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Hay dos datos a favor de la lectura de los libros de caballerías en las ciudades: se alquilaban ejemplares (nota 90, infra), y en los Coloquios de Palatino y Pinciano de Juan Arce de Otálora encontramos que «en Sevilla dizen que ay officiales que las fiestas a las tardes llevan un libro dessos a las gradas y le leen y muchos moços y officiales y trabajadores que avían de jugar o reñir o estar en la taberna se van allí a oír» (citado en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, pág. 161).

Sin embargo, las pruebas que indican que se leían en el mundo rural son, como mínimo, igual de convincentes. Se enviaban muchos ejemplares al Nuevo Mundo, que era más rural. Avellaneda dijo que la lectura de «libros de cavallerías [es] tan ordinaria en gente rústica y ociosa» (I, 8, 12-13). No se encontraban libros de caballerías en las bibliotecas de las ciudades en tanta cantidad como se publicaban, según documentos examinados por Bartolomé Bennassar, Valladolid au Siècle d'Or. Une ville de Castille et sa campagne au XVIè siècle (Paris-La Haye: Mouton, 1967). Bennassar (pág. 517) señala, correctamente, Valladolid como centro de edición de libros de caballerías; en Valladolid se publicaron ediciones -en algunos casos la primera o única edición- de Tirante el blanco, Felixmarte de Hircania, Cristalián de España, Florisel de Niquea, Lepolemo, Espejo de príncipes y caballeros, II y Policisne de Boecia. Sin embargo, después de estudiar 46 inventarios de libros de bibliotecas de Valladolid durante el período de 1536 a 1599 (véanse págs. 528-529) comenta que había pocos libros de caballerías en ellas. La conclusión tiene que ser que los libros que se publicaron en Valladolid se leían fuera, es decir en aldeas o en fincas rurales.



 

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I, 50, 13-15; II, 81, 9; II, 86, 21-27; II, 341, 1-2; II, 353, 20; II, 361, 28.



 

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Véase el pasaje de Arce de Otálora citado en la nota 58, supra; el de la petición a las Cortes de 1555 citado en la nota 97, infra; Alonso de Fuentes, Suma de filosofía natural (1547), citado por Eustaquio Fernández de Navarrete, «Bosquejo histórico sobre la novela española», en Novelistas anteriores a Cervantes, II, Biblioteca de Autores Españoles, 33 (1854; reimpreso en Madrid: Atlas, 1950), págs. v-c, en la pág. xxiii, nota 2; y Juan de Mariana, Historia de España, Libro VIII, capítulo 3 (citado por Rodríguez Marín, nueva edición crítica, IX, 63). Antonio de Guevara, en la dedicación de su Libro del emperador Marco Aurelio con el Reloj de príncipes (citado por Riquer en la primera introducción mencionada en la nota 45, supra) asociaba los libros de caballerías con «pasar el tiempo»; con la lectura de Espejo de príncipes y caballeros su autor Ortúñez pensaba que Martín Cortés podía «passar el tiempo y huir de la ociosidad, que es madre de todos los vicios» (I, 20, 18-20).



 

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En Esquivias vivían su mujer y su familia, y era para Cervantes su hogar más fijo. Castro del Río y Écija eran unas ciudades andaluzas de poca importancia cultural en donde Cervantes permaneció temporadas por negocios de la Corona. Según Tomás González, Censo de población de Castilla en el siglo XVI (Madrid, 1829), págs. 235, 335 y 346, Castro el Río tenía 1.152 vecinos (cabezas de familia) en 1587, Écija tenía 6.958 en 1588 y Esquivias 200 en 1571. Cervantes coincidió brevemente en Écija con Cristóbal Mosquera de Figueroa cuando éste era corregidor; se ha comentado porque la presencia de dos figuras literarias en la ciudad era insólita (Rodríguez Marín, Nuevos documentos cervantinos, en su Estudios cervantinos, pág. 338). Acerca de la vida cultural de Esquivias, donde, debido a su situación entre Madrid y Toledo, las compañías teatrales que pasaban por allá representaban obras religiosas por Corpus Christi, véase Jaime Sánchez Romeralo, «El teatro en un pueblo de Castilla en los siglos XVI-XVII: Esquivias, 1588-1638», en Las constantes estéticas de la «comedia» en el Siglo de Oro, Diálogos hispánicos de Amsterdam, 2 (Amsterdam: Rodopi, 1981), págs. 39-63; con reservas, Gregorio B. Palacín, «Cervantes y Esquivias», Romance Notes, 10 (1969), 335-341, que contiene información útil, pero afirma rotundamente y sin las reservas necesarias que Esquivias fue el «lugar» de Don Quijote.



 

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«Who Read the Romances of Chivalry», en Romances of Chivalry in the Spanish Golden Age, págs 89-118, en la pág. 103; véase también Bennassar, Valladolid au Siècle d'Or, pág. 517.



 

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Cuando su ingenio no era precisamente «estéril», sino «mal cultivado» (I, 29, 9). Eso también ocurriría cuando, según el prólogo de las Ocho comedias, «dex[ó] la pluma».



 

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Esto es lo que Cervantes creía (IV, 406, 6-13), y hay fundamentos para ello. Véase nota 75.



 

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He reunido más de 50 referencias a las intenciones en las obras de Cervantes.



 

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Por ejemplo, en «El casamiento engañoso», cuyo único tema es el destructivo poder del engaño, «viva la verdad y muera la mentira» (III, 143, 9-10).



 

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Esta sugerencia seguramente es correcta. Acerca del rey, Mauricio, un personaje que tiene muchas cosas en común con Cervantes (capítulo 5, nota 605), dice «las verdades de las culpas cometidas en secreto, nadie ha de ser osado de sacarlas en público, especialmente las de los reyes y príncipes que nos goviernan; sí que no toca a un hombre particular reprehender a su rey y señor, ni sembrar en los oídos de sus vasallos las faltas de su príncipe, porque esto no será causa de enmendarle, sino de que los suyos no le estimen» (Persiles, I, 96, 18-28). Se discute en el capítulo 5 que Cervantes creía que los gobernadores (es decir, por debajo del rey) no eran totalmente responsables.

En las obras de Cervantes hay muchas sugerencias de que no estaba de acuerdo con muchos aspectos del catolicismo contemporáneo; como señala con perspicacia José Luis Abellán, la palabra «cristiano» aparece 179 veces en Don Quijote, pero «católico» sólo 24 (El erasmismo español, 2.ª edición, Colección austral, 1641 [Madrid: Espasa-Calpe, 1982], pág. 267). Las dos amenazas de excomunión (Astrana, IV, 176, 182, 197-201), a las que Cervantes nunca se refirió, debieron de causarle cierto impacto; se nos informa que eso no preocupa en absoluto a Don Quijote (I, 257, 29-258, 13). La recomendación a Don Quijote de que leyera la Biblia (II, 363, 13-17) es sospechosa. (Quién podía y quién debía leer la Biblia, y de qué manera, era una importante cuestión teológica en el siglo XVI.) La visita a Roma con que concluye Persiles trata el material religioso de forma muy parca, y en «El licenciado Vidriera», el protagonista «visitó sus templos», pero admiró «su grandeza» (II, 80, 14-15); el Vaticano es un monte, y comenta «la autoridad del Colegio de los Cardenales» y la «magestad del Sumo Pontífice» (II, 81, 2-7). Hay una sorprendente diferencia entre el respetuoso tratamiento de los ex votos dedicados a María (Persiles, II, 48, 3-49, 13) y el crítico de los dedicados a los santos (III, 119, 8-19).

Parece que Cervantes dudaba acerca de la contribución hecha por muchos monasterios y conventos españoles, cuya laxa adhesión a sus principios básicos fue motivo de varios proyectos de reforma en la Iglesia, y cuya proliferación y, en algunos casos, riqueza era un asunto nacional, aunque era peligroso discutirlo abiertamente. La comparación entre frailes y caballeros en el capítulo 8 de la Segunda Parte, incluida la afirmación que «es mayor el número de religiosos que el de los cavalleros» (III, 120, 16-17), es muy atrevida; hay una insinuación mordaz en la observación que los religiosos son «gente medrosa y sin armas» (I, 252, 29). (Para una discusión más detallada, véase el capítulo 2.)

Cervantes parece atacar las instituciones monásticas en «Rinconete y Cortadillo», en el cual se subraya la religiosidad y buena vida de los ladrones; entran en una «orden» dirigida por un superior, lo cual es comparado por Rincón con vestir un «hábito honroso» (I, 254, 13), cambian sus nombres, llevan a cabo «oficios» (I, 258, 27) y tienen un noviciado (I, 262, 24-25). Para trabajar en la casa de Carrizales, que es explícitamente comparada con un convento o un monasterio («El celoso extremeño», II, 170, 6-8), las mujeres también tenían que pasar «un año de noviciado» y hacer «profesión en aquella vida, determinándose de llevarla hasta el fin de las suyas» (II, 166, 29-168, 11). Varios pasajes apoyan el ataque a la castidad monástica que se encuentra en I, 365, 3-23: la «honestidad / que en las santas celdas mora» es socavada por el baile de la chacona («La ilustre fregona», II, 306, 25-32); Cristina, en El viejo celoso, pide «un frailecico pequeñito con quien yo me huelgue» (Comedias y entremeses, IV, 150, 17-18); y se califica a una fregona de «honesta como un fraile novicio» («La ilustre fregona», II, 310, 24; hay un pasaje similar en La guarda cuidadosa, Comedias y entremeses IV, 63, 12-17). Hay también indicaciones de que no se cumplen los votos de pobreza: los frailes que llevan parasoles y montan en enormes mulas, grandes como camellos (I, 120, 12-16; I, 122, 7-8), en el mejor de los casos monturas sosegadas (I, 251, 8-10), y el «religioso muy gordo» de «El licenciado Vidriera» (II, 110, 4), parece poco digno. «Los señores clérigos... pocas veces se dejan mal pasar» (I, 259, 9-10; I, 255, 29-31, donde son llamados irónicamente «buenos señores»; también en el «Coloquio de los perros», III, 238, 6-14); «algunos dineros, especialmente entre frailes y clérigos, que avía más de ocho, hizieron» («Las dos doncellas», III, 27, 30-28, 1). Sin dar detalles, hay una actitud negativa hacia la mayoría de los frailes en El rufián dichoso: «poder ser cortesanos los frailes, es cosa clara» (Comedias y entremeses, II, 63, 11-12); «¡en fin, son frailes!» (II, 100, 12); «merece ser Papa tan buen fraile» (II, 101, 30).

Parece que los Jesuitas tuvieron la aprobación de Cervantes («Coloquio de los perros», III, 177, 12-178, 9); el trasfondo de protesta en el pasaje que los alaba (véase Bruce Wardropper, «Cervantes and Education», en Cervantes and the Renaissance. Papers of the Pomona College Cervantes Symposium, November 16-18, 1978, ed. Michael D. McGaha [Easton, Pennsylvania: Juan de la Cuesta, 1980], págs. 178-193, en las págs. 186-188) parece más una reacción contra el sistema de valores que transmitían que contra la propia orden. Aparte de ellos, parece que Cervantes tuvo sólo buenas palabras para la disciplina y silencio de los cartujos (I, 169, 11-15; III, 231, 27-30) y por el ascetismo y poder persuasivo de los descalzos («no le harán creer otra cosa frailes descalços», II, 85, 26-27; del mismo modo en III, 359, 23-24 y IV, 121, 13-14; El rufián dichoso, Comedias y entremeses, II, 105, 30-31). Sin embargo, es notable que Cervantes apenas hable de monjes y monjas, cuando su hermana Luisa había pronunciado sus votos en las carmelitas descalzas, en un convento cercano a su casa familiar en Alcalá (James Fitzmaurice-Kelly, Miguel de Cervantes Saavedra. Reseña documentada de su vida. Traducción española con adiciones y enmiendas revisada por el autor [Buenos Aires: Clydoc, 1944], pág. 37; Astrana, I, 443-59, especialmente pág. 450) y su cuñado Antonio de Salazar era fraile (Fitzmaurice-Kelly, pág. 170; Astrana, III, 435 y VI, 399; no se conoce la orden).

También encontramos indicaciones de que algunos sacerdotes no eran virtuosos. La afirmación de Sancho «bien predica quien bien vive, y yo no sé otras thologías» (III, 262, 28-29) recibe claramente la aprobación de Don Quijote, y se señala en tres ocasiones las aptitudes de Don Quijote como teológo o predicador (III, 94, 9-12; III, 276, 20-23; III, 347, 28-30). El eclesiástico en el palacio ducal es uno de los personajes más negativos de todo el libro, y la referencia de Sancho a un «cura de aldea» como modelo de sabiduría (IV, 238, 10) parece sincero. Para más comentarios y referencias a pasajes cervantinos que mencionan a los religiosos, con reservas sólo acerca de la directa influencia de Erasmo (pues, entre otras consideraciones, debería considerarse a Mondragón como posible intermediario; véase el capítulo 6, nota 665), pueden consultarse Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, 2.ª edición de Julio Rodríguez-Puértolas (Barcelona-Madrid: Noguer, 1972), capítulo 6; Marcel Bataillon, Erasmo y España, trad. de Antonio Alatorre, 2.ª edición (México: Fondo de Cultura Económica, 1966), págs. 784-799; Abellán, págs. 266-281; con cautela, Salvador Muñoz Iglesias, Lo religioso en «El Quijote» [sic] (Toledo: Estudio Teológico de San Ildefonso, 1989); Antonio Vilanova, «Don Quijote y el ideal erasmista del perfecto caballero cristiano», en Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas (Barcelona: Anthropos, en coedición con el Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1993), págs. 69-87; y Francisco Abad, «Las ideas lingüísticas y el erasmismo de Cervantes. Estado actual de estas cuestiones», en Actas del Tercer Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, págs. 179-190.



 
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