La Ideología y la Retórica actual
José Antonio Hernández Guerrero
En este trabajo rescatamos algunos conceptos que, aunque, en su tiempo -finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX-, fueron formulados de manera rudimentaria, pueden ser considerados como antecedentes de la Pragmática actual1 y pueden arrojar luz sobre diferentes nociones que se repiten de manera insistente en la mayoría de las nuevas teorías.
Aunque reconocemos que las nociones de los «Ideólogos» no coinciden totalmente con las definiciones de las modernas -«pragmalingüística», de la «pragmaliteratura» o, valga la redundancia, de la «pragmaretórica»-, juzgamos que las analogías son suficientes para autorizarnos a considerar las teorías de Destutt de Tracy como precedentes y como soportes de los actuales planteamientos. Estamos convencidos de que el diálogo con el pasado y, concretamente, con el ideólogo francés puede resultar sumamente «actual»2.
Un análisis comparativo de la génesis de la Ideología y de la Pragmática nos lleva a la conclusión de que las dos teorías poseen un mismo punto de partida epistemológico y las dos recorren las mismas sendas sociológicas utilitaristas.
El nacimiento y el desarrollo, tanto de la Ideología como de la Pragmática, se explican por motivos científicos y, sobre todo, por impulsos sociales y por objetivos políticos. Las dos teorías surgen de una reflexión sobre el lugar del lenguaje en la definición del hombre y de la sociedad; las dos se asientan en el convencimiento la necesidad del estudio de la naturaleza, de la génesis y de la evolución de los lenguajes y de las lenguas para alcanzar el conocimiento del significado de las conductas individuales y colectivas, y, finalmente, las dos se apoyan en análisis filosóficos, sociales y lingüísticos.
Hemos advertir, en primer lugar, que, en la historia del pensamiento, el concepto de «ideología» es polisémico y, por lo tanto, ambiguo. Objeto de múltiples discusiones, exige que se maticen sus empleos en los diferentes contextos y ámbitos en los que se utilizan.
Jean Claude
Chevalier, Claude Desirat y Tristan Horde, en un trabajo colectivo
titulado «Les
idéologues: le sujet de l'histoire et l'étude des
langues»
(Dialectiques, 12: 15), distinguen tres
sentidos:
- ciencia de las ideas,
- forma general o particular del idealismo y
- constituyente de la superestructura.
Nosotros lo usamos
en la primera acepción, en la que le dan los autores que se
autodenominan «Ideólogos» y, más
concretamente, el más célebre entre ellos, Destutt de
Tracy (1754-1836), quien se vanagloria de haber inaugurado el
término en 1796. En su ensayo titulado Mémoire sur la faculté
de penser, describe las diferentes dimensiones y lo
distintos factores, todos ellos íntimamente
interrelacionados, que intervienen en la tarea intelectual;
relaciona la historia de la astronomía con la del
pensamiento y declara que Locke era el Copérnico de esta
nueva ciencia y Condillac su Kepler: de la misma manera -afirma-
que Kepler, por medio de sus leyes del movimiento de los planetas,
había mostrado cómo las diferentes partes del sistema
solar están relacionadas, así Condillac había
descubierto «la verdadera conexión de las
ideas», y había mostrado que «el lenguaje es tan necesario para el mismo
pensamiento como para su expresión»
(1798: 283).
Destutt, quien no acepta para esta nueva ciencia el nombre de
Metafísica empleado por Locke (1632-1704) ni el de
Psicología insinuado por Condillac (1715-1780), propuso el
de «Ideología».
El término
«idea», explica, había significado
originariamente «percepción por medio de la
vista», pero, en la actualidad, se usaba para designar la
percepción de todos los sentidos y, también, la que
se obtiene por cualquier experiencia o por cualquier pensamiento.
Destutt de Tracy, siguiendo a Condillac, defendía que
«la formación de las ideas estaba
muy estrechamente ligada a la formación de las palabras y
que cada ciencia era reductible a un lenguaje bien
hecho»
.
Para él, progresar en la ciencia, en la conducta, tanto individual como colectiva era mejorar el lenguaje, o bien cambiando sus palabras, o bien precisando mejor sus significados. (Mémoire d'Institut National, 1: 318, 323-4, 326).
Brigitte Schlieben-Lange (1975) ha aclarado los diferentes sentidos en los que la pragmática actual concibe el habla como verdadera «acción». Con expresiones sencillas podemos afirmar que el lenguaje, no sólo explica, interpreta y define las realidades, sino que «actúa» de una manera eficaz: crea, hace, deshace, configura y desfigura los hechos y llena o vacía a los objetos materiales de significados, de valores o de contravalores humanos o inhumanos: un papel se convierte en moneda y una moneda, en un bolígrafo, por ejemplo. Un «sí» transforma a los novios en esposos y, quizás, la cuenta corriente personal en capital compartido.
Este es el fundamento de su importancia social y política. Desde esta perspectiva podemos recordar que la Ideología es una doctrina cuyo origen, desarrollo y decadencia se relacionan estrechamente con situaciones políticas. Recordemos, por ejemplo, que estas «ideas» coetáneas a la Revolución Francesa, tuvieron su centro difusor en el Instituto de Francia y se convirtieron en teoría oficial durante el Directorio. Los Ideólogos ocuparon puestos importantes en los aparatos políticos de la Revolución y participaron activamente en la fundación y en el funcionamiento de instituciones escolares revolucionarias.
Tengamos en cuenta, sobre todo, que los Elementos de Ideología (1803) de hecho se articulan como una práctica teórica ligada a la actividad social y política. Esta teoría de las ideas y de los signos replantea la situación y el papel del hombre en la naturaleza, en la sociedad y en la historia, e influye decisivamente en la concepción de la actividad legislativa y de las relaciones internacionales.
Es una doctrina globalizadora que pretende jerarquizar el conjunto de las actividades humanas y armonizar la totalidad de los saberes, y, al mismo tiempo, justificar la intervención de los intelectuales en la acción política.
El término «ideología», usado al principio por Tracy, como hemos dicho, para designar el proceso de formación de las ideas a partir de la observación y de la experiencia, muy pronto sirvió para denominar a un grupo de filósofos, lingüistas, médicos, historiadores y etnólogos que, en gran medida, determinaron los contenidos y, sobre todo, la metodología de la enseñanza en Francia, desde 1796 hasta la toma del poder por Napoleón en 1804. Inicialmente, por lo tanto, esta teoría posee un objeto filosófico, más concretamente lógico, y se presenta como un sistema, como un dispositivo que jerarquiza los medios de conocimiento.
Los Elementos de Ideología, apoyándose en las teorías de Locke, de Bonnet y, sobre todo, de Condillac, pretenden ser una «teoría de las ideas» y tratan de su generación, de la formación y del uso de los signos que expresan las ideas y, finalmente, de la deducción de las ideas. Pero este enfoque genético-progresista en el análisis del conocimiento y del lenguaje condujo, de hecho, a una nueva concepción de las demás ciencias humanas, incluso propició la aspiración y la búsqueda de un nuevo plan para la ciencia general y universal y, en definitiva, a un nuevo modelo de hombre y de sociedad.
Dentro de este movimiento renovador y unitario podíamos incluir los trabajos de Andrieux, Boinvilliers (1764-1830), Cabanis (1757-1808), Daube (1763-1847), Degerando (1722-1842), Domergue (1745-1810), Lancelin (1769?-1809), Loneux, Mongin, Sicard (1742-1822), Tiébault (1733-1807), Lanjuinais (1753-1827), Thurot (1768-1832) y Volney. (1757-1820) Contemporáneos de la Revolución Francesa, son considerados por algunos autores como los ejecutores de la Ilustración y como los fundadores, en sentido amplio, de las ciencias modernas, diversificadas y consolidadas, gracias a los métodos positivistas.
Otro rasgo que, a nuestro juicio, acerca la doctrina de los Ideólogos a la Pragmática es la base sensualista en la que apoyan sus reflexiones. La Pragmática, concebida como teoría de la acción de habla (Schlieben-Lange, 1975: 12), explica el lenguaje como una forma de acción social y apoya sus definiciones en el análisis de los comportamientos humanos no lingüísticos que se dirigen a la modificación de la realidad existente. Se sitúa, por lo tanto, en el amplio ámbito de las «acciones» humanas y en el horizonte, todavía más dilatado, de los movimientos corporales.
Hablar es una manera de accionar y de reaccionar, es una forma de acercamiento físico a la naturaleza y a la sociedad. El punto de partida y la meta coinciden en la intervención del hombre en la existencia propia y ajena, en su trabajo y en su colaboración. Los Ideólogos deben ser considerados sensualistas por el hecho de situar en la noción de sensación el punto genético de partida de toda la actividad cognoscitiva y comunicativa, como base epistemológica de todas sus teorías y como explicación de las actividades sociales y políticas.
Juan Justo
García3
resume en las siguientes palabras el valor fundamental, polivalente
y globalizador que los Ideólogos conceden a la facultad de
sentir: «En suma sentir
es un fenómeno de nuestra existencia, es nuestra misma
existencia; pues un ser que nada siente, podrá ser
algo para otros seres; pero para sí nada es: pues no se
percibe a sí. Es verdad que hasta aquí se ha aplicado
la palabra sentir a las primeras impresiones llamadas
sensaciones, y pensar, a la acción de
sentir las impresiones secundarias que aquellas ocasionan:
los recuerdos, relaciones, y deseos de que son
origen; pero esta distribución ha nacido de haberse formado
ideas falsas de la facultad de pensar que ha ocasionado otros
errores».
(García, J. J., 1821: 20).
La sensación, pues, entendida en un sentido amplio como origen del conocimiento y del lenguaje humano, es el objeto de la Lógica, de la Retórica y de la Poética, y sirve de fundamento epistemológico a la Física, a la Historia Natural, a la Moral e, incluso, a la Economía Política. Toda la actividad del pensamiento encuentra su apoyo y su origen en la sensación. Para los Ideólogos, este es el único hecho que se ofrece a la observación y el único, por lo tanto, que debe ser tenido en cuenta. Este principio, que decide la integración del Hombre en la Naturaleza, lo había explicado Condillac sin prescindir de los datos de las Sagradas Escrituras. Tengamos muy presente que su objeto de estudio era el hombre caído, el hombre que, tras el pecado original, razón de su ignorancia y de su concupiscencia, se ve forzado a conocer a través de los sentidos. Admite, sin embargo, que, antes de la caída, y, gracias a una intervención divina extraordinaria, el hombre estuviera dotado de una facultad de comunicación directa y transparente.
Destutt de Tracy, por el contrario, excluye toda referencia a una intervención divina. Se limita a explicar el origen del lenguaje y del pensamiento a partir de una práctica y de una necesidad: el hombre da un grito y, cuando advierte sus efectos sobre los otros, lo repite. El hombre de los Ideólogos se desconecta así de la vinculación teológica y se inscribe en un entramado social creado por la actividad del pensamiento. Como señalan Chevalier, Desirat y Horde (Ibidem), la Ideología describe un proceso circular: es un producto del pensamiento y explicita su funcionamiento gracias a la actividad de pensar.
Para Condillac, la
facultad de pensar se divide en Entendimiento y en Voluntad, y,
consecuentemente, todas las ramas de la actividad conceptual pueden
ser clasificadas bajo estos dos epígrafes. (Cf. Guerci, L., 1978; Nuzzo, E., 1973,
Rousseau, N., 1986) Destutt de Tracy critica esta división
que juzga arriesgada, arbitraria y ambigua ya que, en su
opinión, genera confusión entre los primeros
principios y los resultados que se obtienen del empleo de las
diferentes facultades. Las partes que Condillac separa en el
Entendimiento, para Destutt de Tracy no son más que efectos
(por ejemplo la atención) de la Voluntad, o surgen (por
ejemplo, la comparación o el razonamiento) de la facultad de
juzgar. En realidad, lo que late en el fondo de este debate es la
obsesión de los Ideólogos por defender a toda costa
la unidad del pensamiento. Al sujeto compuesto y, por lo tanto,
dividido de Condillac, se opone el sujeto unitario y
monolítico de Destutt de Tracy que formula su teoría
de la siguiente manera: «Sentir est un phénomène de notre
organisation, quelle qu'en soit la cause; et penser n'est rien que
sentir»
(Destutt de Tracy4,
1803: 225).
Siguiendo este principio, sistematiza, bajo el título de Entendimiento, todas las materias relacionadas con el saber y el conocer (Ideología, Gramática y Lógica) y, bajo el rótulo Voluntad, todos las operaciones que tienen que ver con los deseos y con las acciones (Economía, Moral y Legislación). Esta división articulará, posteriormente, todo el plan de estudios propuesto para la educación. (Chevalier, 1972)
Para los Ideólogos, el conocimiento del mundo exterior no es solamente la mera impresión que la mente recibe de forma pasiva sino, por el contrario, es el resultado del esfuerzo realizado por la voluntad, tras vencer la resistencia que ofrecen los objetos. Si la sensación es suficiente para declarar la existencia del yo, no basta, sin embargo, para advertir conscientemente la realidad de los objetos externos.
Es indispensable
para ello que el hombre «desee», «quiera» y
«se mueva» hacia esos objetos que se enfrentan y
contrarían estos impulsos internos. Esa convergencia de
tendencias opuestas, ese choque, da por resultado el conocimiento
de «un ser que no soy yo»
.
(Destutt de Tracy, 1803: 127).
Esta es, pues, la
manera cómo Destutt de Tracy explica su concepción
del conocimiento como proceso mediante el cual se interrelacionan
las sensaciones: «action voulue et sentie d'une part, et
résistance de l'autre»
(Ibidem: 136). El
pensamiento es, pues, el punto de contacto entre el yo y el mundo
exterior, mientras que el conocimiento es el resultado de un
movimiento de los sentidos corporales, estimulados y orientados por
la fuerza de la voluntad. Sin esta facultad y sin la acción
material de los sentidos, no sería posible, en
opinión de los Ideólogos, conocer ese mundo
exterior5.
No debemos concluir, sin embargo, que los Ideólogos
sostengan que todos los movimientos humanos sean voluntarios ya
que, por el contrario, defienden que la mayor parte de ellos
depende de la organización física y que, de hecho,
muchos son el simple resultado de la reacción de los
nervios. Destutt de Tracy cree que la frecuente confusión en
el lenguaje entre las nociones de «Voluntad» y de
«Yo», y entre las facultades y operaciones del deseo y
de la voluntad, obedece a la dificultad para distinguir entre la
atención que se presta a los objetos y la que se centra en
nuestra reacción frente a ellos. Los deseos y los temores,
en última instancia, constituyen la razón y la
explicación de nuestros conocimientos y de nuestros
comportamientos pues «gozar y sufrir es todo para
nosotros».
Los Ideólogos reelaboran las proposiciones del sensualismo de Condillac y también las de La Mettrie (1709-1751) y de Helvetius (1715-1771). Parten de la distinción entre lo observable y lo verificable, y tratan de articular entre sí el racionalismo y el empirismo apoyándose en los resultados científicos de la química, por ejemplo, o de la teoría de las probabilidades. Establecen relaciones casuales entre la organización física del hombre, considerado como elemento de la Naturaleza, y la producción de las ideas o la adopción de actitudes y la realización de comportamientos morales y sociales. Este marco teórico les sirve, no sólo para definir la naturaleza humana sin necesidad de recurrir a la acción divina, sino también para clasificar los procedimientos mediante los cuales el hombre interviene en el mundo en el que vive.
Pero, aunque es
cierto, tal como lo declara el mismo Destutt de Tracy, que el punto
de partida de la Ideología es el sensualismo de Condillac
-«ce n'est que despuis lui
quel'idéologie est vraiment une
science»
- (Destutt de Tracy, 1803: 214),
también es verdad que los Ideólogos reivindican
constantemente la originalidad de su proyecto cuyo objetivo
consiste en eliminar todas las lagunas y las incertidumbres en la
constitución de las ciencias de las ideas, e introducir una
metodología descriptiva y crítica desconocida hasta
entonces.
Los Elementos de Ideología se presentan como corolario de los trabajos del médico Cabanis, como una continuación de las Memoires sur les rapports du Physique et du Moral (1802)6. Esta obra está considerada como uno de los pilares del materialismo mecanicista, que excluye todo recurso a una instancia transcendente, a todo principio inmaterial situado fuera de la experiencia. La medicina se convierte en anclaje de la ciencia de las ideas considerada de esta manera como integrante del sistema natural del cuerpo y como «una parte de la Zoología»7.
Este trabajo tiene
mucho que ver con las condiciones fisiológicas de la
sensación y algunas de sus afirmaciones, se hicieron
tópicas en el materialismo del siglo XIX. Un texto suyo
-«que el cerebro en cierto modo digiere
impresiones: pues orgánicamente produce la secreción
del pensamiento»
(1798: 148)-, formulado de forma
más radical, sirvió de lema al materialismo popular
del siglo XIX, «el cerebro segrega
pensamientos como el hígado segrega
bilis»
8.
Del sensualismo de
Condillac al materialismo mecanicista de la Ideología se
produce, por lo tanto, un significativo cambio, un desplazamiento
cualitativo, no sólo en la terminología y en las
fórmulas de presentación, sino también una
separación radical entre los «medios de
conocimiento» (teoría) y sus aplicaciones
prácticas (artes)9.
Estas diferencias las reivindica Destutt de Tracy: «La manière dont
Condillac a decomposé notre intelligence est
vicieuse»
. (Destutt de Tracy, 1803:
235).
La integración de la Gramática en el ámbito de la Filosofía había sido defendida por Descartes (1596-1650), Port-Royal (1660), Du Marsais, Beauzée (1717-1789), etc. Estos autores ya afirmaban la necesidad de conocer el funcionamiento de la razón para comprender la naturaleza del lenguaje. Todos ellos establecieron una diferenciación entre la Gramática General y la Gramática Particular10.
Para los Ideólogos, la Gramática General no es el arte de hablar, de la misma manera que la Lógica no es el arte de razonar. Su objeto no consiste en enunciar los preceptos que se han de observar en la expresión de las ideas ya elaboradas. Consideran, por el contrario, que la Gramática debe ser concebida como una verdadera teoría de los signos de las ideas y, por lo tanto, como una parte integrante de la Ideología, y no como un mero apéndice ya que, para ellos, las ideas no poseen existencia autónoma, independiente de su expresión o signo, sino que se presuponen mutuamente.
Frente a las explicaciones teológicas y sociológicas sobre el origen del lenguaje, los Ideólogos, apoyándose en un análisis empírico, proponen una teoría inmanentista cuyo fundamento es el «discurso». Para ellos el «discurso» es un proceso anterior a la articulación del lenguaje e, incluso, previo a la formación de las ideas aisladas como lo demuestra el lenguaje de «acción»11.
Aquí se señala, pues, al «lenguaje de acción» como el punto de partida de todo el lenguaje humano y como el fundamento sobre el que se sostiene el análisis ideológico.
Según
Destutt de Tracy, los estudios sobre el origen del lenguaje estaban
en mantillas antes de las teorías de Locke y de Condillac.
El gramático parisino, siguiendo a los sensualistas
anteriores, afirma que, cronológicamente, el primer lenguaje
es el lenguaje de «acción». Este lenguaje
comprendía «los gestos, clamores,
actos que hablan a los sentidos de la vista, oído, tacto, y
que encierra el germen de todos los lenguajes posibles»
(Destutt de Tracy, 1803: 107). El hombre, cuando siente la
necesidad de entenderse con sus semejantes, se vale de medios
sensibles y espontáneos, anteriores a todo lenguaje
articulado:
«Y este medio ha de ser un resultado de la naturaleza de
nuestro ser, o un efecto necesario de nuestra organización.
Efectivamente, no podemos tocar o alcanzar una cosa que deseamos,
sino llevando la mano a ella, si está cerca, o
encaminándonos hacia ella, si está lejos: si estamos
fatigados, nos echamos; el dolor nos arranca ayes o gritos; la
alegría, la sorpresa, el temor nos inspiran otros
diferentes; golpeamos ásperamente lo que nos irrita, y
acariciamos con dulzura lo que nos agrada, y manejamos con tiento
lo delicado... Todos experimentan en sí estos efectos, y
viéndolos en sus semejantes, conocen lo que pasa en
ellos».
(Ibidem).
Destutt defiende
el lenguaje de «acción» como paso previo e
inevitable al proceso inicial del lenguaje oral. El primero
«natural» y «necesario», evoluciona hacia
el segundo, «artificial» y «voluntario»:
«Este lenguaje natural y necesario se ha
hecho artificial y voluntario, rehaciendo para pintar el
pensamiento o sentimiento las mismas acciones que él produjo
naturalmente; el uso lo ha afinado, variado y circunstanciado cada
día más, perfeccionando los signos según su
capacidad por convenciones expresas»
. (Ibidem).
Explica de manera
detallada la evolución de la «acción» de
cada sentido corporal. Aunque es cierto que la preocupación
explícita de los ideólogos se centra en la
génesis y desarrollo de las lenguas, no podemos perder de
vista que sus análisis y reflexiones contribuyen de manera
decisiva a plantear de manera adecuada las cuestiones fundamentales
del lenguaje humano: «Quedando los tactos
casi los mismos, los gestos han recibido desenvolvimientos capaces
de formar una verdadera lengua sabia. De los sonidos hechos
artificiales sólo han quedado las interjecciones del
lenguaje primitivo, alteradas muchas en su significación; en
las demás palabras apenas encuentran los etimologistas en
sus sílabas radicales, algunos vestigios de la primera
impresión producida por el objeto o el sentimiento que
representan y ligeras trazas de su forma original;
pudiéndose asegurar que las lenguas usuales son el lenguaje
natural prodigiosamente extendido y perfeccionado con todas las
especies de signos que componen el primero»
. (Ibidem).
Los
Ideólogos explican de manera clara uno de los principios
fundamentales de la Semiótica moderna y uno de los
presupuestos básicos en los que se apoya la
Pragmática actual: el hombre, no sólo posee la
facultad del lenguaje, sino que él es lenguaje, se define
por su capacidad y por su necesidad de hablar: habla con toda su
personalidad y la palabra articulada es sólo uno de los
procedimientos. El discurso oral se completa, se matiza o se niega
con los mensajes que emiten todos los sentidos y órganos
corporales. El hombre habla con todos sus movimientos y con todas
sus conductas. Para Destutt de Tracy, por lo tanto, los diferentes
tipos de lenguaje se complementan entre sí y contribuyen a
servir de cauce y a potenciar una comunicación más
eficaz y completa: «Los sonidos forman la
parte más rica y fecunda; los gestos se le unen como
auxiliares y accesorios, y los tactos concurren para mayor
expresión: de este modo resulta el "lenguaje de
acción" perfeccionado y compuesto de los tres ramos de
gestos, sonidos y tactos. Cuando con una mano conduzco a un hombre
hacia un objeto, se lo señalo con la otra, o le digo que
vaya él, le señalo de tres modos diferentes una misma
idea».
(Ibidem).
Destutt de Tracy
elabora su Gramática General utilizando el
método analítico «que es en
realidad -dice- el único compatible con la naturaleza
humana»
(1822: 72). Tras examinar la naturaleza de la
proposición, pasa a estudiar los elementos que la componen.
Comienza precisamente por la «interjección» ya
que, según él, es el elemento que marca el origen del
lenguaje oral y cubre la distancia que separa el «lenguaje de
acción» del «lenguaje articulado»:
«[...] en el origen del lenguaje se
compone una proposición sólo de un gesto, o de un
grito, las primeras voces que se ofrecen son las que aún
ahora explican por sí solas una proposición completa:
estas voces son generalmente las que las gramáticas llaman
interjecciones»
. (Ibidem: 118).
El carácter
extragramatical de la interjección explicado por la
Gramática de Port-Royal y por
Condillac12,
fue ampliado por Destutt de Tracy a los adverbios que poseen
sentido completo como, por ejemplo, «sí»,
«no». Estos elementos invariables no se relacionan
gramaticalmente con los demás, constituyen oraciones
completas y contienen implícitamente el sujeto y el
predicado. Las otras partes de la oración son fragmentos en
los que dichas interjecciones así concebidas, se pueden
descomponer. A pesar de la imperfección formal de estas
voces, sus análisis nos ofrecen la posibilidad de
orientarnos y de ayudarnos para «reconocer mejor el mecanismo de la
oración, de la cual son a un mismo tiempo, forma primera y
compendio».
(Ibidem: 120) Para Destutt de Tracy, las
interjecciones son las células madres de todo lenguaje,
articulado o no13.
Se constituyen, por lo tanto, no sólo en el punto de partida
del análisis, sino también en el método que
permite «reconocer todo el mecanismo del
discurso, del cual ellas son, al mismo tiempo, el compendio y la
forma primera»
. (Ibidem: 71).
La importancia y
la novedad de la teoría de Destutt de Tracy no estriba en la
identificación del núcleo germinal de las diferentes
lenguas, ni en la definición genética de su
desarrollo, sino en el cambio radical de perspectiva en la
consideración del lenguaje humano. Su análisis es un
precedente del planteamiento teórico de la pragmática
actual concebida como «teoría de
la acción de habla»
. (Schieben-Lange, 1975:
12).
La
interjección representa, según los Ideólogos,
un momento esencial: es el momento «en el
que se marca la separación entre el bruto y la especie
inteligente»
(Destutt de Tracy, 1803: 35), un momento
que, a juicio de Destutt de Tracy, no lo ha analizado correctamente
Condillac14.
Como ha señalado Chevalier (op. cit.:
17), esta precisión supone un cambio de perspectiva formal,
ya que considera al sujeto como un factor determinante de la
coherencia del juicio que entraña toda proposición.
El juicio no se construye por la mera aproximación de ideas
heterogéneas, ni siquiera mediante la vinculación de
dos ideas simplemente «convenant l'une à
l'autre»
, como la de Dios y de
justo. (Arnauld, 1662. 2.º partie, chap. III). Sino que, por el
contrario, el juicio es una explicitación de la
relación metonímica entre dos ideas jerarquizadas, y
el grito o la interjección son expresiones
sintéticas, apoyadas en la unidad ideológica de la
sensación, en las que el sujeto y el atributo no se separan
sino que son percibidos y expresados globalmente por el
enunciador.
El «lenguaje de acción», el grito y la interjección forman en la teoría de los Ideólogos, por lo tanto, un trípode que agrupa en un solo bloque estos elementos que, posteriormente se diversifican en nuestras lenguas evolucionadas y reciben el nombre genérico de «partes de la oración»15.
De la
«desintegración» de la interjección se
origina, en primer lugar, el sujeto y, como consecuencia, aparecen
los «nombres de persona», el yo y el
tú que Destutt de Tracy opone al
él, que es incluido en el apartado de los
pronombres. Esos «nombres de persona» poseen la
propiedad única y la función exclusiva de designar
las ideas bajo el sólo aspecto de su relación con el
acto de la palabra (Ibidem: 77). El otro elemento que queda tras esta
primera división es el verbo, que desempeña el papel
de atributo: «Cuando digo ¡ay! la
interjección, la exclamación, el grito, ¡ay!,
significa toda la proposición yo padezco; y si digo
yo ¡ay!, ay no significa más que el
atributo padezco».
(Ibidem).
De esta manera
llega Destutt de Tracy a la explicación del origen y a la
definición del verbo, y describe los primeros pasos en la
formación del lenguaje oral: «Véase, pues, descubierto precisamente
este segundo elemento de la oración, esta voz tan
maravillosa e inefable, sin ser menester inventarla a fuerza de
ingenio: resulta inevitablemente de la separación del sujeto
y el atributo y no se formó con habilidad suma de los
elementos de la oración, antes vamos a verlos salir todos
sucesivamente de su descomposición del mismo modo que
él nace de la restricción puesta a la
significación de la interjección»
.
(Ibidem).
El verbo, por lo tanto, al ser sólo una parte integrante de la interjección y único elemento lingüístico con valor significativo completo, -supone la presencia de un sujeto un sustantivo o un nombre de persona- pues sin él, no expresaría un juicio completo. Destutt, mediante este proceso de sucesivas «desintegraciones», va determinando el nacimiento de las otras partes de la oración: adjetivos, adverbios, partículas, etc.16.
En realidad, esta teoría representa una reacción contra la «física» griega de las esencias, en favor de las leyes formuladas por el método experimental. Para los Ideólogos, Bacon (1561-1626), Locke (1632-1704), y Condillac (1715-1780) aparecían como reveladores de una nueva filosofía de la literatura y de la vida. Según ellos, la escuela sensualista tiene el mérito de haber roto con viejos esquemas que el platonismo había legado a la física cristiana derivada de la metafísica: la física griega partía del supuesto de que el concepto universal era una «esencia», una «naturaleza», tendente a su realización. Los Ideólogos, a pesar de que muchos de ellos estudiaron en colegios religiosos o en seminarios, rechazaban las explicaciones «finalistas», con frecuencia -afirmaban- simples antropomorfismos, degenerados en mitos asociados a representaciones religiosas ingenuas e impropias de espíritus «ilustrados».
Este rechazo de la filosofía griega no era, sin embargo, total ya que, mientras reprobaban a Platón (427-348 a. C.) y a todos los que, en diferente medida, se habían inspirado en él, como San Agustín (354-430), Santo Tomás de Aquino (1225-1274), Marsilio Ficino (1433-1499), Descartes (1596-1649), Malebranche (1638-1715), Leibnitz (1646-1716) y Kant (1724-1804), veneraban a Aristóteles por su espíritu analítico manifestado en su Poética, traducida y adaptada por Boileau (1636-1711), por Daunou (1761-1840) y por Marie-Joseph Chénier (1764-1811), del círculo de literatos ideólogos.
Debemos reconocer también que, aunque alardean de sentido crítico, muchos de sus principios teóricos y de sus pautas metodológicas están apoyados en conceptos básicos que toman de Condillac sin detenerse demasiado en analizar los fundamentos epistemológicos. Recordemos, por ejemplo, la noción de «naturaleza» tan importante a la hora de definir su concepción de arte, belleza, literatura, etc.... Se limitan a ratificar el aforismo del Traité des sensations: «La Nature, cést-à-dire nos facultés déterminées par nos besoins». En última instancia, les basta con cualquier explicación suficiente para justificar el método experimental, y no es extraño, por lo tanto, que reduzcan la «Naturaleza» a una relación de causas y de efectos.
A pesar de que se
declaran defensores y amantes del lenguaje claro y exacto, en la
práctica, no son siempre consecuentes con su voluntad de
rigor y, a veces, no dudan, por ejemplo, a la hora de traducir
«naturaleza» por «metafísica». No
debe extrañarnos demasiado ya que el mismo D'Alembert
(1717-1783), en su Discours préliminaire à
l'Encyclopédie, señala a Locke como el creador
de la Metafísica, y asegura que la Metafísica es la
ciencia de las razones de las cosas. «Todo tiene su metafísica y su
práctica... Interrogad a un pintor, a un poeta, a un
músico, a un geómetra y les forzarán a dar
cuenta de sus operaciones, es decir, a llegar a la
metafísica de su arte».
(Artículo
«Méthaphisique», de
la Encyclopédie).
Los Ideólogos tratan de armonizar las reflexiones de la Ilustración con los datos de los descubrimientos científicos, pero reconocen que las leyes de la Naturaleza sólo son válidas mientras ésta conserva su condición de «salvaje», opuesta al estado civilizado y social.
Se apartan, por lo tanto, de la actitud complaciente, tan próxima a la deificación, de los románticos. El Marqués de Condorcet (1743-1794), recordemos, tacha de «metáfora osada» la visión -explícita en textos literarios e implícita, al menos, en documentos legislativos- de una Naturaleza que «quiere», «ordena», «prohíbe», «acuerda», etc. (1847-1849).
Algunos críticos modernos -como, por ejemplo, Bernard Plongeron (1972: 377)- sostienen que la especificidad de esta escuela de pensamiento, más que en su materialismo científico, reside en el papel fundamental que conceden al «arte» como base sobre la que se sustenta toda su específica concepción antropológica. La noción de «arte» es efectivamente, según ellos, la clave que explica la función mediadora del hombre: gracias al «arte», el homo faber, sometido al homo sapiens, actúa sobre el estado salvaje de la Naturaleza, y el arte es el instrumento mediante el cual la Naturaleza pasa a ser mundo civilizado. El arte es, por lo tanto, la huella que el hombre marca en la Naturaleza respetando y siguiendo sus propias leyes.
Los Ideólogos, en contra de Rousseau (1712-1778), niegan que exista ruptura entre Naturaleza y sociedad -salvaje o civilizada-, y defienden que, gracias a la transformación artesana, se favorece un acuerdo profundo y permanente. Esta segunda generación de la Ilustración sigue, por lo tanto, una orientación racionalista y su emblema podría ser el jardín «a la francesa», que, trazado geométricamente, no para mutila la Naturaleza, sino que la exaltarla y la ponerla al servicio del hombre que la recrea y le confiere inteligibilidad.
A juicio de los Ideólogos, como hemos visto anteriormente, es la «metafísica» en sentido peyorativo, la que mediante un antropomorfismo vacuo mutila a la Naturaleza, transforma sus leyes y, en definitiva, le falta al respeto. Se muestran contrarios a las brumas, a los vapores, al jardín «a la inglesa» y, en síntesis, a las emanaciones del espíritu romántico y de la filosofía alemana que personifican en Kant.
Esta concepción de la Naturaleza sirve a los Ideólogos de fundamento para establecer una oposición entre la tarea del escritor y la del literato. El primero es un sabio o un especialista que está en posesión de una doctrina coherente y de un vocabulario adecuado. Es un intelectual que está dotado de un cuerpo de ideas elaboradas y organizadas de acuerdo con los principios y con los criterios de la Ideología. El literato, por el contrario, emplea nociones vulgares para expresar las emociones que la Naturaleza despierta en su mente. La Naturaleza se convierte, de esta manera, en el principio, en el medio y en el objeto de la tarea literaria.
El sensualismo de Condillac, explican, no es simplemente una invitación a la sensualidad sin bridas sino, por el contrario, una verdadera ascesis mediante la cual el literato alimenta y orienta su actividad creadora. El arte, según los Ideólogos, exige disciplina ya que, a través de un proceso de educación -de «cultivo» de las formas- el literato ejerce una función análoga al director de orquesta, que convierte las sensaciones impetuosas provocadas por la Naturaleza, en una armoniosa sinfonía.
Algunos
Ideólogos, como, por ejemplo, Lacrètelle,
apoyándose en el Art poetique (1787) de Boileau, esquematizan las
relaciones dialécticas que se establecen entre el literato y
la Naturaleza, afirmando que, en un primer momento, se genera un
proceso de comunión mediante el cual la Naturaleza invade
los sentidos, impregna la sensibilidad; a continuación, en
un segundo estadio, las informaciones recibidas se pasan por la
criba del «arte» y de las «luces» sufriendo
un proceso de crítica; finalmente, se produce una vuelta al
principio, un retorno a las fuentes de la creación. Llega a
la conclusión de que el talento del literato consiste en
«ser todavía más natural
que el que sólo escribe bajo la inspiración de la
Naturaleza»
17.
Estos Ideólogos abogan en favor de un sensualismo de segundo grado o «reflexionado». Su exaltación de la racionalidad, sin embargo, está lejos de la teoría de Descartes (1596-1649) a quien también acusan de haber traicionado a la Naturaleza y de haber cultivado una metafísica «nebulosa». Los Ideólogos consideran «puros clásicos» a aquellos poetas que, tras Virgilio o Racine, tienen conciencia de que la civilización sólo se mejora cuando se sumerge plenamente en la Naturaleza. La verdadera obra de arte se aparta, según ellos, lo mismo de las formas sofisticadas -de la pseudo-metafísica difunta- que del caos total de la Naturaleza en estado bruto.
En los últimos decenios del siglo XIX, el progreso de las metodologías positivistas fue influyendo en las tesis doctrinales. La experiencia estética fue progresivamente entendida como simple placer y el placer se interpretó frecuentemente como un fenómeno físico. Mediado el siglo, Herber Spencer (1820-1903), fiel a un evolucionismo darwiniano, ensayó una teoría de lo bello partiendo del placer y del desagrado. El placer, según él, reside en el máximo de un estímulo logrado con un mínimo esfuerzo. Es una descarga de energía sobrante del organismo. En el empleo libre de energías sobrantes, que no han sido usadas en los procesos conducentes a la vida, ve Spencer la razón del juego y la razón de la semejanza entre el juego y el arte.
En la teoría de Spencer, el placer estético es desinteresado, puesto que las necesidades orgánicas y vitales están ya satisfechas, pero la belleza, continúa siendo una actividad fisiológica y mediante ella se explican las categorías estéticas: una acción es tanto más «graciosa» cuanto mayor libertad de movimientos implica y menos esfuerzo muscular requiere; lo «cómico hay que concebirlo como una descarga involuntaria del exceso de energía nerviosa». En el campo de la poesía, el verdadero estilo implica lograr el fin con la máxima economía18.
En la segunda mitad del siglo estas ideas fueron adoptadas por algunos psicólogos ingleses e italianos y por varios estetas alemanes que la reelaboraron con cierta originalidad. K. Lange (1855-1921) y particularmente Groos (1861-1946) han pretendido demostrar que la esencia del goce estético es, como en el juego, una «consciente autodecepción»; que el arte es una especie de juego reservada a los sentidos superiores; que arte y juego son fines en sí mismos y satisfacen ciertos impulsos instintivos del hombre, involucrando un elemento de pura ilusión.
Fueron muchos los
autores que redujeron el goce estético a una reacción
puramente orgánica: G. Sergi (1823-1881) lo relaciona con el
placer19,
Grant Allen (1848-1899) definía lo bello como «aquello que provee a nuestro sistema nervioso de
un máximo estímulo con un mínimo de gasto en
procesos no vinculados a las funciones vitales»
(1877:
30-37) e intenta explicar por causas orgánicas la
superioridad atribuida a la vista y al oído como fuentes de
placer comparados con los sentidos «inferiores».
También William James pretendió explicar la
emoción estética por el conjunto de sensaciones
orgánicas que ciertas percepciones desencadenarían
por vía refleja: «No lloro porque
estoy triste, sino que estoy triste porque lloro»
. (1901,
II: 470).
Como conclusión, podemos afirmar que, según los Ideólogos, el movimiento intencionado, el gesto y el grito constituyen los puntos de partida del lenguaje, el origen de la danza y la raíz profunda de las diferentes artes. Juzgamos que muchas de sus nociones constituyen eslabones que enlazan con la tradición racionalista y que sus análisis guardan notable analogía con algunos de los planteamientos recientes como, por ejemplo, la Semántica generativa y la Pragmática lingüística y literaria.
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