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La Inquisición en Guadalupe

Fidel Fita Colomé (S.I.)





  —283→  

Cuando Portugal y España formaban dichosamente una sola nación regida por Felipe III, escuchó este monarca, pasando por Guadalupe en 1619, de boca de hermosa doncella que personificaba á la Justicia, dos octavas reales, atribuídas á Góngora1, que decían:



    En simulacros de la Fama, á parte
Dos ví ceñidos de inmortal corona,
Rayo el uno belígero de Marte
Hasta el otro triunfante de Belona.
¿No leo los nombres informando el Arte?
¿Este es Fernando? ¿Esta Isabel? perdona,
Oh Fama! si sus glorias excedidas
No son más que por ella conocidas.

   Dígalo aquí aquel triunfo verdadero,
Si arbolando la Fe nuestros pendones,
Auto de fe se celebró el primero,
Principio dando á las Inquisiciones.
Aquí los Padres de la Fe el severo
Sagrado horror á heréticas naciones
Intimó, tropeçando su cabeça
Allí en los pies de su mayor pureza.



La cabeza de las heréticas naciones, en sentir del poeta, es la de la serpiente infernal quebrantada por el pie de la Virgen inmaculada, venerada en Guadalupe.

Á los poetas, como á los pintores, permitimos el que finjan á su placer. No uno, sino muchos autos vincularon la fama de los Reyes Católicos al monasterio Guadalupino; mas no dieron principio á las inquisiciones, porque no pocos ya se habían celebrado en Córdoba, Ciudad-Real y Sevilla.

  —284→  

Yendo derechamente á nuestro propósito, sabido es que al prior Fr. Diego de París (†2 Julio, 1483) sucedió en la prelacía de Guadalupe Fr. Nuño de Arévalo, cuyas acciones de Inquisidor, terribles y expeditivas, nos ha dejado fielmente historiadas Fray Gabriel de Talavera; el cual, un siglo más tarde, fué también prior de aquel Real monasterio insigne entre los de la Orden de San Jerónimo. Dice así2:

«Haziendo siempre gran caudal del Prior fray Nuño, los Reyes Cathólicos le cometieron el cuydado de limpiar el Reyno de los Iudíos y hereges que le inficionavan3. Avía gran abundancia en este pueblo4 desta supersticiosa gente; y así començaron á poner remedio él y el doctor Francisco Sánchez de la Fuente, que después fué Deán de Toledo, y el licenciado Pedro Sánchez; todos señalados por inquisidores para este santo oficio, el año mil y quatrocientos y ochenta y cinco. Mostró su valor en causa tan grave qual era menester, usando dél con la humanidad y rigor que convenía. Hizo muchas audiencias, condenando los culpados en el castigo justo de sus delitos, haziendo autos públicos delante del monasterio; y en siete que se hizieron, uvo cinqüenta y dos quemados, hombres y mugeres, por judayçantes, con un monge herege, que se llamava fray Diego de Marchena; desenterrados y bueltos en ceniza los huessos de quarenta y seys; veynte y cinco estatuas de ausentes, entregados al fuego; condenados á cárcel perpetua diez y seis; sin otros innumerables á quien pusieron sanbenito en señal de arrepentimiento de su culpa y condenaron á perpetuo destierro y confiscación de bienes, mandando al tiempo que se avian de yr pregonassen públicamente saliessen del pueblo todos los porfiados seguidores de la superstición Iudayca, incurriendo los violadores deste mandato en gravíssima pena. Determinaron desde entonces, en honra de nuestra Señora, que no fuesse morador de aquel pueblo ningún Iudío. De aquí tomó toda la orden5 ocasión en un capítulo general que se celebró el   —285→   año siguiente de mil y quatrocientos y ochenta y seys, que no pudiessen admitir á nuestra religión hombre que con rigurosa provança no uviesse calificado su limpieza. Y para hazer más perpetua esta determinación la confirmó Alexandro sexto, alío de mil y quatrocientos y noventa y cinco. Ha florecido inviolablemente su observancia con gran fruto y provecho de la religión».

«Y es digno de memoria lo que nos dexaron escrito los antiguos en el tomo segundo de los milagros6, donde se dize que estando sumamente deseosos los inquisidores de Guadalupe hiziesse en aquella sazón la imagen santíssima algún milagro, fueron tantos los que acudiendo á su deseo se obraron aquellos días, que començando á escrivillos el Doctor Francisco Sánchez de la Fuente, uno de los juezes, no pudo su diligencia y cuydado correr lanças parejas con los maravillosos prodigios que esta Señora mostrava, cansándose antes su pluma7 en relatar que su misericordia8 en hazer liberalidades; casi todos en confirmación de quán acepto le era á Dios el servicio que de la inquisición se avía de seguir».



El cuadro estadístico, que se desprende de esta relación autorizadísima, es imponente. Por siete autos del año 1485 fueron en Guadalupe

QUEMDOS (124)CONDENADOS Á
VivosEn estatuaDifuntosCárcel perpetuaDestierro
43254616Innumerables

Á todos, sin excepción, se aplicó la pena de confiscación de bienes; parte de los cuales cedieron los Reyes al bien aprovechado Prior, á titulo de limosna, conforme lo declara sinceramente Fr. Gabriel de Talavera9: «Y acudiendo allí con mucha freqüencia   —286→   los reyes Cathólicos, acordó el valeroso prelado10 se levantase un costoso edificio de hospedería, digno de tales huéspedes. Començó la obra, favoreciendo sus generosos intentos las limosnas largas destos Príncipes, aplicando á este fin las haziendas de los Iudíos y hereges que se condenaron en Guadalupe. Ilustró esta gran fábrica y palacios con los blasones, escudos y armas de los reyes, quedando acabada esta habitación con todo el primor y artificio posibles».

Así se entiende bien y se comprende lo que á este propósito recuerda Madoz11 hablando de la villa de Guadalupe: «En 1485 se hizo la hospedería para los reyes, que iban á visitar el santuario; la cual se costeó en su mayor parte de los bienes de varios vecinos, que fueron quemados por herejes, y lo restante se suplió por el monasterio, ascendiendo su importe á 2.732.333 maravedises. Hoy se halla arruinado y sirve de fortaleza». El valor del maravedí en aquellos años ha sido estimado por Clemencín12 en 2,868 de vellón; y así podemos inferir que de los bienes confiscados á los judaizantes de Guadalupe se aplicaron á la obra de la hospedería 50.000 pesetas, suma enorme para la época.

De lo dicho infiero que la Historia verdadera de la Inquisición, doctamente escrita en sentido apologético y publicada por don Francisco Javier García Rodrigo, no siempre corresponde á su título. Por lo que hace á nuestro asunto, se expresa de esta manera13:

«Durante los primeros tiempos del Santo Oficio ejercieron el cargo de jueces subalternos algunos monjes Jerónimos de Guadalupe. Es por consiguiente muy equivocado decir que siempre absorbieron estos cargos los PP. Dominicos, pues ya hemos dicho la participación que en ellos tomó el clero secular. Los tribunales subalternos de España ordinariamente se reservaron á estos sacerdotes, reservando únicamente á los Dominicos y demás regulares la representación, antes indicada, en el Consejo   —287→   supremo. El P. Gabriel de Talavera, prior de Guadalupe, ejerció el cargo de Inquisidor; después otro superior del dicho monasterio, que se llamaba Fr. Nuño de Arévalo, y el Dr. Francisco Sánchez de la Fuente, provisor del obispado de Zamora, que pasó á los tribunales de Ciudad-Real y Toledo».

«Entre los reos más notables figuró Fr. Diego de Marchena, á quien acompañaron en su abjuración los cincuenta y dos discípulos que sedujo con ilusiones heréticas. Publicaron los inquisidores Jerónimos convenientes edictos de gracia, logrando muchas reconciliaciones. Mas en aquel país habían cundido excesivamente los cristianos nuevos, por cuyo motivo se hizo necesario establecer un tribunal en Llerena, y no fué inútil su vigilancia. Llegó sin embargo el siglo XVI, y no estaba extinguido el germen de los errores, ni el afán de seducciones que los judaizantes demostraban con rara perseverancia, porque en el Santo Oficio de Llerena hubo más benignidad que rigor, cuando no se descubrían las profanaciones á que los apóstatas eran muy aficionados».



No sé qué más admirar, si la frescura con que el Sr. García Rodrigo da por sentado que Fr. Gabriel de Talavera precedió en el cargo de inquisidor á Fr. Nuño de Arévalo, ó la suavidad de colores, que bajo su pincel transforma en toques armoniosos de agradable luz la humareda del quemadero. Cuando murió Fray Nuño de Arévalo no había nacido aún su futuro historiador, el prior Fr. Gabriel de Talavera, y huelgan los comentarios sobre la participación que tuvieran los monjes Jeronimianos á los procesos inquisitoriales seguidos en Guadalupe; y á lo que insinúa, solapando la verdad, que el negocio de Fr. Diego de Marchena y de los 52 discípulos que sedujo paró en sencilla abjuración, hay que responder lo que aseveró, bien informado, D. Luís del Páramo14, que fueron todos ellos relajados al brazo seglar y entregados al fuego: «in quibus sanctæ Inquisitionis actibus qui septem aut octo fuerunt, Frater Didacus de Marchena, monachus hæreticus et quinquaginta duo utriusque sexus iudaizantes igni traditi; quadraginta sex hæreticorum corpora effosa et rogo imposita;   —288→   absentium statuæ víginti quinque crematæ, sexdecim perpetuo carceri mancipati sunt; præter innumeros alios deportatos ad triremes, ac alios saccis benedictis in perpetuan scelerum pœnitentiam atque infamiam damnatos».

Estas cifras son elocuentes. Dejan la estadística de los condenados por la Inquisición, que Llorente estableció15 para el año 1485, afianzada sobre terreno sólido.

Antes que D. Luís del Páramo conociese la obra de Fr. Gabriel de Talavera, había sabido por boca del sabio escritor Fr. Diego de Yepes que en Guadalupe se custodiaban los documentos originales ó procesos auténticos; y era esto harto creible, pues no se ignoraba que en ellos había intervenido como juez un prior de aquel monasterio16. Los vió sin duda y los manejó el historiador Talavera. Cita expresamente los nombres de los tres jueces cuyas firmas originales aparecen al pie de las sentencias que fulminaron, hacia el remate de los pocos procesos que nos quedan, y se han preservado de la destrucción ó del extravío. Uno de estos procesos, y no el menos interesante, que se guardaba secretísimo en Guadalupe, era el que cita nuestro ilustre compañero, el Sr. Barrantes, en el tomo III de su Aparato bibliográfico17. Versaba la causa contra algunos religiosos del monasterio, acusados de judaizantes, entre los cuales de seguro se contó Fr. Diego de Marchena. El Sr. Barrantes se desasió de este preciosísimo manuscrito, cuya adquisición no poco le había costado. Cediólo no sin justa razón, y presume que habrá perecido á rigurosas manos de timorata conciencia.

Por dicha la Historia imparcial puede examinar algunos que ya reseñé18, y que del archivo de la Inquisición de Toledo han venido al general central de Alcalá de Henares.

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