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«Quiero conceder que huvo doze Pares de Francia, pero no quiero creer que hizieron todas aquellas cosas que el arçobispo Turpín dellos escrive; porque la verdad dello es, que fueron cavalleros escogidos por los reyes de Francia, a quien llamaron pares, por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía, a lo menos, si no lo eran, era razón que lo fuessen, y era como una religión de las que aora se usan de Santiago o de Calatrava, que se presupone que los que la professan han de ser o deven ser cavalleros valerosos, valientes y bien nacidos» (II, 367, 29-368, 9). Los libros sobre ellos también fueron dejados en suspenso durante el examen de la biblioteca de Don Quijote (I, 98, 21-99, 19).



 

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Debería tenerse en cuenta que en la medida en que existía la caballería tal como la entendía Don Quijote, era siempre una imitación de una literatura que erróneamente se creía verídica. Véase F. J. C. Hearnshaw, «Chivalry and its Place in History», en Chivalry. A Series of Studies to Illustrate its Historical Significance and Civilizing Influence, ed. Edgar Prestage (1928; reimpr., New York: AMS, 1974), págs. 1-13; John Fraser, «Medieval Chivalry: Where and When?», en America and the Patterns of Chivalry (Cambridge: Cambridge University Press, 1982), págs. 37-40; Larry D. Benson, «The Tournament in the Romances of Chrétien de Troyes and L'Histoire de Guillaume Le Marechal», en Chivalric Literature. Essays on Relations between Literature and Life in the Later Middle Ages, ed. Larry D. Benson y John Leyerle (Kalamazoo, Michigan: Medieval Institute of Western Michigan University, 1980), págs. 1-24, y la introducción a este volumen de los editores, págs. vii-ix; y Martín de Riquer, Caballeros andantes españoles, Colección Austral, 1937 (Madrid: Espasa-Calpe, 1967), págs. 168-170. El extenso tratamiento de Huizinga de la distancia entre el ideal caballeresco y la realidad histórica (The Waning of the Middle Ages, publicado por primera vez en 1924) es anterior a todos estos trabajos. Sin embargo, la primera afirmación que conozco acerca del carácter artificial de la caballería es la de J. C. L. Simonde de Sismondi, Historical View of the Literature of the South of Europe (publicado por primera vez en 1813): «No debemos confundir la caballería con el sistema feudal. El sistema feudal puede considerarse la vida real del período que tratamos, con sus ventajas e inconvenientes, sus virtudes y sus vicios. La caballería, por el contrario, es el mundo ideal, tal como existía en la imaginación de los escritores romances. Su carácter esencial es su devoción a la mujer y al honor» (I, 76-77). «Cuanto más atentamente estudiamos la historia, más claramente percibimos cómo el sistema caballeresco es una invención casi enteramente literaria. Es imposible distinguir los países en los que se dice que ha prevalecido. Siempre se representa distante a nosotros en el tiempo y en el espacio; y mientras los historiadores contemporáneos nos dan un informe claro, detallado y completo de los vicios de la corte y de los grandes, de la ferocidad o de la corrupción de los nobles, y del servilismo del pueblo, con gran sorpresa encontramos a los poetas, después de un largo lapso de tiempo, adornando la misma época con una magnífica gracia, virtud y lealtad, producto de su imaginación. Los escritores de romances del siglo XII situaron la edad caballeresca en la época de Carlomagno. El período en el que estos escritores existieron es el indicado por Francisco I. Actualmente, imaginamos que aún podemos ver la caballería floreciendo en las personas de Du Guesclin y Bayard, bajo Carlos V y Francisco I. Pero cuando examinamos uno u otro período, aunque encontramos en los dos algunos espíritus heroicos, tenemos que confesar que es necesario adelantar la edad caballeresca al menos tres o cuatro siglos antes de cualquier período de historia auténtica» (I, 79).



 

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Ver al Cid como caballero andante, como Cervantes al parecer hizo, es una distorsión desde una perspectiva histórica, pero desde el punto de vista de Cervantes menos grave que lo que pueda parecer en un principio. Fue retratado con mayor caballerosidad en el siglo XVI (véase Barbara Matulka, The Cid as a Courtly Hero, from «Amadís» to Corneille [New York: Institute of French Studies, Columbia University, 1928]), pero incluso tal como aparece en el Cantar publicado en el siglo XVIII, es un caballero, que viaja por toda España acompañado de amigos, y que tiene aventuras.



 

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Capítulo 11; página 81 de la edición de Isidoro Montiel (Madrid: Castilla, 1949). Francisco Márquez Villanueva comenta la «lectura muy cuidadosa» de la inédita Miscelánea que Cervantes llevó a cabo, en «Don Luis Zapata o el sentido de una fuente cervantina», en Fuentes literarias cervantinas (Madrid: Gredos, 1973), págs. 109-182.



 

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Obras de Garci Lasso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera, en Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, ed. Antonio Gallego Morell, 2.ª edición (Madrid: Gredos, 1972), pág. 554. La cita se encuentra en una larga exaltación de las proezas de armas de los españoles, en respuesta al desdén que, según Herrera, los italianos sentían hacia ellos. Las bien conocidas Anotaciones de Herrera constituían una fuente fundamental para la historia y teoría literarias de Cervantes y también para su patriotismo, y a ellas me referiré más adelante.



 

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«Bernardo del Carpio soy / espanto de los Paganos / honra y prez de los Christianos / pues que de mi esfuerço doy / tal exemplo con mis manos. / Fama, no es bien que las calles / mis hazañas singulares / y si acaso las callares / pregunten a Roncesvalles / que fue de los doze pares.» (Montemayor, La Diana, págs. 174-175.)



 

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En su edición del Persiles (Madrid: Castalia, 1969), pág. 46, nota 10. Sobre el supuesto fragmento de las Semanas del jardín, que no corresponde a estas especulaciones, véase mi Las «Semanas del jardín», ya citado.



 

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El Bernardo de Balbuena no es fácilmente asequible más que en la edición de Cayetano Rosell, Poemas épicos, I, Biblioteca de Autores Españoles, 17 (1851; reimpreso en Madrid: Atlas, 1945), 139-399, aunque hay una edición crítica inédita de Margaret Kidder, «A Critical Edition of El Bernardo de Bernardo de Balbuena», tesis, Illinois, 1937; algunos fragmentos de la edición de Rosell son reproducidos, con notas, por Frank Pierce en The Heroic Poem of the Spanish Golden Age: Selections (Oxford: Dolphin, 1947), págs. 167-231, quien también cita una edición de San Feliu de Guíxols, 1914. Son estudios recientes los de Gilberto Triviños, «Nacionalismo y desengaño en El Bernardo de Balbuena», Acta literaria [Concepción, Chile], 6 (1981), 93-117 y «Bernardo del Carpio desencantado por Bernardo de Balbuena», publicado por primera vez en Revista Chilena de Literatura, 16-17 (octubre 1980-abril 1981), págs. 415 y siguientes (según Sumario actual de revistas, 40 julio-diciembre de [1980], pág. 183), después reimpreso en Cuadernos Americanos, 236 (mayo 1981), 79-102; también Felix Karlinger, «Anmerkungen zu El Bernardo (libro nono) von Bernardo de Balbuena», en Aureum Saeculum Hispanum. Beiträge zu Texten des Siglo de Oro. Festschrift für Hans Flasche zum 70. Gerburtstag, ed. Karl-Hermann Körner y Dietrich Briesemeister (Wiesbaden: Franz Steiner, 1983), págs. 117-123; y Maxime Chevalier, «Sur les Eléments merveilleux du Bernardo de Balbuena», en Études de philologie romane et d'histoire littéraire offerts à Jules Horrent à l'occasion de son soixantième anniversaire ([Tournai]: Gedit, 1980), págs. 597-601. Juan Bautista Avalle-Arce cita algunos estudios anteriores en La novela pastoril española, págs. 225-226, y Keiran McCarty ofrece una introducción en «A Song of Roland in Northwest Arizona», Arizona and the West, 28 (1986), 378-390.

El Bernardo de Balbuena fue dedicado, curiosamente, al Conde de Lemos, mecenas de Cervantes, en 1609 (véase John Van Horne, «El Bernardo» de Bernardo de Balbuena, University of Illinois Studies in Language and Literature, 12.1 [Urbana: University of Illinois Press, 1927], pág. 23). Todavía más curioso es el hecho de que lleva un prólogo neoaristotélico escrito en 1615-1616. (En el prólogo, pág. 140, se dice que «de diez [años] que se le concedieron de privilegio, son ya pasados más de los seis». El privilegio original, renovado más tarde, era de julio de 1609 [Van Horne, pág. 22].) Balbuena, no obstante, en esa época estaba en Méjico, y el libro fue escrito en el siglo XVI. (En el prólogo, pág. 140, dice que la obra estaba terminada desde hacía algo menos de veinte años [es decir, alrededor de 1596], y que la había empezado en «aquella primera edad, con los bríos de la juventud y la leche de la retórica»; Balbuena, por lo que se sabe, nació en 1568.)

Alfonso Pardo Manuel de Villena, marqués de Rafal, en su libro Un mecenas español del siglo XVII. El Conde de Lemos. Noticia de su vida y de sus relaciones con Cervantes, Lope de Vega, los Argensola y demás literatos de su época (Madrid, 1911), apenas menciona a Balbuena (pág. 253), pero tampoco menciona otros dos nombres relacionados con Lemos y Cervantes: Jerónimo de Pasamonte (véase mi «Cervantes, Lope y Avellaneda», pág. 139) y Cristóbal de Mesa (véase mi «Cervantes y Tasso vueltos a examinar», pág. 53).



 

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Esther Lacadena, Nacionalismo y alegoría en la épica española del XVI: «La Angélica» de Barahona de Soto (Zaragoza: Departamento de Literatura Española de la Universidad de Zaragoza, 1980), pág. 196. El dominio del Cid sobre otros héroes medievales españoles es una postura bastante reciente. Antes de la publicación del poema que conocemos como el Cantar de mío Cid a finales del siglo XVIII, la imagen que se tenía de él era menos idealizada, como vemos, por ejemplo en I, 258, 8-13. (Los dos ejemplos de esta tradición anterior mejor conocidos hoy son las Mocedades de Rodrigo y el Cid de Corneille; véase Barbara Matulka, The Cid as a Courtly Hero.) Su canonización moderna es inseparable del Cantar, reconocido por primera vez como obra de arte por Southey, Schlegel y sus contemporáneos (véase Manuel Milá y Fontanals, De la poesía heroico-popular castellana [ed. Martín de Riquer y Joaquín Molas, Barcelona: CSIC, 1959], capítulo 1, especialmente págs. 75-76). En España no es anterior a Milá y Fontanals ni incluso, hasta cierto punto, a Menéndez Pidal.



 

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Utilizado por Cervantes como fuente para La Numancia (Astrana, III, 331); la historia de Mariana aún no se había publicado en esa época. El cardenal Sandoval y Rojas había sido alumno de Morales. No he podido ver la tesis de Rafael Laínez Alcalá, «Aportaciones para la biografía de D. Bernardo de Sandoval y Rojas, Arzobispo de Toledo», mencionada por Astrana, V, 358.



 
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