto
La misma celestial sabiduría,  380
Y con él prodigando los tesoros,
De divinos arcanos, a su vista
Le agradara exponer de los destinos
El misterioso libro en que se cifran.
    Este favorecido, grave anciano,  385
A quien Dios revelado el Héroe había,
Cerca de un onda pura, agreste mesa
Al gran Príncipe ofrece, a quien no admira
Lo nuevo del convite. Veces varias
Bajo un humilde techo, y en faz misma  390
Del simple labrador todo encantado,
Del cortesano estrépito en huida,
Y en busca solamente de sí propio,
Del diadema depuesto alegre había
El majestuoso fausto y fiero orgullo.  395
    La turbación ruidosa difundida
Por el orbe cristiano, vasto asunto
Del coloquio más útil ofrecía
Al huésped venerable y peregrinos.
El virtuoso Morné, que en la doctrina  400
Vivía de su secta imperturbable,
¡Cuán terribles apoyos suministra
De Calvino al error! Dudoso Enrique,
De su luz solo al cielo le suplica,
Que sus ojos ilustre un feliz rayo.  405
«En todos tiempos, dijo, combatida
Entre febles y míseros mortales,
Siempre de error cercada y de mentira,
La divina verdad se vio en la tierra.
¿Fuerza será por tanto al alma mía,  410
En Dios solo fundando su esperanza,
De sendas, que hasta él mismo la dirijan,
Vivir en la ignorancia tenebrosa,
Que la humana razón jamás disipa?
Un Dios ¡ha! tan benéfico, y del hombre  415
El árbitro y Señor, ya dél habría
Servídose a este fin, si le pluguiera.
    Adoremos, el viejo les replica,
Los designio de Dios. No le acusemos
Por faltas de los hombres. Yo vi un día  420
De Calvino el error nacer en Francia.
Humilde en sus principios, débil iba
Arrastrando entre sombras. Desterrado,
En nuestros muros sin sostén camina
Por mil lóbregas vueltas y rodeos,  425
Avanzándose astuto hacia sus miras
Con un rastrero giro y lento paso;
Y del seno del polvo y la inmundicia
Atónitos mis ojos advirtieron
Como su altiva frente se atrevía  430
El hórrido fantasma a alzar osado;
Como al trono abalanza, y sin medida
Insultando a los hombres, nuestras aras
Con planta a trastornar se arroja impía.
    Huyendo al punto entonces de la corte,  435
En esta obscura cueva la ignominia
De mi sagrado culto a llorar vine.
Plácidas esperanzas todavía
Mis postrimeros años lisonjean;
Un culto tan moderno mal podría  440
Ser de duranza eterna. De los hombres
Al capricho su ser deudor se mira.
Morir se le verá como ha nacido;
Las obras de los hombres de la misma
Fragilidad serán, que sus autores.  445
A su supremo arbitrio Dios abisma
Sus facciosas empresas. Él es sólo
El inmudable Ser. Mientras registra
De unas sectas sin número, la tierra,
Las implacables guerras, que la agitan,  450
Del Eterno a los pies en paz reposa
La celestial verdad, que no ilumina
Sino muy rara vez al orgulloso,
Y que solo por fin, podrá ser vista
Del que de corazón la busque y ame.  455
Escuchad, Gran Enrique. Dios me inspira:
Ser queréis ilustrado. Habréis de serlo.
Elegiros por fin mi Dios se digna
Al trono de Valois. Su excelsa mano
Por sangrientos combates premedita,  460
Encaminar triunfante vuestra planta;
Terrible a la victoria su voz dicta,
Que las sendas os abra de la gloria
De laureles ornándolas y olivas.
Más no ignoréis también, sabed, que en tanto  465
Que a vuestro espíritu, propicia
La verdad, de su luz que le ilumine
Algún rayo benéfico no envía,
De París por las puertas será en balde
Que presumáis entrar. Tened bien fija  470
La atención, sobre todo, en preservaros
De la común flaqueza, en que se abisman
Aun las más grandes almas. Atractivos
Hechiceros huid; huid insidias
Del más dulce veneno. Precaveos,  475
Y de vuestras pasiones enemigas
Habed tan solo miedo, Gran Enrique.
Sabed al ocio blando y las delicias
Resistir con vigor, y al amor mismo
Combatir y vencer. Allá algún día,  480
Cuando de tal valor, de virtud tanta
Por una fuerza heroica y divina,
Gloriosa y felizmente ya llegaréis,
A triunfar de vos mismo y de la Liga;
Cuando en un sitio horrible, cuya fama  485
La más remota edad oiga afligida,
Todo un inmenso pueblo confundido,
Por vuestros beneficios sólo exista;
De vuestro Estado entonces las desgracias,
Las funestas miserias que lo atristan,  490
Acabadas veréis. De vuestros padres
Al Dios entonces vuestra fe rendida
Los ojos alzará, y verá entonces,
Cuan bien, cuan dignamente en él confía
Un sano corazón. Partid Enrique;  495
Adiós y no dudéis que él os asista;
El virtuoso varón, que le asemeja,
De su apoyo seguro es justo viva».
    Dardos fueran de fuego estas palabras,
Que del sensible Enrique el alma herían,  500
Hasta su noble fondo penetrando.
Transportado, creíase al oírlas,
A aquella edad del mundo tan dichosa
En que al hombre mortal la Deidad misma
Con su palabra honrara, y prodigando  505
Prodigios, la virtud simple y sencilla
A los Reyes magníficos mandaba,
Sus oráculos santos profería.
Llegando al cabo el hora, en que era fuerza
Que ya del justo anciano se despida,  510
Con dolor estrechándole en los brazos
De sus ojos las lágrimas corrían.
Desde aquellos instantes, ya entreviera
De un día, cuyo sol aún no divisa,
El precursor lucero. Sorprendido,  515
Más no tocado aún Morné partía:
Al árbitro supremo de estas gracias
Dél pluguiera ocultarse. Vana estima
En la tierra de sabio el nombre diera
Al que, de mil virtudes con mancilla,  520
Hiciera del error su amado fuerte;
En tanto que el buen viejo así platica
De Dios iluminado, disponiendo
El corazón del Príncipe, sumisa
Del viento la violencia a su voz calma.  525
De nuevo se aparece el sol, y brilla,
Sosiéganse las ondas, y bien presto
Conducido Borbón a las orillas,
Parte el Héroe volando por las aguas
De la soberbia Albión a sus marinas.  530
    Cuando en medio del mar de la Inglaterra,
Aquel flotante imperio Enrique avista,
La rápida mudanza venturosa
Reflexivo contempla, atento admira
De tan ilustre Estado y tan potente,  535
En que la acción violenta y desmedida
De tantas sabias leyes, y el abuso
Que la licencia eterno hacer solía,
Harto tiempo del Príncipe y vasallo
Labraran la recíproca desdicha.  540
Sobre el sangriento teatro, en que cien héroes
Catástrofe tan triste hallado habían;
Sobre el solio fatal resbaladizo,
Del que, de cien Monarcas abatida
La majestad augusta ya se viera,  545
Una mujer, al fin, el cetro afirma;
Y a sus pies los destinos sujetando,
Nuestro sexo confunde; y ya la rica
Brillantez de su reino al mundo entero
Sirve de admiración, terror y envidia.  550
Era aquella Isabel singular hembra,
De su esfera y su sexo maravilla,
Cuyos sabios manejos, de la Europa
Inclinar a su arbitrio conseguían
De la balanza el fiel. La que al Britano  555
De indómita cerviz, que no podía
Servir ni vivir libre, al fin su yugo
Llevar, y aún amar hizo. Grato olvida
Bajo su sagaz mando el Inglés pueblo
Pérdidas, que jamás sufrir creería.  560
Sus fecundos rebaños, sus llanuras
Sus montañas y bosques ya cubrían;
De la esfera los mares, sus bajeles;
Y sus copiosas mieses, las campiñas.
Monarca es en la mar, temido en tierra;  565
Sus flotas imperiosas, que esclavizan
Por do quier a Neptuno, la fortuna
Del uno al otro polo se atraían.
Londres, bárbara un tiempo, centro es culto
De las útiles artes en el día.  570
De las gentes del mundo más remotas
Con frecuencia sus plazas concurridas,
Emporio es a Mercurio, a Marte templo.
Los muros de Westminster domicilian
Tres distintos poderes, que del lazo  575
Que los une entre sí, los tres se admiran.
Diputados del Pueblo, Rey y Grandes,
A quienes intereses dividían
Y reunía la ley. Los tres sagrados,
Y miembros inviolables, que organizan  580
Su invicta institución, tan peligrosa
A sí misma tal vez, y a sus vecinas
De tanta alarma siempre, y tan terrible.
Feliz, mientras el Pueblo en la medida
De su deber instruido y limitado,  585
Al supremo poder respetos rinda
Cuantos le debe fiel; y aún más dichosa,
Cuando al Pueblo también a su vez rijan
Reyes justos, políticos y dulces,
Que acaten cuando deben, y no opriman  590
Su libertad civil. ¡Ha! cuando, cuando,
Así exclamó Borbón, cuando podrían
Unir como vosotros los Franceses
La gloria con la paz! ¡Testas altivas,
Príncipes de la Europa cuanto ejemplo  595
Tenéis aquí patente a vuestra vista!
Las puertas de la guerra en sus estados
Una mujer cerrando, la paz fija;
En tanto, que a los vuestros, con desdoro
Del pecho varonil que los domina,  600
El horror y discordia relegando,
De un pueblo que la adora, hace la dicha.
    Va entretanto arribando, y tierra toma
En la inmensa Metrópoli, do brilla,
Y por do quiera reina la abundancia,  605
Que de la libertad tan solo es hija.
Del vencedor aquí de los Ingleses
La célebre y antigua torre mira,
Y allí más a lo lejos de la Reina
El alcázar augusto ya registra.  610
De su amigo Morné sólo seguido,
A encontrar a Isabela se encamina,
Sin nada de aquel fausto y pompa vana,
Que encanta en su interior la fantasía
De los Grandes, por grandes que ser puedan,  615
Más que héroes verdaderos no codician,
Antes desdeñan siempre. Borbón habla,
Y en sola su franqueza el fondo cifra
De su elocuencia toda. De la Francia
Las cuitas en secreto a Isabel fía:  620
Y si es, que de su patria en fiel obsequio,
Su corazón y lengua al ruego humilla,
Su elevación a un tiempo y su grandeza
En la sumisión misma descubría.
«¡Pues qué! ¿a Valois servís?» la Reina dice  625
¿Es Valois, le repite sorprendida
Quien a Borbón envía, quien le manda
Del Támesis venir a las orillas?
Qué! ¿De sus implacables enemigos
Tornado en protector, por ellos lidia,  630
Y con tanta eficacia Enrique viene
A emplear hoy sus ruegos y fatigas
Por el Príncipe aquel, que aún ayer mismo
Perseguirle de muerte parecía?
Aun desde las riberas del poniente  635
Hasta las puertas de la aurora, grita
De vuestros largos choques y discordias
La voladora fama peregrina;
¡Y en favor de Valois armada veo
Esa mano, esa mano dél temida  640
Tan repetidas veces!»... «Sus desgracias
Sofocaron ¡o Reina! le replica,
Nuestros antiguos odios. No era libre
Valois; se hallaba esclavo. Ya en el día
Sus cadenas rompió. Otro su estado,  645
Otra fuera su gloria, otra su dicha
Si siempre de mi fe más bien seguro,
Otro arriesgado apoyo y otras ligas
Que su valor y el mio no buscase;
Pero usó de artificio e hipocresía:  650
Por flaqueza y temor fue mi enemigo:
Más, en fin de sus riesgos a la vista
Sus faltas se me olvidan y mi injuria.
Le he vencido, Señora, e ya de prisa
A vengarle tan solo corro ahora.  655
Vuestra bondad, gran Reina, bien podría
En tan alta querella, en lid tan justa,
Labrar un nombre eterno a la gran Isla,
Y a un tiempo coronar vuestras virtudes,
Si de nuestros derechos grata auxilia  660
Vuestra potente mano la defensa,
Y conmigo vengar tal vez se digna
Esta de los Monarcas común causa».
    Con impaciencia entonces la heroína,
Que la historia le cuente, pide a Enrique  665
De tanta turbación como afligía,
Y la Francia asolaba. Los resortes,
El encadenamiento y las intrigas,
Que en el triste París causar pudieran
Tanta revolución, saber quería;  670
Y a este fin, su palabra dirigiendo
Al augusto enviado, así le invita:
    «Ya con frecuencia ¡Príncipe! la fama
Voladora y parlante me tenía,
De esos sangrientos lances e infortunios  675
Dada muy de antemano la noticia;
Pero en su ligereza, siendo siempre
Tan necia e infiel su lengua, que prodiga
Con la verdad mil veces el engaño,
Sus vagas relaciones de fe indignas  680
Desechado hube siempre. Vos Enrique,
Que de tan prolongadas, fieras lidias
Célebre parte fuisteis y testigo;
Y vos, que de Valois la alternativa
De apoyo, o vencedor seguisteis siempre,  685
Explicadme ese nudo que ya os liga:
Tan extrema mudanza descifradme.
Vos tan solo, Borbón, sois quien podría
De voz mismo tratar de un digno modo.
Vuestras faustas proezas y desdichas  690
Que me pintéis, os ruego, y creed Enrique,
Que es lección de los Reyes vuestra vida».
«¡Ha! replica Borbón ¿y será fuerza
Que vuelva a renovar la lengua mía
De días tan funestos y menguados  695
La infanda narración, la atroz herida?
Pluguiese al cielo airado, ilustre Reina,
Al cielo, que testigo de allá arriba
De mi acerbo dolor fue veces tantas,
Que de un eterno olvido la cortina  700
Para siempre escondiese a nuestros ojos
Cuadros de tanto horror ¿Porqué me obliga
Vuestra bondad, Princesa, a que mi labio,
De Reyes de la sangre que me anima,
Cuente el furor y afrenta? Se estremece  705
Mi corazón aún, cuando se excita
Su recuerdo cruel: más lo mandasteis;
A obedeceros voy. Quizá sabría
De algún otro la astucia, al daros cuenta,
Sus enormes delitos, sus perfidias  710
Disfrazaros aún. Con labio diestro
Aún tal vez sus flaquezas cubriría;
Pero en mi franco pecho al artificio,
A la doble cautela no hay cabida.
Oíd, Señora, pues. Es el soldado,  715
Más que el embajador, el que se explica».

 
 
FIN DEL CANTO I
 
 



ArribaAbajo

Canto II


Enrique el Grande cuenta a la reina Isabel la historia de las desgracias de la Francia. Se remonta hasta el origen de ellas, y entra en el detalle de la carnicería ejecutada la noche de San Bartolomé.


«De males el exceso a que la Francia
Entregada se mira, horrible es, Reina;
Y horrible tanto más, cuanto es sagrada
Su fuente comunal. Celo inhumano,  720
Furor de Religión fue, quien la daga
En la mano libró del Francés Pueblo.
Entre Ginebra y Roma jamás nada
Decidir osaré; más por divinos
Que los renombres sean, a que a entrambas,  725
De uno y otro partido los secuaces
Con extremos hipérboles exaltan,
Yo, no obstante, el furor, yo el sutil dolo
Vi que a los dos denigran y difaman.
Si del error es hija la perfidia,  730
Si entre las controversias, que desgarran
Y la Europa sumergen, las traiciones,
Los aleves puñales, las cábalas
Infame sello son, que la mentira
Tan cruel como pérfida contrastan,  735
Ambos partidos pérfidos y crueles,
Iguales en los crímenes y manchas,
Del ominoso error entre tinieblas
Ambos, al parecer, iguales andan7.
Francés, soldado y Rey, solo adoptando  740
Del trono la defensa y de la patria,
Su venganza dejando al cielo solo,
Nunca se habrá notado que violada
De mi poder legítimo la linea,
Con una mano osase temeraria  745
Profanar del levita el incensario.
Perezca para siempre, si, mal haya
La perversa política, que intenta
Un despótico imperio sobre el alma:
Que racionales pechos solicita  750
Convencer por la fuerza de las armas:
Que de herética sangre los altares
De un culto dulce y puro, feroz mancha;
Y de intereses sórdidos del mundo,
O frenesí fanático guiada,  755
De paz a un Dios benigno solo sangre,
Solo homicidios bárbaros consagra.
    «Pluguiera a este Dios mismo omnipotente,
Cuya ley busco yo, que así pensara
La corte de Valois; pero a ambos Guisas8,  760
Los escrúpulos míos no embarazan.
De esos jefes de un crédulo gentío
La profunda ambición, sagaz disfraza
Su profano interés con el del cielo.
Cae un furioso pueblo en su vil malla,  765
Y contra mí, los pérfidos, el odio
De su cruel piedad concitan y arman.
Yo vi correr por celo a degollarse,
Volar vi mis patriotas con la llama
Al combate empuñada y al incendio,  770
Por vanos argumentos que no alcanzan.
Vos conocéis el pueblo, ilustre Reina;
Cuál es su arrojo, cuál su audacia,
Desde el terrible punto en que le imbuyen
Y a persuadirse llega que es la causa  775
Del ultrajado cielo la que venga.
De la fe con la venda densa y sacra
Ceñidos ya sus ojos, desde entonces,
De la obediencia rompe el freno y valla.
De vos, gran Isabel, estas verdades  780
Conocidas muy bien, bien meditadas,
Vuestra sabia cautela de antemano
Oportuno remedio al mal prepara,
Prontamente ahogándole en su cuna.
La tempestad, apenas fue formada  785
En los Estados vuestros: la previera
Vuestro espíritu próvido, y la calman
Vuestras prendas, por fin, vuestros talentos:
El fruto ya gozáis de virtud tanta.
Vos, Señora, reináis: Londres es libre,  790
Y vuestras leyes florecientes campan.
Rumbos siguió la Médicis diversos9.
De narración tan mísera tocada
Mandaréisme, tal vez, que un fiel retrato
Del carácter de Médicis os haga.  795
Oídlo ya de un labio ingenuo al menos:
Muchos, Reina, de Médicis parlaban;
Pocos empero bien la conocieran:
Sondaron pocos bien las ensenadas,
Los obscuros secretos y repliegues  800
De sus ondas maléficas entrañas.
Yo, que de cuatro lustros por espacio,
De sus hijos criado en cortes varias,
Bajo sus mismos pies, por tanto tiempo
Ir formándose he visto las borrascas,  805
Con demasiado riesgo a conocerla
Aprendido he, por fin, y a descifrarla.
    «La aventurera muerte de su esposo,
Que de su edad la flor segó temprana,
Dejó precipitado y libre curso  810
A toda su ambición, y sujetada
De sus hijos, el uno en pos del otro,
La regia educación a su tirana
Tutelar dictadura: al que sin ella
El cetro ya empuñar, reinar osaba,  815
Desde aquel mesmo instante le persigue,
Por odioso enemigo le declara.
Alrededor del solio derramando
De discordia y de envidias la cizaña,
Oponiendo incesante y harto astuta  820
A los Condés los Guisas, Francia a Francia,
Con sus mismos contrarios más discordes
Pronta siempre a ligarse, y en mudanza
De enemigos perpetua, de rivales,
De intereses, de bandos y de causas,  825
Del deleite y placer, si bien no tanto10
Como de la ambición, sensual esclava,
Y para colmo, además, supersticiosa11,
Y a su culto también mil veces falsa;
La Médicis, Señora, por decirlo  830
Sin explicarme más, en dos palabras,
Poseía, por fin, del sexo propio
Con muy poca virtud todas las faltas...
Se deslizó mi lengua. La franqueza
Perdonadme, gran Reina. Computada  835
No sois ya sobre todo en ese sexo.
Dél no tiene Isabel más que las gracias.
El cielo, que os formó porque supieseis
Imperios dirigir, nos echa en cara
A todos vuestro ejemplo, y en la lista  840
Ya la Europa os admira numerada
De los hombres más célebres y grandes.
    «De una imprevista suerte fiera saña,
De Francisco segundo, con Enrique
La reunión en la tumba ejecutara.  845
Francisco, niño feble, que de Guisa
Los caprichos seguía y adoraba;
Joven, cuyas virtudes, cuyos vicios
Igualmente secretos, se ignoraban.
Carlos, más mozo aun, tan solo el nombre  850
Poseía de Rey. Solo reinaba
Médicis a placer, y a su ley sola
Todo se humilla ya, todo se espanta.
En dejar su poder asegurado
Bien presto su política afanada,  855
De un hijo, en demasía blando y dócil,
La infancia al parecer eternizaba.
De la voraz discordia por su mano
En la Francia encendiendo la atroz hacha,
Con sangre, de su nuevo y duro imperio  860
Los principios la Médicis señala.
De dos furiosas sectas enemigas,
La cólera y los celos mueve y arma.
Las campiñas de Dreux, que al viento vieron
Sus funestas banderas desplegadas,  865
Primer teatro infausto, campo horrible
De los trofeos fueron de sus tramas.
En tan triste jornada, Montmorenci12,
Caudillo que peinaba antiguas canas,
Del luctuoso paraje poco lejos  870
Do el panteón de los Reyes se levanta,
Alcanzado, por fin, y mal herido
Del mortífero plomo que arrojara
Una guerrera mano, de cien años
De marciales trabajos terminada  875
Su carrera vio allí; y de Orleans cerca
Fue asesinado Guisa. Por desgracia13,
La vida de mi caro infeliz padre14,
Siempre a la aleve corte encadenada,
Siempre, y a su pesar, sirviendo humilde  880
A la cruel Catalina su tirana,
Siempre sobrado feble, entre ignominias
Su indecisa fortuna tras sí arrastra;
Y siempre por su mano preparando
Sus desdichas él propio y sus infamias,  885
Ha combatido y muerto de sus mismos
Fieros perseguidores por la causa.
Condé, que tierno vástago me mira
Que de su hermano huérfano restara,
Oficioso adoptandome, sirviome  890
De padre y de señor. De sus campañas
El suelo fue mi cuna. Entre guerreros
Allí criado y en fatigas varias,
De la corte, a su ejemplo, desdeñando
Una indolencia obscura, a tantos grata,  895
Y del verde laurel de amargo fruto
Prefiriendo gozar la sombra clara,
De juegos a mi infancia y de recreos
Sirvieron desde entonces sus batallas.
    «¡O llanos de Jarnac! ¡o en demasía  900
Inhumana, alevosa y vil espada!
Bárbaro Montesquieu, que de asesino15,
Más bien que de soldado nombre alcanzas!
Condé, que moribundo, que cubierto
De gloriosas heridas ya encontraras,  905
De tu golpe cayó bajo la furia.
Yo descargar lo vide. Yo segada
Su vida he visto allí... ¡ah!, que harto joven
De flaco brío aún y estéril saña,
No pudo ¡ay Dios! no pudo allí mi brazo,  910
Ni prevenir su muerte, ni vengarla.
    «El cielo, protector de mi flaqueza,
De héroes al celo ardiente y vigilancia,
Mi débil juventud, siempre piadoso,
Confiar felizmente decretara;  915
Y de Condé, por fin, sucesor digno,
La defensa, Coliñi, al punto abraza16
De mi persona a un tiempo y de mi bando.
Yo se lo debo todo, si. Tan grata
Confesión de mi deuda, es bien forzosa;  920
Pues si la Europa ve, si acaso alaba
De virtud en mis hechos algún rasgo;
Si esa Roma procaz, que me amenaza,
Si aun esa Roma misma, muchas veces
El mérito apreció de mis hazañas,  925
¡Vos sois, vos sombra ilustre, a quien lo debo!
    «Crecí bajo sus ojos. Allí hallara
Mi juvenil ardor por tiempo largo,
De la guerra la escuela dura y brava.
Él mismo, a cada paso, de los héroes,  930
Con su ejemplo el gran arte me enseñara.
Yo he visto a este guerrero encanecido
En trabajosas lides y hechos de armas,
Sobre sus fatigados nobles hombros,
A una vez sostener con fuerza y calma,  935
De la causa común, contra la Reina
Y la fortuna infiel toda la carga.
En su bando querido, y del adverso
No menos respetado, injurias agrias
De la fortuna a veces soportando;  940
Más siempre, a su pesar, por su constancia
Igualmente temido y peligroso;
De destreza, por fin, no menos sabia
Al mandar retiradas que combates;
Y en sus mismas derrotas, harto infaustas  945
Más grande, más glorioso, y más temible,
Que Dunois o Gastón serlo lograran,
En el triunfante curso de la dicha,
Que coronó el suceso de sus armas.
    «Al cabo de dos lustros ya cumplidos  950
De prósperas empresas y desgracias,
Médicis, que a ver torna renaciente
Un partido que crédula contaba
Para siempre deshecho, y cuyas tropas
Ya de Francia los campos inundaban,  955
De infructíferos triunfos y combates
Dados en guerra abierta al fin cansada,
Por último maquina, intenta aleve,
Sin más vanos esfuerzos en campaña,
En el seno apacible de los pueblos,  960
Y en su mísera sangre, sufocada
De un golpe dejar ya la civil guerra.
La corte, desde entonces, de sus gracias
Seductores halagos nos ofrece.
De vencernos, por fin, desesperada,  965
Engañarnos procura, y con propuestas
De una paz lisonjera nos aplaca;
Más! que paz, justo Dios a quien atesto!
¡Cuanta sangre, gran Dios de las venganzas,
Presto inundó, manchó su infausta oliva!  970
¿Y será fuerza ¡cielos! que la raza
De los supremos jefes de los hombres,
Del delito las sendas allanadas
A sus súbditos deje con su ejemplo?
    «Allá en su corazón fe le guardaba  975
Coliñi a su señor. Lágrimas tiernas
De profundo dolor le cuesta Francia,
Aun cuando, a su pesar, por su bien solo
En combatir Franceses se empleara.
De este bien arrastrado, abraza, acepta,  980
Y aún la ocasión previene, que ostentaba
Asegurar propicia del Estado
La concordia común tan suspirada.
En el pecho del héroe, raras veces
Halla abrigo la vil desconfianza.  985
Coliñi, entre alevosos enemigos,
De una seguridad sobrado incauta
Conducido por fin, a París viene,
Y allí fija su fúnebre morada.
Del Louvre a un tiempo mismo allá hasta el fondo  990
Mis pasos dirigió. Médicis falsa,
Recíbeme llorando entre sus brazos;
Ternezas me prodiga, me agasaja
Cual madre largo tiempo, y a Coliñi
La más fina amistad le protestaba.  995
Que a lo adelante quiere por su sabio
Consejo gobernarse, le declara;
Cólmale de favores, y a sublimes
Dignidades sus méritos exalta.
Muestra a los míos todos, deslumbrados  1000
De dulces lisonjeras esperanzas,
Fascinantes y astutas apariencias
De las gracias del Rey más señaladas.
Esperábamos ¡ha! creído hubimos,
Gozar de ellas en paz edad más larga.  1005
    «Sospecharon no pocos la perfidia
De estos presentes, si. Se recordaran
Cuan temible era el don del enemigo;
Más siempre a sus recelos igualaban
Del Rey los artificios. Poco hacía,  1010
Que de un secreto obscuro allá a la capa,
Al perjurio, la Médicis, y al fraude
Iba el hijo formando. Preparaba
A crímenes atroces de aquel joven
El fácil corazón, y por desgracia,  1015
El Príncipe infeliz, a sus lecciones
Dócil en demasía, y a observarlas
Por su genio feroz harto excitado,
En su culpable escuela aprovechaba,
Y excesivos progresos consiguiera.  1020
    «Porque, a un misterio vil de horrible cara,
Hermoso y noble velo astuto echase,
Su hermana me concede, y ya me llama
Su hermano ¡O falso nombre, y cuán funesta
Ha sido tu ilusión, tu fe cuán vana!  1025
O himeneo fatal, primer presagio
De nuestros males todos! Turbias llamas
De tu antorcha, soplada y encendida
Del cielo por las iras, de mi amada,
De mi infelice madre ¡o amarga pena!17  1030
A estos mis propios ojos alumbraban
La tumba funeral. Ligero, injusto
No intento ser, Señora, en esta causa.
Yo de imputar no acabo a Catalina,
De mi madre la muerte acelerada.  1035
Su misteriosa muerte, no pretendo
Sin más pruebas cargarle. Tal vez, varias
De legales indicios de mí aparto.
Es bien inútil ¡Reina! es excusada
La pena de buscar a Catalina,  1040
Más número de crímenes y faltas.
Murió, Señora, al fin murió mi madre...
Perdonadme unas lágrimas, que arranca
A mi dolor, tan tierno y fiel recuerdo,
Todo se apresta en tanto. Ya es llegada  1045
Del desenlace cruel la fatal hora,
Que Médicis muy antes reservara.
    «A favor de las sombras de la noche,
Sin estrépito fue la seña dada.
De aquel mes, de memoria a Francia horrenda  1050
La nuncio desigual que retirara
A la tierra de espanto, parecía,
De su manchada faz la luz plateada.
Del reposo en los brazos dulcemente
El incauto Coliñi se entregaba,  1055
Y un sueño engañador, de adormidera
Sus órganos con flores recargara.
Más de alaridos, pronto, un rudo estruendo
Interrumpió, turbó tan dulce calma,
Y a arrancar vino de ella sus sentidos.  1060
Arrójanle del lecho las alarmas.
Escucha: observa atento, y por do quiera,
Sólo mira asesinos, que con rabia,
Que con paso veloz todo lo corren.
Brillando ve mil teas y mil armas.  1065
Arder ve su palacio: un pueblo inmenso
Vagando ve entre undosas asonadas:
Sangrientos sus sirvientes ahogarse
Mira entre fuego y humo: en cruel matanza
Verdugos de tropel ve encarnizados,  1070
Y en voz alta gritando «perdonada
Una vida no sea, que es Dios mismo,
La Médicis y el Rey, quienes lo mandan».
Resonar de Coliñi el nombre siente;
Y allá al joven Teliñi, a una distancia,  1075
Divisa al mismo tiempo; aquel Teliñi18,
A quien la mano fiel de su hija cara
Amor librara en premio; aquel Teliñi,
Horror el más precioso de su casa,
Y de su bando todo, a un tiempo mismo,  1080
El lisonjero apoyo y la esperanza;
A quien, todo sangriento y desgarrado,
Los asesinos bárbaros arrastran,
Y al amoroso padre en tanta angustia,
Su socorro pidiéndole y venganza,  1085
Ensangrentados brazos le tendía.
    Más el héroe infeliz, inerme se halla;
Y en tan duro conflicto templando,
Que es fuerza perecer, sin que alcanzara
Dignamente vengarse, quiere al menos  1090
Morir como viviera, siempre intactas
Su gloria y su virtud. Ya numerosa
Cohorte de asesinos amenaza
Romper con insolente tropelía,
Las puertas del salón que le encerraba.  1095
Él mismo se las abre. Se presenta;
Y sobre todos tiende unas miradas
De tanta calma llenas, y con frente
No menos majestuosa y sosegada,
Que cuando, allá algún día en los combates  1100
Dueño de su valor, con dócil saña,
O el degüello, benigno detenía,
O con rigor guerrero apresuraba.
    «A su aire venerable y faz augusta,
Sorprendida de súbito, y cambiada  1105
En confusión no menos que en respeto,
De aquellos carniceros la arrogancia,
Por una fuerza oculta suspendieron
Inmóviles sus pasos y su rabia,
«¡Camaradas! les dice, ¿que os detiene?  1110
Vuestra obra dejad presto acabada;
Y con la yerta sangre de mis venas,
Manchad, inexorables, estas canas,
Que en la larga carrera de ocho lustros,
La suerte respetó de las batallas.  1115
Vuestra misión cumplid. Vuestros aceros
Descargad; herid ya. No temáis nada.
Coliñi os lo perdona. Poco importa,
Leve cosa es mi vida. A vuestra saña
La abandono. Perderla más quisiera  1120
Por vosotros lidiando en las campañas.
A estas razones, los sangrientos tigres
Caen atolondrados a sus plantas.
Del uno, aquí, el espanto saltar hace
El puñal, que a su pecho ya tocaba,  1125
Allí postrado en tierra, los pies otro
De Coliñi abrazando, en llanto baña,
Y rodeado en tal lance aquel gran hombre,
De una banda confusa y humillada
De sus mismos brutales enemigos,  1130
A un poderoso Rey se asemejaba,
De su pueblo querido y adorado.
Pero el malvado Besma, que aguardara19
En el patio su víctima, impaciente
De que tal lentitud le dilataba  1135
Su meditado crimen, indignado,
Sube, corre afanoso, y la tardanza
Del alevoso golpe resolviendo
Remediar por su mano, a los pies halla
De aquel héroe, sus propios asesinos  1140
Temblando y consternados. En tan blanda
Tan patética escena, a Besma solo,
Al inhumano solo no embargaban
Sentimientos de lástima, a que siempre
Su pecho inaccesible se mostrara;  1145
Desagradar creyendo con un crimen
De alta traición a Médicis, si su alma,
De algún remordimiento el más liviano,
Sorprendida en tal caso se notara.
Por entre los soldados pasa, corre  1150
Hacia el bravo Coliñi, que le aguarda
Con sereno semblante; y de repente,
El furibundo monstruo con su daga
Le atraviesa, desviando dél la vista,
Llevado del temor, de que una ojeada  1155
De aquel augusto rostro, su vil brazo
Estremecer hiciese, y su villana,
Su selvaje fiereza congelase.
    «Tal del hombre más grande de la Francia,
La funesta catástrofe a ser vino.  1160
Con sevicia feroz, con ciega rabia,
Después que ya por tierra yace yerto,
Aún le insultan impíos y le arrastran.
De heridas traspasado su cadáver,
Sin común sepultura le colgaran,  1165
De los voraces buitres por vil pasto.
Su cabeza a la Médicis regalan
Y a sus plantas ofrecen, cual trofeo
Digno de la impiedad de sus entrañas,
Y del índole fiera de un Rey hijo,  1170
Que por desgracia en ellas se formara.
Con tan fría indolencia la recibe,
Que no gozar la pérfida indicaba
De su aleve venganza el fruto inicuo.
Como de largo tiempo acostumbrada  1175
A presentes iguales, ya sin gustos,
Ya sin remordimientos, dominara
Las impresiones todas del sentido,
Que afligirla pudieran, o turbarla.
    «¿Quién podría fielmente los estragos,  1180
Cuya imagen tristísima ostentaba
Aquella noche atroz, decir bastante?
La muerte de Coliñi aunque harto infausta
Primicia de horror tanto, ensayo débil
De sus crueldades era y sus venganzas.  1185
De un pueblo de asesinos, ya sin freno,
La vil haz en matar encarnizada
Por deber y por celo, allí corría
Mortal hierro blandiendo, y vivas brasas
De furor fulminando de sus ojos,  1190
Por rimas de cadáveres, formadas
De sangrientos hermanos, con pie impío
Los verdugos, trepando, caminaban.
Guisa estaba a su frente. Guisa, hirviendo
De cólera, con sangre que derrama  1195
De cuantos encontraba de los míos,
De su padre los manes aplacaba.
Nevers, Gondí, Tavanne, por su parte20,
Sus dagas empuñando, ardor más daban
De su inhumano celo en los transportes;  1200
Y llevando delante pregonada
La lista de sus crímenes, conducen
A la muerte, y sus víctimas marcaban.
    «Pintaros no pretendo, ilustre Reina,
Los raudales de sangre, que arroyaba,  1205
El tumulto, los gritos, los gemidos,
Los horrores, las muertes y las llamas,
Que del triste París, por todos lados,
Se vieron en tal noche. Asesinada
La hija de su madre sobre el cuerpo;  1210
Bajo el del hijo el padre que expiraba;
Al lado del hermano, boqueando
Aún caliente el cadáver de la hermana;
Esposos abrazados, bajo el techo
Del desplomado hogar agonizaban;  1215
Desde las altas torres y azoteas,
Sobre la dura piedra ensangrentada
Estrellados ¡que horror! niños de cuna...
Del odio humano, sí, de su cruel saña
Tanto es lo que esperarse puede y debe.  1220
Más lo que no podrán sin repugnancia
Creer los venideros, lo que apenas
Aún ahora vos misma, en mi palabra,
Podréis creer, Señora, es, que los monstruos,
Ferozmente sedientos en su rabia,  1225
Cebándose insaciables a porfía
En la mísera y triste sangre humana,
Que a derramar concita en todas partes
La voz del sacerdote sanguinaria;
Al Señor invocaban fervorosos,  1230
Mientras que sus hermanos degollaban,
Y con mano alevosa y parricida,
En sangre de inocentes tan manchada,
Esta ofrenda, este incienso abominable,
Consagrar en su altar a Dios osaban.  1235
¡Cuantos héroes envueltos allí fueron
En las lúgubres sombras de la parca!
Renél, y Pardellán, allí bajaron21
A habitar de los muertos las estancias.
Allí, tú pereciste ¡bravo Guerchi!22  1240
Y tú ¡Lavardín sabio, de más larga23
Y más próspera vida y suerte digno!
Entre tanto infeliz, víctima tanta,
Que noche tan sangrienta en los horrores
De una eterna dejado ha sepultada,  1245
Subissa, y Marsillac, ambos proscritos24
De su vida los días con audacia
Aun defender supieran tiempo largo;
Más sangrientas, al fin, acribilladas,
Ya respirando apenas, y a empellones,  1250
Sus personas acosan, las arrastran
Del Luvre abominable hasta las puertas,
Y del palacio odioso las entradas
Con su sangre regando, en vano imploran
Un Rey cuya traición les inmolara.  1255
    «Tempestad tan horrenda de la altura
Del palacio excitando, contemplaba
A su sabor la Médicis su fiesta.
De diversión curiosa con miradas,
Sus dignos e inhumanos favoritos,  1260
De sangre ven las olas, que resaltan,
Que a sus ojos bullendo aun humo elevan;
Y de todo París, envuelto en llamas,
Los míseros despojos y ruinas,
A estos héroes triunfal pompa labraban.  1265
    «¿Pero qué digo? ¡o crimen! ¡o vergüenza!
¡O de los males nuestros extremada,
Fiera y nefanda suerte! El Rey, Señora25,
Él mismo, entre verdugos se mezclaba,
Y el tropel persiguiendo fugitivo  1270
De míseros proscritos, torpe mancha,
De sus propios vasallos en la sangre,
Una mano a guardarla consagrada.
Y ese mismo Valois, a quien hoy sirvo,
Ese Rey, que hoy, Señora, vuestra gracia  1275
Implora por mi labio, parte habiendo
De su bárbaro hermano en unas tramas
Tan negramente aleves y afrentosas,
Su cólera excitaba a la venganza;
No porque de Valois impías fuesen,  1280
A pesar de hechos tales, las entrañas:
En sangre rara vez tiñó su mano;
Más ejemplos del crimen le sitiaran
En su primera edad. Su crueldad misma,
De flaqueza de espíritu no pasa.  1285
    «Entre la multitud de asesinados,
Algunos el furor burlar lograran
Del asesino acero. Prodigiosa,
Célebre será siempre, y trasladada
A la futura edad de labio en labio,  1290
De Comont, tierno niño, la más rara26
Favorable aventura. Su buen padre,
Que el peso de los años abismaba,
Entregárase al sueño, y a su lado
Dos tiernos caros hijos acostara.  1295
Un solo común lecho, aquella noche,
Al padre y ambos hijos cobijaba.
Fogosos matadores forajidos,
A quienes cruel cólera cegara,
Sobre ellos velozmente descargaron  1300
Un granizo feroz de puñaladas.
Por el lecho al azar la muerte vuela.
En sus potentes manos sólo guarda
La suerte de los hombres el Eterno:
Él sobre nuestros días, si le agrada,  1305
Velar sabe, al momento en que las furias
Del sangriento homicida ciegas andan.
Ningun golpe a Comont hiere ni toca.
Un invisible brazo le amparaba
En su defensa armado, y de las iras  1310
De tanto matador libra su infancia.
A su lado su padre moribundo
Y de heridas cubierto, le tapaba
Con su cuerpo, expirando, todo entero;
Y del Rey y del Pueblo así engañada  1315
La bárbara crueldad, a su hijo ha dado
Segunda vez la vida con su maña.
    «¿Y qué hacía, qué hacía yo en momentos
De tanto horror colmados y desgracia?
De juramentos ¡ha! los más solemnes  1320
Por demás entregado a la fe santa,
Del Louvre allá en el fondo descansando,
Muy distante del ruido de las armas,
Aún del dulce reposo mis sentidos
Los encantos pacíficos gozaban.  1325
¡O sueño el más funesto! ¡O noche horrenda!
Lúgubres aparatos de la parca,
Al despertar mis ojos perturbaron.
Mis más caros domésticos se hallaban
Asesinados ya. Por todos lados,  1330
Mis pórticos la sangre ya inundaba;
Y mis ojos abrí para ver solo
Mis míseros sirvientes, que acababan
De ser bárbaramente degollados,
Tendidos sobre el mármol de su estancia.  1335
Los sangrientos verdugos ya se acercan
A mi lecho furiosos; ya se avanzan.
Sus parricidas manos, atrevidos,
Contra mi pecho y cuello ya levantan.
Ya el momento llegara en que debía  1340
Mí suerte terminar; ya presentara
Mi cabeza al cuchillo; ya la muerte
Resignado por puntos esperaba;
Cuando, o fuese tal vez porque el respeto,
Que de antiguo a la sangre tributaran  1345
De mis regios abuelos, sus Señores,
A mi favor entonces aún hablara
De aquellos alevosos asesinos
Al brutal corazón, o que la rabia
Ingeniosa de Médicis, por dulce  1350
Para mí por demás consideraba
Una rápida muerte; o porque un puerto
En tanta tempestad se reservara,
Guardándome por rehenes la prudencia
De su sagaz furor, yo preservadas  1355
Para nuevos reveses vi mis horas;
Pues mi muerte cambiar Médicis manda,
Más que la muerte dura, en cadenas.
    «Con suerte, a la verdad, menos amarga
Y de envidia más digna, aquella noche,  1360
Expirando Coliñi, al menos, nada
En ella más perdiera, que la vida.
Su libertad y gloria inmaculadas,
Le han seguido al sepulcro... Vos, Señora,
Vos, os estremecéis a tan ingrata  1365
Bárbara narración. Horrores tantos
Os sorprenden, sin duda, y os espantan.
Hasta aquí, sin embargo, solo oísteis
De ellos la menor parte. Se pensara,
Que del Luvre fatal desde las torres,  1370
La seña Catalina diera infausta27
Aquella propia noche al Reino entero.
Todo imita a París. La muerte asalta,
Sin resistencia cubre a un tiempo mismo,
La vasta superficie de la Francia.  1375
Cuando un Rey quiere el crimen, ya lo impera
Y obedecido es harto. Su cruel saña,
Por cien mil asesinos fue servida;
Y las sangrientas enturbiadas aguas
De los ríos de Francia, al mar pasmado,  1380
Solamente cadáveres rastraban».

 
 
FIN DEL CANTO II
 
 



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Canto III


Continua el Héroe la historia de las guerras civiles de Francia. Funesta muerte de Carlos IX. Reinado de Enrique III. Su carácter. El del famoso Duque de Guisa, conocido por el apodo de Balafré. Batalla de Cutrás. Asesinato del duque de Guisa. Extremos a que se vio reducido Enrique III. Mayena Jefe de la Liga. De Omala su Héroe. Reconciliación de Enrique III con Enrique Rey de Navarra. Socorros prometidos por la Reina Isabel. Su respuesta a Enrique de Borbón.


«Cuando fúnebres días se cumplieran,
En que a tanta crueldad, del hado impío
Libre curso el decreto permitiera;
Y de asesinas turbas, fatigadas  1385
De incendios y homicidios, a la fiera,
Ya embotada cuchilla del degüello,
Más inocentes víctimas no restan;
El obcecado pueblo, cuyo brazo
Con bárbara impiedad armó la Reina,  1390
Abre por fin los ojos, y el fiel lienzo
Hace de sus delitos, que suceda
Fácilmente su lástima a sus iras.
De la Patria el clamor hiere su oído;
Y bien presto de horror el mismo Carlos  1395
Sobrecogido todo, se sublevan
Allá en su corazón remordimientos,
Que áspides lo devoran y envenenan.
Del Rey la educación, aunque infelice,
Aunque a él mismo y sus pueblos tan funesta,  1400
En sus primeros años de su genio
El nativo carácter corrompiera:
Nunca en él, sin embargo, sufocara
Aquella voz del cielo y la conciencia,
Que sobre el solio mismo logra oírse,  1405
Y a los Reyes espanta y atormenta.
Y si bien, torpes máximas y ejemplos
De su madre nutriéranle en la escuela,
Todavía en los crímenes y vicios
Su corazón no estaba, cual el de ella,  1410
Irreparablemente empedernido.
De sus mejores días la flor llegan
A marchitar tristezas y pesares,
Y mortal languidez su aliento abrevia.
El formidable Dios de las venganzas,  1415
Desplegando, por fin, la más severa,
A este Rey moribundo, de su enojo
Con patentes y horribles marcas sella;
Aterrar meditando, en su escarmiento,
Cualquiera que en pos dél, osado fuera  1420
Por sus huellas marchar. Vile expirando;
Y su asombrosa imagen aún creyera
Delante aquí tener de estos mis ojos,
Que el recuerdo enternece de su pena.
A gruesos borbotones, por los poros  1425
De su cuerpo, la sangre de las venas
Lanzándose copiosa, la francesa,
Que con tanta impiedad el rigor fiero
De sus atroces órdenes vertiera,
Parecía querer dejar vengada.  1430
Herido se sentía y se confiesa
De una invisible mano; y aturdido
De catástrofe el Pueblo tan horrenda,
Llora una juventud, gime una vida
En su abril agostada; un Rey que viera  1435
Por perversos al crimen arrastrado,
Y que indicios, al fin, de penitencia,
De un imperio más dulce, a lo adelante
Tal cual feble esperanza prometieran.
    «Allá del Norte helado desde el fondo,  1440
De su muerte al fragor, que allí resuena,
Impaciente Valois, rápido parte,
Precipitadamente al punto llega
A apoderarse al suelo, en que aun bullía
Del carnicero estrago sangre fresca,  1445
De la sangrienta herencia de su hermano.
    «Por común elección, con la diadema
De su Reino, aquel tiempo, la Polonia,
Del dichoso Valois la sien ciñera;
De Jagellon al trono le llamara,  1450
De su primera edad marciales prendas,
Que, sin duda, más célebre y temible
De Enrique de Valois el nombre hicieran,
Que los más fuertes Príncipes, los votos
De cien vastas provincias le granjean,  1455
Y al solio le proclaman con aplauso.
¡O lisonjera fama, y cuánto pesas
Cuando sobradamente eres temprana!
Tan peligrosa carga, no supiera
Sobrellevar Valois. Jamás de Enrique  1460
Su disculpa se espere. Norabuena
Sacrifíquele yo vida y reposo.
Todo le inmolaré, mientras no sea
La verdad, que amo más, y le prefiero.
Mi corazón le llora y le reprueba  1465
Al paso que le auxilio y soy su apoyo.
    «Como sombra fugaz, pasada fuera
De Enrique de Valois la primer gloria.
Mudanza grande, sí; pero no nueva.
Visto se ha más de un Rey, de nuestra vida  1470
En la siempre voluble y leve rueda,
De un vencedor pasar en la campaña,
A un esclavo en la Corte. Sólo ¡o Reina!
En el humano espíritu fundado
Está el digno valor. No recibiera  1475
Del Cielo, sino en parte, las virtudes
El infeliz Valois. No se le niega
La insigne de animoso; pero feble,
Y más que Rey, soldado, en él firmeza
Solo en días se ha visto de combates.  1480
Adulando vilmente su indolencia,
Vergonzosos y pérfidos privados,
A su antojo gobiernan, doquier llevan
De un corazón tan débil la inconstancia.
De palacio en el fondo le reservan;  1485
Y allí con él cerrados, y allí sordos
Al clamor de los pueblos, que la pena
De su opresión arranca, por su labio
Su voluntad maléfica y funesta
A su arbitrio dictaban. Del tesoro  1490
De la Francia, y su pública opulencia,
Los restos y despojos miserables,
Pródigos dilapidan en torpezas;
Y consumiendo al pueblo, que suspiros
Al viento exhala en vano, se lamenta  1495
De su lujo, y pagaba sus placeres.
    «Mientras que bajo el yugo, que impusieran
Sus codiciosos dueños, así oprime
Al Estado Valois, así exaspera
Con enormes tributos, llega Guisa.  1500
El inconstante pueblo, a su presencia,
Los ojos vuelve al punto sobre un astro,
Que espléndido y propicio se le muestra.
De su padre la gloria, sus hazañas,
Su bravura, sus gracias, su belleza,  1505
Y de agradar, al fin, el don dichoso,
Que más que la virtud, se enseñorea
Del corazón del hombre, por encanto
Los populares votos tras sí llevan.
   »Nadie mejor que Guisa el feliz arte  1510
Supo de seducir. Nadie obtuviera
Sobre toda pasión igual imperio.
Ninguno con más maña ni destreza,
Bajo exteriores supo más falaces,
Abrigar de las miras más inmensas  1515
La obscuridad más lóbrega y profunda.
De un índole imperiosa, altiva y fiera,
Más popular, afable y dulce a un tiempo,
Las graves vejaciones, las miserias
De los pueblos en público declama.  1520
El rigor de las cargas que le aquejan,
Con horror maldecía. Todo pobre
Venturoso a su hogar de verle llega.
Sabía prevenir del vergonzante
Ciudadano la tímida pobreza.  1525
Su mano liberal, sus beneficios,
En París anunciaban su asistencia.
De los Grandes, que le eran más odiosos,
Ganábase el amor como por fuerza;
Terrible y sin regreso, desde el punto  1530
En que alguno era herido de su ofensa:
Harto astuto y prudente en sus ficciones;
Audaz y temerario en sus empresas;
Brillante en sus virtudes y en sus vicios;
Conocedor del riesgo que desdeña;  1535
Príncipe grande, en fin, feliz soldado,
Mal ciudadano, empero, Guisa fuera.
    «Cuando ya su poder por algún tiempo
Ensayado tenía, y cuando piensa
Fija del ciego pueblo la inconstancia,  1540
Ya no se oculta más; ya osado ostenta
De su ambición rebelde el atentado;
Y con resolución firme y abierta,
El fundamento mismo, los cimientos
Del trono de su Rey minar intenta.  1545
En París, a este fin, forma la Liga,
Que fatal y veloz, recorre e infesta
De Francia el resto todo: monstruo horrendo,
Que los Grandes y Pueblos alimentan,
En tiranos fecundo, y que en carnaje  1550
De humanales cadáveres se ceba.
    «Desde entonces, la Francia desgarrada,
Con dolor en su seno a mirar llega
Dos Monarcas; el uno, que de serlo
Insignias solo frívolas conserva;  1555
Y el otro, que el terror y la esperanza
Por doquier inspirando, tiene apenas
Necesidad del título, que solo
Llevaba aquél de Rey en apariencia.
Aunque sobrado tarde, finalmente,  1560
Conmuévese Valois. Valois despierta
Del seno de embriaguez en que yacía.
El inminente riesgo, que le cerca
El soberbio aparato y estampido,
Sus recargados ojos entreabrieran;  1565
Más de una nueva luz, que le importuna,
Deslumbrada su vista, aún en la fuerza
De la extrema borrasca, no divisa
El rayo, que amagaba a su cabeza,
Que sobre ella tronaba; y de un momento,  1570
Cansada de vigilia su indolencia,
Nuevamente arrojándose en los brazos
Del perezoso sueño, de halagüeñas
Delicias y privados entre arrullos,
Con mayor languidez todo se enerva,  1575
Y al borde espantador del precipicio,
Adormida de nuevo su alma queda.
    «En tan mísero estado, en tal conflicto,
Aún de Enrique el amor y fe le restan.
Pronto ya a perecer, yo soy tan solo  1580
El único socorro con que cuenta.
Sucesor de Valois, era de Francia
El trono, a falta de él, mi augusta herencia:
Mi afecto y mi interés súbito armaron
Mi brazo, sin dudar, en su defensa.  1585
Un necesario apoyo, que le libre,
Apresúrome a dar, a su flaqueza,
Y con paso veloz a vencer corro,
O con él a morir en la palestra.
    «Pero, para dañar por demás hábil,  1590
Allá en secreto, Guisa, astuto inventa
Al uno por el otro derribarnos.
El seduce ¡que digo! a Valois fuerza
Del único socorro a enajenarse,
De salvarle capaz. Al fin, maneja  1595
De Religión pretextos ordinarios,
Políticos pretextos, con que piensa
Tender del vil misterio sobre horrores
El más honroso velo. Al pueblo inquieta,
La hoguera de sus iras encendiendo  1600
Aún no bien apagada. Le recuerda
De sus padres el culto, los ultrajes,
Que de las nuevas sectas extranjeras,
De sufrir acababan templos y aras,
Que de antiguo adoró la grey francesa:  1605
Y a mí me pinta, en fin, como a un profano
Enemigo de Dios y de su Iglesia.
Sus errores, les dice, a cualquier parte
Que su planta dirige, tras sí lleva.
Ejemplos de Isabel sigue arriesgados.  1610
Templos mil a su culto alzar proyecta,
De ruinas y escombros sobre montes,
Que maquina abatir de iglesias vuestras;
Y esas predicaciones criminales,
Presto en París veréis como resuenan.  1615
De su hipócrita celo a estas palabras,
El Pueblo se enfurece, el Pueblo tiembla
Por su altar en peligro, y al palacio
Del Rey corre alarmado. Miedo afecta
La fanática Liga, que insolente,  1620
En voz alta de Roma a nombre llega
Intimando a su Rey, que ya por Roma
Toda reunión conmigo se le veda.
Feble el Rey por demás ¡ah! de la Liga
A tan audaz insulto se doblega;  1625
Sin réplica obedece, y cuando vuelo
A vengar sus injurias, tristes nuevas
A conocer me dan que ya mi hermano
A la Liga sumiso, se aviniera
Para perderme a mí con su enemigo.  1630
A su pesar sus tropas de la tierra
Ya los campos cubrían, y de miedo
Declárame una guerra injusta y necia.
    «Con lágrimas sinceras lamentando
De su mísero acuerdo consecuencias,  1635
Sin nada contemplar, corro a batirle
En lugar de vengarle. Ya en diversas
Ciudades de la Francia, y por cien lados,
De la Liga el alarma produjera
Contra mí gruesas haces; y ministro  1640
Precipite Joyeuse de flaquezas
Indignas de su Rey, rápidamente
Sobre mí con ardor caer intenta.
Guisa, por otra parte, nada menos
Prudente que esforzado, me dispersa,  1645
Cortándoles el paso, mis amigos.
Numerosos en Francia, por doquiera,
Enemigos y ejércitos me oprimen;
Más, sin embargo, yo, todas sus fuerzas
A un tiempo desafiando, me apresuro  1650
A tentar decidido de la guerra,
Propicia a los audaces la fortuna.
    «Yo allá en Coutrás busqué, y hallar quisiera
Al soberbio Joyeuse. Ya sabríais28
La rota, que en Coutrás sufrió completa.  1655
De aquel Caudillo intrépido la muerte,
Sin duda no ignoráis. No debo, Reina,
Con vanas relaciones molestaros».
    «Yo no os admito, Enrique, esas modestas
Delicadas escusas, le replica;  1660
¿Queréis, dice Isabel, negar con ellas
A mi curioso anhelo, narraciones,
Que igualmente me ilustran, que interesan?
No; de Coutrás el día, aquel gran día
En olvido no echéis, y de las penas,  1665
De los trabajos vuestros, y virtudes,
De Joyeuse y su muerte dadme cuenta.
Vos, ¡insigne Guerrero! el autor solo
De hazañas de tal brillo, y tal grandeza
Contarlas podrá bien, y quizá digna  1670
De escucharlas soy dél». Dijo: a tan bella
Lisonjera demanda, sintió el Héroe,
Que de un noble sonrojo era cubierta
De su frente la tez, y a pesar suyo
A hablar ya de sus glorias y proezas  1675
De la Reina obligado, el hilo sigue
De la historia fatal de esta manera.
    «De cuantos caballeros en la corte
Del infatuado Rey ídolos eran,
Entre cuantos adulan su molicie,  1680
Y le imponen la ley con insolencia,
Por su estirpe, Joyeuse, en Francia ilustre,
De favor y privanza tan suprema
Era el menos indigno. Le adornaban
Virtudes diferentes, y si adversa,  1685
No cortase la parca en aquel día
De sus más florecientes la carrera,
Con un alma, sin duda, ya formada
A grandiosas e intrépidas empresas,
A su tiempo, Señora, del de Guisa  1690
Igualado la gloria y nombre hubiera;
Más en medio criado de una corte,
Entre la femenil delicadeza,
En el seno ablandado de placeres,
Y en brazos del amor, solo conserva  1695
Excesos que oponerme de bravura,
Peligrosa ventaja, que acelera
Tal vez de un joven héroe la desgracia.
A su suerte adherida, gran caterva
De nobles cortesanos, que de abismos  1700
Salían de deleites y flaquezas,
Galante se avanzaba hacia la muerte.
Por prendas en sus trajes de terneza,
Con amorosas cifras, de sus Damas
Señalados los dulces nombres llevan.  1705
Relumbraban sus armas entre rayos
De diamantes, que adorno inútil eran
De brazos, que enervara un muelle lujo.
Fogosos y desnudos de experiencia,
En tumulto conducen al combate  1710
Su fiereza imprudente y altanera.
Con su pompa orgullosos, y pagados
De un numeroso campo, sin más regla,
Sin más orden, avanzan y se arrojan
Con impetuoso paso a la pelea.  1715
    «De distinto esplendor hiere sus ojos
De mi ejército el campo. Sus hileras,
En silencio extendidas a su vista,
Solo por todos lados les presentan
Ásperos combatientes, al trabajo  1720
Endurecidos ya, que envejecieran
En las marciales lides, a la sangre
Avezados de lejos, y de feas
Cicatrices y heridas matizados;
De hacer gala se corren, se desdeñan  1725
De otro adorno, que espadas y mosquetes.
Yo, como ellos vestido, sin riqueza,
Yo sin pompa, y de un hierro igual armado,
Polvoroso conduzco a la refriega
Mi sufridor soldado, y de mil muertes  1730
La tempestad horrísona y sangrienta
Arrostrando como él, dél me distingo
Sólo en marchar al frente. Yo desechas,
Yo tan brillantes huestes vi rendidas;
Expirando las vi; vilas por tierra  1735
Bajo el golpe mortal de nuestro acero.
En horrible desorden vi dispersas
Sus reliquias en fin, y a pesar mío,
En sus senos clavé daga, que fuera
Mejor haber manchado en sangre hispana.  1740
    «Confesaros aquí forzoso es, Reina,
Que entre los cortesanos que ha abatido
De su edad en la flor la segur nuestra,
Ninguno herido fue sino de golpes
De militar honor, gloria y braveza.  1745
Todos allí impertérritos y firmes,
De heroica constancia dieron pruebas.
Todos allí en su puesto imperturbables,
Con magnánimo pecho y faz serena
Hacia ellos la muerte correr vieron  1750
Sin que ni un solo paso hacia tras dieran,
Ni sus ojos alguno hacia otro lado
En el mayor peligro revolviera.
Este el carácter es ¡Princesa ilustre!
Esta la nacional fiera nobleza  1755
Del Francés cortesano. No afemina
Su ordinario valor la paz. Él vuela
Del sombrío reposo a los combates;
Y el vil adulador en París, llega
En los campos de Marte a ser un héroe.  1760
    «Entre el confuso horror, con que era envuelta,
La encarnizada lid, en balde mando
Cuartel dar a Joyeuse. Me lo llevan
Bien pronto los soldados, ya cubierto
De la lúgubre sombra y macilenta  1765
Palidez de la muerte; cual se mira
Tierna flor, que nacer alegre viera
La mañana, de llantos de la aurora
Y de besos del céfiro; que bella
Brilla y luce un momento a nuestra vista,  1770
Y cae antes de tiempo a la violencia
De los vientos, o al corte de un acero.
   «¿Más, a qué recordar tristes escenas
De triunfo tal? ¡Que yo de la memoria
De este horrible suceso, antes no pueda  1775
Borrar los sanguinarios monumentos!
Hasta ahora mi brazo de francesa,
De patria sangre sólo se ha teñido.
Nada tiene de grata y lisonjera
Mi grandeza a tal precio. De mi duelo,  1780
Mi sangriento laurel lágrimas riegan.
Este infeliz combate, el triste abismo
De que en vano Valois salir intenta,
No hizo más que excavar. Más despreciado
En sus reveses fue. Menos le presta  1785
Su sumisión París. La fiera Liga
Su orgullo más exalta y su protervia,
Y su amargo dolor más agravando
Del de Guisa la gloria, sus afrentas
No menos redobló, que sus desgracias.  1790
Con más dichosa mano, Guisa venga
De Vimori en los campos, sobre huestes
Que el Germano en mi pro marchar hiciera,
De Joyeuse la muerte, que las mías,
Si bien a mi pesar, en Coutrás dieran.  1795
Abismando en Onó mis auxiliares,
De laureles cubierto, se presenta
En París vencedor, y allí aparece
Cual un Dios tutelar. Valois observa
De su enemigo audaz los altos triunfos,  1800
Y éste insultando siempre con fiereza
Al Príncipe abatido, más vencerle
Que servirle en tal lance osado muestra.
    «Siempre, al fin, la vergüenza irrita y punza
Al pundonor más feble. De la mengua  1805
El apático Rey por fin se siente,
Y refrenando al cabo la insolencia
De un vasallo felón, en París quiere
Su autoridad probar; más ya, ya no era
El oportuno tiempo. En sus vasallos  1810
Ya su temor y afecto se extinguieran.
Su audaz Pueblo, al motín siempre propenso,
Desde el punto en que el Rey reinar decreta,
Tiénele por tirano. Se hacen juntas,
Se conspira, y veloz la alarma vuela.  1815
Todo habitante entonces fue soldado;
París todo fue ya campo de guerra.
Mil vallas, de un momento raro aborto,
Amenazan del Rey, las guardias cercan29.
    «Tranquilo entonces Guisa, fiero, ufano,  1820
En medio la borrasca, o bien refrena,
O del Pueblo las furias precipita.
Él, de la sedición es quien gobierna
Los secretos resortes, y a su antojo
Mueve la enorme masa. Se endereza  1825
Con furor a palacio el Pueblo todo.
A un acento de Guisa no existiera
La vida de Valois; y de sus ojos
Cuando una imperceptible leve seña
A abismarlo en la nada bastaría,  1830
Se satisface solo, se contenta
Con hacerlo temblar, y deteniendo
De los amotinados la carrera,
Él mismo, para huir, a Valois libre,
De lástima, el poder y paso deja.  1835
Cualquiera que el plan fuese del de Guisa,
Para vasallo, al fin, sobrado atenta,
Más poco por demás para tirano.
Cualquiera audaz mortal, que por fin llega
A forzar al temor a su Monarca,  1840
Todo temerlo debe, si se queda,
Y hasta violarlo todo no se arroja.
Sostenido ya Guisa con firmeza
En sus grandes designios, desde entonces,
De ofender y mostrarse solo a medias  1845
Que ya el tiempo pasara, reflexiona,
Y con sagaz audacia de ver echa,
Que remontado, en fin, a altura tanta,
Más sobre un precipicio, ya era fuerza,
O subir presto al solio, o al cadalso.  1850
Despótico ya dueño de la ciega
Revolución de un Pueblo; de esperanza
Y de temeridad el alma llena;
De Roma en sus empresas apoyado;
En ellas socorrido de la Iberia;  1855
Ídolo el más querido de la Francia,
Y ayudado, además, de la influencia
Que sus hermanos logran sobre el Pueblo,
Aquel vasallo altivo presumiera
Haber antiguos tiempos renovado,  1860
En que de la primer estirpe regia
Indignos y cobardes descendientes,
Cuasi al nacer caídos de la esfera
Del supremo poder, bajo lo odioso
De una capilla hundían sus diademas,  1865
Y por violentos votos entre sombras
Lamentando de un claustro su flaqueza,
En las tiranas manos de opresores,
Del Gobierno las riendas depusieran.
Sin embargo, Valois, que la venganza  1870
De Guisa allá en su pecho difiriera,
Estados de la Francia generales
Convoca para Blois, y allí celebra.
De esta asamblea, Reina, la noticia
Bien puede ser que ya nueva no os sea.  1875
De mejora y reformas harto urgentes,
Varias leyes allí se propusieran,
Que sin ejecución al fin quedaron,
Y la pomposa estéril elocuencia
De diputados mil, detalle inútil  1880
De los abusos nuestros hizo en ella;
Pues de asambleas tantas y consejos
El frecuente suceso que se observa,
Es el de revistar los males todos,
Pero sin reformar ni uno siquiera.  1885
    «En augusta sesión de estos estados,
Del altanero Guisa la soberbia,
Con desdén de su Príncipe abatido,
La regia majestad a insultar llega.
Asiento va a tomar cerca del trono,  1890
Y bien asegurado de su empresa,
En cada diputado ve un vasallo.
Ya sus indignas tropas, con vileza
Del tirano vendidas a intereses,
De un imperio absoluto se aceleran  1895
A poner en su mano el duro cetro;
Cuando de su temor y su indulgencia
Hacia el soberbio Guisa fatigado,
Medita ya, por último, y se arresta
Valois a reinar libre, y dél vengarse.  1900
Su rival cada día más se esmera
En mover y exaltar su justo enojo,
E insolente enemigo, le desdeña,
Sin que ni aún sospeche su arrogancia
En el Príncipe airado, la firmeza,  1905
Que a un vil asesinato era bastante.
Ciégale su destino. Se le acerca
Su hora al deslumbrado, y con indigna,
Con villana perfidia, de sorpresa,
A sus ojos el Rey manda inmolarle.  1910
Su cuerpo allí traspasan y laceran
De acerados puñales mil heridas;
Más su orgullo al morir no se abatiera.
La frente, que aún Valois temía acaso,
Toda pálida ya, toda sangrienta,  1915
Su dueño al parecer aún amenaza.
Esta fue la final trágica escena
De aquel vasallo infiel, omnipotente,
Que un cúmulo brillante en sí reuniera
De virtudes y vicios. El Rey débil,  1920
A quien la autoridad robó suprema,
Cobarde en demasía le ha sufrido,
Y no menos cobarde dél se venga.
   «Corre presto en París el caso horrible,
Y el asombrado Pueblo el aire atruena  1925
De horrísonos clamores. Los ancianos
De pesar abatidos, y las hembras
Lágrimas arroyando, cual perdidas,
A abrazar, por do quiera, corren, vuelan
Del desgraciado Guisa las estatuas.  1930
Y de ilusiones lleno París piensa,
Que en situación tan crítica, tenía
Que vengar a su padre, y de su Iglesia
La causa sostener. Mayenne, entonces,
Digno hermano de Guisa, se acelera,  1935
Del Pueblo airado en medio, a transportarle
A la feroz venganza de su ofensa,
Y más por su interés que por su duelo,
De aquel enorme incendio con violencia
Rápido discurriendo por cien lados,  1940
Soplaba la voraz horrible hoguera.
Mayenne, largo tiempo ya de Marte30
En alarmas nutrido, por sus sendas
Bajo el soberbio Guisa audaz trepara.
Que en su gloria, por tanto, y sus empresas  1945
Le suceda resuelven. De la Liga
Pasa el cetro a sus manos. Tal grandeza,
Dulce a su corazón e ilimitada,
Fácilmente la pérdida consuela
De un hermano inmolado. A pesar suyo,  1950
A Guisa por su jefe obedeciera,
Y aunque en triste ocasión de tanto luto,
Ya vengarle le agrada y lisonjea
Mucho más que servir bajo su mando.
Heroico valor el jefe alienta.  1955
Se lo confieso, sí. Feliz y sabia
Su conducta política, a ver llega
Bajo su sola ley servir unida
Esa turba de espíritus inmensa,
De su dueño enemiga, y de tiranos  1960
A un tiempo torpemente esclava ciega.
Él, con sagacidad distinguir sabe
Los variados talentos que en sí encierra,
Y con crítico tino de ellos todos
En oportunos casos se aprovecha.  1965
De los mismos reveses, sus ventajas
Sacar a veces logra su destreza.
Con aura más brillante y seductora,
De admiración la Francia dejó llena;
Los ojos fascinara el otro Guisa,  1970
Que más grande y más héroe en verdad fuera;
Pero no que su hermano, más temible.
Tal, señora, es Mayenne, y tal su fuerza.
Cuanto de lisonjeras esperanzas
Funda esa altiva Liga en su prudencia,  1975
Otro tanto de orgullo y de bravura
De todos en los ánimos subleva,
De ese joven Aumale el presuntuoso31
Soberbio corazón. Es su fiereza
El broquel del partido, que hasta el día  1980
De invencible el renombre le conserva.
Mayenne, que a las lides le conduce,
De la Liga es el alma que proyecta;
Aumale, empero, el brazo, que ejecuta.
    «Ese opresor político del Belga,  1985
Ese vecino, en tanto, peligroso,
Católico tirano y Rey, que encierra
Su principal apoyo en su artificio;
Ese enemigo vuestro, gran Princesa,
Y aún más mío, Felipe, voluntario32  1990
De Mayenne abrazando las querellas,
De los rivales nuestros torpemente
La causa criminal insta y fomenta,
Y Roma, que apagar de males tantos
Debía el voraz fuego, Roma misma  1995
La tea atiza más de la discordia.
El que de los cristianos nombre lleva
Todavía de padre, entre las manos
De sus hijos libró daga sangrienta.
Del un término al otro de la Europa,  2000
Registraron mis ojos con sorpresa,
Que a un tiempo las desgracias todas juntas
De tropel a París sobrevinieran.
Rey, por fin, sin vasallos, perseguido,
Sin tener quien le asista ni defienda,  2005
Vese Valois por último forzado
A implorar el socorro de mis fuerzas.
Creyome generoso, y no se engaña.
Del estado desastres solo aquejan
Mi corazón, Señora, y de su trono  2010
Los peligros mi cólera sosiegan.
Ya no he visto en Valois más que un hermano:
Mi deber lo ordenaba. Se sujetan
A su ley mis enojos, y Rey, vuelo
A vengar de otro Rey cetro y diadema.  2015
Sin guardias, pues, sin rehenes, sin tratados,
A hablar llego a Valois. La suerte vuestra,
Está, señor, le digo, en vuestro aliento.
Que a vencer o morir vengáis es fuerza,
Del rebelde París en las murallas.  2020
Súbito de Valois el alma eleva,
Sus espíritus hinche un noble orgullo.
Yo no me lisonjeo de que hubiera
Capaz sido mi ejemplo, de inspirarle
De un guerrero valor llama tan bella.  2025
Las desgracias, sin duda, a fuertes golpes
Su dormida virtud, al fin, despiertan.
El reposo lamenta que a tal punto
Abatídole había. A Valois era
Tan penoso infortunio necesario.  2030
La suerte muchas veces más adversa,
Es a los soberanos muy precisa».
    Tal ha sido de Enrique a aquella Reina.
La simple narración, mientras promueve
Del Britano el socorro. Ya altaneras  2035
Voces de la victoria, de las torres
Del rebelado muro al Héroe apremian
Porque a su campo torne. Tras sus pasos
Mil jóvenes isleños, con presteza,
De los mares el seno a hendir se alistan,  2040
Y los combates de la Francia anhelan.
    A su frente al de Essex llevan ufanos;
Al de Essex, cuyo espíritu y braveza33,
De los fieros y altivos castellanos
Confundir supo un día la prudencia:  2045
Al de Essex, que orgulloso mal podría
Creer que un hado indigno se atreviera
A marchitar laureles que su mano
Ya consagrado había a su cabeza.
    Enrique activo jefe, cuyo impulso  2050
Nada parar podía, a Essex no espera.
De lidiar y vencer todo impaciente,
Por regresar a Francia se desvela.
«Id, Héroe digno, andad, la Reina dice.
Bien presto, a la voz mía, vuestras huellas  2055
Siguiendo mis guerreros, esos mares
Atravesando irán; más no los lleva
El servir a Valois; a vos os siguen.
Mi amistad solamente los dispensa
A vuestras generosas inquietudes.  2060
Vos les veréis correr a las peleas,
Por socorreros menos que imitaros.
Hechos, a vuestro ejemplo, de la guerra
Al gran arte, y sus riesgos y fatigas,
Ya bajo vuestra sombra, en vuestra escuela  2065
A servir se instruirán gloriosamente
Y con mayor ventaja a la Inglaterra.
Quiera el cielo que a golpes de este brazo
Prontamente la Liga a expirar venga.
Al caudillo Mayenne, de la España  2070
Ese ambicioso Rey, astuto obsequia,
Vuestra enemiga es Roma. Nuevos triunfos,
Id a ganar, Enrique, de la Iberia;
Más pensad que, a un gran hombre, vanos rayos
Temer de Roma ya gran mengua fuera.  2075
Vengada por vos quede de los Pueblos
La libertad violada. La fiereza
De Felipe abatid, y de ese Sixto.
    «Felipe, de su padre en la violencia
Tirano sucesor, menos que él grande,  2080
Menos bravo también; pero en empresas
Y en política igual; de sus vecinos
La división tramando, falso intenta
Sus cadenas echarles, y del fondo
De su alcázar el orbe domar piensa.  2085
Desde el polvo hasta el solio alzado Sixto34,
Con un poder menor, un alma encierra
Todavía más fiera. De Montalto
Pastor humilde un tiempo, regias testas,
Príncipes formidables rivaliza.  2090
Dar la ley en París osado piensa,
No de distinto tono que allá en Roma,
Y de un triple magnífico diadema
Bajo el pomposo fausto y sacro brillo,
Avasallarlo todo osado intenta,  2095
Y hasta al mismo Felipe. Ese violento,
Pero en engaños hábil y en cautelas,
Enemigo celoso de los fuertes,
Y opresor de los débiles se ostenta.
Cábalas y manejos, aquí en Londres,  2100
Y aun en mi misma corte mil urdiera;
Y el mundo, a quien engaña, se halla lleno
De la intriga y la trama en que lo enreda.
    «De vuestros enemigos, Gran Enrique,
Tal es la condición y alta ralea,  2105
Que mirar es en vos un deber digno
Con el desdén que yo. Ambos quisieran
Alzarse contra mí; más uno, en balde
Con borrascas luchando y la Inglaterra,
Hizo ver al Océano en su fuga  2110
Sus míseros naufragios. Las riberas35
De esos mares aún cubren los despojos,
Teñidas aún se ven con sangre fresca
De sus famosas huestes. Allá en Roma
Mudo, el otro, me teme y me respeta.  2115
    «Vuestros nobles destinos, a sus ojos
Seguid Enrique, pues, con entereza.
Sabed, que si una vez el marcial brío
De ese Mayenne audaz domado queda,
Presto a Roma en pos dél veréis sumisa.  2120
El favor o rencor de esta soberbia
En los campos podéis reglar vos solo.
Inflexible al vencido, y placentera
Con todo vencedor; siempre a absolveros
Como a anatemizaros tan dispuesta;  2125
Encender o apagar, en vuestra mano
Tenéis, de sus diplomas las centellas».

 
 
FIN DEL CANTO III
 
 



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Canto IV


De Aumale se hallaba a punto de apoderarse del campo de Enrique III, cuando volviendo el Héroe de Inglaterra, bate a los Ligados, y hace cambiar la fortuna. La Discordia consuela a Mayenne, y vuela a Roma en busca de socorros. Descripción de Roma, donde reinaba al tiempo Sixto V. La Discordia encuentra allí la Política. Vuelve con ella a París. Subleva la Sorbona. Anima a losDez-y-seis, y arma a los frailes. Entréganse al brazo del verdugo magistrados del partido del Rey. Turbaciones y confusión horribles en París.


Mientras Felipe y Sixto, con descanso,
Sus secretos discursos prolongaban;
Mientras que allá, entre sí, de los estados  2130
Intereses midiendo tan grandiosos,
De hacer la guerra al mundo, de turbarlo,
De vencerlo, y al fin, su ley dictarle
Toda la hondable ciencia apuran ambos;
De la funesta Liga los pendones,  2135
A discreción del viento desplegados,
Sobre sus tristes márgenes sangrientas,
Mirando estaba el Sena con espanto.
    Lejos Valois de Enrique, de inquietudes
Sobrecogido todo y agitado,  2140
Con flaca indecisión, de los combates
Sobradamente teme inciertos hados.
A sus fluctantes votos y designios,
Era siempre un apoyo necesario.
Esperaba a Borbón, de la victoria  2145
Sobre él únicamente asegurado.
La inacción, entre tanto, y la tardanza,
Atrevimiento dan a los Ligados.
De París salir osan sus legiones;
Y del soberbio Aumale bajo el mando,  2150
El feroz de San-Pól, Namur y Chatre36,
Brisác y Canillác, del bando alzado
Delincuentes e intrépidos apoyos,
Al sitiador ejército cargando,
Con frecuentes y rápidos progresos,  2155
De Valois el espíritu asombraron;
Y al arrepentimiento en demasía
Propenso el débil Rey, de haber enviado
De sí lejos al Héroe, le pesaba.
    Entre estos combatientes, declarados  2160
Émulos de su Rey, ya largo tiempo,
De Joyeuse un ligero y feble hermano37
Osara parecer. Carácter débil,
A quien viera París pasar voltario
Desde el siglo, de un claustro al fondo obscuro,  2165
Y del claustro a la corte. Relajado,
Y luego penitente. Anacoreta,
Y no menos de pronto cortesano,
Toma, deja, y recobra en un instante
El cilicio y coraza. Del santuario,  2170
Que sus devotas lágrimas inundan,
A animar va las furias de su bando,
Y en el seno a clavar de nuestra Francia
Colmada de aflicción, la misma mano,
Que consagrado había al Ser Eterno.  2175
    Más de tanto adalid, el más bizarro,
Aquel, cuyo valor en las legiones
Infundía del Rey más miedo y pasmo;
Aquel, que un corazón más fiero tiene,
Y más fuerte también y fatal brazo,  2180
Vos sois ¡Príncipe joven impetuoso!
¡Vos, De Aumale, nacido y animado
De la Lorena sangre, en héroes fértil!
¡Vos, el émulo siempre y el contrario
De los Reyes, las leyes y el reposo!  2185
De jóvenes guerreros alentados
La flor, en todo tiempo le acompaña;
Y sin cesar, con ella, sobre el campo
Lanzábase enemigo; ya en silencio,
Ya con enorme ruido, ya a lo claro  2190
De los cielos abiertos, ya a la sombra
De la cerrada noche; y atacando
Al sitiador, do quiera sorprendido,
De su sangre infeliz deja inundado
Su mano atroz el suelo. Así en la frente  2195
Del Caúcaso, o la cima allá del Athos,
Do los ojos divisan a lo lejos
Del cielo, mar y tierra los espacios,
Las águilas y buitres, suelta el ala,
Con un rápido vuelo, atravesando,  2200
En un momento hendiendo densas nubes,
De la atmósfera inmensa por los campos,
Las peregrinas aves arrebatan;
En los amenos bosques y los prados
Las reses despedazan y aprisionan;  2205
Y de sangrientas rocas, do bajaron,
A las entrañas fétidas volviendo,
En sus garras opresos y gritando,
Aún vivientes transportan sus despojos.
    Lleno ya de esperanzas, y embriagado  2210
De gloriosos sucesos, a las tiendas
Penetraba del Rey; y redoblando
Las sorpresas y alarmas con la noche,
Toda cedía ya, todo de espanto
Replegaba temblando ante sus armas;  2215
Cual de una tempestad torrente inflado,
De desbordarse a punto, con un choque
Feroz y tenebroso, ya a inundarlo
Iba todo de un golpe el fiero Aumale;
Y del alba el lucero, ya rayando  2220
De la noche rasgaba el negro velo;
Cuando el grave Morné, que breve espacio
De Borbón el regreso precediera,
Y que de cerca estaba ya mirando
Del soberbio París las altas torres,  2225
De un confuso rumor, de horror mezclado,
Sorprendida su oreja, mira, y nota
En extremo desorden los soldados
De Valois, y aun con ellos los de Enrique.
«¡Que veo justos Cielos! ¿Así, bravos,  2230
Así nos aguardáis? Ya Enrique viene,
Ya llega a defenderos, y entregados
A la fuga os encuentro ¡Camaradas!
A la fuga!...». A este acento de su labio,
No de distinto modo, que allá un tiempo,  2235
Del Capitolio al pié, cuando apretado
De Roma el fundador por los Sabinos,
La fuga refrenó de sus Romanos
De Júpiter en nombre; así al de Enrique,
De vergüenza rehácense inflamados  2240
Sus dispersos franceses, y al combate
Revolviendo de nuevo, exclaman alto:
Que venga el Héroe: llegue; que a su vista,
Nada nos desalienta, que a su mando
Nuestra será sin duda la victoria.  2245
Súbito se aparece a todo el campo
Tan refulgente Enrique, como en medio
Del temporal más negro suele el rayo.
A las primeras filas corre, avanza;
A su frente combate denodado;  2250
Siguen todos su ejemplo, y los destinos
De repente por él vense trocados.
Contra el campo su mano muertes lanza,
Rayos sobre él sus ojos fulminando.
Siguiéndole sus jefes en contorno,  2255
Con ánimo se empeñan esforzado;
Retorna la victoria, y a su aspecto,
Desaparecen ya los coligados;
Al modo, que del día, que amanece,
Los rayos, que se avanzan, de los astros  2260
De la noche disipan los fulgores.
Sobre aquellas riberas, ha logrado,
Sus huestes, que asombradas van huyendo,
Detener el de Aumale; pero en vano.
Su grito animador algún momento  2265
A la lid las ordena, más sus pasos
La voz del gran Enrique precipita.
Su amenazante frente, con espanto
Las trastorna y deslumbra; y si su jefe
Aplegarlas consigue, un pronto pasmo  2270
Las aturde y dispersa, y en su fuga
Revuelto el mismo Aumale va arrastrando;
Al modo, que de un monte allá en la cumbre,
De cristalina escarcha coronado,
En medio de mil nieves derretidas,  2275
Y de témpanos mil, un gran peñasco,
Que a las nubes altivo amenazaba,
Cayendo va rodando y tropezando.
    Pero ¿qué digo? Aumale aún se detiene:
Aumale aún hace cara, y muestra osado,  2280
Y aún a su sitiador la frente muestra,
Que dél temida fuera tiempo largo.
Despréndese fogoso de los suyos,
Que tras sí le arrastraban, y afrentado
De vivir todavía, entre el degüello  2285
Aún la muerte otra vez vuelve buscando,
Y al vencedor un rato admira y para:
Más de un tropel confuso de mil bravos
Comprimido al momento, la audaz furia
De su imprudente arrojo y despechado  2290
A refrenar la Parca a vengar iba;
Cuando en riesgo de vida tan cercano
La Discordia le ve, y al verle, tiembla.
Por bárbara que fuese, sabe cuanto
Sus días necesita. Presurosa  2295
Se remonta en el aire; y a su amparo
Arrójase veloz. Llega, y opone
Al tropel, de que a Aumale ve cercado,
De hierro el broquel vasto e impenetrable,
Que acompaña al horror, que impera infracto  2300
Sobre la misma muerte, y cuya vista
El terror y la rabia va inspirando.
¡O hija inexorable del infierno!
Éste ¡o Discordia! ha sido el primer caso,
En que de dar socorro capaz fuiste.  2305
Un héroe salvas, pérfida, y sus hados
Con la mano prolongas formidable
De la muerte ministra, con tu mano
Tan bárbara y en crímenes experta,
Que hasta esta vez, jamás perdón ha dado  2310
A sus víctimas propias. Ella arrastra
De París a las puertas, en un baño
De su sangre al de Aumale, y de unos golpes
Que no sintió cubierto. Ella reparos
A sus males aplica saludables:  2315
Ella su sangre estanca, prodigado
Por complacerla solo; pero mientras,
Que a su cuerpo vigor va recobrando,
Su espíritu, con pócimas mortales
Deja míseramente envenenado;  2320
No de distinto modo que pudiera
La alevosa indulgencia de un tirano,
Que cruel en su lástima, de un triste
Tal vez suspender quiere el mortal fallo,
Porque en útiles crímenes secretos  2325
Aprovecharse pueda de su brazo,
Y aquellos consumados, al suplicio
Tórnale a abandonar pérfido e ingrato.
    Supo Enrique, entretanto, aprovecharse
De la insigne ventaja, con que al hado  2330
De los combates plugo, en aquel día,
Su valor coronar y sus cuidados.
Conocía Borbón, y precio daba
Del tiempo a los instantes en los campos.
Al absorto enemigo, de sorpresa,  2335
Busca, ataca y acosa sin descanso.
A campales batallas, que ganara,
Que sucedan ordena los asaltos,
Y hace trazar su pérdida en contorno
De sus muros, trincheras avanzando.  2340
De Valois el espíritu, a este tiempo,
Del de su hermano Enrique confortado
Lleno ya de esperanzas en su auxilio,
El ejemplo presenta a sus soldados,
Que de aquél recibía. Los ataques,  2345
Las alarmas sereno despreciando,
No descuida del campo las acciones,
Y del sitio sostiene los trabajos.
El afán sus placeres, y el peligro
Tiene también a veces sus encantos.  2350
Todos los jefes se unen, y sucede
Según sus votos todo. En breve espacio,
El terror, que marchaba a su vanguardia,
Las consternadas huestes disipando,
Del trémulo sitiado ya a los ojos,  2355
De un lánguido despecho perturbados,
Las puertas a romper, a abatir iba.
Y en tan grave peligro, aprieto tanto,
¿Que puede hacer Mayenne? Sus legiones,
Un pueblo son hundido en duelo amargo.  2360
Con lágrimas, aquí, le pide un hijo
El padre, que la muerte le ha robado.
De un hermano infeliz sobre la tumba,
Allí se ve plañir al triste hermano.
Gime por lo presente sin consuelo,  2365
Desfallece abatido el ciudadano.
Teme, en fin, cada cual por lo futuro.
Alarmado aquel cuerpo grande y vasto,
Reunirse no puede. Se hacen juntas;
Se consulta y se agita el duro caso  2370
De entregarse a la fuga o al enemigo.
Perplejos se hallan todos y embargados;
Y nadie resistir osa más tiempo:
Así el ligero vulgo suele vario,
De la temeridad más altanera  2375
Al temor más rastrero dar un salto.
    Mayenne, que sus haces desmayadas
Está viendo, de cólera bramando,
Entre opuestos designios vacilante,
Revolvía en su mente planes varios;  2380
Cuando allí la Discordia al héroe absorto
De repente se acerca; entre sus manos
Silbar hace irritadas sus serpientes,
Y de agrado en un tono aleve y falso,
Su acento le dirige en esta forma.  2385
    «¡O tú, digno heredero procreado
De un nombre a los Franceses formidable!
¡Tú, a quien de tu venganza el cruel conato
Unió conmigo siempre; tú, que fuiste
A mis ojos nutrido, y que formado  2390
Has sido por mis leyes! oye, escucha
Tu protectora fiel, y de mi labio
Conoce el bronco acento. Nada temas
De aquese pueblo imbécil y voltario,
Cuyo reciente ardor, en un momento,  2395
Una leve desgracia ha congelado.
Poseo sus espíritus ¡Mayenne!
Sus corazones tengo entre mis manos.
Bien presto observarás con cuanto celo
Nuestros designios todos ayudando,  2400
De mi hiel embriagados, y hechos presa
De mi horrible furor, van denodados
A combatir audaces, y a la muerte
Alegres a arrojarse por tus lauros».
Esto habló la Discordia: y al momento,  2405
Más pronta que el relámpago, cortando
Con vuelo firme y rápidos los aires,
Gira de toda Francia los espacios;
Y el rencor, el estruendo, y las alarmas,
Que sus ciudades turban y sus campos,  2410
De la Discordia ofrecen a los ojos,
Objetos de delicia y de regalo.
Su pestífero aliento, en mil lugares
Inspira la aridez. Inficionado
En su germen el fruto, al nacer muere.  2415
Abatida la mies, mustio su grano,
Yace lánguida en tierra. El sol se eclipsa;
Vélense al verla pálidos los astros;
Y el rayo, entre relámpagos, que truena
Bajo sus pies, de muerte mil presagios  2420
A los pueblos ofrece confundidos.
    Llévala un torbellino, voltejeando,
A las orillas fértiles, que baña
Con sus ondas el rápido Erídano.
    Ya su vista cruel a Roma alcanza:  2425
Roma, un día su templo; Roma, pasmo,
Terror de los mortales, cuya suerte,
Hala en todas edades exaltado
A ser en paz, no menos que en la guerra,
Del mundo la señora, y cuyo brazo,  2430
Si triunfante en los campos, entre hierros,
Sobre tronos sangrientos vio temblando
Todos los fieros Reyes, y abatidas,
Bajo el sacro estandarte, en que volaron
Sus águilas terribles por el orbe,  2435
Las fuerzas todas dél, otro más blando
Más apacible imperio ejerce hoy día,
En que a su yugo rinde y poder sacro
Sus mismos más airados vencedores:
En que con un poder de Dios vicario,  2440
Gobierna los espíritus y tiene
Los corazones todos a su mando.
Sus dictámenes solos, son sus leyes
Y sus solos diplomas sus soldados.
    Cerca del Capitolio, donde alarmas,  2445
Otros tiempos tan grandes dominaron,
Sobre pomposas ruinas de Belona,
Y de Marte, un Pontífice, sentado
De Césares se ve en augusto solio.
Sacerdotes no menos fortunados,  2450
Con planta huellan firme y faz serena,
Las cenizas, aquí, de Emilios Paulos,
Y allí, de los Catones los sepulcros.
Sobre el altar el trono levantado,
De un Señor, ya celeste, ya terreno,  2455
En la misma profana y sacra mano,
El poder absoluto, a un tiempo mismo,
El cetro colocó y el incensario.
    Allí fundó Dios mismo su sagrada
Su primitiva Iglesia, en tiempos varios  2460
Perseguida y triunfante. Allí condujo
Aquel primer su Apóstol, con lo santo
De la verdad, lo cándido y sencillo.
Felices sucesores le imitaron
Cierta dichosa edad, en que respetos  2465
Y elogios de los hombres han captado,
Cuanto más se humillaban. Revestida
Aun no estaba su frente de algún vano
Frívolo resplandor. Su humildad sola,
Su rígida pobreza, preservaron  2470
La santa austeridad de sus costumbres,
Y celosos tan solo del estado,
De las glorias, honores y riquezas,
A que votos aspiran de un cristiano,
Del fondo de las chozas que habitaban,  2475
Simplemente al martirio van volando.
El tiempo, que lo altera y gasta todo,
Bien presto estas costumbres ha cambiado.
Para castigo nuestro, ya grandezas
Diole el cielo, y potente a lo profano,  2480
Desde este tiempo, Roma, abandonada
A consejos se vio de los malvados.
De su nuevo poder, bases horribles
Traición, eran, veneno, asesinato.
Los que de Cristo fueron sucesores,  2485
En el fondo interior del santuario,
Sin pudor ni vergüenza, el adulterio
Y el incesto, insolentes, colocaron,
Y Roma, que cansaran finalmente,
Roma, que han oprimido y abismado  2490
De su execrable imperio con el peso,
De sus sacros tiranos bajo el mando,
A echar menos llegó sus falsos Dioses.
Máximas más prudentes se escucharon
En la edad posterior, en que se supo  2495
El crimen excusar, o bien velarlo
Con artificio y maña menos torpes.
Del pueblo y de la Iglesia más reglados
Los derechos se han visto, y de los Reyes
Árbitra, al fin, fue Roma, no el espanto.  2500
La modesta virtud, vuelve ella misma
A aparecer de nuevo, con el fausto,
El brillo imponedor y augusta pompa
De su triple diadema regio y sacro:
De manejar, empero, de los hombres  2505
La pasión e interés, el arte raro,
Vino, por fin, a ser, en estos tiempos,
La virtud capital de los Romanos.
    De la Iglesia era, entonces, y de Roma
Cabeza, Sixto quinto y soberano.  2510
Y si el ser, en verdad, de un hombre grande
Con el título ilustre decorado,
Consiste en ser falaz, temido, austero,
Inscribirse en el número más claro
De los más grandes Reyes, debe Sixto.  2515
Él, a los artificios de quince años
Debió de su destino la grandeza.
Ocultar ha sabido tiempo tanto,
Sus virtudes, no menos que sus vicios;
Y huir el mismo puesto aparentando,  2520
Que con ardor ansiaba, porque pueda
Por más fáciles medios alcanzarlo,
Hace que dél le tengan por indigno.
    De su brazo despótico al amparo,
La pérfida Política, reinaba  2525
Del pontificio alcázar en lo arcano.
Hija de la ambición y el interese,
Que seducción y fraudes abortaron,
Este ingenioso monstruo, en mil revueltas
Tan fértil, de zozobras abismado,  2530
Simple y sereno a un tiempo parecía.
Sus ojos, en sus órbitas ahondados,
Vigilantes, agudos, y enemigos
De la tranquilidad y del descanso,
Jamás, en dulce sueño, los vapores  2535
De la blanda amapola disfrutaron.
Con doblez y cautelas refinadas,
Con disfraces astutos y estudiados,
De la confusa Europa, sagaz, burla
La expectación atónita; y el falso,  2540
El sutil artificio del embuste,
Que sus discursos guía, decorando
De la misma verdad con los adornos,
Del Dios vivo marcó con sello sacro
Sus torpes imposturas, e hizo al cielo  2545
Servir a las venganzas de su agravio.
    La Discordia ve apenas, cuando corre
Con aire misterioso hacia sus brazos;
La acaricia y halaga dulcemente,
Con maligna sonrisa y agasajo;  2550
Pero súbitamente transportada,
Un lúgubre semblante, un tono infausto
De tristeza fingiendo «Yo, la dice,
No estoy ya en aquel tiempo afortunado,
En que pueblos inmensos, seducidos,  2555
Sus votos me ofrecían, y a mi mando
Toda la Europa crédula sumisa,
Las leyes de su Iglesia y culto santo38
Confundió con las mías. Yo, en tal tiempo,
Hablaba, y al instante prosternados  2560
Trémulos los monarcas, de sus tronos
A mis pies descendían. A mi agrado,
Declaraba mi voz al mundo guerras,
Y de la cumbre aquí del Vaticano,
Mis formidables truenos fulminaba.  2565
Vida y muerte pendían de mi agrado.
Regalaba, quitaba, y devolvía
Las coronas y cetros soberanos.
Ya no existen, amiga, ya se huyeron
De una vez para mí, de esplendor tanto  2570
Esos caducos tiempos tan dichosos.
De la altanera Francia, ese Senado,
Ya sin temer mi enojo, se ha atrevido
Mis rayos a apagar, cuasi en mis manos.
Por la Iglesia de amor no menos lleno,  2575
Que contra mí de horror, su grito alzando,
Con fiera libertad, de las naciones
La venda del error hizo pedazos.
Él ha sido el primero, que a mi rostro
La máscara arrancó, desagraviando  2580
La verdad, cuya imagen me encubría.
¿Yo no podré, ¡Discordia! que me abraso
En ansias de agradarte, seducirlo,
O con rigor, al menos, castigarlo?
Vamos pues. Tus antorchas, nuevamente  2585
Enciendan de mi trueno ardientes rayos.
Empecemos, amiga, por la Francia,
A desolar la tierra. Sus estados,
Otra vez, y su Rey, a caer tornen
En nuestros hierros». Dijo; y como un rayo,  2590
Lánzase rechinando por los aires.
    A pesar de estos males, entre tanto
Con espíritu opuesto, allá distante
De las mundanas pompas, y del fausto
De Roma, y de sus templos, a indecentes  2595
Humanas vanidades consagrados,
Cuyo profano brillo, cuyo lujo,
Y opulenta soberbia y aparato
Al necio mundo imponen, se escondía,
En desiertos del hombre poco hollados,  2600
La humilde Religión, do santamente
Reposaba, con Dios en paz morando;
En tanto que su nombre y su decoro,
Con sacrílego crimen profanados,
Pretextos daba santos en el siglo  2605
Al sangriento furor de los tiranos,
Y siendo al mundo venda que lo ciega,
Del desprecio de Grandes era el blanco.
Sufrir y resignarse, es, en la angustia
Su destino más plácido y más caro:  2610
Bendecir, es su sacra y rica herencia.
Ella, en secreto ruega por ingratos,
Que vilmente la ofenden y maltratan.
Sin la pompa del siglo y fausto vano,
Sin adornos, sin arte, sin afeite,  2615
Y bella por su gracia y propio encanto,
Su modesta hermosura oculta siempre
A los ojos hipócritas de tantos,
Como importunos corren en sus aras
A adorar la fortuna, cual paganos.  2620
    Se inflamaba su espíritu, y ardía
Por Enrique de un celo y amor santo.
Esta hija del cielo no dudaba,
Que un día, al fin, feliz fuese llegado,
En que de sus altares abatidos  2625
El legítimo culto vindicando,
Con júbilo por hijo adoptaría
Al magnánimo Héroe ya ilustrado.
Digno, por sus virtudes generosas,
De acogerle le juzga entre sus brazos,  2630
Y sus fervientes votos, hasta el cielo
Desde sus puras aras exhalados,
Un momento apresuran tan glorioso,
Que por demás sus ansias hallan tardo.
    La Política impía y la Discordia,  2635
Asaltan y sorprenden de rebato
A su augusta enemiga, que sus ojos
Inocentes, en lágrimas bañados,
Alzaba hacia su Dios, quien su constancia
Por poner más a prueba, la ha entregado  2640
De las dos implacables enemigas
Al bárbaro furor y juicio insano.
Estos horribles monstruos, cuya injuria,
La santa Religión ha profanado
En todas las edades, su vil frente  2645
Cubriendo con su velo sacrosanto,
Su traje, respetado de los hombres,
Insolentes usurpan, y volando
Parten hacia París, do acabar piensan
Sus perversos designios comenzados.  2650
Mañosa la Política y astuta,
Con insinuante rostro y sutil paso,
De la antigua Sorbona se entromete,
Sin sentir, en el seno ilustre y vasto.
Congregábanse en ella al mismo punto,  2655
Aquellos venerados graves sabios,
Que de oscuros oráculos del cielo
Misteriosos intérpretes sagrados,
Y de remota edad, árbitros justos,
Modelos de la grey de los cristianos,  2660
Adictos a su culto, y a sus Reyes
Sumisos con lealtad y honor intacto,
Hasta tan triste día y tenebroso,
Un varonil valor han conservado,
A flechas del error impenetrables;  2665
Más ¡cuán pocas virtudes los asaltos
Burlan constantemente a cualquier hora!
De aquel astuto monstruo disfrazado
Acentos los más dulces y halagüeños,
A alterar sus espíritus llegaron.  2670
Él, a los más tocados y devotos
De la ciega ambición, lisonjeando,
Honores y grandezas les promete,
Y con el interés y esplendor claro
De una mitra, deslúmbrales los ojos.  2675
Allá, por otro medio, negociando
Con secreta y venal inteligencia,
Los sufragios compró del vil avaro.
Arrobado también y sorprendido
Por un elogio diestro, se vio el sabio,  2680
Que la augusta verdad, pérfido, vende,
Por el precio de un poco incienso vano;
Y al grito aterrador de la amenaza,
El feble queda, al fin, amilanado.
    Congréganse en tumulto; de tumulto  2685
Se examina y decide el alto caso,
Y de en medio de estrépitos, de gritos,
Y empeñadas contiendas, con espanto
Del confuso congreso escapa al punto
La apacible Verdad, mustia y llorando.  2690
A voz común, entonces, y en el nombre
De todos los Doctores, un anciano
Esto dijo. «La Iglesia hace los Reyes;
Los absuelve o castiga degradando.
La Iglesia y su doctrina existen puras  2695
En los que aquí reunidos nos hallamos.
Su ley en ellos solos se conserva.
A Enrique de Valois, aquí, por tanto,
Reprobamos formal, solemnemente,
Decaído del trono declaramos,  2700
Y Enrique de Valois, ya no es Rey nuestro.
¡Juramentos, un tiempo tan sagrados!
Vuestras duras cadenas ya rompemos».
Apenas esto el viejo ha pronunciado,
Con caracteres hórridos de sangre,  2705
La inhumana Discordia, el temerario,
El bárbaro decreto, que dictara,
A dejar apresúrase estampado.
Por ella cada cual jura en seguida,
Y lo firma al momento de su mano.  2710
    Remóntase veloz, y en alto vuelo,
A todos los facciosos partidarios,
Empresa tan grandiosa y atrevida
Va de iglesia en iglesia pregonando.
Bajo el hábito, a veces, de Agustino,  2715
Y otras, del de Francisco, tosco y basto,
Resonar su voz hace, y altamente
Llama a aquellos austeros cuanto varios
Espectros, de su yugo riguroso
Voluntarios e imbéciles esclavos.  2720
«De vuestra Religión amancillada
Reconoced, les dice, aquestos rasgos.
Yo soy la que a vos vengo; la que en nombre
Del Señor, que servís, por despertaros,
A vuestro religioso atento oído  2725
Acaba de pulsar. Él me ha mandado.
Esta espada mortífera y tremenda,
Que en mi vibrante pulso está brillando,
Este acero, que veis, acero horrible
A nuestros enemigos, empuñado,  2730
Para vengar su causa, entre las mías
Ha sido de Dios mismo por la mano.
Acércanse ¡hijos míos! se cumplieron,
Los oportunos tiempos ya llegaron,
En que sombras dejéis de esos retiros,  2735
Y la paz suspendáis de esos santuarios.
Partid de ellos a dar ilustre ejemplo
Del celo más intrépido y sagrado;
Y a los crédulos pueblos de la Francia,
En su fe vacilantes y turbados,  2740
Intimado dejad, id a enseñarles,
Que abatir a su Rey, que asesinarlo,
Hacer es a su Dios un gran servicio.
Pensad bien, caros míos, recordaos,
Que de Leví la antigua electa tribu,  2745
De vuestro ministerio augusto y santo
Mereció por Dios propio ser honrada,
Con manos, a sus aras regresando,
En la sangre bañadas de los hijos
Del pueblo de Israel: pero ¿qué he hablado?  2750
¿Donde aquel tiempo está, do aquellos días
A la muerte propicios, y a mí gratos,
En que vi degollar tantos franceses,
Por el pío furor de sus hermanos?
En tan felices días ¡ha! vosotros,  2755
¡O santos sacerdotes! su cruel brazo
Al incendio y degüello condujerais.
Por vosotros tan solo asesinaron,
Arrastraron, colgaron a Coliñi.
Yo ya en sangre nadé. La que ha restado  2760
Vuelva a correr aún. Que os vea el mundo
A pueblos, que me adoran, inspirando».
    Dijo el horrible monstruo: y al instante,
Haciendo la señal, emponzoñados
Quedan todos los míseros oyentes  2765
Del veneno infernal que le ha inspirado.
La hueste monacal iba en su marcha;
Hasta París él mismo encaminando.
De la Cruz sacrosanta el estandarte
En medio de ella flota. Cantan salmos,  2770
Frenéticos entonan sacros himnos;
Y con devotos gritos destemplados,
Los cielos parecían asociarse
A su rebelde arrojo. Entre sus cantos,
Con fanáticos votos se les oía  2775
La imprecación mezclar y augurio infausto
A las públicas preces. Sacerdotes
Atrevidos, imbéciles soldados
Del mosquete y el sable vanamente
Sus inexpertos brazos recargaron.  2780
Las pesadas corazas relumbrantes
Penitentes cilicios van tapando;
Y de París al muro, en su socorro,
Batallón tan infame al fin llegado,
De un pueblo impetuoso entre mil ondas,  2785
A Cristo va siguiendo, a aquel Dios blando,
De paz al manso Dios, que de tal modo
Los devotos guerreros profanaron,
Llevándole, sacrílegos, al frente.
    Mayenne, que a placer está mirando  2790
Tan insensata empresa, allá a lo lejos,
Despréciala en secreto, al mismo paso,
Que en público teatro la autoriza.
Político Mayenne, advierte, y sabio,
Cuanto el imbécil vulgo, ciegamente  2795
Sin límites sumiso a un celo falso,
Con la fiel Religión el fanatismo
Suele, rudo, mezclar, unir incauto.
Entendía Mayenne, contemplaba
El gran arte a los Reyes necesario,  2800
De nutrir los errores y flaquezas,
Que el pueblo sacrifican al tirano,
Y a este irrisorio escándalo piadoso,
Da por tanto acogida y aun aplauso.
Con grave indignación, vélo el prudente,  2805
Y con burla mayor, lo ve el soldado.
Más la estólida plebe, hasta los cielos
Mil gritos levantaba de entusiasmo,
De gozo y de esperanza; y así como
Sucediera a su audacia un miedo fatuo,  2810
Este, en un solo instante, el lugar cede
Al furor y transporte más insano.
Así en el seno undoso de Anfitrite;
De los mares el ángel, a su agrado,
Las olas tal vez calma, tal, irrita.  2815
    Dez y seis sediciosos, señalados39
Por sus feos delitos, entre todos
Los más viles facciosos, ha nombrado
Y en gobierno erigido la Discordia.
Estos hombres oscuros y malvados,  2820
De su nueva y condigna soberana
Insolentes ministros, en su carro
Barnizado de sangre, al punto montan,
Y la marcha batiéndoles al paso
La villana traición, y el fiero orgullo,  2825
El frenesí, la muerte, y el estrago,
Por sangrientos torrentes, que arroyaban,
Van de su fiera ronda el rumbo guiando.
En baja oscuridad todos nacidos,
De sórdida bajeza alimentados,  2830
Su rencor a los Reyes les servía
De blasón de nobleza el más realzado.
Bajo el dosel traídos por el pueblo,
Ya Mayenne con él les ve temblando
Sentados a la par. Tal es la insania,  2835
Tales son los trastornos ordinarios
De la inquieta Discordia y sus caprichos.
Ella, frecuentemente nivelados
Deja en suerte a los cómplices que induce;
No de distinto modo, que allá cuando  2840
Fuertes vientos, tiranos de las aguas,
Que su corriente turban y descanso,
Las olas revolviendo con su soplo
Del Ródano o del Sena, hacen, que el bajo
Sucio y grosero lodo, que abatido  2845
En sus profundas grutas yace, alzado
Se mire a borbollones de las ondas
Sobre la superficie; así en los raros
Furores de un incendio, que devora
Y una ciudad convierte en yermo campo,  2850
El hierro, el plomo, el bronce, que liquida
El fuego entre las llamas, van mezclados
Con el oro más puro, que oscurecen.
    De sedición en medio y motín tanto,
Temis tan solo, Temis resistiera,  2855
Librárase del público contagio.
Ni sed de engrandecerse, ni temores,
Ni esperanzas, ni nada, de sus manos
Consiguiera torcer la fiel balanza.
Consérvase su templo inmaculado;  2860
Y la simple equidad, cual fugitiva,
Cerca de ella un asilo va buscando,
    Habitaba el recinto de este templo,
El venerable cuerpo de un senado,
Azote formidable del delito,  2865
De la inocencia amparo y tutor nato,
Que de apoyo del Rey, y de instrumento
De la ley, el carácter conservando,
Entre el Pueblo y el Príncipe marchaba
Con intrépido, igual y firme paso.  2870
De unos Reyes benignos y accesibles,
En la equidad más dulce confiado,
A sus pies ¡cuantas veces trasladara
De la Francia las quejas, los agravios!
Era el público bien, únicamente,  2875
De toda su ambición objeto caro.
Lo tirano, en los Príncipes no odiaba
Menos, que lo rebelde en el vasallo.
De un supremo respeto dirigido,
Y de un noble valor siempre inflamado,  2880
En las causas del Rey y de su Pueblo,
Lo súbdito distingue de lo esclavo.
Por nuestras libertades y franquezas
Siempre a armarse dispuesto, en cualquier caso,
Conoce a Roma bien; como piadoso  2885
Hónrala, y la reprime como sabio.
    De los torpes tiranos de la Liga
Una horrible cohorte, puesta al mando,
De aquel templo de Temis majestuoso,
A cercar llega el pórtico sagrado.  2890
Bussi, vil gladiador, es quien la guía40,
A honor tan criminal, a poder tanto,
Por su audaz arrogancia promovido.
Entra del templo augusto al santuario;
Y este negro torrente de palabras,  2895
A la ilustre asamblea, cuyo labio
Del ciudadano regla la fortuna,
Osado le dirige: «¡Mercenarios
Apoyos de ese dédalo de leyes!
¡Plebeyos, que a la usanza del Romano  2900
Os tenéis de los Reyes por tutores!
¡Almas en fin serviles, hombres bajos,
Que en la perturbación, y entre cábalas,
Que afligen y desolan al estado,
Pretendéis, que consista, y se alce fiero  2905
El afrentoso honor de vuestros cargos
Y venales grandezas! En la guerra
Tímidos, y en la paz fieros tiranos,
Al Pueblo obedeced, en cuyo nombre,
Vengo ¡orgullosos jueces! a intimaros.  2910
Escuchad sus edictos liberales.
Antes hubo sin duda ciudadanos,
Húbolos antes, sí, que hubo señores.
Fueros, que nuestros padres prodigaron,
O más bien les usurpó tirana fuerza,  2915
Sus despojados hijos recobramos.
Sobrado tiempo el Pueblo por vosotros
Al terror fue sujeto y al engaño.
Cansose ya del cetro, y lo ha rompido.
Borrad ya para siempre ¡Magistrados!  2920
De plena potestad los grandes nombres
Tan temidos, odiosos, y aun ingratos
A vuestro mismo oído; e ya del Pueblo
Libre y supremo a nombre, dad los fallos,
No la plaza del Rey, bajo ese solio  2925
Manteniendo, sino la del Estado.
La Sorbona imitad. Sino lo hiciereis,
Sobre vos los rigores fulminados
Ver, temed, de mi enojo y mi venganza».
    Fieles y acordes todos, contestaron  2930
Con un noble silencio; a la manera,
Que en los muros ardiendo ya asolados
De la sitiada Roma, allá otro tiempo,
Sus graves senadores, de los años
Ya por el peso corvos, sin turbarse,  2935
En sus curules fijos, aguardaron
Fieramente los galos y la muerte.
A espectáculo tal, tan no esperado,
Lleno de mayor rabia, embravecido
De más brutal furor, más no sin pasmo,  2940
«Obedeced al punto, dice Bussi,
O mis pasos seguid, fieros tiranos».
Súbito alzado Harlay, el digno jefe41
De tan justo impertérrito senado,
Al de los Dez y seis va a presentarse,  2945
Y con la misma frente y grave labio,
Con que a aquellos malvados damnaría,
Las cadenas les pide. Dél al lado,
De justicia otros jefes se admiraban,
Que de participar en el cadalso  2950
Del honor del primero, ardiendo en votos,
Víctimas de la fe que al Rey juraron,
De los tiranos tienden a los hierros,
Sus generosas e inocentes manos.
    Vuelve ¡o Musa! a contarme tantos nombres,  2955
A la Francia tan caros, y héroes tantos,
A quienes oprimió licencia infame,
Dígnate consagrar. El probo, el bravo
De Thou, con Scarrón, y sus colegas42
Molé y Bayoul también, con el honrado  2960
Potier, hombre el más justo y más constante,
Y tú ¡ilustre Longuéll! tú, joven claro,
En quien por abreviarte más la gloria
De tan bello destino, se avanzaron
La virtud, el espíritu, y la ciencia,  2965
Al curso de los años ordinario.
De tan dignos ministros de justicia,
Todo aquel grave cuerpo, condenado,
Al través de un vil pueblo, que le insulta,
Como en público triunfo van llevando  2970
Al famoso castillo y espantable43,
De la venganza alcázar, do mezclados
Veces tantas hundir, gemir se han visto
La inocencia y el crimen. El anciano
Orden de nuestro reino, así trastornan;  2975
Del Estado la paz así turbaron
De un golpe los rebeldes y facciosos.
La Sorbona cayó. Ya no hay Senado...
¿Más a que tal concurso y alaridos?
¿A qué esos instrumentos y aparatos  2980
Del infame suplicio de culpables?
¿Quiénes son esos dignos magistrados,
Que manos de verdugos, a la tumba
Por orden precipitan de tiranos?
En París, las virtudes, el destino  2985
De los crímenes sufren... ¡Desgraciados
Brissón, Lachér, Tardif, víctimas nobles!44
Tan afrentosa muerte, no ha manchado
Vuestro honor generoso ¡Puros manes!
No tenéis porque de ella avergonzaros.  2990
Célebres para siempre vuestros nombres,
Viven en la memoria. En el cadalso
Quien muere por su Rey, muere con gloria45.
    En medio de los pérfidos alzados,
La Discordia, entretanto, se aplaudía  2995
Del suceso feliz, que al fin lograron
Sus sangrientos y bárbaros designios.
Con aire satisfecho y sosegado,
Su tranquila crueldad, fiera contempla
De la guerra civil los crueles daños;  3000
Y muy a su sabor, pasa revista
Sobre un muro de sangre ya inundado,
A los míseros pueblos, que en la Francia
Contra su Rey legítimo ligados;
Y entre sí divididos y discordes,  3005
Juego vienen a ser desventurado
Del furor de contiendas intestinas,
Y en tumulto interior y riesgo extraño,
De su turbado suelo y mustia patria
La perdición fatal apresurando,  3010
Por do quier no presentan más que muertos,
Carnicería, escombros, y fracasos.

 
 
FIN DEL CANTO IV
 
 



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Canto V


Apriétase vivamente a los sitiados. La Discordia excita a Jacobo Clemente a salir de París, para asesinar al Rey. Llama del profundo de los infiernos al Demonio del Fanatismo, que dirige el parricidio. Sacrificio de los ligados a los espíritus infernales. Enrique III es asesinado. Sentimientos de Enrique IV. Este es reconocido Rey por el Ejército.


Avanzáranse, en tanto, se aprestaran
Las máquinas mortales, que en su seno,
De los tercos rebeldes abrigaban  3015
La fatal perdición; y por do quiera,
Volando el hierro y fuego, que arrojaran
Por bocas cien de bronce, con estruendo
Sus murallas batían y aterraban.
    Ni de los Dez y seis sañosas iras,  3020
Ni la sagaz prudencia, que inspiraba
Al astuto Mayenne, ni de un Pueblo
Con insolencia alzado la arrogancia,
Ni de escándalo llenos los discursos,
Que de la ley Doctores divulgaran,  3025
Otros contra Borbón débiles menos
Menos vanos auxilios ministraban.
A agigantados pasos la victoria
Del Héroe por las huellas se avanzaba.
Sixto, Felipe, y Roma, por su parte,  3030
Hórridos anatemas fulminaran:
Roma, empero, por fin, dichosamente,
De ser terrible al mundo ya dejara.
Ya impotentes sus rayos, en el aire
Con la razón chocando, se exhalaban.  3035
Por otro lado, a un tiempo, la indolencia,
La pesadez maligna y ordinaria
Del vicio castellano, a los sitiados,
Un urgente socorro retardaba.
Errantes sus soldados por el Reino,  3040
Sus ciudades, en tanto, desolaban,
Sin que a París jamás socorro dieran.
El pérfido político esperaba,
Que ya exhausto el Ligado, una conquista
A su brazo ofreciese poco cara.  3045
El peligroso apoyo, el lazo astuto
De su falsa amistad, le preparaba
En vez de un aliado un señor fiero,
Cuando de un furibundo empresa infanda,
Cambiar con mano aleve parecía  3050
La suerte por un tiempo de la Francia.
¡Tranquilos habitantes, que los muros
De la ilustre París hoy circunvalan!
Vosotros, que del Cielo merecisteis
A la predilección, la insigne gracia  3055
De nacer en más prósperas edades,
De perdonarme habréis, si aquí empeñada,
Renovase mi pluma a la memoria,
La historia criminal, do negras llanas
Ocupan vuestros padres seducidos.  3060
De sus atrocidades feas manchas
Sobre vos no recaen, no os denigran.
Todas las cubre al fin, todas las lava
Vuestro leal amor a vuestros Reyes.
    Procreado ha la Iglesia, en eras varias,  3065
Solitarios varones, que reunidos
Bajo severas reglas, se miraban
Cual en todo distintos y arredrados
Del resto de los hombres, y en las aras
Votos solemnizando rigurosos,  3070
Al servicio de Dios se consagraran.
Unos en soledades se sumían,
Gozando de la paz profunda calma.
En su ascética vida inaccesibles
A atractivos del mundo y pompas vanas,  3075
Celosos de un reposo dulce y blando
Que robarles no pueden, de la humana
Mundanal sociedad, que bien pudieran
Útilmente servir, huyen las cargas.
De ellos, otros no pocos, sus funciones  3080
Haciendo de más pública importancia,
De la Iglesia a las cátedras subiendo,
No poco la sirvieran e ilustraran:
Pero bien prontamente, por desdicha,
Embriagados e ilusos con el aura  3085
Que sus talentos captan lisonjeros,
En el siglo esparcidos, sus profanas
Costumbres adquiriendo, no ignoraron
De una sorda ambición arteras ansias,
Y ya de sus intrigas y manejos  3090
Más de un país a veces se quejara.
Así entre los mortales, el abuso
Del más perfecto bien, en desgraciada
Fatal fuente del mal llega a tornarle.
    Los que la vida y regla profesaran  3095
De Domingo en España, largo tiempo
Viéranla florecer, y de la plaza
Más obscura de empleos harto humildes,
A los regios palacios de monarcas
Remontada bien presto la miraron.  3100
No con menos fervor, si limitada
A influencia menor y poderío,
Prosperó con respeto en nuestra Patria,
Asaz bien de los Reyes protegida
Apacible, y al fin afortunada,  3105
Si en su materno seno, por ventura,
Nunca al traidor Clemente cobijara46.
    Desde edad juvenil, llevado había
Al retiro, Clemente, en que habitaba,
Los tétricos accesos y fiereza  3110
De una virtud selvaje y arriesgada.
Feble, y crédulo simple, lleno siempre
De devoción frenética e insensata,
Su espíritu sombrío, rudo y triste,
De la facción rebelde y desbordada  3115
El torrente seguía. Sobre joven
Vertiendo tan insano, en abundancia,
La funesta Discordia el cruel veneno
De su boca infernal, tanto le exalta,
Que al pié de los altares prosternado,  3120
Con criminales votos y plegarias,
Cada día más túrbido y ferviente,
Los Cielos importuno fatigaba;
Y aunque cubierto, dicen, y manchado
De polvo y de ceniza, a Dios orara  3125
Un día en esta horrible impía forma.
    «¡Dios, que a tu Iglesia vengas, y las tramas
De opresores castigas y tiranos!
¿Habrá de verse siempre, que abismada
De tus hijos la raza así consientas,  3130
Y de un Rey que te insulta, que te ultraja,
La sacrílega mano armando impura,
El perjurio bendigas por su causa,
Y el bárbaro homicidio favorezcas?
Con dureza ¡Gran Dios! desmesurada,  3135
Los rigores nos prueban de tu azote.
Harto ya nos afligen y maltratan.
Contra tus enemigos levantarte
Dígnate ya Señor. Suspende, aparta
De nosotros la muerte y la miseria.  3140
Líbranos de ese Rey, sobre la Francia
En tu montada cólera arrojado,
Y del airado Cielo el furor calma.
Ven, Señor: y ante ti marchando venga
Del Exterminador la horrenda espada.  3145
Ten clemencia ¡mi Dios! Llega: desciende:
Ármate, y tus centellas inflamadas,
A nuestra vista hieran, quemen, hundan
Su sacrílega hueste. Ambos monarcas,
Sus jefes y soldados, expirando,  3150
Caigan cual hojas leves dispersadas
A discreción del viento; y los valientes
Católicos, que lidian por tu causa,
Salvos de tu justicia y tu clemencia
Por el poder inmenso y virtud santa,  3155
De ese ejército infiel sobre los mismos
Cadáveres sangrientos, de alabanza
Eucarísticos himnos te enderecen».
    Cruzando por los aires, escuchaba
Estos impíos ecos, la Discordia.  3160
Recógelos al punto: entre ellos baja
Del Tártaro a los lóbregos imperios,
De donde la maléfica no tarda
En tornar, conduciendo de ellos todos
Al más cruel azote y atroz plaga.  3165
Llega ya: Fanatismo, horrible nombre,
El tirano diabólico se llama.
Hijo desnaturado de la misma
Religión apacible dulce y mansa,
Armado de ella en pro, su ruina intenta,  3170
Y en su piadoso seno ya lograda
Una incauta acogida, al mismo tiempo
Que en sus brazos la estrecha, la desgarra.
    El fue, quien en Rabá, sobre los bordes
Condujo del Arnón, feroz guiaba  3175
Del desgraciado Ammón los descendientes
Cuando a su Dios Moloc, toda bañada
En lágrimas la madre, del hijuelo
Palpitando ofrecía las entrañas.
El de Jephté dictando el duro voto,  3180
Inhumano llevó la fiera daga
De su hija al corazón. Él mismo ha sido
Quien en Aulida abriendo del cruel Calcas
La despiedada boca, por su acento
De Ifigenia la muerte audaz reclama.  3185
Él, allá en lo sombrío de tus selvas,
Habitó largo tiempo ¡o antigua Galia!
De tus patrios aromas ha incensado
De Teutatés la horrible Deidad vana.
Tú quizá, todavía, no olvidaste  3190
Los sacros homicidios que en las aras
De tus indignos Dioses, frecuentaron
Los sanguinarios Druidas. En voz alta,
Del Capitolio augusto allá en la cumbre,
Herid, a los Gentiles les gritaba,  3195
Desgarrad y acabad a esos Cristianos.
Más luego que abjurando las paganas,
Y del Hijo de Dios la ley siguiendo,
De Roma la cerviz le fue postrada,
Del Capitolio hundido ya en cenizas,  3200
A la triunfante Iglesia veloz pasa,
Y su furor frenético inspirando
En las devotas almas que infectara,
Sus índoles, de mártires piadosas
Cambia en perseguidoras y tiranas.  3205
La secta turbulenta formó en Londres47,
Que sobre un Rey imbécil mano armada
Ensangrentar osó; y allá en Lisboa,
No menos que en Madrid, fiero atizaba48
Los solemnes braseros, do anualmente  3210
Sacerdotes serenos arrojaran
En magnífica pompa a los hebreos,
En quienes la firmeza castigaban
De no querer jamás de sus mayores
El culto renegar y fe heredada.  3215
    En sus disfraces, de ornamentos sacros
De ministros del cielo se adornaba,
Revestíase siempre: pero adopta
Del Infierno, esta vez, en la morada
De una noche eternal, la forma nueva  3220
Que a su nuevo delito acomodaba.
La Audacia y Artificio, los disfraces
Con oportuno amaño le preparan.
De Guisa, con el talle, toman luego
Los rasgos, que a aquel héroe más marcaban;  3225
De aquel soberbio Guisa, en quien se viera
Del Estado al tirano, y al monarca
De su propio Señor, que en todos tiempos,
Y aun después de su muerte desastrada,
Poderoso y terrible, de la guerra  3230
A los horrores todos y desgracias
Nuestra Francia inducía, y de los suyos
A ambiciosas empresas arrastraba.
De un casco espantador arman su frente,
Y empuñan en su mano lucia espada  3235
Siempre a la muerte pronta. En su costado
Las mortales heridas también graban,
Con que a aquel jefe un día de facciosos
En la ciudad blesense asesinaran;
Y por tales heridas de la sangre,  3240
Que corría abundosa, la voz agria,
Acusar a Valois aún parecía,
Y reclamar sobre él cruda venganza.
    Tal el lúgubre fue ficto aparato,
Con que entre la amapola, que derrama  3245
El dulce y blando sueño, y en el fondo
Del lóbrego retiro de su estancia,
Vino aquel disfrazado horrible espectro
A traer a Clemente su embajada.
De la fe religiosa el celo falso,  3250
Que una encendida cólera inflamaba,
Con la Superstición, su fiel amiga,
Y la inquieta y maléfica Cábala,
Unidos en su guarda de continuo
A Clemente asistían de su estancia  3255
Velándole al cancel, por el que al punto
Al feroz Fanatismo dan entrada.
Llega; y con voz altiva y majestuosa,
«Dios tus votos acepta y tu demanda:
¿Pero acaso, le dice, ni otro culto,  3260
Ni otro incienso al Señor tu fe consagra,
Que un voto estéril y un perpetuo llanto?
Otras ofrendas más, son necesarias
Al Dios que nuestra Liga ampara y sirve.
Él exige de ti, de ti demanda  3265
Lo mismo que le pides. Si allá un tiempo,
Para salvar Judith su nación cara,
Lágrimas solo a Dios, solo clamores
Consagrado le hubiera, si alarmada
Por el mal de su pueblo, por sus días  3270
Temblado a un tiempo hubiese, las murallas
Abatir de Betulia Judith viera.
He aquí, he aquí, Clemente, las hazañas,
Las sagradas empresas cuyo ejemplo,
Cuyo digno valor y ofrenda grata  3275
Debrías imitar... más ya, ya miro
Que te avergüenzas, si, de la tardanza.
Vuela, pues; y tu mano, con la sangre
Salvando del Ungido nuestra Patria,
Vengue Roma, París, a mí, y al mundo.  3280
Por un asesinato vio segada
Mi vida ese Valois. Vengada quede
Por otro golpe igual su aleve saña.
De asesino el vil nombre no te espante.
En ti será, Clemente, virtud clara,  3285
Lo que en Valois fue crimen. A quien venga
La Iglesia, todo es justo. Entonces nada
De malo tiene y cruel el homicidio.
El Cielo lo autoriza ¡qué! lo manda.
Él por mi voz te intima, que tu brazo  3290
Para dar ha elegido en su venganza
Pronta muerte a Valois ¡Cuánta, Jacobo,
Cuánta tu dicha fuera, tu honra cuanta,
Si en seguida o de un golpe al mismo tiempo,
Al tirano pudieses de la Francia  3295
El Navarro juntar; si de ambos Reyes
Tu Religión y Patria viendo salvas,
Te pudiesen!... más no, no son llegados
Esos tiempos aún. Vida más larga
Disfrutar debe Enrique. El Dios, que impío,  3300
Que insolente persigue, reservada
Al brazo de otro tiene tanta gloria.
Tú, de este Dios celoso, que en mí te habla,
El gran designio cumple, y dél recibe
El don que por mi mano te regala».  3305
    Al decir esto, ostenta y vibrar hace
Una daga brillante aquel fantasma,
Que del Averno en aguas por el odio
Fuera al intento bárbaro templada.
Y el don fatal poniendo de Clemente  3310
En la mano feroz, súbito escapa;
Y en la infernal morada se rehunde.
    Del solitario joven deslumbrada
La gran facilidad, depositario
De intereses del Cielo se juzgaba.  3315
Besa el fatal presente con respeto.
De rodillas hincado, sus plegarias
Del Todo-poderoso el brazo imploran,
Y del terrible monstruo que le hablara,
Guiado del furor, con aire y tono  3320
De santificación, se preparaba
Al pérfido y horrendo regicidio.
    ¡A cuanto error sujeto e ilusión vana
Está del hombre el ánimo! Clemente,
En horas y ocasión tan desdichadas,  3325
De la paz disfrutaba más dichosa.
A su espíritu iluso confortaba
Aquella confianza leda y dulce,
Que de los hombres justos en el alma,
Afirman el candor y la inocencia.  3330
Místicamente grave el furor marcha
Del devoto traidor, bajos los ojos.
Su sacrílego voto al Cielo alzaba.
Su sosegada frente, marcas ciñen
De una austera virtud, y la vil daga  3335
Del parricida atroz cubre el cilicio.
Seguros sus amigos de tan alta
Tan celestial empresa, con mil flores,
Que su celo fanático derrama
Bajo sus pies, de aromas perfumando  3340
El camino cubriendo por do pasa,
A las puertas le guían, llenos todos
De la veneración más pía y santa.
Sus designios bendicen: le reaniman:
Instrúyenle, y por fin, su nombre exaltan  3345
Al número de tantos, como Roma
En sus perpetuos fastos consagrara.
De Francia el vengador, en altas voces,
Con furioso entusiasmo le proclaman;
Y ya con incensarios en las manos,  3350
A invocarle propicio se adelantan.
No transportados tanto ni fervientes,
De la muerte solícitos con ansia,
Los primeros cristianos, que de apoyo
De la fe de sus padres se gloriaban,  3355
Allá en más simples tiempos sus hermanos
Con placer al martirio acompañaran,
Y de fin codiciando tan felice
Las celestes dulzuras, de sus plantas
Las venerables huellas tiernamente  3360
Con mil devotas lágrimas besaban.
El iluso, el fanático más ciego,
Ostentar, brillar hizo, veces varias,
Un carácter igual al del cristiano
Más cándido y sincero. De igual gracia,  3365
De igual valor entrambos pruebas dieron.
Tiene el error sus mártires, sus palmas.
Sus héroes tiene el crimen, y sus glorias.
¡Cuán vanos de los hombres, en las causas
Del falso y veraz celo, son los fallos!  3370
A los más grandes hombres se equiparan
Muchas veces los más facinerosos.
    Cual zahorí Mayenne, que las tramas
Descubría más hondas, de la Liga
El maquinado golpe no ignoraba;  3375
Ignorarlo, no obstante, astuto finge.
Su sagaz artificio, que con maña,
Del crimen horroroso asir el fruto,
Más sin comprometerse meditara,
Cauteloso procede, y con misterio,  3380
Deja a los más facciosos, que en el alma
Del joven furibundo aliento inspiren.
    Mientras que de la Liga una vil banda,
Al traidor regicida, hasta las puertas
De París conduciendo, fomentaba,  3385
Los Dez y seis, a un tiempo deslumbrados,
Con sacrílego esfuerzo proyectaran,
De la empresa fatal sobre el suceso
La suerte consultar ¡vana observancia!
Curiosa allá en su tiempo Catalina,  3390
Audazmente buscó la ciencia insana
De arcanos tan odiosos. Cavilosa,
Aprendiera a sabor, y profundara
Un arte tan ridículo y sombrío,
Tan sobrenatural, y veces tantas,  3395
Tan quimérico, y siempre delincuente.
Todo siguió su ejemplo, y desvariada
La imbécil muchedumbre, de los vicios
De las cortes secuaz ciega y esclava,
Por lo maravilloso loca siempre,  3400
Y de la novedad siempre encantada,
A tan torpes pueriles impiedades,
De tropel neciamente se librara49.
    Entre lóbregas sombras de la noche,
Bajo una oscura bóveda, llevaba  3405
De la mano el Silencio enderezando
A la Asamblea estólida en su marcha.
Allá al pálido y lúgubre reflejo
De una mágica antorcha, una vil ara
Sobre fúnebre tumba se erigiera,  3410
Do con hondo rencor de ambos monarcas
Los majestuosos bustos colocaron,
De su terror objetos y su saña.
Su sacrílega mano, al mismo tiempo,
Sobre el sórdido altar mezclar osara,  3415
A mil hórridos nombres infernales
El sacro del Eterno, y ordenadas
Sobre aquellas paredes tenebrosas,
Pusiéranse también funestas lanzas,
Cuyas agudas puntas remojaron  3420
De sangre en negros vasos; circunstancia
Del sortilegio horrible amenazante.
De este templo ministro se ostentaba
Uno de esos hebreos, que proscritos
Sobre la tierra ya, sin Rey ni Patria,  3425
Ciudadanos del Orbe, de unos mares
A los otros errantes, transportaran
Su profunda miseria por el Mundo,
Y de un cúmulo antiguo de cábalas
Y de supersticiones harto impías,  3430
Ya tiempo largo había, que infestaban,
Del Universo henchían las naciones.
    De tan vil sacerdote colocada
En contorno, y ardiendo en fieras iras,
La junta de Ligados insensata,  3435
Con destemplados gestos y clamores
El torpe sacrificio comenzara.
Su regicida brazo en sangre tiñen,
Y a herir, sobre el altar, de Valois saltan
Veloces y furiosos el costado.  3440
Si con mayor temor, aún con más rabia,
Derriban a sus pies de Enrique el busto;
Creyendo, que a sus furias fiel, volara
A transmitir la muerte a los dos Reyes,
La herida de su afrenta y de su lanza.  3445
    Junta, en tanto, el hebreo a preces pías
De la Iglesia, sacrílegas plegarias,
Y entre la imprecación y la blasfemia,
Invoca de consuno, con insania,
El Infierno, los Cielos, Dios, sus Santos,  3450
Los inmundos Espíritus, que vagan
Y el Universo turban, de las nubes
El rayo, y del Averno al fin las llamas.
    Tal en Gelboé fue un día el sacrificio
Que a infernales Deidades dedicara  3455
La ilusa y furibunda Pitonisa
De rapto en el momento, en que evocaba
Delante un Rey feroz, el simulacro
De Samuel espantoso. Así tronara
De Samaria un tiempo en las alturas,  3460
De Judá contra el pueblo, voz profana
De los falsos profetas. De igual modo,
Del inflexible Ateyo dura saña,
Allá en Roma, y a nombre de sus Dioses,
Maldiciones de Craso echó a las armas.  3465
A mágicos acentos del judío,
Alcanzar temerarios esperaban
Los Dez y seis, del Cielo la respuesta.
Por tal medio forzarle maquinaran,
A que ya de su suerte el velo alzase.  3470
Para castigo el Cielo de su audacia,
Escucharles queriendo, de natura
El orden y las leyes cesar manda;
Y de aquellas profundas mudas cuevas
Un lúgubre murmullo se levanta.  3475
Redoblados relámpagos, del seno
De noche profundísima abortaran
Día horrible y fugaz, que por momentos
Trémulo renacía y expiraba.
En medio de aquel fuego, y de una llama  3480
De deslumbrante gloria, se aparece
A sus ojos Enrique, de la ufana
Victoria sobre un carro. Su serena
Noble frente laureles coronaban,
Y el cetro de los Reyes en su mano  3485
Majestuosa, magnífico brillaba.
Parten de un trueno súbito centellas,
Que el aire encienden, el altar abrasan,
Y envuelto entre mil llamas, cae y se hunde
De la tierra en el seno. Tiemblan, pasman  3490
Los Dez y seis, absortos y perdidos.
Del hebreo de horror se abisma el alma,
Y a esconder huyen todos en tinieblas,
El crimen y terror, que les acaba.
    Aquel trueno, aquel ruido, y aquel fuego,  3495
Con espanto la pérdida anunciaban
De Valois, infalible. Dios, sus días
Del alto de su trono ya contara.
Lejos dél retirando sus auxilios,
Impaciente la muerte, ya esperaba  3500
Su destinada víctima; y el Cielo,
Por perder a Valois, y en su venganza,
Justiciero permite un alto crimen.
Clemente, sin pavor, a su Real marcha:
Llega a su pabellón: pide su audiencia,  3505
Y entre tanto, el hipócrita propala,
Que a aquel lugar por Dios es conducido,
Donde de la diadema soberana
A restaurar venia sacros fueros,
Y a revelar arcanos, que importaban  3510
Altamente a su Rey. Por largo espacio
Se vacila; le observan; se le indaga;
Un funesto misterio se recela
Bajo su hábito oculto. Sin alarma,
Severo examen sufre. Satisface  3515
Con simple calma a todo; finge; engaña;
Cada cual la verdad ve en sus discursos,
Y a los ojos del Rey, al fin, su guardia
Llega ya sin recelo a presentarle.
    Al devoto traidor, no sobresalta  3520
De regia majestad la faz augusta.
A sus pies su rodilla prosternada,
Con tranquilo y humilde continente,
El punto de su golpe atento marca;
Y la diestra mentira, que su labio  3525
Para empresa tan pérfida ensayara,
Esta insidiosa arenga en aquel trance
A Clemente dictó. «Sufrid, así habla,
¡O Gran Rey! que mi voz tímida y débil,
Al poderoso Dios de las batallas,  3530
Por quien los Reyes reinan, se enderece.
Permitid, que ante todo, aquí humillada
Le ensalce el alma mía por los dones,
De que a colmaros va la mano grata
De su excelsa justicia. De enemigos  3535
Entre el número inmenso, que se alzara
Contra vos, generosos y constantes,
Impávidos, Señor, fe grande os guardan
El virtuoso Potier, con quien ligado
El prudente Villroá se conformaba50,  3540
Y Harley, el gran Harley, de cuyo celo
La ardiente intrepidez, la virtud rara,
Fue siempre al pueblo infiel tan formidable.
Todos, del fondo oscuro, en que moraban
De su estrecha prisión entre cadenas,  3545
Los ánimos reúnen: juntan, calman
Todos vuestros vasallos, y confunden
Los de la Liga todos. Miras sabias
De aquel Dios, que, tal vez por humil mano
Llevar se digna al fin empresas altas,  3550
Desdeñando entendidos y potentes,
Hasta el virtuoso Harley guió mi planta;
Y de sus luces lleno, y por un labio
Instruido tan fiel, del celo en alas,
En busca de mi Rey volando llego  3555
A entregaros, Señor, aquesta carta,
Que el presidente Harley a mi leal mano,
Poco ha para vos de fiar acaba».
    A recibirla incauto se apresura
El infeliz Valois, quien por mudanza  3560
Tan rápida, los cielos bendecía.
«¿Cuando podré, le dice, ley, fe tanta
Recompensar, pagar tu buen servicio
De mi justicia a gusto?». A estas palabras,
Los brazos le tendía, en cuyo instante,  3565
Su asesino puñal el monstruo arranca,
Y descargando el golpe, en el costado
Con repentina furia se lo clava.
Sangre arroya; se asombran: corren: gritan:
Mil brazos en un punto se levantan  3570
A castigar del Rey el alevoso,
Quien, sin bajar los ojos, los miraba,
A todos con desden. Del regicidio
Vanaglorioso, y quito con su patria,
De rodillas la muerte aguarda en premio;  3575
Y en la fiel y tranquila seguranza
De ser de Roma y Francia un santo apoyo,
Las puertas del Empíreo ver ya francas
Para acogerle en triunfo, se imagina.
Del martirio a su Dios la ilustre palma  3580
Pidiéndole, al caer, los mismos golpes
De que expira, bendice como gracias.
¡Terrible ceguedad, ilusión fiera,
Digna a un tiempo de lástima y de saña!
De la muerte del Rey menos culpable  3585
Que la turba, tal vez, desaforada
De los sacros Doctores, que enemigos
Tan viles cuanto aleves del monarca,
Por su labio, de máximas funestas
La ponzoña vertiendo sobre el alma  3590
De un iracundo joven solitario,
Dejó su mente débil extraviada.
    Ya al infeliz Valois su final hora
La mortífera herida le cercaba.
Ya anublados sus ojos, solamente  3595
De luz un débil resto divisaban.
De aflicción con suspiros y lamentos,
Sus cortesanos todos le cercaran;
Y aunque en secreto allá por sus designios,
Discordes entre sí, se concertaban  3600
En el lúgubre tono de su llanto;
Y todos, a una voz, ayes exhalan
De dolor, ora falso, ora sincero.
Aquí el uno, a quien dulces esperanzas
De la pronta mejora de destino,  3605
Que un nuevo orden le ofrece, lisonjeaba,
Débilmente en su pecho se afligía
Del peligro mortal de su monarca.
Y allí el otro, que embarga un servil miedo
De arriesgar su interés, solo lloraba  3610
En lugar del monarca, su fortuna.
Entre el rumor confuso de afectadas
O ingenuas erupciones de tal duelo,
¡Vos, Enrique! lloráis; lágrimas sanas
Vertéis del corazón. Vuestro enemigo  3615
Fuera un tiempo, es verdad; más ¿que importaba?
Sensibles corazones, como el vuestro,
En tan horribles puntos de desgracia,
Fácilmente se afectan y enternecen.
No de antiguos agravios se acordaba,  3620
Sino de su amistad el gran Enrique:
Del Héroe generoso las ventajas
En balde con su lástima allí luchan;
Y que un diadema el Rey le traspasaba
Por su muerte, a sí mismo se escondía.  3625
    Por un final esfuerzo, una mirada
De sus lánguidos ya pesados ojos,
Que la muerte a cerrar se apresuraba,
Tiende Valois y clava sobre Enrique;
Y con trémula mano, cuasi helada,  3630
La del Héroe tocando victoriosa,
«Contén lágrimas, dice, pena tanta.
El Universo, amigo, habrá, indignado,
De lamentar la muerte a tu Rey dada.
Tú, combate, ¡Borbón! Véngame, y reina.  3635
Yo muero ¡caro hermano! Entre borrascas,
Sentado ya te dejo sobre escollo,
Que cubierto, aunque altivo, todo se halla
De mis tristes despojos y naufragios.
Ya te espera mi trono. Herencia es clara  3640
De tu sangre, Borbón. Manos le gocen,
Que defendido le han. Nunca olvidada
Dejarás la verdad, de que le cerca
En todo tiempo el rayo. Cuando se alzan
Al trono tus virtudes, a Dios teme,  3645
Que es quien al trono, Enrique, te levanta;
Y del culpable dogma, que aún profesas,
Desengañado, al fin, puedan sus aras
Restablecer tus manos y su culto.
A Dios. Reina felice; y de tu guardia  3650
Ángel más poderoso salvar quiera,
Tus días de otra vil aleve daga.
De la Liga conoces la cruel furia;
Ella el rayo, que a mí de herirme acaba,
Odiosa a nuestro nombre, que algún día  3655
Hasta ti vuele eléctrico, prepara.
Quizá, Enrique, y no tarde, alguna mano
Más injusta, más bárbara, e inhumana...
Virtud tan singular ¡O justo Cielo!
Perdonad, permitid...». A estas palabras,  3660
Sobre su fría frente inexorable
Cae, y su suerte ya fija la Parca.
    De su muerte al estruendo, París todo,
A transportes odiosos se entregara,
De un delincuente júbilo embriagado.  3665
Mil gritos de victoria al aire lanza.
Cesaron los trabajos. De los templos
Las puertas por do quier se observan francas.
Habitantes estólidos, sus frentes
De floridas guirnaldas coronadas,  3670
Al regicidio infame aniversarios
Perpetuos y magníficos consagran.
Borbón, no es ya a sus ojos más que un Héroe
Sin apoyo y poder, por quien estaban
Su ardor solo y su gloria; más ¿podría  3675
Resistir a la Liga ya afirmada,
De la Iglesia al enojo, y sus funestos
Y tremebundos rayos, de la España
Al enemigo auxilio formidable,
Y en fin, del Nuevo-mundo a esa su plata  3680
De mayor poderío y de más fuerza?
Ya guerreros no pocos, que abrigaban
Una infausta política en su pecho,
Más malos ciudadanos, por desgracia,
Que celosos católicos, tapando  3685
De escrúpulos con velo sus privadas
Ambiciosas hipócritas intrigas,
De Enrique el campo dejan, y separan
Del pendón de Calvino sus banderas:
Pero inflamando al resto más honrada  3690
Conciencia y fiel valor, su celo dobla
De sus reyes la justa y noble causa.
Estos a prueba amigos, estos fuertes
Generosos guerreros, que guiara
Ya de muy largo tiempo la Victoria,  3695
Del imperio francés, que vacilaba,
Al legítimo dueño reconocen,
Y el campo todo unido, que probara
La dignidad de Enrique para el cetro,
De Francia, en alta voz, Rey le proclama.  3700
Los Civrís y De Aumonts, bravos caudillos,
Leales caballeros, que acompañan
Los grandes Montmorencis, los Crillones,
Y los Saussis, su fe le dan sagrada
De seguirle del uno al otro polo.  3705
Para el campo más bien que para el aula
Formados sus espíritus, constantes,
A su Dios y su Príncipe fe guardan,
Y al hablar el honor, tras él corrían.
    «Mis amigos, Borbón así les habla,  3710
Vos, los varones sois, cuya fiel mano,
De héroes cien de mi sangre, a mi sien ata
La heredada corona. Eso de Pares,
Esa celeste Ampolla, y esa sacra
Regia inauguración, pompas del trono,  3715
No los derechos son. Sobre una adarga
Vuestros reyes se vieron primitivos,
De vuestros nobles padres la fe santa
Recibir de los pleitos homenajes.
De la Victoria el campo, sea el ara,  3720
Do vuestras justas y triunfantes manos,
A las naciones den dignos monarcas».
    Esto dijo: y bien presto se apresura
El trono a merecer, y fe jurada
Por tan bravos e ilustres campeones,  3725
A su frente marchando a las batallas.

 
 
FIN DEL CANTO V
 
 



ArribaAbajo

Canto VI


Después de la muerte de Enrique III los estados de la Liga se juntan en París para elegir Rey. Mientras ellos se ocupan en deliberaciones, Enrique IV da un asalto a la ciudad. Disuélvese la Asamblea de los estados. Sus miembros van a combatir sobre la muralla. Descripción de este combate. Aparición de S. Luis a Enrique IV.


Sacro y antiguo fuero es en la Francia,
Que siempre que la muerte sobre el trono
Inexorable extienda su guadaña,
Y de la augusta sangre de sus Reyes,  3730
Tan preciosa a los pueblos y tan cara,
En su postrer canal llegue a mirarse
Agotada la fuente, en sus ancianas
Primitivas franquezas y derechos
La Nación quede al punto reintegrada,  3735
Pueda un jefe elegir, mudar sus leyes.
Órganos los estados de la patria,
Nombran entonces Rey, y libre dejan
Tal vez su potestad o limitada.
Así de nuestros padres, allá un día,  3740
Soberanos decretos, a la plaza
De Carlomagno regia, remontaron
De los Capetos la reinante rama.
En su ciego delirio la audaz Liga,
Inquieta osó llamar y temeraria,  3745
De estos patrios estados a congreso,
Derechos entendiendo que alcanzara,
Por un abominable asesinato,
De elegirse su Rey, variar su raza,
Y el Estado cambiar. De esta manera,  3750
Excluir a Borbón más bien pensaba
De un trono imaginario al fuerte abrigo,
Y entretener mejor así engañada
La estolidez del vulgo. Presumía,
Que los designios todos de sus tramas  3755
Conciliaría un Rey, y que sus fueros
Una sanción más sólida lograran
Bajo tan sacro nombre, siendo mucho,
Por más que injusta fuera y tumultaria,
Que de un Rey la elección hecha quedase;  3760
Pues fuese al fin quien fuese, suspiraba
Por un dueño el Francés, y un Rey quería.
    Del famoso congreso a la asonada,
Con estrépito acuden velozmente
Todos aquellos jefes, que obstinara  3765
Y un loco y fiero orgullo conducía.
Los Nemours y Lorenas, de la España
Con el embajador, de Roma el nuncio,
Y un furibundo clero, al Louvre marchan,
Con su nueva elección, de nuestros reyes  3770
Los manes a insultar. El lujo, infausta
Producción de las públicas miserias,
La asamblea tiránica prepara
Con ruidoso esplendor. No aparecían
Allí los grandes príncipes. No estaban  3775
Los señores en ella más notables,
Que del sublime estado y sangre clara
De nuestros rancios pares, majestuosos
Potentes sucesores, del monarca
Sentados a la par y en otros tiempos  3780
Del Reino natos jueces, de tan alta
Dignidad y poder, ya caducado,
Aun rastros y reliquias blasonaban.
De nuestros respetables parlamentos
Los sabios diputados allí faltan,  3785
Que nuestras ya harto febles Libertades,
Con valor defendiesen y constancia.
De las Lises allí ya el aparato,
La insignia no se ve tan ordinaria.
De un extranjero fausto todo absorto  3790
Se mira al Louvre ya. De honor preparan
Al legado de Roma cierta silla.
Cerca dél a Mayenne se levanta
Magnífico dosel. Bajo él, con pasmo,
Grabadas lee el concurso estas palabras.  3795
«Príncipes que juzgáis sobre la tierra,
Cuya culpable mano, con audacia
Emprendiéndolo todo, nada ahorra,
De Valois en la muerte desastrada
A reinar aprended a lo adelante».  3800
    Ya se juntan al fin; ya entre cábalas
Con infernales gritos, bandos varios,
Retumbar del congreso hacen la estancia:
Ya del error la venda ciega a todos;
Y ya cierto ambicioso, de las gracias  3805
De Roma esclavo vil, a su legado
Lisonjas dirigiéndole, declama;
Que llegado era el tiempo, en que las lises
Rastrasen con terror bajo la tiara.
Que en París al instante se erigiese  3810
El tribunal sangriento, cuya planta,
Invención era digna y monumento
Del poder monacal; que allá aceptara
El Español, y él mismo ya detesta;
Que las aras vengando, las ultraja;  3815
Que de sangre cubierto, y circundado
De tormentos, de afrentas y de llamas,
Quema, infama y degüella a los mortales51
Con los sagrados filos de su espada;
Como si aún tocásemos la horrible  3820
La deplorable edad, en que adoraba
Unos Dioses la tierra inexorables,
Y a quienes sacerdotes de inhumanas
Imposturas autores aún más fieros,
De aplacar tantas veces se jactaban  3825
Con la inocente sangre de los hombres.
    De la España también, otra vil alma,
Por el oro comprada y corrompida,
Con avaricia pérfida, su patria
Al Íbero vender y entregar quiere,  3830
A aquel Íbero mismo, a quien odiaba.
    Más ya de un poderoso y fuerte bando
Unánimes sufragios, en voz alta,
De nuestros viejos reyes sobre el trono,
Al caudillo Mayenne colocara.  3835
Solo un sacro dictado y un carácter,
Un título tan solo le faltaba
A su vasto poder. De osados votos
Orgullosas y altivas esperanzas,
En el profundo arcano de su pecho  3840
A placer se nutrieran, se cebaran,
Y en el supremo honor tan peligroso
Del gran nombre de Rey, se saboreaban.
A tal resolución, súbitamente
Levántase Potier, y la palabra52  3845
Para hablar al congreso grave pide.
La rígida virtud, sola formaba
Su terrible elocuencia. En unos días
Del crimen tan infectos, se admirara
Siempre justo a Potier, siempre por tanto  3850
Respetado y temido. Veces varias,
Con varonil constancia la licencia
Reprimir se le viera de su saña;
Y sobre ellos intacta conservando
Su antigua autoridad, mostrar lograra  3855
Su error impunemente y su injusticia.
Al levantar su voz, murmullos se alzan:
Apresúranse a oírle; le rodean;
Y al silencio, escuchándole su plaza
Cede el motín ruidoso. Así en la nave  3860
Que agitaron las olas, acallada
Del marinero ya la gritería,
Que los aires hiriendo horrorizaba,
Sólo el corte se siente de la proa,
Que espumante, y en próspera bonanza,  3865
Un mar surca calmoso y obediente;
Así Potier, dictando leyes sabias,
Como un justo entre el pueblo aparecía,
Y a su voz el tumulto mudo estaba.
    «Vos destináis, les dice, el de Mayenne  3870
Al puesto soberano. Vuestra falta
Reconozco y la escuso a un tiempo mismo.
Virtudes en Mayenne así resaltan,
Que nunca por demás serán queridas.
Yo propio le eligiera, si juzgara  3875
Que elegirle podía; más nosotros
Ley tenemos; debemos observarla;
Y ese héroe tan insigne, si el imperio
Pretende, de él indigno se declara».
    Con todo el aparato, en este punto,  3880
Y la brillante corte de un monarca,
Entra Mayenne ya. Potier le mira
Sin leve inmutación. «Sí; la palabra
En tono del valor más noble lleno,
Vuelve a tomar, «Sí, príncipe. No osara  3885
Dirigiros mi voz contra vos propio,
En nuestro pro común y de la patria,
Si menos para ello os estimase.
En vano antiguos fueros se proclaman
Para elegir hoy Rey. Restan Borbones  3890
Que el trono ocupar deban de la Francia.
Nacer os hizo Dios harto bien cerca
Del augusto lugar de su real rama,
Sólo para con gloria sostenerle,
Y no para usurparle con infamia.  3895
Desde el sombrío seno de los muertos,
Ya ¡esclarecido príncipe! ya nada
Que reclamar le queda al grande Guisa.
Sangre, que ya corrió de su monarca,
Muy bien a sus cenizas bastar debe.  3900
Si el murió por un crimen, bien vengada
Su muerte lo fue ya por otro crimen.
Tomad con el Estado la mudanza,
Que al Cielo plugo dar. Tan justo enojo
Fine ya con Valois y su desgracia,  3905
Puesto que por Borbón no fue la sangre
De Guisa vuestro hermano derramada.
El Cielo, el justo Cielo, que oficioso
Tanto os honra a los dos, tanto os halaga,
Para haceros eternos enemigos  3910
Os dio a entrambos virtudes demasiadas;
Mas yo el murmullo escucho; sonar oigo
De ese pueblo los gritos, que propalan
De hereje y de relapso horribles motes.
De nuestros sacerdotes transportada  3915
Observo la piedad. Su falso celo
Viendo estoy, que empuñando mortal daga...
Deteneos, y oídme ¡Desgraciados!
¿Cuál es la ley, ejemplo, o infernal rabia,
Que vuestros homenajes al Ungido  3920
Del Señor, así estorba y arrebata?
¡Qué! ¿De San Luis el hijo, por ventura,
A sus votos perjuro, se propasa
A hundir o desquiciar los fundamentos,
Do nuestro eterno altar se apoya y alza?  3925
¿Al pie no pide dél, que se le instruya?
Él las leyes sanciona, observa y ama,
Cuyo imperio insultáis vosotros mismos.
Él, sabe entre las sectas más contrarias
Las virtudes honrar. Él, vuestro culto  3930
Igualmente respeta, y aun las faltas,
Y aun los abusos vuestros, al Dios vivo,
Cuyos ojos del hombre el fondo calan,
El divino poder y los derechos,
Que vuestro error se arroga o vuestra audacia  3935
De juzgar las conciencias, reservando.
De regiros cual Padre y cual Rey trata;
Y aun cual mejor cristiano que vosotros,
A perdonaros viene. Todo se halla
En libertad con él ¿Y él solamente  3940
Ser libre no podría? ¿Qué ordenanza,
Qué ley pudo, o qué fuero constituiros
De vuestro Rey jueces? ¡Turba airada
De pastores infieles! ¡Sediciosos
Indignos ciudadanos! cuán lejana  3945
Se ve vuestra conducta, cuán ninguna
Vuestra conformidad y semejanza,
De la edad primitiva a los cristianos,
Que en medio del desprecio, con que odiaban
De yeso y de metal ficticios dioses,  3950
Sin murmurar jamás, en paz llevaran
De príncipes idólatras el yugo;
Con sufrimiento heroico y constancia,
Sin quejarse jamás ruidosamente,
Entre horribles suplicios dan el alma;  3955
Y de heridas y sangre llenos todos,
A sus mismos verdugos perdonaban,
Los atroces martirios bendecían!
Estos, a Cristo solos imitaran:
Verdaderos secuaces eran suyos:  3960
Mi razón, estos solos, otros no halla.
Ellos morir solían por sus reyes,
Y vosotros, ¡Franceses! con insania
Asesináis los vuestros. Si al Dios justo,
Cuyo implacable celo tanto exalta  3965
Vuestra imaginación, place el castigo,
La sangrienta venganza tanto agrada,
Sois, en primer lugar, sí, sois vosotros
¡Bárbaros! de quien tiene que tomarla».
    Nadie a un discurso osó tan arrojado  3970
Dirigir su respuesta. Se quedaran
Al escucharlo todos confundidos.
Heridas reconocen sus entrañas
De los dardos, que en él, tan libremente
El ardiente orador les asestara,  3975
Fuertes en demasía y penetrantes.
Resistían en balde, desechaban
En vano de su pecho, ardiendo en iras,
El interno terror con que amilana
La verdad al malvado; y el despecho  3980
Revolvían y el miedo, y agitaban
Su oculto pensamiento, cuando al Cielo,
Mil voces de repente remontadas,
Resonar hacen ya por todas partes,
Entre un confuso ruido estas palabras.  3985
«Al arma compañeros, sino somos
Perdidos sin remedio, al arma; al arma».
    Ya del alzado polvo espesas nubes,
Del sol la clara luz turban y empañan.
De alarmantes clarines y tambores  3990
El estruendo marcial, de horror llenaba,
Cual precursor acento de la muerte;
No de distinto modo, que escapadas
De las cuevas del Norte por la tierra,
Precedidas de vientos en su marcha,  3995
Y del trueno seguidas, de los aires
El espacio oscurando entre las masas
De polvo en torbellinos, con violencia
Levantadas del suelo en que posaban,
Las fuertes impetuosas tempestades,  4000
De el Universo corren por las plagas.
    Era el terrible ejército de Enrique,
Que ya de una inacción sobrado blanda
Desairado creyéndose, y ardiendo
De fresca sangre en sed, se aproximaba;  4005
Su espantosa algazara y alaridos,
Hacía percibir a una distancia;
E inundando los campos, a los muros
Del rebelde París se encaminaba.
    No empleara Borbón unos momentos  4010
De crisis tan salubre, en ordinarias
De su finado Rey fúnebres honras;
Ni en cuidar, que su tumba fuese ornada
De inscripciones brillantes, que a los muertos,
De los fieros vivientes miras vanas  4015
De distinción y orgullo, comúnmente,
De su raza a cadáveres consagran.
Sus aguerridas manos, las riberas
No cargaran del Sena desoladas
De altivos mausoleos, do del hado,  4020
Y del tiempo a pesar de cuanto arrasa
La devoraz injuria, del olvido,
Y de la atroz guadaña de la parca,
De los Grandes fantásticos del mundo
La vanidad frenética triunfaba.  4025
Él solo, por su parte, a Valois piensa,
En el lóbrego seno de su estancia,
Más dignos de su sombra enviar tributos;
Vencer sus enemigos en campaña;
Castigar sus aleves asesinos;  4030
Y hacer feliz su pueblo, ya domada
De su audaz rebeldía la fiereza.
    Al rumor no esperado que sonara
De los rudos asaltos, que de Enrique
La sitiadora hueste amenazaba,  4035
De los Estados juntos, confundido,
Disuélvese el congreso y se separa.
Mayenne al mismo tiempo, a lo más alto
Corre activo y veloz de la muralla.
El soldado, alarmándose, reunido  4040
A sus pendones vuela, y en voz alta,
Con indigno ademán, al Héroe ilustre,
Que a París va avanzándose, insultaba.
Todo a punto está ya para el asalto.
Todo ya a la defensa pronto se halla.  4045
    No era de turbación en aquel tiempo,
Nuestro París, lo mismo, que así encanta
Al dichoso francés en nuestros días.
Cien fuertes, que el furor y el miedo alzaran,
En menos anchuroso y largo espacio  4050
Su recinto interior circunvalaban.
Aquellos en el día tan soberbios
Pomposos arrabales, cuya entrada,
Cuya salida el mundo entero hoy goza
A todas horas libre, a todas franca  4055
De la paz por la mano, y que avenidas
De una ciudad inmensa son ufanas,
Do allá a perderse van entre las nubes
Mil dorados palacios, no formaban
Más que pobres aldeas y abatidas,  4060
Que de sombríos muros circundadas,
De París dividían anchos fosos.
De Levante hacia el lado, al punto avanza
Hasta el muro Borbón. Se acerca: llega:
La muerte le precede. Ya entre llamas  4065
Por el aire silbando vuela el hierro
Del altivo bastión de la muralla
Y de la brava mano sitiadora;
Y las encaramadas torres altas,
Los fuertes, que amenazan riesgos tantos,  4070
Y los trabajos y obras que los vallan,
De tan recia borrasca bajo el golpe
Desplomándose todos, se aterraban.
Enteros batallones, derrotados
Tendidos se ven ya por la campaña,  4075
Y aquí y allí dispersos, horrorizan
Lejos de ellos sus miembros, sus entrañas.
En polvo reducido cae al punto
Todo cuanto a tocar el hierro alcanza,
Y cada hueste lidia con el rayo.  4080
    Con menos arte, un tiempo, en las batallas,
Los míseros mortales combatiendo,
A su violenta muerte caminaran.
Con menor aparato, antiguamente,
El soldado al degüello se arrojaba.  4085
El acero en la mano, era instrumento
A su valor bastante, y a su saña;
Más de la cruel industria de sus hijos
Refinados esfuerzos, arrebatan
De las altas esferas celestiales  4090
Fulminadores truenos, que abrasaran,
Y con horrendo estrépito se oyeron
Las bombas reventar, que tanto espantan;
Abominables furias, que de Flandes
Las fieras turbaciones abortaran.  4095
De bronce en duros globos inflamado,
Por el aire el salitre se dilata;
Vuela rápidamente; se alza, y cae
Con la misma prisión que le encerraba;
Rómpela con estruendo, y de su fondo,  4100
Con rábido furor la muerte escapa.
    Aún con arte mayor y más barbarie,
Allá en profundas cuevas sepultada,
Sabídose ha oprimir la infernal furia
De subterráneos rayos, cuya saña  4105
Pronta a inflamarse yace. So un camino
De aspecto engañador, do a la matanza
Volando ya el soldado, a sus esfuerzos
Librárase valiente, se reparan
En un instante abiertos mil abismos.  4110
Por los aires de azufre se derraman
Denegridos torrentes. Batallones,
Que en masa un bravo ardor adelantara,
De la explosión al golpe sorprendidos,
Estos nuevos Vesubios despedazan,  4115
Volar hacen en trozos por los aires,
O por bocas del suelo enteros tragan;
Tan horroroso y grande era el peligro,
Que al intrépido Enrique amenazara.
Tanto y tan inminente el riesgo fuera,  4120
Que arrostrar a su espíritu agradaba.
Por medio de ellos todos, de avanzarse
Hasta su digno trono, ardía en ansias.
Tal tempestad, tras él, bravos desdeñan
Sus guerreros, que entre ella, no se pasman,  4125
Cuando bajo sus pies se abre el infierno,
Y sobre su cabeza el rayo amaga.
La Gloria a par del Rey, ante sus ojos
Volando va con él. En ella clavan
Sus soldados la vista, y por sus sendas  4130
Trepando de ella en pos, con firme planta
Por los riesgos caminan sin espanto.
    De este raudo torrente, que avanzaba,
Entre furiosas ondas, por su parte,
Con un tranquilo paso y grave calma,  4135
Impávido no menos que sereno,
El prudente Morné también se avanza.
Al miedo y al furor inaccesible,
Del cañón al estruendo y la descarga
Constantemente sordo, y en el seno  4140
Conservando del fuego fresca el alma,
Con ojos mira estoicos la guerra,
Como funesto azote, como plaga
Del Cielo, necesaria, aunque espantosa.
A do el honor le guía, en tono marcha  4145
De filósofo siempre; y si condena
El sanguinario ardor de las batallas,
A su príncipe llora, y fiel le sigue.
    Al terrible camino por fin bajan,
Que de sangre un glacis todo regado,  4150
Insuperable hacía. Aquí es do exalta
Su denodado esfuerzo el gran peligro.
De fajina y cadáveres se allana
La vasta cavidad del hondo foso.
De muertos y de heridos, que arrastraban,  4155
Los montones hollando, parten, corren,
Precipitadamente se abalanzan,
Y a la brecha se arrojan. Solo armado
De un acero sangriento, y de una adarga
Cubierto, al frente va, la brecha monta  4160
El primero Borbón. Monta; y largada
A los vientos, sobre ella ya flotando,
Su victorioso brazo enarbolara
La triunfante bandera de las Lises.
Quedan delante dél de pasmo heladas  4165
Las huestes de la Liga, a entender dando,
Que en su persona a un tiempo respetaban
Su Vencedor y Rey. Ellas ya ceden;
Más Mayenne al instante lo embaraza,
Y su ardor animando con su ejemplo,  4170
Nuevamente a los crímenes las llama.
Sus fuertes y cerrados batallones,
Por do quiera avanzándose, apretaban
Al Rey, cuyas miradas, poco había,
Que arrostrar no pudieran cara a cara.  4175
Sobre el muro, a su lado, la Discordia,
A la lid excitando encarnizada,
De la caliente sangre en los raudales,
Por ella ya vertidos, se bañaba.
De los funestos muros combatiendo  4180
Más a gusto el soldado, apunta, y lanza
De más cerca más cierto y mortal golpe.
Desde entonces no juegan, ya no estallan
Los truenos no se escuchan de la guerra,
Cuyas bocas de bronce, las campañas,  4185
De la tierra, los pueblos, tantas veces
Por ellos aturdidos, consternaban.
Un feroz trabadísimo silencio,
Hijo del cruel furor, allí reemplaza
De una manera horrible su estampido;  4190
Y con ojos de fuego ardiendo en brasas,
Y un brazo decidido a todo trance,
Por entre el enemigo abrirse alcanza
Cada bravo una senda. Por contrarios
Esfuerzos de ambas partes, la muralla,  4195
De la muerte teatro, y de la sangre
De unos y otros guerreros barnizada,
Ya se gana, se pierde y se recobra.
En su mano fatal trémula y varia,
Cercano de las Lises, de Lorena,  4200
La Victoria el pendón aún tremolaba.
Por todos puntos ya los asaltantes,
Rechazados y rotos se notaran.
Cien veces vencedores, y cien otras
Vencidos, a un gran piélago imitaban,  4205
De fuerte tempestad cuando impelido,
Que la playa hasta donde su ola avanza,
En un instante inunda en otro huye.
    Jamás tan grande el Rey se demostrara
Ni su ilustre rival, como en el día  4210
De tan feroz asalto. De la vasta
Mortandad y la sangre repasando
Uno y otro por medio, de su saña,
De su valor y espíritu cual dueños,
Disponían, obraban, ordenaban,  4215
Miraban todo a un tiempo, y conducían
Con una sola ojeada, de sus masas
Los rápidos y horribles movimientos.
    La formidable, en tanto, hermosa y brava
Flor de las anglas huestes auxiliares,  4220
Por Essex al asalto acaudilladas,
Bajo nuestros pendones, a este tiempo,
Por la primera vez se adelantaba,
De servir en la Francia a nuestros reyes,
Al parecer confusa y admirada.  4225
Ellas a sostener fieras venían
El honor y la gloria de su patria,
De luchar y morir haciendo alarde,
Sobre los mismos muros y campañas,
En que ufanos el Sena a sus abuelos  4230
Viera un tiempo reinar. La brecha ataca
Por el punto, de Essex, en que apostado
El intrépido Aumale la guardaba.
Ambos rivales, jóvenes brillantes,
A porfía compiten, y se igualan  4235
En el marcial ardor de que están llenos;
Así allá combatiendo nos pintaran
En los muros de Troya semidioses.
A los dos, de tropel, auxilio daban
En contorno sangrientos sus amigos.  4240
Galos, Lorenos, Anglos, que tamañas
Ira y bravura a un tiempo allí reuniera,
Combatían, herían, avanzaban,
Y morían matando todos juntos.
    ¡Ángel, que su furor y brazo guiabas!  4245
¡Sacro Exterminador, que fuiste siempre
De estos trances el árbitro y el alma!
¿De qué héroe, al fin, tomaste la querella?
¿A favor de cuál de ellos, dí, más grata
Del Cielo la balanza se ha inclinado?  4250
Sitiados y sitiantes de igual saña,
Borbón, Mayenne, Essex, y el rival suyo,
Hacen en igual tiempo igual matanza.
El partido más justo, finalmente,
Victorioso consigue la ventaja.  4255
Triunfa al cabo Borbón rompiendo paso.
Ya más no le resisten fatigadas
De la Liga las tropas, que aturdidas,
Ceden, y le abandonan la muralla.
    Así como caer se ve un torrente  4260
Del Pirineo allá de cimas altas,
Que del valle en la hondura, amenazando
Las ninfas extravía consternadas,
Y encontrando en su curso fuertes diques,
Que al furor de sus olas levantaran,  4265
El impetuoso choque un tanto enfrenan;
Pero bien prontamente ya arrasadas
Sus débiles barreras, más pujante,
Ante sí y a muy lejos, lleva, arrastra
El estruendo, la muerte, y el espanto;  4270
De raíz, al pasar, violento arranca
Las encinas altivas y orgullosas,
Que cien recios inviernos desafiaran
A los cielos tocando, y desprendiendo
Del pendiente breñar de la montaña  4275
Enormísimas peñas, los rebaños
Fugitivos persigue en las campañas;
Así, Borbón, del alto de los muros,
Que humeando aun se apoderara,
A paso y con furor precipitado,  4280
Al campo de batalla se abalanza,
Y con segur cayendo fulminante
Sobre aquellos rebeldes, los segaba
Cual la colmada mies siega el colono.
Los Dez y seis, temblando a justas sañas  4285
Del brazo vengador, ya por el miedo
Dispersados y atónitos, se escapan.
    Manda, por fin, Mayenne, que las puertas
Al triunfador Borbón al punto se abran.
Entra el Héroe en París con sus cohortes.  4290
El hacha en una mano, en otra el arma,
Vuelan los vencedores, y de sangre
Por tintos arrabales se derraman.
Del soldado sin freno la bravura,
Tornándose en brutal y feroz rabia,  4295
Todo lo lleva a saco, sangre y fuego.
Enrique no lo ve. Raudos picaban
Sus ímpetus la fuga, a que, a sus ojos,
Con sobrada vergüenza se entregara
El deshecho enemigo. Le transporta  4300
Su valor, y su gloria le inflamaba.
Salta los arrabales; y a la puerta
Avanzándose airado, «¡Camaradas!
Acá con esa llama y ese hierro.
Venid, volad, montad esa muralla,  4305
Que orgullosa y tenaz aún nos resiste».
Estas voces apenas pronunciadas,
A los ojos de Enrique se presenta,
Del fondo de una nube remontada,
Un fúlgido fantasma, cuyo talle,  4310
Cual majestuoso dueño, que comanda
A todos los soberbios elementos,
En las alas del viento se acercaba
Bajando hacia Borbón. Vivas centellas
De la divinidad, su frente ornaban  4315
De una inmortal belleza. De ternura
Sus ojos y de horror llenos resaltan.
«Detente, al punto exclama, demasiado
Infeliz vencedor ¿tú la morada,
Tú la inmortal herencia de cien reyes  4320
Tus augustos mayores, a las llamas,
Al pillaje y la muerte entregar osas,
Tus tesoros, mis templos, y la patria;
Degollar tus vasallos; y sus vidas
Por parricidas manos agotadas,  4325
Reinar sobre cadáveres y escombros?
Detente, le repite». A estas palabras,
Aún más que el trueno fuertes, cae en tierra,
Y aturdido el soldado el botín larga.
De aquel ardor Enrique todo lleno,  4330
Con que la lid su pecho aún agitaba,
A un proceloso mar se parecía,
Que murmurando ruge aun cuando calma.
¡O fatal morador, dice, de un mundo,
Que del hombre a la vista se recata!  4335
Declárame, si quieres, te suplico,
Lo que a anunciarme viene tu embajada
En mansión tan sangrienta y horrorosa».
De una suave, entonces, dulce gracia,
Estos llenos acentos, ha escuchado.  4340
Yo soy el Rey feliz, a quien en aras
Cultos la Francia rinde. Soy el Padre
De los Borbones, tuyo, y de tu causa
El justo protector; el Luis, que un tiempo
Combatió como tú; cuya fe santa  4345
Tu dócil corazón con desdén mira;
Aquel Luis, en fin, que tanto te ama,
Y con lástima admira. Vendrá el hora
En que a ese trono, Enrique, de la Francia,
De Dios mismo la mano te remonte.  4350
En París, vencedor, harás tu entrada,
Aunque de tu clemencia en digno premio,
No dél de tu valor y tus hazañas.
Dios mismo es, hijo caro, si, Dios mismo
Es quien de esto te instruye, y quien me manda».  4355
De gozo a tales voces, aquí el héroe
Tiernas y dulces lágrimas derrama.
Extinguido ya el fuego de su enojo
Deja en su corazón una paz santa.
Suspira, exclama, adora de rodillas,  4360
Y de un horror divino absorta el alma,
A la sagrada sombra gratos brazos
Tres veces con afán ardiente alarga,
Y tres veces su padre se le huye,
Y le burla, cual nube, que arrebata  4365
La impetuosa violencia de los vientos.
    De la altura, entre tanto, descollada
Del formidable muro, en armas puesta
Aquella inmensidad confusa y vasta
De un pueblo alborotado y de una Liga  4370
En que las clases todas se mezclaran
De jefes, ciudadanos y soldados,
Franceses y extranjeros, granizaba
Contra el Rey, animosa, hierro y fuego.
La virtud del Altísimo, brillaba  4375
Derredor de su frente, y de los dardos,
Que contra él de intento se arrojaran,
La tempestad desvía. El riesgo entonces
Llegó Enrique a probar, en que bajara
De los Borbones a salvarle el Padre.  4380
A París y sus pueblos contemplaba
Con tan tranquilos ojos como mustios.
«¡Franceses, exclamó, ¡ciudad infausta,
Ciudadanos ilusos e infelices,
Pueblo feble y sin fe! ¿cuando acabadas  4385
Esa audacia serán y loco empeño,
De combatir así vuestro Monarca?».
    A la manera, entonces, que el gran astro
De las luces autor, ya completada
Su abrasante carrera, con un fuego  4390
Lucir se ve más dulce, allá a la raya,
Del remoto Occidente, do más grande
A los ojos parece, que se escapa
Lejos ya de nosotros; así lejos
También ya de París y sus murallas,  4395
El Héroe se retira, el alma llena
Del Rey santo y del Dios, que le enviaba.
Hacia Vincenes marcha, en que allá un día,
Justas leyes al Pueblo pronunciara,
De una encina, el Gran Luis, al pie sentado.  4400
¡Cuanta fue, desde entonces, tu mudanza,
O Vincenes, paraje amable un tiempo!
Tú, no eres hoy ya más, que abominada
Negra prisión de Estado, viejo fuerte53,
De despecho lugar, do veces tantas,  4405
A despeñarse vienen y sumirse,
De cumbres del poder y la privanza,
Arrogantes ministros y magnates,
Que allá un día lucieran y tronaban
Sobre nuestras cabezas, y viviendo  4410
De la corte entre escollos y borrascas,
Por un hado inconstante, de opresores
A oprimidos pasar se les miraba,
Y a humillados no menos de soberbios,
Siendo el horror del pueblo veces varias,  4415
Y otras, siendo su amor. Del Occidente,
Do se forman las sombras, ya se avanza
A desplegar la noche el negro manto
Sobre el triste París, y así recata
Al mísero mortal, en tan sangrienta  4420
Horrorosa mansión, fieras batallas,
Y tendidos cadáveres, que ha visto
La luz de un día fúnebre turbada.

 
 
FIN DEL CANTO VI
 
 



ArribaAbajo

Canto VII


San Luis transporta a Enrique IV en espíritu al cielo y a los infiernos. Le hace ver allí el palacio de los destinos, su posteridad, y los grandes hombres que debía producir la Francia.


Del divino Hacedor la providencia,
Con piedad infinita, a males tantos,  4425
Como esta vida amargan lastimera,
Por aplicar consuelos que la alienten,
Dejarnos, generosa, quiso en ella
Dos benéficos seres, para siempre
Amables habitantes de la tierra,  4430
Que fuesen nuestro alivio en las fatigas,
Y tesoro insondable en la indigencia.
El blando Sueño es uno. La Esperanza
Consoladora es otro. Cuando llegan
A probar los mortales, de su cuerpo  4435
Lánguido y abatido la flaqueza;
Luego que ya sus órganos rendidos,
Sin tono sus resortes y sin fuerza,
Desfallecer se sienten, con la calma
Más saludable, entonces, y serena,  4440
De su naturaleza acude el uno,
Al socorro feliz, que la recrea,
Consigo al mismo tiempo, un grato olvido
Llevándole de cuitas que la aquejan.
Nuestros deseos siempre, el otro, inflama.  4445
Del hombre el corazón siempre alimenta;
Y aun cuando nos engaña, con placeres
Nos brinda verdaderos y sustenta;
Sin que al mortal querido, a quien el Cielo
Propicio se lo envía, jamás pueda  4450
Inspirar falsos gozos. De Dios nuncio,
Su apoyo entonces trae y sus promesas,
Y es tan puro e infalible como él mismo.
    Requiérelos Luis. De Enrique cerca
Al uno y otro llama. «Venid, dice,  4455
A mi hijo acostaos, fiel pareja»;
Y el apacible Sueño, que le escucha
De la secreta hondura de sus cuevas,
A las frescas umbrías blandamente
Su paso enderezando, a Enrique encuentra,  4460
Y del viento, a su vista, calla el silbo,
Y el inquieto murmullo se sosiega.
Los fortunados Sueños, hijos caros
De la Esperanza, en torno revolean
Del durmiente, y al Héroe en fin cubriendo  4465
Con su amapola, oliva y laurel mezclan.
    Su diadema, Luis, tomando entonces,
Del Vencedor, él mismo, en la cabeza
Colócala, y le dice. «Reina, triunfa,
Y sé en todo hijo mío. Ya en ti resta  4470
Cifrada únicamente la esperanza
De mi linaje todo: pero piensa
Que el trono no es, Borbón, no es lo bastante.
De los presentes todos, de la herencia
De Luis, lo más leve, no lo dudes,  4475
Lo menos importante, es su diadema.
Es un laurel amargo y marchitable,
Una gloria es, Enrique, muy pequeña,
La de Conquistador, de Rey, y de Héroe.
A no alumbrarte el Cielo, nada hubiera  4480
Hecho aún en pro tuyo. Esos honores,
Esa mundana pompa, todo queda
En un estéril bien, que frágil premio
A virtudes humanas sólo prestan.
Brillo arriesgado son, que pasa y huye  4485
A par de la inquietud, su compañera,
Y que presto, por fin, la muerte acaba.
Otras glorias, Borbón, más duraderas,
Otro imperio más sólido y estable,
Más para tu instrucción, que recompensa,  4490
A descubrirte voy en este día.
Ven: obedece, y sígueme por sendas,
Que nuevas te serán. Al alto seno
De la Divinidad conmigo vuela
Y llena, hijo dilecto, tus destinos».  4495
    Así dice: y con rápida presteza,
En un carro, uno y otro, luminoso,
Los campos de los aires atraviesan;
No de distinto modo, que en la noche,
Del un polo hasta el otro de la tierra,  4500
Correr se ven relámpagos y rayos,
Que la atmósfera hienden; y a manera,
Que muy lejos allá de su alta cima,
Admirada y confusa vio esta esfera,
Como ardorosa nube arrebataba  4505
De Eliseo a los ojos, la presencia
Del Señor, elevándole en carroza
De fuego celestial en llama envuelta.
    En el brillante centro de ese espacio,
Do en la noche la vista absorta observa  4510
Esos etéreos globos, que matizan
Del cielo, con su luz, la región bella,
Globos, que ya ocultarnos no han podido
Su curso y sus distancias, la lumbrera
Luce mayor del día, que la mano  4515
Encendió de Dios propio, y de sí mesma
Sobre su eje inflamado en torno rota.
Sin fin de luz torrentes parten de ella,
Y color: al mostrarse, aliento y vida
Derrama en la común naturaleza.  4520
Los días y estaciones de los años,
A los diversos mundos, que le cercan,
Flotando en su contorno, distribuye.
Sujetos estos astros a las reglas
Que su armonía fundan, y a las leyes  4525
Que precisan su giro y los apremian,
Mutuamente se atraen incesantes,
Incesantes se evitan y se alejan;
Y sirviéndose a un tiempo entre sí mismos
De un apoyo perpetuo y norma cierta,  4530
Recíprocos se envían y traspasan
La clara luz que aquél a todos presta.
Más allá de su curso, allá muy lejos,
En espacio en que nada la materia,
Y que Dios solo abraza, inmensos soles,  4535
Grandes mundos, sin fin la permanencia
De su morada fijan luminosa.
Por un piélago tal de luz excelsa,
De tan glorioso Padre al mortal hijo
Franquear plugo a Dios sublime senda.  4540
Aún más y más allá de cielos tantos,
De ellos formó el Señor su residencia.
    Aquí ha sido, a do el Héroe fue siguiendo
Su conductor celeste. Aquí se crean
Los diversos espíritus que animan  4545
Nuestros mortales cuerpos, y que pueblan
Del universo mundo las regiones.
De la muerte a los cortes, por fin, sueltas
De su prisión grosera nuestras almas,
Engolfadas aquí por siempre quedan.  4550
    Inexorable Juez e incorruptible,
Aquí trae a sus pies, aquí congrega
Los espíritus todos inmortales,
Que su divino soplo a bien tuviera
A su imagen crear. El Ser es este,  4555
Que infinito se ignora y se confiesa,
Y a quien bajo de nombres los más varios,
Sirve toda nación y reverencia.
Él desde el alto Empíreo escucha atento
Nuestros humildes votos y querellas.  4560
Él de nuestros errores disimula,
Y con lástima el cúmulo contempla,
No menos que la idea y los retratos,
Llenos de insensatez y de indecencia,
Que del hombre curioso, en sus delirios,  4565
La mísera ignorancia y la soberbia,
De su sabiduría incomprensible
Con sobrada piedad audaz inventa.
    La Muerte, cerca dél, pensión del hombre,
Y del Tiempo fugaz hija funesta,  4570
De la mansión efímera y penible
Del Universo entero, a sus pies lleva
Los habitantes todos, no exceptando
Clase, edad, ni nación. Él allí mezcla
A un tiempo con los Bonzos los Bracmanes,  4575
Discípulos profanos del sistema
Del filósofo chino el gran Confucio.
Con ellos también trae a su presencia,
Los fieles misteriosos sucesores
De los antiguos sabios de la Persia,  4580
Que aún en secreto adictos a Zoroastro,
Con ciega obstinación siguen su escuela.
Pálidos moradores de las frías
Regiones, do los témpanos congelan
Y esos piélagos sitian hiperbóreos,  4585
Y los que allá, de América en florestas,
Son errantes y míseros esclavos
Del invencible error. A la derecha
Busca en balde de Dios, con vista vaga,
Atónito el Dervís a su profeta:  4590
Y con ojos no menos penitentes
Que sombríos, en vano allí se precia
De sus votos el Bonzo y sus tormentos.
    Al instante ilustrados, allí esperan
En silencio estos muertos y temblando,  4595
De su eterno destino la sentencia;
Y Dios, que a un mismo tiempo lo ve todo,
Lo escucha y lo conoce, o los condena,
O los absuelve de una sola ojeada.
No se dirige Enrique, no se acerca  4600
Hasta el lugar aquel, trono invisible,
De donde a cada instante parten rectas
Del tremebundo Juicio de Dios propio,
Aquellas decisiones sempiternas,
Que de mortales tantos preveer osa  4605
El indiscreto orgullo y la demencia.
«¿Cual será, Borbón diz, consigo hablando,
Cual de Dios la balanza justiciera
Sobre aquestos ilusos o ignorantes?
¿Castigarlos él, porque tuvieran  4610
Distraídos sus ojos o cerrados
A aquella misma luz, que le pluguiera
De ellos tanto arredrar? ¡Qué! ¿Dios podría,
Cual un Señor injusto, sin fin penas
Por la ley del cristiano fulminarles,  4615
De que nunca han podido haber conciencia?
Pero no: Dios crionos. Él sin duda,
Salvarnos quiere a todos. Él enseña,
Él, por todo nos habla, y él en todo
Humano corazón, sin diferencia,  4620
De la naturaleza la ley graba;
Ley siempre pura y fiel, siempre una mesma.
Por esta ley, sin duda, al gentil juzga;
Y si un alma en su error abrigó buena,
Cualquier gentil también cristiano ha sido».  4625
    En tanto, que del Héroe así se arriesga
La confusa razón, sobre un misterio
A fijar sus miradas indiscretas;
Al pié se deja oír del mismo trono
Una voz, a la cual, el Cielo tiembla,  4630
Y del Orbe los ejes se estremecen.
Sus terribles acentos se asemejan
A los del trueno aquel, que ha retumbado
Sobre el monte Sinaí, cuando a la tierra
Desde su cumbre un tiempo Dios hablara.  4635
Para oírla las harpas mudas quedan
De su coro inmortal, y a repetirla
En su curso los astros se dan priesa.
«Guárdate temerario, de guiarte,
De tu sola razón por turbia estrella.  4640
Dios para amarle sólo te ha criado,
Y no para que osado te atrevieras
A querer comprender sus altos juicios.
Invisible a tus ojos, con fe ciega
Reine en tu corazón. Él la injusticia  4645
Confunde riguroso; y si dispensa
Al no advertido error de los mortales,
Con paternal dulzura su indulgencia,
También juzga y castiga el voluntario.
Abre mortal los ojos, cuando llegan  4650
Los rayos de su luz a iluminarte».
    En este instante, Enrique, por la fuerza
De un recio torbellino arrebatado,
De aquel inmenso espacio la carrera
Veloz atravesando, a una morada  4655
Transportado se vio la más negra,
Más informe, selvaje, y horrorosa,
Del caos primitivo especie horrenda,
Impenetrable siempre, cual de hierro,
A los brillantes rayos y centellas  4660
De aquellos soles todos, que fulgentes,
Del Altísimo son obras maestras,
Y como él bienhechoras. Sobre suelo,
Que espantoso los ángeles detestan,
El germen no ha querido de la vida  4665
Derramar nunca Dios. La Muerte fiera,
Ella sola, el Horror con el Desorden
Y eterna Confusión, la residencia
De su lóbrego imperio allí parecen
Haber establecido. ¡Qué querellas!  4670
¡Qué de aullidos, O Dios, tan espantables!
¡Qué torrentes de humo, y qué de hogueras!
«¿Qué formidables monstruos, Borbón dice,
Vuelan por estos climas? ¿Qué cavernas
Se entreabren encendidas a mis plantas?».  4675
«A tu vista: ¡hijo mío! están las puertas
Del perdurable abismo, que la mano
Excavó de Dios propio justiciera,
Para eternal estancia del Delito.
Ven, hijo mio; sígueme. Las sendas,  4680
Fáciles por demás, anchas y llanas,
Están de esa mansión por siempre abiertas».
Y de súbito al pórtico caminan
Del horroroso Infierno, do se encuentra54
Verdinegra la Envidia, que al obscuro,  4685
Con torva vista de través ojea,
Y de su horrenda boca mil venenos
Arroja de laurel sobre diademas.
El resplandor del día, entre las sombras,
Sus centellantes ojos atormenta.  4690
Triste amante de muertos, a los vivos
Con maléfico horror mira y detesta.
Percibe el monstruo a Enrique, y asustada,
Se desvía y suspira. Cerca de ella,
El Orgullo se admira y se complace.  4695
Con mirar abatido, y faz cubierta
De una amarilla tez, desmadejada,
Allí renquea enclenque la Flaqueza;
Tirana, que a los crímenes cediendo,
Las virtudes destruye o desalienta.  4700
Altanera, feroz, y sanguinaria
La Ambición, deslumbrada, loca e inquieta,
De panteones, de tronos y de esclavos
Por do quiera rodeada, allá se ostenta.
La blanda Hipocresía, con sus ojos  4705
De dulzura colmados y terneza,
El Cielo muestra en ellos, y el Infierno
De su pecho en el fondo oculto lleva.
Su bárbara doctrina, sus furores,
Sus máximas impías y sangrientas  4710
Por do quiera pregona el Celo falso;
Y el Interés, por fin, pasión funesta,
De los crímenes todos fatal madre,
Por entre aquellos monstruos serpentea.
    Del mortal corrompido estos tiranos  4715
Sin pudor y sin freno, a la presencia
Sorpréndense de Enrique y se confunden.
No le vieran jamás. Tan vil ralea,
Jamás de su alma noble, que nutrida
Fuera por la Virtud, cerca estuviera.  4720
¿Qué mortal, se decían, por un justo
Del Cielo conducido, aquí se llega
A insultarnos aún y perseguirnos
En esta inmensa noche, de horror llena?
    De espíritus inmundos por en medio,  4725
Avanzábase absorto a marcha lenta
Bajo profundas bóvedas el Héroe.
Luis su paso guía. «Más... ¡que observa
Mi vista, Cielo santo! ¡El asesino
De Valois! ¿Monstruo tal, tan atroz fiera,  4730
Se presenta a mi vista, excelso Padre?
Él empuñado aún, sangriento lleva
El parricida acero, que en su mano,
A poner, sedicioso, se atreviera
El villano y anárquico consejo  4735
De aquellos Dez-y-seis ¡oh Providencia!
Mientras que allá en París, de un clero indigno
La piedad más sacrílega y cruenta,
De retratos del pérfido se atreve
A afrentar sus altares; que allá ciega  4740
Le invoca ya la Liga, y que, al fin, Roma
Le ensalza por su parte y loor le presta,
Entre horrores aquí, y entre tormentos,
El infierno, más justo, le reprueba».
    «Hijo mio, Luis dícele entonces,  4745
Otras más justas leyes y severas,
En el lugar, que miras, a los reyes
Persiguen y magnates. Mira aquella
Multitud de tiranos y opresores,
A quienes allá en vida se les dieran  4750
Adoraciones mil. Cuanto más fieros
Y potentes el mundo los sufriera,
Tanto más el Dios justo los humilla,
Penando en este puesto la insolencia
Ya de sus propias obras, ya de cuantas  4755
Dejaron sin vengar, o tal vez fueran
Por ellos permitidas. Ya la muerte
Riquezas les ha robado pasajeras,
Los placeres, el fausto, y del infame
Venal adulador las complacencias,  4760
Que a sus ojos de orgullo fascinados,
La verdad ocultaban con destreza.
Esta verdad, Enrique, es la que ahora
Su suplicio aquí labra, la que expuesta
A su vista está siempre, y que sus vicios  4765
Y sus crímenes todos les recuerda.
Mira como a su voz esos soberbios
Vanos conquistadores, mudos tiemblan.
A los ojos del pueblo fueron héroes;
A los de Dios tiranos, plagas fieras,  4770
Del Orbe entero azotes, que lo afligen
Con bárbara crueldad; truenos, centellas
Que un día fulminaron, los abisman,
Y aquí por fin al mundo a su vez vengan».
Obscura galería cerca de ellos  4775
De reyes indolentes se presenta;
Fantasmas del poder sobre unos tronos,
Que envilecen sus vicios y pereza.
Cabe ellos, ansí mismo, el Gran Enrique
Sus ministros despóticos contempla  4780
Y con horror mayor, de sus delitos
En tan digno lugar, a mirar llega,
Siniestros y venales consejeros,
Cuyas avaras miras e impudencia,
Las más sagradas leyes y costumbres  4785
Sórdidas corrompiendo, en almoneda
Exponer las primeras atentaron,
De Temis y de Marte, con afrenta,
El ministerio augusto y los honores,
Puras e inestimables recompensas  4790
Del mérito y virtud de nuestros padres.
«¿Y habitaréis también región tan fea,
¡Dulces, febles y mansos corazones,
Que de mirto, arrayán y flores bellas
En muelle y grato lecho recostados,  4795
Sin hiel alguna amarga y sin fiereza,
Entregados tan solo a los placeres,
En el ocio pasáis y negligencia,
Vuestros días inútiles, hilados
Por las sensuales manos y halagüeñas  4800
De la afeminación y la delicia?
¿Confundidos seréis, en esta escena,
Con turbas de malvados ¡o vosotros,
Benéficos mortales, de la excelsa
Virtud fieles amigos! que de duda  4805
Por tan solo un instante o de flaqueza
Agostado por siempre habéis el fruto
De años tantos de mérito y prudencia?».
    No pudo el generoso y tierno Enrique
Tener aquí sus lágrimas. «Si en esta  4810
Del horror, exclamó, mansión opaca,
Verdad es, que a parar a hundirse vengan
Cada instante, sin número infelices55
De nuestra humana raza, y siempre llenas
De molestia y dolor sus breves horas,  4815
Sin recurso ni fin de pena inmensa
Seguidas han de ser, ¿La luz del día
No haber visto jamás mejor no fuera?
¡Dichosos en tal caso los mortales,
Si de sus madres antes perecieran  4820
En el infausto vientre; o si al Dios ese,
Que tan severo pintan, le pluguiera
Al hombre arrebatar, sobrado libre
Para no obedecerle, esa funesta
Infeliz libertad, ese albedrío!».  4825
    «No, responde Luis, no Enrique creas,
Que esas víctimas tristes, que así lloras,
Penas aquí jamás sufran que excedan
Del crimen la medida; que el Dios justo,
Que ha creado los hombres, placer tenga  4830
En desgarrar, cruel, la inmortal obra
De su mano y poder por excelencia.
Si es infinito Dios, principalmente
Eslo, Enrique, en sus premios y clemencias:
Pródigo de sus dones, sus venganzas  4835
Economiza blando; y si quimeras
Le pintan de los hombres, como ejemplo
De implacables tiranos, él se muestra
Un Dueño aquí benigno, un Padre amante
Que sus hijos corrige solamente.  4840
Su mano vengadora y justiciera,
Con piedad inefable, del castigo
Embota dulcemente las saetas.
Su bondad no sabría los momentos
En que del hombre cae la miseria,  4845
Ni sus rápidos gustos y deleites,
Que inquietudes y tedios siempre infectan,
Y que de leves culpas o veniales
En limitados términos se encierran56,
Castigar con tormentos tan atroces,  4850
Que, como él mismo, término no tengan».
    Esto de Enrique el Padre excelso dijo:
Y al instante, con rápida presteza,
A los faustos lugares vuelan ambos,
Donde feliz habita la inocencia.  4855
Aquí no existe ya de los Infiernos
La lobreguez horrible. De la inmensa
Inmortal claridad día el más puro,
En tan bellas regiones luce y reina.
Velas Enrique apenas, y a su aspecto,  4860
Pasar al alma siente una paz nueva,
Una extraña alegría. Las pasiones,
Los cuidados allí jamás inquietan
Del hombre el corazón. Allí morando,
Derrama liberal a manos llenas  4865
El tranquilo Deleite, con sus gracias,
Dulzuras mil benéficas y tiernas.
En estos climas es ¡o Amor! en donde
Todo tu dulce imperio experimenta.
No es este aquel amor, que inflamar suele  4870
La mundana molicie. Es una bella,
Una divina antorcha, y del más santo,
Más limpio y puro fuego sacra tea.
El hijo es de los cielos noble y puro,
Que a conocer no alcanza acá la tierra.  4875
Dél solo sin hastío para siempre
Aquí las almas todas están llenas,
Que gozando incesantes de las dichas,
Incesantes, a un tiempo, las desean.
De un eternal ardor en suaves llamas,  4880
Delicias sin pesares las afectan,
Gozan sin inquietudes del reposo.
Reinando aquí con gloria verse dejan
Los príncipes virtuosos, que del mundo
Produjeron, tal vez, felices eras.  4885
Los héroes verdaderos aquí moran.
Los verdaderos sabios aquí alientan.
Sobre un trono sentados de oro puro
Del Cielo en lo más alto de la esfera,
El grande Clodoveo y Carlomagno,  4890
Con oficioso amor atentos velan
Del sagrado oriflama de la Francia
Sobre el ilustre imperio. Los que fueran
Más émulos y fieros adversarios,
Como amantes hermanos se contemplan,  4895
Desque reunidos son en tal morada.
Luis doce, el Prudente, en la floresta
Descuella de los reyes, cual el cedro,
Y le impone su ley. La Providencia,
Propicia a nuestros padres, de los Cielos  4900
Les regaló este Rey, que acata y sienta
Consigo sobre el solio la justicia.
Él dispensó benigno su indulgencia;
Sobre los corazones ha reinado;
Y del pueblo las lágrimas, que riegan  4905
Sus míseros hogares, pío enjuga.
De Ambois a sus pies su gloria eleva57:
Fiel ministro, que amó la Francia solo,
Y que solo también fue amado de ella.
De su Rey tierno amigo, en su alto puesto,  4910
Jamás sus puras manos se le viera,
De los pueblos en sangre ni en rapiñas
Manchar con injusticia ni vileza.
¡Oh no imitados tiempos! ¡o costumbres
Dignas de un acordar, que al tiempo exceda!  4915
El Pueblo era feliz. Su Rey dilecto,
De la más alta gloria se cubriera.
De sus amables leyes, dulces frutos
Gozaba el ciudadano. ¡Ah! Vuelvan, vuelvan
Bajo un otro Luis días tan faustos!  4920
    Guerreros, a lo lejos, se le ostentan,
Pródigos generosos de sus vidas,
Cuyos valientes pechos encendiera
El sagrado deber y no la furia.
Tales De Foix, Tremvill, y Clison eran58.  4925
Tal era Montmorenci; y el que un día
Osado destructor de reyes fuera
E ilustre vengador, Gueselin: y el fiero59
El virtuoso Bayardo; y tú, ¡o afrenta
Del Britano, bravísima Amazona60,  4930
Que del trono francés sostén hicieran!
«A estos fuertes varones, dice el Padre,
A estos héroes, que aquí de cerca observas
Ya en el Cielo morando, y que allá ilustres
Habitantes un día de la tierra,  4935
Sus ojos deslumbraron, fueles cara
La virtud cual a ti; más de la Iglesia
Hijos fieles, la amaron como madre.
Su dócil corazón, con fe sincera
Buscó siempre, Borbón, la verdad santa.  4940
El mío fue su culto. ¿Porque dejas
De seguir sus heroicos ejemplos?».
    Con lastimosa voz a Enrique apenas
Esto de amonestar Luis acaba,
Cuando delante de ambos, con sorpresa,  4945
Los celestes palacios del Destino
Súbito se aparecen. Luis ordena,
Que a sus sagrados muros marche Enrique;
Y al momento de bronce sus cien puertas
A sus absortos ojos quedan francas.  4950
    Sobre rápidas alas, nunca quietas,
Con insensible vuelo, el fugaz Tiempo
De aquel alcázar huye, y en él entra,
Y sin cesar un punto, a sembrar parte
Sobre el suelo mortal, a manos llenas,  4955
El cúmulo de males y de bienes,
Que asignar al Destino le pluguiera.
Sobre un altar de duro y bronco hierro,
Un libro indescifrable allí se muestra,
Do de lo porvenir constantemente  4960
La irrevocable historia se escribiera.
Con presciencia infinita, del Eterno
La mano en él cifró las ansias nuestras,
Y los graves pesares, con los leves
Placeres de la vida. A esa soberbia  4965
Esclava Libertad, vese allí mismo
Por invisibles lazos prisionera.
Bajo un yugo escondido a los humanos,
Y que nada jamás habrá que pueda
Romper ni sacudir, a su alto arbitrio  4970
Sabe su autor divino someterla;
Más sin tiranizarla, asida estando
Y a su suprema ley tanto más presa,
Cuanto perpetuamente está a sus ojos
Con misterio escondida su cadena,  4975
Y cuanto aun ella misma, obedeciendo,
Por su elección procede, delibera,
Y a los propios destinos, veces varias
Ella misma su ley dictarles piensa.
    «¡Hijo mío Borbón! el Padre dice,  4980
La morada estás viendo, do dispensa
A los hombres, la Gracia, y sentir hace
Eficaces auxilios. De esta esfera,
De esta celeste estancia, es de do un día,
De su triunfante luz una centella,  4985
Descenderá a abrasarte, a herirte el alma.
Dar no puedes, Enrique, prisa o tregua
A este precioso instante, que tú ignoras,
Y del cual, solo Dios, cual dueño, ordena;
Más ¡cuán lejos aún está ese día,  4990
Ese dichoso día, en que Dios quiera
En la lista inscribirte de sus hijos!
¡Cuántas debilidades, con vergüenza
Te restan que sufrir! ¡cuán largo trecho
Que caminar aún por falsas sendas!  4995
De la serie de días ¡o Dios mío!
Corte de este gran Rey, vuestra clemencia,
Todos los lamentables y menguados,
Que de vos distrayéndole le alejan».
    «¿Más que tropel aquí recorre aprisa  5000
Esta vasta mansión? Él sale, él entra,
Y sin cesar deslízase al momento».
De esas sacras paredes, ves, que cuelgan,
Le responde Luis, fieles retratos
De los hombres, que en épocas diversas  5005
Nacer deben al mundo. De los siglos,
Que aún están por venir, esas perfectas
Esas vivas imágenes, que miras
Reducidas a un punto, aquí congregan
De los lugares todos las distancias,  5010
Y sin orden de tiempos, a las eras
Se adelantan futuras. De los días
Llevan del hombre ya fija la cuenta,
Que anterior a los tiempos, a los ojos
Del Eterno, ab eterno está completa.  5015
Los instantes aquí marca el destino
De su natal al uno y su potencia;
De otro allá la opresión y abatimiento,
Y de todos acá las diferencias
A cada suerte adictas, sus mudanzas,  5020
Sus virtudes, sus vicios, sus proezas,
Su fortuna, y por último su muerte.
    «Acerquémonos más; pues te dispensan
Generosos los Cielos, que conozcas
Y los monarcas y héroes aquí veas,  5025
Que de tu augusta estirpe y de ti propio
Un tiempo nacerán. De ellos, se ostenta
El primero, Borbón, tu digno hijo61,
Que en la paz igualmente que en la guerra
La gloria sostendrá de nuestras lises,  5030
Largo tiempo del Íbero y del Belga
Feliz triunfador; más sin que al padre
Ni al hijo todavía igualar pueda».
    Sobre flores de lis, en este punto,
Sentados ve Borbón, del trono cerca,  5035
Dos altivos mortales, que tenían
Todo un pueblo a sus pies entre cadenas.
De púrpura romana revestidos,
Rodeados de guardias ambos eran
De soldados y corte. Los cree reyes;  5040
«No te engañas, Borbón, en tus sospechas.
Reyes son, sin el título de tales.
Del estado y del príncipe se ostentan,
Árbitros uno y otro. Mazarino,
Richelieu, de memoria y fama eternas  5045
Ministros de la Francia, de la sombra
De las aras humilde, hasta la mesma
Alta cumbre del solio, felizmente
Se dirigen los dos, los dos se elevan.
Hijos de la política y fortuna,  5050
Al despótico imperio con firmeza
Entrambos volarán sin detenerse.
Sublime Richelieu, de un alma fiera,
Y enemigo en sus odios implacable;
Flexible Mazarino, de alma diestra,  5055
Y amigo solapado y peligroso,
Contrarios caracteres ambos llevan.
Huye el uno con arte, y las borrascas
Doblándose paciente, pasar deja.
A las airadas olas, su coraje  5060
Opone siempre el otro en la tormenta.
De los príncipes todos de mi casa
Enemigos los dos, a su manera,
El pueblo por un lado los admira,
Y por otro los odia y los execra.  5065
De ambos serán, en fin, la fina industria
Los osados esfuerzos y destreza,
Útiles a su Rey y a su Patria
Funestos su poder y su influencia».
¡O tú menos que aquellos poderoso,  5070
Menos vasto también en tus empresas;
Tú, en la segunda clase de los hombres
El primero, Colbert! de tu carrera62
Viene bajo los pasos, la abundancia,
Hija fiel y feliz de tus tareas,  5075
A sembrar de riqueza el franco suelo.
Bienhechor generoso, tú desprecias
Los insultos de un pueblo, que pagarte
Con ultrajes tus dones vil intenta,
Sin dél saber tomar otra venganza,  5080
Que el empeñarte más en que florezca
De fortuna colmado; semejante
Al héroe, a quien Dios mismo se eligiera
Por digno confidente, que nutría,
En premio de dicterios y blasfemias,  5085
Al siempre de Israel ingrato pueblo.
«¡Qué escena allí a mis ojos se presenta!
Más bien ¡O Dios! de siervos, que vasallos,
¿Qué pomposa y magnífica caterva,
De rodillas, de un Rey tiembla a la vista63,  5090
Y a sus pies humillada le venera?
¡Qué respetos, qué honor, qué adoraciones!
Jamás otro algún Rey, cual este, hubiera
Sus súbditos en Francia acostumbrado
A marcas de homenaje tan extremas.  5095
Yo le veo, cual tú, de fama y gloria
Animado al igual, otra obediencia
Más rígida exigiendo; más temido,
Y menos quizá amado. Si diversas
Mudanzas de fortuna soportando,  5100
Le considero Enrique, de soberbia
Sus excesos repruebo en las felices,
Y su constancia aplaudo en las adversas.
De veinte vastos pueblos la alianza
Y el formidable resto de las fuerzas  5105
Desafiando él solo, si es que en vida
El renombre de Grande se adquiriera,
Aún más grande sin duda ha sido en muerte.
¡O gran siglo de Luis! ¡Época excelsa!
Siglo, que de sus gracias, de sus dones,  5110
Y sus brillantes luces y riquezas,
Sin límites un día colmar debe
Natura liberal. Tú, de las bellas,
De las útiles artes el decoro
Llevarás a la Francia. Con sorpresa,  5115
Sobre ti van a fijarse las miradas
De las edades todas venideras.
Del coro de las Musas el imperio,
A fijar corre en ti su residencia.
El lienzo por do quier se anima y habla,  5120
Y los bronces y mármoles alientan.
¡Cuantos sabios, en cónclaves augustos64
Asociando su esfuerzo, en las esferas
Del gran Orbe a estudiar vuelan celestes,
A medir su distancia y masa inmensa,  5125
Y atrayendo la luz entre la noche,
A pesar de sus lóbregas tinieblas,
Con audacia sondar lo más arcano,
Que en su seno escondió naturaleza!
El presuntuoso Error huye a su vista,  5130
Y en pos de la Verdad, dudas los llevan.
    Y tú ¡feliz también hija del Cielo,
Poderosa Harmonía y hechicera,
Arte, que así puliste a Grecia y Roma!
Yo por do quier escucho de tu lengua  5135
Encantadores tonos, soberanos
De nuestro corazón y nuestra oreja.
Vosotros ¡o franceses animosos!
Vencer sabéis, y ledos, de la guerra
Las hazañas cantar. Ya no hay laureles  5140
Que no ciñan de honor las sienes vuestras.
En vuestro feliz clima, nacer veo
De héroes un pueblo vasto. Cuales vuelan
A los combates noto los Borbones.
Al través de mil fuegos, cual penetra,  5145
Miro al fiero Condé, que en lances varios65,
El terror y el apoyo se demuestra
De su Rey y señor. De Condé, admiro
Generoso rival al de Turena66,
Menos brillante que él, si más prudente,  5150
Y su igual cuando menos en grandeza.
A Catinat contemplo, que unir sabe67,
Por un cúmulo raro, a nobles prendas
Del guerrero, del sabio las virtudes.
El compás en la mano, verse deja  5155
Riéndose Vauban, sobre aquel muro68
Que su ingenio trazó, de la impotencia
De ese horrísono estruendo con que baten
De bronce rayos cien; y si en la guerra
Invencible, en la Corte desgraciado,  5160
Del Austria y gran Bretaña las potencias,
A un tiempo temblar hace Luxemburgo.
    «Repara allá en Denén, con qué braveza,
Con qué audacia, Villars, el trueno horrible69
Disputando a la augusta y altanera  5165
Águila de los Césares, es dueño
Y árbitro de la paz, que tras sí lleva
De la Victoria el carro a las naciones
Y que, con gloria tanta, se presenta
Apoyo de su Rey no menos digno,  5170
Que de Eugenio rival... ¿Qué joven llega,
Qué Príncipe se acerca, en cuyo rostro70
Brilla la majestad sin la aspereza,
Y que el honor del solio está mirando
Con ojos de desdén o indiferencia?  5175
¡Cielos! ¿qué noche rápida a mis ojos
Este Príncipe encubre, envuelto deja?
Incesante la muerte, dél en giro,
Sin detenerse un punto revolea.
Él cae al pie del trono, en el momento  5180
De instalarse sobre él. En él observa,
De todos los franceses, hijo mío,
El Príncipe más justo. La clemencia
Algún día del Cielo, de tu sangre
Le hará nacer augusta. ¿Y flor tan bella,  5185
Obra tan digna ¡o Dios! de vuestras manos,
No haréis más que mostrar, para esconderla
De golpe a los mortales? ¡Cuánto un alma
Tan virtuosa, en su bien obrado hubiera!
¡Cuán feliz fuera Francia en su reinado!  5190
¡Cuál su paz, su abundancia y su riqueza!
Él, por sus solas gracias y sus dones,
Llevara de sus días grata cuenta.
Él su pueblo amaría. ¡O día infausto
De alarma y de dolor! A los franceses,  5195
¡Cuántas verter harás lágrimas tiernas,
Cuando en la misma tumba, amontonados,
Hijo, padre, mujer y esposo vean!».
    Sale un vástago débil de las ruinas71
De aquel árbol fecundo, que así fuera  5200
Cortado por el pie. De Luis los hijos,
Que al sepulcro veloces descendieran,
Dejaron solamente a nuestra Francia
Un Monarca en la cuna, tan expuesta
Como dulce esperanza de un Estado,  5205
En vacilante y trémula existencia.
Cuida ¡Fleuri prudente! de sus días.
Sobre su tierna infancia atento vela,
Y sus primeros pasos fiel conduce.
Dignamente instituye y aconseja,  5210
De lo más noble y puro de mi sangre,
El precioso depósito, que resta.
Aunque haya Rey nacido, a conocerse
A sí mismo, filósofo, le enseña.
Que aunque hombre, soberano y poderoso,  5215
Hombre es al fin mortal, harás que sepa;
Y que al verse Señor, ame a su Pueblo,
Porque amado también ser dél merezca.
Inspírale, que justo reflexione,
Que no es Rey, ni ha nacido, ni gobierna  5220
Sino para su Pueblo. Y tú, tú ¡o Francia!
La gloria y dignidad cobra primera
Bajo su fausto imperio; y esa noche,
Que de sombras tu luz dejó cubierta
Acaba de romper. A coronarte  5225
Otra vez con decoro y gracia vuelva
La mano de las Artes provechosa,
Que a abandonarte ya se daban priesa.
De su profundo piélago en las grutas,
Se pregunta el Océano y lamenta,  5230
¿Do existen en el día, qué se hicieron
Tus pabellones ¡Francia! que solieran
Flotar sobre estas ondas? Del Euxino,
De la India, y del Nilo y sus riberas
Y sus puntos, te llama allí el comercio,  5235
Y te abre sus tesoros. Guarda, observa
El orden y la paz, y la victoria
No busques con afán. En las querellas
De los reyes, ser árbitro le basta
A tu honor y tu gloria ¡Cuán funesta,  5240
Cuán cara te costó la de haber sido
El espanto y terror de sus Potencias!
    De este Monarca joven en seguida,
Con esplendor un héroe se le ostenta72,
A quien la atroz calumnia, allá a lo lejos,  5245
De rabia ardiendo, ladra, y sigue inquieta.
Príncipe blando y fácil, más no débil,
Lleno a un tiempo de genio y de vehemencia,
Amigo con exceso de placeres,
Y no menos también de cosas nuevas;  5250
Del seno del deleite, revolviendo
La redondez inmensa de la Tierra,
Con su diestra política y resortes
Siempre nuevos y fértiles, suspensa,
Dividida la Europa y en paz tiene;  5255
Al paso que a las Artes, que fomenta,
Sus vigilantes ojos convirtiendo,
De gloria, de vigor y de luz llena.
Para todos los cargos y destinos
Nacido felizmente, en sí concentra  5260
Los talentos de todos: de soldado,
De jefe y ciudadano. «Él un Rey no era;
Más con todo, hijo mío, enseña a serlo».
    De una borrasca entonces turbulenta
En medio de relámpagos, de Francia,  5265
A los aires flotando, se despliega
El insigne estandarte. De españoles
Las huestes precediéndole guerreras,
Del Águila germana quebrantaban,
En los de sus Castillas, las cabezas.  5270
Absorto Enrique, exclama: «¡Padre mío!
¿Qué espectáculo nuevo se presenta?».
«Todo cambia ¡hijo mío! le responde.
Todo Enrique a su ocaso, por fin, llega.
Del Muy Alto adoremos y aplaudamos  5275
El arcano saber y providencia.
Del fuerte y poderoso Carlos Quinto
Extinguida la raza, ya la Iberia
Reyes viene a pedirnos de rodillas73;
Ya a la España da leyes, ya allí reina  5280
Uno de nuestros nietos. Ya Felipe...»74.
A tan glorioso objeto, Enrique queda
De júbilo arrobado, y de su mente
Una dulce sorpresa se apodera.
«Mitiga de ese gozo, el Padre dice,  5285
El ímpetu primero, y la grandeza
Teme, hijo mío, aun de tal suceso:
Teme, repito, sí; Madrid acepta,
Del seno de París un dueño aclama;
Más quizá tanto honor, gloria es tan bella,  5290
No poco para entrambos peligrosa.
¡O Reyes de mi casa y sangre regia!
¡O Felipe Borbón! o ¡caros hijos!
¡O España y Francia mía! El Cielo quiera
Podáis vivir unidas. ¿Hasta cuando  5295
¡Políticos funestos! la cruel tea
De las discordias públicas querría75
Encender vuestro bárbaro sistema?»76.
    Dice: y desde el momento, el Héroe nada
Ve más de lo pasado, que una envuelta  5300
Quimérica mixtión de objetos varios
Confusos entre sí. Las puertas cierran
Del templo del Destino; y de los cielos
A sus ojos se eclipsan las esferas.
    Ya con rosada faz la fresca Aurora,  5305
Las puertas en Oriente a abrir empieza
Del palacio del Sol. Su negro velo
La noche va a tender sobre otras tierras.
Los Sueños volteadores y medrosos,
Húyense con las sombras y se alejan.  5310
El Príncipe adormido, en este instante
De su arrobo dulcísimo despierta;
Y en el fondo del alma un nuevo esfuerzo,
Un divinal ardor experimenta.
Inspiraban a todos sus miradas,  5315
Respetuoso terror y reverencia.
Había Dios su frente, de su misma
Majestad sacrosanta con diadema
De esplandecientes rayos coronado;
No de distinto modo que lo hiciera  5320
Con aquel de Israel santo caudillo,
Ilustre vengador, cuando de vuelta
Del tonante Sinaí, donde las tablas
De la Ley del Eterno recibiera,
De tal lleno de luz cercó su rostro,  5325
Que de sus resplandores con la fuerza
Trastornados al verle los hebreos,
Envueltos entre el polvo, sus pies besan,
Sin que mirarle osaran, ni sus ojos,
De su cara el fulgor sufrir pudieran.  5330

 
 
FIN DEL CANTO VII
 
 



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Canto VIII


El Conde de Egmond viene de parte del Rey de España al socorro de Mayenne, y de los Ligados. Batalla de Ivry, en que es deshecho Mayenne, y muerto de Egmond. Valor y clemencia de Enrique el Grande.


De los Estados en París reunidos,
Atónita y confusa la Asamblea,
Aquel orgullo, de que inflada estaba
Al principio, a este tiempo ya perdiera.
De Enrique al solo nombre, los Ligados,  5335
De horror y espanto llenos, que quisieran
Un Monarca elegirse, ya en olvido
Parecían poner. Nada pudiera
De su furor fijar la incertidumbre;
Y en medio del temor y la flaqueza,  5340
No osando coronar, y aún mucho menos
Destituir al tirano, se abatieran
A confirmar, en tanto, por edictos
De la más vergonzosa complacencia,
El poder y lugar de que gozaba,  5345
Sin que de los Estados le vinieran.
    De Teniente del Reino, aunque sin jefe77
El que nombre usurpó, Rey sin diadema,
Conservado hubo siempre en su partido,
Del poder más supremo la influencia.  5350
Un obediente pueblo, de que, astuto,
Ser apoyo afectaba con destreza,
Gustoso, combatir y dar la vida
Por su causa y persona, le ofreciera.
De nuevas esperanzas, de este modo,  5355
El pecho rebozando de Mayenne,
A Consejo convoca, y congregados
Rápidamente en él a contar llega,
Cuantos bravos caudillos, orgullosos,
Vengar resuelto habían sus querellas.  5360
Los Canillacs, los Chatres y San-Poles,
Los Brisacs, los Nemours, y los Lorenas
Y aun Joyeuse, el voluble, acuden prontos.
La venganza, la rabia y la braveza,
La desesperación, y el fiero orgullo,  5365
En sus rostros pintados se demuestran.
Con un trémulo paso, algunos de ellos,
Exhaustos de la sangre que vertieran
En mortales peleas, caminaban:
Pero esta sangre misma que corriera,  5370
Estas mismas batallas y derrotas,
Estas heridas mismas, aún abiertas,
Los excitaban más, y enfurecían
Al vengador desquite de su afrenta.
Cada cual, de Mayenne, como un rayo,  5375
A colocarse al lado parte apriesa,
Y dél, espada en mano, en torno puestos,
Vengar juraron todos sus ofensas;
Así sobre las cumbres del Olimpo,
Y de Tesalia en campos, se fingiera  5380
Allá un tiempo, la impía y audaz tropa
De los soberbios hijos de la Tierra
Amontonando rocas sobre rocas,
Y a los Cielos braveando, en su demencia,
Con la esperanza estólida embriagados,  5385
De destronar los Dioses de su esfera.
    Al momento, entreabriéndose una nube,
La Discordia a la vista se le ostenta,
Sobre un carro flamígero montada.
Ánimo, sus, les dice, que ya llegan  5390
A auxiliaros, franceses. Ya es forzoso
El vencer o morir. Voz halagüeña,
A la cual, el primero se levanta
Parte corriendo Aumale, y al ver cerca
Las relumbrantes lanzas españolas,  5395
«Ahí tenéis, exclamó, ved de la Iberia
El auxilio rogado largo tiempo,
Y siempre diferido al ansia nuestra.
El Austria al fin, amigos, sus falanges,
Su socorro a la Francia le franquea».  5400
Dice: y Mayenne, entonces, afanoso
A las puertas se avanza. Verse deja
El extranjero auxilio de aquel lado,
Do el fúnebre lugar se reverencia,
Que de nuestros monarcas, ya de antiguo,  5405
Consagrara la muerte a tumbas regias.
La formidable masa de las armas,
Que blandientes al aire centellean,
El oro refulgente, el lucio acero,
Las picas, que afiladas reverberan,  5410
Los cascos, los penachos, los arneses,
De la pompa el atruendo y la soberbia,
Del sol los mismos rayos parecían
En el campo retar a competencia.
De tropel a su encuentro el pueblo acorre;  5415
Y con una algazara y grita fiera,
Al jefe, que en su auxilio Madrid manda,
Colma de bendiciones, y festeja.
Era el joven Egmond, tenaz guerrero:
De un padre generoso e infeliz, era  5420
El hijo más indigno y ambicioso78.
De Bruselas los muros nacer vieran
Al hijo de Egmond, a quien cegara
De la patria el amor, y la cabeza
Perdiera en un cadalso, sosteniendo  5425
Los sagrados derechos de los belgas,
Sus míseros patriotas, de los Reyes
Vejados y oprimidos por la fuerza.
Ruin hijo de Egmond, procaz soldado,
Áulico vil, al fin, adula y besa  5430
Largo tiempo la mano que a su padre
De un tirano poder víctima hiciera.
A destructores males de su patria,
Por política, infiel, servicios presta;
Y al paso que a París lleva socorro,  5435
Cruel persecución trae a Bruselas.
Como a un Dios tutelar, el rey Felipe,
Del Sena le enviara a las riberas
Con auxilio al rebelde, quien creía,
Del Rey llevar con él hasta las tiendas,  5440
A su vez los terrores y la muerte.
Del temerario orgullo va las huellas
El impetuoso joven ocupando.
¡Con qué placer, gran Rey, de cerca observas
Su fantástica audacia! ¡Con qué anhelo,  5445
Tus ansias el instante aguijonean
De un combate, del Cual, altos destinos
Del Estado pendientes consideras!
    Del Iton bien cercano a las orillas,
Y del Euro a las márgenes amenas,  5450
Un campo afortunado deja verse,
De la madre natura amor y prenda;
Largo espacio de tiempo, por fortuna
Supieran respetar furiosas guerras,
Los preciosos tesoros de que Flora,  5455
Y el Céfiro halagüeño embellecieran
Su dichoso distrito. Entre furores
De civiles discordias y contiendas,
Los sencillos pastores del contorno,
Correr vieran en calma y paz serena  5460
Sus días y sus años, protegidos
Por la piedad del Cielo y su pobreza.
De bálago al abrigo de sus techos,
De la desaforada soldadesca
Desdeñar parecían la codicia.  5465
A cubierto de alarmas, aún no oyeran
Del tambor y las armas el estruendo.
Los campos enemigos allí llegan,
Y la desolación por todas partes
Delante de ellos marcha. Se consternan  5470
Las riberas del Iton y del Euro.
Lleno el pastor de espanto, allá en las selvas,
Amilanado todo, va a esconderse;
Y su dulce mitad, y madre tierna,
Arrebatando en brazos y llorando  5475
Sus queridos hijuelos tras él lleva.
   De esos valles de encantos y gracias llenos
¡Infeliz habitante! no tus quejas,
No a tu Rey esas lágrimas imputes.
Si él las batallas busca o las acepta,  5480
Para darte la paz es solamente.
Dones y beneficios con largueza
Derramará su mano, en mejor tiempo,
Sobre vuestros hogares que hoy molesta.
Terminar vuestros males solo quiere.  5485
Él os ama cual padre, y os lamenta;
Y en esta, en esta misma atroz jornada,
Por vuestro solo amor y bien pelea.
    Siéndole tan preciosos los instantes,
Ya por todas las filas Borbón vuela  5490
Sobre un fogoso corcel, más que el viento
Rápido y adiestrado en la carrera,
Que embravecido todo y orgulloso
De aquel augusto peso que en sí lleva,
Hinchando la nariz, y con pie corvo  5495
Excavando arrogante el ancha arena,
Llamando estar parece los peligros,
Y el fuego respirando de la guerra.
    Ya brillan, cabe el Rey, cuantos campeones
De su honor y su gloria socios fueran,  5500
Y de sus mismos lauros ya ceñidos.
El anciano de Aumont, que las banderas79
Siguiera con honor de cinco Reyes;
Biron, de cuyo nombre el eco siembra80
En la enemiga hueste mil alarmas;  5505
Su entonces joven hijo, de harto inquieta
Ardorosa y violenta bizarría,
Que después... más entonces Biron era81
Virtuoso aún. Allá más lejos vienen
Los que al crimen tenían guerra abierta  5510
Y declarado horror, y que la Liga
La misma Liga atónita respeta,
Por más que los malquiera y los deteste,
Sully, Nangí, Crillon, y el de Turena82,
El que en Sedan, después, la mano, el nombre,  5515
Y la soberanía mereciera
De la joven Buillón; soberanía
Infeliz, mal guardada, y bien apriesa
Por Armando oprimida y derrocada,
Apenas erigida a su grandeza.  5520
Vese con esplendor alzarse entre ellos
Cual palma, Essex, airosa y altanera83,
Que del país mezclando en los jardines
A los frondosos olmos, que se elevan,
Su noble y grave frente, envanecida  5525
De su extranjero tronco gallardea.
Su engalanado casco centellaba
Con el rojo fulgor de que le cercan
Adornos mil preciosos de oro fino,
Y el sartal de diamantes y preseas,  5530
A porfía brillantes caros dones,
Con que de su Señora a la fiereza
Del de Essex el valor, o la ternura
Más bien, supremamente honrar pluguiera.
¡Ambicioso de Essex! Tú, ser a un tiempo,  5535
Un día conseguiste de tu Reina
Tierno objeto de amor, y el firme apoyo
De tus Reyes, también, y la defensa.
Algo allá más distante los Tremvilles84,
Los Clermons y Feuquieres, se presentan,  5540
Y el infeliz De Nesle, y Lesdiguieres,
De condición y estrella bien diversas;
Y el anciano De Elly, a quien ha sido
Esta ilustre jornada tan funesta.
De heroicos varones tropa tanta,  5545
Corre a apostarse, ufana, del Rey cerca,
Y la seña aguardando, en su semblante,
De la victoria ya gloriosa y cierta
Presagios mil felices divinaba.
    En situación tan túrbida, Mayenne,  5550
Su corazón sintiendo desmayado,
A hallar en él su esfuerzo en vano anhela,
Ora fuese, que al cabo, de la causa
La injusticia advirtiendo su conciencia,
Recele gravemente, que propicio  5555
Sus armas proteger el Cielo quiera;
Ora, que el alma, en fin, presentimientos,
Verdaderos anuncios tal vez tenga,
De los grandes reveses precursores.
Dueño no obstante aún de su flaqueza,  5560
Con simulado gozo, sabe el héroe
Encubrir de su pecho duras penas.
Se reanima, se escita, y la esperanza,
Que ya él mismo, marchita, no sustenta,
Inspirar al soldado conseguía.  5565
    Junto a él, lleno Egmond de la soberbia,
Del confiado orgullo, y la arrogancia
Que de ordinario influye la imprudencia
En juveniles años, impaciente
De ejercer su valor; la marcha lenta  5570
Del perplejo Mayenne acriminaba.
    Hervía su coraje; a la manera,
Que escapado del ancho y verde seno
De amenas praderías y risueñas,
Al eco retumbante de la trompa,  5575
Que anima el fiero ardor de su braveza,
En los fértiles campos de la Tracia,
Inquieto e indócil bruto, en quien humea
Un belicioso fuego, suelta al aire
De su altanero cuello la crin crespa,  5580
Con anheloso aliento, por el campo
Trepa, galopa, corre, a la lid vuela,
De la rienda impaciente el freno tasca,
La oreja eriza, y brinca por la hierba;
Así Egmond parecía. Un furor noble  5585
Por sus ojos brillando, llamas echa,
Y en su animoso pecho late y arde.
Lisonjéase ya, ya se recrea
En sus próximas glorias, y presume,
Que su altivo destino al triunfo impera.  5590
¡Ha infeliz! Él no sabe que el orgullo,
La presunción fatal, y la impaciencia
De su guerrero ardor y su osadía,
Iban de Ivri en los campos, con presteza
La tumba funeral a prepararle.  5595
    De la Liga a las bélicas hileras
Avanza el gran Enrique, y a las suyas;
Que inflamaba su heroica presencia
Tornándose: «Nacido habéis franceses,
Y Yo soy vuestro Rey. Ved allí cerca  5600
Al pérfido enemigo. A él; seguidme.
Vuestros ojos jamás de vista pierdan
En lo más empeñado y formidable
De la atroz tempestad que nos espera,
Este blanco penacho que resalta  5605
Flotando al aire, sobre mi cabeza.
Vosotros le veréis, a todo trance,
Del honor volar siempre por las sendas».
A estas bellas palabras, que ya en tono
De vencedor, el Rey les dirigiera,  5610
Advirtiendo, con júbilo, inflamada
De un nuevo ardor su tropa, al frente de ella
Marcha ya, de las huestes al Dios grande
Religioso invocando. Tras las huellas
De ambos jefes a un tiempo, velozmente  5615
A la sangrienta lid correr se observa
De uno y otro partido los guerreros;
Así cuando violentos se despliegan,
Y con rápido vuelo precipitan
De los montes que Alcides dividiera,  5620
Furiosos Aquilones, al momento,
De dos profundos mares contrapuestas
Las encrespadas olas, a los aires
Con espumoso choque se sublevan;
A lo lejos allá la Tierra gime,  5625
Huye el día; del Cielo el trueno suena;
Y de susto temblando el Africano,
Que desplomado se hunde el mundo, piensa.
   Ya en uno y otro campo, dobles muertes,
Al mosquete reunida, feroz siembra  5630
La mortal y fendiente cimitarra.
Aquel arma, que un día, de la guerra
Al mal Genio inventar plugo en Bayona85,
Para que estragos suyos más pudieran
Del suelo exterminar la raza humana,  5635
Reúne a un mismo tiempo, invención negra
Y del Infierno mismo digno fruto,
Cuanto en manos maléficas encierran
Hierro y fuego, de bárbaro y horrible.
Ya se baten y mezclan. La destreza  5640
Asociada al valor, la horrible grita,
El gemido, el terror, la rabia ciega,
La implacable y ferviente sed de sangre,
De ceder al contrario la vergüenza,
La desesperación, y en fin, la muerte,  5645
De fila en fila corren y se ceban.
Aquí persigue el uno al propio padre.
Huyendo allí un hermano, muerto queda
Por el impío brazo de otro hermano.
Se estremece a tal ver naturaleza,  5650
Y de su triste sangre, a pesar suyo,
Se hinche aquella fatal turbia ribera.
    Por entre picas tantas que erizadas
Parecían formar espesas selvas;
Por medio de sangrientos batallones,  5655
Y de enemigos cuerpos, que atropella,
Penetra, Enrique, avanza, y un camino
A sus valientes tropas a abrir llega.
Seguiale Morné con su frescura,
Con su calma de espíritu perpetua,  5660
Y cual un Genio excelso y poderoso,
En torno de su Rey gira y le vela:
Al modo, que allá un tiempo, de la Frigia
En los guerreros campos, se fingieran
Los móviles eternos e invisibles  5665
De los etéreos Orbes, por la tierra
En traje de mortales disfrazados,
Mezclarse y combatir en las peleas;
Y del Dios verdadero, al mismo modo,
Que severos ministros, y tremendas  5670
Celestes e impasibles potestades,
Del oraje el relámpago y centella,
En medio de los aires circundados,
Con faz siempre impertérrita y serena,
El Universo agitan y estremecen.  5675
Él de Enrique recibe, a do quier lleva
Las órdenes supremas, que emociones
Repentinas, intrépidas y fieras
Del alma de los héroes, al momento
Cambian una batalla, y fijo dejan  5680
Su triunfante destino. Él a los jefes
A trasladarlas corre con presteza.
El caudillo las toma, y velozmente
Al eco de su voz, con impaciencia,
Las bien disciplinadas prontas haces  5685
Su obediente furor mueven y arreglan.
Despliéganse ya raudos, se dividen
Los trozos de las huestes, ya se cierran,
Ya marchan en colunas diferentes.
Un espíritu solo, un plan gobierna  5690
La acción de cada trozo y movimientos.
Morné yendo y tornando, hacia el Rey vuela.
Él le sigue y le escolta; y golpes varios,
Que contra su persona el campo asesta,
Más de una vez, hablándole, le para.  5695
Por lo demás, Morné, nunca en la guerra,
A sus manos estoicas, en sangre
De sus tristes hermanos permitiera
Que crueles e impías se mancharan.
De su Rey solamente toda llena,  5700
Toda ocupada el alma, si su acero
Desenvainó, fue sólo en su defensa.
Su singular valor, de los combates
Declarado enemigo, no recela
El arrostrar la muerte, más sin darla.  5705
Ya el ánimo indomable de Turena,
Rechaza de Nemur, las huestes turba.
El de Elly, por do quier arrastra y siembra
La muerte y el terror. Elly, orgulloso
Con treinta años de lides, recupera,  5710
De marciales combates entre horrores,
A pesar de sus canas, nuevas fuerzas:
Un guerrero tan solo, a la amenaza
De sus golpes se opone en la palestra.
Un héroe joven es, que de sus días  5715
A la amena y florida primavera,
En funciones de Marte se estrenaba,
Con tan célebre acción como sangrienta.
Del más grato himeneo el dulce cebo,
Venía de gustar el mozo apenas.  5720
Del amor favorito, de sus brazos
De partir acababa. La vergüenza
De no ser hasta entonces sino solo
Célebre por sus prendas, y la fiera
Ambición de otra gloria, le arrojaba  5725
A los fieros peligros de la guerra.
Su joven bella esposa, en aquel día,
Los Cielos acusando, y la crueleza
De la batalla y Liga maldiciendo,
Su tierno esposo armó triste y violenta.  5730
Con un trémulo pulso e incierta mano
La pesada coraza le prendiera,
Y con amargas lágrimas dejara
De un casco preciosísimo cubierta,
Una frente de gracias tan ceñida  5735
Y a sus amantes ojos hechicera.
    Con cólera marcial, del novel fiero
El juvenil orgullo se endereza
Contra el anciano Elly. De polvo y humo
Por entre torbellinos, que los ciegan,  5740
De muertos, moribundos, y heridos,
Uno y otro al través, baten y aprietan
De sus fogosos brutos los ijares.
Apostados los dos sobre la hierba,
Con la sangre teñida y aplanada,  5745
Lejos de do campean sus banderas,
Se lanzan, y se buscan a seguro
Y arrogante galope los atletas.
De sus cotas cubiertos y su sangre,
Enristradas las lanzas, ya se encuentran,  5750
Y con choque espantoso, de repente
Se arremeten entrambos y golpean.
La tierra retembló del bote al ruido;
Y las astas al golpe en trozos quibran;
Al modo que en cargado, ardiente cielo,  5755
Dos formidables nubes, que acarrean
En su seno los truenos y la muerte,
Chocándose en los aires, corren, vuelan
Sobre el furioso viento; de su horrible
Conmistión los relámpagos revientan;  5760
De allí se forma el rayo, y los mortales,
A su vista y estruendo de horror tiemblan.
Ya sus brutos dejando lejos de ellos,
Por un súbito esfuerzo, se conciertan.
En bajarse a buscar muerte distinta.  5765
Ya pie en tierra, se vibran, ya centellan
Los funestos aceros en sus manos.
Acorre la Discordia turbulenta,
Y con ella ligados de consuno,
El rabioso Demonio de la guerra,  5770
Y la pálida parca ensangrentada,
Al lado de ambos héroes se presentan.
¡O míseros, o ilusos combatientes!
Suspended de esa lucha, de esa ciega
Precipitada cólera los golpes:  5775
Pero la irresistible oculta fuerza
De fatales decretos del destino,
Más su furor enciende y los obceca.
En el contrario pecho, abrir al alma
Intenta cada cual fúnebre puerta,  5780
En el pecho, que entrambos no conocen.
A los aires resalta, en cascos vuela
La acerada armadura que les cubre.
A redoblados tajos de su diestra,
Lumbres al viento arrojan las corazas.  5785
Sangre, que a borbotones corre suelta
De sus hondas heridas, rebotando,
Su fiera mano mancha y bermejea.
Los formidables filos deteniendo
Sus cascos y broqueles con destreza,  5790
Golpes mil aún le paran y le cubren,
De una muerte más pronta los libertan.
De resistencia tanta absortos ambos,
Admira, cada cual, honra y respeta
De su rival el ánimo y esfuerzo.  5795
De Elly mano más firme, y más certera,
Al joven generoso al fin derriba,
De un malhadado golpe a sus pies echa.
Sus vivos bellos ojos, para siempre
De la luz a los rayos ya se cierran.  5800
Sobre el sangriento polvo ya su casco
Arrastrando y rodando va dél cerca.
Ya de Elly ve su rostro ¡Qué lamentos!
Le ve, le abraza, ¡ay Dios! ¡...su hijo era.
Inundados en lágrimas los ojos,  5805
El desdichado padre ya la horrenda,
La parricida espada vuelto habría
Contra su corazón, si a tan extremas
Muestras de su dolor, su brazo alzado
Deteniendo, el suceso no impidieran.  5810
Parte trémulo todo; corre huyendo
De una playa de horror y espanto llena.
Su criminal victoria abominando,
Llórala eternamente, la detesta.
A la Corte, a los hombres, y a la gloria  5815
Para siempre renuncia, y solo anhela,
Prófugo de sí mismo, al fin del Orbe
Ir a esconder su tedio y dura pena
En un triste desierto. Allí, del punto,
En que su luz el sol torna a la tierra,  5820
Hasta que de las ondas cristalinas
En el piélago a hundirla tibia llega,
A los enternecidos dobles ecos
De los montes, los valles y las selvas,
Hacían repetir acentos tristes  5825
De su acerbo dolor y su querella,
El nombre, el triste nombre de su hijo.
    Del héroe en la agonía postrimera,
Guiada del terror la nueva esposa,
Con una errante vista y planta incierta  5830
Se acerca y llega, en fin, al campo infausto,
Do pavorosa busca, y ve... ¡Qué escena!
Entre el montón de muertos,... ve a su esposo.
¿Eres tú caro amante?... más sus tiernas
Cariñosas palabras, que interrumpen  5835
Sollozos mil, tristísimas endechas,
Que al viento el labio arroja mal formadas,
Del esposo adorado ya no afectan
El exánime oído. Ella aún sus ojos
Ver quiere, y vuelve a abrir. Ella aún aprieta  5840
Con sus últimos ósculos su boca,
Aquella boca, que idolatra aun yerta;
Ella el cadáver pálido y sangriento
Entre sus brazos trémulos sustenta;
Los ojos clava en él; sobre él suspira;  5845
Estréchale a su seno, y muerta queda.
    ¡Padre, esposa y familia deplorables!
¡Ejemplo lastimero, que amedrenta,
Y la imagen ofrece de unos tiempos
De tal ferocidad y tanta mengua!  5850
Pueda el recuerdo triste y espantoso
De tan mísera y trágica pelea,
De todos nuestros nietos más remotos
Lástimas excitar. Lágrimas pueda
Arrancar de sus ojos saludables,  5855
Porque crímenes tales y fierezas
De sus padres, jamás a imitar lleguen.
    Más ¿quién cielos la Liga así dispersa?
Qué héroe puede, o qué Dios, darle tal rota?
Biron el joven es, cuya braveza,  5860
Por entre atropellados batallones
Denodado consigue abrirse senda.
Y el orgulloso Aumale, que la fuga
De los suyos infame a mirar llega,
De cólera bramando, «Deteneos;  5865
¿Do, cobardes, corréis? Parad: dad vuelta.
¡Huir! ¡Huir, vosotros, los famosos
Compañeros de Guisa y de Mayena!
¡Vosotros los valientes, que hoy de Roma
La causa, de París, Francia, y la Iglesia  5870
Con tanto honor debéis dejar vengadas!
Del antiguo valor y virtud vuestra
Acordaos, amigos, y seguidme
Con aliento mayor a la refriega.
Batíos bajo Aumale, e ya vencisteis»;  5875
Volando a su socorro, gente llevan
El feroz de Saint-Pol, Beauveau, y Foyussa
Con Joyeuse. Las haces ya dispersas
A este refresco junta. Con miradas
Enciéndelas de fuego. Las ordena,  5880
Y a su frente revuelve a un nuevo ataque.
Tras él con paso rápido regresa
De su parte a ponerse la fortuna.
De Biron el valor y la firmeza,
Con rara intrepidez, paran en vano  5885
El impetuoso curso y la violencia
Del torrente de huestes, que furioso,
En sus ondas hundirle, ahogarle intenta.
Parabére expirando ve a su lado.
Entre el montón de muertos, ya por tierra  5890
Mira a Fouquier, Clermont, Angenne y Nésle,
Entre el polvo tendidos ya no alientan.
De exhalar sus suspiros postrimeros
Lleno él mismo de heridas, se halla cerca.
Así Biron, así finar debiste.  5895
En campos del honor muerte tan bella
Tan célebre caída, la memoria
De tu primer virtud eterna hicieran.
El extremado trance, a que un exceso
Del valor de Biron, su vida arriesga,  5900
De Enrique el corazón inquieto advierte.
Le amaba, no cual Rey, no a la manera
De un severo señor, que sólo sufre
Se aspire al alto honor, a la suprema
Ventura de agradarle, y cuyo duro  5905
Corazón, inflexible en su soberbia,
La sangre de un vasallo, bien pagada
Con sola una mirada considera.
La noble llama, Enrique, conocía
De la amistad; de la amistad; la prenda  5910
El don del alto Cielo, y de almas grandes
Dulce placer y encanto; de la tierna
Oficiosa amistad, que allá los Reyes,
Los ilustres ingratos, de su esfera
Por bastante desgracia no conocen.  5915
A socorrerle al punto Enrique vuela;
Y el mismo activo ardor, que fino guía,
Que al socorro sus pasos veloz lleva,
Más vigor a su brazo, y a su vuelo
Impulsiones prestaba más violentas.  5920
Biron, a quien ya asaltan, ya circundan
De una prójima muerte sombras negras,
De su valiente Rey y augusto amigo,
Confortado a la súbita presencia,
Hace un postrer esfuerzo; e incontinente,  5925
De Borbón a la voz, llama y releva
De su vida los restos. Huye todo,
De Borbón al denuedo todo ceja.
Tu Rey ¡joven Biron! tu Rey te arranca
Al tropel de enemigos, que fin dieran  5930
Con redoblados golpes a tu aliento,
Sin darte de su amor tan fina prueba.
Vives, Biron. La vida a tu Rey debes.
Vivirle siempre fiel, al menos, piensa.
    ¿Qué estrépito espantoso deja oírse?  5935
La Discordia es, maligna y turbulenta,
Que del héroe oponiendo a las virtudes
Su implacable furor, de un ira nueva
Los ligados enciende. Al frente de ellos
Pónese el monstruo horrible, y la trompeta  5940
Del infierno, a lo lejos, por el soplo
De su boca fatal, hórrida suena.
A sus acentos bárbaros, de Aumale
Harto bien conocidos, se subleva
Su cólera, se inflama, se embravece;  5945
Y repentinamente, a la manera
Que va del arco elástico impelida
Por los aires silbando una saeta,
Busca al héroe, y sobre él solo se arroja.
En tumulto una tropa se descuelga  5950
De ligados allí; del modo mismo
Que en hondos matorrales de florestas,
Con ojo ensangrentado, hasta su fondo
Precipitados corren y penetran
El alano y lebrel, fieros esclavos  5955
Del amo que los nutre y los arriesga
A ensangrentadas luchas, cual nacidos
Para presas y muertes carniceras,
A un jabalí valiente en torno acosan;
Sus bravíos furores exacerban,  5960
Y con cólera ciega encarnizados,
Los riesgos no advirtiendo, la corneta
Su belicoso instinto irrita al lejos,
Y las rocas, los montes y las cuevas,
De alaridos retumban y ladridos:  5965
Así enemigos mil a Enrique cercan,
Y él solo contra todos, de la suerte
Impía abandonado: de una espesa
Muchedumbre entre abismos, y sitiado
De la muerte en tal trance, se contempla.  5970
Del alto de los cielos, en peligro
Tan horrible y extremo, invicta fuerza
Presta Luis al héroe a quien amaba,
Y que a modo de roca, que altanera,
Amenaza las nubes, de los vientos  5975
El ímpetu rechaza, y la violencia
De las olas quebranta, que le embisten.
¡Quién fielmente narrar aquí pudiera
La sangre y mortandad, de que vio entonces
Cubrir el Euro triste sus riberas!  5980
    ¡O vosotros sangrientos sacros manes
Del más valiente Rey que el mundo cuenta!
Mi espíritu ilustrad y mi memoria;
Por el eco explicaos de mi lengua.
Él ve como al socorro velozmente  5985
Acude de su Rey su fiel nobleza;
Cual muere por su Rey, al mismo paso,
Que por ella, también, su Rey se arriesga.
El terror y el espanto le preceden.
De sus golpes en pos la muerte vuela;  5990
Cuando a su indignación y fiera saña,
A exponerse el de Egmond osado llega.
    Había este extranjero, en lo más fuerte
De batalla tan hórrida y sangrienta,
De su valor iluso, largo tiempo  5995
Del Rey andado en busca. Su soberbia,
Irritaba el honor de combatirle,
Por más que a extrema costa tal vez fuera,
De que su temerario y loco orgullo,
A la tumba fatal le condujeran.  6000
«Ven, Borbón, le gritaba, a alzar tu gloria.
Combatamos los dos. Acción es nuestra
La victoria fijar». A estas palabras,
Un relámpago, al punto, augural seña,
Frecuente mensajero del destino,  6005
Iluminando, hiende y atraviesa
Los espacios del aire. Que su trueno
Retumbe sobre el campo, al punto ordena
El árbitro y señor de los combates.
Bajo sus pies temblar siente la tierra  6010
Atónito el soldado. Que su apoyo
Los Cielos le debían, Egmond piensa;
Que su causa defienden, y en pro suyo,
A combatir de lo alto se dan priesa;
Que la naturaleza atenta toda  6015
Al grandioso interés de tal palestra,
Celosa de su gloria, por las voces
De aquel trueno, su triunfo a entender diera.
De Egmond logra alcanzar, y en el costado
Hiere por fin al héroe. Se contempla86  6020
Con derramar su sangre ya triunfante.
El Rey, que se halla herido, y de ver echa
Sin turbarse el peligro, su ardor noble
A medida del riesgo activo aumenta.
Su grande corazón, de haber hallado  6025
Del honor en los campos, competencia
De rivales tan fieros, y tan dignos
De su insigne valor, se lisonjea.
De entorpecerle lejos, más le aviva
La herida que recibe; y con braveza,  6030
Con impetuoso ardor, incontinente
Sobre el rival ufano, se despeña.
De un golpe más seguro derribado,
De repente el De Egmond tendido queda.
Del centellante acero fue en un punto  6035
Su pecho traspasado. Sobre él trepan,
Con sus teñidos pies en fresca sangre,
Los inquietos caballos. Las tinieblas
De la parca, sus ojos eclipsaron;
Y entre rabiosas furias toda envuelta,  6040
De los muertos, volando parte su alma
A la región obscura, do en presencia
De su padre, remuerdos la devoran.
Españoles tan fieros, hueste íbera,
Terrible tanto un tiempo y decantada!  6045
La muerte del de Egmond, vuestras guerreras
Virtudes abismó. Vosotros visteis
La faz al miedo allí, por vez primera.
    De helada turbación y mustio espanto
Sobrecoge el espíritu, y aterra  6050
Al alarmado ejército. En un vuelo
Pasa de fila en fila y al fin, llena
Todo el confuso campo. El tino pierden;
Embárganse los jefes, y se encuentran
Perdidos los soldados. Los primeros,  6055
No aciertan a ordenar, de mandar cesan;
Y a su vez, los segundos no obedecen;
Sus banderas arrojan; grita horrenda
A los vientos despiden; y entregados
A una afrentosa fuga, en medio de ella,  6060
Y del ciego pavor, unos con otros
Tropezando, chocando, y dando en tierra,
Se dispersan confusos y extraviados.
Ríndense al Vencedor sin resistencia,
Sus cadenas, los unos, de rodillas  6065
Pidiéndole por gracia. Otros, intentan
El alcance evitar en rauda fuga,
Y del Euro ganando las riberas,
Estúpido terror los precipita
En su profundo abismo, y con la mesma  6070
Muerte, de que huir quieren, al fin topan.
Las ondas de cadáveres cubiertas,
Del río interceptando la corriente,
Retrocede espantado, y se nivela
De su frente a la altura originaria  6075
    Mayenne, que de espanto incapaz era,
Sereno, aunque afligido, en tal desorden
De su espíritu dueño, aún firme observa
Su fortuna cruel; y a sus reveses
En jornada cediendo tan funesta,  6080
En otra más propicia a lo adelante,
Aún aguarda, animoso, triunfar de ella.
Cerca dél, al contrario, Aumale fiero,
Con un mirar rabioso, acusa, execra
Los Flamencos, el Cielo y la Fortuna.  6085
«Todo perdido se ha ¿Qué es lo que resta?
Morir ¡bravo Mayenne! morir solo».
Dejad de tal furor tan vanas muestras,
El caudillo responde. No, de Aumale.
Vivid para un partido que os aprecia  6090
Tanto como le honráis, para que un día
La derrota del de hoy reparar pueda,
Y el daño redimir, en mejor tiempo,
De la suerte que en este nos fue adversa.
Vivid, valiente Aumale, y con constancia,  6095
De este revés en hora tan funesta,
Junto con Rois-Dauphin, los tristes restos
Aplegad de la rota soldadesca,
Y de París seguidme hasta los muros.
Las reliquias batidas y dispersas  6100
De la Liga reunid. Así, excedemos
Del vencido Coliñi la fiereza».
Al oírle el de Aumale, se enfurece,
Y de cólera llora. No sin pena,
Parte a cumplir un orden que abomina;  6105
Cual el fiero león, que mano experta
Domar de un moro supo, al dueño dócil,
Más feroz y terrible a otro cualquiera,
A la frecuente mano que conoce,
Somete horriblemente su cabeza;  6110
Le sigue aunque con aire formidable;
Feroz, rugiendo aún, le lisonjea,
Y amenazar parece obedeciendo.
    El caudillo, entre tanto, se acelera
A dejar escondidas, con su fuga,  6115
De París entre muros sus afrentas.
    Victorioso Borbón, por todas partes
Correr ve los ligados, sin defensa,
A implorar sus piedades. Al momento,
Las bóvedas del Cielo allí entreabiertas,  6120
Los Manes visto se han de los Borbones,
Que desde él a los aires descendieran,
Y el inmortal Luis, rodeado todo
De la augusta celícola Asamblea,
Por mejor contemplar a su hijo Enrique,  6125
Bajó del firmamento a tanta escena.
De los Borbones vino el jefe excelso,
A observar como el héroe usar supiera
De sus ilustres triunfos, y acabara
De merecer la gloria que le cerca.  6130
Cabe el Rey, sus soldados, los vencidos,
Que a su golpe mortal huir pudieran,
Con ojos de furor miran, y rabian.
Los prisioneros trémulos, que llevan
De Enrique a la presencia, absortos, mudos,  6135
De su suerte final el fallo esperan.
En sus errantes y turbados ojos,
Con el mortal despecho, y la vil mengua,
Pintaban, y el espanto, su desastre.
Sus miradas, Borbón, de gracia llenas,  6140
Y en que a un tiempo reinaban la dulzura
Y la audacia, sobre ellos caer deja.
«Libres estáis, les dice. De hoy más quede
Sólo a la voluntad y elección vuestra,
El ser mis enemigos o vasallos.  6145
Entre mí ya podéis y el de Mayena
Reconocer un dueño. Ved, franceses,
Quién de los dos más bien serlo merezca.
O esclavos de la Liga, o, de un Rey socios;
Id, si os place, a gemir bajo de aquélla,  6150
O a triunfar bajo de éste. Elegid digo».
A estas palabras, que de un Rey salieran
Ya de gloria cubierto, sobre un campo
De batalla, en el seno de la mesma
Victoria, desvariados, sorprendidos  6155
Vense los prisioneros: se demuestran
Contentos de su rota; y a gran dicha
Teniendo el ser vencidos, se clarean
Sus anublados ojos, y en su pecho,
Muere todo el rencor, que en él viviera.  6160
De Borbón el valor los ha vencido;
Y tanto su virtud los encadena,
Que ya del mero nombre de soldados
Del Rey, alarde haciendo, solo anhelan
Su crimen a expiar, con ley ardiente  6165
Marchando, a lo adelante, tras sus huellas
Benigno el vencedor, y generoso,
Que cese ya el degüello presto ordena.
Dueño de sus guerreros, su coraje
Cede a su regia voz, y se sosiega.  6170
Ya no es Enrique el León, bañado todo
En sangre de la lid, que fiero lleva
La muerte y el terror de fila en fila.
Un Dios es, que benéfico, ya suelta
De su potente mano el rayo horrible,  6175
Y que la tempestad calma y enfrena,
Consuelos dando al mundo. Dulces rasgos
De la benignidad, la paz ya sella
Sobre aquella terrible, amenazante,
Y ensangrentada frente. Vida nueva,  6180
Por sus humanas órdenes recobran,
Los que la luz del día ven apenas;
Y sobre sus peligros, sus trabajos,
Y sus necesidades y miserias,
Sus cuidados extiende, y cual un padre,  6185
Atento y oficioso se desvela.
    De lo veraz lo mismo que lo falso,
La peregrina rápida y parlera,
Que a medida que avanza, abulta y crece,
Y más leve que el viento, en alas vuela  6190
Hasta allá mucho más de inmensos mares,
De un polo al otro pasa de la tierra,
Y el Universo ocupa. De este monstruo,
De ojos lleno, de bocas y de orejas,
Que igualmente celebra de los reyes  6195
Los prodigiosos hechos, que las menguas;
Que bajo sí reúne con el miedo
Duda y credulidad, y que concierta
Con el afán curioso, la esperanza,
La retumbante voz, fue cual trompeta,  6200
Del héroe de la Francia, de sus glorias,
Y sus ilustres triunfos pregonera.
Del Tajo al Erídano, vuela al golpe
El grandioso y sonoro ruido de ella.
Espántase el soberbio Vaticano.  6205
Salta el Norte a tal voz de complacencia:
Y Madrid, por su parte, entristecido,
Tiembla de espanto, al fin, y de vergüenza.
    ¡O infelice París! ¡o ciudadanos,
Que engañados vivís en lid tan terca!  6210
¡Falaces sacerdotes! ¡Infiel Liga!
¡De dolor con que gritos, con que quejas
Vuestros templos entonces resonaron!
Allí, desmelenadas las cabezas
De ceniza cubristeis. ¿Y aún maquina  6215
Adular vuestro espíritu Mayena?
Él de esperanzas lleno, aunque vencido,
Del retiro afrentoso en que se encierra,
Con sagaz artificio disfrazaba
A la atónita Liga, ya perpleja,  6220
Lo irreparable y cruel de su derrota.
Contra una suerte de armas tan adversa,
De nuevo asegurarle pretendía.
Su desgracia ocultándole, aún espera
Repararla tal vez, y quiere en tanto,  6225
Por mil falsos rumores que audaz siembra,
Su celo reanimar y antiguo orgullo.
A pesar, entretanto, de consejas,
Y de invenciones tantas y artificios,
La Verdad, siempre clara, siempre fiera,  6230
La Verdad a sus ojos le desmiente,
Su impostura confunde, y al fin vuela,
De boca en boca, helando y abatiendo
Los corazones todos que imbuyera.
    Obstinada y astuta la Discordia,  6235
De ello por fin se aflige, de ello tiembla,
Y su furiosa rabia redoblando,
«Yo no he de ver jamás, dice, que sean
Arruinadas mis obras; que en los muros
De este mi Pueblo fiel, ya se vertieran  6240
Por mí ponzoñas tantas; que encendida
Fuese tanta voraz horrible hoguera;
Y que de sangre, al fin, por tantas olas,
Cimentada tuviese mi potencia,
Para dejar a Enrique el vasto imperio  6245
De la Francia, que al mio vi sujeta.
Por más que formidable, fuerte e invicto
Ese glorioso Príncipe ser pueda,
El arte todavía no me falta
De enflaquecer su ardor. Si con la fuerza  6250
Vencerle no he podido, afeminarle
Podré al menos bien pronto. A su braveza,
A su excelsa virtud, esfuerzos vanos
No opongamos de hoy más. Probado queda,
Que al indomable Enrique, con suceso  6255
Jamás podrá oponerse, en competencia,
Otro algún vencedor; que Enrique mismo,
Sólo a su corazón es a quien deba
Ese Borbón temblar. Por él hoy quiero
Solamente asaltarle, y de sorpresa  6260
Mal herirle y vencerle». Dijo; y pronto
Del Euro abandonando las riberas,
Sobre un carro teñido en sangre humana,
Y del odio tirado en nubes densas,
Que el día tornan pálido, ya parte,  6265
Y en busca del Amor rápida vuela.

 
 
FIN DEL CANTO VIII
 
 



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Canto IX


Descripción del templo del Amor. La Discordia implora su poder para afeminar el valor de Enrique IV. Este héroe es retenido algún tiempo cerca de Mma. De Estrée, tan célebre bajo el nombre de la bella Gabriela. Morné le arranca a su amor y el Rey vuelve a su ejército.


Del país, que el antiguo llamó Idalia,
Sobre aquellos confines venturosos,
Señalados lugares, donde el Asia
Su principio, y la Europa su fin tienen,  6270
Un vetusto palacio se levanta,
Que el tiempo respetó. Naturaleza,
Sus primordiales bases allí labra;
Y su rústica y simple arquitectura,
Ornando en pos del arte mano sabia,  6275
Por atrevidos rasgos de su genio,
A la naturaleza se adelanta.
De su alegre distrito las campiñas,
Todas de verde mirto allí pobladas,
De sañudos inviernos los ultrajes  6280
No sufrieron jamás. Especies varias
Nacen allí y maduran por do quiera,
De frutos de Pomona, entre mil galas
Y dones aromáticos de Flora.
Oficiosa la tierra, allí no aguarda,  6285
Para ofrecer copiosas ricas mieses,
Ni del hombre los votos, ni ordinarias
Estaciones fructíferas del año.
En la paz más profunda, ledos hallan,
Gozan allí los hombres cuantos gustos  6290
En la primera edad del mundo fausta,
De la naturaleza le ofreciera
La bienhechora mano. Eterna calma,
Días puros, serenos y apacibles,
La dulzura y placer, que la abundancia  6295
Suele ofrecer risueña a los mortales,
Los bienes, en fin, todos, y las gracias
De la edad primitiva, de ellas sólo
La cándida inocencia exceptuada.
Otro estrépito allí jamás se escucha,  6300
Que el de conciertos músicos, que encantan,
Y con dulce harmonía, languideces
Por las voces inspiran y palabras
De mil amantes, y mil tiernos tonos
Con que les corresponden sus amadas,  6305
Y en que, a veces, celebran su vergüenza,
Y hacen de sus flaquezas, gloria vana.
Véseles cada día, con sus frentes
De floridas guirnaldas coronadas,
Implorar de sus dueños los favores;  6310
Y en la maña y las artes poco cautas
De imponer y agradar, ir en su templo
A ensayarse a porfía y afanadas.
Del Amor, por la mano, a los altares,
Con faz siempre serena, la Esperanza  6315
Plácida y lisonjera las conduce.
Del sacro templo aquel, siempre cercanas
Las Gracias, al desdén, medio desnudas,
A su melosa voz, ingenuas danzas
Con donaire entrelazan y conciertan.  6320
Allí el muelle Deleite, en quietud blanda,
Sobre un lecho de céspedes tendido,
Sus canciones escucha, y se solaza.
Oficiosas le asisten a sus lados,
La dócil Complacencia, la Confianza,  6325
Los amantes Cuidados, los Placeres,
Los Suspiros, en fin, y tiernas Ansias,
Aún de más dulce llama y seductora
Que los placeres mismos. Tal la entrada
Es del célebre templo, y tan amable;  6330
Más cuando del mortal liviana planta,
Bajo la sacra bóveda, hasta el fondo
Del santuario mismo, audaz avanza,
¡Qué espectáculo, entonces, tan funesto,
Los ojos de sorpresa en él espanta!  6335
De Placeres, allí, ya no aparece
Aquella tropa, un tiempo, tierna y cara,
Ni sus suaves conciertos amorosos,
Los oídos patéticos halagan.
Las Querellas, tan solo, y el Fastidio,  6340
El Temor e Imprudencia temeraria,
En un lugar transforman de horror lleno,
Tan hermosa mansión y afortunada.
De tez pálida y lívida, sombríos,
Con pie trémulo, allí, los Celos andan,  6345
Tras la inquieta Sospecha, que los guía.
La Cólera y el Odio, ante ella marchan
Vomitando venenos y blandiendo
Un matador puñal. De vista zaina
La Malicia, los ve, y al paso aplaude,  6350
Con maligna sonrisa y afectada,
La comparsa frenética y odiosa.
De su error, cerca de ella, y de su rabia,
El Arrepentimiento, aunque harto tarde,
Los bárbaros furores detestaba,  6355
Y aquel horrible séquito cerrando,
Confundido suspira, y mustio baja
Bañados en mil lágrimas los ojos.
    Aquí en medio de corte tan infausta,
Siempre ingrata e infelice compañera  6360
Del humano gozar, su eterna estancia
El Amor escogiera. De este niño,
Tan tierno como cruel, la mano flaca,
Los destinos pendientes de la tierra
Lleva siempre a placer. Guerra o paz manda  6365
Con sólo un simple gesto, y derramando
Por todo lo criado, en abundancia
Su dulzura falaz, anima el mundo,
Y en todo corazón albergue alcanza.
Sobre un fúlgido trono, sus conquistas  6370
Contemplando, a sus pies fiero arrojaba
Las más soberbias testas, y engreído
Más bien de las crueldades de su llama,
Que de sus beneficios, daba señas
De holgarse de los males que causaba.  6375
    Guiada por la rabia, la Discordia,
Los placeres de allí desvía airada.
Ábrese un libre paso, y agitando
Las encendidas hachas que empuñaba,
Con ojos brasas hechos, y con frente  6380
Iracunda y teñida en sangre humana,
«¡Hermano mío! dice ¿Qué se hicieron
Las terribles saetas de tu aljaba?
¿Para quién esas flechas invencibles
Conservaras, Amor, así guardadas?  6385
Si de tu fiel hermana la Discordia
Las teas encendiendo, a crudas sañas
De tus locos furores, siempre ansiaste
La ponzoña mezclar de sus entrañas;
Si a la madre común Naturaleza,  6390
Con horrible trastorno perturbada
Dejé en obsequio tuyo, tantas veces,
Ven: y sobre mis huellas, la venganza
Vuela al punto a tomar de mis injurias.
De un victorioso Rey la fuerte planta,  6395
Mis serpientes aprensa. Su audaz mano,
De la guerra al laurel, terrible enlaza
De la paz la agradable y mansa oliva.
La Clemencia, que asidua le acompaña,
Con un tranquilo paso, generosa,  6400
De su guerrero impulso el ardor calma,
Y en el túrbido seno y desgarrado
De la guerra civil, por mí excitada,
Ya bajo sus banderas victoriosas,
Flotando por do quier, todas las almas  6405
Por mí sola discordes, va a reunirse.
Una victoria más, en polvo, a nada
Reducido será mi altivo trono.
Del rebelde París a las murallas
El rayo lleva Enrique, y a batirle,  6410
Vencerle y perdonarle se adelanta.
Con cien grillos de bronce aprisionarme
Su brazo premedita. A ti, la hazaña
Toca ya de enfrenar ese torrente
En su curso feroz. Sus, parte, marcha  6415
La fuente a emponzoñar de tan sublimes
Y valerosos hechos. Ya postrada,
Bajo tu yugo ¡Amor! su gloria gima.
Haz que a tu tierno halago y dulce magia,
De la misma virtud quede en el seno,  6420
De su esfuerzo rendida la constancia.
Tú has sido ¡Amor! tú has sido, acordaraste,
Cuya mano fatal urdió la trama
De hacer caer de un Hércules las fuerzas,
A los pies arrastrándolas de Omphala.  6425
¿Y no se viera a Antonio entre tus hierros
Cautivo y quebrantado, abandonada
La pretensión por ti del Orbe entero,
Delante huir de Augusto con infamia,
Y tras tus huellas solo, de Neptuno  6430
A la región librándose salada,
Del universo mundo al alto imperio,
Anteponer gustoso a su Cleopatra?
Vencer te resta a Enrique, además de tantos
Orgullosos guerreros de alta fama.  6435
En sus soberbias manos, ve de un vuelo
A marchitar laureles, que las cargan.
De mirto y de arrayan, su sien altiva
Parte al punto a dejar tan solo ornada.
Entre el mimo y arrullo de tus brazos,  6440
Adormece su bélica arrogancia.
A mi trono en peligro y vacilante,
Corre a servir de apoyo. Ven: mi causa
Es la tuya, y también tu reino el mío».
    Así dijo aquel monstruo: y retembladas  6445
Las bóvedas del templo, repetían
Los ecos de su voz, que espanto daban.
Amor, que allí entre flores recostado,
A su sabor la plática escuchara,
Al tono respondió de sus furores,  6450
Con sola una sonrisa fiera y grata:
De sus doradas flechas se arma, en tanto,
Y del Cielo la bóveda azulada,
En un punto, cual rayo, veloz hiende.
De Placeres, de Juegos, y de Gracias  6455
Guiado por los aires, y traído
De los céfiros blandos en las alas,
A los franceses campos raudo vuela.
    Del mezquino Simois presto las aguas
En su carrera avista, con los campos  6460
Donde un tiempo fue Troya. En estas playas,
Tan célebres un día, el rapaz fiero
Ríese al contemplar de torres altas,
De suntuosos palacios las cenizas,
A que las redujeron torpes llamas  6465
De su adúltera tea. Allá a lo lejos,
Fábricas ve soberbias, ve murallas,
Que sobre un golfo erguidas, parecía,
Que entre sus ondas móviles bogaban.
Venecia es la que ve, del mundo asombro,  6470
Cuyo destino al ver Neptuno pasma,
Y que a las vagas ondas encerrando
Con su seno esposadas, fiera manda.
    Desciende a descansar, y alto Amor hace,
De la fértil Sicilia en las aisladas  6475
Fructíferas campiñas, donde un tiempo
A Virgilio y Teócrito inspiraba;
Y do también se cuenta, que allá un día,
De su poder la fuerza arrebatara
Del amoroso Alfeo los raudales  6480
Por ocultos caminos. Se levanta:
Y las orillas plácidas dejando
Del amable Aretusa, veloz pasa
En campos de Provenza hacia Voclusa,
Más dulce asilo aún y suave estancia,  6485
Donde en sus bellos días, sus amores
Suspirara, y sus versos el Petrarca.
Las paredes de Anet ve remontarse
Del Euro a las riberas, cuya magna
Elegante estructura trazó él mismo  6490
Y do por diestras manos aún grabadas,
Visibles hasta el día se conservan,
Las amorosas cifras de Diana87.
Las Gracias, al pasar, y los Placeres,
Sobre su tumba, flores, que brotaran  6495
Bajo sus lindas huellas, derramaron.
    Termina ya el Amor su veloz marcha,
Y a Ivri llega por fin; do a partir pronto
Para empresas mayores el monarca,
Aún en medio del ocio, activo y bravo,  6500
Útil y dulcemente conciliaba
La laboriosa imagen de la guerra,
Con los regios solaces de la caza,
Y en tan marcial recreo, algún instante
Su trueno reposar en paz dejaba.  6505
Mil jóvenes guerreros, a su lado,
Y al través de los campos, acosaban
Diestramente los huéspedes del bosque.
Una alegría bárbara e inhumana
Siente a su vista Amor: aguza flechas;  6510
Sus cadenas apresta; lazos arma;
Y los aires agita y alborota,
Que a proposito él mismo serenara.
Habla: y súbitamente vense armados
Los elementos todos. De la plaga  6515
Más remota del mundo, hasta la opuesta,
La tempestad llamando, su voz manda
Que congreguen los vientos mil nublados;
Que desprendan al pronto, de las aguas
Los torrentes suspensos en el aire;  6520
Y que sobre aquel suelo al punto traigan
Con la noche relámpagos y rayos.
    A sus órdenes fieles e irritadas
Del Aquilón las furias, en los cielos
Despliegan anublados, fieras alas.  6525
La más horrible noche, a un día hermoso
Suceder se ve ya. Gime, se espanta,
Y la Naturaleza a Amor conoce.
    De aquella vasta y húmeda campaña
Por entre cenagosos y hondos surcos,  6530
Un pie incierto, Borbón, encaminaba
Sin guía y sin escolta. Amor, entonces,
De su antorcha excitando la cruel llama,
Hace delante dél ir alumbrando
Este nuevo prodigio. En la intrincada  6535
Umbría de las selvas, de los suyos
Abandonado el Rey, tras la luz marcha
De aquel astro enemigo, que entre sombras
Brillando de la noche, le guiadaba.
Cual se vieran, a veces, los viajeros  6540
Ir, errantes, siguiendo en sus jornadas
Varios ardientes fuegos, que la tierra
De sus senos recónditos exhala,
Pasajeros vapores, cuyas luces
Maléficas los llevan, deslumbrada  6545
La vista, al precipicio, hasta el momento,
En que ellas le iluminan, y él los traga.
    Hacía poco tiempo, que fortuna,
De una ilustre mortal la bella planta
A estos lúgubres climas condujera.  6550
De una tranquila quinta solitaria
En el fondo apacible, allá bien lejos
Del horroroso estruendo de las armas,
Esperaba la joven a su padre,
Que a sus príncipes fiel, y honrosas canas  6555
De la guerra adquiriendo entre los riesgos,
Nunca del Gran Enrique abandonara
Los gloriosos y regios estandartes.
Era de Estrée su nombre. Mano franca88
De la naturaleza, sin medida,  6560
De sus amables dones la colmara.
No con tanto esplendor, a las riberas
Del Eurotas, un día, rutilaba
La criminal belleza, que a su esposo
Menelao, la fe, torpe violara.  6565
Menos por cierto hermosa e interesante,
Ostentar viera Tarsis en sus playas,
La suprema beldad, que del Romano
Al formidable dueño esclavizara,
Cuando mortales razas de habitantes,  6570
Que allá a orillas del Cidano moraban,
Por la Diosa acatándola de Chipre,
En su culto incensarios manejaran.
Ella en la edad rayaba... ¡Edad terrible!
Que hace de las pasiones más tiranas  6575
Inevitable y grato el dulce yugo.
Su corazón naciera, y se formaba
Para el amor más fino: pero votos,
Aún, fiero y generoso, no aceptara
De algún ansioso amante; parecida  6580
A la mimosa rosa, en la mañana
De su fresca apacible primavera,
Que su natal belleza al nacer guarda,
Y en sus primeros días, recatando
De los vientos de amor a las oleadas,  6585
Los preciosos tesoros de su seno,
Ábrelos a su tiempo, y los regala
Sólo a los rayos dulces y suaves,
De un día de serena y pura calma.
    Entre tanto, el Amor, que a sorprenderla,  6590
Bajo un supuesto nombre se aprestara,
Cerca de ella de súbito aparece
Sin su antorcha, sus flechas, y su aljaba.
La voz de un simple niño y la figura
Toma, y esto le cuenta. «En las cercanas  6595
Riberas dejó verse ese famoso
Vencedor de Mayenne, que se avanza
Hacia aquestos lugares»; y al decirlo,
Allá en su corazón un ansia extraña,
Un deseo ignorado introducía  6600
De agradar a aquel héroe, y animada
Viose de nuevas gracias su tez bella.
Aplaudíase Amor, al contemplarla
Hermosa tanto entonces, y ayudado
Del tropel de atractivos, que la agracian,  6605
¿Qué no debió esperar? él, de Estrée, lleva
Al encuentro del Rey, la linda planta.
El arte, con que él mismo, simplemente
Su traje y sus adornos preparara,
A seducidos ojos parecían  6610
De la naturaleza propia gala.
De sus blondos cabellos oro fino,
Que del viento a merced, en él flotaba,
Ora, revoleando, los nacientes
Tesoros va a cubrir de su garganta,  6615
Ora expone a los ojos sus encantos,
Sus inefables y picantes gracias,
Que aún más preciosas hacen su modestia:
No aquella austeridad feroz y opaca,
Que a la misma beldad, que al amor mismo  6620
De sí lejos arredra, y los espanta,
Sino el pudor, que dulce, que inocente,
Que aniñado, colora, enciende, esmalta,
De un divino sonrojo los semblantes;
Que inspirando respeto, aviva e inflama  6625
Mucho más el deseo, y los placeres
Del que puede vencerlo, más exalta.
    Aún hace más Amor, a quien milagro
No es imposible alguno; pues encanta
Por invisible hechizo estos lugares.  6630
Mirtos entrelazados por sus ramas,
Que sumisa la tierra, en un momento
Abortó de sus pródigas entrañas,
Sobre el suelo extendían del contorno,
Verde frondosidad embovedada.  6635
Bajo su fatal sombra, incautamente,
Cualquier mortal apenas su pie estampa,
Cuando por mil secretos blandos lazos
Siéntese detener. Allí le agrada;
Estarse allí le place. Allí se turba:  6640
Salir de allí no puede. Un onda clara,
Bajo estas sombras plácidas huyendo,
Embelesa la vista, y la arrebata.
Los dichosos amantes, embargados
De una embriaguez allí tan dulce y cara,  6645
De todo su deber un pleno olvido
A vasos llenos beben y sin tasa.
En todo aquel recinto delicioso,
Triunfa y reina el Amor. En él alcanza,
Y un poder probar hace irresistible.  6650
Todo parece allí que el Amor cambia,
Y todo corazón allí suspira.
Todos embelesados allí se hallan,
Del encanto que inspiran y resuellan.
Todo allí de Amor habla. Amores cantan,  6655
Y aves gorjean mil, y mil redoblan
Por los amenos campos y enramadas,
Sus ósculos, sus trinos, y caricias.
El segador activo, que se avanza
A la Aurora, y cantando, a segar corre  6660
La que espiga le ofrece ya dorada,
La estación ardorosa del Estío,
Cual trabado en su marcha, allí se embarga;
Allí se inquieta todo; allí se agita;
Y de ayes puebla mil aquellas auras.  6665
Su corazón se admira, se sorprende
De tan nuevos deseos. Él, su estancia
Embebecido, fija, y encantado
En tan bello retiro, y empezada
Deja su mies preciosa. El que apacienta  6670
Cabe dél, hato rico, la zagala
Olvidando, y temblándole la mano,
Ya de ella, sin sentir, se le resbalan
Los bolillos al suelo. De este hechizo
A poderío tal, a fuerza tanta,  6675
¿Qué hacer pudo de Estrée, cuando atraída
De un invencible encanto es la cuitada?
Ella que combatir tenía, a un tiempo,
En ocasión y en horas tan menguadas,
Su edad, su corazón, su amor, y un héroe.  6680
    De Enrique, por un tiempo, la gran alma,
La inmortal valentía, allá en secreto
Su inacción reprobando, le llamaran
De su glorioso campo a las banderas:
Pero mano invisible le ligaba  6685
A su pesar allí. Apoyo, en vano,
En su primer virtud Borbón buscara.
Su virtud le abandona; y su alma absorta,
No conoce, no ve, no escucha, no ama
Más deber que su Estrée, más gloria y dicha.  6690
    De Enrique, en este tiempo, la morada
Sus jefes ignorando, de él distantes,
¡Con qué afán por su Rey se preguntaban
Los unos a los otros! ¡qué confusos,
Cuán sin ánimo y mustios todos andan!  6695
Por sus días solícitos y ansiosos,
Agitábanse todos y temblaban:
Creer, empero, alguno no pudiera,
Que en tan fatal ausencia, sin infamia
Temblar también debiese por su gloria.  6700
En balde por do quier se le buscaba;
Y sus bravos guerreros, desmayados,
No llevándole al frente, que quedaran
Parecía dispersos y vencidos.
    Pero el Genio feliz, que de la Francia  6705
Preside a los destinos, tiempo largo
Ausencia no sufrió tan arriesgada.
A la voz de Luis baja del Cielo;
Y con vuelo veloz, sobre sus alas,
De su hijo al socorro parte al punto.  6710
    Luego que, descendiendo, el pie descansa
Sobre nuestro hemisferio, por que pueda
Con un sabio encontrarse, atenta ojeada
Por la tierra tendió; más sin buscarle
En aquellas mansiones veneradas,  6715
Que al estudio los hombres, al silencio,
Y al penitente ayuno consagraran,
A encontrarle en Ivri rápido vuela.
Entre aquella licencia relajada,
Donde de los soldados victoriosos,  6720
La arrogante insolencia se desata,
Fija el ángel feliz de los franceses
Su vuelo celestial. Allí se para;
Y en medio de los fieros estandartes,
De los que de Calvino hijos se llaman,  6725
Se dirige a Morné, por enseñarnos,
Que la sola razón, mil veces basta
A conducirnos bien: de la manera,
Que, entre paganas gentes, ya guiara
A los Marcos Aurelios y Platones,  6730
Vergüenza y confusión de las cristianas.
    Morné, prudente amigo, nada menos
Que filósofo austero, no ignorara
El arte tan discreto como raro
De agradar reprehendiendo. Él enseñaba  6735
Más que con el discurso con su ejemplo.
Las virtudes más sólidas, del alma
De Morné, los amores fueran todos.
Ávido de trabajos, sin más ansias,
Y a los blandos placeres insensible,  6740
Al borde, con pie firme, caminaba
Del mayor precipicio. Nunca el tono
De la corte, ni su aura envenenada,
La pura austeridad de su constante
Corazón, corrompiera ni alterara.  6745
Así ¡bella Aretusa! de Amfitrite,
A tu inviolado tránsito, pasmada,
Hasta el seno feroz y borrascoso,
Rodar hacen tus ondas dulces aguas,
Limpios cristales claros, a que nunca,  6750
De los piélagos vicia, ni contagia
La salobre amargura, por do corren.
    Generoso Morné, cuyas pisadas
La Prudencia dirige, a su par vuela
En alas del afecto a la morada,  6755
En que la femenil dulce molicie,
En sus brazos prendiendo, esclavizaba
Al vencedor terrible de los hombres,
Y con él los destinos de la Patria:
Multiplicando Amor sus tiernos triunfos,  6760
Sus dichas cada instante acrecentaba,
Por desmenguar más bien sus altas glorias.
Los deleites, que rápida duranza
Suelen sólo lograr, embelesando
Sus momentos, sus días renovaban.  6765
    Colérico el Amor, en medio de ellos,
La severa Prudencia, colocada
Del virtuoso Morné descubre al lado.
Transpórtase furioso; y en venganza,
Contra el sabio guerrero una saeta  6770
Lanzar quiere cruel, con que pensaba
Hechizar sus sentidos, y creía
Herir su corazón: pero se engaña.
Su cólera, Morné y agudas flechas,
Sus encantos, Morné, menospreciaba.  6775
Impotentes sus puntas, se rompían
En su armadura todas, o embotaban.
Con circunspecto acuerdo, que a sus ojos
Se le ofreciese el Rey, modesto aguarda;
Y entre tanto, con vista y ceño airado,  6780
Aquel hermoso sitio contemplaba.
    Del sombrío jardín allá en el fondo,
Y a orillas de un raudal de limpias aguas,
Bajo un mirto amoroso, del misterio
Verde y ameno asilo, prodigaba  6785
A su amante la Estrée sus gracias todas.
Unido el uno al otro, cual pegada
Suele al laurel la hiedra, entre los brazos
De su Estrée nuestro Enrique se abrasaba,
De amor desfallecía. De los tiernos  6790
Suavísimos coloquios, que alternaban,
Nada, en tales momentos, capaz fuera
De alterar el hechizo. Se llenaran
De lágrimas sus ojos y desmayo,
De aquellas dulces lágrimas, que labran  6795
La gloria y el placer de los amantes.
Ellos allí sentían, y gustaban
Aquella embriaguez, aquel arrobo,
Aquel muelle transporte y furia mansa,
Que solo un amor tierno gustar hace,  6800
Y que explicar también él solo alcanza.
Juguetones placeres y festivos,
Amores mil de un índole aniñada,
De su dulce reposo allá en el seno,
Aquel fuerte guerrero desarmaran.  6805
Aquí, el uno, agarraba y revolvía
Aún teñida de sangre su coraza.
Al héroe manoseando y desciñendo
Otro, allí, la terrible cimitarra,
Se reía a placer, y entre sus manos  6810
Débiles e infantiles, jugueteaba
Con el hierro, que apoyo era del trono,
Y a los hombres horror y espanto causa.
    La Discordia, a lo lejos, acechando
Sus humanas flaquezas, le insultaba;  6815
Y el afecto cruel de su contento,
Exprimía con pérfidas risadas.
Su actividad aleve, no prodiga
Tan críticos momentos. Sin tardanza,
Las sierpes de la Liga a irritar corre;  6820
Y mientras que a los brazos se entregara
Del reposo Borbón, del bando opuesto
Las infernales furias despertaba.
    Por fin en los jardines, do yacía
Su virtud en el ocio aletargada,  6825
Parecer ve Morné. Vele, y se afrenta.
Uno de otro, en secreto, recelaba
La presencia al igual. Se acerca el sabio,
Y un sombrío silencio grave guarda;
Más su silencio mismo, el mirar triste  6830
De su abatida vista ¡Cuánto daban
Que entender a Borbón! Sobre aquel rostro
Humildemente severo, en que reinaba
La dura pesadumbre, su flaqueza
Fácilmente y rubor Borbón repara.  6835
Odia Amor sus sorpresas. Raras veces,
Suele amarse al testigo de sus faltas.
De Morné, cualquier otro, los cuidados
No hubiera agradecido, a mal llevara89.
«¡Caro amigo! el Rey dice, mis enojos  6840
Temer no debes, no. Quien me señala,
Quien mi deber me advierte, de agradarme
Seguro puede estar. Ven: llega. Aún se halla
Digno de ti tu Rey, y su alma dócil.
No más, no más, Morné; te he visto, y basta.  6845
Tú me has vuelto a mí mismo ¡caro amigo!
Ya la virtud antigua, que robara
De mi pecho el amor, a cobrar vuelvo.
De esta inacción tan torpe y desairada
Los males evitemos. De este estado  6850
La afrenta huyamos ya, la torpe infamia.
De este lugar huyamos tan funesto,
Donde mi corazón aún quiere, aún ama,
Aún pide, amotinado, el dulce grillo,
Con que el Amor en él le aprisionaba.  6855
De hoy más, de mi pasión la fiera fuga,
Mi victoria será más noble y cara.
En los brazos partamos de la gloria,
A retar del Amor las asechanzas.
De la guerra, al momento, los terrores,  6860
Las rápidas sorpresas, las alarmas
Hacia París, intrépidos, llevando,
Lave ya de mi error obscuras manchas,
En la española sangre nuestro acero».
    De un valor generoso, a estas palabras,  6865
A su dueño, Morné, ya reconoce;
Y de alborozo lleno: «El mismo, exclama,
El mismo sois, Enrique, que hoy mis ojos
Tornan de nuevo a ver. ¡Vos, de la Francia
Augusto defensor! ¡Vos, de vos mismo  6870
El vencedor ilustre, y el monarca
De vuestro corazón! Las glorias vuestras,
Con nuevo brillo, Amor, hoy día esmalta.
Feliz hombre es aquel que Amor ignora,
Y héroe más raro aquel que le avasalla».  6875
    Dijo: y de tales sitios a alejarse
Ya se apresura el Rey ¡Qué pena amarga!
¡Cuánto dolor! ¡o Cielo! ha enternecido
Aquel último adiós! Absorta el alma
De tan gracioso objeto y tan amable,  6880
De quien huyendo va, y aun adoraba,
Condenando sus lágrimas, a un tiempo
Sin libertad Enrique las derrama.
Del Amor a una parte arrebatado,
De Morné conducido a la contraria,  6885
Ya se aleja, ya torna, ya en fin parte,
Parte desesperado. Desmayada
Cae al punto de Estrée, sin movimiento,
Sin color y sin vida. Subitánea
Negra y fúnebre sombra, a eclipsar llega  6890
De sus hermosos ojos la luz clara.
Amor, que lo percibe, se estremece,
Y a los aires, furioso, un grito lanza.
Recelaba el aleve, y se afligía,
De que una noche eterna le robara  6895
Una ninfa, a su imperio, tan hermosa;
Y el dulce hechizo aquel, aquella llama
De unos hermosos ojos, que debían
En la Francia encender hogueras tantas,
Para siempre apagase inexorable.  6900
Él la toma en sus brazos: él la halaga:
Él la fomenta; y presto a su voz dulce,
Vélense de la amante desolada
Los párpados a abrir amortiguados.
A su querido nombra veces varias;  6905
Por él pregunta a Amor, do quiere le buscan
Solícitos sus ojos, y se apagan,
Se cierran al no hallarle. Cerca de ella,
El Amor en mil lágrimas se baña.
Del día a la luz bella, que aborrece,  6910
Tiernamente una vez y otra la llama.
Con esperanzas mil consoladoras,
Sagazmente procura confortarla,
Y a males, de que sólo el autor era,
Alivios y consuelos aplicaba.  6915
    Morné, siempre inflexible, siempre austero,
A su Señor, en tanto, que notara
Demasiado sensible, sostenía.
La virtud y la fuerza, les mostraban
Del honor los caminos. Con laureles  6920
En las manos, la gloria les guiaba;
Y el indignado Amor, como vencido
Por el justo deber, de Anet escapa
A esconder, de allí lejos, con su pena,
Su furor, su vergüenza, y su desgracia.  6925

 
 
FIN DEL CANTO IX
 
 



ArribaAbajo

Canto X


Vuelve el Rey a su ejército. Renuévase el sitio. Combate singular del vizconde de Turena y el caballero de Aumale. Hambre horrible, que consume la ciudad. El Rey alimenta a los mismos sitiados. El Cielo recompensa, por fin, sus virtudes. La Verdad viene a iluminarle. París le abre sus puertas, y acábase la guerra.


Tan peligrosas horas prodigadas
En la afeminación y la pereza,
Su flaca situación a los vencidos
Hicieran olvidar. Ya el de Mayena,
Preparádose había, a punto estaba  6930
De otra lid arrostrar, otras empresas,
Y de esperanzas nuevas embriagado,
Era el pueblo infeliz víctima de ellas.
Más nada al impaciente Enrique embarga,
Que a poner alta cima se acelera  6935
De su infiel capital a la conquista.
Y París espantado, con sorpresa,
Del campo de Borbón, que se acercaba,
Flotantes a ver vuelve las banderas.
Al pie de sus murallas nuevamente,  6940
El héroe formidable se presenta;
Murallas, do su rayo aún humo exhala,
Murallas, que en cenizas no pudieran
Resolverse a dejar, en aquel día,
En que de la feliz nación Francesa  6945
El Ángel tutelar, aparecido,
Su indignación calmando, suspendiera
De su triunfante brazo los rigores.
Todo el campo, del Rey a la presencia,
De gritos de alegría puebla el viento.  6950
Y hacia París mirando, cual su presa,
Ya con ávidos ojos le devora.
Los de la Liga, en tanto, que consterna
El más justo terror, en torno todos
Del prudente Mayenne a unirse vuelan,  6955
Allí el audaz Aumale la palabra
El primero tomando, con fiereza
De todo acuerdo tímido enemiga,
Del general Consejo a la Asamblea,
Este lenguaje impávido dirige.  6960
«Hasta el día, a escondernos con vergüenza
Aprendido no hubimos. A nosotros
Ese enemigo viene. Que allá afuera
A encontrarle marchemos, nos importa.
Allá es do llevar nos interesa  6965
Un dichoso furor. De los franceses
El ímpetu conozco en las refriegas.
Su arremetiente ardor, la obscura sombra
De los muros entibia, y es a medias
Vencido ya el francés que es atacado.  6970
La desesperación, veces diversas
Victorias consiguió. Todo lo espero
Del activo vigor de nuestra fuerza,
Y nada de la inerte de esos muros.
¡Héroes que me escucháis, almas guerreras!  6975
A los campos volad del fiero Marte.
¡Pueblos que me seguís en su carrera!
Vuestros jefes serán vuestras murallas».
    Y calló; más de audacia tan extrema,
Claramente indicando los ligados,  6980
Acusar en silencio la imprudencia,
De rubor encendido, lee con rabia
En sus confusos ojos la respuesta,
Que a su arenga el temor dictado había.
«Y bien, Franceses, dice, pues mis huellas  6985
A seguir no se atreven vuestros pechos,
Sobrevivir no quiero a tal afrenta.
Vos teméis los peligros; más yo solo
A provocarlos salgo. De mí aprendan
A vencer vuestros ánimos, o al menos,  6990
A morir con honor en la palestra».
    Pronto una puerta abrir de París hace;
Y del inmenso pueblo que lo cerca
Arredrando la escolta, al campo avanza.
Cual de duelos ministro, a la pelea  6995
En su marcha un heraldo le precede,
Que del Rey penetrando hasta las tiendas,
En alta y hostil voz, así pregona.
«Cualquiera que la gloria en algo aprecia,
En singular batalla, salga al punto  7000
Al campo del honor; al punto venga
El lauro a disputar de la victoria.
Aquí el de Aumale os llama, y aquí os reta.
Pareced caballeros enemigos».
De tan osado bando a la voz fiera,  7005
Cada Jefe, a porfía, aspira ardiente,
De su celo impelido, nuevas pruebas
Contra de Aumale a dar de sus esfuerzos,
Tan ilustre elección, tal preferencia,
Todos cerca del Rey con ansia intrigan.  7010
Todos de su valor tan bella prenda,
Tenían de antemano bien ganada,
Más de todos, al fin, en competencia,
Ventaja tan preciosa, blasón tanto,
Se arrebata el intrépido, Turena.  7015
En sus manos, el Rey, el nombre todo,
La gloria de la Francia deja puesta.
«Ve Turenne, le dice, presto corre
A abatir de un soberbio la insolencia.
Por tu Patria, este día, por ti mismo,  7020
Y a un tiempo por tu Príncipe pelea.
Sus armas en efecto dél recibe».
Y su espada al decírselo, le entrega.
«No, sin duda, gran Rey, así responde,
Su rodilla abrazando, el noble atleta,  7025
Jamás vuestra esperanza saldrá vana.
Este acero, señor, por mí lo atesta.
Yo lo juro por vos». Dijo; en sus brazos,
Al punto de partir, el Rey le estrecha,
Y hacia el puesto se arroja velozmente,  7030
Donde de Aumale ya, con impaciencia,
Que un campeón pareciese ufano aguarda.
Del pueblo de París la turba inmensa
Sus muros coronaba. Los soldados
De Borbón, cerca dél, el duelo observan.  7035
Sobre el uno y el otro combatiente,
Todos sus ojos fijan en la escena;
Y cada cual de entrambos, en el uno,
Viendo a su defensor, coraje intenta
Con su gesto inspirarle y con sus gritos.  7040
    Sobre París, entonces, verse deja
Una nube pendiente, que en su seno,
Conducir parecía entre la recia
Tempestad, el relámpago y el rayo.
Sus fogosas entrañas rubinegras  7045
Allí al golpe estallando fuera arrojan
De monstruos del infierno una caterva.
El Fanatismo horrible, la Discordia
Sanguinaria, feroz, y turbulenta,
De falso corazón y vista zaina  7050
La Política umbría, y de la guerra
Respirando el mal Genio sus furores,
De sangre finalmente, que bebieran,
Embeodados Dioses, Dioses dignos
De los Ligados, caen, y se sientan  7055
De la ciudad rebelde sobre el muro.
Por Aumale a luchar todos se aprestan;
Cuando allí sobre el campo, a un mismo tiempo;
A los cielos la bóveda entreabierta,
En la región del aire, sobre un trono,  7060
Descender se ve un ángel, con diadema
De rayos mil ceñido, que flotando,
Y entre llamas hendiendo su carrera
Sobre fúlgidas alas, tras sí lejos,
De surcos de la luz, que le rodea,  7065
El Occidente deja iluminado.
En una mano, sacra oliva lleva,
De la paz siempre amable y suspirada
Consolador presagio. En otra, ostenta,
Y de un Dios vengador hace que brille  7070
Aquel horrible acero, que blandiera
Del exterminador la fiera mano,
Cuando a la indignación de Dios tremenda
Plugo un tiempo librar a voraz muerte,
De una indómita raza altiva y necia,  7075
Los hijos primogénitos. De espada
Tan terrible al aspecto, se consternan
Los infernales monstruos, desarmados,
Atónitos y estúpidos se quedan.
El terror en cadenas los envuelve;  7080
Y un poder invencible, las saetas
De su inflexible tropa abate todas.
Al modo, que otra vez, caer hiciera
En sangre humana tintas, de sus aras,
Aquel fiero Dagon, deidad horrenda  7085
Del fuerte filisteo; cuando un día,
Del Gran Dios de los Dioses, ya traspuesta,
En su templo, a sus ojos espantados,
Del Testamento el Arca se expusiera.
    El Ejército, el Rey, París entero,  7090
El Cielo y el Infierno, a fijar llegan
En combate tan célebre sus ojos.
Al punto ambos guerreros en ley entran
De la terrible lid a la estacada;
Y del campo de honor ya la barrera  7095
Abre a la usanza el Rey. El peso enorme
De la adarga, sus brazos no molesta,
Ni sus pechos intrépidos ocultan,
De una intrincada malla cotas recias,
Duros bustos de acero, que ornamento  7100
De antiguos caballeros ser soliera,
Refulgente a la vista, y a los golpes
Impenetrable a un tiempo. Ellos desprecian
Arreos que pesada más harían
Y menos peligrosa la palestra.  7105
Era su arma una espada. No les cubre
Otra defensa más; y toda expuesta
Al riesgo la persona, el uno al otro
Mutuamente avanzándose se acerca.
«¡Gran Dios, Turena exclama, Árbitro eterno  7110
De mi Príncipe! baja, y su querella,
Su causa juzga ya. Por él combate,
Y pelee conmigo tu alta diestra:
¿Qué importará el valor, que de tu brazo
La protección divina no sostenga?  7115
Es bien poco, Señor, lo que este día,
Confiado en ti sólo el de Turena,
Espera de sí mismo; pero todo
Del poder de tu mano justiciera».
«Yo, responde de Aumale, yo lo espero  7120
Únicamente todo, de la fuerza
De mi propio valor y de este brazo.
De las luchas la suerte fausta o adversa,
De nosotros depende solamente.
A la Deidad suprema, en vano apela,  7125
En vano el hombre tímido la implora.
Tranquila allá en el Cielo, acá nos deja
Sólo a nosotros mismos entregados.
El partido más justo en las contiendas
De poder a poder entre los hombres,  7130
Es el del que triunfante sale de ellas.
El esfuerzo, Turena, el valor sólo,
El Árbitro y el Dios son de la guerra».
Dijo: y con una ojeada, que de furia
Y altanera arrogancia centellea,  7135
De su rival insulta la confianza,
No menos grave y digna que modesta.
    Ya resuena el clarín. Ya velozmente
Parten los dos campeones a su seña.
Ya a arremeterse llegan, y los riesgos  7140
Del combate por fin, ambos comienzan.
Todo cuanto pudieran hasta entonces
El brío y el valor, con la firmeza,
El ardid y constancia combinados,
De ambas partes campaba en tal pelea.  7145
Si cien golpes se tiran, cien se paran,
Y se cubren con rápida presteza.
Tan pronto, con furor, el uno de ellos
Veloz se precipita, y con la mesma
Rapidez, el contrario quita el golpe.  7150
Tan pronto, aproximándose, que llegan
A abrazarse parece. Su peligro,
Que renace inminente, y se acrecienta
Cada instante, un placer presta horroroso.
Gusto daba el mirar cómo se observan,  7155
Cómo los dos se temen mutuamente:
Cómo se avanzan ambos, y repliegan;
Cómo entrambos se miden, y se aguardan.
El centellante acero, con destreza
Desviado, la vista ilude y turba  7160
Con fintas, que aquí encaran, y allí asestan.
Tal se mira del sol la luz fulgente,
Que sus rayos de fuego dobla y quiebra
En el onda diáfana, en que rotos,
Y más y más dispersos por mil sendas  7165
Del paso en que refringen, a los aires,
De donde ya partieran, dan la vuelta
Desde el móvil cristal. Sobresaltada
La espectadora turba, y sin que pueda
Comprender lo que ve, perpleja toda,  7170
Por momentos su triunfo o ruina espera.
Es el joven Aumale más ardiente,
Fuerte más y furioso. No es Turena
Tan impetuoso, no; pero más diestro,
Dueño de sus sentidos, no le obceca  7175
La cólera jamás, sólo le anima,
Y a placer su rival cansa y molesta.
En mil vanos esfuerzos empeñado
Del de Aumale el vigor, exhausto queda;
Y bien presto su brazo, inútilmente  7180
Quebrantado y rendido, ya no presta
Servicio a su valor. Notando, entonces
Turena, que lo mira, su flaqueza,
Se reanima, le acosa, le comprime,
Le persigue, y al fin, hiere y penetra  7185
De una mortal herida su costado.
Tendido ya de Aumale, se revuelca
Entre olas de su sangre. Del Infierno
Todos aquellos monstruos, braman, tiemblan,
Y estos acentos lúgubres se oyeron  7190
En los aires sonar: «Cayó por tierra
El trono de la Liga para siempre.
Has vencido Borbón. Nuestra potencia,
Nuestro Reino pasó». A estos acentos
Su lamentable grito el pueblo mezcla.  7195
Exánime de Aumale, ya postrado
Sin aliento y vigor sobre la arena,
Que aún su rival retaba parecía;
Pero ¡o vano furor! Ya se le suelta
El formidable acero de la mano;  7200
Y aun todavía, bravo, a hablar se esfuerza;
Más su voz entre el labio opresa expira.
De verse así vencido la vergüenza,
Dábale con horror más fiero aspecto.
Quiere alzarse: recae. Entreabre apenas  7205
Un ojo moribundo: a París mira,
Y suspirando muere. Tú le vieras,
Desgraciado Mayenne, agonizando;
Tú le viste y temblaste ¡audaz Mayena!
Y en momento tan mísero y horrible,  7210
La imagen funestísima ya cerca
Presentose a tu espíritu turbado,
De tu infalible pérdida completa.
    De París entre tanto, hacia los muros,
El cadáver de Aumale, a marcha lenta  7215
Taciturnos soldados devolvían.
Tan funeraria pompa y lastimera,
Por medio de un gran pueblo consternado
Atónito y confuso, avanza y entra.
Temblando, cada cual, mira aquel cuerpo  7220
Desfigurado todo: macilenta,
Manchada observa en sangre aquella frente;
Aquella boca advierte medio abierta;
La cabeza hacia un lado descolgada,
Suelta y de polvo sucia la melena;  7225
Ve por fin unos ojos, en que todos
Sus estragos y horror la muerte ostenta.
Ya no corren más lágrimas. Se embargan
Los públicos lamentos. La vil mengua,
La lástima, el pavor y abatimiento,  7230
Los sollozos ahogan, y las quejas
Reprimen populares. Todo calla.
Todo ya compungido solo tiembla;
Cuando un ruidoso son, de horror colmado,
Sobreviene de súbito, y aumenta  7235
El lúgubre terror de aquel silencio.
Hasta el Cielo lanzándose, se elevan
Del fiero sitiador hórridos gritos.
Caudillos y soldados, se reunieran
Del Rey cerca, pidiéndole el asalto;  7240
Más el augusto Luis, que el ángel era
De la Francia custodio, y de su hijo,
La cólera de Enrique, el ardor templa;
Así suele, mil veces, de aquilones,
Pendientes en los aires, la braveza,  7245
Domeñar de los fieros elementos
El invisible Móvil. Él barreras
A los mares fijó, donde las olas
A estrellar sus furores siempre vengan.
Él ciudades abisma, y en ruinas  7250
Las convierte su enojo, y las dispersa.
Del hombre el corazón tiene en su mano.
    Enrique, cuyo fuego reprimiera
El compasivo Cielo, los furores
De sus triunfantes huestes encadena.  7255
Sentía al fin, Borbón, cuánto aún ingrata,
De su Patria el amor su pecho afecta.
Quiérela redimir: Salvarla quiere
Del calor de su cólera guerrera.
De sus vasallos propios execrado,  7260
De su Pueblo ofendido, sólo anhela
A darles su perdón. Ellos son solos
Los que perderse quieren, cuando él piensa
Solamente en ganarles. Por felice
Tendríase, si audacia tan proterva  7265
Solo a fuerza venciendo de bondades,
A aquellos infelices redujera,
Y a pedirle su gracia les forzara.
Arrastrarlos pudiendo entre cadenas,
Benigno y generoso, su bloqueo  7270
A formar se limita; y así deja
De arrepentirse tiempo a sus delirios.
Creyó, que sin batallas más, sangrientas,
Sin alarmas, ni asaltos, ni degüellos,
El hambre solamente y la miseria,  7275
Más fuertes y apremiantes que sus armas,
Le entregarían ya, sin resistencia,
Y sin desastres más, ni más fatigas,
Un exánime pueblo, a la laceria
Del lujo trasladado y la abundancia,  7280
En que nutrido y avezado fuera;
Y que vencido al cabo de sus males,
Y flexible por fin a la indigencia,
En venir no tardase, de rodillas
A implorar sin recurso su clemencia;  7285
Más ¡ay! el falso celo, que no puede
Ceder en ningun caso, cruel enseña
A aventurarlo todo y resistirlo.
    La ignara multitud, la turba necia
De los amotinados, cuya vida  7290
Perdonar, conservar, piadoso intenta
La vengadora mano que ultrajaran,
Por flaqueza del Príncipe interpreta
Su virtud generosa, y más altiva
Con sus raras piedades, sus proezas,  7295
Su valor olvidando, tan buen Dueño,
Tan benéfico Rey aún más desprecia,
Su ilustre Vencedor más desafía,
Y la ociosa venganza de su ofensa,
Bárbara y obstinada más insulta,  7300
Como un mísero indicio de impotencia.
    Más cuando de las aguas, finalmente,
El curso cautivado ya del Sena,
De transportar cesara a tan gran pueblo
Los copiosos tributos, que le pechan  7305
De ordinario, las mieses abundosas
De su vasta y feraz circunferencia,
Y pálida y cruel fue en París vista
El hambre, que la Muerte le presenta90
Marchando de ella en pos, entonces se oyen  7310
Horribles alaridos y querellas.
La soberbia París, viose bien pronto
De desgraciados seres toda llena,
Que una trémula mano y desecada,
A la piedad tender pueden apenas;  7315
Cuya transida voz agonizante,
En vano mendigaba, por do quiera
El sustento y la vida; cuando en medio
De sus mismos tesoros, la opulencia
Después de esfuerzos mil, en balde todos,  7320
Presto el rigor sufrió del hambre negra.
Pavorosos de allí ya huido habían
Los convites, los juegos y las fiestas,
En que de mirto y rosa coronadas
Por Venus y por Baco las cabezas,  7325
Donde, en medio de gustos y delicias,
Siempre de duración harto ligera,
Vinos mil perfumados, mil viandas
De las más decantadas y selectas,
Bajo dorados techos, donde habita  7330
La lúbrica molicie y se recrea,
Del hastiado gusto melindroso,
Irritaban la lánguida pereza.
Horror y espanto daban las figuras
De tantos voluptuosos, ya desechas,  7335
Lívidas y amarillas, que llevando
En sus ojos la muerte, y de riquezas,
Y de un lujo magnífico en el seno,
Acorando, muriendo ya de inedia,
De su fortuna y bienes detestaban  7340
La inútil abundancia. En medio de ella,
Aquí un anciano padre, cuyos días
A finir iba el hambre, el hijo observa,
Que sin pecho en la cuna gime y muere.
Una familia, allí, perece entera  7345
Entre accesos furiosos de la rabia.
Tendidos, más allá, yacen por tierra
Y entre el polvo se vuelcan, miserables,
Que en medio de agonías, aún pelean
Por desechos del suelo los más viles.  7350
Al impulso del hambre impía y fiera,
Ultrajando estos hórridos espectros,
A la humana común naturaleza,
En la fétida hondura de las tumbas
A buscar su sustento se enderezan.  7355
Los huesos de los muertos espantados,
Cual si trigo el más limpio y puro fueran,
Por aquellos hambrientos se preparan
Y con ansia devoran. ¿Qué no atentan
Las extremas miserias? Se le ha visto,  7360
Por postrimer recurso, de las mesmas
Cenizas de sus padres sustentarse.
Manjar tan detestable, le acarrea
Anticipada muerte, y su comida,
Ha sido para ellos la postrera.  7365
    Los Doctores fanáticos, en tanto,
Que lejos, por su parte, de que en estas
Calamidades públicas sufriesen,
A sus necesidades redujeran
Todas sus paternales atenciones,  7370
Nadan entre la copia, que reservan91
A la sagrada sombra de las aras,
Y del Dios, que así ofenden, la paciencia
Atestando, y corriendo todo el pueblo,
Su constancia animaban y firmeza.  7375
A los unos, a quienes ya los ojos
La muerte a cerrar iba, en recompensa,
Sus liberales manos, del empíreo
Las puertas les abrían. A otros muestran,
Con proféticos ojos, ya pendientes,  7380
Y del trueno encendidas las centellas
Sobre el Príncipe hereje. En breve espacio,
Por inmensos socorros, que ya llegan,
Salvo a París anuncian, y del Cielo
Pronto a caer maná que les provea.  7385
Atractivos tan huecos ¡ah! tan vanos
Estériles anuncios y promesas,
A aquellos desdichados encantaban
Fáciles de engañar. Por la caterva
De insidiosos ministros, seducidos,  7390
Y de los Dez-y-seis por la asamblea
De terror embargados, obedientes,
Y aún más, cuasi contentos, ya se dejan
A sus plantas morir. ¡Harto felices,
En dejar de una vez tal existencia!  7395
    De un tropel de extranjeros habitantes,
La rebelde ciudad llena se viera;
Tigres, que nuestros padres, allá un tiempo
En su seno abrigaran y nutrieran;
Más crueles, sin duda, que la muerte,  7400
Y más fieros que el hambre y que la guerra.
De estas extrañas gentes, una parte,
De las campiñas bélgicas viniera.
De los montes y rocas escarpadas
De la Helvecia, las otras descendieran;  7405
Bárbaros por oficio, cuya industria
Y única ocupación, la guerra hiciera,
Y que su sangre venden al primero,
Que acomoda comprársela y verterla.
De estos nuevos tiranos advenidos,  7410
Licenciosas cohortes y avarientas,
Los hogares pacíficos violando,
De tropel abatiéndole sus puertas,
Mil variadas muertes a sus dueños
Asustados y atónitos presentan;  7415
No por ir a robar tesoro inútil;
Ni menos, todavía, por que quieran,
Con adúltera mano, arrebatarle
A la trémula madre una doncella.
Necesidad voraz del hambre sola,  7420
Es la que sufocada inerte deja
Cualquier otra pasión en su vil alma.
Su atroz requisición, sólo el fin lleva
De descubrir, do quiera, algún sustento,
Cuya más vil porción y más pequeña,  7425
Por dichosa conquista se apreciaba.
No hubo horror ni suplicio ni fiereza,
Que para haber los míseros de hallarle,
Su extremado furor no discurriera.
En medio de horror tanto, mujer hubo92,  7430
Mujer hubo ¡o gran Dios! (¿qué fuerza sea,
Guarde nuestra memoria de un suceso
Tan horroroso, el cuadro?) hubo un hembra,
Que de sus manos viera por los propios
Impíos corazones, con violencia  7435
Un residuo arrancar de su sustento.
A perecer tan próximo como ella,
Todo el resto, era un hijo, de los bienes,
Que le robara ya fortuna adversa.
Un agudo puñal coge furiosa,  7440
Y cual fuera de sí, parte, y se acerca
Al niño angelical, que sus bracitos
Le tendía famélicos. Su inedia
Su flébil voz, sus mimos a la madre
Mil lágrimas arrancan. Hacia él vuelta  7445
Su horrorizada cara, de cariño
De lástima, dolor, y rabia llena,
De la rebelde mano, por tres veces,
El hierro parricida se le suelta.
Más que el hambre, por fin, vence la rabia,  7450
Y con trémula voz, la cruel estrella
De su fecundidad y su himeneo
Maldiciendo, colmando de blasfemias,
«¡Hijo mio querido y desgraciado!».
Su frenético labio así se expresa;  7455
«¡Hijo que mis entrañas han traído,
Cuán en vano, a una edad de horror cubierta,
La vida recibiste! O los tiranos,
O ya el hambre, a robártela se aprestan.
¿Porqué has pues de vivir? Para que errante  7460
Desdichado en París, lágrimas puedas
Derramar sobre el resto de sus ruinas.
Muere, sin que mi mal y tu miseria
Llegues a conocer. Vuelve a tu madre,
El triste día y sangre que te diera.  7465
Mi desgraciado seno, de sepulcro
Te servirá, infelice. París vea
Un nuevo crimen». Dijo: y furibunda,
Con despechado brazo, loca, ciega,
Toda de horror convulsa, en su costado  7470
El puñal parricida enclava fiera.
A cerca del hogar, vertiendo sangre,
A aquel tierno cadáver veloz lleva,
Y su temblona mano, que impelía
Del hambre inexorable impía fuerza,  7475
Con un ansia voraz, a prepararle
Tan horrible manjar, se daba priesa;
Cuando también del hambre allí atraída,
La misma desalmada soldadesca
En aquellos hogares delincuentes,  7480
Otra horrible incursión de nuevo empieza.
De aquellos forajidos el transporte,
Al cruel alborozo se asemeja,
Con que al oso voraz y león hambriento,
Arrojar se les ve sobre su presa.  7485
Furiosos, y a porfía, el uno al otro
Empujando, a romper corren la puerta.
¡Qué terror! ¡qué sorpresa! De un cadáver,
Ensangrentado todo, y puesto en piezas,
Al lado, una mujer, que aún su caliente  7490
Sangre chorreando está, se les acerca.
«Sí, les dice, sí; ¡monstruos inhumanos!
Mi hijo es el que veis. Barbaries vuestras,
Estas manos mancharon en su sangre.
De agradable vianda en vuestra mesa  7495
El hijo y madre sirvan. ¿Temeríais,
A la naturaleza tal afrenta
Más que yo propia hacer? ¿Qué horror, qué pasmo,
A tal aspecto, tigres, os congelan?
Para vosotros solos prevenidos  7500
Están festines tales». A estas fieras
Insensatas razones, que su labio
Vierte con saña atroz, clavado deja
En su pecho un puñal. De horror y miedo
Agitados los monstruos, se dispersan,  7505
Huyendo pavorosos, sin que el rostro
A tan funesto hogar volver se atrevan.
Sobre sí, cada paso, ardiente fuego
Caer del Cielo airado todos piensan;
Y el pueblo, del rigor de su destino  7510
Despechado, por fin, manos eleva
A los Cielos, pidiéndoles la muerte.
    De horror tanto corriendo van las nuevas
Al pabellón del Rey, que compasivo,
Su corazón sintió tocado de ellas.  7515
A lástima se mueven sus entrañas;
Y sobre el pueblo infiel lágrimas suelta.
«Tú, ¡Omnipotente Dios! exclama Enrique;
Tú que leyendo estás, y que sondeas
Del hombre el corazón, tú que conoces  7520
Cuanto puedo y emprendo, tú no mezclas,
Tú sin duda distingues, de mi causa
La injusta de la Liga. Mis sinceras,
Mis inocentes manos muy bien puedo
Levantar hacia ti. Tú lo penetras,  7525
Tú lo sabes Señor; yo ya mis brazos
A los amotinados les tendiera.
No me imputes ¡O Dios! ni sus desgracias,
Ni sus crímenes, no. Que allá se avenga
Mayenne, con las víctimas que impío,  7530
A su ambición inmola. O como quiera,
Impute tanto mal, tanto desastre,
A la necesidad, la excusa honesta,
El pretexto común de los tiranos.
De mis ilusos pueblos la miseria  7535
Lleve el caudillo pérfido hasta el colmo.
Él solo es su enemigo. Que lo sea.
Yo debo ser, y soy su amante padre.
A mí por tanto toca, a mí interesa
Alimentar mis hijos, y mis pueblos  7540
Arrancar de las garras carniceras
De esos voraces lobos, aunque armados
Contra mí mismo acaso se les vea
De mis propias bondades y socorros,
Y más que por salvarles, mi diadema  7545
A perder yo llegase. A cualquier costa,
Que se rediman quiero. No perezca
Mi amado Pueblo, no. Quiero que viva.
No me importa a qué precio. Yo le vea
De esas sus plagas libre, que le pierden,  7550
Y protegerle pérfidas afectan.
A su pesar salvémosle. Y si acaso,
Una excesiva lástima me cuesta
Mi hereditario trono, que a lo menos,
Sobre mi tumba un día leerse pueda:  7555
EL ENEMIGO, Enrique, GENEROSO
DE SUS PROPIOS VASALLOS, NO DESEA
REINAR TANTO SOBRE ELLOS, COMO QUIERE
SALVARLOS DE LA MUERTE Y LA MISERIA».
    Dice; y que sin estrépito su tropa  7560
A la hambrienta ciudad se acerque, ordena;
Que pláticas se lleven al momento
De paz al ciudadano, y se le ofrezcan
En lugar de venganzas beneficios.
A tan divina orden, obediencia  7565
Presta pronto el soldado, y al instante,
Mil gentes de París los muros llenan.
Allí avanzar se ven a paso lento,
Cuerpos trémulos, lívidos, que apenas
Animados parecen: semejantes  7570
A las sombras, que un tiempo, se fingiera
Hacer aparecer, a su albedrío,
De los Tartáreos reinos y cavernas
Los Magos a su voz, cuando furiosa,
Del profundo Cocito en su carrera  7575
Los rápidos torrentes deteniendo,
De los errantes manes las catervas
Del infierno evocaba. ¡Qué extremadas
De aquellos moribundos la sorpresa,
La confusión no fueron! ¡Su enemigo,  7580
Su cruel enemigo, a nutrir llega,
La vida a sustentar al que le injuria!
¡De división de horrores y de penas
Llenos, por los que el nombre dulce y grato
De amigos y de apoyos falsos llevan,  7585
Sólo en sus pretendidos opresores
Hallan por fin socorros y clemencia!
Rasgo tan singular, tan desusado,
Increíble a su mente se presenta.
Delante de ellos ven aquellas picas,  7590
Aquellos fieros dardos y ballestas,
Que de crueldades varias de fortuna
Instrumento hasta entonces sólo fueran,
Aquellas lanzas ven, que de la muerte
Las conductoras eran más funestas,  7595
Del generoso Enrique obedeciendo
El paternal amor y bondad regia,
En las extremidades de sus puntas,
Que aún en sangre teñidas amedrentan,
La vida transportarles. «¿Y son, dicen,  7600
Y son estos los monstruos, son las fieras,
Que malignas y horribles nos contaban?
¿Y es este aquél que pintan y exageran
Cual tirano terrible a los mortales,
Enemigo de Dios, y un alma llena  7605
De rabioso furor? ¡Ah! Del Dios vivo
La imagen es más fúlgida y más bella.
Un Rey es bienhechor. Es de monarcas
El más cabal modelo de la tierra.
De sus leyes y mano generosa  7610
Bajo el próspero auspicio y la tutela,
Vivir no merecemos. Él triunfante,
Perdona, y libra, y ama, y hasta premia
Al mismo que le ofende ¡Ojalá a costa
De nuestra sangre toda, un día pueda  7615
Su soberano imperio cimentarse!
De la calamidad y muerte horrenda,
De que padre nos salva, ya harto dignos,
Los días, que piadoso nos conserva,
Consagrémosle gratos y obedientes».  7620
    Tal en París entonces la voz era
De aquellos ya ablandados corazones.
Tal el común sufragio y la respuesta.
Más ¿quien podrá jamás asegurarse
En la turba de un pueblo novelera?  7625
Cuya feble amistad en aspavientos
Exhalándose toda, y hablas huecas,
Si tal vez sobre sí, breves instantes,
Contra el orden común, justa, se eleva,
Siempre recae al fin? Los sacerdotes,  7630
Cuyo fatal influjo y elocuencia,
Los fuegos que la Francia devoraban,
Cien veces atizaran y encendieran,
Van a mostrarse en pompa al mustio pueblo,
Y tales invectivas le enderezan.  7635
«¡Sin valor combatientes y cristianos,
Sin celo, sin virtud, sin fe sincera!
¿De qué atractivos bajos y terrenos
Seduciros dejabais por flaqueza?
¿Os haría del mundo un bien caduco,  7640
Del martirio olvidar palmas perpetuas?
Soldados del Dios vivo ¿será acaso,
Honra será, decidnos, y acción vuestra,
Vivir para ultrajarle con infamia,
Cuando por él morir glorioso os fuera?  7645
¿Cuándo ya de la cumbre de los Cielos,
La corona ese Dios grato nos muestra?
No esperemos, católicos, que gracia
Nos dispense un tirano. A su infiel secta
Por tal medio asociarnos solicita.  7650
La intención de ese pérfido siniestra,
Por sus favores mismos castiguemos.
Así la majestad de nuestra Iglesia,
Así la santidad de nuestras aras,
De su herético culto salvas sean».  7655
    Del altar los ministros así hablaban;
Así la paz de Cristo recomiendan;
Y el fanático acento de su labio,
Dueño del bajo pueblo por do quiera,
Y aun también por do quiera formidable  7660
A las más altas clases y diademas,
Tanto oprime, sufoca y amortigua
El elevado grito de las proezas
De Borbón, y sus grandes beneficios,
Que no pocos, tornándose a su terca  7665
Furiosa rebeldía, ya en secreto
Se acriminan deber a su clemencia
Aun el vital aliento que respiran.
    De tan odiosos gritos y querellas,
Al través finalmente se abre paso,  7670
De la tierra remóntase y penetra
De Enrique la virtud hasta el empíreo;
Y el augusto Luis, que atento vela,
De la celeste bóveda en la altura,
Sobre la perseguida rama regia  7675
De los Borbones, de la que era tronco,
De los tiempos notando que se acerca
El feliz complemento, en que a su hijo,
De los reyes al Rey ya le pluguiera
Por último adoptar entre los suyos,  7680
Incontinente aparta, al punto aleja
De corazón tan dócil las alarmas;
Y de lágrimas tiernas, que vertieran,
Bañados, a enjugar sus ojos viene
La sacrosanta fe. Sus pasos llevan  7685
Del Eterno a los pies, dulce Esperanza,
Y paternal Amor. De luz excelsa
Entre abismos de fuego eterno y puro,
Colocar al Altísimo pluguiera
Anterior a los tiempos e inmudable,  7690
Su majestuoso trono. Las inmensas
Rutilantes esferas de los Cielos,
De su creador poder la planta huella;
Y de mil astros varios el perenne
Siempre reglado curso, manifiestan  7695
Su grandeza y su gloria al Universo.
Poder, saber, y amor forman su esencia
Unidos y distintos, y sus santos,
De paz entre dulzuras sempiternas,
En un torrente absortos de delicias,  7700
De su gloria por siempre, y de la mesma
Increada sustancia penetrados,
Llenos y poseídos, su suprema
Majestad, a cual más, todos adoran.
De su querer la voz, ante él esperan  7705
Ardientes serafines, semidioses,
A quienes subordina y encomienda
Del Universo entero los destinos.
Él habla: y al momento, de la tierra
A cambiar van volando la faz toda.  7710
Ellos, de un golpe extinguen de esta esfera
Las coronas, los cetros y las razas,
Que imperaran altivas largas eras;
En tanto que los hombres, vil juguete
Del error e ignorancia, que los cercan,  7715
De consejos eternos del muy-Alto,
Acusan la profunda arcana ciencia.
Los agentes son estos invisibles,
Cuya potente mano subalterna,
Con el servil azote hiriendo a Roma,  7720
Del Norte helado al hijo, Italia deja.
Jerusalén somete al otomano,
De España al africano abre la puerta.
Cae al fin todo imperio, y todo pueblo
Arrastra de tiranos las cadenas:  7725
Del Altísimo, empero, la insondable
La justísima y sabia providencia,
No por siempre tolera, que prosperen
De los hombres la audacia y la soberbia.
Favorables tal vez a los mortales,  7730
Se dignan su justicia y su clemencia,
En inocentes manos, de los Reyes
El cetro colocar. Ya se presenta,
El padre y protector de los Borbones,
Ante la majestad de Dios eterna;  7735
Y con doliente voz y acatamiento,
Esta eficaz plegaria le endereza.
«¡Del Universo Padre! si tus ojos,
A bien tienen, a veces, no desdeñan
Honrar de una mirada compasiva  7740
De los reyes y pueblos las flaquezas,
Mira al pueblo francés, rebelde e ingrato
A su Rey bienhechor. Si él atropella
Tus sacrosantas leyes, es tan solo,
Porque serte leal, erróneo piensa.  7745
Su celo es quien le ciega, y quien le arrastra
De tu ley al desprecio e inobediencia;
Y cuando más te falta, es cuando, iluso,
Vengarte y obsequiarte más intenta.
Dígnate ¡O Dios! mirar a ese Monarca  7750
Triunfador generoso. Grato observa
De la guerra ese rayo, ese brillante
Terror, amor, y ejemplo de la tierra.
¿Su corazón, Señor, formado habrías,
De virtudes tan lleno, con la idea  7755
De abandonarle solo a astutos lazos
Del miserable error? ¿Y será fuerza,
Que de tu misma mano omnipotente
La obra más magnífica y perfecta,
Al Dios a quien adora, un homenaje,  7760
Un incienso culpable e impuro ofrezca?
¡Ah! Si del Gran Enrique, que ignorado
Siempre tu culto fuese permitieras,
¿Por quién el Rey querría de los Reyes,
Que adoración condigna se le diera?  7765
Ten a bien ilustrar alma que ha sido
Para reconocerte tan dispuesta.
Un hijo insigne en él, que la decore,
Dígnate ya, Señor, dar a tu Iglesia,
Y a la discorde Francia y perturbada,  7770
Un Señor, bajo el cual, en paz florezca.
Restituye a su Príncipe el vasallo,
Y al vasallo su Príncipe le entrega.
Todos los corazones, tu justicia
Adoren en unión acorde y recta.  7775
Y en París, todos juntos, sobre un ara
La misma te consagren pura ofrenda».
    De estos votos de Luis, ya del Eterno
La divina piedad tocar se deja,
Y una sola palabra de su boca,  7780
Le asegura el suceso por que anhela.
De su tremenda voz al eco excelso,
De la Tierra, agitado el eje, tiembla;
Del Cielo las esferas se estremecen,
Y confusa la Liga se consterna.  7785
El Rey, que en sólo el Cielo apoyo busca,
A estas señas, conoce, a sentir llega,
Que por él finalmente y por su causa,
Se declara el muy Alto y se interesa.
    Súbito la Verdad, por largo tiempo  7790
Esperada de Enrique, y siempre prenda
De los hombres amada, aunque mil veces
Harto desconocida, de la esfera
Desciende de los Cielos, penetrando
Del magnánimo Rey hasta las tiendas.  7795
Velo espeso al principio a los mortales
Su semblante hermosísimo reserva;
Más de instante en instante, densas sombras,
Que la cubren, cediendo, ya se alejan
De la luz al fulgor que las entreabre;  7800
Y bien pronto, triunfante, se demuestra
Del Príncipe a la vista ya tranquila,
Con un brillo luciendo, cuya fuerza
No desvanece nunca ni deslumbra.
    De Enrique el alma grande, que naciera  7805
Para gozarla, ve, conoce, y ama
Por fin su inmortal luz. Su fe confiesa
La sacra Religión tan sobre el hombre,
Que su razón confunde. Acá en la tierra,
La Iglesia reconoce combatida,  7810
Una siempre en el suelo, y de él extensa
Por el ámbito todo. Iglesia libre;
Bajo de un Jefe empero. Donde quiera,
Y en la perenne dicha de los santos,
De su Dios adorando la grandeza.  7815
El Cristo renaciente y viva hostia
De los pecados nuestros, que alimenta
Sus caros escogidos, sobre el ara
Desciende, y a su vista absorta y ciega,
Bajo un pan, que no existe, un Dios descubre.  7820
Su corazón sumiso, ya se entrega
A tan altos misterios, de que absorto
Y asombrado su espíritu, al fin, queda.
    El celestial Luis, de Enrique el Padre,
Cuya ilustrada mente conociera  7825
Llegado ya el momento en que los votos
De su amor se coronan y completan;
Luis rápidamente enarbolando
La oliva, de la paz sereno emblema,
De la altura desciende del empíreo,  7830
Hacia el Héroe que objeto digno fuera
De su místico amor y santo celo,
Y de guía sirviéndole, le lleva
Él mismo de París a las murallas.
A su voz retembladas y entreabiertas  7835
Las murallas quedaron, y en el nombre
Del Dios Grande, por quien los Reyes reinan,
Entra en París. La Liga, confundida,
Y rindiendo las armas, humil, se echa
De Borbón a las plantas, y de afecto  7840
Con abundosas lágrimas las riega.
Los sacerdotes todos, reprimidos,
Su sedicioso labio por fin sellan.
Los Dez-y-seis confusos y aterrados,
En vano por do quiera buscan cuevas,  7845
En que huir a esconderse; y todo el Pueblo,
Trocándose este día, en que granjea
Salud tanta, se postra, y homenajes
A su Rey, Vencedor y Padre presta.
    Se admiró desde entonces dignamente  7850
Reinado tan dichoso, que así fuera
Empezado harto tarde, y harto presto
Concluido también. El Austria tiembla.
Feliz y justamente desarmada
Roma, adopta a Borbón; y Roma empieza  7855
A verse de este amada. La Discordia,
A sumergirse vuelve en noche eterna.
De su Rey, últimamente a quedar viene
Reducido Mayenne a la obediencia;
Y sometiendo ya con sus Provincias  7860
Su corazón a un tiempo, al cabo llega
A ser el más leal y buen vasallo,
Del Monarca más justo de la tierra.




 
 
FIN
 
 


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