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La cuestión de la influencia de Don Quijote no es socavada por el posterior redescubrimiento de otras obras de la literatura española, tales como Calderón («un poeta romántico») y romances españoles. Naturalmente tampoco lo es por la atención que se prestó a otras obras de Cervantes. Los especialistas citados más adelante, como Burkhard, comentan las Novelas ejemplares; todavía no se ha examinado la imagen de La Galatea ni, en especial, el Persiles, traducido al alemán ocho veces entre 1746 y 1839 (Tilbert Stegmann, Cervantes' Musterroman «Persiles» [Hamburgo: Hartmut Lüdke, 1971], págs. 224-225). La Numancia, que se creía perdida, fue publicada por primera vez en 1784. Shelley la llamó «divina» y se representó en España para fomentar la resistencia contra Napoleón (Enrique de Gandía, Orígenes del romanticismo y otros ensayos [Buenos Aires: Atalaya, 1946], pág. 36; también Bertrand, Romantisme allemand, págs. 410-417), su culto «llega... a una verdadera locura» (Arturo Farinelli, «España y su literatura en el extranjero», en Divagaciones hispánicas [Barcelona: Bosch, 1936], I, 11-51, en la pág. 39 [publicado por primera vez en La lectura, 2 (1901), 523-542, 834-849 (no visto)]).



 

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Scott, de quién hablaré dentro de poco, fue llamado «el Cervantes de Escocia» por fomentar la caballería (E. Allison Peers, A History of the Romantic Movement in Spain [1940; reimpreso en New York y London: Hafner, 1964], I, 107), y Twain fue llamado «el Cervantes de América» por atacar la caballería que Scott resucitó (Fraser, America and the Patterns of Chivalry, pág. 4).



 

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Entre las personas asociadas al romanticismo que, en distintas épocas, vieron a Don Quijote de forma contradictoria se incluiría a Goethe, quien dedicó un «estudio minucioso y continuado» al libro (Bergel, págs. 317-320, la cita está en la pág. 318), Heine (Rius, III, 263-264; Maelsaeke, «The Paradox of Humor», págs. 37-41), Herder (Bergel, págs. 313-315), y probablemente Tieck (véase Alfred E. Lussky, «Cervantes and Tieck's Idealism», Publications of the Modern Language Association of America, 43 [1928], 1082-1097). (He eludido el difícil tema de la influencia de Cervantes en Goethe, quien tuvo una gran influencia en los hermanos Schlegel y en Tieck. Maelsaeke dice en la pág. 34: «No nos es permitido ver en las obras maestras de Goethe como Fausto y Wilhelm Meister la menor influencia directa de la obra de Cervantes, pero la relación del poeta de Fausto con el autor de Don Quijote debe encontrarse en las extrañas afinidades que, más allá de las fronteras de épocas y países, siempre darán testimonio de una tendencia humana, demasiada humana, que subyace en todas las grandes obras de arte. No podemos sino reconocer la gran semejanza en la irónica actitud de superioridad de Goethe y Cervantes hacia héroes como Wilhelm Meister y Don Quijote».



 

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«Romántico, término para el que, en conexión con la literatura, no existe ninguna definición generalmente aceptada» (Oxford Companion to English Literature, ed. Sir Paul Harvey, 4.ª edición [Oxford: Clarendon Press, 1967]; la 5.ª edición, de Margaret Drabble [1985], omite esta frase e incluye un largo artículo sobre el romanticismo, haciendo hincapié en su diversidad). En 1963 se afirmó que se había llegado a un acuerdo acerca de los elementos de una definición (René Wellek, «Romanticism Reexamined», en Romanticism Reconsidered, ed. Northrop Frye [New York: Columbia University Press, 1963], págs. 107-133, en la pág. 131; citado y aceptado por Henry H. H. Remak, «Current Research on Romanticism», en «Romantic» and Its Cognates. The European History of a Word, ed. Hans Eichner [Toronto: University of Toronto Press, 1972], págs. 475-500, en la pág. 490). Pero en 1965, «el romanticismo es todavía el problema más molesto de la historia literaria», según Morse Peckham, «Romanticism: The Present State of Theory», en su The Triumph of Romanticism (Columbia: University of South Carolina Press, 1970), págs. 58-83, en la pág. 58 (publicado por primera vez en The PCTE [Pennsylvania Council of Teachers of English] Bulletin, 12 [1965], págs. 31-53). El debate moderno fue iniciado por Arthur O. Lovejoy, «On the Discrimination of Romanticisms», Publications of the Modern Language Association, 39 (1924), 229-253 (reimpreso en su Essays in the History of Ideas [Baltimore: Johns Hopkins Press, 1948], págs. 228-253), con respuesta de Wellek en «The Concept of "Romanticism" in Literary History», Comparative Literature, 1 (1949), 1-23 y 147-172 (reimpreso en Concepts of Criticism de Wellek [New Haven: Yale University Press, 1963], págs. 128-198, traducido por Edgar Rodríguez Leal en Conceptos de crítica literaria [Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1968], págs. 103-152); el debate fue prolongado y ampliado por Peckham, «Toward a Theory of Romanticism», Publications of the Modern Language Association, 66.2 (1951), 5-23 (reimpreso en The Triumph of Romanticism, págs. 3-26), quien después rechazó la mayor parte de lo que había dicho en «Toward a Theory of Romanticism: II. Reconsiderations», Studies in Romanticism, 1 (1961), 1-8 (reimpreso en The Triumph of Romanticism, págs. 27-35). Hans Eichner resume de esta manera el estado de la cuestión, «The Rise of Modern Science and the Genesis of Romanticism», Publications of the Modern Language Association, 97 (1982), 8-30, en la pág. 8: «Aunque no hay acuerdo en absoluto acerca del significado de este evasivo término, las definiciones propuestas han disminuido mucho en número e importancia. Al fin y al cabo, parece que los académicos se han dado cuenta... de que cualquier definición que pueda abarcar el soneto de Keats "Al Sueño", Enrique von Ofterdingen de Novalis y Hernani de Hugo debe ser tan amplia que carecería de sentido».



 

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Sin embargo, obsérvense las alusiones cervantinas en una afirmación reciente: «Había en la mente romántica la conciencia, común a todo el movimiento, de un conflicto entre dos mundos: "Uno era el mundo de la verdad, bondad y belleza ideales; este mundo era eterno, infinito y absolutamente real. El otro era el mundo de las apariencias, que para el sentido común era el único, y que para los idealistas estaba tan lleno de engaños, ignorancia, maldad, fealdad y tristeza, que les descorazonaba y llenaba de indignación"» (Ernest Bernbaum, citado por William Emmet Coleman, On the Discrimination of Gothicisms [New York: Arno, 1980], págs. 232-233; Coleman también proporciona un resumen del punto de vista actual sobre la definición del romanticismo.)



 

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Quienes estaban menos interesados en Cervantes, como Novalis, también estaban menos integrados en el movimiento.



 

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Cervantes era menos popular en la España del siglo XVIII, y su categoría fue a menudo polémica. A principios del siglo el bibliotecario real y académico Nasarre defendió la superioridad de la Segunda Parte de Avellaneda sobre la de Cervantes. Defender que Cervantes era el mejor autor español (y como consecuencia rebajar a Lope, Calderón, etc.) significaba exponerse a ser acusado de falta de patriotismo, como le ocurrió a Mayáns, primer biógrafo de Cervantes. La misma situación se repitió en 1939 (Julio Rodríguez Puértolas, «Ideología y realidad. La mitomanía casticista de los "Siglos de Oro"», Nuevo hispanismo, 1 [1982], 77-102, en la pág. 89). Como señaló Tubino (pág. 196), la apreciación de Don Quijote como clásico llegó a España del extranjero.

Feijoo ni siquiera menciona a Cervantes (ni tampoco ninguna obra de ficción en prosa) en su ensayo «Glorias de España» de su Teatro crítico universal. En ninguna de las primeras historias de la literatura española se le da, ni de lejos, la importancia que cobró más tarde. «El poco imaginativo siglo XVIII [español] era propenso a considerar el Quijote como una alegoría gigantesca, y por consiguiente a interpretarlo mal, emplearlo mal e infravalorarlo» (I. L. McClelland, The Origins of the Romantic Movement in Spain [Liverpool: Institute of Hispanic Studies, 1937], pág. 268; para un ejemplo, véase Gilbert Smith, Juan Pablo Forner [Boston: Twayne, 1976], pág. 75). La primera indicación que conozco de cambio en la interpretación se encuentra en Cartas marruecas de Cadalso: «En esta nación hay un libro muy aplaudido por todas las demás. Lo he leído, y me ha gustado sin duda; pero no deja de mortificarme la sospecha de que el sentido literal es uno, y el verdadero es otro muy diferente» (ed. Lucien Dupuis y Nigel Glendinning [London: Tamesis, 1966], pág. 131). Según una nota de Ribero y Larrea publicada en 1792, «La popularidad de Cervantes crecía rápidamente.... Aunque parezca extraño, aunque el siglo XVIII sufría muchas ilusiones misteriosamente adversas acerca del genio nativo, preservó la tradición de Calderón, rescató a Lope y a Tirso del olvido, y empezó a pensar en Cervantes como el rey de la literatura española» (McClelland, pág. 269; cursiva del autor). Acerca de las distintas lecturas que la España del siglo XVIII hizo de Don Quijote, véase Francisco Aguilar Piñal, «Anverso y reverso del quijotismo en el siglo XVIII español», Anales de Literatura Española, 1 (1982), 207-216 y «Cervantes en el siglo XVIII», Anales Cervantinos, 21 (1983 [1984]), 153-163. Sobre la polémica acerca de Cervantes, la introducción de Antonio Mestre en su edición de la Vida de Miguel de Cervantes Saavedra de Mayáns, Gilbert Smith, «El cervantismo en las polémicas literarias del siglo XVIII», en Cervantes. Su obra y su mundo. Actas del I Congreso Internacional sobre Cervantes, ed. Manuel Criado de Val (Madrid: Edi-6, 1981), págs. 1031-1035 y R. Merritt Cox, «Cervantes and Three Ilustrados: Mayáns, Sarmiento, and Bowle», en Studies in the Spanish Golden Age: Cervantes and Lope de Vega, ed. Dana B. Drake y José A. Madrigal (Miami: Universal, 1978), págs. 12-20.



 

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No puedo resistir la tentación de citar el siguiente ejemplo de la influencia de Cervantes en los Estados Unidos: «Thoreau creía que "para ser caminante se necesitaba una dispensa directa del cielo". "El espíritu heroico caballeresco que había pertenecido al caballero", observó, "parece que ahora reside, o quizás se haya rebajado, en el del caminante: no el caballero, sino el caminante andante"» (Schenk, The Mind of the European Romantics, pág. 173).



 

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Alfred Lussky, Tieck's Romantic Irony, with Special Emphasis upon the Influence of Cervantes, Sterne, and Goethe (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1932), pág. 3. Tymms, pág. 121, lo expone de la siguiente forma: «fue Friedrich Schlegel quien se constituyó en el primer y mayor legislador del movimiento, e ideó un código teórico de principios románticos».



 

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Bertrand, Cervantes et le romantisme allemand, págs. 120 y 627. Debe mencionarse que según Bertrand (págs. 102-103), Cervantes confirmó a Friedrich Schlegel conclusiones a las que ya había llegado; sobre los orígenes de la teoría del romanticismo de Schlegel véase Lussky, Tieck's Romantic Irony, especialmente los capítulos 1 y 2, y Raymond Immerwahr, «The Subjectivity or Objectivity of Friedrich Schlegel's Poetic Irony», Germanic Review, 26 (1951), 173-191, en la pág. 185, nota 55.



 
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