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La importancia de la literatura en la escuela y en la casa

Fernando Alonso



Hace ya años, leí un libro que me llevó a un mundo de hombres pequeños que eran grandes, de pajaritas que querían amar, de barcos que buscaban la libertad, de espantapájaros que deseaban bailar, de guardianes que no tenían que guardar... Este libro era tu «Hombrecito vestido de gris», desde entonces has seguido ofreciendo tu palabra, y tu palabra anda caminos que buscan la alegría, la solidaridad y la libertad. Por eso, Fernando, gracas.


Xavier P. Docampo                






Este título me remite a recuerdos infantiles: cuando el primer día de clase, todos los profesores trataban de convencernos de que su asignatura era la más importante. Pero, de manera muy especial, estos recuerdos infantiles me llevan hasta el año 1957 cuando el catedrático de Literatura del Instituto de Burgos, el poeta Juan Ruiz Peña, logró convencerme de la importancia de su asignatura. Y, desde entonces, la literatura ha sido una de las razones más importantes de mi vida.

Desde entonces he tenido muy claro que la lectura en general y la lectura de obras literarias en particular, es uno de los instrumentos más eficaces para la formación de la personalidad y el conocimiento profundo del mundo que nos rodea y de nosotros mismos.

A través de la lectura se consigue el desarrollo de la capacidad de análisis y del sentido crítico. No se puede hacer una lectura bebiendo el libro como quien bebe las imágenes de la televisión; el lector tiene que analizar y tomar partido por lo que está leyendo.

Fernando Pessoa afirmaba que él no era capaz de leer fríamente un libro, porque al poco tiempo de estar desentrañando lo que relataba se veía a sí mismo como autor: «Después de unos minutos, quien escribía era yo, y lo que estaba escrito no estaba en ninguna parte».

Creo que de alguna manera el autor se difumina para que el lector cobre protagonismo. El autor, en el momento de la creación, da vida a unos personajes; pero si no existe el concurso del lector su obra está muerta.

Un libro cobra vida cuando un lector lo coge, lo hace suyo, lo cambia, lo tira: es, en fin, un acto de pasión. Ahí reside, precisamente, la magia de la lectura. En la lectura no hay entrega, sino participación.

Por otra parte y consecuente con eso, el lector adquiere libertad de criterio. El libro no es impositivo como pueden ser otras comunicaciones visuales: el cine y la televisión, esta última en mayor medida, en las que el espectador no puede transformar lo que está viendo.

El sentido de responsabilidad del lector puede llevarle a afirmar rotundamente: «Esto no me interesa, por más que exista la autoridad de la letra impresa». Terrible ha sido en nuestro país, durante muchísimos años, la autoridad en general y la autoridad de la letra impresa en particular, y todavía seguimos con la autoridad de la imagen.

Ese sentido de responsabilidad se va consolidando con la lectura; de ahí que constituya un hecho de suma importancia. -Si la palabra «cruzada» no estuviese tan desvirtuada-, me inclinaría a abogar por una cruzada del libro y la lectura.

El hombre es un ser social; esto se viene diciendo desde los tiempos más remotos. Y es indudable que, el principal elemento de sociabilidad, es la palabra. Por tanto, en la medida en que dominemos mejor el uso del lenguaje seremos más completos , más perfectos, más útiles y posiblemente más felices.

La mejor forma de acceso al lenguaje, no es el estudio exhaustivo de las normas gramaticales. La lectura de obras literarias nos ofrece un camino más rico, más seguro y, por supuesto, mucho más divertido.

El lenguaje se adquiere fundamentalmente por impregnación y esta se produce a través de la lectura. Con la lectura de obras literarias se consigue el desarrollo de ese lenguaje que es de suma importancia en un mundo como el que estamos viviendo; porque en la medida en que una persona sea más capaz de dominar la palabra será menos susceptible de manipulación.

Por otra parte, con la lectura se adquiere sensibilización estética que no sólo emana -sobre todo en el campo de la Literatura Infantil- de la calidad formal de los textos, de la presentación y de los contenidos, sino también de la ilustración.

Otra de las características y de los objetivos que deben cumplirse con la lectura es el estímulo a la creación, la imaginación, la participación y la libertad. Yo me propongo que mis libros tengan un carácter abierto y que sean libros con toda suerte de interpretaciones por parte de los lectores.

Otro elemento básico es el de la sensibilización social que a mí me preocupa de manera muy especial. Durante mucho tiempo hemos sido menores de edad, hemos estado en una torre de marfil donde los problemas eran de los demás. Ha llegado el momento de afrontarlos. No hay soluciones mesiánicas ni superhéroes, es el colectivo social quien debe unirse para resolverlos. Esta era la filosofía que yo tenía cuando estaba escribiendo «El hombrecito vestido de gris» en el año 73, en momentos especialmente duros en este país.

Pienso que todos estos maravillosos objetivos no son sólo responsabilidad de la escuela. En una sociedad ideal, y por tanto en una sociedad lectora, la escuela no será el lugar donde habría que potenciar el amor al libro y a la lectura. Al llegar los niños a ella ya deberían tener un impulso adquirido en la casa, incluso antes de saber leer. Si ven a los padres que leen, que manifiestan placer en el hecho de ojear un libro, los hijos tratan de imitarlos. Pero, por desgracia, nuestro país no es lector. En la casa normalmente no hay libros y no existe lo que pudiéramos llamar un rango social de la lectura.

Vivimos, por desgracia, en una sociedad que no es lectora y por tanto una vez más recae sobre la escuela el peso de hacer de factor correctivo de una deficiencia social. En ella comienzan a introducirse los libros y la afición por la lectura. Yo creo que la lectura no debe ir paralela a la escuela. No necesariamente un buen lector tiene que ser un buen estudiante. Si el factor de canalización viene a través de la escuela habrá personas que automáticamente se descuelguen del hecho de la lectura. Hay que reconocer que es un mal menor y que si en este momento estamos disfrutando de un auge de la Literatura Infantil en España se debe fundamentalmente a la demanda emanada principalmente desde la escuela.

Entonces, ¿qué podemos ofrecer para suscitar el amor al libro y a la lectura?

En primer lugar creo que es preciso olvidar las viejas soluciones del pasado, que podemos resumir en antologías de fragmentos literarios y lecturas a destiempo de los clásicos, que evidentemente vacunaron a infinidad de gente que no ha vuelto a leer jamás. También estoy radicalmente en contra de las adaptaciones; porque constituyen una falta de respeto hacia el autor, el lector y la obra literaria. Las adaptaciones sólo recogen el elemento más intrascendente de la obra: el argumental.

Debemos ofrecer a los lectores algo que responda a sus intereses y necesidades. Y en estos momentos contamos con una oferta rica y variada.

A partir de los años 70 se produce en nuestro país un cambio decisivo. Empieza a escribirse más desde la Literatura, se olvidan los temas tabúes, y se crean obras más imaginativas, más creativas y con mayor calidad. En esos años comienzan unos movimientos de renovación, se promueven campañas de fomento de la lectura, cursillos de Literatura Infantil, seminarios permanentes, que van introduciendo el libro en la escuela. Naturalmente esto origina una demanda que hace que las editoriales sigan con fuerza con las colecciones que tenían planteadas, se creen colecciones nuevas y se genera un movimiento creciente de interés por las obras literarias destinadas a los niños.

Han cambiado las actitudes de los autores al dirigirse a los lectores. Personalmente los principios que me mueven son dos:

- Honestidad conmigo mismo y con el lector.

- Tratar de dar lo mejor que yo pueda dar.

Generalmente huyo de finales rotundos, mis libros no tienen final; dejo el libro abierto para que el lector se sienta libre de interpretarlo y recrearlo como él quiera. Porque pienso que la lectura es como una carrera de relevos y el libro es el testigo que el autor entrega al lector.





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