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Es claro que los dos actuales retablos del crucero no pueden ser los descritos en 1650 por Docampo, sencillamente porque sus originales, de los cuales se copió, y que son precisamente los que se ostentan en las capillas del crucero de San Ignacio, fueron ejecutados por el padre Andrea Pozzi (1642-1709) mucho después, a fines del siglo XVII, y esculpidos por Pietro Le Gros (La gloria de San Luis Gonzaga) y por Filippo Valle (La Anunciación) en el siglo XVIII. Ya lo anotó Giulio Arístide Sartorio, que visitó Quito, como Comisario de arte en el crucero de la nave «Italia» por la América del Sur, en su informe a Mussolini: «Entre tanto, dice, junto a las columnas panzudas aparecían en Quito las columnas báquicas de la iglesia romana: argumento constructivo de indudable elegancia, que del Ecuador se esparció por Méjico, el Perú y Chile. La introducción tiene una fecha precisa; pues las columnas retorcidas aparecieron en Quito, en la iglesia levantada por la Compañía de Jesús, en los principios del siglo XVIII, siendo sus tres altares del crucero una franca imitación de los altares de la de San Ignacio en Roma, dibujados por Andrea Pozzi. Cuando el padre Deubler inició (1722) la fachada de la iglesia de Quito, concluida en 1765   —79→   por el jesuita mantuano Gandolfi, en las seis dibujó una copia fiel de aquellas ocho báquicas de la antigua Basílica Vaticana y que hoy adornan las tribunas de los cantores en la nueva. No nos admiremos que las columnas báquicas derivadas del baldaquino del Bernini (1633), considerado como el prototipo del barroco, aparecieren en Quito en su tipo verdadero, como no aparecieron en España, pues ello no es sino una consecuencia de su origen italiano. Es seguro que cuando en 1722 comenzó el padre Deubler a labrar las columnas de la fachada, según reza la epigrafía conmemorativa que se encuentra junto a ella, ya vino ésta diseñada con aquella nota característica de las columnas báquicas integrando la idea informativa   —80→   del edificio, ya que esas columnas tuvieron gran éxito entre los artistas de la época barroca, concluyendo el padre Pozzi por adaptarlas y convertirlas en sello de la arquitectura jesuítica. «Las columnas báquicas de la América Latina, dice Sartorio, aparecieron en Quito, en la iglesia de los jesuitas, a principios del siglo XVIII, y su aparición precisamente determinada, es una fecha memorable para todos aquellos altares, púlpitos y fachadas de las iglesias y casas nobiliarias que ostentan columnas báquicas». Y que no podrá ser otro que el padre Pozzi el introductor en América de las columnas báquicas, lo prueba el hecho de que la iglesia jesuítica del Cuzco, calcada en el patrón del «Gesú» de Roma, no tiene ni aún siquiera las columnas simplemente retorcidas, porque fue concluida en 1668, esto es, antes de que el padre Pozzi comenzara a usarlas, menos aún a difundirlas.

Figura 49.- Retablo de la capilla de la Virgen de Loreto

Figura 49.- Retablo de la capilla de la Virgen de Loreto

(Foto Laso)

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Figura 50.- La capilla de San Luis Gonzaga

Figura 50.- La capilla de San Luis Gonzaga

(Foto Moscoso)

La aparición de la columna salomónica y su desarrollo en el arte quiteño no es, pues, un problema ni mucho menos. Traído por italianos a principios del siglo XVIII, se extendió por todas las iglesias de Quito, principalmente en los retablos de sus altares, y pasó a otras naciones americanas. Pero aclaremos; la columna salomónica propiamente dicha, o más bien la báquica de la capilla de «La Pietà», que se la cree proveniente del templo de Salomón, copiada por el Bernini para el gran baldaquino de bronce que levantó sobre la Confesión en la Basílica Vaticana y reproducida casi fielmente en las de la fachada de la Compañía de Quito, no   —81→   fue sino apenas imitada en las otras naciones americanas, sin duda porque ya por entonces Churriguera había logrado imponer en España su columna salomónica de cuatro y cinco espirales, con pámpanos y vides, que agradó mucho más al subido barroquismo de nuestros escultores y arquitectos.

Ni fueron las columnas jesuíticas de la Compañía las primeras torsas que en Quito se conocieron, como que en la iglesia de San Francisco tenemos diversas especies de columnas torsas, siendo las más raras y curiosas las del púlpito, semejantes a las cosmatescas del período medieval italiano de la arquitectura gótica. No olvidemos que el púlpito de San Francisco está trabajado muy seguramente en los principios del siglo de XVII.

Figura 51.- Retablo del altar de San Luis Gonzaga

Figura 51.- Retablo del altar de San Luis Gonzaga

(Foto Moscoso)

Habla Docampo de los altares y retablos de las capillas laterales de San José, Nuestra Señora de Loreto y del Ecce Homo, que aún existen con los mismos nombres y en sus mismos sitios, como también los ya dichos de San Ignacio y San Francisco Javier, sólo que en ellos vemos campear ciertas formas que, no apareciendo en el arte europeo sino a fines del siglo XVII, ni llegando a su auge sino en el XVIII, mal pueden antes haberse presentado en Quito, que hasta entonces aparece copiando o imitando las formas arquitectónicas y decorativas del arte europeo. El churriguerismo de los altares de San José, de la Virgen de Loreto, de San Luis, etcétera, es muy acentuado para poder afirmar que esos retablos son los mismos a que se refiere en su Relación el deán Rodríguez Docampo. En cambio nada encontramos en las tribunas de la Capilla mayor y en las del crucero para que no   —82→   las identifiquemos como las por este cronista señaladas, ya que sus formas decorativas corresponden perfectamente a las dominantes en el siglo XVII. Aun las de uno de los revestimientos de los arcos formeros en las capillas laterales del crucero son del 1660, lo que podría inclinar a suponer que ese revestimiento y el del presbiterio que se le parece, pudieron llevarse a cabo a mediados del siglo XVII.

Figura 52.- Arco de la nave principal

Figura 52.- Arco de la nave principal

(Foto Noroña)