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Capítulo II

El libro de caballerías ideal: El «famoso Bernardo»


Una higa para todos los golpes que fingen de Amadís y los fieros hechos de los gigantes, si hubiese en España quien los de los españoles celebrase.


Luis de Zapata, Miscelánea153                


¿Quién mereció la gloria, el nombre y opinión traída de la famosa antigüedad, como Bernardo del Carpio?


Fernando de Herrera, Anotaciones154                



Mala la huvistes, franceses, en essa de Roncesvalles.


Romance citado en Don Quijote, III, 125, 26-27155                


En sus prólogos y dedicatorias Cervantes a menudo comentaba sus proyectos literarios, y siempre que podemos probar sus declaraciones vemos que son ciertas. En el prólogo de La Galatea, «otras [obras] offresce para adelante de más gusto y de mayor artificio» (I, L, 10-11), «empresas más altas y de mayor importancia» (I, xlviii, 7-8), y ciertamente las ofreció. Al final de la Primera Parte de Don Quijote, dijo que si esa obra alcanzaba su objetivo, «se animará a sacar y buscar otras [obras], si no tan verdaderas, a lo menos, de tanta invención y passatiempo» (II, 402, 10-12), y también lo hizo. En el prólogo de las Novelas ejemplares Cervantes afirmó que los lectores verían primero «con brevedad dilatadas, las hazañas de don Quixote y donaires de Sancho Pança», después los Trabajos de Persiles, y finalmente las Semanas del jardín (I, 23, 18-20); publicó en un período de dos años la Segunda Parte de Don Quijote, seguida de Persiles. En la dedicatoria de Ocho comedias y ocho entremeses dijo que Don Quijote tenía «calçadas las espuelas en su segunda parte para ir a besar los pies a V. E.... Luego irá el gran Persiles, y luego Las semanas del jardín, y luego la segunda parte de La Galatea, si tanta carga pueden llevar mis ancianos ombros» (I, 11, 12-14 y 19-22). Don Quijote siguió inmediatamente después, y Cervantes escribió en su prólogo, «esperes el Persiles que ya estoy acabando y la segunda parte de Galatea» (III, 32, 5-6), y en la dedicatoria dijo que terminaría los Trabajos de Persiles y Sigismunda «dentro de quatro meses, Deo volente» (III, 34, 12); murió seis meses más tarde, después de terminar el Persiles.

En la dedicatoria de su último libro publicado, Cervantes dijo que además de la segunda parte de la Galatea y de las Semanas del jardín, estaba escribiendo el «famoso Bernardo», y de las dos últimas obras sólo «quedan en el alma ciertas reliquias y assomos» (I, lvi, 16-18). Nadie ha cuestionado nunca la precisión de estas declaraciones, y, como se ha dicho antes, las referencias a la continuación de la Galatea se aceptan como una indicación de que al menos había escrito parte de ella. Los editores del Persiles han aventurado algunas especulaciones acerca de las Semanas del jardín, suponiendo que sería del tipo de relatos cortos estructurados «al estilo del Decamerón, quizás», especula Avalle-Arce156. Sin embargo, nadie ha hecho ningún comentario sobre el Bernardo de Cervantes. Vamos a considerar qué tipo de obra era.

Antes de nada, ¿sobre qué Bernardo escribió Cervantes? Debió de ser sobre el héroe español medieval Bernardo del Carpio; no había otro Bernardo tan conocido como éste en la España del Siglo de Oro. El hecho de que Bernardo como título podía solamente referirse a Bernardo del Carpio es confirmado por el título del poema épico de Balbuena (Bernardo, publicado en 1624)157. No hay ninguna duda de que fue sobre Bernardo del Carpio.

Bernardo del Carpio fue en la España del Siglo de Oro el «arquetipo del héroe hispano»158. Su presencia en las obras de destacados historiadores contemporáneos, Garibay, Morales159 y Mariana160, así como también en la crónica publicada por Ocampo, aseguró su historicidad. En la literatura, además del poema de Balbuena, Bernardo fue el tema de los poemas épicos de Nicolás Espinosa (Segunda parte de Orlando, 1555), de Francisco Garrido de Villena, traductor de Boyardo (El verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles, 1555), de Agustín Alonso (Historia de las hazañas y hechos del invencible cavallero Bernardo del Carpio, 1585), de Luis Barahona de Soto (La Angélica, conocida como Las lágrimas de Angélica, Primera Parte, 1586)161, y Cristóbal Suárez de Figueroa (España defendida, 1612)162; desempeñó un papel destacado en la Lyra heroyca de Francisco Núñez de Oria (1581)163, y también se encuentra en numerosos romances. Bernardo del Carpio fue el protagonista de una comedia de Juan de la Cueva (presentada en Sevilla en 1579, publicada en 1588)164, de otra del mismo Cervantes, y de dos de Lope de Vega Carpio165, quien, de joven, fue ridiculizado por sus pretensiones de descender de Bernardo166. También fue el tema de obras de Lope de Liaño (Bernardo del Carpio en Francia), de Álvaro Cubillo de Aragón (El Conde de Saldaña y su continuación, Los hechos de Bernardo del Carpio) y del autor desconocido de la segunda parte de Bernardo del Carpio de Lope167.

Bernardo fue tan popular porque era una figura extremadamente patriótica, organizador y líder de la resistencia contra los invasores carolingios. Fue la respuesta española a Roldán, a quien, según la leyenda española y los poemas mencionados, mató en Roncesvalles. Creado en la Edad Media168, su resurgimiento a finales del siglo XVI forma parte del poco estudiado despertar del interés por la historia nacional, resultado de la expansión militar y religiosa española. También refleja la rivalidad de España y Francia en el siglo XVI: «Durante los reinados de Carlos V y Felipe II, se ha dicho acertadamente, "nada parecía más actual que la historia de Bernardo del Carpio"»169. En la figura de un líder joven y atractivo, pariente ilegítimo del rey, quizás se veía cierta semejanza con don Juan de Austria170. La resurrección de Bernardo fue, ante todo, la respuesta española a la glorificación ficticia de héroes franceses en los popularísimos poemas de Ariosto y Boyardo; el primero de los poemas épicos sobre Bernardo, el de Espinosa, fue la Segunda parte de Orlando [furioso], con el verdadero sucesso de la famosa batalla de Roncesvalles, fin y muerte de los doze Pares de Francia, y fue publicado acompañando las ediciones de las traducciones españolas de Ariosto171. Como dice Espinosa en su dedicatoria, escribió la obra porque vio que eran «tan cantadas las hazañas de los Pares de Francia, por los famosos Conde Descandiano [Boyardo], y Ludovico Ariosto, hinchiendo el mundo de sus heroicos hechos: y que estavan sepultados en el olvido nuestros Españoles, que a éstos, y muchos más en la nombrada lid de Roncesvalles vencieron y sobraron».

Sin embargo, Cervantes encontró las obras del siglo XVI sobre Bernardo (en las cuales se presenta de forma muy parecida a Amadís y a otros caballeros andantes literarios) muy deficientes. En el escrutinio de la librería de Don Quijote, las obras que tratan de «estas cosas de Francia» han de estar en cuarentena, como Belianís, hasta que «con más acuerdo se vea lo que se ha de hazer dellos»172. Pero los poemas épicos Bernardo del Carpio y Roncesvalles «han de estar en las [manos] del ama y dellas en las del fuego, sin remisión alguna» (I, 99, 15-24)173. Bernardo fue, pues, un tema lógico para Cervantes, que estaba interesado por el heroísmo español y por el progreso de la literatura. También, Bernardo era el hijo del conde de Saldaña, y Cervantes asistía a la Academia de los Nocturnos, patrocinada por Diego Gómez de Sandoval, conde de Saldaña174.

¿Pero qué era esa obra titulada Bernardo que Cervantes escribió sobre las hazañas de Bernardo del Carpio? ¿Se trata de una comedia? Hay que rechazar esta hipótesis por varias razones. La mención al «famoso Bernardo» junto con las Semanas del jardín, y la afirmación de Cervantes «todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y assomos», sugieren que Bernardo era una obra que tenía la extensión de un libro, no una comedia. Cervantes ya había escrito una comedia sobre Bernardo del Carpio, La casa de los celos y selvas de Ardenia, lo que es un argumento en contra de que hubiera escrito otra. Hay muchos indicios de que Cervantes no escribió para el teatro después de 1605, mucho menos en una fecha tan tardía como 1616. ¿Por qué había de escribir, si sus piezas dramáticas ya no interesaban (Adjunta al Parnaso, 124, 31)? La lista de sus obras concluidas que se encuentra al principio de Viaje del Parnaso, IV, es cronológica, y da a entender que sus comedias son anteriores a Don Quijote. En el prólogo de las Ocho comedias y ocho entremeses, donde se publicó La casa de los celos, dijo que había intentado escribir una comedia por última vez «algunos años ha», y esto parece indicar más de dos o tres años175.

¿Era, pues, un poema? Esta posibilidad es casi tan remota como la de que fuera una comedia. Un poema sobre Bernardo habría tenido que ser un poema épico, y ya en 1605 se habían escrito cinco poemas épicos sobre él, tres de ellos publicados (los de Alonso, Espinosa, y Garrido de Villena), uno parcialmente publicado (el de Barahona de Soto)176, y uno inédito (el de Balbuena); «la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, haze que no se estimen» (III, 32, 1-3). Además, el verso no era la forma preferida de Cervantes; no escribió muchos, y le parecían difíciles177; critica sus propios versos por medio de las palabras del cura Pero Pérez («más versado en desdichas que en versos», I, 104, 30-32), y puede que se refiera a ellos en su autocrítica en el Parnaso (14, 2-19; 16, 15-17).

Cervantes no muestra ningún interés por la narración en verso comparable con su gran interés por las posibilidades y deficiencias de la prosa existente. Pero Pérez es hostil al verso hasta el punto de proponer que se suprima de La Diana, después de lo cual «quédesele en ora buena la prosa» (I, 103, 1). Los personajes de Cervantes no discuten los relativos méritos del Carlo famoso (que tiene mucho de caballeresco) y de la más contenida Austríada, ni la validez de los poemas históricos de Lucano y de Tasso, ni incluso el valor de Garcilaso. Cervantes bien podría haber visto a los españoles como líderes (y efectivamente lo eran) en el desarrollo de la prosa literaria. Este género nacional, y no los modelos extranjeros, era lo que los literatos españoles deberían celebrar, explorar e incluso coleccionar. El discurso del canónigo da a entender que la prosa es un medio apropiado para escribir sobre los héroes. Cervantes llevó a la práctica, en el Persiles, la épica en prosa, y es imposible aceptar que en el prólogo de su gran poema épico en prosa mencionara casualmente la composición de un poema épico en verso.

Llegamos, por tanto, a la conclusión, totalmente coherente con la trayectoria de Cervantes y con el hecho de que se mencione junto con las Semanas del jardín y la Segunda Parte de La Galatea, que Bernardo fue escrito en prosa. No había habido ningún libro en prosa sobre Bernardo del Carpio178, mientras que en el siglo XVI se habían publicado crónicas caballerescas del Cid, de Fernán González y del rey Rodrigo. ¿Era Bernardo un libro histórico? También esta posibilidad es dudosa. Cervantes se interesaba por la historia; apreciaba los buenos libros históricos y seguramente leyó un buen número de ellos179. Debía de tener conocimientos del método histórico (búsqueda de fuentes, tanto mejores cuanto más cercanas a los hechos; conciliación de diferencias, evaluando la credibilidad de las fuentes180; preferencia, en igualdad de condiciones, de las fuentes escritas a la memoria. Pero no concuerda con nuestros conocimientos sobre Cervantes imaginarlo escribiendo una historia, de la que no nos ha dejado ningún texto ni ninguna referencia a su composición. Y ¿de dónde sacaría Cervantes la información histórica sobre Bernardo, suficientemente detallada para llenar un libro? ¿Qué fuentes podía usar? Los materiales más antiguos que la crónica de Alfonso X, de la cual la crónica de Ocampo antes mencionada (pág. 45) era una versión bien conocida, estaban en latín. Las crónicas más antiguas, como las Silense y Najarense, eran inéditas cuando no desconocidas; las historias prealfonsinas más importantes, las de Rodrigo Toledano y de Lucas Tudense, se habían editado sólo en el extranjero181. El historiador más antiguo de los publicados, Lucas Tudense, encontró la historia de Bernardo extremadamente confusa182, y ninguna de estas posibles fuentes ofrecía más que datos escuetos de la vida de Bernardo.

Debemos recordar que los escritos históricos no gozaban del mismo prestigio que la literatura, y por tanto no podían proporcionar a Cervantes la aclamación que anhelaba. La recompensa psicológica habría sido menor, y el dinero, especialmente después de recibir el apoyo del Conde de Lemos y del cardenal Sandoval y Rojas183, seguramente no era su único móvil184. La responsabilidad del historiador es muy grande, pues debe contar los hechos no como podían o debían haber sido, sino como realmente fueron185.

Pero como autor de literatura, a Cervantes le hubiera sido posible mejorar las obras existentes sobre Bernardo. Lo habría hecho presentando, como hicieron Homero y Virgilio186 y como propone el canónigo (II, 344, 17-26), un modelo o «exemplo» de conducta; ésta era otra ventaja clave, y también una responsabilidad, que el escritor de literatura («poeta») tenía sobre el historiador. Al mismo tiempo, sin embargo, Cervantes habría suprimido las contradicciones con la verdad histórica, haciendo verosímil y creíble la parte inventada o ficticia187.

Por tanto el Bernardo de Cervantes, aunque tuviera un tema histórico, era una obra literaria en prosa. Sólo hay dos tipos de literatura heroica en prosa que Cervantes conociera: el poema épico en prosa, y una subcategoría de la poesía épica, el libro de caballerías. En base a su contenido, que era crucial, y no a la forma, que era secundaria, el libro de caballerías, que trata de hechos heroicos, es un poema épico: «todos essos libros de cauallerias... no tienen, digo, diferencia alguna essencial que los distinga [de la épica]», dice López Pinciano188. Las palabras del canónigo, comparando el libro de caballerías con las obras de Homero y Virgilio (II, 346, 6-12), indican que éste era el punto de vista de Cervantes.

No obstante, no todos los poemas épicos son libros de caballerías; la épica, para López Pinciano, podía tratar de otros tipos de acciones heroicas, además de las caballerescas y militares189. Su ejemplo más importante, para los estudiosos de Cervantes, es Heliodoro. Heliodoro es un poeta épico: «de Heliodoro no ay duda que sea poeta, y de los más finos épicos que han hasta agora escripto», dice López Pinciano (III, 167), y el Persiles de Cervantes fue escrito siguiendo el modelo de Heliodoro (prólogo de las Novelas ejemplares). Por lo tanto, para Cervantes, el Persiles era un poema épico, y en este punto todos están de acuerdo. Aquí tenemos otro argumento en contra de que Bernardo fuera un poema épico en prosa, pues Homero fue el único poeta clásico que escribió dos poemas épicos. Virgilio escribió uno, Lucano escribió uno; Aquiles Tacio y Heliodoro escribieron uno. Lo mismo Boyardo, Ariosto y Tasso; Ercilla, Rufo, Virués y Barahona de Soto, que eran para Cervantes los mejores escritores épicos españoles (I, 105, 9-30), tampoco escribieron más que uno cada uno, y dudo de que Cervantes hubiera querido quebrantar esta regla no escrita escribiendo dos poemas épicos. (Lope publicó el tercero en 1602190.)

Incluso si admitiéramos que Cervantes había escrito dos poemas épicos, lo que parecería poco probable, tendríamos que aceptar que ambos fueron totalmente distintos, lo que es aún menos probable. Bernardo tenía un origen histórico, Persiles, imaginario; Bernardo trataba de las proezas de un guerrero, y Persiles es el relato de la peregrinación de una pareja de amantes. Bernardo estaba situado a principios de la Edad Media, Persiles tiene lugar en tiempos de Cervantes191. ¿Cómo podía Cervantes haber utilizado la épica de dos formas tan dispares?

Por tanto, si Persiles fue el poema épico de Cervantes, Bernardo fue algo distinto. Nos quedamos con la conclusión atractiva y lógica de que Bernardo fue un libro de caballerías, género que brilla por su ausencia en el corpus de Cervantes, aun cuando lo conocía bien, meditaba sobre él, hablaba de él y creía que podía ser mucho mejor de lo que era. Entonces, cuando tenemos a un autor que había empezado pero no había concluido un libro de caballerías192, y cuando un juicioso personaje de este autor ha hecho lo mismo, creo que podemos, con seguridad, tomar a ese personaje como portavoz del autor en esta cuestión. Por lo tanto no dudo en datar el principio de la composición de Bernardo como anterior a la composición del capítulo 47 de la Primera Parte de Don Quijote193, y en afirmar que Cervantes ya había escrito «más de cien hojas» por aquella época (II, 346, 17). Era una cantidad considerable, puesto que la «Novela del curioso impertinente», escrita «de muy buena letra» (II, 83, 3; II, 87, 29), sólo ocupaba ocho pliegos (II, 87, 31)194.

Las mismas pruebas indican que, como era, al parecer, su costumbre195, Cervantes lo había mostrado a muchos, incluidos los «hombres doctos y discretos, apassionados desta leyenda» del canónigo (II, 346, 19-20; adaptado)196, recibiendo «una agradable aprobación» (II, 346, 22-23)197, pero que lo había dejado de lado. El discurso del canónigo también sugiere un motivo: miedo del «confuso juizio del desvanecido vulgo, a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros» (II, 346, 30-347, 2)198, confirmado por la aprobación que dio el vulgo a las comedias defectuosas (II, 347, 3-25; II, 350, 10-12). Ya que únicamente es mencionado en la dedicatoria de la última obra que Cervantes escribió, debemos suponer que guardó el manuscrito de Bernardo durante largo tiempo y lo prosiguió después de un intervalo de muchos años, habiendo entretanto elevado el gusto del vulgo con la publicación de Don Quijote199. Eso mismo (guardar cuidadosamente sus manuscritos, y reanudar proyectos dejados de lado) es lo que hizo con varias otras obras200.

Antes de adentrarnos en el supuesto contenido de Bernardo, hay otro punto por examinar: lo que Cervantes creía que debía ser un libro de caballerías. Si habla de «un libro o fábula» (II, 341, 25-26) y de «historias y libros» (III, 69, 5-6), Cervantes entendía el término libro como una categoría genérica201. No he encontrado ninguna discusión sobre este término usado de esa forma, pero muchos libros de los siglos XVI y XVII usan libro en sus títulos, y todos ellos, aparte de algunas excepciones que se mencionarán un poco más adelante, son obras destinadas a dar información a sus lectores, y de los que, por tanto, los teóricos literarios lógicamente no hacían caso. Entre ellos están el Libro de la historia y milagros de Nuestra Señora de Montserrat de Pedro de Burgos (1514), el Libro de cocina de Roberto de Nola (1525), el Libro llamado Consulado de mar (1539), el Libro del arte de las comadres, o madrinas, y del regimiento de las preñadas y paridas, y de los niños de Damián Carbón (1541); el Libro llamado Tesoro de virtudes de Alfonso de la Isla (1543), el Libro intitulado Los problemas de Francisco López de Villalobos (1543), el Libro de pestilencia curativo y preservativo (1542), el Libro de experiencias de medicina (1544) y el Libro de las quatro enfermedades cortesanas (1544) de Luis Lobera de Ávila, que estaban entre los libros del padre de Cervantes202, el Libro de las meditaciones de San Agustín (1550), el Libro de grandezas y cosas memorables de España (1549) y el Libro de la verdad (1555) de Pedro de Medina, el Libro de enfrentamientos de la gineta de Eugenio Manzanas (1583), el Libro del paso honroso de Juan de Pineda (1588), el Libro de las virtudes y propiedades maravillosas de las piedras preciosas de Gaspar de Morales (1604), y muchos otros203.

Los libros que usaban la palabra libro en el título y no eran verdaderos eran atacados, a veces duramente. Entre ellos están el Libro áureo de Marco Aurelio (1527), el Libro llamado Reloj de príncipes (1529), y el Libro llamado Monte Calvario (1545) de Antonio de Guevara204, el antecesor milesio de los libros de caballerías, el Asno de Oro de Apuleyo (Libro del Lucio Apuleyo del asno de oro, ¿Sevilla, 1513?)205, y la Pícara Justina, que, si era un libro, por lo menos tenía la decencia de llamarse un Libro de entretenimiento. ¿Pero qué habría pensado Cervantes del Libro del esforzado cavallero Tristán de Leonís? ¿Del Libro del noble y esforzado cavallero Renaldos de Montalbán? ¿Del Libro del esforzado gigante Morgante y de Roldán y Reinaldos? ¿Del Libro del muy esforzado e invencible Caballero de la Fortuna propiamente llamado don Claribalte? ¿Del Libro del invencible caballero Lepolemo? ¿Del Libro del famoso caballero Palmerín de Oliva, que por el mundo grandes hechos en armas hizo, sin saber cuyo hijo fuese? ¿Del Libro del invencible caballero Primaleón?

Habría pensado que efectivamente engañarían al ignorante, a quien no se podría censurar si los consideraba verdaderos, especialmente cuando iban acompañados de un aparato a menudo rebuscado que describía cómo se encontró el manuscrito y cómo fue traducido, y a veces con prólogos distintos del «autor» y del «traductor». Todos los libros de caballerías pretendían narrar acontecimientos que realmente ocurrieron; algunos incluso llegaron a llamarse crónicas206. En Don Quijote vemos que esta pretensión engañaba a muchos207.

¿No es éste el centro del ataque de Cervantes contra los libros de caballerías, que no eran verdaderos sino falsos? ¿No es éste el sentido de que su «máquina» está «mal fundada» (I, 38, 4-5), el motivo por el cual deberían quemarse no sólo los libros (Primera Parte, capítulo 6; II, 362, 21-29) sino también a los autores (III, 68, 25-27)? ¿No son secundarios su estructura mediocre, su deficiente estilo y sus fabulosos disparates? Incluso puede explicarse su inmoralidad como una consecuencia de su falsedad208.

El Bernardo de Cervantes contendría hazañas caballerescas verdaderas, basadas en un personaje histórico; en Don Quijote se subraya la importancia de leer libros de caballerías verdaderas (II, 83, 30-84; II, 363, 12-27). El Bernardo de Cervantes no sólo trataría de un caballero histórico, sino que además este héroe histórico era español, subsanando una grave deficiencia en los libros de caballerías existentes, cuyos protagonistas imaginarios -Amadís de Gaula209, Palmerín de Inglaterra, Belianís de Grecia, etc.- eran siempre extranjeros210. Era esencial que Bernardo fuera una obra literaria antes que histórica, pues tanto Don Quijote como Juan Palomeque rechazan los libros históricos por poco interesantes; los críticos de los libros de caballerías confirman que esta actitud estaba extendida. Deleitar aprovechando era el principio literario más universal en la España del Siglo de Oro211. Un libro de caballerías podía y debía hacer lo mismo.

Existe la información acerca de la visión cervantina de la Historia de España para permitir una reconstrucción parcial de su Bernardo, aunque nunca se haya reunido. (Castro ni siquiera menciona el pensamiento histórico en su Pensamiento de Cervantes.) Un punto de partida lógico es su comedia La casa de los celos212, en la cual Bernardo, un caballero andante, es un personaje importante. En esta obra ya puede detectarse la oposición a la España medieval descrita por Boyardo, Ariosto y los autores españoles mencionados anteriormente en este capítulo213. Hay repetidos comentarios sobre los conflictos absurdos entre los cristianos y sobre la necesidad de que Bernardo desista de sus aventuras en Francia. Merlín le recomienda, en un largo discurso, que vuelva a España, libre a su padre de la cárcel y use sus habilidades caballerescas para un fin patriótico:


Valeroso español, cuyo alto intento
de tu patria y amigos te destierra;
buelve a tu amado padre el pensamiento,
a quien larga prisión y escura encierra.
A tal hazaña es gran razón que atento
estés, y no en buscar inútil guerra
por tan remotas partes y escusadas....
Tiempo vendrá que del francés valiente,
al margen de los montes Pireneos,
baxes la altiva y generosa frente....
Por ti tu patria se verá en sosiego,
libre de ageno mando y señorío....
Buelve, buelve, Bernardo a do te llama
un inmortal renombre y clara fama.


(I, 152, 4-11, 13-16, y 22-23)                


En La casa de los celos, pues, el joven Bernardo deja una vida improductiva y absurda en el extranjero, para asumir su responsabilidad: la defensa de su país. Dirigirá la resistencia contra las fuerzas de Carlomagno, y bajará «la altiva y generosa frente» del francés «al margen de los montes Pireneos», es decir, matará a Roldán en Roncesvalles. Aunque se nos dice en Don Quijote que es dudoso que Bernardo hiciera todas las hazañas que se le atribuyen (II, 368, 14-16), ésta es la única mencionada, que evidentemente impresionó al protagonista (I, 52, 19-23; I, 373, 23-25; III, 403, 5-11). La fama y el valor de Roldán fueron ganados con falsedad, por medio de encantamientos, y no hay resistencia a la verdadera valentía favorecida por Dios214. Porque Dios le ayudaba, Bernardo, y no Claribalte o Primaleón, sería verdaderamente invencible.

Las hazañas de Bernardo, sin embargo, más que terminar, empezarían con la derrota de los franceses en Roncesvalles. La cuestión principal era la amenaza islámica a la Europa cristiana; como su escudero le dice: «en España ay que hazer, / moros tienes en fronteras, / tambores, pitos, vanderas / ay allá, ya puedes ver» (I, 147, 16-19). Castilla, con un león en una mano y un castillo en la otra, exhorta a Bernardo a ayudar a los españoles a defenderse, sin la ayuda y el mando francés:


¿Duermes, Bernardo amigo...?
Advierte que tu tío,
contra todo derecho,
forma en el casto pecho,
una opinión, un miedo, un desvarío
que le mueve a hazer cosa
ingrata a ti, infame a mí, y dañosa.
Quiere entregarme a Francia,
temeroso que, él muerto,
en mis despojos no se entregue el moro....
No mira que el decoro
de animosa y valiente,
sin cansancio o desmayo,
que me infundió Pelayo,
he guardado en mi pecho eternamente....
Ven, y con tu presencia
infundirás un nuevo
corazón en los pechos desmayados....
Te llevaré, Bernardo, al patrio suelo.
Ven luego, que el destino
propicio tuyo, encierra
tú en tu brazo tu honra y mi consuelo.
Ven, que el benigno cielo
a tu favor se inclina....
...Dentro en pocos años
verás estrañas cosas,
amargas y gustosas,
engaños falsos, ciertos desengaños.


(I, 224, 6-226, 5)215                


Podemos dirigirnos a los historiadores para más información acerca de otras hazañas de Bernardo; Cervantes, apasionado defensor de la verdad histórica, no habría creado un Bernardo en conflicto con los conocimientos históricos. Debe observarse, sin embargo, que Bernardo pertenecía a una época lejana de la Edad Media, y como se ha dicho anteriormente, lo que se conocía acerca de él se limitaba a unos cuantos acontecimientos importantes. Al escribir sobre Bernardo, pues, Cervantes tenía el «espacioso campo» que el canónigo alabó (II, 343, 24-29)216 y que Juan Rufo echaba de menos en la historia moderna217. Había muchas posibilidades para la imaginación inteligente del autor sin que entrara en conflicto con los hechos históricos. Éste era un importante problema crítico, que William Nelson denominó «el dilema del narrador renacentista»218: cómo escribir literatura sin poner en peligro la verdad. La solución, que también recomendó López Pinciano219, es ingeniosa. La dificultad del historiador se convierte en la oportunidad del novelista220.

Desde una perspectiva histórica, los años en que Bernardo vivió fueron esenciales para el cristianismo español. Fue el primer señor de Bernardo, Alfonso II, quien inició lo que Menéndez y Pidal ha llamado «neogoticismo»: la creencia de que los reyes de Asturias y León eran los herederos de la monarquía visigoda, y por lo tanto los verdaderos soberanos de toda la Península221. Fue también en esta época cuando surgió la idea de que los musulmanes tenían que ser expulsados, que España tenía que ser reconquistada por los cristianos.

Como ya se ha mencionado, fue Bernardo quien demostró que la España cristiana era capaz de emprender esta empresa sin ayuda francesa. Tras sus habilidades como guerrero y líder de hombres estaba su virtud moral. En contraste con Roldán, enloquecido y anulado como guerrero por Angélica y en contraste con los polígamos árabes, cuyo interés por los muchachos (garzones) Cervantes menciona en varias ocasiones222, Bernardo era un héroe casto. En ningún romance o texto histórico se mencionan sus servicios corteses a una dama, aunque se casa; su señor y tío, Alfonso II «el Casto», llevó la castidad a tal extremo que no tuvo descendientes223. Según la historia de la época, fue el libertinaje del rey Rodrigo y su adulterio con La Cava la causa de que los disolutos árabes conquistaran la Península224; la virtud de Fernando e Isabel los condujo al éxito225. Los reveses militares y políticos son consecuencia del pecado226; la pureza moral, especialmente la abstinencia sexual, es recompensada con la victoria227.

En resumen, Bernardo del Carpio fue la razón principal por la cual «prósperamente y casi sin ningún tropiezo procedían en tiempo del rey don Al[f]onso las cosas de los cristianos con una perpetua, constante, igual y maravillosa bonanza» (Mariana, pág. 206a). Siendo el iniciador de la Reconquista, a su vez una inspiración para las Cruzadas, habría sido una persona «que ha sido la salud no sólo de un reino, sino de muchos» (III, 93, 1-2), una persona cuyas hazañas eran incluso más importantes que las de los «doze Pares de Francia» y los «Nueve de la Fama» juntos (I, 91, 13-14).

El descubrimiento de los supuestos restos del apóstol Santiago en Galicia fomentó mucho el progreso de la España cristiana medieval. La aparición de Santiago, patrón de España, en el Bernardo de Cervantes parece inevitable, puesto que fue el acontecimiento más «dichoso» del reinado de Alfonso II (Mariana, pág. 203b), y casi coincidió con el nacimiento del héroe228. Como dice Don Quijote, «este gran cavallero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo, especialmente en los rigurosos trances que con los moros los españoles han tenido» (IV, 230, 9-13).

El cronista ficticio o sabio encantador, como Urganda de Amadís de Gaula, Alquife de Amadís de Grecia y Artemidoro y Lirgandeo del Espejo de príncipes y caballeros, era un personaje esencial en el libro de caballerías. La aparición del personaje de Cide Hamete en Don Quijote demuestra que Cervantes era consciente de la necesidad de esta figura. El uso de estos adornos seudohistóricos contribuía a que los lectores creyeran en lo que leían, y no había ningún peligro, más bien un gran beneficio, en que creyeran en las hazañas de Bernardo del Carpio.

El sabio encantador, en los libros de caballerías, no era sólo un cronista. Poseía poderes sobrenaturales, y podía predecir glorias futuras229. Solía aparecer en los momentos claves, a menudo durante el combate, para ayudar al caballero, a quien aconsejaba y guiaba, para que todo le fuera bien230.

Es lógico atribuir este papel a Santiago, quien habría «escrito» en griego, la pretendida lengua de composición más frecuente de los libros de caballerías castellanos. Con Santiago apoyando a Bernardo, algo perfectamente lógico que hiciera, los indeseables elementos sobrenaturales de los libros de caballerías se convertirían en milagros231. Esta sugerencia, quizás sorprendente, lo es menos si consideramos que los escritos fraudulentos acerca de Santiago eran una importante cuestión histórica y religiosa en la España de Cervantes. En Granada, una montaña llamada el Sacromonte había recibido este nombre al haberse hallado en ella un polémico grupo de textos, los «libros plúmbeos», cuya autenticidad se debatía acaloradamente232. Cervantes y sus lectores, incluso los relativamente ignorantes, debían de haber oído hablar de estos famosísimos descubrimientos. Cervantes parece aludirlos al final de la Primera Parte (II, 401, 17-25). Estos textos tratan de María, Pedro y Santiago; según afirmaban, habían sido escritos por los secretarios de este último, y demostraban la preciada creencia española de que Santiago había visitado España. Considerando la pretensión, en los libros de caballerías, de que los manuscritos imaginarios que habían sido «recuperados» y «traducidos» habían sido descubiertos en lugares remotos y en circunstancias extrañas y maravillosas233, es posible que Cervantes hubiera simulado encontrar el manuscrito de su libro sobre Bernardo del Carpio en Granada234.

Santiago no era sólo un santo sino también un caballero (IV, 228, 1-2)235. El hecho de que la profesión de «el exercicio de las armas» (IV, 228, 2-3) y la religión pudieran relacionarse, que los santos pudieran ser caballeros y los caballeros santos, y parece haber sido importante para Cervantes, sorprendido de que la mayoría de los santos recientes fueran frailes y no los que trabajaban en la viña del Señor236. En Don Quijote se indica esta conexión. «Religión es la cavallería, cavalleros santos ay en la gloria», explica Don Quijote a Sancho (III, 120, 10-11); después de recobrar su juicio en el último capítulo, se declara enemigo de «todas las historias profanas del andante cavallería» (IV, 398, 27-29). Su descripción de tres caballeros santos adicionales en el capítulo 58 de la Segunda Parte, que provoca el renovado asombro de Sancho por sus conocimientos (IV, 228, 22-27), es muy directa.

Se creía que «Santiago Matamoros», como le llamaban, aparecía en las batallas para ayudar a los guerreros cristianos. La primera batalla en la que lo hizo, según la tradición, fue la de Clavijo (Mariana, pág. 208b), durante el reinado de Ramiro I, sucesor de Alfonso II237. Esta batalla, según los historiadores del tiempo de Cervantes, fue decisiva para la suerte de los cristianos: gracias a ella el reinado de Ramiro, aunque breve, fue «en gloria y hazañas muy señalado, por quitar, como quitó, de las cervices de los cristianos el yugo gravísimo que les tenían puesto los moros y reprimir las insolencias y demasías de aquella gente bárbara. A la verdad, el haber España levantado la cabeza y vuelto a su antigua dignidad, después de Dios se debe al esfuerzo y perpetua felicidad deste gran príncipe. En los negocios que tuvo con los de fuera fue excelente, en los de dentro de su reino admirable; y aunque se señaló mucho en las cosas de la paz, pero en la gloria militar fue más aventajado» (Mariana, pág. 207a).

Por la victoria de Clavijo, que restauró la dignidad española, se terminó el tributo de las cien doncellas (Mariana, págs. 200b, 207b-208b), que sería una buena fuente de historias para intercalar. Al mismo tiempo, y quizás relacionado con ello, puesto que Don Quijote sostiene que «la orden de los cavalleros andantes» se fundó sobre todo para proteger a las doncellas238, se fundó, según algunos autores, la Orden de Santiago239, cuyos miembros eran para Cervantes la réplica española de los «doce pares» franceses240.

Las fuentes históricas no asocian específicamente a Bernardo con la batalla de Clavijo. Sin embargo, si «el esfuerzo de Bernardo se mostró mucho en todas las guerras que por este tiempo se hicieron» (Mariana, pág. 207a), su participación en ese acontecimiento, teniendo en cuenta su juventud en la batalla de Roncesvalles, es inevitable. Con su aparición en la batalla de Clavijo, Santiago habría ayudado a Bernardo de la misma forma que los sabios encantadores ayudaban a los caballeros andantes en los libros de caballerías. De la misma manera que Merlín sugirió la fundación de una organización caballeresca, los Caballeros de la Mesa Redonda (supra, nota 228), Santiago pudo haber hecho algo igual. Bernardo habría sido, pues, el fundador de la Orden de Santiago, y él y sus hombres habrían sido caballeros de Santiago, causando gran satisfacción a los lectores que apoyaban esta orden. En esta época la edad de Bernardo, como la de Don Quijote, «frisaba... con los cinquenta años» (I, 50, 1-2).

Esto es, naturalmente, una reconstrucción especulativa. Sin embargo, es coherente no sólo con el tratamiento de la Historia de España que se encuentra en las obras de Cervantes, sino también con la descripción del canónigo del libro de caballerías ideal. Reproduzco aquí el famoso pasaje de éste para que pueda releerse a la luz de esta discusión de Bernardo:

con todo cuanto mal había dicho de tales libros, hallava en ellos una cosa buena, que era el sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiesse mostrarse en ellos, porque davan largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, descubriendo naufragios241, tormentas, rencuentros y batallas; pintando un capitán valeroso, con todas las partes que para ser tal se requieren, mostrándose prudente, previniendo las astucias de sus enemigos, y eloquente orador, persuadiendo o dissuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo, presto en lo determinado, tan valiente en el esperar como en el acometer; pintando ora un lamentable y trágico sucesso, aora un alegre y no pensado acontecimiento; allí una hermosíssima dama, honesta, discreta y recatada; aquí un cavallero christiano, valiente y comedido; acullá un desaforado bárbaro fanfarrón; acá un príncipe cortés, valeroso y bien mirado; representando bondad y lealtad de vassallos, grandezas y mercedes de señores. Ya puede mostrarse astrólogo, ya cosmógrafo excelente, ya músico, y tal vez le vendrá ocasión de mostrarse nigromante242, si quisiere. Puede mostrar las astucias de Ulixes, la piedad de Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Éctor, las traiciones de Sinón, la amistad de Eurialo, la liberalidad de Alexandro, el valor de César, la clemencia y verdad de Trajano, la fidelidad de Zopiro, la prudencia de Catón, y, finalmente, todas aquellas acciones que pueden hazer perfecto a un varón ilustre, aora poniéndolas en uno solo, aora dividiéndolas en muchos; y siendo esto hecho con apazibilidad de estilo y con ingeniosa invención, que tire lo más que fuere possible a la verdad, sin duda compondrá una tela de varios y hermosos lazos texida...


(II, 343, 23-344, 31)                


Cervantes tenía grandes esperanzas en su Bernardo. Si era, como he mantenido, la obra descrita por el canónigo, era la obra que Cervantes pensaba que le daría la fama de Homero y Virgilio (II, 346, 10-12). No es una aspiración desmedida para Cervantes, quien creía que una obra posterior, el Persiles, «competiría» con (es decir, sería tan bueno o mejor que) las Etiópicas de Heliodoro, obra que gozaba de gran estima243. Los autores españoles, en opinión de Cervantes, superaban no sólo a los grandes autores italianos244, sino también a los más grandes de todos los tiempos: en el «Canto de Calíope», una celebración del genio literario español, «mil espíritus divinos... hacen nuestra edad más venturosa / que aquella de los griegos y latinos» (La Galatea, II, 214, 14-16). Las hazañas de un héroe español, contadas poéticamente, «pusieran en su olvido las de los Hétores, Aquiles y Roldanes» (II, 84, 17-18); un autor español, lógicamente, podía superar a los grandes autores mencionados. Y como pregunta Sánchez de Lima (pág. 21), «mirad quales tienen mayor nombre Hector, y Achiles por lo que hizieron, o Homero, y Virgilio por lo que escriuieron?».

Sin duda Cervantes creía que su Bernardo era superior porque el tema que trataba, la guerra contra los moros, era más importante que la guerra de Troya, porque su obra era más verídica y no usaba encantamientos, puntos por los que se criticaba a Homero y a Virgilio245, y porque, en general, había seguido los preceptos literarios que había puesto en boca del canónigo, por los que se había «quemado las cejas» (II, 347, 23-24). (En cambio, la Primera Parte de Don Quijote sólo le había costado «algún trabajo» [I, 30, 22].) No obstante, aunque es una lástima no tener todas las obras que Cervantes escribió, estén terminadas o no, no hace falta lamentar mucho la pérdida de Bernardo. Si lo hubiera terminado y publicado, bien habría podido alcanzar tanto éxito como los poemas épicos sobre temas nacionales, o quizás aún mayor. Pero habría sido una obra con poco atractivo para los lectores modernos, para quienes sería difícil identificarse con este soldado cristiano, y no habría dado a Cervantes la fama inmortal de Homero y Virgilio. Bernardo, que en nuestra terminología habría sido una novela histórica, habría sido intensamente nacionalista y religiosa. Inevitablemente habría sido una proyección de las costumbres, valores, conocimientos y lenguaje del Siglo de Oro en la alta Edad Media; los moros, por ejemplo, habrían sido los mismos moros que Cervantes conoció en Argel.

Cervantes lo abandonó porque no iba a gustar al vulgo, y en sus términos, todos nosotros, puesto que preferimos Don Quijote al Persiles, somos miembros de este numeroso grupo. Preferimos la espontaneidad a la perfección teórica, y cuando no leemos literatura fantástica, que sigue siendo tan popular o más que en la época de Cervantes, preferimos la descripción realista de la época de un autor a sus conjeturas acerca del pasado. Bernardo fue simplemente el primer intento de Cervantes de escribir una obra clásica, y su importancia consiste en situar el contexto para la composición de la obra que le dio, póstuma e irónicamente, la fama de Homero y de Virgilio.

Y sin embargo, ¿quién sabe? Las obras de Shakespeare o de Lope no son peores -quizás mejores- por proyectar su propio siglo en los anteriores. Si Bernardo hubiera estado lleno de «ingeniosa invención»246 y «buen discurso», con «proporción de partes con el todo y del todo con las partes», y por todo ello una obra que «tir[ase] lo más que fuere possible a la verdad»247, podríamos leerlo, e instruirnos y deleitarnos. Sin embargo, Cervantes nos ha dado algo mucho más valioso.



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