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1

Renacimiento de la lengua y literatura en Cataluña. (N. del E.)

 

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Trovador. Este nombre, derivado del verbo trovar, que tanto vale como hallar, inventar, se aplica a ciertos poetas que componían versos para ensalzar los hechos de armas y proezas de los caballeros, y los amores que a ellos les conducían. Desde finales del siglo X empezaron los trovadores a recorrer las cortes de Europa, introduciéndose en las cosas de los señores y magnates, cantando en ellas sus versos, y aun dando lecciones de poesía a los mismos señores de quienes eran la delicia. La lucida y galante corte de los condes de Barcelona no fue, como ha dicho muy oportunamente el recomendable autor del Diccionario Histórico Enciclopédico, en la que menos se dejaron oír, y fueron aplaudidos los romances de los trovadores. (N. del A.)

 

3

Justas. Ignórase a punto fijo la época en que empezó a estar en uso este combate, donde lucían su valor los caballeros, y se disputaban el amor y la preferencia de las bellas. Lo más probable, no obstante, es que a mediados del siglo XI estaban ya en uso en Alemania, e iba introduciéndose el gusto por ellas en varias cortes de Europa. Los caballeros que aún no las tenían en su patria, averiguaban con escrupulosa diligencia si se celebraban en otros reinos, con el objeto de acudir y tomar parte en una fiesta pública que tan bien se amoldaba, con su genio, carácter y costumbres. Con el tiempo llegó a ser ésta una diversión muy común en España, si bien puede creerse que hasta fines del siglo XIII no recibió en ella su verdadera forma, ni se le dio el magnífico y suntuoso aparato con que se solemnizaba en otros reinos. (N. del A.)

 

4

Colegiata de Castellbó. Del antiguo monasterio de monjas de Santa Cecilia sólo queda hoy en pie una reducida capilla, a la cual todos los años y en el día de San Marcos evangelista van procesionalmente los canónigos de la colegiata como en memoria del mucho bien y utilidad que de allí les vino. Del mismo pueblo de Castellbó y de otros limítrofes concurre grande multitud de gente a la devota ceremonia, reducida a llevar en procesión la cabeza de Santa Cecilia. (N. del A.)

 

5

Petrarca (N. del E.).

 

6

Iriarte (N. del E.).

 

7

Famoso romance. Bien hubiéramos querido que nuestros lectores vieran el romance que cantaba Matilde; mas a pesar de haber registrado todos los librajos de donde hemos sacado los apuntes para componer este romance, no nos ha sido posible adelantar maldita la cosa. En varios pasajes se habla del romance; pero evacuadas las citas no tropezamos nunca con el primer origen de ellas. Vínosenos a las mentes suplir este déficit endilgando uno que oliera al siglo once o doce, fiados en que tal vez habíamos felicitado días en redondillas, dado pascuas en décimas y quejádonos en odas; mas para tal empresa en vano reconcentramos nuestras ideas; en vano nos dimos sendas palmadas en la frente, recorrimos el Diccionario de la Rima y la Silva de Rengifo; la imaginación no quiso dar de sí, y convencidos de que nada se nos entiende de achaque de romances, determinamos hacer gracia a nuestros lectores del de Matilde, que hubiera encajado aquí como de molde. (N. del A.)

 

8

Venerable. Para poder fijar con certeza el dictado y tratamiento que se daba a los condes de Barcelona en la época a que se contrae esta obra, se ha hecho un largo y minucioso examen de una multitud de documentos originales pertenecientes a los contratos, actas y toda clase de escrituras en que intervinieron los antiguos condes de Barcelona. Se han buscado y leído gran número de las alianzas hechas por los mismos con varias potencias; se han visto bulas y rescriptos dirigidos a ellos por los soberanos Pontífices. Se han tenido a la vista no pocas cartas que les escribieron algunos monarcas de Europa; y, finalmente, ha sido grande la copia de escritos que se han consultado, habiendo entre ellos no pocos de los años 1105 y 1106 en que se acaecen los hechos de esta narración. De tan prolija y minuciosa investigación, que debemos a uno de los señores oficiales del archivo de la corona de Aragón, hemos finalmente deducido que el dictado de los condes de Barcelona no era siempre el mismo, sino que unas veces se les daba el de Ilustre, otras el de Noble, otras el de Ilustrísimo, otras el de Nobilísimo, y alguna el de Esclarecido o Muy Esclarecido; pero más general y comúnmente el de Venerable; y éste es el que se encuentra más usado en las bulas pontificias, en las cartas de los príncipes, y en otros documentos de esta clase, escritos por personas cuyas circunstancias hacen creer con razón que no salían de la rigurosa etiqueta en los dictados que mutuamente se daban. Los mismos medios que nos sirvieron para la antedicha investigación nos ponen en el caso de asegurar que el tratamiento que en memoriales, recursos y conversaciones se daba a los condes era el de Vos, añadiéndole con frecuencia la palabra Señor, y que ellos decían de a los súbditos, a no ser que fueran personas muy condecoradas o eclesiásticas, a quienes solían llamar de Vos. Hasta el enlace del conde D. Ramón Berenguer IV con doña Petronila, hija de D. Ramiro el Monje, no hubo variación en esta parte; mas en aquella época, uniéndose los estados de dicho monarca con los de los condes de Barcelona, tomaron éstos el título de reyes de Aragón, y dejando los dictados de Noble, Ilustre y Venerable, sustituyeron exclusivamente los de Ilustrísimo y Nobilísimo, y con más particularidad, el de Excelentísimo. (N. del A.)

 

9

Condado de Urgel. Con el objeto de no faltar a la exactitud en la parte puramente histórica de este romance, estimamos por cosa de mucho interés saber con precisión cuáles eran los límites del condado de Urgel; y los pueblos que constituían en aquella época su territorio. Los conocimientos y laboriosidad de nuestro buen amigo el señor oficial del archivo, que citamos en la anterior nota, han aclarado nuestras muchas dudas, y puéstonos en el caso de andar con paso seguro. Situado en lo antiguo el condado de Urgel, en la región de los pueblos Ilergetes, y reducido su territorio a los más ásperos montes inmediatos a la Seo de Urgel, fue sucesivamente dilatándose (merced al valor de los condes y de sus vasallos) por las orillas del río Sogre hasta llegar al Ebro, y por las riberas y tierra de los dos Nogueras, Pallaresa y Ribagorzana, subiendo hasta el vizcondado y valle de Ager; discurriendo desde la Seo de Urgel hasta Agramunt, Bellpuig y Lérida, inclusive, comprendiendo las riberas de Bajes y de Sió. Engrandecido de esa manera el territorio de dicho condado, puede fijarse su extensión a principios del año 1106, manifestando cuáles eran por entonces sus límites. Confinaba, pues, con el Noguera Ribagorzana, con el vizcondado de Ager, marquesado de Pallás, condado de Eril, condado de Fox en el reino de Francia, vizcondado de Castellbó, condado de Serdanya, ducado de Cardona, la Segarra, las riberas del río de Cervera hasta la ciudad de Lérida, y finalmente, con el río Sogre, hasta volver al punto donde se junta con la Noguera Ribagorzana. Los pueblos más principales y con particularidad mencionados en las infeudaciones hechas por los condes de Barcelona y reyes de Aragón, son los que conocemos en el día con los nombres de Balaguer, Albesa, Albelde, Menarques, Linyola, Agramunt, Pons, Monmagastre, Landoncell, Vives, Collfret, Tiurana, Oliana, Vilaplana, Puigvert, Oliola, Las Puelles, Camarasa, Cubells, Mongay, Butzerit y Lorens. Otros contábanse de menos importancia, limítrofes a los que dejamos indicados, y cuya mayor parte ha hecho desaparecer el transcurso de los siglos. (N. del A.)

 

10

Abriendo el anchuroso cráter. Todos los naturalistas saben de los volcanes que en remotos siglos ardieran sobre los montes del territorio donde hoy se alza la villa de Olot, y ninguna historia de Cataluña deja de mencionarlos muy particularmente. A despecho de las más exquisitas diligencias, no hemos podido averiguar la época de su extinción; los pergaminos del archivo de la corona de Aragón no han bastado a darnos luz alguna sobre este punto, ni de algunos libros recorridos con el mismo objeto nos fue dable traslucir el más pequeño indicio. En honor de la verdad diremos que, según cálculos, cesaron de arder mucho antes de la época de nuestro romance; y el mencionarlos en el mismo ha sido para adornar con un accidente más notable la escena donde los hemos colocado, renovando así la memoria de un fenómeno, por lo general olvidado, a pesar de los visibles restos que todavía nos quedan. En el artículo de Olot del Diccionario geográfico universal que acaba de publicarse en Barcelona, hallará curiosas noticias acerca de dichos volcanes quien guste de tenerlas. (N. del A.)

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