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Este arte y este estilo, elaborados como dijimos en las postrimerías del siglo XVI, llegó a su apogeo en el siglo XVII, permaneciendo Italia como la escuela oficial de esa arquitectura decorativa, cuyos mayores representantes fueron Maderna y Bernini: Maderna, convirtiendo en 1607 en planta de cruz latina la planta de cruz griega de la Basílica de San Pedro y ornamentando lujosamente con estucos y relieves su pórtico, las capillas del Coro y la del Santísimo Sacramento, marcando   —68→   la ruta que luego el Dominiquino, en 1625, había de seguir, llevando el tipo jesuítico del «Gesú» a su mayor grado de excelencia en la iglesia de San Ignacio; y el Bernini afirmándola con su trabajo durante tres pontificados, dando al tipo de sus predecesores en San Pedro una nueva fisonomía, decorando la gran nave con figuras en relieve recortadas en las enjutas de los arcos, adornando las pilastras con placas de mármoles de color y medallones sostenidos por ángeles, introduciendo el mosaico en la ornamentación general, comunicando al altar de la Confesión una importancia notable con su baldaquino gigantesco de columnas báquicas y dando a la Basílica, como atrio, la gran plaza cercada con una primorosa columnata.

Figura 38.- Una de las hermosas pilastras que sostienen la cúpula

Figura 38.- Una de las hermosas pilastras que sostienen la cúpula

(Foto Laso)

Todo este barroquismo que había de ser mimado por los jesuitas para presentar a los cristianos el templo católico convertido en teatro de culto pomposo, llegó a su colmo en Italia con el epiléptico Borromini (1599-1677), el reformador de la nave de San Juan de Letrán, que animó la arquitectura moviéndola con líneas ondulantes, con columnas salientes, cornisas y frontones encorvados y coronamientos rotos o interrumpidos por estatuas; con Longherra, el constructor de la preciosa iglesia de la Salute en Venecia; con Buzi, que elevó la pintoresca fachada de la Catedral de Milán; con el padre Guarini, autor de la Consolata, la Capilla del Santo Sudario y San Lorenzo en Turín, y sobre todo, con el padre Pozzi, que con su altar de San Ignacio en el «Gesú» (1680), afirmó el lugar preponderante que en el nuevo estilo tiene y reclama la Compañía de Jesús.

Pero como el sistema impositivo con el que los jesuitas trataban de divulgarlo hacía caso omiso de las tradiciones nacionales, en Francia se le introdujeron reformas acordes con la tradición gótica, y en España se le cerraron las puertas durante algún tiempo. España, en efecto, no podía admitir un estilo, que era una variación monástica del barroco, en pugna con la tradición española, y sobre todo, con el que entonces dominaba en la península. Ni el arte oficial de Felipe II encarnado en El Escorial, ni el nacional que estaba en su agonía,   —69→   compuesto de elementos moriscos y góticos del arte español, podían dar cabida al barroco. Tan cierto es esto, que aun el purismo seco de Herrera y de Toledo tuvo que adoptar en el plano de la iglesia de El Escorial, creado en forma de cruz griega como el de San Pedro del Bramante, dos elementos netamente españoles: la capilla mayor dominando la nave, y el coro encima del nártex. Durante mucho tiempo El Escorial fue la escuela de la arquitectura civil y religiosa española. Pero al fin cedieron los muros de la resistencia hispana, invadió el italianismo y se impuso el barroco jesuítico, que llegó a su colmo con Churriguera y pasó a la América española, de donde volvió más tarde a Andalucía a influir   —70→   en su decoración arquitectónica, revestido de las formas del ultra barroco indomexicano y del barroco indo oriental de Quito y del Cuzco.

Figura 39.- Roma. Iglesia de San Ignacio. El altar de la Anunciación (Philippo Valle)

Figura 39.- Roma. Iglesia de San Ignacio. El altar de la Anunciación (Philippo Valle)

(Foto Alinari)

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Figura 40.- La capilla de San Francisco Javier en el crucero izquierdo de la iglesia

Figura 40.- La capilla de San Francisco Javier en el crucero izquierdo de la iglesia

(Foto Laso)

Con estas ligeras consideraciones acerca del barroco que el jesuitismo favoreció y apadrinó en sus iglesias, vamos a sondear la verdad en el oscuro problema de la historia de la iglesia de los jesuitas en Quito.

Tratemos, ante todo, de averiguar la fecha de iniciación de los trabajos.

Sí nos atenemos a lo que nos dicen González Suárez, en su Historia General   —71→   de la República del Ecuador, y el padre Chantre y Herrera, S. J., en la de las Misiones de la Compañía de Jesús en el Marañón español, que los jesuitas de Quito edificaron antes del actual templo, una iglesia humilde y modesta, y si tenemos presente que los documentos franciscanos del Archivo del Convento de Quito, revelados y examinados ya en el Capítulo primero, nos cuentan que esa iglesia primitiva comenzaron a edificar los jesuitas en 1595, es decir, cinco años antes de finalizar el siglo XVI, lógicamente podemos por lo pronto asegurar que el actual   —72→   templo de la Compañía no pudo ser levantado sino en el siglo XVII. ¿En qué año? Vamos a verlo.

Figura 41.- Quito. Iglesia del Hospital. El altar de San Juan de Dios

Figura 41.- Quito. Iglesia del Hospital. El altar de San Juan de Dios

(Foto Laso)

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