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Como ha señalado Dian Fox, el libro acerca de Don Quijote y Sancho que se discute al principio de la Segunda Parte difiere significativamente de la Primera Parte de Cervantes («The Apocryphal Part One of Don Quijote», Modern Language Notes, 100 [1985], 406-416).



 

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Son ejemplos de confusión de niveles o de recursión, que Hofstadter discute y relaciona con la existencia humana en su último capítulo.



 

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Véase Otis Green, Western Tradition, I, capítulo 1.



 

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«Siquiera no aya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mí más libros que tienen letras las coplas de Mingo Rebulgo» (III, 31, 6-9). Ya se ha dicho que los libros de caballerías, en opinión de Cervantes, eran sobreabundantes, y que los libros que ofrecían un entretenimiento saludable, escasos.



 

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Dulcinea fue transformada «de princesa en labradora, de hermosa en fea, de ángel en diablo, de olorosa en pestífera, de bien hablada en rústica, de reposada en brincadora, de luz en tinieblas, y, finalmente, de Dulcinea del Toboso en una villana de Sayago» (III, 399, 16-21). Del mismo modo, Isabela, la española inglesa, «quedó tan fea que, como hasta allí avía parecido un milagro de hermosura, entonces parecía un monstruo de fealdad» («La española inglesa», II, 47, 20-22).



 

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Erasmo, en su carta preliminar a Tomás Moro, explica que su Moriae Encomion tenía este propósito (traducción de Clarence H. Miller [New Haven: Yale University Press, 1979], pág. 1) y cita precedentes clásicos de este planteamiento (págs. 3, 12).

La introducción general a este tema que se recomienda es Paradoxia Epidemica: The Renaissance Tradition of Paradox de Rosalie L. Colie (Princeton: Princeton University Press, 1966). Desgraciadamente, «No he mencionado a Don Quijote, aunque fue una omisión difícil; este caballero, como Falstaff, hubiera necesitado demasiado espacio en un libro ya atestado de personajes famosos. Además, el sr. Kaiser [autor de Praisers of Folly] ha prometido una ampliación de su estudio de la paradoja para tratar de Don Quijote» (pág. xi). La ampliación de Kaiser no ha aparecido. (Colie ha publicado posteriormente el artículo «Literary Paradox» en el Dictionary of History of Ideas, ed. Philip P. Wiener, III [New York: Charles Scribner's, 1973], 76-81.)

Vale la pena mencionar cuatro paradojas españolas que conozco (es decir, obras que defienden posturas aparentemente sin sentido; el equivalente moderno sería, por ejemplo, la defensa de las bombas atómicas), tres de las cuales están en el mismo manuscrito de la Biblioteca Capitular y Colombina en que se encuentra «La tía fingida». Dos de ellas están inéditas: son la «Paradoja en loor de las bubas [es decir, el «mal francés», la sífilis], y que es razón que todos las procuren y estimen», y la «Paradoja en loor de la nariz muy grande» (Gallardo, Ensayo, I, 1247-1249; con títulos ligeramente distintos, Astrana, V, 399). La tercera, Paradoja. Trata que no solamente no es cosa mala, dañosa ni vergonzosa ser un hombre cornudo mas que los cuernos son buenos y provechosos, es de Cetina, y fue publicada, censurado casi la mitad de su contenido, en el Ensayo de Gallardo. Fue publicada íntegramente en la edición de las Obras de Cetina hecha por Joaquín Hazañas y la Rúa (1895; reimpresión, Sepan cuántos, 320, México: Porrúa, 1977), II, 207-239, y este texto ha sido reproducido (Madrid: El Árbol, 1981). Finalmente, hay la «Paradoja a la pobreza» de Luis Barahona de Soto, publicada por Francisco Rodríguez Marín, Luis Barahona de Soto (Madrid: Real Academia Española, 1903), págs. 731-740.



 

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Los que fundamentalmente son dignos de admiración tampoco están libres de defectos: «Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres. Alexandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rixoso, y de su hermano, que fue llorón» (III, 57, 10-21). Don Quijote, para no afrontar sus propios errores, atribuye estas críticas a la «calumnia» y la «malicia» (III, 57, 8-10 y 21-23).



 

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«Debe ser verdad lo que decían: / que el hombre y la mujer primero fueron / nacidos juntamente, y que tenían / un cuerpo, al cual los dioses dividieron; / después que siendo medios pretendían / buscarse, y a los que dicha haber pudieron / su medio, si con él viven pegados, / se gozan como bien afortunados, / y los que no, perpetuamente acuden / buscando su mitad por sosegarse» (Barahona de Soto, Las lágrimas de Angélica, ed. Lara Garrido, pág. 381).

Frecuentemente se emplean las contradictorias imágenes poéticas de amor/sufrimiento: amar es «vivir muriendo» (IV, 242, 29), y Eugenio dice acerca de Leandra que «todos la deshonran y todos la adoran» (II, 386, 29-30). Dulcinea es para Don Quijote «día de mi noche, gloria de mi pena» (I, 357, 26-27) y cuando las tinajas de casa de Diego de Miranda le recuerdan a ella, son, citando versos de Garcilaso, «dulces prendas, por mi mal halladas» (III, 225, 14). Aunque Don Quijote no tiene salud, la manda a Dulcinea (I, 367, 25-26), y aunque no tiene libertad, la da a su caballo (I, 358, 12).

También se cita la conocida metáfora de la mujer como «la dulce mi enemiga» (I, 173, 25-26; IV, 13, 23; del mismo modo I, 368, 4) (esta línea es estudiada por Edward M. Wilson and Arthur L.-F. Askins, «History of a Refrain: "De la dulce mi enemiga"», Modern Language Notes, 85 [1970], 138-156); a continuación en el texto hay un cuarteto sobre «el placer del morir». Poemas de este tipo «cantados encantan, y escritos suspenden» (IV, 14, 14). Para más ejemplos véase mi Las «Semanas del jardín», pág. 90, nota 119.



 

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Cristo, en la Biblia, con frecuencia habla con paradojas: es alfa y omega; los últimos serán los primeros; los mansos heredarán la tierra; etc. En el «Coloquio de los perros»: «para entrar a servir a Dios, el más pobre es más rico, el más humilde de mejor linage» (III, 170, 15-17).



 

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Véase Green, Western Tradition, I, 3-9, para una discusión un poco distinta de las paradojas de la cristiandad. Yves Denis las trata ampliamente en G. K. Chesterton: Paradoxe et catholicisme (Paris: Les Belles Lettres, 1978; agradezco a Bruno Damiani esta referencia).



 
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