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Aunque se ha escrito mucho sobre la cronología de la composición de la Primera Parte, poco se puede decir con seguridad. Los únicos datos sólidos son que el libro más reciente mencionado en el escrutinio de la librería de Don Quijote se publicó en 1591, y que, según la declaración de Cervantes en el prólogo de la Primera Parte, fue «engendr[ado] en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación» (I, 29, 13-15); debe de referirse a la Cárcel Real de Sevilla, donde fue encarcelado en 1597 durante unos tres meses. (Rodríguez Marín, en «La cárcel en que se engendró el Quijote», Apéndice III de su «nueva edición crítica», habla de un nuevo encarcelamiento en Sevilla en 1601 o en 1602, pero este episodio, «no comprobado de manera absoluta» según Fitzmaurice-Kelly, pág. 129, es refutado por Astrana, V, 460-461, quien, sin embargo, llega a extremos inadmisibles al esbozar la cronología de la composición de Don Quijote.)

«Engendrado», sin embargo, no significa más que «concebido mentalmente» (el término es claramente usado en ese sentido en el prólogo de las Novelas ejemplares, I, 23, 13). Esta cuestión se complica más con la asociación de Don Quijote con la subida al trono de Felipe III en 1598 (como se propone más abajo), y con la extendida creencia de que Don Quijote empezó como una obra corta (la primera salida), y fue ampliada posteriormente. (Está última tesis es examinada con escepticismo por Erwin Koppen, «Gab es einen Ur-Quijote? Zu einer Hypothese der Cervantes-Philologie», Romanistisches Jahrbuch, 27 [1976], 330-346.) Lo máximo que puede afirmarse con seguridad es que alguna parte existía antes de 1600.

Para una introducción al debate sobre este tema, además del artículo de Koppen, véase Geoffrey Stagg, «Castro del Río, ¿cuna del QuijoteClavileño, 36 (noviembre-diciembre, 1955), 1-11.



 

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Tomé Pinheiro da Veiga, Fastiginia o Fastos geniales, traducción de Narciso Alonso Cortés (Valladolid, 1916), págs. 37, 49, 70-71, 88, 106 y 132. El título original de la obra es también caballeresco: Fastiginia ou Fastos Geniales tirados da tumba de Merlin, onde forão achados com a Demanda do Santo Brial, pello Arcebispo Turpim. Descubertos e tirados a luz pelo famoso lusitano Fr. Pantaleão, que os achou em hum Mosteyro de Calouros.



 

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Este pasaje se cita en la nota 90, supra.



 

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Jaime Oliver Asín, «El Quijote de 1604», Boletín de la Real Academia Española, 28 (1948), 89-126, en las págs. 112 y 117-118, nota 2. La fecha de 1604 es sospechosa, pues el documento es el apoyo más firme de la por otra parte mítica edición del Quijote de 1604. Pero si es errónea, el comentario sería más tardío, y más entrado en el siglo XVII el conocimiento de los libros de caballerías que documenta.



 

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«Los ataques contra los libros de caballerías, lejos de disminuir, de hecho se multiplicaron durante las dos últimas décadas del siglo XVI» (Glaser [supra nota 101]). Glaser presenta varios ejemplos del siglo XVII.



 

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Irving Leonard, Romances of Chivalry in the Spanish Indies, with some «Registros» of Shipments of Books in the Spanish Colonies, University of California Publications in Modern Philology, 16.3 (Berkeley: University of California Press, 1933), págs. 213-371; José Torre Revello, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación española, Publicaciones del Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras, 74 (Buenos Aires, 1940), n.os 24 y 30; Guillermo Lohmann Villena, «Los libros españoles en Indias», Arbor, 2 (1944), 221-249. Estas fuentes aportan pruebas documentales de los vastos envíos de libros de caballerías al Nuevo Mundo, donde estaban prohibidos, y considerando este hecho y los estrechos vínculos culturales entre las colonias y España durante el período colonial, puede tomarse como indicativo de que también se leían en la Península. Los libros de caballerías se encuentran muchas veces en los inventarios de los libreros peninsulares; el hecho de que estaban a la venta indica que había compradores potenciales. (Los libros sin salida en el mercado habrían sido reciclados por el considerable valor de su papel.) El inventario de Juan de Timoneda (1583) fue publicado por José Enrique Serrano y Morales, Reseña histórica... de las imprentas que han existido en Valencia (Valencia, 1898-1899), págs. 548-559, y por E. Juliá Martínez, en su edición de las Obras de Juan de Timoneda, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 2.ª época, 19 (Madrid, 1947), I, xl-li; el de Benito Boyer (1592) fue publicado por Cristóbal Pérez Pastor, La imprenta en Medina del Campo (Madrid, 1895), págs. 456-462 (comentado en «Who Read the Romances of Chivalry?», en mi Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 100, nota 23). No se ha publicado el inventario de Cristóbal López (1606), pero Astrana (VII, 794) informa que contenía muchos libros de caballerías, tantos que pronto deja de catalogarlos.



 

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Evidentemente Don Quijote tuvo cierto impacto en los libros caballerescos. El mismo Cervantes lo dice (nota 64, supra), muchos de sus contemporáneos lo confirman (nota 71, supra) y no se publicaron nuevas obras (acerca de la única reimpresión, véase la nota 75, supra). Lohmann (nota 126, supra) comenta que «las novelas de caballerías [estaban] en voga en las comarcas ultramarinas aun después de iniciarse el XVII» (p. 233), pero a poco tiempo, «en esos impresos mejicanos y limeños de la decimaséptima centuria [de religiosos, críticos] consta muy por menudo que ya nadie se acordaba de las vituperadas novelas de caballerías... porque habían sido sustituidas con las piezas dramáticas» (pp. 233-234).

Gayangos cita dos pruebas que confirman el estrago que hizo Don Quijote en los libros de caballerías: la primera, que un estudiante de Salamanca se encontró, al volver a su casa en 1623, que sus «libros de caballerías y otros de entretenimiento, a cuya lectura había sido muy aficionado en su mocedad, habían sido entregados a las llamas». La segunda es que «de varios pasajes de una curiosísima representación que los libreros del reino hicieron, en 1664, al Consejo de Castilla, en solicitud de que se les dispensase del pago de alcabala, se deduce que la destrucción de libros caballerescos, verificada después de publicado el Quijote, fue enorme». (Ambas en el «Discurso preliminar» de Gayangos, pág. lx, nota 1; las fuentes de Gayangos, al parecer, aún están inéditas.) Hay que mencionar que los libros de caballerías del Inca Garcilaso desaparecieron de su biblioteca antes de su muerte; véase José Durand, «La biblioteca del Inca», Nueva Revista de Filología Hispánica, 2 (1948), 239-264.



 

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Diego de Colmenares, el historiador de Segovia, poseía en el siglo XVII un ejemplar de Primaleón (Encarnación García Dini, «Per una bibliografia dei romanzi di cavalleria: Edizioni del ciclo dei "Palmerines"», en Studi sul «Palmerín de Olivia». III. Saggi e richerche [Pisa: Istituto di Letteratura Spagnuola e Ispano-americana dell'Università di Pisa, 1966], págs. 5-44, en la pág. 31). Se encontraron muchos en la biblioteca de Melchor Pérez de Soto, estudiada por Donald G. Castanien, «The Mexican Inquisition Censors a Private Library, 1655», Hispanic American Historical Review, 34 (1954), 374-391. Astrana (VII, 795) informa que se encontraron ejemplares de Primaleón y de Palmerín de Oliva en la biblioteca de Pedro Antonio de Aragón (Chevalier, Lectura y lectores, pág. 44).



 

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Irving Leonard, que ha estudiado extensamente el comercio español de libros de principios del siglo XVII, estaba tan impresionado por la difusión de los libros de caballerías después de Cervantes que cuestionó si Don Quijote había tenido sobre el género el impacto que había querido tener y Cervantes y sus contemporáneos creían que había tenido: «La gran obra maestra de Cervantes..., según se afirma, había dado el golpe de gracia en 1605 a la prolongada moda de los libros de caballerías. Este supuesto, que goza algo de la inviolabilidad de un dogma, se tambalea al ojear esta lista de libros de medio siglo más tarde» (Baroque Times in Old Mexico [Ann Arbor: University of Michigan Press, 1966; publicado por primera vez en 1959], pág. 94). «La burla que Cervantes hizo de las fantásticas aventuras de estos superhombres ficticios no había acabado todavía con su boga» (pág. 120).



 

129

Citado por Rodríguez Marín, «nueva edición crítica», IX, 67.



 
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