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Ramón Menéndez Pidal, «El estilo de Santa Teresa», en su La lengua de Cristóbal Colón, págs. 128-150, en la pág. 130.



 

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En su Vida, Teresa escribió, refiriéndose a su madre, «era afiçionada a libros de cavallerías y no tan mal tomava este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía su lavor, sino desenbolviémonos para leer en ellos, y por ventura lo açia para no pensar en grandes travajos que tenia y ocupar sus yjos que no anduviesen en otras cosas perdidos; de esto le pesava tanto a mi padre que se avia de tener aviso a que no lo viese. Yo començe a quedarme en costunbre de leerlos y aquella pequeña falta que en ella vi me començo a enfriar los deseos y començar a faltar en lo demas y pareçiame no era malo, con gastar muchas oras de el dia y de la noche en tan vano ejerçiçio aunque ascondida de mi padre. Era tan en estremo lo que en esto me enbevía que si no tenia libro nuevo no me pareçe tenia contento» (capítulo 2; citado por Rodríguez Marín, «nueva edición crítica», IX, 59).

P. Francisco de Ribera, en su Vida de Santa Teresa de Jesús de 1590, da más detalles: «El demonio... puso su diligencia en estragar... los dones naturales que Dios había puesto en ella... por dos vías. La primera fue, haciéndola leer libros de caballerías, que es una de sus invenciones, con que ha echado a perder muchas almas recogidas y honestas, porque en casas a donde no se da entrada a mujeres perdidas y destruidoras en la castidad, hartas veces no se niega a estos libros que hombres vanos, con alguna agudeza de entendimiento y con mala voluntad, han compuesto para dar armas al enemigo nuestro, y suelen hacer disimuladamente el mal que aquellas ayudadoras de Satanás por ventura no hicieran. Diose, pues, a estos libros de caballería, sino de vanidades, con gran gusto, y gastaba en ellos mucho tiempo; y como su ingenio era tan excelente, así bebió aquel lenguaje y estilo, que dentro de pocos meses ella y su hermano Rodrigo de Cepeda compusieron un libro de caballerías con sus aventuras y ficciones, y salió tal, que habría harto que decir de él. Sacó de este estudio la ganancia que se suele sacar, aunque ella no sacó tanto mal como otros, porque el Señor, que la tenía guardada para tan grandes cosas, no la dejaba de la mano sino poco. Comenzó a traer galas y olores, y curar sus cabellos y manos, y desear parecer bien, aunque no con mala intención, ni deseando jamás ser ocasión a nadie de ofender a Dios.» (Ed. P. Jaime Pons [Barcelona: Gustavo Gili, 1908], págs. 99-100.) Según la introducción de Pons, pág. xiii, «Hay que hacer constar aquí, para honra de tan verídico narrador, que ni uno solo de los datos algo importantes que él [Ribera] nos suministra ha sido corregido ni rectificado por sus sucesores; y los que pretendieron corregirle han caído lastimosamente en el error. Por manera que, aun en los casos en que las indicaciones suministradas por él son algo generales y poco precisas, jamás se hallan en contradicción con los datos más concretos que nos ha aportado en nuestros días el descubrimiento de documentos contemporáneos.»

La influencia de las lecturas caballerescas de la joven Teresa en su espiritualidad y en sus escritos posteriores es un tema polémico, como lo es la cuestión más amplia del origen del florecimiento espiritual y místico del siglo XVI español. Ella misma y sus seguidoras carmelitas habrían negado cualquier influencia. Alfred Morel-Fatio encontró esta influencia sólo en frases ocasionales pero sorprendentes: «Parece evidente que Teresa se propuso no escribir nada que recordara su vida y sus ocupaciones mundanales» («Les lectures de Sainte Thérèse», Bulletin hispanique, 10 [1908], 17-67, en las págs. 19-20); Robert Ricard la llamó «una influencia difusa y lejana» («Le Symbolisme du Château intérieurchez sainte Thérèse», Bulletin hispanique, 67 [1965], 25-41, en la pág. 30). Gaston Etchegoyen, L'Amour divin: essai sur les sources de sainte Thérèse (Bordeaux: Feret, 1923), es más positivo: Teresa adquirió con los libros de caballerías la afición a la lectura que conservó el resto de su vida y su primer impulso para la creación literaria (págs. 44-45). «Los libros de caballerías han tenido en ella una influencia psicológica... y una influencia literaria que aparece sobre todo en el simbolismo militar del combate espiritual y del Castillo interior» (pág. 46). Cristóbal Cuevas García señala el castillo de Miraflores, en Amadís, como la fuente de la imagen del castillo interior de Teresa («El significante alegórico en el castillo teresiano», Letras de Deusto, 24 [julio-diciembre, 1982], 77-97, en las págs. 93-96).

Etchegoyen también señala los libros de caballerías como fuente de las imágenes de oro y joyas que emplea Teresa (pág. 269). Sugiere una influencia más amplia: «si uno se limita a la concepción del amor en los libros de caballerías y en los tratados espirituales del siglo XVI, se observan interesantes analogías de fondo y de forma» (pág. 46) (si nos limitamos a la concepción del amor en las novelas de caballerías y en los tratados espirituales del siglo XVI, se observan interesantes analogías en el fondo y en la forma); «la lectura de los libros de caballerías es menos desfavorable que uno se cree a la génesis de sentimientos místicos» (pág. 67, nota 2) (la lectura de los libros de caballerías es menos desfavorable de lo que pudiera creerse en la génesis de los sentimientos místicos). Siguiendo estas indicaciones y en parte basándose en el caso de Teresa, Pedro Sainz Rodríguez ha propuesto que los libros de caballerías influyeron en el misticismo español del siglo XVI («El problema histórico del misticismo español», Revista de Occidente, 15 [1927], 323-346, en las págs. 335-337; Introducción a la historia de la literatura mística en España [Madrid: Voluntad, 1927], págs. 201-203). E. Allison Peers dijo que era una causa poco probable («Notes on the Historical Problem of Castilian Mysticism», Hispanic Review, 10 [1942], 18-33, en la pág. 26); sin embargo, Helena Percas de Ponseti ha reunido, por primera vez, una serie de paralelismos entre las imágenes y el lenguaje místico y caballeresco (Cervantes y su concepto del arte, II, 479-502). Véase también Francisco Márquez Villanueva, «La vocación literaria de Santa Teresa», Nueva Revista de Filología Hispánica, 32 (1983 [1985]), 355-379, en las págs. 356-57, y Joël Saugnieux, «Culture feminine en Castille au XVIè siècle: Thérèse d'Avila et les livres», en su Cultures populaires et cultures savantes en Espagne du Moyen Age aux Lumières (Paris: CNRS, 1982), págs. 45-77 y 158-162. El tema merece ser estudiado a fondo.



 

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Antes y durante el reinado de Carlos V, los costosos libros de caballerías se leían principalmente entre la nobleza y clases acomodadas. En la interesante cita de Florisando, reproducida por María Carmen Marín Pina, «Lectores y lecturas caballerescas en el Quijote», en Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (Barcelona: Anthropos, en coedición con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1993), págs. 265-279, en la pág. 266 (los leían «personas de diversas calidades, ansí de hombres como mugeres, ansí del palacio como del vulgo»), «vulgo» tiene que referirse a la burguesía.

Más avanzado el siglo XVI, con la pérdida del patronato real (a Felipe II le interesaba poco la literatura caballeresca o cualquier otra literatura profana), el número de lectores se amplió considerablemente. Los libros eran alquilados a lectores menos acomodados (Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 162; Guzmán de Alfarache, II, iii, 3, pág. 351 del volumen II de la edición de Benito Brancaforte (2.ª edición, Madrid: Cátedra, 1981), y leídos a los analfabetos (Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 161). Debe de haber habido algún tipo de mercado del libro usado en las ciudades, aunque sólo fueran tenderetes en el mercado, y si los ricos cedían sus ropas viejas a los pajes y a otros sirvientes, ¿por qué no también libros? También es posible que algunos ejemplares se transmitieran por el mecanismo que Juan Palomeque ilustra; sus libros fueron dejados por su dueño en la venta.

El último paso en este proceso es que la literatura caballeresca ha llegado a ser lectura de niños, quienes suelen recibir lo desechado, anticuado o sobrante de los adultos. (Cualquier innovación que se mencione -libros, radio, televisión, bicicletas, odontología, la disfrutan primero los adultos, y se pone a disposición de los niños sólo después de satisfacer los deseos de aquéllos.) Mucho de la literatura juvenil tradicional, a menudo caballeresca o medieval, es literatura para adultos desechada; una literatura escrita especialmente para niños es muy reciente. Una consecuencia de ello es que los niños de hoy se parecen, por su habilidad para manejar textos escritos, a los adultos de siglos anteriores, quienes a menudo se portaban como niños, algo que pocos historiadores, creo, discutirían. Otra es que la literatura ha progresado mucho; en términos de Cervantes, es más verosímil, de un deleite y provecho más sofisticado.



 

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El ser discreto, según Cervantes, no protegía contra esta adicción. Eran peligrosos incluso para los discretos. Diego de Miranda, que parece tener miedo de ellos, los proscribe de su casa, el cura (capítulo 6 de la Primera Parte) es de una opinión parecida y según el canónigo, hombres «dotos y discretos» pueden también ser «apassionados desta leyenda» (II, 346, 19-20). El que Alonso Quijano, quien en su testamento intenta que su sobrina se mantenga alejada de ellos, sea discreto hace aún mayor el desperdicio de su talento a causa de los libros.



 

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En cuanto a los comentarios de López Pinciano sobre los libros de caballerías, véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 11-12. La influencia de López Pinciano en Cervantes ha sido examinada por Jean Canavaggio, «Alonso López Pinciano y la estética literaria de Cervantes en el Quijote», Anales Cervantinos, 7 (1958), 15-107, y E. C. Riley, Teoría de la novela en Cervantes, trad. Carlos Sahagún (Madrid: Taurus, 1966); yo lo he consolidado en «Cervantes y Tasso vueltos a examinar», y hasta cierto punto en este libro.

Otro teórico casi tan importante para Cervantes, Miguel Sánchez de Lima, no ha sido estudiado. En su Arte poética en romance castellano (1580) Sánchez coincide con Cervantes en muchos puntos, entre ellos la importancia de seguir las reglas, el gran número de autores que no lo hacen, la pobreza de los poetas, el hecho de que muchos de los que se llaman poetas no merecen este nombre, la diferencia entre la apariencia y la realidad, la abundancia de lisonjeros que importunan a los hombres influyentes, la superioridad de los tiempos pasados, la plaga de «canciones y dichos inhonestos» (pág. 30 de la edición citada), y la existencia de autores españoles que son tan buenos como los clásicos. El comentario de Sánchez de Lima acerca de los libros de caballerías, tomado de la edición de Rafael de Balbín Lucas (Madrid: CSIC, 1944), págs. 42-43, servirá de ejemplo de los ataques al género: «Que dire mas dela Poesia? sino que es tan prouechosa ala Republica Christiana, quanto dañosos y perjudiciales los libros de cauallerías, que no siruen de otra cosa, sino de corromper los animos delos mancebos y donzellas, con las dissoluciones que en ellos se hallan, como si nuestra mala inclinacion no bastasse, pues de algunos no se puede sacar fruto, que para el alma sea de prouecho, sino todo mentiras y vanidades: y pesame en estremo de ver la corrupcion que enesto se vsa, por lo qual se deuia escusar, y tambien por ser mas el daño que dellos resulta ala republica, que no el prouecho, pues no se puede seguir ninguno, porque en los mas dellos no se halla buena platica, pues toda es antigua: tampoco tienen buena Rhetorica, y las sentencias son muy pocas, y essas muy trilladas, ni ay enellos cosas de admiracion, sino son mentiras de tajos y reueses, ni doctrinas de edificacion ni auisos de prouecho.»



 

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Los especialistas han encontrado muchos comentarios hostiles a los libros de caballerías, aunque, como formarían una antología tan sombría, nadie los ha recogido. Los conocidos hace una generación los analiza Riquer en la primera introducción citada en la nota 45, supra. (Para referencias a otras críticas que no sean las mencionadas en este capítulo, véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 10, nota 5.) Es verdad que muchos de estos escritores se oponían a otros tipos de literatura profana: la poesía de Garcilaso, obras pastoriles como La Diana, «coplas y farsas de amores y otras vanidades», como expresó la petición de 1555, y especialmente Celestina. Había que condenar cualquier texto que pudiera fomentar las relaciones ilícitas entre los sexos, o como dice Sebastián de Córdoba, «obras... profanas y amorosas que son dañosas y noscivas mayormente para los mancebos y mugeres sin esperiencia» (Garcilaso a lo divino, ed. Glen R. Gale [Madrid: Castalia, 1971], pág. 83). Sin embargo, los libros de caballerías eran los más criticados, debido en parte a su popularidad, y también porque el amor que presentaban era mucho más sensual y menos contemplativo que el de un autor como Garcilaso.



 

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Por ejemplo, las actitudes de Juan Palomeque (II, 84, 19-85, 18) y Don Quijote (Primera Parte, capítulo 49).



 

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Véase Justina Ruiz de Conde, El amor y el matrimonio secreto en los libros de caballerías (Madrid: Aguilar, 1948). Éste es precisamente el caso de Dorotea (II, 17, 30-22, 27), de la que ya hemos dicho que leía libros de caballerías; también el de Clavijo y Antonomasia, en la historia contada en el capítulo 38 de la Segunda Parte.



 

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«Que los libros de caballerías son incitadores de la sensualidad es, sin duda, la crítica que aparece con más frecuencia en los autores graves» (Riquer, «Cervantes y la caballeresca», en Suma cervantina, pág. 283).

Los escritos pornográficos, cuya afinidad con romance y otros tipos de literatura no realista ha sido señalada en varias ocasiones (J. Huizinga, The Waning of the Middle Ages [New York: Doubleday, 1954], pág. 112; Steven Marcus, The Other Victorians (New York; Basic Books, 1966), capítulo 7; Angela Carter, The Sadeian Woman and the Ideology of Pornography [New York: Harper and Row, 1978], pág. 20; John Gordon, The Myth of the Monstrous Male, and other Feminist Fables [New York: Playboy, 1982], pág. 180), ocupan un lugar análogo hasta cierto punto al de los libros de caballerías en la España del Siglo de Oro. Se han hecho las siguientes afirmaciones acerca de los dos géneros:

Son perjudiciales sobre todo para los jóvenes; afectan la conducta de la gente y la empeoran (aunque los defensores dicen que la mejoran). Estimulan la lujuria. Presentan fantasías como si fueran realidad, y pueden engañar a los que no tienen la experiencia para darse cuenta de ello. Sobre todo, presentan a las mujeres más lascivas de lo que son. Se podrían aceptar obras mejores, pornográficas o caballerescas, pero las que hay son pésimas, y deberían prohibirse. Las escriben escritores de segunda categoría, y son monótonas y aburridas; hay mejores libros para leer, y es sorprendente que obras tan «malas» sean tan populares.

Se ha prohibido tanto la pornografía como los libros de caballerías, pero las prohibiciones no han sido efectivas. (Véanse las notas 109 y 123, infra.) Ambos tipos de literatura han tenido sus defensores y sus lectores fieles, primero los privilegiados económicamente, después los de medios más modestos.

Una persona que creyera que la pornografía refleja la realidad (en apoyo de lo cual se podría citar muchas pruebas engañosas), e intentara vivir su vida según tal creencia, seguramente hallaría el mismo sino que Alonso Quijano.



 

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La cursiva es mía. Continúa: «como los mancebos y doncellas por su ociosidad principalmente se ocupan en aquello, desvanécense y aficiónanse en cierta manera a los casos que leen en aquellos libros haber acontecido, ansí de amores como de armas y otras vanidades; y aficionados, cuando se ofrece algún caso semejante, danse a él más a rienda suelta que si no lo oviesen leído: y muchas veces la madre deja encerrada la hija en casa, creyendo la deja recogida, y queda leyendo en estos semejantes libros, que valdría más la llevase consigo». El documento fue publicado por Clemencín en la introducción de su edición, p. 992 de la edición citada.



 
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