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La inquietante sabiduría de Clara Janés

Rada Panchovska


Editado por vez primera en Democraticheski Pregled [Revista Democrática, Bulgaria], 49 (2002), pp. 447-454.



El último cuarto del siglo XX en la literatura española es significativo por el boom de las mujeres escritoras. Los años ochenta son un período decisivo para su confirmación en la poesía, cuando con cierto retraso, después de la ola de feminismo que invadió la cultura occidental con el «Mayo francés» del año 1968, gracias al proceso de democratización de España, las mujeres ocupan cada vez más firmemente la posición que les es debida en la sociedad y en la familia, crecen sus posibilidades de educación, de su ascenso profesional y expresión personal. El aumento de la actividad de las mujeres en la literatura se traduce en el considerable incremento del número de libros publicados por ellas, la fundación de casas editoriales, su acceso a los medios de comunicación y a centros prestigiosos para dar lecturas.

En los estudios sobre la obra de las mujeres escritoras se cita a menudo la clasificación de Elaine Showalter respecto a las diferentes etapas en la evolución de la escritura femenina: femenina (tradicional) - feminista (combativa) - de mujer (que considera su estado como un privilegio natural)1. En la poesía española, como un ejemplo significativo de tal evolución hacia una plenitud como mujer y poeta, la hispanista americana de origen lituano Biruté Ciplijauskaité señala a Clara Janés2, cuya vasta obra con frecuencia es objeto de profundos estudios, tanto en su país como en el extranjero.

Clara Janés (nacida en 1940 en Barcelona) es poeta, prosista, traductora, escribe biografías y crítica literaria. Sólo en el campo de la poesía ha publicado unos veinte libros después de Las estrellas vencidas, del lejano 1964. Los que lo siguen, Límite humano (1974), En busca de Cordelia y poemas rumanos (1975), Antología personal 1959-1979 (1979) y Libro de alienaciones (1980), forman el primer período de su obra, que corresponde a la primera etapa, femenina tradicional, de la clasificación de Showalter. La insatisfacción y la depresión, el viaje hacia las raíces y la búsqueda de la identidad femenina, la oscuridad de la angustia existencial, la soledad y las relaciones difíciles se transparentan aún en los títulos de los libros, pero como la misma Janés subraya en la entrevista literaria llevada a cabo por otra hispanista americana destacada, Sharon Keefe Ugalde, «cierto que el existencialismo estaba en el aire en el momento en que entré en la universidad —precisamente el año en que se otorgaba el premio Nobel a Albert Camus— pero no se limitaba a los libros. Yo era terreno abonado para que esas ideas arraigaran, pero siempre hubo en mí un punto de disconformidad con ellas, una fuerte tendencia al equilibrio como meta, y una conciencia de que hay un punto inalcanzable a la razón»3.

En busca de respuestas a las preguntas inquietantes que se hace, la poeta vuelve a la lectura de los clásicos: San Juan de la Cruz, la lírica española tradicional, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Luis de Góngora, el soneto barroco en general. Hacia la luz y la serenidad interior dirige Clara Janés su poemario Vivir (1983), principio de la nueva etapa de su desarrollo creativo, al que alude aún su libro precedente Eros (1981), con el cual Biruté Ciplijauskaité, en el estudio citado, cree que Janés entra en su segunda etapa, la feminista. Considerada como una de las grandes poetisas del amor por Rosa Chacel, que la compara con Sor Juana Inés de la Cruz, Janés, en Eros, estudia y expresa la sensualidad femenina y plasma todo el espectro del sentir amoroso, desde la más elevada sublimación hasta los lindes del erotismo, con un verso limpísimo y transparente, a través del cual se percibe que la poesía es la magia de la palabra y la magia es la ciencia del amor. Toda esta temática amorosa logra su culminación en uno de sus poemarios siguientes, Creciente fértil (1989).

En su libro Mujeres poetas de España, 1860-1990. Hacia una visión ginocéntrica (1997), otro hispanista americano, John C. Wilcox, define la visión de Janés como ginocéntrica y ginocrítica simultáneamente, encuentra la originalidad de su visión en que ella sigue la lucha de la mujer con la alienación hasta el fin, hasta el enfrentamiento con sus raíces ginocéntricas, incluso hasta el descubrimiento de su herencia mítica y matriarcal y, por encima de ello, hasta la comprensión plena del deseo4. El autor resume la descripción del estado de la mujer a partir de la mitad del siglo XX que da Janés, en seis puntos característicos. Primero, al rechazar el cuidado «maternal» del hombre, la mujer descubrirá sola cómo emanciparse. Segundo: el paso siguiente dado por Janés en la ruta de la emancipación es su identificación con la bruja o la hechicera. Rosa Chacel, en la primera presentación de la poesía de Janés ante un público más amplio, en el Ateneo de Madrid el año 1978, hablando de que ella figura entre las grandes poetisas del amor, menciona, no por casualidad, las palabras «profetisa» y «sacerdotisa» al descubrir su don5. Fijándose en la serie «Hechizos» del poemario Eros, donde parte de antiguas recetas de magia, Wilcox señala que Janés, cuanto más busca en sí misma, más se identifica con la sabiduría femenina milenaria, una sabiduría oculta, rechazada por la falocéntrica cultura occidental bajo pretexto de que este conocimiento no es científico y de que las brujas son irracionales y subversivas.

El tercer rasgo subrayado por él en la autoemancipación de Janés es la manifestación de su gozo ante los objetos, la gente y los lugares de la realidad cotidiana, empezando por su poemario Vivir (1983), que representa el movimiento que va desde la alienación hacia la fusión con la naturaleza y los otros, característico de la poesía española femenina contemporánea. Según las palabras del autor, «la mujer poeta aparta su mirada fija de lo superior falocéntrico, la preocupación del ego masculino con los fines exteriores y los esquemas extremos, y enfoca a la belleza, sencilla pero sensual, de lo inmanente, de lo que está aquí y ahora».

Después, el autor se concentra en la toma de conciencia del desarrollo del estilo ginocéntrico de Janés, ilustrándolo con el poemario Kampa (1986), dedicado al poeta checo Vladimir Holan, a quien Clara Janés lee y traduce con amor y le dedica muchos versos también en otros libros suyos. Después de la decantación del amor físico y el lenguaje del cuerpo, tan característico del feminismo, Biruté Ciplijauskaité ve en Kampa (la isla donde ha vivido el poeta de Praga) el mejor ejemplo del amor trascendido, que nace «no como protesta o declaración de independencia, sino como ritmo, [...] empieza a acercarse a la plenitud una vez que ha encontrado la voz apropiada para expresar lo erótico» (art. cit.).

Al volver de nuevo a los rasgos característicos que señala Wilcox, llegamos a Lapidario (1988), poemas dedicados a piedras y piedras preciosas, acompañados por un texto en prosa que da una descripción histórico-folklórica de la piedra, escogida por la poeta debido a su firmeza como una estrategia para escapar al ghetto del sentimentalismo y el antiintelectualismo a que la condena la cultura patriarcal. En el hecho de que Janés elija la firmeza y la sensualidad de las piedras preciosas como objetos, a través de las cuales estudia su percepción de la belleza estética y expresa su identidad, el autor descubre el quinto rasgo de la visión ginocéntrica de la poeta.

Finalmente Wilcox define como el rasgo más distintivo de la visión ginocéntrca y ginocrítica de Janés, su estudio del deseo femenino heterosexual. La sensualidad, la glorificación del cuerpo femenino y la expresión sincera de la sexualidad femenina llevan el sello de la calidad sobre todo en el libro Creciente fértil (1989). La poeta recurre al misterio sensual del Oriente Medio, hablando desde detrás de las máscaras de reinas antiguas sumerias, hititas y babilonias, e incluye en su arsenal expresivo la tradición arábigo-andaluza y la lírica española medieval. No cabe duda, concluye el autor, de que Creciente fértil es la visión más liberada del deseo femenino en la poesía española. Conscientemente o no, Janés ha conseguido lo que las feministas francesas postulan en sus escrituras teóricas.

También Biruté Ciplijauskaité considera Creciente fértil una cumbre en la glorificación del amor físico. Clara Janés se permite un lenguaje erótico muy explícito, pero gracias al entorno mítico que crea y al retoque de la frase, su poesía no podría indignar ni siquiera al lector más púdico. En muchos de los libros de Janés, Ciplijauskaité encuentra material que ratifica su excelente estudio «De Medusa a Melusina: recuperación de lo mágico»6. Partiendo del libro de Sigrid Weigel sobre la novela femenina de los últimos decenios en Alemania, Die Stimme der Medusa (1989), donde mediante la imagen de Medusa se presenta metafóricamente la primera fase del feminismo, la lucha (ella no tiene voz, excluyendo su risa, mientras que su mirada convierte en piedra a los que la miran, ella misma queda petrificada de miedo), Ciplijauskaité percibe en las publicaciones de los últimos años en España «una evolución hacia un derrotero nuevo: de la lucha por el reconocimiento y el poder se va hacia una manifestación más apacible, pero tal vez más segura, de la fuerza interior que emana del secreto / misterio / enigma que la mujer lleva en lo más profundo de su ser». Después del audaz femenino «nosotras-las mujeres» y la autoglorificación genérica, la poesía busca el Yo, la reflexión y las preguntas que se hacen a sí mismas. De Medusa se va hacia Melusina, que no sólo tiene voz sino que además canta. A propósito del libro de Janés Rosas de fuego (1996), Ciplijauskaité subraya «varias cualidades que pueden ser relacionadas con Melusina: la atracción y pasión inexplicables, total compenetración con la naturaleza, y el poder del canto». El gozo erótico lleva a la plenitud espiritual y elevación del espíritu. La nueva Melusina es una personalidad confirmativa que no lucha, no predica, sino que dispone de su cuerpo libremente como algo natural, se relaciona con la luz y la belleza.

Luz, vuelo y amanecer, fuego, son las palabras claves que descubre en la poesía de Janés María del Pilar Palomo, en su prólogo a la obra escogida de la poeta Acecho del alba (1999)7, contrarias a la obscuridad y la angustia existencial de los comienzos de su camino creativo. Pilar Palomo empieza con una cita de Clara Janés, de su novela Los caballos del sueño (1989): «porque ese afán de escribir no es otra cosa, es un afán de ser, pero de ser la idea, el personaje interior que no defrauda la propia aspiración, el proyecto soñado de uno mismo»; y la desarrolla: «no es el logos sino la psique, sueño y no razón, lo que conduce a los caballos». Janés consigue su cosmovisión personal por las rutas de la irracionalidad poética —vanguardias, esoterismo, mitos orientales, la Cábala, el sufismo—, por donde esta «peregrina del amor» llega hasta el «ópalo de fuego», metáfora del corazón del poeta —cuya existencia se identifica con la poesía—, de la leyenda de Layla y Machnún en su poemario Diván del ópalo de fuego (1996).

Pero Clara Janés conoce también las rutas de la ciencia contemporánea, maneja libremente los términos de la física moderna, por ejemplo en su introducción al poemario La indetenible quietud (1998), donde aplica sus versos a las esculturas de Eduardo Chillida, a quien también dedica muchas líneas en otros libros suyos. Las palabras de Chillida que Clara cita en este prólogo —«porque el deseo de saber lo que uno no sabe tiene un poderío insuperable»— señalan el conocimiento como un fin supremo para la autora. Ella siente curiosidad por las respuestas de la ciencia, lo prueban su amplia cultura y la autorreflexión crítica, pero su don de escritora la lleva por la ruta del conocimiento artístico del mundo y de sí misma, alegrando al lector, que goza de sus hallazgos poéticos.

Querría concluir con las palabras con que termina María del Pilar Palomo su prólogo a la obra escogida de Janés: «Y una poesía que trata de ser, en indagación poética —no filosófica, porque no es logos sino don—, tiene que recalar, necesariamente, en símbolos y mitos. Con toda la complejidad cultural que esto conlleva, pero con la bellísima expresión formal que ha de configurar a una poesía que confiere a la palabra poética un contenido ontológico».





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