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1

Jorge Luis Borges, Aspectos de la literatura gauchesca, Montevideo, Número, 1950, p. 26.

 

2

«Fue una obra benéfica lo que el poeta de Martín Fierro propúsose realizar. Paladín él también, quiso que su poema empezara la redención de la raza perseguida. Y este móvil, que es el inspirador de toda grandeza humana, abrióle, a pesar suyo, la vía de perfección. A pesar suyo, porque en ninguna obra es más perceptible el fenómeno de la creación inconsciente.

»Él ignoró siempre su importancia, y no tuvo genio sino en aquella ocasión. Sus escritos anteriores y sucesivos, son páginas sensatas e incoloras de fábulas baladíes, o artículos de economía rural. El poema compone toda su vida; y fuera de él, no queda sino el hombre enteramente común, con las ideas medianas de su época».


(Lugones, El payador, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, p. 133)                


 

3

Prosas del Martín Fierro, Buenos Aires, La Pléyade, 1972, pp. 91-92.

 

4

Ibid.

 

5

Personalidad parlamentaria de José Hernández; edición de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1947, p. 29.

 

6

Encuentro político con José Hernández, Buenos Aires, Marymar, 1986.

 

7

Tulio Halperín Donghi, José Hernández y sus mundos, Bueno Aires, Editorial Sudamericana, 1985, p. 15.

 

8

El subrayado es nuestro.

 

9

«La mujer en Martín Fierro», en José Hernández. Estudios reunidos en conmemoración del Centenario de El gaucho Martín Fierro, Universidad de la Plata, p. 143.

 

10

Manuel Gálvez precisa: «En el campo, junto a su padre [regidor de dos estancias propiedad de Rosas], el muchacho pónese en contacto con la materia viva de su futuro poema. Aunque todavía niño, no está en la estancia como huésped ni como empleado de escritorio. Trabaja al igual que los peones, todos gauchos. Vive entre ellos, les oye referir sus proezas campestres o guerreras, tocar la guitarra y cantar. Asiste a las payadas de contrapunto, participa en las danzas nativas. Aprende a tocar la guitarra. Se hace hombre de a caballo. Adquiere maestría en todas las faenas del campo: la doma de potros, la hierra, el rodeo. Y junto a las estancias en que acompaña a su padre, una en Camarones y otra en Laguna de los Padres, combate más de una vez contra los indios. La pampa es la principal escuela en la que se educa el muchacho. En ella cursó su bachillerato de poeta épico, de narrador de la vida campestre de su tiempo. Diez años pasa Hernández en aquellas estancias. No tiene mucho contacto con la ciudad. Cuando viene es por pocos días. No obstante su encariñamiento con el campo, él no se convierte en un gaucho. La barbarie de la pampa -si existe, según cree Sarmiento- no lo barbariza. Abandona el campo a los 19 años, sin haber perdido su cultura». (Manuel Gálvez, José Hernández, Buenos Aires, Huemul, 1945).