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Se refiere a ellos con frecuencia, y quiere imitar a su favorito, Amadís, «en todo lo que pudiere» (I, 375, 2); «tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucessos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de cavallerías se cuentan, y todo cuanto hablava, pensava o hazía, era encaminado a cosas semejantes» (I, 234, 26-32). Don Quijote, «quinta essencia de los cavalleros andantes» (II, 42, 32), «sabe de memoria todas las ordenanças de la andante cavallería» (III, 178, 16-17; del mismo modo, III, 348, 11-12), razón por la cual él es su «depósito y archivo» (III, 224, 7-10). Véanse también los pasajes citados en la nota 350 del capítulo 4.



 

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Los libros de caballerías que conocían tanto Don Quijote como Cervantes, y que les importaban, eran castellanos: Amadís de Gaula y los libros que le siguieron. Al parecer, Cervantes no sabía ni el nombre de Chrétien de Troyes; el Caballero Zifar no lo menciona nunca; Tirant lo blanc, como se discute más abajo, lo tomó como castellano y posterior al Amadís; incluso Palmerín de Inglaterra, aunque compuesto por «un discreto rey de Portugal» (I, 100, 11), era para él una obra castellana.



 

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Don Quijote tenía, igualmente, «entera noticia» de las «historias» de «muchos y diversos cavalleros» (I, 200, 5-6; III, 48, 20-23); había leído «todas, o las más de sus historias» (III, 104, 1-2), «muchas» (I, 142, 18; II, 343, 20), «infinit[a]s» (I, 278, 29), «todos quantos pudo aver dellos» (I, 50, 21-22). Parece un coleccionista de libros; en un artículo citado en la Introducción («¿Tenía Cervantes una biblioteca?»), mantengo que la biblioteca y la bibliofilia de Don Quijote reflejan las de su creador.



 

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Lo que es difícil de atribuir a Cervantes en la declaración del canónigo es su insistencia en que no había podido leer ninguno desde el principio al fin; los detallados comentarios que se encuentran en Don Quijote obligan a la conclusión de que, por lo menos, había leído Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra y Tirant lo blanc enteros. El canónigo posiblemente se refiere a dos períodos distintos en sus lecturas cuando dice «quando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero quando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared» (II, 362, 17-22).



 

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No se nombra a Florambel, sin embargo, ni tampoco facilita Cervantes el título de «el otro libro donde se cuenta los hechos del conde Tomillas» (I, 210, 12-14), y confunde el título de Felixmarte de Hircania (I, 97, 30-32; que quizás fue un error del cajista de la primera edición en II, 362, 6, pues lo nombra correctamente en II, 83, 5-6). De igual forma, la aventura que se cuenta del Caballero del Febo en el capítulo 15 de la Primera Parte y las de Cirongilio y Felixmarte («El Cavallero de la Triste Guirnalda») en el capítulo 32 no se encuentran en sus libros, y como hasta hoy no se han encontrado esas aventuras en otros libros, parece que fueron inventadas por necesidades de la narración. (Compárese la aventura atribuida a Felixmarte en II, 84, 21-31 con la crítica del canónigo en II, 341, 23-342, 3, y la de Cirongilio en II, 84, 31-85, 16 con la fantasía que Don Quijote cuenta al canónigo en II, 370, 20-371, 19.) Quizás Cervantes escribía sin sus libros caballerescos a mano, o no creyó importante ser exacto cuando se refería a ellos.



 

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«Quál más, quál menos, todos ellos son una mesma cosa» (II, 341, 5-6) implica que de alguna forma no son todos iguales; también la referencia a «el mejor dellos», citada en la nota 31, implica que algunos son mejores que otros.



 

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Hay un tercer libro de caballerías, Tirant lo blanc, elogiado en el examen de la biblioteca de Don Quijote, pero por razones muy distintas. Se discute en el capítulo 3.



 

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Además de los personajes de Amadís de Gaula, los protagonistas de estos libros son los únicos personajes de los libros de caballerías españoles que escriben sonetos introductorios en Don Quijote. Los sonetos revelan que Cervantes conocía el contenido de estos libros.

Hay muchos pasajes que sugieren la atracción que Belianís, libro de mucha acción, ejercía en Cervantes. Se comparan las proezas de Don Quijote con las de «los Amadisses, Esplandianes y Belianisses» (IV, 10, 28-29); para derrotar a los turcos, lo único que se necesitaría es «el famoso don Belianís o alguno de los del innumerable linage de Amadís de Gaula» (III, 39, 15-17); Don Quijote, según el epitafio del Monicongo, superó «los Amadises» y «los Belianises» (II, 403, 12 y 15); «el afamado Don Belianís» (I, 100, 21-22), que «tuv[o] a [sus] pies postrada la fortuna» (I, 42, 12), es el caballero del que muchos dicen que es igual a Amadís de Gaula, aunque Don Quijote no comparte esta opinión (I, 351, 22-30). Amadís es «valiente» y Felixmarte de Hircania «valeroso», pero Belianís es «invencible y valeroso» (I, 168, 13-19; compárese con III, 46, 13-19). No obstante, Belianís sufrió demasiadas luchas y heridas (I, 51, 9-13; I, 100, 23-26; III, 46, 13-19; la implicación de su soneto introductorio, I, 42, 4-16, en el que declara sus logros al conseguir vengarse, sobre el cual véase la nota 420 del capítulo 4). (Lilia E. F. de Orduna ha prometido un extenso artículo explorando lo que según ella es la extraordinaria influencia de Belianís de Grecia en Don Quijote; Howard Mancing también ha tratado este tema en una comunicación inédita.)

Con respecto al Espejo de príncipes, mencionado en Don Quijote por el nombre de su protagonista, el Caballero del Febo, como mi tesis doctoral era una edición de su Primera Parte (Madrid: Espasa-Calpe, 1975) he querido andar con pies de plomo al afirmar la importancia que tenía para Cervantes. Pero hoy estoy convencido de que lo tuvo en mayor estima que a la mayoría de los demás libros de caballerías. Además del soneto introductorio, la procesión en el palacio del duque está relacionada con el Espejo por la aparición de un personaje del libro, el sabio Lirgandeo (III, 431, 7), a quien Don Quijote también llama, junto con Alquife de Amadís (II, 288, 1). Maese Nicolás, el barbero, sostiene que el Caballero del Febo es superior a Palmerín de Inglaterra y a Amadís de Gaula, aunque hay ironía en su elogio, pues es comparado, con razón, al inconstante y «nada melindroso» amante Galaor (I, 51, 25-32), y el elogio de Amadís y de Palmerín de Inglaterra que se encuentra en el escrutinio de la librería de Don Quijote y en otras partes demuestra claramente que Cervantes creía que estos libros eran superiores.

Sin embargo, este libro nunca es atacado, como lo fueron otros (su mención en El vizcaíno fingido [Comedias y entremeses IV, 103, 15] únicamente indica que era largo), y debemos concluir que Cervantes lo encontró, a pesar de su inconstante protagonista, digno de elogio; probablemente admiró mucho la moral explícita que se encuentra en la Primera Parte (véase mi edición, I, liii-lv), sin duda el intento más notable de reformar los libros de caballerías desde dentro del género. Creo, por lo tanto, que es correcto considerar el Espejo como la fuente más probable de algunos elementos de la aventura central de la cueva de Montesinos, más probable que otras fuentes propuestas por Clemencín (en sus anotaciones), María Rosa Lida (véase Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 141-142), Helena Percas de Ponseti (Cervantes y su concepto del arte [Madrid: Gredos, 1975], II, 452-463) y E. C. Riley («Metamorphosis, Myth and Dream in the Cave of Montesinos», en Essays on Narrative Fiction in the Iberian Peninsula in Honour of Frank Pierce, ed. R. B. Tate [Oxford: Dolphin, 1982], págs. 105-119, en la pág. 107, nota 5).



 

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John Bowle llamó la atención sobre este párrafo y comprobó su exactitud (A Letter to the Reverend Dr. Percy, concerning a New and Classical Edition of... «Don Quixote» [London, 1777], pág. 25).



 

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La investigación de este tema es muy difícil. Hay unos cincuenta libros de caballerías, largos casi todos ellos, y la mayoría sólo disponibles en sus ediciones originales, que ahora apenas se encuentran; verdaderamente una turbamulta (II, 369, 1) y un mare magnum (III, 356, 2). Su similitud hace que sea especialmente difícil llegar a conclusiones válidas sobre sus influencias o fuentes. Sin embargo, los siguientes estudios, que no pretenden ser exhaustivos, pueden ser útiles: E. C. Riley, «"El alba bella que las perlas cría": Dawn-Description in the Novels of Cervantes», Bulletin of Hispanic Studies, 33 (1956), 125-137; Martín de Riquer, «La Technique parodique du roman médiéval dans le Quichotte», en La Littérature narrative d'imagination (Paris: Presses Universitaires de France, 1961), págs. 55-69, y sus estudios citados en la nota 45, infra; Hans-Jörg Neuschäfer, Der Sinn der Parodie im «Don Quijote» (Heidelberg: Carl Winter, 1963), R. M. Walker, «Don Quijote and the Novel of Chivalry», New Vida Hispánica, 12 (1964), 13-14 y 23; Howard Mancing, «The Comic Function of Chivalric Names in Don Quijote», Names, 21 (1973), 220-235, «Cervantes and the Tradition of Chivalric Parody», Forum for Modern Language Study, 11 (1975), 177-191 y The Chivalric World of «Don Quijote». Style, Structure, and Narrative Technique (Columbia: University of Missouri Press, 1982); mis propios «Don Quijote y los libros de caballerías: necesidad de un reexamen» y «The Pseudo-Historicity of the Romances of Chivalry», en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs. 131-145 y 119-129 respectivamente; Gregorio C. Martín, «Don Quijote imitador de Amadís», Estudios iberoamericanos [Porto Alegre, Brasil], 1 (1975), 139-147; Marie Cort Daniels, The Function of Humor in the Spanish Romances of Chivalry (New York: Garland, 1992), que propone que la autoconsciencia literaria y el juego con las convenciones característicos de Don Quijote tienen un precedente en las obras caballerescas de Feliciano de Silva (no incluido en este libro está un extracto de la tesis en que se basa, «Feliciano de Silva: A Sixteenth-Century Reader-Writer of Romance», en Creation and Re-Creation: Experiments in Literary Form in Early Modern Spain. Studies in Honor of Stephen Gilman, ed. Ronald E. Surtz y Nora Weinerth [Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1983], págs. 77-88); Sydney Cravens, «Feliciano de Silva and his Romances of Chivalry in Don Quijote», Inti, 7 (primavera, 1978), págs. 28-34; y Eduardo Urbina, «Sancho Panza y Gandalín, escuderos», en Cervantes and the Renaissance. Papers of the Pomona College Cervantes Symposium. November 16-18, 1978, ed. Michael D. McGaha (Easton, Pennsylvania: Juan de la Cuesta, 1980), págs. 113-124. El popular ensayo de Martín de Riquer, «Cervantes y la caballeresca», en Suma cervantina, ed. J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley (London: Tamesis, 1971), págs. 273-292, es fiel en sus tesis básicas.



 
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